Si 35,
15-17. 20-22; Sal 34(33); 2ª Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14
Porque
Él es un Dios justo y a todos trata por igual.
No
favorece a nadie con perjuicio del pobre,
y escucha las súplicas del afligido.
Eclo
35, 12-13
Como
el pastor separa las ovejas de
los
machos cabríos… Separará unos de otros,
poniendo
las ovejas a la derecha y
los machos cabríos a su izquierda.
Mt
25, 32c.33
Lo
que quiero de ustedes es misericordia
y no
sacrificios…
Os
6, 6a
Dios
juzga con justicia infinita
En diversas oportunidades hemos insistido en la manera como
Dios se revela y se manifiesta a su criatura. Carentes de experiencias sobre
las realidades trascendentes, nos habla relacionándolas con las realidades
temporales. Así, por ejemplo, nos ha mostrado su amor Infinito hablando de sí
mismo como de Un Pastor. Jesús nos reveló el rostro de Dios refiriéndolo al de
Un Padre. Hoy se nos alude a ese mismo Dios en la figura de Un Juez.
Ciertamente Dios no es un Pastor, un Padre o un Juez
cualquiera, tendríamos que hablar de Un Pastor, o Un Padre o Un Juez “Perfecto”;
o, pensando en términos platónicos, “Ideal”. Querríamos poner, para este
Domingo XXX del tiempo Ordinario, ciclo C, como columna vertebral de la
liturgia de la Palabra el tema de: Dios como Juez Ideal y, por simetría, Dios
como ideal de juez.
Surgió entre los Israelitas, después de la
muerte de Josué, la figura de los así llamados Jueces: שֹֽׁפְטִ֑ים
de שָׁפַט, se trata del verbo [shaphat]
que podríamos traducir como, salvar, liberar, acaudillar, juzgar, gobernar; de todo
lo anterior hay algo y mucho . Liberar porque en la historia de los jueces סֵפֶר שׁוֹפְטִים, en el Libro de la Biblia que va después de Josué,
constatamos que estos “caudillos”
surgían como liberadores en una
situación puntual, frente a la pecaminosidad y el desvío del pueblo escogido
cuyos “hechos fueron malos a los ojos del Señor” וַיֹּסִ֙פוּ֙ בְּנֵ֣י יִשְׂרָאֵ֔ל לַעֲשֹׂ֥ות הָרַ֖ע בְּעֵינֵ֣י יְהוָ֑ה (Jue 3,12a); pero una vez cumplida su tarea,
volvían a su vida corriente; eran, pues, figuras y no institución; Dios los
insertaba en la historia de su pueblo como respuesta a un clamor, a una
invocación del pueblo arrepentido cuya su súplica contestaba.
Este “Salvador” les hacía justicia porque los libraba
de la servidumbre y de la opresión. Este hacerles el “Bien”, este perdonarles,
este redimirles de Dios a través de esos caudillos genera la figura de Juez que
hoy nos sirve de referente para reconocer el atributo de Dios como justicia,
liberación y salvación. Veamos el elenco de las características del “Juez ideal”
enumeradas en el Salmo 34(33):
a) Libra de angustias y temores
b) Los que lo contemplan quedan llenos de alegría y
no tienen de qué avergonzarse
c) Si el afligido lo invoca, Él lo escucha y lo
salva de sus angustias
d) Envía su Ángel para que acampe en torno de los
que le son fieles
e) Protege y salva a los que lo honran
f) Nada le falta a los que temen ofenderle
g) Los que lo honran no carecen de lo necesario
h) Los ojos del Señor miran a quienes le son
fieles
i) Los oídos del Señor escuchan los gritos de sus
fieles
j) Él enfrenta a los que hacen el mal y borra de
la tierra su recuerdo
k) Salva y fortalece a los desanimados y abatidos
l) Aunque le sobrevengan muchos males al fiel, su
Señor y Juez lo libra de todos ellos.
m) Cuida de todos los huesos de sus fieles para
que ni uno solo le sea partido.
n) Castiga con la muerte al que obra el mal
o) Y cuando odian a uno que le es fiel al Señor y
Juez, recibirá castigo
p) En cambio, a sus fieles servidores los redime y
salva
q) Finalmente, promete que, quien confíe en Él, no
será castigado.
El Domingo anterior vimos que Dios no es un juez a la manera
de los jueces terrenales que le dan largas a una pobre viuda, sino –nos explicaba
Jesús- ὁ δὲ Θεὸς οὐ μὴ ποιήσῃ τὴν ἐκδίκησιν τῶν ἐκλεκτῶν
αὐτοῦ τῶν βοώντων αὐτῷ ἡμέρας καὶ νυκτός que Él les hace justicia a sus elegidos
que le gritan día y noche (Lc 18, 7ab). Podemos sumar este Domingo XXX nuestras
voces al Salmista para decir, con el responsorio, y asegurar confiadamente que “Si
el afligido invoca al Señor Él lo escucha”.
“Juez-justo”
Tanto la Primera como la Segunda Lecturas, perfieren contra
nuestra designación de “Juez Ideal” la de “Juez-justo”.
En el Libro del Eclesiástico dice que Dios es un Dios justo
para afirmar a continuación que Dios no es parcial. Nosotros entendemos que el texto dice que Dios si es parcial, que
no pretende ser imparcial, sino que toma partido por el pobre. Dado que el
pobre tiene su punto de partida con desventaja frente a los más favorecidos, a
los ricos y a los opresores, entonces Dios inclina la balanza a favor del
desprotegido para que haya justicia. De esta manera, Dios hace verdadera
justicia. Como decíamos arriba, Dios no es un juez de esos que han recibido el “soborno”
por debajo de la mesa, Dios es el Juez Ideal y el ideal de todo juez que sea
verdaderamente ético.
Hay que reconocer que a los “clientes del Señor”, huérfanos,
viudas, pobres, son primeros en su Corazón Misericordioso y que, como leímos en
el Salmo, Dios los ve, porque les consagra la atención de sus miradas y los oye
porque les consagra toda la escucha de su oído. En el Eclesiástico nos ratifica
que Dios, Juez-Justo les hace justicia.
En la Segunda Carta a Timoteo, encontramos una doxología: ᾧ ἡ δόξα εἰς τοὺς αἰῶνας τῶν αἰώνων, ἀμήν. “A Él la Gloria por
los siglos de los siglos”, (edades tras edades, o sea, era tras era; más fuerte
que generaciones de generaciones. Consideramos que estamos bien compenetrados con
la fórmula “por los siglos de los siglos” y captamos su significación de “eternidad”,
“para siempre y por siempre”).
¿Cuál es el motivo de esta glorificación? Pues precisamente
ese, que Dios es ὁ δίκαιος κριτής Juez-Justo (2Ti 4, 8d). ¿Cómo le hará justicia Dios a Pablo?
Dándole la Corona del deportista que ha corrido la carrera y de principio a
fin, hasta llegar a la meta, ha corrido dándolo todo, poniendo en su correr “alma,
vida y sombrero”. Esta “corona” que era el premio de los atletas en los juegos de
la antigüedad, es la metáfora que se usa en esta Segunda Carta a Timoteo para referirse
al τὴν βασιλείαν αὐτοῦ τὴν ἐπουράνιον· “reino del cielo”.
Se trata pues de una metáfora “olímpica” en el sentido de hacer alusión a los
Juegos Olímpicos.
¿Quién
será enaltecido?
Dios nos propone su imagen de Juez-Perfecto para que
procuremos vivir en la justicia y practicarla, no para que nos creamos jueces
perfectos, lo cual nos convertiría automáticamente en ególatras. El evangelio
de este Domingo nos alerta contra semejante riesgo de semejantes proporciones.
Uno de los temas que repetimos obsesivamente es el del
descentramiento en favor de Dios, Único digno de ocupar el centro. Creemos que
una de las tareas esenciales de la evangelización es precavernos del peligro de
la auto-adoración, de la auto-latría. A la vez, anunciamos que el Centro, el
paradigma de los paradigmas (Rey de reyes, Señor de Señores) es Jesucristo,
modelo humanizado de la Divinidad, Alfa y Omega; y este tema del Omega, nos
invita a estar despiertos y en conciencia de la Parusía.
Pensamos que un cuento de Tony de Mello, titulado “Suelta el
yo” nos permite adentrarnos en la grave problemática del orante que se presenta
con su “arrogancia” de deportista que llegó a la meta y se ganó la “corona”,
pero por mérito propio, olvidando que sin la Misericordia del Señor, ni
siquiera podríamos despegar del “punto de partida”, ahora sí, mucho menos,
recorrer todo nuestro éxodo para llegar a la meta.
El
discípulo: Vengo a ti con nada en las manos.
El
maestro: Entonces suéltalo en seguida.
El
discípulo: Pero ¿cómo voy a soltarlo si es nada?
El
maestro: Entonces llévatelo contigo.
Un hombre se presentó ante Buda con una ofrenda de flores en
la mano.
Buda lo miró y dijo: “¡Suéltalo!”.
El hombre no podía creer que se le ordenara dejar caer las
flores al suelo. Pero entonces se le ocurrió que probablemente se le estaba
insinuando que soltara las flores que llevaba en su mano izquierda, porque
ofrecer algo con la mano izquierda se consideraba de mala suerte y como una descortesía.
De modo que soltó las flores que sostenía en su mano izquierda.
Pero Buda volvió a decir: “¡Suéltalo!”.
Esta vez dejó caer todas las flores y se quedó con las manos
vacías delante de Buda, que, sonriendo, repitió: “¡Suéltalo!”.
Totalmente confuso, el hombre preguntó: “¿Qué se supone que
debo soltar?”.
“No las flores, hijo, sino al que las traía”, respondió Buda.
Los incrédulos son aquellos que no están dispuestos a ceñirse
a una “disciplina”, personas con problemas de autoridad que no están dispuestos
a “poner en el centro” a otro distinto de sí mismo. Pero entre los creyentes,
me imagino que muchos –si no todos- incurrimos en el fariseísmos que denuncia
el Evangelio de este Domingo XXX (caminando a pasos agigantados hacía el fin
del Año Litúrgico y, en este 2013, hacía el final del Año que Benedicto XVI
consagró como Año de la Fe), que sentimos que son nuestra fuerzas y nuestras
virtudes solas la nave que nos condujo al “feliz puerto”, mejor dicho, que “Dios
nos sale a deber”.
Ese aferrarnos con manos crispadas a nuestro propio “protagonismo”
en nuestro caminar hacia Dios requiere ser abandonado a favor de un “ni
siquiera atrevernos a alzar los ojos” y reconocernos “pecadores” necesitados de
la Misericordia de Dios. Al “abandono” en sus Manos, en su Justicia-Ilimitada
que es tan Amplia que no se deja ganar, que no puede ser derrotada sino por la
arrogancia que bloquea la Bondad-Incomparable de Dios.
Así pues, no sólo hay que orar sin desanimarse,
continuamente, perseverantemente; como aprendimos el Domingo anterior, sino
que, además, debemos revestirnos de humildad, de un espíritu sencillo, con el
alma verdaderamente puesta de rodillas, figura de abajamiento que en el texto evangélico
se plasma con los golpes de pecho, signo corpóreo de reconocimiento de nuestra “nada”
que Dios alzará y dignificará de acuerdo al Amor de los Amores. Nada de
arrogancias y complejos de superioridad, nada de altanería, no pensarnos
propietarios de la salvación, sus detentadores y monopolizadores. “Sólo somos
siervos que hicimos lo que teníamos que hacer” y que Dios nos da la gracia de
poderlo hacer.