sábado, 27 de febrero de 2016

MISERICORDES SICUT PATER

Éx 3, 1-8a. 13-15; Sal 102(103), 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11; 1Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9

διὰ σπλάγχνα ἐλέους Θεοῦ ἡμῶν
…por la entrañable misericordia de nuestro Dios
Lc 1, 78a

Señor, Señor
Dame un año más, cada año un año más,
Para sentir el amor…
Vengo a pedirte un año más.
De una canción de Elior Cymbler

La Misericordia es fruto de un inmenso e indescriptible amor. En el tercer versículo del Evangelio de este Tercer Domingo de Cuaresma encontramos una palabra maravillosamente resplandeciente porque es la palabra que ilumina la dirección de nuestras relaciones con Dios. Tenemos que volver machaconamente a incidir en la esencia de esa relación: El amor. Lo que nos re-liga con Dios y a Dios con nosotros es el amor que siente el Novio por su amada y que su amada –en pie de reciprocidad- debería retornarle. Esa palabra es μετανοέω [metanoeo].


Muchas veces se ha traducido μετανοέω por “arrepentimiento” pero esa expresión representa más bien “el pesar por algo que se hizo y no se debió hacer” o por algo que “se querría haber hecho y se dejó de hacer”, como por ejemplo, cuando nos referimos a nuestros pecados. En cambio, μετανοέω se puede entender como “conversión”, es decir, un cambio profundo que pasa de la indiferencia y hasta el desprecio, al vínculo más entrañable; es pues, un cambio rotundo, no solo en la manera de pensar (que sería el significado etimológico de esta expresión griega), sino –especialmente- en la afectividad, el cambio que señala este verbo es tan definitivo y tan a fondo que va del desamor-a su antagónico. Cuando se ama mucho, el desenlace parece evidente, se trata de la boda. Este matrimonio entre Dios y el hombre se denomina Alianza: בְּרִית [berit]. Es tan rotundo el cambio que lleva del desconocimiento al enamoramiento, de la indiferencia al cariño más vivo.

El salmo de la liturgia de este domingo nos explica que Dios es despacioso, muy despacioso para enojarse y en cambio, es rápido para perdonar (cfr. Sal 103(102), 8). Si vamos tres versos adelante en este salmo nos dirá: “tan inmenso es su amor por los que lo honran como inmenso es el cielo sobre la tierra”.


Un episodio del más tierno amor se retrata hoy en el evangelio con una parábola: La συκῇ higuera (que representa al pueblo que debiera honrar con su amor a Dios) no da fruto, merecería entonces que la arrancaran, ¿para qué tenerla más como estorbo? Pero viene el ἀμπελουργός Hortelano-Encargado y suplica el aplazamiento, comprometiéndose a remover la tierra y añadirle abono (¡perdónalos porque no saben lo que hacen!) y Él abonó la tierra con su Sangre y sus dolores. El Hortelano-Encargado pide plazo y eso es Misericordia, no cegarnos la vida hoy, sino darnos un mañana para que al fin demos cosecha. No se escribe el último día hasta que demostremos incapacidad para superarnos.

En la Primera Lectura hay otro acto de inmenso amor, digamos mejor, de inconmensurable amor: “He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, he escuchado cómo se quejan por los malos tratos que les dan los capataces. Sí, me he dado cuenta de sus sufrimientos. Por eso baje a librarlos….”.

Todo esto está envuelto en ese manto de amor, ternura y dulzura que es la Zarza ardiendo, la aclaración de que esa es una tierra sagrada, el requerimiento de los pies descalzos; pero, muy especialmente la entrega del Nombre, dejar conocer el nombre era como exponerse hacerse vulnerable, arriesgarse a dejarse dominar, controlar, manipular. Es doblegarse, es comprometerse a que lo dominen y lo gobiernen, a que lo invoquen, a que lo obliguen a comparecer. Dar el nombre en esa cultura era acceder a que lo tuvieran al servicio, era no poder volver a ocultar el rostro y estar condenado a poner la cara cada vez que se le nombrara. Al dar el nombre, da las claves “descifratorias”, es decir, se hace siervo, se hace esclavo, se entrega sin reservas, como se entrega un enamorado, un verdadero enamorado! Ese enamorado es el legítimo, Él es el que Es (lo cual también implica que ¡no dejará de ser! Que será por los siglos de los siglos lo que lleva inherente que es un amor fiel y perdurable; no es amor de un momento, no es amor voluble e inconstante. Es ¡amor verdadero! ¡Amor-Divino!


Entreverada con esta declaración de amor, que también entraña una “petición de mano”, se confunde una aclaración: Hay que discernir entre el mal y las consecuencias del mal. No se les puede confundir. Nosotros, muchas veces, vemos el mal en las victimas de la violencia, en aquel que fue atracado, o robado, o en el que sufre por su pobreza extrema, o en aquel que es víctima del expolio; pero esas son ¡las consecuencias del mal! El mal está en el que roba, en el que ataca, en el que expolia, en el que se enriquece o se aprovecha de la pobreza para victimizar al otro. El mal está en Pilatos que manda matar a los que ofrecían sacrificios, que no eran más malos que otros galileos que no murieron y que siguieron viviendo tranquila e indiferentemente. Tampoco aplastó la torre a 18 personas porque fueran malas, porque no eran más ni menos malas que otros hierosolimitanos.

Cuando el mal ingresa en el torrente sanguíneo de la sociedad esa “sangre mala” puede enfermar cualquier órgano del cuerpo-social y no necesariamente a los más malos, ni tampoco a los directos responsables de esa maldad. La sangre mala victimizará posiblemente a un justo, a un inocente… y no necesariamente -como se lo imaginaba la mentalidad ingenua-mecanicista que el mal le rebotaba al malo y el malo lo pagaba… Parece lo justo, pero de haber sido así, Jesús, amor de los amores, el eterno enamorado de la humanidad, no habría terminado en la cruz.

«Señor, Señor, ten piedad de mí
Y de nosotros… me arrodillo
Y pongo la frente en la tierra…
Dame un año más, cada año un año más
………………………………….
Para sentir el amor…
Vengo a pedirte un año más.»[1]

Danos un año más, a mí y a mi pueblo. Para tener la oportunidad de glorificarte, de amarte, más y mejor, de ofrecer frutos de misericordia, un año más para poderte amar con toda lealtad y con toda honra, a Ti el Poder y el Honor y la Honra y la Gloria por toda la eternidad.


Sólo nos resta hacer énfasis en un detalle: ¿a quién escoge Dios por interlocutor para hablarle desde la zarza que ardía sin consumirse?: ¡a un pastor! Porque el pastor es, por  excelencia, el que cuida, el que protege,  el que defiende del lobo, el que se la juega por su rebaño: Y así era Moisés. Según el estilo del Padre: ¡Misericordioso! Con entrañas que se conmueven más y mejor que las entrañas de una madre. Así son las entrañas de Dios-Padre, “el Entrañable”.




[1] Cymbler, Elior ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA. Union Lake Media Corp. Ltda. Bogotá Colombia. 2001

sábado, 20 de febrero de 2016

PERMANECER FIELES


Gn 15, 5-12.17-18; Sal 26,1. 7-8a. 8b-9abc. 13-14;  Fil 3, 17-4,1; Lc 9, 28b-36


Como sólo Dios debe ser escuchado, habla bajo y como quiere. El menor ruido ahoga su voz.
Julian Green

El tema del Encuentro con Dios es el de ver a Quién nos encontramos, y no pretender ver lo que esperábamos ver.  Muchas veces queremos que Dios sea conforme a nuestras expectativas, o según nuestra imaginación, queremos un Dios hecho “sobre medidas”, y ¡claro está! según nuestras medidas. Eso es lo que nos encontramos en los discípulos, aún los más cercanos (Pedro, Santiago y Juan), y todos los que estaban esperando la llegada del Mesías, aguardaban todo lo contrario de lo que Dios es. Difícil y duro dejar a Dios ser Dios. Eso es obediencia, confianza y fidelidad.


Es curioso, porque Dios siempre dio pistas para que lo esperáramos revestido de suavidad, dulzura, ternura. No se insinuó como fuerza violenta, ni auguró un rostro prepotente y tiránico.  Es cierto que se mostró poderoso, pero su poder no era de la fuerza por la fuerza, sino más bien, el de la suavidad del viento. Sí, sobre las pistas que nos ofreció –desde el principio- está el encuentro con Elías: Dios ni estaba en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni estaba en el fuego, ¿Dónde estaba Dios? En la brisa apacible! (Cfr.1Re 19).

El encuentro con Dios nos lleva a “desacomodarnos” de nuestros prejuicios sobre Él, pero también nos saca de nuestro nicho confortable, que es la mismísima modorra espiritual, y –así como hace la mamá con sus gorriones- los impulsa al vuelo. Además, nos propone un vuelo hacia las “alturas”, simbolizadas por esos “montes” bíblicos, donde el ser humano alcanza sus más “altos” vuelos. En esos montes, nuestras alas despliegan el poder del águila. Entre esos montes tenemos el Moriah, el Horeb, Sión, el monte de los olivos y el Gólgota. «… se nota siempre en Lucas, la atención al lugar: el desierto, un lugar aislado, la montaña, la noche, el Getsemaní, el calvario (Lc 6, 12; 9,18; 9,28; 11,2-4). Humanamente hablando son los lugares de las soledades más profundas y más dramáticas: son las soledades ofrecidas por la naturaleza o causadas por la vida.»[1]


Sí, vale la pena ser enfáticos: Dios nos impulsa a salir, nos llama primero que todo al éxodo. El éxodo tiene un valor purificativo, es dejar atrás vicios, liberarnos de las manías inherentes a vivir en la esclavitud y sus malsanas costumbres; 40 años vagando por el desierto es “toda una vida”. Y es muy interesante que el motivo que le dio a Abram para salir, haya sido la promesa de “una tierra”: Así, ¡El hombre vaga toda la vida buscando llegar a “la tierra prometida”!

Claro que el “encuentro” con Dios ofrece a los labios las mieles más dulces; pero, no podemos pretender quedarnos allí, es absurdo querer hacer tres “tiendas” para quedarse empozado en el “encuentro”, eso es no saber lo que se está diciendo. ¡Una barbaridad! Eso es malversar el impulso vital que mana del “encuentro”. Si el Señor nos sale al encuentro es para dinamizarnos, para motivarnos, para activarnos, para movilizarnos. Y después, inmediatamente después, bajar del monte.


Sí, nos es lícito conservar en los labios la miel de esa experiencia, sus suaves y acaramelados almibares nos impulsarán siempre; quien los ha probado ya no quiere descansar hasta arribar a esa tierra “que mana leche y miel”. En verdad, en verdad, que la experiencia del encuentro con Dios en lo alto de la montaña, vaticina –desde ya- que en el ADN de nuestra vida espiritual está el gen de la inmortalidad.

Así es, el encuentro alude y augura la resurrección; y no sólo la de Jesucristo, sino la nuestra, que Él nos ganó al precio de su propia Sangre, para que vivamos firmes en la certeza… οὐρανοῖς ὑπάρχει, ἐξ οὗ καὶ Σωτῆρα ἀπεκδεχόμεθα Κύριον Ἰησοῦν Χριστόν, “del cielo, de donde esperamos que venga nuestro Salvador Jesucristo”. ¿Para qué lo aguardamos? Para que nos haga copartícipes de su resurrección: ὃς μετασχηματίσει τὸ σῶμα τῆς ταπεινώσεως ἡμῶν σύμμορφον τῷ σώματι τῆς δόξης, o sea, para que trasforme nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso. Es, siguiendo esta vía que nuestro cuerpo alcanzará la “perfección” de ser miembros del Cuerpo Místico de Cristo: «… a Abraham: “Yavé se le apareció y le dijo: ‘Yo soy el Shaddai, anda en mi presencia y sé perfecto’”».[2] No fuimos creados para terminar en barro o en polvo, Dios que nos pensó desde la eternidad, nos llama al peregrinar (o “vagabundeo”, depende de cómo lo vea usted) de la vida para que al final, nos sumerjamos en la nada, sino para que alcancemos esa tierra de promisión que es un cuerpo glorioso semejante al Cuerpo de Cristo; y aquí es donde viene todo su poder, el de transformarnos porque se le ha dado dominio sobre todas las cosas: κατὰ τὴν ἐνέργειαν τοῦ δύνασθαι αὐτὸν καὶ ὑποτάξαι αὑτῷ τὰ πάντα.

Su poder, el que “reveló” durante su Transfiguración, será del que hará uso para “glorificarnos” junto a Él, elevándonos a la gloria, que es su Gloria. Por ese ADN espiritual y sus reverberaciones es que “el corazón nos invita a buscarlo y buscándolo estamos”, como lo proclama el Salmo 26 de la liturgia de este Domingo. El Señor ha hecho una “alianza” con nosotros, y nos ha asegurado vastísimas posesiones, de un confín al otro de la tierra. Seámosle fieles, armémonos de valor y fortaleza para perseverar en esa fidelidad.


Pero esta hermosísima vivencia tan reconfortante, esperanzadora a la vez que prometedora se da en un marco de oración. Ya el primer versículo de la perícopa nos informa que Jesús había ἀνέβη εἰς τὸ ὄρος προσεύξασθαι. “subido al monte para hacer oración”. «El verbo “oraba” aparece a menudo en el tercer Evangelio: diecinueve veces el verbo “proseúchesthai” (Lc 11,1)(orar, implorar) y ocho veces el verbo “deistai” (pedir, implorar Lc 5, 12).»[3]

La experiencia de Abrahám tanto como la de la transfiguración son experiencias de “encuentro”, de “conversación”, son Teofanías o  Cristofanías, donde Dios nos presta su amistad y nos regala su presencia y se nos manifiesta y revela para encender nuestra fe con los más vivos fuegos y llevarnos a vivirla con hechos y con compromiso ilimitado, de tal manera que nuestro ejercicio de la fe no sea llama de un momento sino permanencia de toda una vida; para que no seamos hoy fuego y mañana tibieza o frialdad. Que la llama de nuestro amor a Dios se pueda comunicar en la continuidad y en la duración indefinida, hasta el último aliento.




[1] Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá Colombia 1998. p. 81
[2] Loew, Jacques. EN LA ESCUELA DE LOS GRANDES ORANTES. 2da ed. Narcea S.A. de ediciones. Madrid-España 1977 p. 211
[3] Masseroni, Enrico. Op. Cit. p.80.

sábado, 13 de febrero de 2016

“LA ESCRITURA DICE”


Deu 26, 4-10; Salmo 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15; Rom 10, 8-13; Lc 4, 1-13

… si hay tentaciones, es decir, provocaciones al egoísmo, al miedo, al odio…, también hay, y mucho más fuerte, la presencia de Dios. Tenemos a Dios con nosotros.
Dom Helder Câmara

¿Cuál es el armamento que Jesús usa para enfrentar las tentaciones? ¡Jesús recurre, frente a cada ataque, a una cita de tomada de las Sagradas Escrituras! Esta primera observación ya por sí entraña una rica enseñanza: La Escritura es nuestra defensa, es –también- nuestra protección frente a las insidias del Malo, cuyas emboscadas nos asaltan en cada curva del camino. La Escritura, podemos verla así, como defensa y protección, siendo Ella mucho más que solo eso. La Escritura es –en primer término- donación, entrega en Espíritu generoso, manifestación y revelación. Sí, es don, don-Divino, herencia del Padre, que a través de ella nos da Identidad de pueblo de Dios.


Esa “Identidad” es, no solamente legislativa, si bien es cierto nos da una serie de pautas y de preceptos mostrándonos qué espera Dios de nosotros como respuesta a su Amoroso Llamado, también es relato que nos retrata en el proceso de nuestra conformación como Pueblo de Reyes y Asamblea Santa, como Pueblo Sacerdotal. Esa descripción de nuestra estructuración conducente a llegar a ser Cuerpo Místico es nuestra “historia”. En este Primer Domingo de Cuaresma se nos entrega en la Primera Lectura –tomada del Libro del Deuteronomio- una página de esa historia: Partiendo de una “comunidad” nómada (integrada por tan solo un puñado de personas), que se vio obligada a emigrar a Egipto, donde creció en número y se fortaleció. A raíz de lo cual, los gobernantes egipcios empezaron a ver en ellos un peligro, una amenaza y les impusieron –a manera de talanquera- una pesada cadena de esclavitud. Esta Comunidad tenía como rasgo cohesionador la creencia en un Dios (el Dios que les habían enseñado sus padres), al que, al verse en esta dura condición “invocaron” y Quien escucho sus súplicas y mostró con ellos –para favorecerlos- su Brazo Fuerte y Poderoso. Dios no sólo obró para ellos un prodigio liberador sino que además los condujo a un lugar, que les entregó, una tierra rica y fértil.

En Efecto, la Sagrada Escritura no solamente es un compendio legal, un conjunto de leyes y normas que rigen la conducta de este pueblo, es además, una página histórica que, al darle un referente del proceso de conformación, les da carta de unidad en esa historia compartida, en su trasegar juntos; sino que –aún hay más- es también una guía litúrgica, marcándoles los hitos del culto, y los gestos de ad-oración con los que ese pueblo daba gracias por la deferencia que su Dios les había tenido y el trato de especial predilección y hondo cariño con que los liberó, los preservó, los condujo y les dio “patria” (una heredad dada por el Padre).

Es ley, es historia, es liturgia y, además es escudo de protección contra las acechanzas del Maligno, siempre dispuesto a engañarnos con sus mentiras, mientras el Padre Celestial nos revela sus verdades para que nos afinquemos en ellas. Plantemos nuestros pies en sus enseñanzas porque nos vienen del Dios que nos cuida, nos ama, nos provee, vela por nosotros y nunca nos deja, sino que camina a nuestro lado, interesado en todo cuanto nos pasa. Solidarizándose con nosotros, escuchando nuestras súplicas, fijándose en nuestras humillaciones, en nuestros sufrimientos y aflicciones, haciendo gran despliegue de todo su poder para salvarnos. ¡Alabado sea eternamente un Dios tan bueno como lo es nuestro Dios!


Hemos de enfatizar que las tentaciones nos muestran las caras de nuestra debilidad: el ansia de poder, de tener y la ambición así como el apetito de la arrogancia. Y la Palabra de hoy nos conduce a sabernos miembros de una Comunidad que asume la amistad con Dios. Esa amistad  se expresa en ser como su “Ungido”, Cristo ha recibido la unción porque, así nos lo dice la primera línea del Evangelio de hoy, que “Jesús, lleno del Espíritu Santo” va a vivir esta experiencia tan humana como es el ser tentado. Y, Él que se solidarizó con nosotros en todas nuestras fragilidades, nos muestra que es posible salir airoso de la prueba, y nos propone y comparte el blindaje que Él mismo uso: La Palabra de Dios. «como siempre, también hoy vivimos sumergidos en Dios. Dios no está frente a nosotros o a nuestro lado. Estamos sumergidos en Dios. Caminamos dentro de Dios, hablamos desde dentro de Dios. ¿Qué tentación puede, entonces, abatirnos, si estamos dentro del Señor?»[1]


Sin embargo, y resulta muy curioso, el Diablo conoce también la Escritura, y la conoce al pie de la letra. Muchos han visto en este episodio de las tentaciones un debate entre teólogos; y es cierto: El tema es, aparte de expresarnos el valor de la Sagrada Escritura como escudo de defensa, también el asunto de la correcta interpretación. Reaparece con extrema fuerza la necesidad de conocer la Palabra de Dios en su totalidad y no quedarse con fragmentos que se pueden acomodar para pretextar lo que se quiera. A cada “cita” del Malo, Jesús le puede “ripostar” precisamente con el complemento exacto, aquel otro aspecto que es la contracara de la parcialidad desviada y desenfocada que blande el padre de la mentira.

Dulce y Tierno es nuestro Padre Celestial que nos enseña y nos muestra la  fuerza que entraña nuestra debilidad y nos muestra cuan sólidos somos a pesar de nuestra fragilidad; y que nos ha dotado de una armadura que es la garantía de la victoria sobre los engaños del que busca perdernos. Oración, ayuno y penitencia son las claves de la vivencia cuaresmal pero todo esto vivido desde y a través de la Palabra que es la antorcha que vence las tinieblas del Mal. Desde ahí, vivir la caridad misericordiosa de estos cuarenta días preparatorios a la Oblación del Ungido por amor a nosotros y para hacernos salvos y sanos. Vivamos esta experiencia como un viacrucis (camino de la cruz) que es via lucis (camino de la luz), porque es conciencia del Amor y la Fidelidad de Dios para con nosotros.







[1] Helder Câmara, Dom EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander –España 1985 p. 43

sábado, 6 de febrero de 2016

DISPONIBILIDAD DE LOS CONVOCADOS


Is 6, 1-2. 3-8; Sal 138( 137), 1-2a. 2bc. 3. 4-5.7cd. 8bc; 1Cor 15, 1-11; Lc5, 1-11

Si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó, entonces alcanzarás la salvación.
Rm 10, 9

Jesús instituye a los Doce con una doble misión; “para que estuvieran con Él y para enviarlos”.
Benedicto XVI

La Primera Lectura, se toma del Libro de Isaías y, nos llama la atención la centralidad que tiene los “labios”, y en general la “palabra” en esta perícopa. Efectivamente, el serafín (palabra que traduce “ardiente”, en el mismo sentido que a los dos de Emaús les “ardía el corazón al escucharlo”), no purifica los ojos del que va a ser profeta, ni su sentido del tacto, ni su olfato. La brasa, sacada y manejada con “tenazas” para la purificación, está dirigida a la boca: porque este es el “órgano” profético.  El profeta es consciente de ello, puesto que le preocupa que su pueblo sufra de impureza precisamente en los labios así como él mismo se reconoce pecador por culpa de sus labios. (Los labios serán “ardidos” para que queden purificados). Y, una vez ha sido purificado, ¿qué tarea se le encarga? ¿Para qué ha sido vocacionado? El texto lo expresa contundentemente:


-El preguntar “¿A quién he de enviar?” se ve que él ha sido vocacionado para asumir un envío.
-Al preguntar “¿Quién me servirá de mensajero?” se manifiesta con mayor intensidad el papel de “profeta”, es decir, de portavoz, de trasmisor, de heraldo. «El profeta se sabe enviado por Dios para ser su portavoz: “Ve y di”.»[1]
La perícopa concluye con la aceptación del envío: “¡Aquí me tienes, mándame!”
Nos damos de frente con el corazón de la liturgia de este Quinto Domingo Ordinario del ciclo C: La respuesta del que fue “llamado” para ser Απόστολος “enviado”.


Los primeros Domingos de este ciclo leímos la Palabra en clave de Epifanía, porque Dios mismo nos estaba mostrando que Jesús era su Hijo, así lo vimos en el episodio de los Reyes Magos, en el Bautismo de Jesús y en las Bodas de Caná e –inclusive- cuando Jesús tomó el rollo de Isaías y leyó aquella Palabra que se hizo verdad al leerla Él, y que se sigue haciendo verdad toda vez que seamos capaces de ver en Jesús al Mesías, al Esperado, al Salvador.

Pero, a partir de Lc 4, 13 podríamos ver un cambio de talante en el Evangelio Lucano. Ya no está centrado en “revelar” a Jesús como el “Ungido”, ahora, empieza Jesús a revelarse, en sus acciones como “liberador”. Y el texto que leímos en el Evangelio del Domingo anterior, mostraba que el “mensaje” no era exclusividad de Israel, sino que la Palabra se anuncia allende las fronteras, porque no tiene fronteras, es ¡para todo el mundo! Y –aquí- debemos añadir que el anuncio es indispensable: «es necesario el anuncio porque el nacimiento de Dios en medio de nosotros no se puede deducir con ningún razonamiento ni se puede producir con ningún esfuerzo humano. Ninguna otra premisa, sino la promesa de Dios, está en condiciones de darnos a conocer el don de Dios.»[2]

Y vimos a esa gente judía enardecida porque el anuncio no lo podían acaparar y, ya entonces, como suele suceder y sigue sucediendo, al que no piensa igual, al que no cree lo que nos gusta, se le quiere “borrar del mapa”. Nos llamaba la atención el Padre Alberto Parra s.j. que esta había sido la primera actuación pública de Jesús y ya desde ese momento, lo primero que pensaron fue en matarlo.
Demos, ahora, un mínimo vistazo al contenido del κηρύσσωanuncio”. Contiene los siguientes siete aspectos.
-Cristo murió por nuestros pecados en cumplimiento de las Escrituras
-que fue sepultado
-que resucitó al Tercer Día, también según las Escrituras
-que se apareció a Céfas y luego a los Doce.
-después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez…
-Luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles.
-Finalmente, también se le apareció a San Pablo.

Y lo seguimos, para comunicarlo, no por seguirlo, sino ¡para transparentarlo!


Para abordar esta tarea, “católica” (recordemos que la palabra católico significa “universal”) Jesús requería un “equipo” de “anunciadores” y es eso lo que nos muestra la Liturgia de la Palabra este Domingo. El salmo responsorial que proclamamos en esta jornada 138(137) está comprometido -desde ya- en esa tónica: «…este mensaje, esta “palabra” (aparece dos veces en este salmo) recibida gozosamente por Israel, y destinada un día a todos los hombres. “Te alabarán todos los reyes de la tierra, cuando oigan las palabras de tu boca”. Los reyes representan a su pueblo; a través de ellos, todos los pueblos darán gracias a Dios, en el día escatológico del Mesías. ¡Admirable visión universalista!»[3]

Como lo señalábamos arriba, en la Primera Lectura, ya está este tema de la vocación para ser “mensajeros” portadores de la “noticia” salvífica en tanto que liberadora. Y se destaca que el anuncio es una comunicación verbal donde la Palabra desempeña el rol protagónico.

¿Cómo se asume la misión? ¿Cómo se asume el envío? Ahí está el quid del asunto: ser capaces de “dejarlo todo y seguirlo”. Sin dilaciones, sin plazos perentorios, no se pide permiso para ir a enterrar a “sus” muertos, porque a los muertos los entierran los “muertos”; los vivos están muy ocupados, porque están comprometidos con la Vida; con la Vida inagotable, la de la gracia!


El marco espacial de la perícopa del evangelio es el lago de Genesaret, «Para el antiguo Israel el mar era un símbolo de las naciones paganas. Por lo tanto, ya podemos sospechar un simbolismo: la enseñanza de Jesús se extenderá por todas las naciones…»[4] Una vez más retornamos sobre la idea de un mensaje sin exclusividades, un anuncio que llega para “globalizarse”, en el mejor sentido de esta palabra.

Es clave para entender el texto que Jesús se sentó en la barca a “enseñar a la gente”, luego, enseñar a la gente es la traducción correcta para la expresión “ser pescador de hombres”. La barca es la comunidad eclesial, hemos sido llamados para “echar la redes” y, así nadie tenga pretexto de habérsele negado la oportunidad de subir a la barca de la “Comunidad Creyente”.

Podemos amarrar las barcas y seguirlo, o, quedarnos lloriqueando a la vera del camino…



[1] Equipo “Cahiers Evangile” PRIMEROS PASOS POR LA BIBLIA. Ed. Verbo Divino Estella (Navarra) – España 1992 p. 19
[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo 3ª edición. Bogotá-Colombia 2014 p. 63
[3] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. Tomo I e. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996 pp. 253-254
[4] Stornilolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE SAN LUCAS. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p. 58