Is 50,
4-7; Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Fil 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56
Sabemos que el cielo
es cielo, lugar de la gloria y de la paz, porque allí reina totalmente la
voluntad de Dios. Y sabemos que la tierra no es cielo hasta que en ella se
realice la voluntad de Dios. Por tanto, saludemos a Jesús que viene del cielo y
pidámosle que nos ayude a conocer y a hacer la voluntad de Dios. Que la realeza
de Dios entre en el mundo y así el mundo se colme del esplendor de la paz.
Amén.
Benedicto XVI
El
episodio del “becerro de oro” que nos encontramos en el capítulo 32 del Libro
del Éxodo nos ilustra la “maldad del corazón” que hay en el “pueblo” que le
impide entregar su vida plenamente en las Manos del Señor, y –por el contrario-
les lleva a hacerse ídolos. La palabra fetiche proviene de la latina facticius
“producido, hecho, hechizo”; según
otros investigadores, su origen se remonta a la palabra portuguesa feitiço,
“maleficio”. El fetichismo está profundamente relacionado con la creencia
animista de la presencia de un alma que “anima” todos los objetos; y con las
religiones totémicas, que identifican un objeto –de madera o de piedra- que
puede ser un animal (el oso, el cocodrilo, el bisonte, la serpiente, el águila,
etc.), una planta o, inclusive, un fenómeno natural como la lluvia, o el rayo,
tenidos como “espíritu protector”, que coincide con el ser que dio origen, del
que brotó el impulso existencial de ese grupo humano, por lo general
representados en un “poste” tutelar; la palabra proviene de una expresión de
origen algonquino, en uno de sus dialectos, el ojibwa, que se hablaba en la
región del actual Ontario, en vocablos como nīnōtēm “mi marca familiar”; el
tema con estas manifestaciones cultuales se encuentra en el desplazamiento de
la relación entre las personas y Dios, para enfatizar , de manera excluyente,
sólo la relación con objetos materiales: ciertamente se trata de una
“cosificación”, como la llama Sartre y reificación (si seguimos la denominación
que le da Adorno). El tema de la cosificación problematiza doblemente la
relación Dios-hombre, porque pone en cuestión la libertad de Dios para obrar su
proyecto salvífico, y la del hombre para aceptarlo libremente.
Ese
peligro también nos acecha, y no está nada alejado de nuestra vida del siglo
XXI. Vemos un desplazamiento muy evidente en la desmedida importancia que se da
a la estampita del Santo, a los “rosarios”, al agua bendita, las estatuillas
representativas de una escena sacra y, en estas fechas, a los “ramos”, a los
panes bendecidos, a las botellas de vino presentadas en el templo, a los
“pascualitos”. De esta manera, el objeto se torna protagónico, y –lo realmente
importante- nuestro Redentor, su Santísima Persona, ni siquiera se asoma en
nuestro pensamiento, ni en nuestro
corazón, quedando relegado al último -y bien remoto- puesto. Velas, novenas,
imágenes, sacramentales se enfocan desde una perspectiva mágica, como
talismanes que obligan a Dios a “cumplir nuestra voluntad”, a obrar lo que
queremos y como lo queremos –además- en el momento que lo queremos. ¿Dónde
queda la libérrima majestad de Dios? ¿Qué pasa entonces con su Santa Voluntad?
Y, todavía hay más ¿Qué es de la aceptación de la bondadosa, generosa,
providencia del Señor? Entonces, el tema consiste en preguntarnos, ¿Cómo lograr
que las cosas recuperen su “legitimo” puesto y orden? ¿Cómo hacer para que nos
centremos en Jesús, en su dolorosa-amorosa pasión? ¿Cómo podemos pronunciar con
sincero corazón lo de “hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo?
Todos estos interrogantes no son cuestión de poca monta porque están en el
meollo mismo de la fe.
En
primer lugar, quisiéramos proponer la recordación que el “signo” es algo que “esta
puesto en lugar de” (Magariños), y exige, por parte del destinatario del
“significado” un constante estado de alerta para decodificarlo sin
alienaciones. Es lo que Jesús nos pide cuando nos llama a “velar”, valga decir
a “no dormirnos”, donde se alude más a un estado de conciencia que a la función
fisiológica del descanso.
En
segundo lugar, es trascendente que volvamos sobre los textos de la Pasión, este
domingo lo hacemos sobre la Pasión según San Lucas, capítulos 22 y 23.
Sumergirnos en su lectura con plena “atención” prestando aplicación a cada
frase. La Lectura litúrgica de este Domingo toma arranque en el verso 14 del
capítulo 22 haciendo pie en la Última Cena, precisamente allí donde Jesús
instituye la Eucaristía, haciendo todo lo contrario de una cosificación: se
trata de una “personalización” ya que haciendo uso de su Divino poder, hace de
una cosa, una persona, su Presencia-personal; más que una “fabricación”, nos
hallamos frente a una “entrega” expresada con palabras “personalizantes” tales
como, “Tómenla y compártanla”, “Este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes”
y “mi sangre que será derramada por ustedes”. Estamos frente a la ”entrega” que
es una entrega total; no se queda con nada, da hasta su ropa, no se queda con
nada ni con nadie, se queda íngrimo, abandonado de todos, lo más triste,
inclusive (y siempre nos ha causado ese doloroso asombro)de aquellos que lo vitoreaban
a su entrada en Jerusalén, los que entonaban el Hosanna, ahora gritan el ¡Crucifícalo!
A
continuación viene una actuación antifetichizante: Él declara que está en medio
de nosotros como el que sirve. Es nada más ni nada menos que una re-edición
totalmente nueva del mesianismo, Él no es Mesías que domina y somete, sino
Mesías que sirve. El “servicio” es la traducción en acciones de la acogida
misericordiosa. «El juicio y el perdón pertenecen a nuestro espacio; el acoger
está en el espacio del amor, ambos espacios no son intercomunicantes, son paralelos.
El hombre por sí sólo puede llegar al remordimiento, al perdón, pero no al amor
que implica un renacimiento… Por “acoger” entiendo una relación en la que no
cabe ni el dominio, ni la subordinación, ni la venganza, ni mucho menos el
perdón tal como lo entendemos nosotros cuando pensamos: el pasado permanece,
pero yo –que soy bueno- no lo tengo en cuenta.»[1]
Este
juego es intrincado. Las secretas intenciones del corazón están agazapadas tras
del fariseísmo. Fue lo que llevó a Jesús a exclamar, airado, “¡Hipócritas!” «El
oprimido que pasa a la esfera del poder es opresor,… Es necesario transformar
la opresión en acogida»[2] El reinado que los judíos
reclaman del Mesías es el que oprime a los otros pueblos bajo su férula
explotadora. ¡Expliquémonos!
«Jesús
es como una papa caliente que las autoridades no logran tragar. Las autoridades
religiosas ya lo habían condenado a muerte… el Sanedrín podía juzgar a
cualquier persona del pueblo, hasta condenarla a muerte, pero no podía ejecutar
la sentencia. Esto estaba reservado al poder romano… ¿Cómo interesar al poder
romano en la causa contra Jesús? La
disculpa de un motivo “religioso” no era suficiente. Ante el poder político
romano la causa debía ser política, y contra Roma. … Los miembros del Sanedrín
presentan a Jesús ante Pilato… el motivo fundamental es que Jesús sería un
subversivo,… prohíbe pagar el tributo al emperador (distorsión de 20, 20-25);
afirma ser Él el Mesías, el Rey;… “Provoca rebelión entre el pueblo con su
enseñanza” es decir, difunde ideas contra el “orden romano”. Jesús, con su
palabra y su acción, estaba conmoviendo los privilegios económicos y políticos
de que gozaba la élite judía, gracias a la explotación y opresión del pueblo.»[3]
A
veces el debate se ha torcido hacia el interrogante de quien habría sido el
responsable y culpable de la muerte del “Justo”, en la puntuación se da un
empate romanos-vs-judíos, los votos se reparten equitativamente… Pero habrá que
confesar –sacudiendo los tapujos- que los culpables somos todos. Sí, todos los
que hemos permitido la supervivencia de un estado de injusticia, unos
pretextando impotencia, algunos víctimas de los medios masivos des-informantes,
otros porque sus ocultos intereses se veían favorecidos, otros cobardemente
hemos callado, o –incluso- avalado con nuestra indiferencia o nuestro silencio,
no pocos han consagrado sus fuerzas a alimentar rencores, a envenenar almas, a
hacer sangrar las heridas en proceso de cicatrización argumentando el valor de
la guerra, la persecución y hasta de la tortura; y no pocos han tomado partido
simplemente porque los encandelilla el brillo del fuego, los destellos de la pólvora
y los visos luminosos de las armas pavonadas, de los cinematográficos “sables
de luz”, y hay otros, nada escasos que han desempolvado antiguas ideologías
para justificar la re-edición del odio. Todos nosotros, con diversas variantes
lo hemos crucificado, con nuestras “muy buenas y válidas razones” para fomentar
el desamor, para esparcir el esperma del Maligno. ¡Cuánta falta nos hacen los
que siembren las semillas de las cruz!
«A
los que esperan el Reino, Dios les concede el cuerpo del Hijo…. Su cuerpo es el
reino, grano de trigo que muere y produce fruto (Jn 12, 24). Se trata de una
semilla pequeña tomada y arrojada en el jardín, que llegará a ser el árbol
grande; es una medida de levadura que se toma y se oculta, que hará fermentar
la tierra, rompiendo su costra de muerte y abriendo sus sepulcros. El reino de
Dios entre los hombres es la humanidad de Jesús, en la que “reside toda la plenitud de la divinidad
corporalmente” (Col 2,9), la cual se entrega a nosotros.»[4]
[1]
Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS. Siglo XXI editores. Bs
As.- Argentina 5ª ed. 1976. pp. 160-161
[2]
Ibid p. 163
[3] Storniolo,
Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE SAN LUCAS. LOS POBRES CONSTRUYEN LA NUEVA
HISTORIA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1995 pp. 202-203.
[4] Fausti,
Solvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia
3ª ed. 2014 p. 775