Deu 26,
4-10; Salmo 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13
… si hay tentaciones,
es decir, provocaciones al egoísmo, al miedo, al odio…, también hay, y mucho
más fuerte, la presencia de Dios. Tenemos a Dios con nosotros.
Dom Helder Câmara
¿Cuál
es el armamento que Jesús usa para enfrentar las tentaciones? ¡Jesús recurre,
frente a cada ataque, a una cita de tomada de las Sagradas Escrituras! Esta primera
observación ya por sí entraña una rica enseñanza: La Escritura es nuestra defensa,
es –también- nuestra protección frente a las insidias del Malo, cuyas
emboscadas nos asaltan en cada curva del camino. La Escritura, podemos verla
así, como defensa y protección, siendo Ella mucho más que solo eso. La
Escritura es –en primer término- donación, entrega en Espíritu generoso,
manifestación y revelación. Sí, es don, don-Divino, herencia del Padre, que a través
de ella nos da Identidad de pueblo de Dios.
Esa
“Identidad” es, no solamente legislativa, si bien es cierto nos da una serie de
pautas y de preceptos mostrándonos qué espera Dios de nosotros como respuesta a
su Amoroso Llamado, también es relato que nos retrata en el proceso de nuestra
conformación como Pueblo de Reyes y Asamblea Santa, como Pueblo Sacerdotal. Esa
descripción de nuestra estructuración conducente a llegar a ser Cuerpo Místico
es nuestra “historia”. En este Primer Domingo de Cuaresma se nos entrega en la
Primera Lectura –tomada del Libro del Deuteronomio- una página de esa historia:
Partiendo de una “comunidad” nómada (integrada por tan solo un puñado de
personas), que se vio obligada a emigrar a Egipto, donde creció en número y se
fortaleció. A raíz de lo cual, los gobernantes egipcios empezaron a ver en
ellos un peligro, una amenaza y les impusieron –a manera de talanquera- una
pesada cadena de esclavitud. Esta Comunidad tenía como rasgo cohesionador la
creencia en un Dios (el Dios que les habían enseñado sus padres), al que, al
verse en esta dura condición “invocaron” y Quien escucho sus súplicas y mostró
con ellos –para favorecerlos- su Brazo Fuerte y Poderoso. Dios no sólo obró
para ellos un prodigio liberador sino que además los condujo a un lugar, que
les entregó, una tierra rica y fértil.
En
Efecto, la Sagrada Escritura no solamente es un compendio legal, un conjunto de
leyes y normas que rigen la conducta de este pueblo, es además, una página histórica
que, al darle un referente del proceso de conformación, les da carta de unidad
en esa historia compartida, en su trasegar juntos; sino que –aún hay más- es
también una guía litúrgica, marcándoles los hitos del culto, y los gestos de ad-oración
con los que ese pueblo daba gracias por la deferencia que su Dios les había
tenido y el trato de especial predilección y hondo cariño con que los liberó,
los preservó, los condujo y les dio “patria” (una heredad dada por el Padre).
Es
ley, es historia, es liturgia y, además es escudo de protección contra las acechanzas
del Maligno, siempre dispuesto a engañarnos con sus mentiras, mientras el Padre
Celestial nos revela sus verdades para que nos afinquemos en ellas. Plantemos
nuestros pies en sus enseñanzas porque nos vienen del Dios que nos cuida, nos
ama, nos provee, vela por nosotros y nunca nos deja, sino que camina a nuestro
lado, interesado en todo cuanto nos pasa. Solidarizándose con nosotros,
escuchando nuestras súplicas, fijándose en nuestras humillaciones, en nuestros
sufrimientos y aflicciones, haciendo gran despliegue de todo su poder para
salvarnos. ¡Alabado sea eternamente un Dios tan bueno como lo es nuestro Dios!
Hemos
de enfatizar que las tentaciones nos muestran las caras de nuestra debilidad:
el ansia de poder, de tener y la ambición así como el apetito de la arrogancia.
Y la Palabra de hoy nos conduce a sabernos miembros de una Comunidad que asume
la amistad con Dios. Esa amistad se
expresa en ser como su “Ungido”, Cristo ha recibido la unción porque, así nos
lo dice la primera línea del Evangelio de hoy, que “Jesús, lleno del Espíritu
Santo” va a vivir esta experiencia tan humana como es el ser tentado. Y, Él que
se solidarizó con nosotros en todas nuestras fragilidades, nos muestra que es posible
salir airoso de la prueba, y nos propone y comparte el blindaje que Él mismo uso:
La Palabra de Dios. «como siempre, también hoy vivimos sumergidos en Dios. Dios
no está frente a nosotros o a nuestro lado. Estamos sumergidos en Dios. Caminamos
dentro de Dios, hablamos desde dentro de Dios. ¿Qué tentación puede, entonces,
abatirnos, si estamos dentro del Señor?»[1]
Sin
embargo, y resulta muy curioso, el Diablo conoce también la Escritura, y la
conoce al pie de la letra. Muchos han visto en este episodio de las tentaciones
un debate entre teólogos; y es cierto: El tema es, aparte de expresarnos el
valor de la Sagrada Escritura como escudo de defensa, también el asunto de la
correcta interpretación. Reaparece con extrema fuerza la necesidad de conocer
la Palabra de Dios en su totalidad y no quedarse con fragmentos que se pueden
acomodar para pretextar lo que se quiera. A cada “cita” del Malo, Jesús le puede
“ripostar” precisamente con el complemento exacto, aquel otro aspecto que es la
contracara de la parcialidad desviada y desenfocada que blande el padre de la
mentira.
Dulce
y Tierno es nuestro Padre Celestial que nos enseña y nos muestra la fuerza que entraña nuestra debilidad y nos
muestra cuan sólidos somos a pesar de nuestra fragilidad; y que nos ha dotado
de una armadura que es la garantía de la victoria sobre los engaños del que
busca perdernos. Oración, ayuno y penitencia son las claves de la vivencia
cuaresmal pero todo esto vivido desde y a través de la Palabra que es la
antorcha que vence las tinieblas del Mal. Desde ahí, vivir la caridad
misericordiosa de estos cuarenta días preparatorios a la Oblación del Ungido por
amor a nosotros y para hacernos salvos y sanos. Vivamos esta experiencia como
un viacrucis (camino de la cruz) que es via lucis (camino de la luz), porque es
conciencia del Amor y la Fidelidad de Dios para con nosotros.
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