sábado, 29 de agosto de 2015

CONSTRUIR EL REINO ES OCUPARNOS DEL NECESITADO


Deut  4, 1-2. 6-8; Sal 14, 2-5; San 1, 17-18. 21-22. 27; Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

Dios inventó el servicio,
Nosotros la burocracia.
Martín Valverde


El Domingo anterior nos quedamos en el Pan, o sea el alimento de vida; pero no cualquier pan, sino el Pan que es Espíritu y Vida. ¡Es la Palabra que sale de la boca de Dios! Pero, el que divide, el que confunde, el que nos trisa, toma la Palabra sembrada en el corazón y la desvirtúa. Si se nos dice que al Señor le agrada la pureza, empezamos a discutir si es más puro un cirio de treinta centímetros o uno más corto, mientras otros abogan por uno más largo; otros tercian en el debate alegando que se deben lavar las manos hasta las muñecas, pero otro, que se arroga más ortodoxo clamará un baño por lo menos hasta los codos, aún habrá otro que por no quedarse atrás exija el lavado hasta los hombros. Y, ¿dónde quedó la pureza del corazón que era lo que originalmente había “pronunciado el Señor?


Unos dirán que el culto en latín y aun otros insistirán en retomar la misa de espaldas a los fieles; todo eso con muy eruditas razones. Pero sobre todo, está la razón esencial, que nuestro corazón se distraiga en esa recolección de minúsculos fragmentos en los que el Malo ha hecho trisas de nuestro ser uno en el Señor. Al fin de cuentas él es el maestro del “divide y reinaras”.

Viene el tesoro de la enseñanza de este Domingo: Hay una sola ley, la Ley del Amor, de la fraternidad, del servicio, del perdón. Todo lo demás son distractores. El que no recoge junto con el Señor, ese desparrama, y el que desparrama sirve a los intereses del Malo.

1

La construcción del Reinado de Dios es un proceso exigente; hermoso pero exigente, al cual deberíamos dedicar lo más potente de nuestras energías y lo medular de nuestros esfuerzos. Vemos, sin embargo, un proceso curioso, en vez de enfocar nuestra vida de fe en esa misión, nos concentramos en las oraciones de repetición, en las novenas, en las láminas de santos, en la colección de camándulas y pesebres, en las peregrinaciones y en el pago de “promesas” con las cuales, intereses muchas veces supremamente egoístas y mezquinos, nos llevan a “comerciar” con Dios, la satisfacción de un capricho, muchas veces disfrazado de “urgente necesidad”.

¿Estamos contra las oraciones de repetición y las novenas? No, claro que no; son formas de fe y la fortalecen, refuerzan nuestra relación con Dios y nos ayudan a hacernos conscientes de la profunda dependencia del hombre respecto de Dios. ¿Estamos contra las peregrinaciones, las promesas, la oración de petición, las procesiones? Tampoco, son formas de la religiosidad popular, muy respetables, con las cuales se catequiza, se da testimonio de fe, son “sacramentales” que nos permiten hacer visibles los fenómenos espirituales que de otra forma serían absolutamente intangibles y nos sumirían en el “silencio de Dios”.

Entonces, ¿cuál es el problema? Lo repetimos: perder el foco; gastar lo mejor de nuestras energías religiosas en acciones que no son propiamente religiosas en tanto no nos acercan a la implantación del Reinado de Dios. Recordemos la consigna que el propio Dios nos entregó por medio del profeta Oseas, capítulo 6, verso 6: “Lo que quiero de ustedes es misericordia, y no que me hagan sacrificios; que me reconozcan como Dios y no que me ofrezcan holocaustos”.


Por otra parte, hemos tenido la “oportunidad” de participar en sesudos “debates” sobre si los cirios del altar deben medir 30 o más o menos centímetros; si la venia que el acólito hace al presbítero debe hacerse flexionando la nuca o la cintura; si es más efectivo poner a San Antonio de cabeza o esconderle al Niño Dios.

¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Por qué hemos llegado a esta situación? Una serie de ritos o de “leyes” se instauran, pese a lo cual permanecemos indolentes e indiferentes como el sacerdote y el levita del relato del “Buen Samaritano” ente el dolor humano, ante las necesidades de un “prójimo”, … Planteamos todo esto para ponerlo en el tapiz de nuestra reflexión de este Domingo XXII del tiempo ordinario, ciclo B, cuando el Apóstol Santiago en la segunda lectura de la liturgia de este día, nos propone lo que podría ser el leitmotiv, y también el título para esta semana: ¿Cuál es la religión verdadera? θρησκεία καθαρὰ καὶ ἀμίαντος παρὰ τῷ θεῷ καὶ πατρὶ αὕτη ἐστίν La religión pura y sin engaños a los ojos de Dios Padre consiste en … Y eso es lo que tenemos que contestar hoy para saber cuál es la religión que nosotros vamos a practicar.

Sobre este punto convergen las lecturas y, podemos dar gracias a Dios y a la Iglesia porque nos llevan a contestar el interrogante nodal que está en el epicentro de nuestra relación con la Divinidad.

2

Cuando miramos la grandeza de las naciones, en muchas ocasiones en lo que nos fijamos es en su producto interno bruto, en su “riqueza”, en su opulento derroche; en ese caso tenemos que decir que no sabemos aquilatar lo que significa la grandeza. ¿Puede ser grandeza que un pueblo pierda el norte y se dedique a matar a sus ciudadanos en el vientre de sus propias madres? ¿Será grandeza cuando la droga, el vicio y la depravación campean a sus anchas y conducen a su gente a toda clase de desmanes? ¡Triste grandeza esta que se extiende al cobijo de una carencia de moral! Por eso, al leer la perícopa del Deuteronomio que se nos propone en la Primera Lectura, Dios mismo nos revela cómo apreciar la grandeza de una nación:

a) Una nación que tenga mandatos y preceptos justos
b) Y, que a consecuencia, cuente con Dios siempre a su lado.

Por eso, no hemos de fiarnos de las modas lanzadas por las culturas foráneas, a menos que ellas vivan en el respeto de los mandatos y preceptos que el Señor, Dios de nuestros padres, les ha entregado.


Muchas veces nuestras actuaciones se guían porque así lo hacen en los EE.UU. o en Europa, o allá o acullá, y ese no puede ser el criterio. Muchas veces nos avergüenza seguir la ley de Dios porque algún Juan Perico de los Palotes hace otra cosa. Ahí es cuando podemos reconocer que hemos perdido el norte. La regla maestra es buscar agradar al Señor, ser coherentes con lo que Él nos “enseñó”.

Y, hay otro detalle valiosísimo, que no podemos pasar por alto: “No añadirán nada, ni quitaran nada a lo que les mando” (Dt 4, 2) este detalle es inestimable porque, en más de una ocasión, entramos en la línea del acomodo: ponemos el reflector en un ángulo que nos permita subrayar un mandato del Señor pero, ocultando muchas veces lo esencial; o, ignorando otros mandatos que están por encima y que son los esenciales para el verdadero cumplimiento de la ley de Dios.

3

El salmo nos da otras pautas de lo que le agrada al Señor, intentemos enumerarlas:

a) Proceder con honradez y obrar con justicia
b) La sinceridad
c) Cuidarnos de calumniar desprestigiando a nuestros semejantes.
d) No hacerle mal al prójimo
e) No admira al que obra contra los mandatos del Señor, (por mucho que a ese parezca irle bien, por mucho que sea una sociedad opulenta) a ese, por malvado hay que despreciarlo.
f) Al usurero, sea individuo o sea nación, (porque también los préstamos de dinero internacional se conducen muchas veces con usura, desangrando a los pueblos más necesitados, precisamente porque son los menos favorecidos).

Estas cosas agradan a Dios, y no con un agrado pasajero; esos valores son imperecederos, porque le agradan al Señor “eternamente”. Ese criterio de eternidad nos explica porque no debemos ser víctimas de las “modas” pasajeras; es por eso que Jesús, en el Evangelio, nos previene –citando al profeta Isaías- contra el seguimiento de los “preceptos humanos”. Jesús nos dice que no podemos dejar de lado el mandamiento de Dios para dar –en cambio- espacio en nuestra vida, en nuestro actuar, a tradiciones instauradas por los hombres. Hombres que se pretenden muy sabios, muy autorizados, muy “científicos”, y que en no pocos casos instalan su “cátedra” en prestigiosas universidades, en afamados programas de televisión, en periódicos de alta circulación y expanden su “semilla” de hierba mala en sus “obras”.

¡Guarde Dios nuestra mente y nuestro corazón de las perversas enseñanzas que nos aparten de su Ley”.

4

Donde ir a buscar Su Ley, para estar seguros de hallarla y no ceder a las engañosas tradiciones humanas? A esta pregunta se nos contesta en la Segunda Lectura, en la Carta del Apóstol Santiago se da respuesta contundente y fiable: En la Palabra, en el Evangelio, y no olvidemos que el Evangelio no es un libro, ni cuatro; el Evangelio es la mismísima persona de Jesús.

«La expresión “piadosos” (hasidim) parece haber sido usada por algunas sectas para describir su oposición a ciertas interpretaciones laxas de la Ley que ellos consideraban amenazantes para la tradición distintiva del judaísmo… el nombre griego “fariseo” parece derivar del arameo perishayya, “los segregados”, que quizá fuese, en un principio, el apodo dado por los que se oponían a sus interpretaciones de la Torá.

Los fariseos insistían en la cuidadosa observancia de los preceptos legales, que incluían, además de los señalados en la Ley escrita, los contenidos en una tradición de “Ley oral”, que ellos consideraban parte del legado mosaico, y de los “antepasados”, como los preceptos del lavado antes de las comidas a los que se refiere Marcos 7,3… los fariseos estaban orgullosos de su minuciosos seguimiento de las reglas sobre los alimentos, de las normas de pureza y de la observancia cuidadosa del sábado y de los días festivos.»[1]

Hemos oído en parábolas (no bíblicas pero si teológicas) que Dios no se ocultó en lo alto de las montañas, ni en el fondo abisal del océano, sino, en el centro de nuestro propio corazón. Allí anida toda su Sabiduría, todo su Afecto, ese Amor Indescriptible para el que no alcanzarían diez millones de “A” mayúsculas, para dar una mínima idea de su Desproporción-Graciosa, de Su Infinitud.

Por eso no es dictatorial, ni impositiva. Está allí quietita, como adormilada, esperando que la invitemos a despertar, a jugar, a activarse, a desenvolverse. No se despertará ni se moverá, a menos que La aceptemos, que nos rindamos a Ella, a Su Bondad. Por eso no nos viene de afuera lo que nos mancha, porque lo que nos mancha es lo que viene del corazón, que las potencias enemigas se empecinan en sitiar, en invadir, en manipular. Esa arista perversa conquistó sitial anexo a la Ley Divina, en el espacio de nuestro corazón, en ese núcleo existencial, cuando el Ser-humano aceptó la tentación y pretendió equipararse con Dios para entrar a deslindar –como sólo Él puede- el árbol del Bien y del mal: el Árbol de la Vida. Gn 2, 9. 16-17. 3, 2-3. El Árbol del Bien y del Mal es, así lo entendemos, es un mashal que representa la Facultad Legislativa en términos Absolutos, que es totalmente potestativa de Dios. Nosotros legislamos sobre cosas nimias; la Vida, su esencia, sólo la puede deslindar su Autor, su Dueño. Tratar de equipararnos es una usurpación sacrílega.

Esta perícopa evangélica contiene esta Revelación fundamental: No hay que buscar la Ley verdadera de Dios, fuera de nosotros. Suponemos que las Tablas de la Ley desaparecieron para que cesáramos de buscar  a Dios y su Voluntad para nosotros, en algo externo. Leamos con fe engalanada de devota atención esta frase de Jesús: οὐδέν ἐστιν ἔξωθεν τοῦ ἀνθρώπου εἰσπορευόμενον εἰς αὐτὸν ὃ δύναται κοινῶσαι αὐτόν, ἀλλὰ τὰ ἐκ τοῦ ἀνθρώπου ἐκπορευόμενα ἐστιν τὰ κοινοῦντα τὸν ἄνθρωπον. “Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que si lo mancha es lo que sale de dentro.” Mc 7, 15. Esa dualidad arrastramos, de nuestro interior dimanan el bien o el mal que elegimos hacer; y, el mal que sale de nosotros, la perversidad de nuestras intenciones es lo que realmente nos afea ante los Ojos de Dios.


«Jesús condena lo previsto en la Ley diciendo que no representa las verdaderas intenciones de Dios, que es el creador y la auténtica fuente de la Ley… Jesús nos desafía  comportarnos mejor de lo que la Ley podrá jamás establecer. No se trata de confrontar nuestras conductas con una lista de reglas viejas o nuevas, sino de vivir conforme a lo que Dios quiere. El sentimiento  hacia el Reino de Dios, su anhelo, sirve para ablandar la “dureza del corazón” sobre la que se fundan las leyes que regulan las relaciones con el prójimo.»[2]

Conviene, en este momento, recordar dos estrofas de Averardo Dini:

Vivimos el tiempo de las máscaras, Señor,
invadidos por el culto a la imagen.
………………………………………
Tú no puedes aguantar más, Señor,
que seamos sepulcros blanqueados,
aparentemente limpios por fuera
y llenos de estiércol por dentro.[3]

«Jesús ataca esta excesiva preocupación por los ritos purificatorios y por las reglas de pureza de los alimentos por considerarlas como una desviación de lo que Dios realmente pide de los hombres,…»[4]

Después de escuchar la perícopa del Evangelio para este Domingo, creo que usted, mi amable lector, estará en magníficas condiciones de tomar parte en el debate sobre la longitud adecuada de los cirios, y me ayudará a tomar partido si 30 o más, o menos centímetros. O si por el contrario, perfeccionar la fe consiste en ocuparse de los más desvalidos y necesitados, esos que el Apóstol Santiago personifica en la viuda y el huérfano, por ser ellos –en aquel momento histórico- los epítomes de la pobreza y el abandono, el prototipo de los Anawin.



[1] Perkins, Pheme. JESÚS COMO MAESTRO. LA ENSEÑANZA DE JESÚS EN EL CONTEXTO DE SU ÉPOCA. Ediciones el Almendro de Cordoba, S.L. Madrid - España. 2001 p. 24-25
[2] Ibid. p. 76-77
[3] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMO II – CICLO B. Ed. Comunicaciones Sin Fronteras Bogotá Colombia pp. 77-78

[4] Perkins, Pheme. Op. Cit. p. 25

sábado, 22 de agosto de 2015

PALABRA-PAN


Jos 24, 1-2. 15-17. 18; Sal 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21; Ef 5, 21-32; Jn. 6, 60-69.

Los textos sagrados contienen un aspecto de la verdad de Cristo, un rasgo de su personalidad o un acontecimiento de su vida que aparecen y deben ser comprendidos y entendidos para poder llevarnos a la plenitud de aquella verdad que durante la transustanciación se hace presente, no en la palabra sino en el ser.
Romano Guardini


… si nosotros somos transparencia de Dios, somos la palabra de Dios caminando en dos pies… ¿Qué es un cristiano? Un sacramento de Jesucristo, o sea un Jesucristo que en pleno siglo XXI camina en dos pies por las calles.
Gustavo Baena, s.j.

Esta vez, serán las palabras de San Pedro las que nos conduzcan a un salto monumental.  Es un salto de la tierra al Cielo. Antes, la gente andaba buscando a Jesús por más pan. Pedro, lleva la vocería de muchos corazones que han alcanzado a vislumbrar cuál es el verdadero nutriente que se ha de perseguir: las Enseñanzas del Divino Maestro. Pedro no le dice ¿a quién iremos?, sólo tú multiplicas los panes y nos sacias el hambre material; no, él nos indica que el alimento que da Jesús y que sólo Él puede darnos, es el alimento espiritual, su Palabra. Este Domingo, XXI Ordinario del ciclo B, hemos alcanzado el “desenlace” del capítulo sexto de San Juan: Jesús es el Pan de Vida eterna, pero ese Pan es el Pan de la Palabra. Porque las palabras de Jesús son “Palabras de Vida Eterna”.


No es fácil digerir esta aclaración. Hay que pasar de la imagen del Mesías como gobernante poderoso, como rey conquistador y avasallador de otros pueblos; pero además, también hay que superar la comprensión del Mesías como un solucionador de los problemas económicos y de las dificultades materiales. Esa es una verdadera roca de tropiezo, (que es el significado de la palabra “escandalo”). Para esos “seguidores” ¡todo el castillo de naipes se viene abajo!

Con no poca frecuencia se ha difundido una perspectiva religiosa que nos muestra a Dios como un solucionador de nuestros problemas, algo así como si Dios fuera unas muletas o una silla de ruedas para ir por la vida arrastrando nuestra invalides espiritual. Esa era, precisamente la mirada de los que siguieron a Jesús porque había dado de comer a toda una muchedumbre. Vimos como Jesús evadió ese paradigma apartándose de esa gente para que tuvieran que hacer prevalecer otro enfoque: Jesús los libera, los hace libres de la relación con un Dios milagrero, apartándose a la montaña. (Cfr. Jn 6, 15)


En la siguiente etapa de este capítulo nos fue “catequizando” para que comprendiéramos que la fe verdadera es el esfuerzo por el rescate de nuestra imagen de Dios, desdibujada por el pecado. No se trata -como algunos piensan- de ir a Tierra Santa y poner el pie donde Jesús los puso; sino de vivir Jesús-mente, porque somos hijos, hemos de actuar con la dignidad de hijos, no imitando a Jesús, porque cada hijo tiene su propia identidad, y ningún hijo es igual a otro; sino dejando que esa “imagen y semejanza” salga a flote, se nos vea. Digamos mejor que, hemos de “alimentarnos” de su Cuerpo y de su Sangre para que su “genética” re-active en nosotros todo cuanto tenemos de sus Divinos cromosomas en nosotros. Llevamos un tesoro en vasijas de barro, pero –dentro de nosotros- está ese tesoro, ¡que la vasija se rompa para dejar ver la riqueza de la que es portadora!

¿Cómo identificar todos esos rasgos divinos que están en nuestro ser, heredados de Papá-Dios y ocultos por la mancha del pecado. Lo primero, sumergiendo nuestra pureza en su Sangre purificadora. Pero, además, y no menos importante, empapándonos hasta saturarnos de sus Enseñanzas. Ahí cobra toda su importancia y trascendencia la Palabra de Dios. Toda la Palabra, toda la Sagrada Escritura, enriquece nuestra vida; no estamos hablando de la Biblia bonita de gran tamaño, que adorna la sala en repujado atril. Estamos hablando de hacer de la Palabra “carne y sangre” nuestra, allí entran todos los rasgos, las peticiones confiadas que el Padre nos dirige, lo que –esperando nuestra obediencia- Él nos propone.

Observemos que aquí se trenzan los dos luminosos haces de la liturgia: la mesa del Pan con la mesa de la Palabra. Vamos a aproximarnos con un enfoque ingenuo pero clarificador: ¿Uno alcanza a misa si alcanza a la consagración, o si alcanza a la comunión? Tomemos como referencia la parábola de la Fiesta: Si a uno lo invitan a una fiesta, ¿llega al final?, solo para pasar a manteles porque no nos interesa charlar con el homenajeado y compartir con él, no nos interesa ni lo que piensa , ni lo que dice,… mejor dicho, no nos interesa, ni siquiera, saber que le celebran, el cumpleaños, un éxito, su promoción laboral…¿?, vamos porque podemos sacar partido de la comida que van a servir, o por hacer acto de presencia y dejar constancia que si estuvimos, quizás apareciendo en una de las fotografías que, en el momento del ponque, tomen.


«… la eucaristía… se realiza en una conjunción de acto y palabra… La palabra en la misa es, ante todo, de naturaleza reveladora. A través de ella Dios dice al hombre quién es Él y qué es el mundo que tiene ante sus ojos, manifiesta su voluntad y hace su promesa.… La palabra de Dios es un gran misterio. En ella habla Él mismo, pero con la lengua de los hombres… (A) esta palabra. No le haríamos justicia si simplemente atendiéramos a su contenido expresable conceptualmente… la palabra es algo más: contenido y forma, sentido y amor, espíritu y corazón, un todo entero y oscilante; no es una comunicación simple que uno piensa y entiende, sino un ser que proviene de ella y con el cual uno se encuentra…. Donde quiera que encontremos esta Palabra, allí reina el poder creador de Dios. Escuchar su palabra quiere decir entrar en el espacio de la posibilidad sagrada donde aparecerán el nuevo hombre, el nuevo cielo y la nueva tierra.»[1] Entonces no basta llegar a la comunión, no basta llegar a la elevación; lo deseable, lo hermoso es llegar antes, alcanzar a escuchar con toda el alma la proclamación de la Palabra y saborear lo que nuestro Amigo nos dice, oír con oídos enamorados lo que Él dice de “viva voz”, “que los humildes lo escuchen y se alegren”, procurando asirlo con la materialidad y concreción de una semilla entre nuestras manos para plantarla, con nuestras mejores habilidades de jardinería, en el huerto de nuestro corazón. No son semillas de trigo para –más tarde- amasar pan; son el Pan de la Palabra. Palabras que son espíritu y Vida.





[1] Guardini, Romano. PREPAREMOS LA EUCARISTÍA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 1ª ed. 2009.  pp.

sábado, 15 de agosto de 2015

ALIMENTO DE ETERNIDAD


“Convierte en frutos las semillas que hay en ti"
Prov 9, 1-6; Sal 33, 2-3.10-11.12-13.14-15;Ef 5, 15-20; Jn. 6, 51-58.

La Eucaristía nos compromete a que seamos nosotros la solidaridad de Dios con el hermano… Comulgar es un serio compromiso en el cual nos comprometemos a ser solidarios con los que están caídos, con los pecadores, con la miseria humana, con el dolor humano… La comunión es un compromiso ante la universal humanidad.

Gustavo Baena, s.j.

Primera Lectura

La primera lectura de la liturgia de este Domingo XX Ordinario del ciclo B, está tomada del Libro de los Proverbios, nos traza unas sólidas directrices para vivir fieles al Señor. Para vivir Jesús-mente, hay que vivir con Sabiduría, es más, muchos han pensado que aquí la Sabiduría es la personificación de Jesús, y sin duda las razones están dadas para así pensarlo, observemos:
a) Ha preparado un Banquete (Eucarístico)
b) Mezclado el Vino y puesto la Mesa (el Altar)
c) Ha encargado a sus mensajeros para invitar a todo el mundo, sistematizando el Envío (Iglesia-Evangelización).

El Salmo

La fidelidad al Señor no es cualquier clase de fidelidad, sino la fidelidad amorosa. ¿De qué otra manera se puede ser verdaderamente fiel? La perícopa nos trae cuatro fórmulas  para ser realmente prudentes:

a) Guardar la lengua del mal (Que tu palabra sea siempre algo mejor que el silencio)
b) Alejar del nuestros labios el engaño (En plata blanca: “No mentir”)
c) Apartarse del mal y hacer el bien
d) Procurar por todos los medios la Paz.


Estas cuatro pautas revelaran si amamos al Señor.

Segunda Lectura

La perícopa de Efesios escoge otra metodología para indicarnos el Camino. En vez de decirnos hacía donde emprender la marcha, nos muestra los riesgos que correríamos si cogiéramos por cualquier otra vía.

Lo contrario de vivir con prudencia, de obrar con sabiduría –que se nos propone en la Primera Lectura- es lo simétrico: Portarse como insensatos. Eso es lo que denuncia la Carta a los Efesios. ¿Cómo es un insensato? La Carta nos lo dice, lo describe con dos rasgos precisos:

a) Es un irreflexivo que no procura entender la voluntad de Dios
b) Se emborracha cayendo en el libertinaje.

La invitación que hace la Carta a los Efesios es a la prudencia, para lo cual se debe

a) Aprovechar el momento presente (porque los tiempos son malos; lo entendemos como el medio en que nos movemos es corrupto, está lleno de concupiscencia, de incitaciones al mal camino, al extravío).

b) Uno, lo que  debe hacer es llenarse de “Espíritu Santo”.

c) Construirse una vida de espiritualidad, lo que se alcanza orando, leyendo los salmos, con himnos y con cantos, y con gratitud hacia Dios.

d) Corona la prudencia una Acción de Gracias constante, al Padre, en el Nombre de Jesucristo.

Esta sabiduría, esta fidelidad en plenitud, esta prudencia es vivir Jesús-mente, es trasparentar la Divina Misericordia.

El Evangelio

Avanzamos en la lectura continuada del capítulo sexto del Evangelio según San Juan. Jesús es el pan, Él así nos lo declara, pero precisa, no es el pan que simplemente sacia el hambre; Él va más allá, Moisés lideró a un pueblo actuando como “Mediador” entre YHWH  y los antes-esclavos-en-Egipto, pero no los nutrió con su pan, sino con uno que le proveyó el Señor. Los acompañó y asesoró en la “ruta” llamada Éxodo, pero hasta ahí llegó su asesoría. Esa limitación de Moisés se evidencia en el hecho de no haber podido entrar en la Tierra Prometida. No alcanzó la meta, aun cuando llegó hasta su misma orilla.


Jesús –en cambio- da de comer su propio pan, porque se da a Sí mismo, brinda su propio Cuerpo, en su total integridad, lo cual en lenguaje semítico se dira “su Cuerpo y su Sangre”. El Evangelio de Hoy precisa cómo “comer a Jesús”, no “tragándolo entero” sino masticándolo, eso es lo que significa el verbo griego τρώγω que se usa en esta perícopa.  Consiste en incorporarlo a nuestro propio ser, viviendo Jesús-mente (adverbio que significa a la manera de Jesús), transparentándolo, observando con detalle cómo procede Él en cada situación y tratando de reaccionar de la misma manera. (Obsérvese que no decimos “imitarlo”).

Y viene además la más hermosa “promesa”. Masticar a Jesús nos dará la Vida, porque Él es la Vida. Él mismo nos resucitará en el último día”. No nos hará multimillonarios, no nos resolverá todos nuestros problemas terrenales, no hará por nosotros lo que a nosotros nos compete, respetará el criterio de subsidiariedad, y esperará de nosotros respuesta comprometida y solidaría, reacción fraterna, compasiva, amorosa y –cuando toque- espera que sepamos perdonar. Pero, en el último día, ahí si actuará el Mesías, ese Día, Él nos resucitará.

Digámoslo una vez más, ahí es donde Moisés se queda corto, Moisés entregó el Maná que Dios Padre envió a su pueblo en el Éxodo por el desierto, pero sólo era un alimento para saciar el hambre terrena. El mismo Jesús llenó la barriguita de 5000 hombres y además- 12 canastos se llenaron con su abundancia desmedida; así como en Caná también sobre-abundó en su generosidad al convertir el agua en vino. Pero, la promesa mesiánica es de alcances insospechados, es una vida sin término; la carne de Jesús, es para que ya no haya muerte: Jesús derrotó a la muerte. ¡Eso sí que es PAN DE VIDA, de Vida Eterna!

Así pues, este discurso del Pan de Vida nos ha llevado a entender que es lo que Jesús ofrece, su mesianismo, excede con creces nuestras expectativas. Nosotros nos apozamos en la espera de la “barriguita llena”, del ejército victorioso, del trono y el reinado de terciopelo y oro, de palacio y destello. Eso, desde la perspectiva terrena puede sonar fascinante; desde la perspectiva Celestial es –seguramente- deleznable. Con ojos terrenos ¿qué más podríamos codiciar?, pero Jesús lo que quiere es enseñarnos a volar con las alas del Espíritu… del Espíritu Santo.

Para poder entender en que consiste comer su carne y beber su sangre, tenemos que anhelar y ambicionar con los ojos de Jesús; pero sólo se tiene esa mirada si se vive Jesús-mente. ¿Qué pasa con aquellas personas que “comulgan” con frecuencia y, que sin embargo, no se cristifican?… Bueno eso nos lleva a otro Evangelio, el de la semilla que cae en terreno pedregoso, o entre abrojos, o a la vera del camino y los pájaros se comen la semilla, o bien el sol la marchita, o “los afanes de la vida” ahogan lo sembrado. Para mejor entender este fenómeno apelaremos a una “parábola”, la del “vendedor de semillas”.


«Un joven soñó que entraba en un supermercado recién inaugurado y, para su sorpresa, descubrió que Jesucristo se encontraba atrás del mostrador.
- “¿Que vendes aquí?” - le preguntó.
- “Todo lo que tu corazón desee - respondió Jesucristo. Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, el joven emocionado se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear: “Quiero tener amor, felicidad, sabiduría, paz de espíritu y ausencia de todo temor - dijo el joven-. Deseo que en el mundo se acaben las guerras, el terrorismo, el narcotráfico, las injusticias sociales, la corrupción y las violaciones a los derechos humanos”.
 Cuando el joven terminó de hablar, Jesucristo le dice: “Amigo, creo que no me has entendido. Aquí no vendemos frutos; solamente vendemos semillas”.»

Como dice el Papa Emérito Benedicto XVI “Quien siembra en el corazón del hombre es siempre y sólo el Señor Quien no “mastica” el Pan de Vida no incorpora sus nutrientes, ni es fiel, ni vive prudentemente, en suma, no ha alcanzado la verdadera sabiduría, se queda “insensato”, porque la sabiduría de verdad es solamente Jesucristo; sólo cuándo de nuestra parte se da el esfuerzo por cristificarnos el Pan de Vida nos satura, y nos capacita para “transparentarlo”. Y la transparencia de Dios a través de nosotros es una tarea, es la dulce misión de ser lo que verdaderamente somos, Dios nos “satura” para que brote de nuestro ser la misericordiosa ternura del Padre, y podamos vivir la filiación divina. Nosotros no “imitamos” a Jesús, somos como Jesús porque somos sus hermanos, y estamos repletos de sus “genes” porque lo “masticamos” a Él, incorporándonos a Él. La meta es la Resurrección pero la ruta es vivir acordes con su Divina Misericordia, reconocerlo, aceptarlo, querer ser de su “familia”.


sábado, 8 de agosto de 2015

HACERNOS CAPACES DE TRANSPARENTAR


1R 19, 4-8; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9; Ef 4, 30- 5, 2; Jn. 6, 41-52

De Jesucristo y de la Iglesia, me parece que es todo uno y que no es necesario hacer una dificultad de ello.
Santa Juana de Arco

Sacramento es transparentar en lo humano lo divino.
Gustavo Baena s.j.

El signo es algo que se pone allí en remplazo de otra cosa. Ese “algo-sustituto” aporta otros “planos” de comprensión, conecta con otras realidades y se entreteje en una red de alusiones y referencias. La frontera del signo se diluye y logra ir más allá, verdaderamente logra trascender-se, se ramifica, en su vitalidad, crece; se multiplica en conexiones como sinapsis dinámicas, con dendritas y axones arborescentes. Esa vitalidad lo hace elástico, fluyente, polimórfico, se goza en su polivalencia, en su polisemia. Dice, insinúa, pronostica, vaticina. A veces –en procura de la precisión- lo querríamos exacto, monosémico, fijo; pero, eso menguaría su poder trascendente. El signo tiene, pues, una naturaleza reticular.

Para este XIX Domingo Ordinario, el signo en cuestión es el “pan”, el pan en un primer plano es un alimento preparado –mediante horneado- con harina de algún cereal. Pero es signo de cualquier otro alimento, “pan” nombra cualquier alimento comible, que nutra o sacie el hambre. Pero, saltando al plano espiritual, por analogía con el plano físico, si el cuerpo necesita ser alimentado el espíritu –nos hemos venido dando cuenta a través de nuestras experiencias “vitales”- también necesita su propio alimento.

Regresemos a nuestro tema, el que nos ocupa en estos 5 Domingos, desde el XVII hasta el XXI, el capítulo 6 del Evangelio según San Juan. Jesús ha multiplicado los panes y los peces. Este milagro nos permite ver (darnos cuenta) de su divinidad. El milagro es “signo” de que Jesús no es un hombre “común y corriente”, se demuestra como “el Hijo de Dios Encarnado”. El punto aquí consiste en ¿cómo se lee el signo? Hay cierta lógica humana, muy humana, en ver al Multiplicador-de-panes-y-peces como un “excelente candidato al trono real”. Esta dificultad “interpretativa” Jesús la supera con un sencillo “movimiento”: huyó solo a la montaña (Jn 6, 15c). Sin embargo, huir a la montaña sólo evita que puedan “aprehenderlo” para forzarlo a ser rey, pero queda por resolver el tema de la incomprensión. Hay un hiato entre lo que se dijo y lo que se quería dar a entender. Quizá lo más lógico sea ahondar la explicación, decirlo otra vez y decirlo más claramente, insistir, extenderse en un prolongado discurso clarificador.


No vayamos a entender que “pan” era una cosa y Jesús quiso que se entendiera como otra distinta. En realidad, la doble significación era, ya en la cultura semita, tradicional, por ejemplo se da una tradicional identificación entre pan y alimento espiritual de la cual la Biblia nos ofrece un trazado. Probablemente, el episodio del maná –al que se ha aludido frecuentemente en relación con la multiplicación de los panes y que es aplicado como argumento por parte de la “gente” Moisés nos dio a comer el pan del cielo (cfr. Jn 6, 31) sea el caso paradigmático; pero la Primera lectura de hoy apunta en la misma dirección, el “pan asado en el fuego” que le dio el Ángel del Señor a Elías es un tipo de alimento que tal vez calma el hambre pero que, principalmente reanima al deprimido profeta para que completa un “extensísimo” peregrinaje (de cuarenta días y cuarenta noches!!!) por el desierto. Al escuchar la proclamación de esta perícopa del Primer Libro de los Reyes, lo que llama la atención es la presencia de ánimo que asiste al hombre que en el renglón anterior es un derrotado, un desterrado que se haya quebrantado por el destierro causado por su fidelidad en su labor profética. Si el afligido invoca al Señor, / Él lo escucha y lo salva de sus angustias./ El ángel del Señor acampa, /en torno a sus fieles y los protege. ¡Se trata de un vencido que recobra el ímpetu!


Retomemos el Evangelio, aquí viene la declaración central, el eje de la perícopa, se trata del versículo 48 del capítulo sexto, en él Jesús declara: ἐγώ εἰμι ὁ ἄρτος τῆς ζωῆς. Yo soy el pan de vida. Podríamos tomar esta frase como el inicio del sub-discurso 2. La palabra ζωῆς [zoe] se opone a la palabra βιο- βίος, esta última sólo remite a la vida física, mientras que aquella alude tanto a la física como a la espiritual, es decir, que Jesús no es ni exclusivamente alimento material, ni exclusivamente alimento espiritual, Él es ambos. Pero, ahora tratemos de ingresar nuevamente en la complejidad del “signo” pan. Jesús nació en Belén, y el nombre de esta población curiosamente traduce “Casa de Pan”, es decir de allí mana todo el pan, por así decirlo, este Belén nos suena a la panadería de la que todo el pan del mundo proviene. Es muy curioso, pese a que tal vez no reparamos en ello, pero todavía hoy, siglo XXI, vamos al Altar a comer de ese mismo pan que se horneo en “la-casa-de-pan”.


Vengamos sobre el fenómeno normal de la alimentación mediante la cual incorporamos una sustancia externa y la acogemos en nuestro organismo para hacerla parte de nuestro ser, incorporándola a nuestros tejidos, a nuestra sangre. Pero ¡el caso de este Pan excepcional es distinto! «…en el plan espiritual, es lo divino que asimila lo humano, no viceversa. Así que mientras en todos los casos es el que come el que asimila a sí mismo lo que come. Al que se acerca a recibirlo, Jesús repite lo que decía a Agustín: “No serás tú quien me asimilaras a ti, sino seré yo quien te asimilaré a mí”… La comunión no es sólo unión de dos cuerpos, de dos mentes, de dos voluntades, sino que es asimilación al único cuerpo, a la única mente y voluntad de Cristo.»[1]


Sigamos esta línea de pensamiento agustiniana, «Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como cabeza? Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo.»[2]

Para poder leer el signo del pan y percibir algo de su anchura y de su graciosa profundidad es preciso reflexionar como nos hacemos, lo múltiple, uno solo. Muchos granos de trigo dispersos se dan cita en el granero y después, una vez molidos, se ponen de acuerdo para encontrarse en el mismo pan o en la misma hostia. Muchas uvas se dan cita en el mismo lagar y luego –no por casualidad- concurren en el mismo Cáliz Santo para hacerse Sangre Redentora. Muchos hombres, convergen en una synaxis y confluyen allí para ser parte del pueblo Santo de Dios, y participar en el mismo Convite, en una misma y única Liturgia, en el mismo Santo Sacrificio, en la única Fracción del Pan.

«“Signo” significa en este caso que se hace presente una actividad que comunica gracia…. El valor de signo y el valor de eficiencia siguen siendo completamente distintos… El ramo de flores que envío por medio de una agencia a unos amigos  que se casan en el extranjero es para ellos la presencia concreta de mi simpatía y mi amistad. Es la trasposición de mi amor, es mi amor en una manifestación visible. Sucede lo mismo pero en medida infinitamente superior, con los sacramentos… la voluntad salvífica celeste de Cristo constituye, mediante su cuerpo glorioso, una unidad dinámica con el gesto ritual y la palabra sacramental del ministro que tiene la intención de hacer lo que hace la Iglesia»[3]


Solo periféricamente queremos aludir al punto de la eficacia. ¿El sacramento obra por encima de todo, se sobrepone al posible rechazo del corazón de quien recibe el Sacramento, supera la increencia, la falta de fe, la “impureza” del que comulga? Evidentemente si así fuera el sacramento rayaría en lo mágico, peor aún, en la brujería. El Sacramento es eficaz aun cuando no lo notemos, aun ayudándonos a superar nuestras debilidades, pero no “por encima de nosotros” «Y la experiencia de cualquier sacerdote o de cualquier cristiano es que, si él no opone demasiados obstáculos, Dios da a través de nosotros cosas que nosotros ni llegamos a sospechar»[4]

A esa disponibilidad nos llama San Pablo en Efesios 4,30-5,2 para permitir la eficacia del sacramento y dar hospitalidad a la gracia tenemos un itinerario en nuestro Éxodo para acoger  καὶ μὴ λυπεῖτε τὸ Πνεῦμα τὸ Ἅγιον τοῦ Θεοῦ al Espíritu Santo y no entristecerlo: Se nos convida a desterrar de nosotros
a)    La aspereza
b)    La ira
c)    La indignación
d)    Los insultos
e)    La maledicencia
f)     Toda clase de maldad.
Por el contrario, estamos llamados a
a)    Ser buenos y comprensivos
b)    Perdonarnos los unos a los otros
c)    Imitar a Dios, imitación muy comprometida, asimilándonos a Jesús, como ὡς τέκνα ἀγαπητά “amados hijos”.
d)    Promoviendo en nuestro corazón hacernos, παρέδωκεν ἑαυτὸν nosotros mismos προσφορὰν καὶ θυσίαν ofrenda y víctima.


Estos consejos configuran la ruta de navegación para hacernos dóciles a la gracia sacramental, son un elenco que condiciona la eficacia del sacramento en nosotros. “Todos los miembros tienen que esforzarse en asemejarse a él “hasta que Cristo esté formado en ellos” (Ga 4,19)[5] Que suceda, poder decir con Martín Descalzo: «Me encanta la idea de ser un canuto a través del que Alguien, más importante que todos nosotros juntos, sopla… Nuestro problema está, entonces, en ser buenos trasmisores y volvernos trasparentes, para que pueda verse detrás de nosotros al Dios escondido que llevamos dentro. Y luego repartir sin tacañerías lo poquito que tenemos –esa pizca de fe, esa esquirla de esperanza, esos gramos de alegría-, sabiendo que no faltará quien venga a multiplicarlo como el pan del milagro. Seguros de que la pequeña llama de una cerilla puede hacer un gran fuego. No porque la cerilla sea importante, sino porque la llama es infinita.»[6]
                            



[1] Cantalamessa, Raniero. “ESTO ES MI CUERPO”. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2007 pp.120-121
[2] San Agustín, In Evangelium Johannis tractatus, 21, 8. Citado en CEC #795
[3] Schillebeeckx, Edward. O.P. Ed. Dinor S.L. Bilbao-España 1966 pp. 94. 96-97
[4] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. Ed. Sígueme S.A. Salamanca-España 2000 p. 182 (El subrayado es nuestro)
[5] CEC # 793
[6] Martín Descalzo, José Luis. Op. Cit. p. 182-183

sábado, 1 de agosto de 2015

REY DE OTRO MODO


Ex 16, 2-4. 12-15; Sal 77, 3. 4b. 23-24. 25 y 54; Ef. 4, 17. 20-24; Jn. 6, 24-35

Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad.
Ef 4, 24

La situación del pueblo no se resuelve solamente con la comida. ¿Y el resto?
Ivo Storniolo

En el caso de Jesús, el tema de su reinado, que no es el reinado de una sola persona, sino el de la Trinidad, se tiene que entender que no se trata de coronarlo Rey puesto que ya lo es. Tampoco se trata de concederle la Divinidad porque Él la detenta por los siglos de los siglos. Se trata de poder, digámoslo así, “acceder” a su realeza. Su realeza es lo que resulta desconcertante: Acabamos de verlo alejarse, evadirse. Esquiva su “entronización”:  “Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.” (Jn 6, 15). Él no quiere este tipo de proclamaciones. Pero, echemos una mirada analítica sobre tal actitud.


Ya hemos dicho que “esta gente” quiere proclamarlo rey porque les ha saciado un hambre, la física; preguntémonos si ¿esa podría ser la meta de Dios?, el montaje de un restaurante popular que otorgue comida gratis. ¿Sería semejante proyecto un “plan Salvífico”? Cierto que algunas personas requieren urgentemente este pan, cierto que este milagro puede socorrer a algunos que están muriendo de hambre, y no son pocos. Seguramente pensando en ellos Jesús señaló: “Denles ustedes de comer” Mc 6, 37a. Para esos que están en la inanición, el pan material es una urgencia impostergable, pero esa es sólo una faceta de la gran tarea salvífica. Cuando nos reta a darles “nosotros mismo” de comer nos señala una tarea que no es la salvífica, no es esa estrictamente hablando la labor divina sino la competencia humana. Dios ilumine esta paráfrasis: “Ocúpense ustedes de esa labor, a mí me compete una mayor, más sublime, más humanizante”.

La economía de salvación no se centra en el hambre inmediata, la salvación es un proyecto más integral, más holístico –si se quiere-, va más allá de las soluciones que llamaremos “parciales”; el ser humano requiere soluciones que lo dignifiquen, que vayan más alto y más al fondo que el pan limosnero. (Queremos insistir que este afán, también es válido, también hay que contestarlo, no es menos importante, pero no es algo que no se habría podido resolver sin que Dios se encarnara. Para aquel que no tiene ni un mendrugo, esa es la primera urgencia, pero para muchos que tenemos resueltas estas necesidades, hay apremios más acuciosos). No queremos de ninguna manera desviar la mirada del pobre a quien Jesús mismo nos enseñó a mirar y a tender con opción preferencial. No podemos ignorar al que pasa hambre física, pero tampoco el Rey de Reyes ignorará al que está saciado de alimento pero sufre otras ansias. Se trata –no lo olvidemos- de poner la realeza de Dios en su justa dimensión para captar por qué rehusaba Jesús el reconocimiento como rey y por qué su reinado es de otra especie.


Vemos, de inmediato, que al hambre física Dios puede contestar con codornices, o puede dejar al retirarse la capa de rocío, algo muy fino que alimenta, como semillas de cilantro, amarillentas y que sustenta muy bien aun cuando no sepamos ni cómo se llama y preguntemos: “¿Y esto que es?” (recordamos que en lengua hebrea ¿Qué es? Suena como “man-hu”). Habría bastado Moisés. Dios podría nutrirnos sin pasar por el pesebre, el destierro a Egipto, su vida en Nazaret y Galilea, sus milagros y sus parábolas, su pasión y su crucifixión, y su entierro y resurrección. Digamos que todos aquellos problemas “económicos” se pueden resolver sin Jesús.

Jesús vino a elevarnos, de nuestro egoísmo y limitación, de nuestra ceguera y nuestras ambiciones, de nuestras avaricias y nuestras idolatrías esclavizantes. Jesús vino y se hizo uno de nosotros para que nosotros pudiéramos alzarnos a la categoría de hijos. Vino a sublimar nuestro “barro” y a dignificarlo como barro-trascendente, barro capaz-de-fe. En fin, digámoslo breve pero contundentemente, vino a participarnos su Realeza, porque sólo así podemos ser capaces-de-Dios.

Si Él se hubiera ocupado de ser Rey, de simplemente llenarnos la pancita, nosotros seríamos más esclavos, más idolatras, cada día habríamos vivido añorando las cebollas y las ollas de carne que comíamos en Egipto. Cada día seríamos más fetichistas, más alienados, menos libres. Sí Él hubiera resuelto todos nuestros afanes alimenticios y de techo y vestuario por arte y golpe de la varita mágica, no pasaría de ser un mago de feria un Jesucristo Superstar, héroe farandulero. Y nosotros, en vez de ser sus hermanos, seríamos cada día más estiércol.


Por eso, lo que Él hace es hacerse a Sí mismo pan-nutricio. Si el alma está en la sangre, nos participa su alma dándonos a beber el Cáliz de su Sangre. Y sigue transhistóricamente haciéndose pan para “cebar leones” –al decir de San Ignacio de Antioquía- porque no nos infunde servilismo sino decencia, fuerza y dignidad. Nos maravillan los santos, admiramos la valentía de los mártires, es que la Eucaristía “ceba leones”.

Reflexionemos, ¿qué mogolla puede sacar de nosotros –barro vil- el destello fulgurante de la santidad y la valentía desmedida de los mártires? ¿Cómo pueden, hombres –comunes y corrientes- obrar milagros y enamorarnos de Cristo y hacer sobrevivir su memoria a través de más de veinte siglos?

Ese es el verdadero estilo de Rey, no rey mundano sino Rey-Celestial. Un reinado basado en la entrega, en la donación, en el servicio, en el perdón y el amor. Un reinado que nos acrece, nos ensalza, nos participa todo lo de Él, para recuperar lo que un malhadado error nos perdió, para deshacer el engaño de la serpiente y abandonar las torpes idolatrías que el Maligno-abundante-en-artimañas desparrama doquiera para nuestra perdición. Jesús vino para rescatarnos la imagen y semejanza según la que fuimos creados. ¡Él pagó el rescate!


Para eso precisamos a Jesús; los pasos no se podrían dar sin Él. Sólo Él es mayor que las añagazas con las que el Ángel-caído quiere fraguar y eternizar nuestra perdición. ¡Sólo su reinado nos hará libres! Él es el Rey que libera, el que no cede a la  tentación y nos enseña también a rechazarla, a superarla. ¡Que entre el Rey de la gloria! ¡Que entre y pase al fondo, a lo más hondo de nuestro corazón!