sábado, 31 de octubre de 2015

PARA LLEGAR A ESTAR ANTE EL TRONO Y EL CORDERO



Ap 7, 2-4, 9-14; Sal 23, 1-2. 3-4ab; 1Jn 3, 1-3; Mateo 5, 1-12

Para entender las bienaventuranzas hay que partir de la apódosis, es decir, de la promesa vinculada a cada una de ellas.
Raniero Cantalamessa

Los siglos II y I antes de nuestra era, asistieron en Roma -entre las familias de prosapia- al auge de un pensamiento en el que dominaba la idea de sobriedad. Ese impulso a la sencillez iba acompañado de un rechazo del lujo y la sofisticación. Así llegó a dominar en aquella sociedad un ideal virtuoso, acompañado de cierto sentido de desprendimiento, de prudencia, fortaleza y autodominio; sin esperar demasiado, sin desear demasiado, sin angustias frente a lo inevitable, asumiendo con resignación lo que no podemos cambiar. Esta posición iba acompañada de otro valor, un sentido de fraternidad universal que superara las distinciones de sexo, clase social, raza, la distinción entre libres o esclavos.
Pero este modo de pensar, lleno de altos y nobles valores puede llevarse hasta la frontera de la indiferencia, de la indolencia, de la abulia. Así, se puede fetichizar un ideal estoico reduciéndolo al quietismo, a la pasividad a la ausencia de compromiso.


Muchos han creído que la santidad que busca el discípulo cristiano tiene que estar dominada por un “desinterés” absoluto. Algunas maneras de enfocar el cristianismo rayan en el límite de pedir el desprendimiento de no querer nada, de no aspirar a nada. Tenemos que decir que la fe que nos mueve está –por el contrario- imbuida del mayor interés, un interés que visto a fondo, es bastante egoísta, es el afán por poseer y alcanzar los bienes supremos, también supremos en durabilidad.

Y eso es lo que pasa, no es que no ambicionemos nada; es que anhelamos alcanzar los bienes duraderos, más aún, nos afanamos por los bienes eternamente duraderos. Queremos alcanzar la contemplación directa del rostro de Dios y por eso desdeñamos los bienes fungibles. Y es que “El reinado de Dios se parece a un tesoro escondido en el campo, que al descubrirlo un hombre, lo vuelve a esconder, y todo contento, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo.” (Mt 13, 44). Aquí se pone en evidencia que al desprenderse de todo no persigue quedarse con nada; por el contrario- es que quiere poseer un bien, sólo que se trata de poseer uno más valioso. También en la parábola de aquel que vino a ponerse de rodillas ante Jesús, se ve un interés muy claramente definido: “¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?”(Mc 10, 17e) Quiere decir que aun siendo rico –como el verso 22 nos lo deja saber- sentía que no alcanzaba la posesión de lo que es realmente valioso, y andaba en pos de ello, pero –y he allí lo triste- sus propiedades lo habían encadenado, robándole su libertad para poderse desprender de todas sus posesiones y haber “comprado aquel campo”. ¿Cuál campo? ¡Pues el reinado de Dios! Ese es el discipulado, abandonar lo pasajero, lo deleznable, lo fútil y dedicarse a lo incorruptible, a lo trascendente a “todo lo que sale de la boca de Dios”; consagrar la vida a lo que el Señor nos muestra como la vía a la verdadera felicidad, o sea la ruta a la bienaventuranza.

Así pues, esa dedicación que Jesús ha venido mostrando con los suyos,  en estos últimos Domingos del año litúrgico nos han traído a este Domingo –el XXXI- donde por pura coincidencia nos ha correspondido celebrar la Fiesta de Todos los Santos y Santas del Cielo, entregándose a enseñarles la ruta y mostrarles sus opciones y compromisos. Miremos atentamente lo que nos dice San Juan en la Segunda Lectura: “Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que espera en Él de esa manera se purifica, como Él es puro.” (1Jn 3, 2-3) es decir, el tesoro que hemos encontrado es el de “seguir a Jesús” y ese discipulado es el tesoro por el que vale la pena renunciar a todo lo demás.


Permítasenos una parrafada  del Padre Gustavo Baena S.J.: «Si Cristo no está en las personas, no está en ninguna otra parte, porque la presencia de Cristo sólo es posible en personas: No puede estar en una vaca, ni en un caballo, ni en un asiento, ni en ninguna cosa. O está en personas o en ninguna parte. Qué tal que ustedes dijeran que están presentes personalmente en una caja de galletas. Una caja de galletas no resiste la presencia de una persona; quien resiste la presencia de una persona es otra persona. Esa es una verdad, de estilo metafísico, es decir, de coherencias metafísicas… en la comunidad, Cristo está en las personas y las que son sacramentos de Cristo son cada una de las personas. ¿Qué es lo fundamental? Lo fundamental de un sacramento es que Jesucristo  habite en la persona por su espíritu y al habitar en ella, hace del cristiano otro Cristo. Nosotros no somos parecidos a Cristo porque nos hayamos puesto a imitar a Jesús…. Escuchemos la fábula del sapo y la vaca: “Había un sapo bien grande, y vio en un prado a una vaca y le pareció enormemente bella. Entonces dijo el sapo, qué bueno ser vaca porque yo al fin y al cabo, si me mido por la cabeza, soy grande. Qué bueno que yo me inflara, porque yo soy una cabeza grande pero arrugada, y si yo me inflo como la vaca. Llego a ser como ella. Entonces el sapo se puso a hacer esfuerzos para ser como la vaca y se estalló, se reventó”… El ser humano no es capaz de ser como el otro. Algo más, si ustedes trataran de imitar a Jesús, quiere decir que renuncian a ustedes mismos para ser como el otro… Uno no llega a ser como Jesucristo imitando a Jesús, sino dejándose poseer por Jesús, para que haga de mí ese mismo Jesús, otro Jesús.»[1]

No se trata de imitación sino de disposición, de apertura, de disponibilidad para el seguimiento fiel, es decir: fe y obediencia. ¡Aun cuando muy poco nos guste esta palabra hoy día! Como nos lo recuerda la primera lectura de este XXXI Domingo Ordinario del ciclo B: “La alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias, el honor, el poder y la fuerza, se le deben siempre a nuestro Dios. ¡Amén!”(Ap. 7, 12)

¡Sí! No podemos ser como Jesús, nos estallaríamos, pero podemos abrirnos a su escucha, podemos hacer dócil nuestro corazón, en el mismo sentido que lo hizo Santa María, Madre de Dios: “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38c) “¿Quién subirá hasta el monte del Señor? / ¿Quién podrá entrar en su recinto santo? / El de corazón limpio y manos puras / y que no jura en falso”. (Sal 23, 3-4) Así, enfrentados a la dificultad para alcanzar la talla del Maestro, Él mismo nos da las pautas ruteras para poder “entregarnos”, para alcanzar la “conversión”. Estas pautas “camineras”, estas señales del tráfico metafísico son las bienaventuranzas.


No habíamos notado que la primera y la última de las bienaventuranzas están en presente pero de la segunda a la séptima están en futuro, como una ratificación de su apódosis; porque no es la pobreza en sí misma la que nos abre las puertas; es la providencia generosísima de Dios y la gracia del Espíritu Santo que sopla donde quiere. Así que por su tiempo verbal las bienaventuranzas son escatológicas, se refieren el ya pero todavía no. Tienen un incuestionable valor antropológico porque nos dicen como el hombre transita hacia el punto Omega y puede acrecentar sus potencialidades pero también son ricas como soteriología, porque entrañan la promesa de lo que se recibirá: la salvación de la herencia que es la vida eterna. ¡Siguiendo la ruta que nos proponen, nos salvaremos!

La Iglesia no hace santos, solamente declara y formaliza ante la comunidad creyente que hay quienes han transitado la ruta y eso no hace otra cosa que demostrarnos que es muy difícil, pero, que ¡para Dios no hay imposibles!



[1] Baena, Gustavo. S.J. LA VIDA SACRAMENTAL. Col Berchmans Santiago de Cali- Colombia 1998. pp. 27-28

sábado, 24 de octubre de 2015

VER AL MAESTRO Y SEGUIRLO




Jer 31, 7-9/Sal 125, 1-6)/ Heb 5,1-6/ Mc 10, 46-52

No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.
J. A. Pagola

Muchas posesiones pueden ser un lastre que nos impida ser discípulos y se frustre así nuestra vocación. Seguir al Señor, por el contrario, está condicionado por que nuestras pertenencias -pocas o muchas- puedan ponerse al servicio de los pobres. Esto fue lo que le paso a la persona que se arrodilló ante Jesús en el Evangelio del vigésimo octavo Domingo ordinario de este ciclo B.

En el Domingo vigésimo noveno, los “discípulos”, los que “ya” se habían decidido al seguimiento están  totalmente ciegos, no pueden “ver”, o sea, no se pueden dar cuenta de a quien están siguiendo, porque no van en pos de los valores que Jesús representa, sino de otros intereses egoístas, ocupar ciertos “puestos de poder” al lado del Mesías, perfectamente podemos asumir el discipulado pero no ir tras Jesús sino tras de otros intereses, tras una fantasmagoría surgida de una falsa concepción del Salvador.

Cuando Bartimeo, este Domingo trigésimo, llama a Jesús  υἱὲ Δαυίδ Ἰησοῦ, ἐλέησον με, Hijo de David ten compasión de mí. Mc 10, 47c, nos es lícito pensar que pese a su ceguera “física”, había oído hablar de Jesús y le habrían dicho que era el Mesías puesto que al llamarlo “Hijo de David” le está llamando Mesías; valga decir que Bartimeo había sido informado que por los caminos de Judea andaba el Descendiente de David, el Mesías que aguardaba el pueblo judío, el que restablecería el esplendor que había tenido la nación en los tiempos de David.

¿En qué radica la diferencia? Pues en que Bartimeo no tiene nada, mejor dicho, sólo tiene su manto-cobija, esa es toda su posesión, y en ese tener mínimo –que prácticamente equivalente a tener nada- radica una profunda libertad que conduce a la disponibilidad. Nada le pesa, nada es rémora para su avance, va totalmente “ligero de equipaje”. Ya Jesús había ordenado a sus discípulos no andar con equipajes que entorpecieran su libertad para ir y venir, ni siquiera les autoriza llevar un manto de repuesto; como lo hemos dicho antes, el requisito es la ligereza del equipaje”, sacudirse todo aquello que pueda impedir andar con desprendimiento, darse, entregarse generosamente.

Bartimeo no poseía ni siquiera un nombre, lo recordamos como el hijo de Timeo, lo que no es un nombre “propio”, sino un nombrar a alguien nombrándolo por referencia a su papá. Se podría aseverar que no era persona “importante” puesto que de haberlo sido se le habría conocido por nombre propio. Así de ligero es el equipaje de “Bartimeo”. Por eso, no le cuesta nada abandonar el manto: ὁ δὲ ἀποβαλὼν τὸ ἱμάτιον αὐτοῦ ἀναπηδήσας ἦλθεν πρὸς τὸν Ἰησοῦν.  Arrojó el manto, se puso de pie y se acercó a Jesús. Mc 10, 50.

Veamos la otra diferencia garrafal: Bartimeo no está anclado a la referencia que le han dado de Jesús, le han dicho que es el Hijo de David, pero esta “noticia” no bloquea su apertura. Ante la pregunta de Jesús: τί σοι θέλεις ποιήσω  ¿Qué quieres que te haga? Mc 10, 51b, Bartimeo no pide ser agrandado en títulos u honores, no pide cargos preferenciales, no pide prerrogativas para dominar a otros ni riquezas para someter a alguien. Pide lo esencial, lo fundamental, lo más necesario. ¿Qué puede ser lo más necesario para un ciego? ῥαββουνί, ἵνα ἀναβλέψω. Maestro, que pueda ver Mc 10, 51d. Esa petición implica, además de llegar a tener la capacidad física de ver, tener la claridad intelectual para “ver”, para darse cuenta de la realidad, para ir a la Verdad, la que muchas veces queda oculta a una mirada superficial o prejuiciosa.


Por eso enfatizábamos que Bartimeo no se ata al prejuicio que le han dado sobre Jesús. En otra curación milagrosa de Jesús, el Divino Maestro ordena, Effetá. En el caso de Bartimeo esta etapa de la curación ya está superada, Bartimeo ya está “abierto”, disponible para aceptar la Verdad en su vida. Los propios discípulos sufren de “cerrazón”, no aciertan a entender a su Maestro, andan con Él sin entenderlo  cabalmente, Él les dice y les enseña algo y ellos lo tergiversan. El mismísimo Pedro, ante el anuncio de la pasión del Señor, cree tener derecho a regañarle  tratando de “corregirle” la visión a Jesús. Esa ceguera que solemos sufrir conduce a uno de los regaños más duros del Maestro a uno de sus discípulos: “Vade retro satána”, y luego, “piensas como los hombres y no según Dios”. Mt 16, 23b.d.

En cambio Bartimeo, no piensa como los hombres, por decirlo de alguna manera podríamos decir que “suspende el juicio” en espera de ser instruido: Ese es el verdadero discipulado. El que no se hace a una imagen y se aferra a ella, sino que se mantiene abierto a la “Revelación” dispuesto y abierto a oír y ver. Así al conocer a alguien no se puede prejuzgar o pretender mantenernos en cierta imagen recibida, preconcebida, sino “abrir los sensores” para un conocer directo y no de oídas.


ὕπαγε, ἡ πίστις σου σέσωκεν σε. καὶ εὐθὺς ἀνεβλέψεν καὶ ἠκολούθει αὐτῷ ἐν τῇ ὁδῷ. “Ve, tu fe te ha salvado. . Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino.” Mc 10, 52b-d. Bartimeo no posee nada, ni prejuicios; por eso alcanza la Gracia y la bendición de ser el último discípulo que Jesús gana antes de entrar en Jerusalén, allí tendrá lugar el episodio conclusivo de su vida mortal. Si Bartimeo hubiera sido un “rico”, se habría aferrado pertinazmente a la “noticia” que tenía de Jesús; habría porfiado en su idea preconcebida. Esta clase de ricos son los “teóricos” que se agarran a su “teoría” como un bebé se agarra a su frazada. El discípulo debe ser “libre” para poder ver “lo que es” y no sus ideologías.

sábado, 17 de octubre de 2015

DISCIPULADO: NO ES “HACER CARRERA”




Is 53, 10-11; Sal 32, 4-5. 18-19. 20 y 22; Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45

Recordad que es Cristo quien obra a través de nosotros; nosotros somos meros instrumentos para el servicio. No se trata de cuanto hacemos sino de cuánto amor ponemos en lo que hacemos.

Afiche en la Casa-Madre de las Misionera de la Caridad

Si las exigencias evangélicas llevan a la libertad del amor, y a la pobreza del olvido de sí, es porque la persona que las propone es Él mismo un libre y un pobre olvidado de sí.

Segundo Galilea. 

¿Dónde nos hemos quedado la semana pasada? El XXVIII Domingo dejamos en una cita: «El desprendimiento ante el prestigio, ante la crítica, ante las diversas formas de “poder” y de “hacer carrera” son formas de pobreza a las que Dios llama al cristiano –y especialmente al apóstol- en las diversas etapas del itinerario de su misión. El “pobre”, en definitiva, no se opone tanto al que “tiene” ciertas cosas sino al suficiente, al orgulloso, al que ha puesto su centro de interés fuera de los valores del Reino.»[1] Ah, sí. Este XXIX Domingo se trata de ver que al discipulado no le alcanza –para nada- la “pobreza” si tras de ella se esconde la ambición, la arrogancia, la opresión, el dominio, el “arribismo”, el despotismo, las “jefaturas”. Para hacerse, de verdad discípulo, uno se tiene que hacer צַדִּיק (es la palabra que hemos traducido por “justo”), uno tiene que hacerse “anawin” que es el pobre de espíritu, el que se libera de todas estas codicias y prepotencias. ¡Ese si es el bienaventurado! ¡Ese sí alcanza el discipulado!

En el Domingo anterior tomamos el Evangelio de Marcos, los versos 17-30; este Domingo la liturgia nos lleva a la perícopa de Marcos, capítulo 10, versos 35 a 45; esto quiere decir que hemos saltado los versos 31-34. ¿De qué se trataban? Era el tercer anuncio de la Pasión y Muerte del Señor. Es importante tenerlo en cuenta, e inclusive, tomarlo como referencia. Jesús acaba de darles clave e hito del seguimiento. Jesús les ratifica, por “tercera” vez, en qué consiste el mesianismo, con esa perícopa que hemos exceptuado, Jesús quiso borrarles la falsa concepción triunfalista que se tenía sobre el Mesías como un “Rey” a la manera de los reyes de la tierra; “el rey” David les había dado una imagen que habían idealizado y magnificado para llenar la palabra Mesías con un “significado”, con cierto “contenido”. Con la perícopa que no se leyó (porque ya se leyó -en este ciclo b-uno de los anuncios de la Pasión), Jesús quiso enfatizar que en vez de Rey-Caudillo, Mesías significaba “siervo-que-lo-da-todo-hasta-la-propia-vida”.

  La Primera Lectura que nos propone la liturgia, viene del Deutero-Isaías donde están «los cuatro cánticos del Siervo de Dios… esta parte fue escrita por un discípulo de Isaías. Él vivía junto al pueblo, en el cautiverio de Babilonia, alrededor del año 560 antes de Cristo, mucho después de la muerte del profeta Isaías….Mucha gente se pregunta: ¿Quién es el Siervo? ¿Es el pueblo? ¿Es Jesucristo? ¿Somos nosotros? ¿Es alguno de los profetas? ¿En quién estaba pensando Isaías Junior cuando escribió los cuatro cánticos? La respuesta más probable es la siguiente: La idea del Siervo la sacó Isaías Junior de la vida del profeta Jeremías, el gran Sufriente, que nunca bajó la cabeza delante de sus opresores y que hizo tanto por mantener en el pueblo la esperanza. Isaías Junior vio en él un ideal para el pueblo sufriente del cautiverio y se inspiró en él para hacer los cuatro cánticos. Pero al hacer los cánticos, la preocupación mayor de Isaías Junior… no era escribir la vida de Jesús, sino presentar al pueblo del cautiverio un modelo que lo ayudara a descubrir en la figura del Siervo, su misión como pueblo de Dios. Por tanto, para Isaías Junior, el Siervo de Dios es el pueblo del cautiverio! Más tarde, Jesús se inspiró en los cuatro cánticos del Siervo para realizar su misión aquí en la tierra. Por eso, el Siervo, es también Jesús.»[2] En efecto, no es ni el pueblo de Dios, ni tampoco, solamente Jesús, porque «Cristo nos representa a todos, pero no nos sustituye”[3]

Tratemos de entender esta dualidad, que –en realidad- no lo es: «Primero había sólo la tierra, tierra de sufrimiento. Después apareció la semilla, semilla de resistencia. De la semilla nació un tallito verde de la esperanza, esperanza de liberación. De aquel hilito verde del tamaño del césped, surgió la espiga que se fue llenando en la paciencia del tiempo, tiempo de lucha y espera. Sólo después de todo esto, bien al final del crecimiento, apareció el fruto maduro que, hasta hoy, alimenta el pueblo y lo ilumina en su caminar. Y el fruto es este: El Siervo es Jesús, pero es también el pueblo este pueblo sufriente, que imita a Jesucristo resistiendo contra el dolor.»[4] Esto es lo que nos subraya y nos recuerda la Segunda Lectura, que Jesús se ha puesto a la cabeza de los Anawin, haciéndose en todo igual, pero con una significativa excepción, que lo perfecciona y hace de Él, el prototipo del Hombre Nuevo: πεπειρασμένον δὲ κατὰ πάντα καθ’ ὁμοιότητα χωρὶς ἁμαρτίας “probado en todo; igual que nosotros, excepto en el pecado”.(Hb 4, 15b)

Ser prototipo en este caso significa también que Él es nuestro paradigma: «“Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.” (Mc 8, 35)…Esa frase la debió haber dicho Jesús probablemente, pocos días antes de su propia muerte. Y es una autointerpretación de Él mismo, es decir, cómo entendió Él mismo su propia vida. Jesús como que está diciendo: el ser humano al venir al mundo no tiene sino una alternativa. O venir al mundo a recoger cosas o personas o a sí mismo y una vez que retiene todo eso, se encierra en sí mismo. Entonces Jesús dice: El que vino al mundo a eso, no vino a nada. Perdió la venida. Pero el que venga a este mundo a pensar más en el otro que en sí mismo, a ser útil al otro, ese es el que gana la vida y eso es lo que vale la pena en un ser humano. O sea, tenemos una alternativa, o venir a darnos, o venir a rechuparnos sobre nosotros mismos. Lo segundo es la frustración del ser humano, lo primero es la razón de vivir. ¿Por qué somos así? Se ve que el ser humano es creado para que le ayude a Dios a crear a su hermano. Cada ser humano es un instrumento de creación para el otro. Por eso, ¿cómo hace uno para trasformar al otro? Así como Dios me crea dándome su divinidad, no la puedo retener, sino que debo darla dándome a los otros… Ustedes dirán, entonces cómo hago yo para participarle la divinidad al otro. En qué forma. Hay una manera de hacer eso. La divinidad se participa envolviéndola en un papelito que se llama servicio… en el cuerpo del Señor que es la comunidad, cada una de las personas presta servicios. El niño, la niña, el mongólico, el ancianito, todas las personas están dando divinidad. ¿Cómo? Prestando servicios. O sea, los carismas son servicios en los cuales envolvemos la divinidad que le damos al otro.»[5] En el texto marquiano se contraponen dos maneras de obrar. De una parte están los que tiranizan, los que oprimen. Están, de este mismo lado, los arrogantes, los prepotentes, los déspotas, los que humillan, los que gozan con el dolor ajeno, los que sacan partido y ganancia de los débiles. Aquí viene la frase de Jesús que nos invita a la Conversión: “No debe ser así entre ustedes. Al contrario” nosotros lo que debemos es actuar como siervos, entregados al servicio como consigna de la vida cristiana; a la fraternidad, a la caridad, al tierno amor “ágape”, a la solidaridad.


Queremos proponer una parábola que tiene que ver –no tanto con el desprendimiento de las ansias de poder- sino con el desprendimiento en general, donde se nos recalca que no basta ser pobre, porque hay pobres “amarrados”, hay pobres acaparadores, que desde la pobreza “retienen” sus “ídolos” idolatrizando la “autoridad”, los títulos académicos, los puestos y cargos laborales. Esta parábola se titula: “Dar de Corazón”[6]

«Hubo una vez un limosnero que estaba tendido al lado de la calle. Vio a lo lejos venir al rey con su corona y capa. Pensó, "Le voy a pedir, y de seguro me dará bastante". Y cuando el rey pasó cerca, le dijo: "Su majestad, ¿me podría por favor regalar una moneda?" Aunque en su interior pensaba que el rey le iba a dar mucho más. El rey le miró y le dijo: - " ¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no soy yo tu rey?"
 
El mendigo no sabía que responder a la pregunta y dijo: "Pero su majestad, ¡yo no tengo nada!". El rey respondió: "Algo debes de tener. ¡Busca!". Entre su asombro y enojo el mendigo buscó entre sus cosas y supo que tenía una naranja, un bollo de pan y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darle, así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz y se los dio al rey. Complacido el rey dijo: "¡Ves como sí tenías!" Y le dio 5 monedas de oro, una por cada grano de arroz. El mendigo dijo entonces: "Su majestad, creo que acá tengo otras cosas", pero el rey no hizo caso y dijo: "Solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo yo dar".
 
Es fácil en esta historia reconocer como el rey representa a Dios, y el mendigo a nosotros. Notemos que este aún en su pobreza es egoísta. Ocasionalmente, Dios nos pide que le demos algo para así demostrarle que Él es el más importante. Unas veces nos pide ser humildes, otras ser sinceros o no ser mentirosos. Nos negamos a darle a Dios lo que nos pide, pues creemos que no recibiremos nada a cambio, sin pensar en que Dios devuelve el ciento por uno.
 
No sé qué te pida Dios en este momento. ¿Confianza?, ¿sencillez?, ¿humildad?, ¿abandono en su voluntad? No lo sé. Solamente sé, que por lo que le des, te devolverá mucho más, y recuerda no darle solamente unos pocos granos dale todo lo que tengas, pues sinceramente, VALE LA PENA.»






[1] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999. p. 98
[2] Mesters, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DEL PUEBLO QUE SUFRE. LOS CÁNTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS. Ed. Vicaría Sur de Quito, EDICAY- Iglesia de Cuenca, Centro Bíblico “Verbo Divino”. Quito – Ecuador 1993. p.13
[3] Beck, T. Benedeti, U. et al. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed San Pablo Bogotá 1ª re-imp. 2009  p. 418
[4] Mesters, Carlos O.C.D. Op. Cit. p. 15
[5] Baena, Gustavo. S.J. LA VIDA SACRAMENTAL. Col Berchmans Santiago de Cali- Colombia 1998. pp. 21-24
[6] Agudelo C., Humberto A. VITAMINAS DIARIAS PARA EL ESPÍRITU. Ed. Paulinas 3are-imp. Bogotá –Colombia 2005  p. 43.

sábado, 10 de octubre de 2015

LA SABIDURÍA ES SER FIEL DISCÍPULO


Sab 7, 7-11; Sal 89, 12-13. 14-15. 16-17; Hb 4, 12-13; Mc. 10, 17-27

Una sociedad nueva debe estar formada sobre la ausencia de todo egoísmo y de toda egolatría. Nuestro camino será una larga marcha de fraternidad.
Grafitti en la Sorbona

El dinero en sí mismo considerado, nos parece algo indiferente, neutro. Con él se puede hacer el bien y el mal. Y, sin embargo, el dinero puede cambiarnos. Nosotros creemos poseerlo y, con mucha facilidad, es él el que nos posee.
Dom Helder Câmara

Venimos de la coherencia en el amor. Hasta allí nos llevó el Evangelio del XXVII Domingo Ordinario, ciclo B. Contra el peligro de vivir un amor idealizado y abstracto, Jesús nos pone cara a cara con su ejercicio cotidiano. ¿Dónde ejercemos el amor a diario? En el hogar, con nuestro cónyuge, nuestros hijos y toda nuestra parentela. Allí nos jugamos todos los días nuestras lindas teorías, nuestra doctrina se hace carne y se planta frente a nosotros como un reto. ¡Verdaderamente nos somete a prueba!

Cuando hacemos cuentas y observamos que la gran mayoría de nosotros los “creyentes” vivimos en el contexto hogareño, junto con nuestra pareja, y que en algún momento le hemos apostado todo al matrimonio; comprendemos porque Jesús nos brindó la enseñanza de la coherencia conyugal. Tenemos que ser Cristo para el otro, para ayudarnos recíprocamente a encontrar las vías de la salvación.

Hoy subimos el siguiente peldaño. Estamos en el momento previo al tercer anuncio de la pasión y muerte (Mc 10, 32-34). La vida del cristiano, la vivencia del discipulado, significa la vida en comunidad; no está solamente el cónyuge, sino que esta vida en contexto social nos remite al marco de vivir la relación con nuestro prójimo. Basta alzar los ojos y lo primero que vemos es al otro, signo y presencia del Otro. Nuestro tema vital es la convivencia y la relación con nuestro prójimo. «Para ser cristiano no basta conocer bien ni la ley, ni la teología, ni la espiritualidad ni cosas semejantes…Debe oponerse necesariamente a las estructuras de una sociedad que se fundamente en la posesión y la tenencia; y debe tratar de realizar una comunidad basada en la entrega y en ser discípulos del Señor… Plantea una relación diferente entre los hombres basada en el amor, en el servicio, en la libertad, en la alegría y en la vida.»[1]


Vemos como primer movimiento y primer condicionante el respeto a los Mandamientos, insistidos y enfatizados en lo que se refiere al prójimo. Jesús no nombra ningún Mandamiento de los que se refieren a Dios, nombra los que se refieren a los “hermanos”, a los que viven con nosotros, a los que pueden esperar algo de nuestra parte. Jesús no le menciona –como respuesta al que se ha puesto de rodillas ante Él- ningún precepto cultual, ningún rito. Esto no desmiente lo que Jesús enseñará sobre el Mandamiento más importante Mc 12, 28b-34, que se nos recuerda el Domingo XXXI del ciclo B (sólo que este año no lo leeremos porque cae Fiesta de Todos los Santos), donde señala que el Mandamiento que vale más que todos los “holocaustos y sacrificios” es el amar a Dios con todas nuestras fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo. Estas dos enseñanzas debemos compendiarlas en una sola y las entendemos como que lo esencial es amar a Dios, pero no abstractamente, ni con ritos y actos piadosos, sino ejerciendo concretamente ese amor en la práctica de amar al prójimo.

Jesús no le pide preces, ni víctimas propiciatorias inmoladas en sacrificio; le menciona seis Mandamientos dirigidos a modular nuestras relaciones con “los otros”: no matar, no cometer adulterio, no robar, no jurar en falso, no defraudar y, además, honrar a los padres. El primer requisito nada dice de oraciones, ni visitas al Templo, ni procesiones, ni peregrinaciones, ni portar tal o cual medallita (siempre que decimos esto añadimos: “nada de esto está mal, por el contrario, está supremamente bien; son por así decirlo aditamentos de la fe, pero no son en sí, el ejercicio del amor a Dios y del discipulado de Jesús”). Así Jesús pone todo en orden, el verdadero discipulado consiste en hacer vida el amor que decimos tenerle a Dios, amando al prójimo.


Pero, ¿cómo amar a Dios si tenemos nuestro corazón puesto en nuestras propiedades? ¿Cómo sabernos y recordarnos puestos en sus Divinas Manos si todo lo tenemos resuelto, si todo lo podemos “comprar”, si nuestra confianza reposa en nuestras pertenencias? «… el pobre es aquel que, en la inseguridad debida al rechazo profético de los ídolos de este mundo y de la seguridad que da la posesión y la acumulación de los bienes, confía totalmente en Dios.»[2] La riqueza es el enemigo del amor a Dios, esa es la denuncia que hoy nos presenta Jesús en la perícopa del Evangelio marqueano; «el hombre, aunque no quiera admitirlo de alguna manera, sirve siempre y adora a alguien, o mejor, alguna cosa: ¡es esencialmente fetichista! En otras palabras, tiene siempre algo que absorbe toda su existencia como “interés”»[3]; la riqueza es un fetiche que nos aleja del discipulado y nos lleva de narices al fetichismo de la propiedad. «El dinero es el dios de nuestra sociedad. Su único valor es el producto; y el valor de los valores es el producto de los productos, el dinero. Entonces la nuestra no es una sociedad atea, como a menudo se dice. Es una sociedad idólatra, que adora el tener… una sociedad basada en el egoísmo, en la explotación y en el dominio, en el ansia y en la destrucción.»[4] La riqueza, según nos lo muestra el Evangelio, nos encarcela, nos priva del “Tesoro” verdadero, y esa separación conduce a στυγνάζω la pena, al pesar, a la aflicción y λυπούμενος la tristeza (una tristeza muy intensa, impregnada de un profundo dolor, una verdadera “depresión”), porque en el fondo, uno sabe lo que pierde: la libertad hacia la verdadera bienaventuranza. «… al hombre precisamente a causa del apego a los bienes materiales, le es prácticamente imposible captar las nuevas posibilidades de vida que Dios le ofrece en el encuentro con Jesús»[5]. «El cristiano, que ve cómo se concreta en la riqueza el poder y la sed de dominio, descubre en la pobreza la condición indispensable para seguir al hombre en su camino de servicio y de amor.»[6] Vamos llegando a la gran conclusión: «Si no se toma en serio, a nivel personal y también institucional, el llamamiento de Jesús: “Anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres, luego ven y sígueme”, uno no puede absolutamente decir que es cristiano.»[7] «Si nos atenemos a este pasaje, “la pobreza” es esencial para seguir a Cristo.»[8]


«La pobreza evangélica tiene que ser adoradora, ser nuevamente descubierta en una relación directa con Dios y, por ende, ser liberación de todo cuanto media entre Dios y los hombres; entre hombre y hombre; entre hombre y bienes; de todo cuanto engendra inseguridad.»[9] «El desprendimiento ante el prestigio, ante la crítica, ante las diversas formas de “poder” y de “hacer carrera” son formas de pobreza a las que Dios llama al cristiano –y especialmente al apóstol- en las diversas etapas del itinerario de su misión. El “pobre”, en definitiva, no se opone tanto al que “tiene” ciertas cosas sino al suficiente, al orgulloso, al que ha puesto su centro de interés fuera de los valores del Reino.»[10]





[1] Beck, T. Benedeti, U. et al. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed San Pablo Bogotá 1ª re-imp. 2009  p. 399
[2] Ibidem
[3] Ibid p. 393
[4] Ibid p. 398. 399
[5] Ibid p. 388
[6] Ibid p. 393
[7] Ibid p. 395
[8] Ibid p. 399
[9] Paoli, Arturo. DIALOGO DE LA LIBERACIÓN Ed. Carlos Lohlé Bs. As. –Argentina 1970 p. 157
[10] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999. p. 98

sábado, 3 de octubre de 2015

SER CRISTO PARA EL OTRO


Gn 2,18-24; Sal 127; Hb 2,9-11; Mc 10,2-16

El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde éstos se convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de Dios
J. A. Pagola

¿Qué referente inicial tenemos para adentrarnos en el Evangelio que se nos propone para este Domingo Vigésimo Séptimo Ordinario del ciclo B? ¡Nosotros tomaríamos como punto de partida que Jesús acaba de anunciar su Pasión y Muerte por segunda vez! (Mc 9, 31) y, ¿en qué contexto? Hemos afirmado que en esta etapa del Evangelio de San Marcos la prioridad es enseñarles a sus discípulos:

1.    A ser servidores sencillos, “si uno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos.”
2.    Enfocarse en los más débiles y desprotegidos, significados en la figura de “los niños”; recibir a esos “niños” como si cada uno de ellos fuera la persona de Jesús.
3.    Que el proyecto de Dios no entraña mezquindades, acepciones o preferencias, que “sopla donde Él quiere”, cómo lo vimos el Domingo pasado. Nadie puede proclamarse su exclusivo dueño.
4.    A esos “desprotegidos” es muy peligroso “escandalizarlos”, ¿cómo podríamos ponerles “piedra de tropiezo”? mostrándoles el mal ejemplo del egoísmo, de la avaricia, de la ambición, de la soberbia, de la arrogante  autosuficiencia (es decir, lo contrario a la “pequeñez” del “niño”).

Nos encontramos aquí como un sorpresivo injerto, ¿qué hace aquí el tema del matrimonio-divorcio? ¿Ha habido un cambio temático? ¿Vamos a pasar a otro asunto? Podría ser eso, podría tratarse de un salto diegético para proponer una nueva temática. ¡No pensamos que sea así! Decimos que podría tratarse efectivamente de brincar a otra cosa, el evangelista podría sentir completo el tratamiento de la temática anterior para darse a enfocar otra línea de las enseñanzas del Divino Maestro. Quienes así lo miran se apoyan particularmente en el cambio de escenario, dado que la perícopa inicia señalando otro marco espacial: “Una vez que partió de allí, se fue a los límites de Judea, al otro lado del Jordán”. (Mc 10, 1a).

Pero la percepción que tenemos es desemejante: «la referencia a Judea, que aparece en primer plano, indica la decisión libre de Jesús de afrontar todas las consecuencias de sus opciones y de su enseñanza hasta el sufrimiento de la pasión y de la muerte en cruz»[1] Así, según nuestro modo de ver la clave tónica se mantiene, sigue siendo la enseñanza del discipulado, la “enumeración” de los rasgos del seguimiento. Aquí vamos a considerar el seguimiento como “amor” porque si Dios es amor, ser discípulo significa actuar en clave de amor y no de cualquier clase de amor sino del amor infinito a la manera de Dios.

«La humanidad ha considerado el matrimonio como algo que es divino desde el principio. En cualquier latitud o en cualquier cultura, o en cualquier religión de la antigüedad, ya pensaban que el matrimonio era una cosa de dioses, era sagrado… Casi todas las religiones creen que Dios creador es una pareja creadora. Un dios y una diosa producen la tierra y la humanidad.»[2]

Esta perícopa del Evangelio de San Marcos nos conduce a la cima del compromiso discipular, vamos a ascender al pináculo del discipulado entendiendo el gigantesco compromiso que entraña: «¿Cuál es el amor fundante del matrimonio cristiano?... El amor fundante del matrimonio cristiano es el amor de Dios revelado en Jesús… El amor que Dios revela en Jesucristo consiste en que Dios muestra cómo ama, en Jesús, saliendo de sí mismo en función del otro hasta morir. Humillándose hasta la cruz, dándose. Eso quiere decir que no se puede amar sin dolor. Amar no es un placer, es un heroísmo total. Amar es darse hasta reventarse, es volverse uno polvo por el otro, es salir de sí y no buscarse una millonésima… El amor fundante del matrimonio es el amor de Dios y el amor de Dios es un amor misericordia. El amor de misericordia es el amor típico de Dios que se agacha a servir.


¿Qué significa el amor como sacramento? Que uno de los dos es el salvador o los dos. Uno de los dos es santificador o los dos… cada uno de los dos toma conciencia de que es Cristo para el otro. Por eso es sacramento. Cada uno es Jesucristo salvador para el otro. Eso quiere decir que si en algo un marido debe salvar a la mujer es cuando se resbale, que si en algo debe salvar una mujer al marido es cuando él se resbale y es cuando se desbarata el matrimonio. Qué tal que Dios me dijera, “El día que peques, adiós”. Qué tal que dijéramos nosotros que Cristo nos abandona cuando pecamos, si es cuando más lo necesitamos… El matrimonio sacramento es una función salvadora, como Cristo salvador. Por eso los sacramentos son signos de Cristo salvador. Eso quiere decir que si el marido y la mujer son salvadores, son como si fueran dos Cristos que se casan para salvarse…»[3]

Pero, ¿y ese trozo final, los cuatro versos del 13 al 16? ¿se trata –como se dice en el ámbito teatral, de una morcilla? No, todo lo contrario, es una fórmula de “redondeo”, en 9, 36-37 se toma al niño como paradigma de indefensión, aquí en 10, 13-16 se insiste en el rasgo y criterio fundamental para ser discípulo y poder “entrar en el Reino”, se trata de confiar, de entregarse, de atenerse a la gratuidad, aun cuando se carece de derechos (pudiendo haber cientos consignados en papel, pero atropellados en la práctica), aun cuando se está supeditado a los “adultos” que se arrogan la propiedad, el dominio, el mando y el acaparamiento de la “ley”. ¡Lo esencial, el “niño” confía en el Padre! ¡Nada de versículos inyectados allí a falta de otro sitio! Al continuar señalando los criterios discipulares se debe insistir en esa humildad usque ad finem, «Si uno quiere amar hay que humillarse. Si uno no se humilla no ama…. Vean un caso claro: ¿Qué significa el lavatorio de los pies de Jesús? Que si no es por el lado de los pies, humillándose uno, no está amando. Amor que no es humilde no es verdadero.»[4] «La imagen de los niños… introduce el tema del discípulo que sigue a Jesús por el camino de la humillación y del sufrimiento… Jesús indica la actitud fundamental para poder ser sus discípulos y formar parte del reino de Dios: estar exentos de presunciones, vanagloria y poder que llevarían a confiar en las propias posibilidades y obras aún con respecto a Dios, y así es como se vuelven prácticamente no disponibles a acoger su don con sencillez y alegría…»[5]

Los fariseos quieren atrapar a Jesús en un cerco mosaico descuidando que la Palabra nutricia es la que sale de la Boca de Dios, (a veces proferida o través de los labios de Moisés); Moisés tomó en cuenta la “dureza del corazón” para flexibilizar la Voluntad Divina; «Jesús invalida la Ley porque ella no corresponde a la voluntad original del proyecto de Dios. En la adhesión amorosa no existe lugar para leyes casuísticas.»[6]

¡No se puede pasar de largo frente a la maravillosa ternura de Jesús! Tres acciones de esplendor poderosísimo ejecuta Jesús en el final de esta perícopa: ἐναγκαλισάμενος abraza, τιθεὶς τὰς χεῖρας pone su mano sobre ellos y κατευλόγει bendice a los niños. Mantengamos presente que Jesús trasparenta al Padre, lo que hace Jesús es lo que hace Dios Padre con nosotros, así es que estos son los gestos de Papá-Dios para con cada ser humano. Esa ternura paternal no es condicionada, no es de un efímero ahora, Él es siempre así, sólo y puro Amor.

«Tenemos cerca de cinco mil años de legislación humana donde toda la normatividad de la familia es para proteger la prole. Menos desde hace cuarenta años para acá, en donde interesa más el bienestar de la mamá y del papá que de los hijos. Dizque la realización del papá y de la mamá aunque tengan que perjudicar a los hijos. ¡es un fenómeno rarísimo! La humanidad cambio el fin del matrimonio en favor de la autorrealización de los esposos, aunque tengan que asesinar o abandonar a sus hijos. Toda la legislación de diez mil años es al revés. Los inventos de la modernidad, el arte de acabar con la gente para que el hombre tenga más placer. ¡Qué locura! Les digo esto para que vean la insensatez. Hoy en día hay que buscar otros seres humanos que se preocupan por los hijos que los otros dejaron. El matrimonio era en función de los hijos. El matrimonio era para producir humanidad.»[7]


Cristo-Iglesia son matrimonio salvífico y es por eso que el II Concilio Vaticano puso su énfasis en la realidad sacramental de la Iglesia como sacramento de Jesucristo. También, con las Bodas del Cordero, la Iglesia que –así como Eva brotó del costado de Adán- brotó en el Gólgota  del costado del crucificado. Por esa mística similitud dice en la Carta a los Efesios “La escritura dice: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Éste es un gran misterio, y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, que cada uno ame a su esposa como a sí mismo, y que la mujer, a su vez, respete a su marido.” (Ef 5, 31-33)






[1] Beck, T. Benedetti, U. et al. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá –Colombia, 1ª re-imp. 2009 p. 370
[2] Baena; Gustavo. s.j. LA VIDA SACRAMENTAL. Col. Berchmans, Santiago de Cali-Colombia 1998 pp. 88-89.
[3] Ibid, pp. 93-94.
[4] Ibid, p. 90
[5] Beck, T. Benedetti, U. et al. Op. Cit. p. 381
[6] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. San Pablo Bogotá D.C.-Colombia 1ª re-imp. 2002. p. 132.
[7]Baena; Gustavo. s.j. Op. Cit. p. 87