R 4, 42-44; Sal 145(144), 10-11. 15-16. 17-18. Ef 4, 1-6; Jn 6,
1-15
Permíteme Yahvé,
hacer que tu Gloria resplandezca y no ser, precisamente yo, el eclipse de tu
Resplandor.
Ha
aparecido un letrero descomunalmente enorme. Toda la humanidad lo puede leer.
“Se buscan voluntarios para ayudar –en pleno siglo XXI- a obrar un milagro”.
Voluntarios que se dejen trillar y amasar para hacer con ellos un sabroso trozo
de pan, gente que no le de asco inclinarse a lavar los pies de un “compañero”,
voluntarios que prefieran decididamente la unidad a la división. Gente con el
corazón pleno de amor y entrañas sensibles, capaces de enternecerse.
La
Primera Lectura vaticina a Jesús. También en este episodio el profeta Eliseo da el pan; veinte panes se multiplican y alcanzan para 100
comensales; el profeta piensa primero en los otros que en sí mismo. En el
trasfondo está el Señor-Dios–Padre. Eliseo confiesa que su actuación se
desprende de la “orden” de Yahvé, la Palabra del Señor indica la ruta del
“hacer”, y lo que el Señor dice se cumple, tal cual, no sólo comen sino que
abunda –mejor todavía- sobre-abunda. Por eso la palabra clave que descifra el
resto del mensaje es “abundancia”, el Señor no da con mezquindad, no estamos
ante un dios-tacaño, estamos ante יְהוָ֖ה אָכֹ֥ל וְהֹותֵֽר Dios-que-da-todos-comen-y-sobra: Dios
previsor, Dios-generoso, Dios-providente.
Dios siempre se ocupa y se ocupará, Dios-aprovisiona a su fiel,
recordamos por su especial consonancia con este episodio, el sacrificio de
Abraham. Él no llevaba una ofrenda sacrificial de re-emplazo, el Señor le
habría pedido a su hijo, él no se lo negaría. Pero Dios provee una ofrenda
sustitutiva: allí hay un carnero con los cuernos enredados en las ramas de un
arbusto, en tal situación, Abrahán decide llamar el lugar יְהוָ֣ה ׀ יִרְאֶ֑ה “El Señor
da lo necesario” (Gn 22, 14b).
El
Señor provee, con profusión, con exagerada prodigalidad, el Señor es oportuno
en su respuesta, tiene el don para el momento exacto, el Señor conoce el
momento justo y es inmediato al momento oportuno. No es un Padre-permisivo, que
deja a sus hijos caer en el capricho. Pero, sin ninguna clase de duda, está
allí y dará cuando conviene. Si bien Eliseo en este pasaje pre-anuncia al Hijo
de Dios, Jesús potencia la “abundancia” de Eliseo. Jesús da de comer a cinco
mil aun cuando los recursos son excesivamente menores, no tiene a su
disposición los veinte panes de Eliseo, Él sólo cuenta con cinco panes y dos
peses. Destacamos la abundancia en esta perícopa: καὶ
ἐγέμισαν δώδεκα κοφίνους κλασμάτων ἐκ τῶν πέντε ἄρτων τῶν κριθίνων ἃ ἐπερίσσευσαν
τοῖς βεβρωκόσιν. “… llenaron doce canastos con los trozos de
los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido” (Jn 6, 13). El
verbo περισσεύω comunica la idea de dar
“una medida rebosante”, comunica que “sirve hasta el tope y se derrama”, expresa
el hecho de que “supera la expectativa”, en fin, sobre-abunda. Si repasamos las
Escrituras encontramos diversos episodios de generosidad indescriptible que
definen a Dios como el
Señor-rico-en-prodigalidad. El episodio de las Bodas de Caná (Jn 2, 1-11) es
prototípico y paradigmático.
Aquí el signo es el pan. El pan es signo de
todo alimento, signo del alimento material y, óigase bien, no menos sígnico del
alimento espiritual. Hay una esencia sacramental en el pan. El pan es signo de
comunidad en la misma medida en que es siempre la unificación de granos
plurales de cereal. Muchos granos hacen un solo pan: muchos hombres, aunados
(recalquemos el significado de esta palabra,
a-unado, “muchos hechos uno”) hacen comunidad. La palabra comunidad
tiene varios parientes que nos pueden –por aproximaciones sucesivas) acercar a
su significado, entre ellas: comuna, comunero, comunismo, comunicación. Si uno
quisiera acercarse con premura a su núcleo semántico podríamos definirla como
la asociación humana que ha alcanzado la unidad:
Comunidad=con-unidad.
San Pablo en la Segunda Lectura nos propone
siete hálitos de unidad, son razones más que suficientes, no son obra y gracia
humana, sino don divino: 1) un solo cuerpo; 2) un solo
Espíritu, 3) una sola esperanza; 4) un solo
Señor, 5) una sola fe, 6) un solo bautismo; 7)
un solo Dios y Padre (Ef 4, 4-6a). Aquí es donde llega otra palabra
con una etimología connatural con la de com-unidad: la de compañero. ¿Quién es
el compañero? Es el prójimo especial que ha alcanzado la unidad en el único
cuerpo de los creyentes comiendo del mismo “pan”. Quizás por eso San Pablo lo
nombra como primer impulso hacia lo “Uno”: Un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de
Cristo, donde todos somos uno, la comunidad eclesial, en ella somos Uno gracias
al único Dios y Padre, al único Señor y al único Espíritu. Esta Santa Trinidad
nos entrega la unidad a través de “virtudes” es decir, una fuerza, un valor,
una valentía que nos capacita para resistir, para ser fieles, para ser μετὰ
πάσης ταπεινοφροσύνης καὶ πραΰτητος, μετὰ μακροθυμίας, ἀνεχόμενοι ἀλλήλων ἐν ἀγάπῃ “humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en
el amor”.(Ef 4, 2): Compañero es precisamente el que comparte con nosotros el
mismo pan, procede del latín ‘cumpanis’ (cum: con panis: pan), cuya traducción
literal es ‘con-pan’ dándole el
significado de ‘compartiendo el pan’, o sea ‘los que comparten el pan’, los
que ‘comen de un mismo pan’.
Esta
manera de compartir, nos lleva a una “novísima visión de la economía”, una que
sea consonante con el “hombre nuevo”, aquel que es célula del Cuerpo Místico de
Cristo: Es una economía “otra”, que nos asombra (por su novedad), porque no es
mercantil, mucho menos mercantilista. No la obnubila la pasión del
enriquecimiento, está basada en el “compartir”, exige sensibilidad (similar a la
de la Virgen Santísima cuando notó que se les estaba acabando el vino a los
recién casados de Caná). Algo impensable e inimaginable para quienes hemos
vivido, toda la vida y miles de años sumidos en la compra venta, terca en su
pasión por la “ganancia”. ¿Cómo –nos preguntan- se puede construir una economía
basada en la satisfacción de necesidades, cimentada en la fraternidad y en la
solidaridad?
En este
punto de nuestra reflexión se tocan dos mundos: el de la fe y el del gobierno
del mundo: el de las realidades del espíritu y aquel de las realidades
materiales. Nosotros siempre hablamos del “hombre integral” el que no puede
diseccionarse en dos personas distintas, casi diríamos “divergentes”, ofuscados
por una ideología esquizofrénica: de un lado el cuerpo y, del otro lado (ojalá
post-mortem) el espíritu; y en aras de mantener excluyentes las dos esferas,
sacrifica la unidad del ser. Por lo tanto se trata de una ideología diabólica.
¡Claro
que el asunto es espinoso! Jesús resuelve el problema, multiplica el pan, ellos
se lo quieren llevar para hacerlo rey. Y muchos hay que dicen: ¿Qué más podía
esperar? Su manera de mostrarle gratitud es el deseo de nombrarlo para el cargo
más alto… Ahí es donde, como solía ocurrir, ¡no le hemos entendido nada! Jesús
no vino para poner un restaurante comunitario y alimentar miles de barriguitas
diariamente y montar una transnacional de “beneficencia”, eso de ninguna manera
dignificaría al hombre, peor aún, lo denigraría, sería peor el remedio que el
propio mal.
Por eso,
Él se les escabulle, Él no vino a reinar sobre nadie, vino a servir y… ¡se ata
una toalla alrededor de la cintura, toma un platón y se inclina a lavar los
pies! Hay algo que dice la Madre Teresa de Calcuta que nos ha hecho pensar
mucho: «No debemos preocuparnos de por qué existen los problemas en el mundo,
sino simplemente responder a las necesidades de las personas. Hay quienes
opinan que si nosotros damos caridad a los demás eso hará disminuir la
responsabilidad de los gobiernos para con los pobres y los necesitados. No me
preocupo de esas cosas porque los gobiernos no suelen ofrecer amor. Me limito a
hacer lo que yo puedo hacer; el resto no es asunto mío.
Dios ha
sido muy bueno con nosotros: las obras de amor constituyen siempre un medio
para acercarnos a Dios.»[1]
Entonces,
¿qué es asunto mío? Pues Jesús me da una instrucción, me ordena ir y recoger
las sobras, y no permitir que se desperdicie nada, no permitir que manos
voluntarias se queden vacantes, que generosos corazones se vean imposibilitados
de brindar su propia entrega y su capacidad de servicio, no generar ni proponer
obstáculos al impulso de la gracia que florece en cientos de millones de
diferentes formas. ¡Que yo no sea el impedimento para que el milagro de la
multiplicación se dé! Lo demás, como dice la Madre Teresa, “no es asunto mío”. ¡Está
en las manos de Dios!