1 Re 17, 17-24; Sal 30(29),
1(2)-5(6).10(11).12b(13b); Gal 1, 11-19; Lc 7, 11-17
Que tu acción curativa, señor, nos libre bondadosamente de nuestras
maldades y nos conduzca por el camino del bien.
De la Oración Poscomunión de la Liturgia de este X Domingo
La gloria de Dios es la persona humana viviendo en plenitud.
San Ireneo
Juan Pablo II denuncia la Cultura de la Muerte
Hoy quisiéramos invitarlos a realizar una breve
excursión sobre el numeral 30 de Exhortación Apostólica Familiaris Consortio del
Beato Juan Pablo II que cumplirá 32 años el próximo noviembre:
#30. La doctrina de la Iglesia se encuentra hoy
en una situación social y cultural que la hace a la vez más difícil de
comprender y más urgente e insustituible para promover el verdadero bien del
hombre y de la mujer.
En efecto, el progreso científico-técnico, que
el hombre contemporáneo acrecienta continuamente en su dominio sobre la
naturaleza, no desarrolla solamente la esperanza de crear una humanidad nueva y
mejor, sino también una angustia cada vez más profunda ante el futuro. Algunos
se preguntan si es un bien vivir o si sería mejor no haber nacido; dudan de si
es lícito llamar a otros a la vida, los cuales quizás maldecirán su existencia
en un mundo cruel, cuyos terrores no son ni siquiera previsibles. Otros piensan
que son los únicos destinatarios de las ventajas de la técnica y excluyen a los
demás, a los cuales imponen medios anticonceptivos o métodos aún peores. Otros
todavía, cautivos como son de la mentalidad consumista y con la única
preocupación de un continuo aumento de bienes materiales, acaban por no
comprender, y por consiguiente rechazar la riqueza espiritual de una nueva vida
humana. La razón última de estas mentalidades es la ausencia, en el corazón de
los hombres, de Dios cuyo amor sólo es más fuerte que todos los posibles miedos
del mundo y los puede vencer.
Ha nacido así una mentalidad contra la vida (anti-life
mentality), como se ve en muchas cuestiones actuales: piénsese, por ejemplo, en
un cierto pánico derivado de los estudios de los ecólogos y futurólogos sobre
la demografía, que a veces exageran el peligro que representa el incremento
demográfico para la calidad de la vida.
La vida humana es sagrada
La
Primera Lectura establece un paralelo con el Evangelio mostrando la diferencia
entre un profeta y la Segunda Persona de la Divina Trinidad. Elías tiene que
pasar por un ritual para pedir a Dios su intervención resucitadora. Jesús habla
a un muerto dándole una orden, y el “muerto” no tiene alternativa, tiene que
obedecer la Voz de Dios e incorporarse a la vida. Elías clama a Dios
intercediendo por la viuda que actuaba como anfitriona suya; Jesús da la orden
que proviene de su propia autoridad sobre la vida y la muerte. Jesús, que vive
en la eternidad, tiene el poder de usar su victoria sobre la muerte desde ya,
aunque todavía no ha muerto en la Cruz, su vivir en la eternidad le permite
usar desde ya de una Victoria que ya estaba registrada en los anales de la
eternidad.
Y
bien, el pueblo lo aclama reconociendo que es un profeta, pero da dos pasos
más: Primero, lo identifica, no como un profeta ordinario, sino como προφήτης
μέγας “un gran profeta”;
y en el siguiente paso, lo reconoce como Dios al afirmar que en Jesús ἐπεσκέψατο
ὁ θεὸς τὸν λαὸν αὐτοῦ. “Dios
ha visitado a su pueblo”.
Si
la muerte fuera como en esa concepción que la ve como un “todo terminó”, como
la materia perdió ese orden que tuvo que nosotros llamamos “vida”, entonces no
se le podría hablar, Jesús no le podría decir: νεανίσκε, σοὶ λέγω ἐγέρθητι “Joven yo te lo mando, levántate”;
seguramente la orden habría sido distinta, algo como “… cuerpo físico
reorganícese y vuelva a su orden anterior…para que el que era un jovencito
pueda re-asumirse”. Pero si Jesús lo interpela como lo hace, allí hay una
prueba de que hay vida más allá de la muerte por que se nos puede interpelar,
exhortar, se le puede hablar a un muerto porque el muerto tiene algo vivo,
mejor dicho, mucho vivo, todo vivo pero viviendo en otra forma.
Así
que Jesús obra para la viuda y su hijo, en su calidad de Dios, el milagro de la
Resurrección, en este caso un cuerpo (el mismo cuerpo) re-asume al vida, y se ἐγείρω “levanta”, la famosa palabra griega
para “resucitar”. Pero para nosotros, obra otro prodigio Divino: Revela.
Eso
es lo que nos expresa San Pablo en la Segunda Lectura, que el Evangelio del
cual él es portador no es una “noticia” de origen humano οὐκ
ἔστιν κατὰ ἄνθρωπον, sino
que fue ἀποκαλύψεως Ἰησοῦ Χριστοῦ.”Revelado por Jesús
Cristo”.
¿Qué argumento “jurídico” usa San Pablo para
demostrar que él recibió el Evangelio por revelación de Jesucristo? Muestra la profunda trasformación que él
experimentó, muestra que cambio de perseguidor a discípulo perseguido. Y ¿por
qué este es el argumento demostrativo? Porque sólo Dios nos cambia. Uno mismo
no logra cambiarse, por más que se lo proponga uno sigue arrastrando sus
cadaunadas. En cambio Dios puede hacer de un perseguidor encarnizado un
anunciador del Hijo. En el verso 16 del capítulo 1º insiste San Pablo que ἀποκαλύψαι
τὸν υἱὸν αὐτοῦ ἐν ἐμοί, ἵνα εὐαγγελίζωμαι αὐτὸν ἐν τοῖς ἔθνεσιν “…para
revelarme el Hijo suyo para que yo lo anunciara entre los paganos” De manera
tal que Dios Padre quiso darle en Revelación al Hijo y el mismo Hijo le Reveló el
Evangelio que ahora él nos anuncia y todo esto no se improvisó, no fue una
ocurrencia momentánea; estaba escrito desde el seno de la madre de San Pablo,
la vida del ser humano no es un resultado aleatorio, casual, casuístico,
azaroso. Nada de eso, Dios tiene planes, proyectos previo-históricos, Él en su
Majestad Infinita se ha interesado y se ha ocupado personalmente de cada uno de
nosotros, con cuidado Paternal ha previsto providencialmente.
Así que desembocamos en el argumento central al
que nos conduce la liturgia de este X Domingo del tiempo ordinario: Dios es el
Dueño de la vida. Y Jesús dice: ἐγὼ ἦλθον ἵνα ζωὴν ἔχωσιν καὶ περισσὸν ἔχωσιν. “Yo he
venida para que tengan vida y la tengan en abundancia”(Jn 10, 10b). Es oportuno
entonces dirigirnos al # 2258 del Catecismo de la Iglesia Católica. Allí leemos:
"La vida humana es sagrada, porque desde su inicio comporta la acción
creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador,
su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término;
nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo
directo a un ser humano inocente" (CDF, instr. "Donum vitae",
22).
El Testimonio de la Historia Sagrada
Los ## 2259 – 2262 nos llevan por los puntos
culminantes de la Sagrada Escritura donde se visualizan, por una parte, la vida
humana como don de Dios, y por otra, la violencia, como una concupiscencia que
empuja continuamente al Hombre hacía el barranco de su perdición:
2259
La Escritura, en el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín (cf
Gn 4,8-12), revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en
el hombre de la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. El hombre
se convirtió en el enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta la maldad de este
fratricidio: "¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí
desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para
recibir de tu mano la sangre de tu hermano" (Gn 4,10-11).
2260 La alianza de Dios y de la humanidad está
tejida de llamamientos a reconocer la vida humana como don divino y de la
existencia de una violencia fratricida en el corazón del hombre:
Y yo os prometo reclamar vuestra
propia sangre...Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre
vertida, porque a imagen de Dios hizo él al hombre (Gn 9,5-6).
El Antiguo Testamento consideró
siempre la sangre como un signo sagrado de la vida (cf Lv 17,14). La necesidad
de esta enseñanza es de todos los tiempos.
2261 La Escritura precisa lo que el quinto
mandamiento prohíbe: "No quites la vida del inocente y justo" (Ex
23,7). El homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la
dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La ley
que lo proscribe posee una validez universal: Obliga a todos y a cada uno,
siempre y en todas partes.
2262 En el Sermón de la Montaña, el Señor recuerda
el precepto: "No matarás" (Mt 5,21), y añade el rechazo absoluto de
la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos
presentar la otra mejilla (cf Mt 5,22-39), amar a los enemigos (cf Mt 5,44). El
mismo no se defendió y dijo a Pedro que guardase la espada en la vaina (cf Mt
26,52).
¿A qué estamos llamados?
Leamos
la segunda parte del numeral 30 de la Familiaris Consortio donde se establece
nuestro envío, la misión que sobre el respeto y el cuidado a la vida, por su
ser sagrada, por su ser don de Dios, nos compete:
«Pero
la Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del
Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la
Iglesia está en favor de la vida: y en cada vida humana sabe descubrir el
esplendor de aquel «Sí», de aquel «Amén» que es Cristo mismo. Al «no» que
invade y aflige al mundo, contrapone este «Sí» viviente, defendiendo de este
modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y rebajan la vida.
La
Iglesia está llamada a manifestar nuevamente a todos, con un convencimiento más
claro y firme, su voluntad de promover con todo medio y defender contra toda
insidia la vida humana, en cualquier condición o fase de desarrollo en que se
encuentre.
Por
esto la Iglesia condena, como ofensa grave a la dignidad humana y a la
justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos o de otras autoridades
públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en
la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar totalmente y
rechazar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades en
favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización y del aborto
procurado. Al mismo tiempo, hay que rechazar como gravemente injusto el hecho
de que, en las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la
promoción de los pueblos esté condicionada a programas de anticoncepcionismo,
esterilización y aborto procurado»
Ninguno
de nosotros puede, aunque sea para traer a cuento la excusa de nuestras propias
limitaciones, aducir argumentos anticoncepcionistas o eutanáticos, y mucho
menos proponerlos como normas de vida y ni siquiera como sugerencia o brújula
que ha determinado nuestras conductas o nuestras decisiones. Rematamos (y
remachamos) con un fragmentico del # 97 de, carta Encíclica, también debida al
Beato Juan Pablo II, la Veritatis Splendor:
«De
este modo, las normas morales, y en primer lugar las negativas, que prohíben el
mal, manifiestan su significado y su fuerza personal y social. Protegiendo la
inviolable dignidad personal de cada hombre, ayudan a la conservación misma del
tejido social humano y a su desarrollo recto y fecundo… En ese sentido, las
reglas morales fundamentales de la vida social comportan unas exigencias
determinadas a las que deben atenerse tanto los poderes públicos como los
ciudadanos. Más allá de las intenciones, a veces buenas, y de las
circunstancias, a menudo difíciles, las autoridades civiles y los individuos
jamás están autorizados a transgredir los derechos fundamentales e inalienables
de la persona humana. Por lo cual, sólo una moral que reconozca normas válidas
siempre y para todos, sin ninguna excepción, puede garantizar el fundamento
ético de la convivencia social, tanto nacional como internacional.»
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