Núm 11, 25-29 / Sal 19(18), (8-14) / Sant 5, 1-6 / Mc 9, 38-43,45,47-48
Jesús le ha preguntado a los discípulos sobre quién es Él, llega a la conclusión de que ni el pueblo, ni los poderosos, ni sus mismos discípulos han entendido la clase de reino que Él viene a ofrecerles.
Adriana Méndez Peñate
1
Las Lecturas Evangélicas que hemos ido haciendo Domingo a Domingo, particularmente estas que hicimos al retomar el Evangelio de San Marcos, desde el XXII Domingo, el 2 de septiembre, están magníficamente hilvanadas y concatenadas para que entendamos el discipulado, para que comprendamos lo que implica el “seguimiento” de Jesús, y para que corrijamos muchos desenfoques que son frecuentes cuando lo que buscamos no es la Persona de Jesús sino algún vago espejismo, alguna ideología; cuando al que estamos buscando es al portador de alguna “alienación” acomodante que tranquilice nuestra conciencia y nos adocene, subsumiendo a Jesús entre los espectros y las momias. También es frecuente encontrar muchos que se dicen “seguidores de Jesús” porque lo llevan como flamante prendedor en la solapa para lucirlo y descrestar con Él; arrogantes y altaneros se convierten en “intocables” porque son los “escogidos de Dios”, sus “fieles creyentes”. En otras, no raras veces, hemos encontrado a esos “discípulos” que imponen sus tiranías y sus caprichos, blandiendo el nombre del Redentor como garrote que avala su despotismo. “No han entendido la clase de Reino que Él viene a ofrecerles”
La sociedad de consumo ha venido construyendo y perfeccionando una cultura basada sobre la compra-venta. Esa es su ley y ninguna otra puede pretender aventajarla. El consumismo no es de 10 ni de 100 sino de miles de años. Desde tiempos no historiables se dio una espiral arrolladora de adquirir y adquirir sin medida con la intuición –errada, por supuesto- de que quien más tiene es más y mejor persona. Su movimiento en espiral-remolina fue estableciendo paulatinamente que tener más, a lo que se denominó “riqueza”, era una aprobación de Dios, por supuesto, -se decía- si tiene es porque agrada al Señor-Dios; y se siguió alimentando y fortaleciendo toda una mitología oligárquica. Esa lógica, ese tipo de pensamiento ha permeado todos las instancias de la sociedad, y la religión no fue la excepción.
Por eso, se llegó al colmo del adquisicionismo queriendo “poseer a Dios” y detentar su monopolio. Ya en otra parte hemos comentado como se le quiso encerrar en un templo, como si se tratara de un pajarito al cual se le “podan” las alas para enjaularlo. Fueron necesarios siglos de reflexión teológica para comprender que Dios no es exclusividad de nadie, que Él, como dice en la Sagrada Escritura poniendo como sujeto al Espíritu Santo (viento), sopla donde quiere (Cfr. Jn 3, 8).
Cuando el pueblo Judío experimento el inmenso Amor de Dios, pensó –porque así pensamos los seres humanos- que ser amado era ser “el pueblo escogido”, y de ahí a que Dios fuera su exclusividad no hay sino un paso milimétrico. Esa idea, subproducto de esa lógica, los llevo a pensar así: pueblo amado por Dios = pueblo escogido = pueblo dueño de Dios.
Nosotros los cristianos-católicos, insertos en la tradición judaica, recibimos esa herencia que tan sólo ahora ha venido a ser cuestionada, porque antes, si se hubiera mencionado algo, el epíteto de hereje le habría cercenado la cabeza más rápido que un rayo derriba a su víctima.
Entonces, es absolutamente cierto que Dios se nos ha revelado, que nos ha mostrado su Rostro Misericordioso y que su Amor brilla sobre nosotros con un fulgor que nada ni nadie puede eclipsar. Pero de ahí a que detentemos el monopolio hegemónico sobre Dios, median más de un millón de pasos. El gran y grave problema es que nosotros “pensamos como los hombres, y no como Dios”. (Cfr. 8, 33e).
La Primera Lectura de este Domingo XXVI ordinario del ciclo (B), así como el Evangelio, apuntan en esa dirección y nos sirven como referente. Dios no es el Dios de nadie, pero es el Dios de todos, porque todos somos hijos de Dios y sus Tiernos-Brazos alcanzan para abrazar a todos, sin discriminar a nadie.
Queda claro que se revalúa esa lógica que se arroga el titulo de “Dueña de Dios”; lo cual NO significa que “todas las religiones sean lo mismo” y que “de igual a qué iglesia vamos, porque Dios es el mismo en todas las religiones”. ¡Ahí si no! ¡Ahí ya la cosa cambia! La nuestra es una religión Revelada, donde Dios se nos ha entregado y Su Hijo Único se humanizó y se entregó hasta la muerte ¡y qué muerte!, un muerte de Cruz, por Amor a nosotros, y así, ese Amor tiene que ser infinito hasta la desmesura.
Los domingos anteriores fueron San Pedro, luego los “Doce”, y este Domingo, es San Juan el que no entiende, el que cree que Jesús es exclusivo para los que andan con Él y que sólo a ellos se las ha dado la autoridad de expulsar demonios en el Santo Nombre de Jesús. Muchos son los que no entendemos el Reino Anunciado; otros ya empiezan a vislumbrarlo, otros van más claros y más cercanos a la verdad. ¡Pero, por cerca que esté, ninguno detenta la hegemonía!
2
La perícopa que constituye la Segunda Lectura continua nuestra aproximación a la carta del apóstol Santiago que hemos tenido durante esta temporada del ciclo litúrgico: desde el 2 de septiembre de este año litúrgico del ciclo B, y hasta hoy, hemos tenido fragmentos de esta carta como tema de la segunda lectura.
Esta perícopa de hoy constituye una denuncia, contra la riqueza mal habida, y ¡hay muchas riquezas mal habidas! Esas que se han edificado sobre la defraudación de los salarios, las que se basan sobre el “robo” abierto y descarado o soterrado de los trabajadores (en el fragmento de Santiago se alude a los trabajadores agrícolas que recogen las cosechas, pero se puede extender y es perfectamente cierto en el caso de los trabajadores industriales y en general contra todos los que viven de su trabajo; pero también, a los modestos cultivadores). Muchas riquezas se han fraguado a costa de la explotación que se hace desmedida y se convierte en sobre-explotación. Riqueza también se fragua cuando las políticas de desempleo hacen abaratar los salarios que se pagan dejando una mayor parte para el “león”. La denuncia del apóstol Santiago debe, hoy día, completarse hablando del intercambio desigual entre naciones, que se llevan el fruto del trabajo de los países pauperizados con tretas comerciales o con intereses fabulosos sobre los “prestamos”, que por lo general nos hacen para mejorarles las condiciones para beneficiarse, ellos mismos, de la “explotación” de sus economías ya sea poniendo en circulación sus “productos” o llevándose la materia prima o las partes o los alimentos que luego pondrán en el mercado en otra parte del mundo o en sus propias fabricas o en sus propias mesas.
Empieza la perícopa con una voz de alerta, previniéndolos de las desgracias que les sobrevendrán: Ἄγε νῦν οἱ πλούσιοι, κλαύσατε ὀλολύζοντες ἐπὶ ταῖς ταλαιπωρίαις ὑμῶν ταῖς ἐπερχομέναις. [1] “Ahora les toca a los ricos: lloren y laméntense porque se les avecinan desgracias” (Sant 5, 1). ¿Por qué les van a venir desgracias? Vayamos a los versos 5-6 donde se expresa la razón para el castigo: ἐτρυφήσατε ἐπὶ τῆς γῆς καὶ ἐσπαταλήσατε, ἐθρέψατε τὰς καρδίας ὑμῶν ἐν ἡμέρᾳ σφαγῆς, κατεδικάσατε, ἐφονεύσατε τὸν δίκαιον, οὐκ ἀντιτάσσεται ὑμῖν. “Ustedes han vivido en este mundo atesorando el lujo y el placer, engordando como reses para el día de llevarlas al matadero. Condenaron y mataron al inocente (justo), aprovechando que no podía defenderse (no tienen como resistir, o sea, como oponerse a su explotación)?” Obsérvese que aquí hay una identificación entre el explotado y el justo (explotado = justo / explotador-rico = injusto).
¿Cuál es el tesoro del rico? ¿Qué lleva día a día de expolio a sus bodegas? Respuesta: εἰς μαρτύριον ὑμῖν ἔσται καὶ φάγεται τὰς σάρκας ὑμῶν ὡς πῦρ. ἐθησαυρίσατε ἐν ἐσχάταις ἡμέραις. Será una prueba contra ustedes y consumirá sus carnes como el fuego. Ustedes han atesorado un castigo para los últimos días [ἐσχάταις ἡμέραις : los tiempos escatológicos]. ¡Eso es lo que repleta sus arcas: el castigo acumulado, el fruto de la ambición desmedida! (Recordemos que el Domingo anterior, la perícopa que leíamos nos alertaba contra la ambición y la codicia como fuente de la que brotan las ἡδονῶν “malas pasiones”). Debemos cuidarnos de la codicia, contra la cual se nos previene en el Evangelio de hoy, hay que «preservarse de la ambición que corrompe en todas las dimensiones: cortar la mano (9, 43), es decir, las acciones; cortar el pie (9, 45), es decir el modo de proceder; arrancar el ojo (9, 47), esto es, los deseos.»[1] Y es un castigo eterno porque en el lugar del castigo el gusano no muere y el fuego no se apaga, se nos advierte en el Evangelio de San Marcos, este Domingo.
Jesús siempre se mostró adverso al seguimiento de la letra de la ley, en cambio, propuso el cumplimiento del espíritu de la ley, esa facultad que Dios gravó en el corazón de los seres humanos para “intuir” por donde va el bien, como se puede alcanzar la justicia y cómo se puede favorecer y privilegiar al desprotegido: por eso, Jesús estuvo por otra ley, el Mandamiento Nuevo, el Amor. «El amor excluye la explotación y en esta carta encontramos el más violento pasaje del Nuevo Testamento contra los ricos.» Y ese pasaje, verdadera diatriba contra los ricos, es la perícopa de la Segunda Lectura de este Domingo XXVI.
Hay otros atesoramientos y otras riquezas de naturaleza más intelectual paro no menos pecaminosas como la de aquellos que “Preparan fardos pesados y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos no levantan ni un dedo para moverlas” (Mt 23, 4). Es otro tipo de riqueza, la de los “doctores de la ley” que buscan monopolizar a Dios y acapararlo: “…cierran a los hombres el Reino de los Cielos. No entran ni dejan entrar a los que quieren entrar”. (Mt 23, 13b).
3
El Salmo es la Segunda Parte del Salmo 19(18), que según afirman los eruditos, es más reciente que la primera parte, y constituye una especie de añadido al original. Mientras la primera parte aprecia con asombro y canta loas a la creación, esta segunda parte se maravilla de la asombrosa Ley de Dios y de su profundísima Justicia. Se clasifica entre los Salmos hímnicos porque loa al Señor por su Creación, en este caso por la creación moral, por su ley que –como hemos dicho- inscribió en nuestro corazón.
En el verso 13(14) presente su ruego, su suplica, allí se formula una petición: “Quítale el orgullo a tu siervo; no permitas que el orgullo me domine” Esa es la oración central –a nuestro modo de ver- en este Salmo. Sin orgullo se logra ser un hombre sin tacha, estar libre de gran pecado. Es el orgullo el que nubla nuestra fe y pone a Dios en el segundo plano, arrebatando por la soberbia el sitial de honor que sólo a Él corresponde.
4.
Leyendo la Primera Lectura encontramos que el Don de la Profecía, el Espíritu Santo lo entrega no sólo los Setenta ancianos que estaban con él; sino que también es dado a Eldad y Medad, quienes también habían sido escogidos pero que se habían quedado en el campamento. Lo primero que se viene a la memoria es que “el Espíritu sopla donde quiere” Jn 3,8 y allí se revela la libertad de Dios (que no puede ser enjaulado como pajarillo de alas podadas, hemos dicho arriba).
Retomamos el tema vertebral de este Domingo XXVI, Dios no es de nadie, ¡abajo los acaparadores de Dios! Si el Amor de Dios nos cobija, alcancemos también el estado virtuoso de Moisés que no incurrió en egoísmo o celos sino que deseó generosamente la efusión del Don de profecía sobre todo el pueblo y no anhelaba el Espíritu del Señor sobre algunos sino sobre todo el pueblo de Dios. En esto nos muestra Moisés su grandeza, nada de envidias, nada de exclusividades, voluntad abierta para el disfrute de las bendiciones del Señor sin segregaciones. ¡Dios para todos!
Pensar con tacañería humana es el reduccionismo de Dios a estrechos límites, lo cual más bien escandaliza a los pequeños (pequeños en estatura, o en bolsa, o en saber), ningún pequeño debe ser escandalizado, terrible castigo merecen los escandalizadores de los pequeños, a quien más le valdría la muerte que el daño que causan.
«Muchas veces juzgamos que Dios sólo actúa dentro de una institución o dentro de nuestro grupito. Todo lo que sucede fuera de allí es mirado con desconfianza por nosotros… Jesús corrige esta mentalidad mezquina y tacaña, mostrando que la producción de vida está siempre dentro del proyecto de Dios, sea que se realice en el círculo de los considerados “fieles seguidores” o fuera de él»[2]
«…el grupo de discípulos de Jesús crece en forma inclusiva, es decir, allí hay espacio para quien quiera seguirlo tomando la cruz y renunciando a su propia vida para obtener aquella que ofrece el Maestro (Cf. 8, 34ss)»[3]
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