Sab 2,12,17-20; Sal 53, (3-8); Sant 3, 16-4:3; Mc 9:30-37
1
Nada hay tan fastidioso para el pecador como el “justo”. El “justo”, de alguna manera, se convierte en un “dedo acusador” que lo señala, aunque el “justo” no haga nada, y ni siquiera se de cuenta; este fenómeno es automático. Si, automático, porque la conducta de un “justo” es como una especie de reflector que lo pone en evidencia, que hace notoria la falta, la ofensa al Señor. “…nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados…” (Sab 2, 12c-d). Por eso el “justo” incomoda, estorba, es perseguido a sangre y fuego.
Por este motivo, el pecador detesta y persigue al “justo”. Por este motivo se asesinó a Jesús en una cruz. Y, por esta misma razón se han multiplicado los “mártires” a través de los siglos. Allí donde florece el bien, los malos quieren regar su orín.
“Si el justo es hijo de Dios, Él lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos”. Frases como estas están en la tras-escena de las ordalías, que como se recordaran, se pusieron en boga durante la edad media aún que su origen se hunde en el pasado remoto. Pruebas como tener que sacar un objeto sumergido en agua o aceite hirviendo, demostraban que Dios testimoniaba a favor suyo, si la mano salía libre de quemaduras.
Probar a Jesús con humillaciones, tortura y muerte ignominiosa, como lo dice la Primera lectura de hoy, apela a Dios como Testigo en defensa del reo, porque el acusado apela a Dios como defensa, si se hace llamar Mesías, tendría que defenderlo, si es su favorito, su preferido, hay Quien mire por él (Sab 2, 20c).
¿Quien puede tejer tal plan digno progenitor de la “cultura de la muerte”? Evidentemente, el malvado, como lo dice la perícopa que comienza así: “Los malvados dijeron entre sí….”. Un plan así no puede ser ingeniado por una persona bondadosa; sólo el discípulo del Malo puede regurgitar un pretexto para lastimar y matar al “justo”.
Todo malvado piensa que el testimonio de alguien que obra rectamente para lo único que sirve es para delatar la maldad de sus propias acciones.
Y sin embargo, el “justo” es la semilla del Reino, algo así como el Reino en estado embrionario. Matar al “justo” es una especie de aborto del Reino, se trata de impedir que salga de su estado embrionario. Se trata de ahogar la semilla del Reino porque sería el ocaso del dominio del Malo. Por eso el Bien siempre será perseguido.
Pero su muerte es sólo provisional, ahora lo sabemos, porque el Padre Celestial le hará Justicia, y lo resucitará el “Tercer Día”. Como se proclama en el Salmo de este 25º Domingo Ordinario del Ciclo B, el Salmo 53: “Pero el Señor Dios es mi ayuda, / Él, quien me mantiene vivo”. Esta Justicia Divina es lo que celebramos cada Domingo
2.
Cómo logra el Malo aferrar su zarpa en nuestro corazón? La respuesta viene en la perícopa de la Carta del Apóstol Santiago: Por medio de las “malas pasiones”. Y, ¿Cuáles son esas “malas pasiones”? La codicia, la ambición y el derroche en placeres. “Donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden” (Sant 3, 16)
En cambio, y también los señala el apóstol Santiago, los rasgos del “justo”, que Santiago denomina “poseedor de la sabiduría” son los siguientes:
a) son puros
b) Son amantes de la paz
c) Son comprensivos
d) Son dóciles
e) Están llenos de Misericordia
f) También están llenos de buenos frutos (recordemos que por sus frutos los reconoceréis (Mt 7, 16.20)
g) Son imparciales
h) Son sinceros
i) Pacíficos, por tanto, siembran la paz y recogen frutos de justicia.
O sea que “el justo” es un constructor de paz, porque todos sus rasgos lo caracterizan como tal. Repasemos la lista y veremos patente y tangible la descripción del que ama la paz y se deja conducir “como un manso cordero es llevado al matadero” (Jer 11, 19b)
3
¿Donde nos quedamos el Domingo anterior en el Evangelio según San Marcos? En la perícopa 8, 27-35. «Justo después de la primera curación de un ciego, la visión espiritual de Pedro ya está parcialmente curada, de modo que puede responder con fe a la siguiente pregunta de Jesús “Y vosotros, ¿quien decís que soy yo?” Pedro le responde “Tú eres el Mesías” (Mc 8, 29). Pero su visión es sólo parcial, porque no comprende la explicación de jesús respecto de que su mesianismo significa crucifixión y muerte… De hecho en esta sección central del Evangelio de marcos Jesús predice tres veces su pasión, pero ve que sus discípulos están ciegos a su significado: después de la primera predicción Pedro le reprende (Mc 8, 32); después de la segunda (Mc 9, 34), los discípulos discuten sobre quien será el mayor;…»[1] A este punto llegamos hoy. Los discípulos están presos de las “malas pasiones” de las que nos habla Santiago en la Segunda Lectura de este Domingo. Si Jesús es el Mesías, ya lo hemos visto, esto se tomaba como ‘Rey–y–General’ de Israel (esta es la traducción más lógica desde ese contexto de la palabra mesías) , entonces, Jesús iba a instaurar un reinado, ¿Quiénes serían los dignatarios de este reinado?, si ellos eran los que andaban con Él y lo apoyaban, se podía esperar que nombraría de entre ellos sus burócratas principales, ellos –según su entender- estaban señalados, mejor dicho, predestinados a ser la corte real, habían dejado su oficio de pescadores para recibir cargos reales. Palabra más, palabra menos esta es la situación.
a) Lo primero que vemos, en la perícopa evangélica de este Domingo es que Jesús, después de la confesión de Pedro, quiere concentrarse en la educación, capacitación, formación de sus discípulos, ya no tanto ocuparse de la gente en amplio, sino dedicarse más en sus discípulos porque ellos están “llamados” a ser los continuadores de la tarea del “anuncio”(Mc 9, 30-31a).
b) Inmediatamente, Jesús anuncia su pasión por segunda vez (Mc 9, 31b-32) pero, como un mecanismo de negación, ellos “se hacen los de las gafas”, Marcos lo presenta como un no entender, a la vez que un “tener miedo”, lo cierto es que evaden el tema, se dedican a otro tema, se ponen a discutir otro asunto. Mientras Jesús les reinterpreta la clase de mesianismo que Él va a practicar, el tipo de “trono” en el que se piensa sentar y los medios con los que Él alcanzará la “realeza”; ellos, por su parte, siguen en el tema del reparto de cargos y la distribución de importancias.
c) Entonces, en resumidas cuentas, ¿de qué se trata? De romper el cascarón del egoísmo, de romper con las “malas pasiones”. La propuesta es despertar y darnos cuenta que el ansia de poder nos aleja de un discipulado fiel. En cambio, se nos propone –como un Mandamiento- pero no en términos de mandato sino en un lenguaje propositivo: “el que quiera”. Está ahí, es la oferta de Jesús, Él no procura encadenarte a su propuesta, sino que lo oferta a nuestra decisión: “Si alguno quiere ser” (Mc 9, 35b). Es aquí donde se nos hace ese llamado al servicio y Jesús nos aclara que el verdadero discipulado, la gran importancia de la persona se alcanza descentrándose del propio interés para concentrarse en el “otro”, en el prójimo, en aquel que puede esperar algo de nosotros, no por que nosotros tengamos que darle ese algo sino porque se lo damos por gratuidad, porque somos capaces de ver en él a un hermano, otro hijo de Dios como nosotros, necesitado y vulnerable como todos los hijos de Dios. Resumiendo, la propuesta es romper el cascarón del egoísmo y entregarnos al servicio.
d) Y viene la opción preferencial por los más débiles, por los más necesitados. Jesús escoge al ‘más débil, desprotegido y necesitado’ en aquella sociedad judía y de aquel tiempo. Escoge como proto-tipo de Mesías al discriminado por excelencia, que nada tenía y que ni siquiera era considerado persona en esa sociedad y esa cultura. Con gesto de Infinita Ternura, lo abraza y teje una transitividad: Un niño es como Él mismo, pero no queda ahí, el niño representa al Propio Padre Celestial. Si acogemos al indefenso, al débil, al necesitado, al Anawin, estamos acogiendo a Dios.
Adela Cortina propone el término “aporofobia” para designar nuestro repudio y la persecución a los pobres; recogiendo el término podríamos extrapolarlo y definir el discipulado de Jesús, el verdadero cristianismo como una aporofilia ; como una vocación de servicio que privilegia el cuidado y la atención principalmente de los más pobres, sin salidas, escasos de recursos.
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