sábado, 19 de marzo de 2016

SEMILLAS ANTITÉTICAS


Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24; Fil 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56

Sabemos que el cielo es cielo, lugar de la gloria y de la paz, porque allí reina totalmente la voluntad de Dios. Y sabemos que la tierra no es cielo hasta que en ella se realice la voluntad de Dios. Por tanto, saludemos a Jesús que viene del cielo y pidámosle que nos ayude a conocer y a hacer la voluntad de Dios. Que la realeza de Dios entre en el mundo y así el mundo se colme del esplendor de la paz. Amén.

Benedicto XVI


El episodio del “becerro de oro” que nos encontramos en el capítulo 32 del Libro del Éxodo nos ilustra la “maldad del corazón” que hay en el “pueblo” que le impide entregar su vida plenamente en las Manos del Señor, y –por el contrario- les lleva a hacerse ídolos. La palabra fetiche proviene de la latina facticius “producido, hecho, hechizo”;  según otros investigadores, su origen se remonta a la palabra portuguesa feitiço, “maleficio”. El fetichismo está profundamente relacionado con la creencia animista de la presencia de un alma que “anima” todos los objetos; y con las religiones totémicas, que identifican un objeto –de madera o de piedra- que puede ser un animal (el oso, el cocodrilo, el bisonte, la serpiente, el águila, etc.), una planta o, inclusive, un fenómeno natural como la lluvia, o el rayo, tenidos como “espíritu protector”, que coincide con el ser que dio origen, del que brotó el impulso existencial de ese grupo humano, por lo general representados en un “poste” tutelar; la palabra proviene de una expresión de origen algonquino, en uno de sus dialectos, el ojibwa, que se hablaba en la región del actual Ontario, en vocablos como nīnōtēm “mi marca familiar”; el tema con estas manifestaciones cultuales se encuentra en el desplazamiento de la relación entre las personas y Dios, para enfatizar , de manera excluyente, sólo la relación con objetos materiales: ciertamente se trata de una “cosificación”, como la llama Sartre y reificación (si seguimos la denominación que le da Adorno). El tema de la cosificación problematiza doblemente la relación Dios-hombre, porque pone en cuestión la libertad de Dios para obrar su proyecto salvífico, y la del hombre para aceptarlo libremente.


Ese peligro también nos acecha, y no está nada alejado de nuestra vida del siglo XXI. Vemos un desplazamiento muy evidente en la desmedida importancia que se da a la estampita del Santo, a los “rosarios”, al agua bendita, las estatuillas representativas de una escena sacra y, en estas fechas, a los “ramos”, a los panes bendecidos, a las botellas de vino presentadas en el templo, a los “pascualitos”. De esta manera, el objeto se torna protagónico, y –lo realmente importante- nuestro Redentor, su Santísima Persona, ni siquiera se asoma en nuestro pensamiento, ni  en nuestro corazón, quedando relegado al último -y bien remoto- puesto. Velas, novenas, imágenes, sacramentales se enfocan desde una perspectiva mágica, como talismanes que obligan a Dios a “cumplir nuestra voluntad”, a obrar lo que queremos y como lo queremos –además- en el momento que lo queremos. ¿Dónde queda la libérrima majestad de Dios? ¿Qué pasa entonces con su Santa Voluntad? Y, todavía hay más ¿Qué es de la aceptación de la bondadosa, generosa, providencia del Señor? Entonces, el tema consiste en preguntarnos, ¿Cómo lograr que las cosas recuperen su “legitimo” puesto y orden? ¿Cómo hacer para que nos centremos en Jesús, en su dolorosa-amorosa pasión? ¿Cómo podemos pronunciar con sincero corazón lo de “hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo? Todos estos interrogantes no son cuestión de poca monta porque están en el meollo mismo de la fe.

En primer lugar, quisiéramos proponer la recordación que el “signo” es algo que “esta puesto en lugar de” (Magariños), y exige, por parte del destinatario del “significado” un constante estado de alerta para decodificarlo sin alienaciones. Es lo que Jesús nos pide cuando nos llama a “velar”, valga decir a “no dormirnos”, donde se alude más a un estado de conciencia que a la función fisiológica del descanso.

En segundo lugar, es trascendente que volvamos sobre los textos de la Pasión, este domingo lo hacemos sobre la Pasión según San Lucas, capítulos 22 y 23. Sumergirnos en su lectura con plena “atención” prestando aplicación a cada frase. La Lectura litúrgica de este Domingo toma arranque en el verso 14 del capítulo 22 haciendo pie en la Última Cena, precisamente allí donde Jesús instituye la Eucaristía, haciendo todo lo contrario de una cosificación: se trata de una “personalización” ya que haciendo uso de su Divino poder, hace de una cosa, una persona, su Presencia-personal; más que una “fabricación”, nos hallamos frente a una “entrega” expresada con palabras “personalizantes” tales como, “Tómenla y compártanla”, “Este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes” y “mi sangre que será derramada por ustedes”. Estamos frente a la ”entrega” que es una entrega total; no se queda con nada, da hasta su ropa, no se queda con nada ni con nadie, se queda íngrimo, abandonado de todos, lo más triste, inclusive (y siempre nos ha causado ese doloroso asombro)de aquellos que lo vitoreaban a su entrada en Jerusalén, los que entonaban el Hosanna,  ahora gritan el ¡Crucifícalo!

A continuación viene una actuación antifetichizante: Él declara que está en medio de nosotros como el que sirve. Es nada más ni nada menos que una re-edición totalmente nueva del mesianismo, Él no es Mesías que domina y somete, sino Mesías que sirve. El “servicio” es la traducción en acciones de la acogida misericordiosa. «El juicio y el perdón pertenecen a nuestro espacio; el acoger está en el espacio del amor, ambos espacios no son intercomunicantes, son paralelos. El hombre por sí sólo puede llegar al remordimiento, al perdón, pero no al amor que implica un renacimiento… Por “acoger” entiendo una relación en la que no cabe ni el dominio, ni la subordinación, ni la venganza, ni mucho menos el perdón tal como lo entendemos nosotros cuando pensamos: el pasado permanece, pero yo –que soy bueno- no lo tengo en cuenta.»[1]


Este juego es intrincado. Las secretas intenciones del corazón están agazapadas tras del fariseísmo. Fue lo que llevó a Jesús a exclamar, airado, “¡Hipócritas!” «El oprimido que pasa a la esfera del poder es opresor,… Es necesario transformar la opresión en acogida»[2] El reinado que los judíos reclaman del Mesías es el que oprime a los otros pueblos bajo su férula explotadora. ¡Expliquémonos!

«Jesús es como una papa caliente que las autoridades no logran tragar. Las autoridades religiosas ya lo habían condenado a muerte… el Sanedrín podía juzgar a cualquier persona del pueblo, hasta condenarla a muerte, pero no podía ejecutar la sentencia. Esto estaba reservado al poder romano… ¿Cómo interesar al poder romano en la causa contra  Jesús? La disculpa de un motivo “religioso” no era suficiente. Ante el poder político romano la causa debía ser política, y contra Roma. … Los miembros del Sanedrín presentan a Jesús ante Pilato… el motivo fundamental es que Jesús sería un subversivo,… prohíbe pagar el tributo al emperador (distorsión de 20, 20-25); afirma ser Él el Mesías, el Rey;… “Provoca rebelión entre el pueblo con su enseñanza” es decir, difunde ideas contra el “orden romano”. Jesús, con su palabra y su acción, estaba conmoviendo los privilegios económicos y políticos de que gozaba la élite judía, gracias a la explotación y opresión del pueblo.»[3]

A veces el debate se ha torcido hacia el interrogante de quien habría sido el responsable y culpable de la muerte del “Justo”, en la puntuación se da un empate romanos-vs-judíos, los votos se reparten equitativamente… Pero habrá que confesar –sacudiendo los tapujos- que los culpables somos todos. Sí, todos los que hemos permitido la supervivencia de un estado de injusticia, unos pretextando impotencia, algunos víctimas de los medios masivos des-informantes, otros porque sus ocultos intereses se veían favorecidos, otros cobardemente hemos callado, o –incluso- avalado con nuestra indiferencia o nuestro silencio, no pocos han consagrado sus fuerzas a alimentar rencores, a envenenar almas, a hacer sangrar las heridas en proceso de cicatrización argumentando el valor de la guerra, la persecución y hasta de la tortura; y no pocos han tomado partido simplemente porque los encandelilla el brillo del fuego, los destellos de la pólvora y los visos luminosos de las armas pavonadas, de los cinematográficos “sables de luz”, y hay otros, nada escasos que han desempolvado antiguas ideologías para justificar la re-edición del odio. Todos nosotros, con diversas variantes lo hemos crucificado, con nuestras “muy buenas y válidas razones” para fomentar el desamor, para esparcir el esperma del Maligno. ¡Cuánta falta nos hacen los que siembren las semillas de las cruz!


«A los que esperan el Reino, Dios les concede el cuerpo del Hijo…. Su cuerpo es el reino, grano de trigo que muere y produce fruto (Jn 12, 24). Se trata de una semilla pequeña tomada y arrojada en el jardín, que llegará a ser el árbol grande; es una medida de levadura que se toma y se oculta, que hará fermentar la tierra, rompiendo su costra de muerte y abriendo sus sepulcros. El reino de Dios entre los hombres es la humanidad de Jesús, en la  que “reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente” (Col 2,9), la cual se entrega a nosotros.»[4]







[1] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS. Siglo XXI editores. Bs As.- Argentina 5ª  ed. 1976. pp.  160-161
[2] Ibid p. 163
[3] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE SAN LUCAS. LOS POBRES CONSTRUYEN LA NUEVA HISTORIA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1995 pp. 202-203.
[4] Fausti, Solvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 3ª ed. 2014 p. 775

sábado, 12 de marzo de 2016

MISERIA Y MISERICORDIA CARA A CARA


Is 43,16-21; Sal 126 (125), 1–6; Fil 3, 8-14; Jn 8,1-11

relicti sunt duo:misera et misericordia
San Agustín

Cuando el hijo menor pide anticipadamente  su herencia está cometiendo una especie de asesinato, puesto que reclamar la heredad era “desear” que el papá hubiera fallecido para hacerse dueño de sus bienes, administrarlos, hacer uso de ellos, llegando incluso a malversarlos, como efectivamente lo hizo, gastándolos en “malas mujeres”.

El adulterio también es una suerte de “asesinato”, se espera que la persona esté con su cónyuge hasta que “la muerte los separe” y, si esta persona está con otro, es algo así como “matar moralmente” a su legítimo cónyuge; «… el adulterio produce odios, celos, injusticia, pobreza, familias rotas, mujeres, hombres e hijos abandonados. Por problemas como estos fue que el antiguo pueblo de Israel condenó con máxima fuerza esta plaga: los dos serán condenados a MUERTE. Así acabarán ustedes con el mal que haya en medio de ustedes” (Dt 22, 22 y 24). La triste experiencia de siglos les hizo ver el daño que el adulterio dejaba en las familias y la sociedad.»[1]


Qué pensaría la mujer mientras los escribas y fariseos presentaban los cargos y Jesús los escuchaba. Quizás en su fuero interno consideraría que no tenía salvación, que su vida estaba tocando a su fin, que su pecado iba a ser castigado y que –según lo que estaban diciendo allí- su sentencia había sido proferida por Moisés siglos antes. Cuando aquellos hombres vociferaban exigiendo “castigo”, lo hacía alardeando –con hipocresía- de su falsa “inocencia”. Pero allí había más de una miseria, no era sólo la mujer la culpable; el evangelista nos señala que el corazón de aquellos hombres estaba manchado y también sus manos con la sangre de un inocente. Ellos iban buscando el pretexto clave para poder matar a Jesús. Efectivamente, no sólo querían derramar la sangre de aquella “pecadora”, sino que, además querían asesinar al “Justo”. Sino, ¿por qué iban a plantearle el asunto a Jesús, si ya Moisés había prescrito lo que se debía de hacer en aquellos casos? Sí, se trataba de una emboscada, lo llaman Διδάσκαλε “maestro” (casi suena irónico); si llegaba a decir que la apedrearan a muerte, estaría poniéndose en contra de los romanos que les habían suprimido el derecho a imponer penas de muerte –que según los romanos- sólo ellos podían administrar; si llegaba a decir que no la lapidaran, estaría yendo contra la “sagrada” ley mosaica. Pues de eso se trataba, de acorralarlo con sus “propias palabras” y hallar el pretexto para “lapidarlo” a Él.

Jesús se toma un tiempo, crea un ámbito de reflexión, mientras simula estar escribiendo en el empedrado, se agacha y traza unos signos con su dedo… (en ese momento estamos presenciando el Dedo de Dios que crea, que va a hacer “una Nueva Creación”, un Mundo Nuevo, una Tierra Nueva, según el poder del Amor, el poder del perdón, un mundo donde la Segunda Oportunidad, o la Tercera valen para ser Hombres y Mujeres Nuevos). Luego los reta, y en ese reto los conduce a mirarse en su propio espejo: ¿No son ustedes también pecadores? ¿Cómo pueden venir a posar de inocentes? Y, el hombre con quien ella pecaba, ¿por qué no la han traído también? ¿Era, acaso él, menos culpable que lo pueda ser ella? Porque Jesús en ningún momento la exonera de su culpa, y ella tampoco –en ningún momento- alega inocencia.


¡No olvidemos que en el mismo Evangelio de San Juan, Jesús dice que el Padre le ha dado toda autoridad para juzgar! O sea que Él –el hijo de Dios- si podía juzgarla y sancionarla… Pero, por el contrario, Él que detenta toda la autoridad porque se la ha dado su Padre, Οὐδὲ ἐγώ σε κατακρίνω ¡¡¡Él TAMPOCO la condena!!! Ese Οὐδὲ “tampoco” señala no sólo que Él no la condena, sino que Él que si tiene las facultades, Tampoco condena, ¡nunca olvidemos que Él ha venido para rescatar y no para condenar o κατακρίνω perder!. Pero eso sí, no la alienta a seguir por ese camino equivocado; ¡no!, la llama a la conversión, a cambiar de estilo de vida, a andar por la senda que no tiene pecado; la concita a no hacerlo más, a no repetir y re-pisar su huella de pecado: πορεύου καὶ μηκέτι ἁμάρτανε. “Ve y no vuelvas a pecar en los sucesivo”. La sentencia es perentoriamente dulce, se te da la oportunidad pero no para vivir en la desvergüenza, sino para darle dirección a tu vida por una ruta pura, coherente, obediente a la Voluntad del Padre. De alguna manera en esta frase se oye la Voz-Creadora de Dios que hace de ella una Nueva-Creación; el Alfarero-Divino re-toma el barro-humano y re-hace el cántaro. Como dice en el Libro de Isaías: “ahora que voy a hacer algo nuevo” (Is 43, 19).

«Son suficientes seis palabras
Para cambiar un criminal en hombre,
Para anular toda una vida de pecado.

Son suficientes seis palabras
Para trasformar un blasfemo en santo,
Para devolverle su virginidad a una prostituta.

Di también para mí, Señor, esas seis palabras
Y mi corazón de piedra
Volverá a ser corazón de carne.
……………………………………………….
Me arrodillaré delante de tu ministro
Para sentir y acoger estas seis palabras tuyas:
“Vete, en los sucesivo no peques más”.»[2]

Jesús sabe que “con eso querían ponerlo en dificultad para poder acusarlo”, pero Él no se evade, iba del Monte de los Olivos al Templo, no se oculta, no juega a hacerse el escurridizo; Él está allí, para jugarse la vida por esos pecadores entre los cuales está la adultera (que nos representa a todos). Está allí, como que es Dios, en el atrio del Templo, para acoger a los pecadores (sale como el Padre en la Parábola de “los dos hijos”; y está allí para dar su vida por ellos. Jesús sabe que los maestros de la ley y los fariseos están hilvanando con estos hilos, la red de su “condena”, que están buscando astillas para fabricarle una cruz, Él sabe que ya está dando la vida, se da perfecta cuenta cuando lo presionan y siguen insistiendo con la pregunta… Seguramente es por esta razón que la liturgia ha escogido esta Lectura para el último Domingo de Cuaresma: ¡El próximo ya será Domingo de Ramos! Y entrará triunfal, cabalgando en su burrito.


Dios no se agota en sus prodigios y en su dones, no escatima ni se hace el rogado con su Misericordia, no se queda con el paso del Mar Rojo, ni con el Diluvio, ni con ninguna proeza, todos los días tiene un milagro nuevo, un nuevo don, otro gesto de inconmensurable Misericordia, porque Él perdona siempre, porque Él –que es Fiel- nunca dejará de ser Misericordioso. Nos garantiza que al volver ya no lloraremos sino que regresaremos con los labios llenos de canticos y los brazos repletos con haces copiosos de trigo y generosos racimos para prensar el más exquisito vino; Pan de Resurrección, y Vino de Salvación. ¡Cuán exquisita es la Cena de la Salvación, la Cena Eucarística, es tu Dedo poderoso que nos recrea como hombres Nuevos.


                                               



[1] Seubert, Augusto. CÓMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 76
[2] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN Tomo III – Ciclo C Ed. Comunicaciones sin fronteras Bogotá-Colombia p. 36

sábado, 5 de marzo de 2016

HEMOS LLEGADO A SER HIJOS EN EL HIJO


Jos 5, 9a. 10-12; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7; 2Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32

Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles y me faltara el amor, no sería más que un bronce que resuena y una campana que tañe.
1 Cor 13, 1

El que está unido a Cristo es como si hubiera sido καινὴ κτίσις “creado de nuevo”.
2Cor 5, 17

El otro día un sacerdote le preguntó a su feligresía quién prefería ser entre los dos hermanos de la parábola que cuenta Jesús en el Evangelio de este Cuarto Domingo de Cuaresma, (ciclo C): Unos tomaron partido por el hermano mayor y no faltaron los que se pusieron del lado del menor.

Claro que el protagonista es el menor y el antagonista es el mayor. Pero, nos hemos fijado excesivamente en el menor que fue el que pidió su parte de la herencia y, sentimos que no hemos prestado toda la atención necesaria al hermano que se quedó… Puede que el hermano menor represente a todos los pecadores, prostitutas, publicanos y demás; pero el hermano mayor representa con creses  el fariseísmo. En alguna parte hemos leído que los fariseos no eran malos –y eso es cierto- eran “fieles”, “muy fieles”, diríamos que eran “exageradamente fieles” a su manera, de una manera tan reforzada que se pasa. Quizás la muestra más farisaica del hermano mayor es cuando dice. “Hace tantos años que te δουλεύω “sirvo” sin haber παρῆλθον “desobedecido” jamás ni una sola de tus ἐντολήνordenes”…” La relación que expresa esta frase es de “servilismo”; y –definitivamente- Dios no nos ve como siervos, lo cual ya Jesús nos lo ha explicado detalladamente manifestando que nos ve como “amigos”.

Pero si la relación se tergiversa, se enferma, se desvía, se obstruye hasta el bloqueo! ¡Sobreviene la crisis de identidad! En cambio, veamos cómo le respondió su Padre, vayamos al verso 31: “Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo”. Es decir, tenemos que entender verdaderamente quienes somos. Viene al caso relatar una parábola de Anthony de Mello titulada ¿QUIÉN ERES?

«Una mujer estaba agonizando en la sala de un hospital. De pronto, tuvo la sensación de que era llevada al cielo y presentada ante un Tribunal.
“¿Quién eres?”, dijo una Voz.
“Soy la mujer del alcalde”, respondió ella.
“Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.”
“Soy la madre de cuatro hijos.”
“Te he preguntado quien eres, no cuántos hijos tienes.”
“Soy una maestra.”
“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.”
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía poder dar una respuesta satisfactoria a la pregunta “¿Quién eres?”
“Soy cristiana”, respondió ella.
“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión.”
“Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados.”
“Te he preguntado quién eres, no lo que hacías.”
Evidentemente, no consiguió pasar el examen, y fue enviada de nuevo a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era realmente y su vida cobró otro sentido…»


No sabemos si se debe decir la respuesta correcta, o es mejor dejar que el lector la deduzca, pero nosotros queremos acelerar la reacción y poner por expreso que nuestra verdadera e íntima identidad es la de ser hijos de Dios. No somos ni nuestros títulos, ni nuestras riquezas, ni siquiera nuestras pobrezas sean estas materiales, morales o espirituales… Esto lo queremos ilustrar con otra parábola de Tony. Esta lleva por título EL ABRAZO DE DIOS

«Un hombre santo, orgulloso de serlo, ansiaba con todas sus fuerzas ver a Dios. Un día Dios le habló en un sueño: “¿Quieres verme? En la montaña, lejos de todos y de todo, te abrazaré”.

Al despertar al día siguiente comenzó a pensar qué podría ofrecerle a Dios. Pero ¿qué podía encontrar digno de Dios?

“Ya lo sé”, pensó. “Le llevaré mi hermoso jarrón nuevo. Es valioso y le encantará...
Pero no puedo llevarlo vacío. Debo llenarlo de algo”.

Estuvo pensando mucho en lo que metería en el precioso jarrón. ¿Oro? ¿Plata?

Después de todo, Dios mismo había hecho todas aquellas cosas, por lo que se merecía un presente mucho más valioso.

“Sí”, pensó al final, “le daré a Dios mis oraciones. Esto es lo que esperará de un hombre santo como yo. Mis oraciones, mi limosna, sufrimientos, sacrificios, buenas obras...”.

Estaba contento de haber descubierto justamente lo que Dios esperaría y decidió aumentar sus oraciones y buenas obras, consiguiendo un verdadero récord. Durante las pocas semanas siguientes anotó cada oración y buena obra colocando una piedrecita en su jarrón. Cuando estuviera lleno lo subiría a la montaña y se lo ofrecería a Dios.

Finalmente, con su precioso jarrón hasta los bordes, se puso en camino hacia la montaña. A cada paso se repetía lo que debía decir a Dios: “Mira, Señor, ¿te gusta mi precioso jarrón? Espero que sí y que quedarás encantado con todas las oraciones y buenas obras que he ahorrado durante este tiempo para ofrecértelas. Por favor, abrázame ahora”.

Al llegar a la montaña, oyó una voz que descendía retumbado de las nubes: “¿Quién está ahí abajo? ¿Por qué te escondes de mí? ¿Qué has puesto entre nosotros?”

“Soy yo. Tu santo hombre. Te he traído este precioso jarrón. Mi vida entera está en él. Lo he traído para Ti”.

“Pero no te veo. ¿Por qué has de esconderte detrás de ese enorme jarrón? No nos veremos de ese modo. Deseo abrazarte; por tanto, arrójalo lejos. Quítalo de mi vista”.

No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Romper su precioso jarrón y tirar lejos todas sus piedrecitas? “No, Señor. Mi hermoso jarrón, no. Lo he traído especialmente para Ti. Lo he llenado de mis...”

“Tíralo. Dáselo a otro si quieres, pero líbrate de él. Deseo abrazarte a ti. Te quiero a ti”.»


Estos dos hijos de los que nos habla Jesús en esta fecha adolecen de una enfermedad horrible, ¡tienen problemas de identidad! Y, en un examen atento de esta dolencia nos encontramos que su síntoma básico es que al no saberse hijos, no se pueden reconocer “hermanos”. Por ejemplo, cuando el mayor se refiere a su hermano menor lo llama “…ese hijo tuyo…” (ver el verso 30b). Si se pierde nuestra filiación, también perdemos nuestra fraternidad y ahí el Malo ya gano con su asquerosa semilla de división. Si miramos la parábola del ABRAZO DE DIOS una de las cosas que más resalta es el fetichismo en el que ha caído este ”santo”, ha incurrido en la idolatría a sus piedritas coleccionadas en el “precioso jarrón” así como uno delos hermanos del Evangelio idolatraba la “herencia”, la “riqueza” material del Padre por eso no podía amar al Padre, porque entre él y el Padre se interponía la “parte de la herencia”; y, para el otro hijo, el fetiche es su egoísta-obediencia que no podía tirarla, ni dársela a otro, pero que se interponía entre él y Dios; entre él y el abrazo de Dios. En cambio, entre el Padre y sus hijos no hay barrera, el los ve, límpidamente, con los claros ojos de la ternura paternal-maternal. En ese preciso instante, los recupera, los rehace, los vuelve a crear, como recién bautizados, sus Purísimos Ojos les vuelve el “contador a cero”, como siempre lo hacen los Ojos del Padre, que no acumula rencores, ni guarda registro de las culpas. Él toma su barro y Padre-Alfarero, los vuelve a moldear, para que salgan de Sus Manos sin imperfección alguna. Pasan por Sus Ojos Misericordioso y salen más blancos que la nieve más blanca. (No porque leven un cántaro lleno de hermosas piedritas.) Sino, ¡Simplemente, porque Dios es amor!

Existe el riesgo fatal de que nosotros también nos escondamos detrás de nuestra virtuosa manera de ser y perdamos de vista lo que realmente somos y que en consonancia con ese ser de hijos, nos corresponde disfrutar y alegrarnos. Es el Domingo de Laetare porque, ¿qué otra cosa puede cabernos en el corazón que el regocijo de sabernos hijos del Padre Celestial?