Ha 1, 2-3;
2,2-4; Sal 95(94), 1-2, 6-9; 2 Tim 1,
6-8.13-14; Lc 17, 3-10
cuando me
pusieron a prueba sus antepasados,
y dudaron,
aunque habían visto mis obras
Sal 95(94), 9
Respecto de la fe, todo
es Gracia
Cuando
uno está des-egocentrizado es capaz de dar y dar y no reparar en cuánto hemos
recibido a cambio. Sin embargo, una cultura construida sobre el fundamento del
intercambio propone como base de ese “comercio” un cambio aproximadamente
equivalente. Inmediatamente se sospecha que tal equivalencia se ha roto con
perjuicio de una de las partes se habla de “robo”, de “estafa”. Para no ser
“víctimas fáciles” se supone que debemos estar permanentemente alertas,
desconfiando, sopesando si hemos recibido “lo que se espera que recibamos” por
el “precio” que se pagó. Tal vez todo esto funcione divinamente para el
intercambio de objetos, probablemente este intercambio sea el ideal, ¡es muy
probable! Pero, cuando este criterio “comercial” se hace extensivo a otros
planos de la existencia, sobreviene –sin
demora- una aberración. Para algunas cosas como son los valores, el amor, las
relaciones interpersonales, la fe y sus correlativos, esta pauta no tiene nada
que ver.
Supongamos
por un instante la relación con Dios fundamentada sobre este patrón de mercado:
Tanto te doy, tanto me das… Recé diez veces el “Padre Nuestro”, ahora Dios debe darme “x” cosa que pedí. Fui a Misa
todo el año, Dios tiene que darme “y”
cosa. No suena muy parecido al hijo mayor de la parábola cuando reclama: “Hace
tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus
órdenes y a mí nunca me has dado un cabrito para hacer una fiesta con mis
amigos” Lc 15, 29bc. Parece que ipso
facto se percibe su absurdo. ¿Cómo podemos pretender exigirle a Dios un
pago equivalente a lo que se le ha dado? ¡Es que a Dios no podemos darle nada
porque todo cuanto tenemos proviene de Él! Todo es gracia y todo es gratuidad.
Aparece el tema de hoy, el tema de la Gracia, de lo que se recibe porque sí, no por merecimiento,
no como paga, como salario, sino regalado, lo que es puro don. A Dios nada le hemos pagado ni le podemos
pagar. Aún más, nada necesita de nosotros porque Él lo tiene todo: Nada le hace
falta. Si tengo un cabrito o dos, Él me los ha dado “regalados” (aun cuando los
haya pagado a otro humano, desde el punto de vista trascendente esa “paga” con
la que los adquirí también proviene de Dios, también fue recibida como Gracia),
Él ha “´permitido” las condiciones para que los tenga.
Pero,
por un momento, supongamos que los cabritos “son nuestros” y que si los
ofrecemos en sacrificio Dios “me debe” algo. Y supongamos que Él nos
“incumple”, (sólo por suponer). ¿A qué autoridad podríamos elevarle la
“reclamación” por el intercambio no equivalente? ¿Qué poder está sobre Dios
para demandarlo? Ahí resplandece lo ilógico de este tipo de teología.
Cuando
pretendo cifrar mi relación con la Divinidad en términos de “intercambios
equivalentes” ya entré en el terreno de la magia. La magia es precisamente eso:
el intento de coaccionar a Dios pagándole con cierto tipo de “moneda” que lo obliga, que ata las decisiones de Dios a
las de nuestra voluntad, a nuestro querer, a nuestros gustos. Un ejemplo
típico, un conjunto de palabras que pronunciadas de tal modo, o escritas de tal
manera “nos protegen” o hacen que tal o cual cosa suceda. Demos un ejemplo muy
común y corriente sobre el que comentábamos en estos días con nuestros amigos:
Venden una estatuilla de San Antonio de Padua a la que se le puede desprender
la imagen del Niño Jesús para “secuestrarle” el Niño (es el colmo de una
sociedad donde se ha impuesto el plagio de personas para obtener “ganancias” a
cambio) y obligar a San Antonio a interceder para que se obre tal o cual deseo
nuestro que constituye el “rescate” que se debe pagar para recuperar al
“Rehén”.
Este
es simplemente un ejemplo que se nos vino a la mente por la conversación tenida
con los amigos últimamente; pero son cientos de miles los ejemplos que se
podrían mencionar. Es que vivimos inmersos en esa cultura del intercambio
“equivalente”: Por diez mil pesos deben darme “diez mil pesos de carne”, o de
“harina”, o de lo que sea… Sólo un ejemplo más, recordemos los “cuadrados
mágicos” que la gente llevaba en el bolsillo porque se creía que proporcionaban
una “protección”, se trata de arreglos numéricos matriciales cuadrados cuya
suma de filas o columnas o diagonales siempre da el mismo número, la “constante
mágica”. Pero pueden ser herraduras, patas de conejo, atados de cierta planta,
dientes de ajo, o matas de sábila… aún más, pueden ser láminas de santos,
cruces, botellitas de agua bendita, camándulas, escapularios…usados con
mentalidad mágica dejan de ser sacramentales para convertirse en amuletos, en
superstición.
Otra vez el tema de la
conversión
Muy
seguramente el ejemplo que Jesús usa en la parábola suene chocante. Se refiere
a un esclavo, que no tiene horario, que no puede negarse, que tiene que estar
disponible a toda hora, en cualquier momento y circunstancia. Cuando concluye
una faena no puede declararse “libre”, debe continuar. Terminó una faena -por
ejemplo en el campo- y llega a la casa, no puede pretender que llega a
descansar, o que el “Amo” debe invitarlo a sentar, a tomar reposo, a dormirse.
Por el contrario, su Amo le manifestará tener hambre y estar esperando que
proceda a prepararle y servirle los alimentos.
Este
ejemplo del Evangelio suena raro y fastidia en nuestra sociedad de horarios que
permite al asalariado manifestar que ya ha cumplido con sus horas
reglamentarias y que volverá a estar “al servicio” cuando el reloj cumpla su
ciclo y vuelva a llegar a la hora en la que se vuelve a “hacer vigente” el
contrato. Pero, hay relaciones como el amor que ¡no “entran en receso”.
Mostremos un caso para hacer comprensible y accesible nuestro tema.
La
paternidad/maternidad, si, cumplido tu horario del día, te vas a la cama a
descansar y, cuando ya has conciliado el sueño, tu hijo llora y su llanto te
despierta, y lo encuentras afiebrado… Ciertamente no le dices, espérate que se
reanude mi horario “paternal” y, entonces te llevaré al médico, te daré un
remedio, te cuidaré y te atenderé. Por el contrario, sin interponer argumento
alguno, con la mayor naturalidad, tomaras la situación a cargo y saldrás
corriendo hacía el consultorio médico sin importar cuán cansado o cansada
estés.
O,
como el amigo de la parábola, que fue a “incomodar” a su vecino para pedirle
unas hogazas de pan para atender a un amigo que le había llegado de visita… aun
cuando ya estaba acostado, con sus hijos y esposa en la cama… se levantó y le
dio los panes. Cfr. Lc 11, 5-13. Y es que la verdadera amistad, el verdadero
amor, la verdadera fe, no tiene horario, ni paga, ni contraprestación, son pura
gratuidad.
Ahora
mismo pensemos ¿qué tipo de intercambio haría posible que Dios entregara a su
propio Hijo por nosotros? Dios sería el peor negociante si la relación
estuviera basada en estos parámetros. Pero el Padre entrega al Hijo por pura Gracia. Porque nos ama y no pide nada a
cambio. Ahí está el amor ágape, el amor de total desinterés, que no espera
retribución: Como nos enseñó Jesús, invitemos a los cojos, a los lisiados,
porque ellos no tienen con qué pagarnos, porque ellos no nos pueden devolver la
atención.
La
fórmula que nos enseña hoy Jesús es una especie de moraleja que resume en muy
breves palabras el significado integro de la parábola: ὅτι Δοῦλοι ἀχρεῖοί ἐσμεν, ὃ ὠφείλομεν ποιῆσαι πεποιήκαμεν. “No somos más que esclavos inútiles,
sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” Lc 17, 10b. Pongamos esta frase en
nuestros labios para meditarla, para saborearla y, una vez derrotada nuestra
altanería, nuestra arrogancia, escuchada-y-pronunciada con profunda humildad,
con kénosis, escucharemos reverberar en ella la sencillez del mismísimo Jesús
que se da, que se entrega… (como tanto hemos insistido) hasta su última gota de
sangre. No dudó en abajarse, en renunciar a sus calidades de Dios para
humanarse, para humanizarse, para hacerse en todo (excepto en el pecado) como
uno de nosotros. Y, ¿por qué interés? ¡Por ninguno, porque nada hay que
tengamos y que Él necesite!
¿Podríamos
convertirnos? ¿Podríamos superar nuestros egoísmos y nuestros ego-centrismos y
hacernos como Él? ¿Seríamos capaces de darlo todo desinteresadamente? Pues por
eso tenemos que “convertirnos”, dejar de ver las cosas desde nuestro
“razonable”-irracional punto de vista y volvernos verdaderamente “racionales”
porque la verdadera racionalidad consiste en que el hombre no tiene por qué ser
lobo para el hombre; la verdadera racionalidad consiste en defender la vida, la
creación, la humanidad con “entrañas maternales” como las que Dios tiene para
mirarnos, como las de Jesús, como las que hemos recibido en el bautismo al
recibir el Espíritu Santo. En ser caritativo, fraterno, solidario.
¿Seremos
capaces de tanto? Sí, claro que sí, sólo tenemos que tener mayor fe, … y como
ni siquiera eso depende de nosotros sino de Dios, lo que tenemos que hacer es pedírsela
a Él, como hacen los discípulos al dirigirse a Jesús: “Señor, auméntanos la
fe”.
Ante la persecución
La
fe está inextricablemente unida a la vida toda, a nuestras actuaciones, a cada
acción, no es algo de ratos, no es un paréntesis dominical, ni media hora de
rezo del Rosario sino algo que satura la existencia. Cada acción debería estar
penetrada hasta la médula por el sentido de caridad, de misericordia, de
fraternidad, de humildad, de servicio al prójimo; toda acción tendría que estar
profundamente empapada en el pensamiento-oración que reza. “Esto también lo
hago a la mayor Gloria de Dios”.
Un
caso frecuente es que haya persecución, en muchas partes del mundo creer en
nuestro Dios implica persecución. No siempre es persecución abierta, declarada,
política. Muchas veces es sólo el desprecio de la gente, la burla, la
discriminación; muchas veces podríamos hablar de una persecución sicológica: se
refieren a nosotros como “el bobo ese”, “el ingenuo”, “el anticuado”, “el lame
baldosas”… y no sé cuántas cosas más. Pero todavía hay países y lugares donde
la gente va a la cárcel, o es torturada y hasta asesinada porque cree en Dios.
A
San Pablo le ha sucedido, fue llevado a prisión, en condiciones muy rigurosas,
ya no se trata de la prisión domiciliaria, cuando todavía podía predicar, ahora
se ve solo, abandonado, sin apoyos, sin defensa cuando fue llevado al tribunal,
ve venir la muerte, el martirio y –muy seguramente- eso atemorizaba y
debilitaba a muchos de los que habían optado por esta fe, entre ellos a Timoteo,
lo mismo que nos evoca el Salmo sobre la errancia del pueblo Hebreo que vagó
por el desierto durante cuarenta años, y desafiaron (des-fiaron) de Dios (Massa)
y dudaron de Él (Meriba); todo eso “enfriaba”
en la fe a Timoteo y ahí es donde San Pablo interviene con su Carta, para
invitarlo a Δι’ ἣν αἰτίαν ἀναμιμνῄσκω σε ἀναζωπυρεῖν τὸ
χάρισμα τοῦ Θεοῦ, ὅ ἐστιν ἐν σοὶ διὰ τῆς ἐπιθέσεως τῶν χειρῶν μου. “Te recomiendo que reavives el don de
Dios que recibiste cuando te impuse las manos”.2Tim 1, 6 Aparece como palabra
griega χάρισμα (carisma)
para designar el “don”, el “regalo” τοῦ Θεοῦ de Dios.
Si
la fe es “regalo” de Dios, nosotros ¿cómo podemos “reavivar” nuestra fe? Pues,
ciertamente no será escondiéndonos, o amilanándonos ante las críticas y
ataques, ante la mofa y los comentarios y chismes. O sea que no hay que
avergonzarnos, que no podemos caer en el temor sino apelar a la fortaleza que es
el espíritu que Dios nos ha dado.
Un
riesgo común es el de la acomodación. Acomodar la doctrina de nuestra fe para “aclimatarla”
respecto de las presiones que la sociedad y el mundo aplican. Aceptar así sean “leves”
modificaciones ya es traición, ella (la fe con su doctrina integral) constituye
una heredad παραθήκην (consignación depositada, confiada a nuestras manos) recibida de Cristo
Jesús: ἐν πίστει καὶ ἀγάπῃ τῇ ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ· 2Tim 1,
13.
Una sola palabra sobre la Primera Lectura
Los frutos de la fe pueden tardarse. 1) La
Denuncia: Mientras el mundo y su historia están cargados de violencia, de
injusticias, de opresión y asaltos la fe aguarda y –no pocas veces- desespera. 2)
El anuncio: Por medio del profeta Habacuc, en la Primera lectura, el Señor nos
comunica la fuerza de la espera con paciencia y con “fe”. El Señor nos garantiza
que, aun cuando es algo lejano, no para el minuto siguiente, viene, y no viene
lento sino corriendo y aunque se tarda se cumplirá sin falta: הִנֵּ֣ה עֻפְּלָ֔ה לֹא־ יָשְׁרָ֥ה נַפְשֹׁ֖ו בֹּ֑ו וְצַדִּ֖יק בֶּאֱמוּנָתֹ֥ו יִחְיֶֽה׃ “El malvado sucumbirá sin
remedio, el justo, en cambio, vivirá por su fe”. Otra moraleja: La justicia de
Dios llegará y se cumplirá más temprano que tarde, ¡confiad en ello! Aun cuando
ahora nada se perciba la semilla está puesta en la tierra “esté dormido o
despierto, de noche o de día, la semilla brota de cualquier manera y crece sin
que él se dé cuenta” Mc 4, 26d-27. Depositad
en ello toda vuestra fe, tened en Dios confianza, y en Su Palabra. Poner todo
en Sus Manos y gozar (regocijarse) de una confianza ciega.
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