CONSTRUIR UN ÁMBITO DE FRATERNIDAD, DE
JUSTICIA, DE PAZ, DE DIGNIDAD PARA TODOS
Is 49, 3. 5-6; Sal
40(39), 2. 4. 7–10; 1Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34
Israel no existe sólo
para sí mismo: su elección es el camino por el que Dios quiere llegar a todos.
Benedito XVI
Identidad y Misión de Jesús
En
este Segundo Domingo del Tiempo Ordinario vamos a reconsiderar quien es Jesús,
lo que Él representa y cuál es su misión. En el Evangelio, continuaremos
insertos en la filiación de Jesús, como si fuera la segunda parte del Domingo
anterior, vamos a encontrarnos nuevamente con la afirmación de Jesús-Hijo de
Dios. Valga decir, segunda parte del episodio bautismal en el sentido de ser
ratificación del mensaje que la Teofanía Trinitaria nos mostró en el Evangelio
de Mateo el Domingo anterior cuando despedíamos el Tiempo de Navidad.
Deuteroisaías
Seguimos
leyendo a Isaías, también en la Primera Lectura encontramos una continuidad: El
Domingo anterior leímos del capítulo 42, hoy del capítulo 49. En el capítulo 42
leímos el Primer Cántico del “Siervo Sufriente”, hoy leeremos el Segundo
Cántico. Sabemos que estos textos del Deutero-Isaías fueron escritos durante el
exilio en Babilonia del pueblo que había sido deportado. El profeta trae este
anuncio para reconfortar a los deportados, en él encontramos la figura del
Siervo de YHWH que encarna la liberación.
Este
Siervo liberador recibe su vocación, llamado desde el vientre de su madre,
donde ya había sido vocacionado a ser “siervo”. Tiene por misión reunificar a
Israel, llevar al pueblo de Jacob hacia el Señor. Pero su misión sería poca
cosa si se limitara al pueblo de Israel, este siervo está llamado a לִֽהְיֹ֥ות יְשׁוּעָתִ֖י עַד־קְצֵ֥ה
הָאָֽרֶץ “llevar
la salvación hasta los confines de la tierra” (Cfr. Is 49, 6d).
El
Domingo anterior, al leer el Primer Cántico del Siervo del Señor, veíamos que
Él iba a apelar a recursos diferentes, a un método nuevo: «El siervo debe
predicar la gracia y no el juicio, por eso no necesita retórica, ni
grandiosidad… El siervo, en efecto, reutiliza la caña rota y no la tira, no
apaga el pabilo humeante sino que le pone más combustible para que brille de
nuevo.»[1]
“Aquí estoy” Sal 40(39), 8b
En
el Salmo, como es proclamado dentro de la liturgia, se ha prescindido de los
versos 1, 3, 5 y 6; tampoco se proclaman los versos 11-18. Este salmo pertenece
a los Salmos de Acción de gracias. La gratitud está motivada porque el
“Salmista” que estaba angustiado por un peligro de muerte (que está indicado en
el salmo por el verso 3), ha sido socorrido por el auxilio del Señor:
“Me salvó de la fosa mortal,
Me libró de hundirme en el pantano.
Afirmó mis pies sobre una roca;
Dio firmeza a mis pisadas.”
Entonces,
con un corazón agradecido, viene a presentar su ofrenda. Sin embargo, trae las
manos desnudas: ningún cabrito, ninguna paloma, nada para el holocausto. ¿Qué
ofrendará en su acción de gracias si no trae nada?
Estábamos
diciendo que se apelará a recursos diferentes, a métodos diversos. Pues un
cambio radical está en el tipo de ofrenda, en la clase de sacrificios que se
ofrecen:
“Tú no te complaces en los sacrificios
ni en las ofrendas de cereales;
tampoco has pedido holocaustos
ni ofrendas para quitar el pecado
En cambio me has abierto los oídos.”
Sal 39,7
Se
exceptúan los versos no necesarios a la demostración de la obediencia sin
límites. Lo que Dios quiere consiste en la auto-inmolación, en el sentido de
renunciar a sí mismo y plagarse a la obediencia, a la disponibilidad, al ansia
de cumplir la Voluntad de Dios:
“Por eso he dicho: Aquí estoy,
Tal como el Libro dice de mí.
A mí me agrada hacer tu Voluntad,
Dios mío;
¡Llevo tu enseñanza en el corazón!”
Sal 39,8-9
Todos los que invoquen el nombre de Jesús
Miremos,
ahora, la Segunda Lectura. Tomada de la Primera carta a los Corintios. Se
ajusta al uso paulino, que empieza sus cartas con un saludo donde se identifica
tanto al remitente o remitentes (en este caso Pablo y Sóstenes que lleva el
epíteto de ὁ ἀδελφὸς
“hermano”), como al destinatario (en este caso, La Comunidad Cristiana que está
en Corinto), esta Comunidad recibe aquí la denominación específica de ἐκκλησίᾳ Iglesia. Luego caracteriza a quienes
forman la comunidad: se trata de los que han sido ἡγιασμένοις
ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ
“santificados en Cristo Jesús”; mientras Pablo se dice κλητὸς ἀπόστολος
llamado al apostolado, a
la Comunidad creyente la designa κλητοῖς ἁγίοις llamada a ser “santa”.
Un
elemento supremamente importante, que se impregna de continuidad con la idea de
no exclusividad, de no exclusión; antes bien, de universalidad, de llamado a
todos los que quieran oír y que se inserta en la misma línea del llamado a los
“Reyes Magos”, de toda la gentilidad, de todas las naciones de la tierra, como
manifestación de aceptación y acogida a todos los pueblos. En esta carta se
enuncia así: σὺν πᾶσιν τοῖς ἐπικαλουμένοις τὸ ὄνομα τοῦ
Κυρίου ἡμῶν Ἰησοῦ Χριστοῦ ἐν παντὶ τόπῳ, αὐτῶν καὶ ἡμῶν “(así como a) con (junto a) todos
aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo Jesús, Señor
nuestro y Señor de ellos (Señor de ellos y de nosotros)”.
La
fórmula de saludo de la perícopa que leemos en este Segundo Domingo del Tiempo
Ordinario (A), concluye con deseos de gracia y paz. «La gracia hace pensar en
la bondad de Dios, que hizo alianza con un pueblo pobre, débil y marginado, revelándole
todo su amor de aliado y compañero fiel… la paz que para el pueblo de la
Biblia, representa la plenitud de la vida.»[2]
Más sobre el bautismo de Jesús
San
Juan el evangelista declara como meta y propósito de su trabajo redaccional que
creamos que Jesús es el Hijo de Dios (Cfr. Jn 20, 31). Su Evangelio fue
cuidadosamente madurado y meditado, obedece a un agudo plan de tejido, de
contraposiciones, de imágenes.
Hablábamos
arriba de una Teofanía Trinitaria en el Evangelio que se proclamó en el
Bautismo de Jesús, el Domingo anterior, aludiendo al concepto de Santo
Tomás de la circuminsessio porque
se da una co-presencia y manifestación simultanea de las Tres Divinas Personas:
El Hijo que sale en las aguas del Jordán, la Paloma que –así como antes de la
Creación- se movía sobre las aguas, también allí, en el Evangelio Mateano está
sobre la Nueva Creación, el Hijo; y la Voz del Padre que testimonia su Paternidad.
San
Mateo –- nos refirió su testimonio el Domingo pasado. San Juan Bautista también
relata el testimonio en la perícopa de este Segundo Domingo: Dios le había
dicho que sobre quien descendiera el Espíritu Santo ese sería el llamado a
bautizar con Espíritu Santo, y él vio al Espíritu descender en forma de Paloma
y posarse sobre Jesús. Concluye
San Juan Bautista: κἀγὼ ἑώρακα, καὶ μεμαρτύρηκα ὅτι οὗτός ἐστιν ὁ
Υἱὸς τοῦ Θεοῦ. “yo lo vi
y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios” (Jn 1, 33d). Hemos traducido
“posarse”, sin embargo, no refleja bien el sentido de μένον que proviene del verbo μένω que se traduce mejor como
“permanecer”, “quedarse allí”, “quedarse sobre”, “seguir con”, “habitar”,
“morar”, traduciríamos mejor “y se quedara en Él” o -por tratárse de una
Paloma- “y anidará en Él”. El Espíritu no sólo “baja”, no sólo “desciende”, no
sólo “se posa”; el Espíritu “habita en Él”.
Se
ratifica el concepto de Santo Tomás al que nos venimos refiriendo, también en
el Evangelio de San Juan, que muestra que el Espíritu habita a Jesús, o sea
está permanentemente con Él; y en otra parte dice, San Juan citando las ideas
que Jesús manifestó sobre sí mismo: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”,
así podemos decir que los Tres están sentados en el mismo sitio, lo que es
conforme con la definición de circuminsessio.
El
llamado que hace Juan el Bautista a bautizarse y convertirse, tiene un
objetivo, lo podemos leer en el verso 31: “mi misión y mi bautismo con agua
eran para Él, para que Él se diera a conocer a Israel.” O sea que el bautismo
de Juan no borraba los pecados, era un bautismo penitencial de reconocimiento
de la “pecaminosidad”, pero también era un indicador, un orientador que
apuntaba hacia Jesús, UN BAUTISMO DE ANUNCIO; pero el bautismo de Juan carece
de los efectos magníficos del bautismo de Jesús, un Nuevo Bautismo que es ἐν
Πνεύματι Ἁγίῳ καὶ πυρί· “en
Espíritu Santo y Fuego” (Mt 3, 11d).
Gracia del bautismo
Cuando
hablamos de “efectos magníficos” nos referimos a “La gracia del bautismo” que
el Catecismo de la Iglesia Católica explica así (a efectos de brevedad nos
limitaremos a citar las frases medulares, sin embargo, fácilmente se puede leer
el texto íntegro que es asequible, inclusive en Internet):
1262…. Los
dos efectos principales, …, son la purificación de los pecados y el nuevo
nacimiento en el Espíritu Santo (cf Hch 2,38; Jn 3,5).
·
Para la remisión de los pecados...
1263… todos
los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales
así como todas las penas del pecado (cf DS 1316)…
·
“Una criatura nueva”
1265… hace
también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5, 17), un hijo
adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la
naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27),
coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).
1266 La
Santísima Trinidad da al bautizado la gracia santificante, la gracia de la
justificación que :
— le hace
capaz de creer en Dios, de esperar en Él y de amarlo mediante las virtudes
teologales;
— le
concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante los
dones del Espíritu Santo;
— le
permite crecer en el bien mediante las virtudes morales.
·
Incorporados a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
1267 El
Bautismo hace de nosotros miembros del Cuerpo de Cristo… "Porque en
un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un
cuerpo" (1 Co 12,13).
1268 Los
bautizados vienen a ser "piedras vivas" para "edificación
de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo" (1 P 2,5). Por el
Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real,
"linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,…
1269…el
bautizado ya no se pertenece a sí mismo (1 Co 6,19), sino al que murió y
resucitó por nosotros (cf 2 Co 5,15). Por tanto, está llamado a someterse a los
demás (Ef 5,21; 1 Co 16,15-16), a servirles (cf Jn 13,12-15) en la comunión de
la Iglesia, y a ser "obediente y dócil" a los pastores de la Iglesia
(Hb 13,17) y a considerarlos con respeto y afecto (cf 1 Ts 5,12-13)…
1270 Los
bautizados "renacidos [por el bautismo] como hijos de Dios están obligados
a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la
Iglesia" (LG 11) y de participar en la actividad apostólica y misionera
del Pueblo de Dios (cf LG 17; AG 7,23).
·
Vínculo sacramental de la unidad de los cristianos
1271 …el
bautismo constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han
sido regenerados por él" (UR 22).
·
Sello espiritual indeleble...
1272… El
Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble (character) de
su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado, aunque el
pecado impida al Bautismo dar frutos de salvación (cf DS 1609-1619)
1273…por
el Bautismo, los fieles han recibido el carácter sacramental que los consagra
para el culto religioso cristiano (cf LG 11)… en la santa Liturgia de la
Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el testimonio de una vida santa
y de una caridad eficaz (cf LG 10).
1274
El "sello del Señor" (San Agustín, Epistula 98, 5), es el sello con
que el Espíritu Santo nos ha marcado "para el día de la redención"
(Ef 4,30; cf Ef 1,13-14; 2 Co 1,21-22).
¿Quién es el siervo del Señor?
Se
plantea la disyuntiva, al referirnos al Siervo de YHWH, al Cordero de Dios?
(Nos parece muy interesante en este contexto y en la relación entre la perícopa
de Isaías y el fragmento del evangelio de San Juan para esta fecha que “en
arameo, el idioma en el que hablaba Jesús, [talya] significa tanto siervo como cordero”)[3] ¿nos estamos refiriendo a
una persona? ¿a una comunidad (ἐκκλησίᾳ)?
o ¿a un pueblo?.
Volvamos
al numeral 1267 del Catecismo de la Iglesia Católica: El Bautismo hace de
nosotros miembros del Cuerpo de Cristo. "Por tanto [...] somos miembros
los unos de los otros" (Ef 4,25). El Bautismo incorpora a la
Iglesia. De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva
Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones,
las culturas, las razas y los sexos: "Porque en un solo Espíritu hemos
sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (1
Co 12,13).
La
Primera Lectura de esta fecha nos da un elemento clarificador, inicia con el
versículo 3 donde da una clave: “Tú eres mi siervo, יִשְׂרָאֵל Israel; en ti manifestaré mi gloria” Pero
Israel es una persona, también es un pueblo, el pueblo de los Israelitas, pero
–en el momento de la profecía de Isaías- Israel era una comunidad (ἐκκλησίᾳ), un “pequeño resto” que era capaz de
vislumbrar detrás de la desesperanza -por la deportación en Babilonia- la
expectativa del retorno, la vuelta a la tierra de sus padres y la
reconstrucción de la nación y el templo.
Repasando
los numerales 1267-1270 del Catecismo de la Iglesia Católica, queremos proponer
que son los tres. ¡Una Persona, una Comunidad y un pueblo! La Persona de
Jesucristo, la Iglesia, una Iglesia que cumple su misión “profética y real,
"linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,…”
Concluyendo,
El Siervo-Cordero somos todos: escuchemos
al Papa Francisco en su Evangelii Gaudium:
180… la propuesta del Evangelio no es sólo
la de una relación personal con Dios. Nuestra respuesta de amor tampoco debería
entenderse como una mera suma de pequeños gestos personales dirigidos a algunos
individuos necesitados, lo cual podría constituir una «caridad a la carta», una
serie de acciones tendentes sólo a tranquilizar la propia conciencia. La
propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a
Dios que reina en el mundo. En la medida en que Él logre reinar entre nosotros,
la vida social será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad
para todos. Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a
provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino: «Buscad ante todo el Reino
de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt 6,33).
El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre;…
182… Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito
privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios
quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados
a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos»
(1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas. De ahí que la conversión
cristiana exija revisar «especialmente todo lo que pertenece al orden social y
a la obtención del bien común»
183. Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión
a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social
y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad
civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.
¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco
de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una
auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo
deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de
nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha
puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y
cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades.
La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien «el orden justo
de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia
«no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia».
[1]
Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia.
1996. p. 121
[2]
Bortolini, José. CÓMO LEER LA 1ª CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS
CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia. 1996 pp.
18-19.
[3] Joachin
«Jeremias
llama también la atención sobre el hecho de que la palabra hebrea taljā’
significa tanto “cordero” como “mozo”, “siervo” (ThWNT I 343). Así las palabras
del Bautista pueden haber hecho referencia ante todo al Siervo de Dios que, con
sus penitencias vicarias, “carga” con los pecados del mundo; pero en ellas
también se le podría reconocer como el verdadero cordero pascual, que con su
expiación borra los pecados del mundo.» Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. 1ª
Parte. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia. 2007. p.44
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