viernes, 6 de julio de 2012

A UN PROFETA LO DESPRECIAN

οὐκ ἔστιν προφήτης ἄτιμος


En Jerusalén todo el mundo te esperaba
coronado con diadema real;
pero Tú preferiste una corona de espinas.

Averardo Dini



Como hemos visto en otra parte, nuestro catecismo está estructurado en cuatro partes: 1) La profesión de fe, 2) La celebración del Misterio Cristiano, 3) La vida en Cristo, y 4) La oración Cristiana.

La Primer Parte está seccionada en tres capítulos; en el tercero de ellos se estudia la Profesión de Fe Bautismal dividida en doce artículos. El artículo 9 se titula “CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA”, está repartido en seis Párrafos: El Párrafo 2 tiene como acápite “LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO, TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO” y está organizado en tres numerales. En el I. LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS, leemos, en el número 783, “Jesucristo es aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas (cf. Juan Pablo II Redemptor Hominis 18-21)”.

Saltamos el número 784 donde se nos explica la vocación sacerdotal para considerar el número 785 donde se trata sobre la vocación profética de todo bautizado: "El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo". Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando "se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre" (LG 12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo."

Tres rasgos encontramos aquí inherentes a la vocación profética: 1) Adhesión indefectible a nuestra fe, 2) Profundización en su comprensión, y 3) Testimonio en un contexto específico: este mundo. «La unión con Dios no aleja del mundo, sino que nos da la fuerza de estar realmente, de hacer cuánto se debe hacer en el mundo… La contemplación de Cristo en nuestra vida no nos hace extraños, como ya he dicho, de la realidad, más bien nos hace aun más participes de las vicisitudes humanas, por que el Señor, atrayéndonos a sí en su oración, nos permite hacernos presentes y cercanos a cada hermano en su amor.» [1]

Así entendido el profetismo, desarraigamos de él la visión tradicional y el significado popular que se le ha asignado como “conocedor y divulgador de lo que está por venir” o sea “adivino o vaticinador del futuro” «La Profecía no consiste tanto en ciertas predicciones, cuanto en la protesta profética contra la autosuficiencia de las instituciones que sustituyen la moral por el rito y la conversión por las ceremonias. El profeta es testigo de Dios. Frente a la interpretación arbitraria de la palabra de Dios y frente a la tergiversación clandestina y pública de las señales divinas, el profeta pone a salvo la autoridad de Dios y defiende Su palabra del egoísmo de los hombres.»[2]. El Catecismo de la Iglesia Católica ve en el profeta un testigo que delante de todos muestra con coherencia lo que cree, con la condición que esa creencia provenga de la que fue trasmitida “a los santos de una vez para siempre”; no se trata de cualquier creencia, más o menos caprichosa, sino de la que Dios nos ha Revelado. Testigo coherente con la fe “recibida”, ese es el profeta. José L. Sicre señala cuatro como los rasgos más llamativos de la personalidad profética: a) El profeta es un hombre inspirado, b) El profeta es un hombre público, c) el Profeta es un hombre amenazado, y d) La profecía es un carisma.

Observemos el tercer rasgo, «El profeta es un hombre amenazado. En ocasiones sólo le ocurrirá lo que dice Dios a Ezequiel: “Acuden a ti en tropel y mi pueblo se sienta delante de ti; escuchan tus palabras, pero no las practican (…). Eres para ellos coplero de amoríos, de bonita voz y buen tañedor. Escuchan tus palabras, pero no las practican” (Ez 33, 30-33). Es la amenaza del fracaso apostólico, de gastarse en una actitud que no encuentra respuesta en los oyentes. Pero esto es lo más suave que puede ocurrirle. A veces se enfrenta a situaciones más duras. A Oseas lo tachan de “loco” y “necio”; a Jeremías de traidor a la patria. Y se llega incluso a la persecución, la cárcel y a la muerte. Elías debe huir del rey en muchas ocasiones; Miqueas Ben Yimlá termina en la cárcel, Amós es expulsado del Reino del Norte; Jeremías pasa en prisión varios meses de su vida; igual le ocurre a Jananí. Zacarías es apedreado en los atrios del templo (2Cr 24, 17-22); Urías es acuchillado y tirado a la fosa común (Jr 26, 20-23). Esta persecución no es sólo de los reyes y de los poderosos; también intervienen en ella los sacerdotes y los falsos profetas. E incluso el pueblo se vuelve contra ellos, los critica, desprecia y persigue. En el destino de los profetas queda prefigurado el de Jesús de Nazaret.»[3]

Siguiendo a José L. Sicre podemos decir –refiriéndonos al profeta- que «su misión principal es la de iluminar el presente, con todos sus problemas concretos: injusticias sociales, política interior y exterior, corrupción religiosa, desesperanza y escepticismo.»[4]

2



En la perícopa de San Marcos, que la liturgia provee para este XIV Domingo del Tiempo Ordinario, en el ciclo B, tenemos dos momentos bien diferenciados por parte de los concurrentes a la Sinagoga de Nazaret, marco espacial de esta perícopa. En primer término, la gente se admira καὶ οἱ πολλοὶ ἀκούοντες ἐξεπλήσσοντο Mc 6, 2b. puesto que le oían hablar con gran sabiduría σοφία y obraba prodigios δυνάμεις. Pero, por otra parte, no es nadie más que un simple vecino, es el hijo de una señora bien conocida por todos, una pobre mujer, sin más allá ni más acá, no es nada más que el hijo de un sencillo τέκτων artesano . Todo esto se convertía para ellos en καὶ ἐσκανδαλίζοντο ἐν αὐτῷ obstáculo, en impedimento invencible para poderlo reconocer. Hugo Orlando Martínez Aldana glosa así esta actitud de los nazarenos que aquel sábado se encontraban en la sinagoga, pero que no es muy diferente de la nuestra que en general descree de nuestros conocidos, sobre todo si su cuna es pobre: «En el contexto cultural de Jesús, el honor se recibe por ser miembro de una familia honorable (honor asignado) o porque se ha conquistado dicho honor mediante estudios, rectitud de comportamiento, piedad, etc. (honor adquirido, cf. Hch 22, 3). El honor es siempre un valor limitado y –en cierta forma- cuantitativo, pues sólo se adquiere cuando otro lo pierde, y además, es susceptible de ser aumentado o de disolverse.»[5]

La gente parece, herida, ofendida, agredida, “escandalizada” ἐσκανδαλίζοντο dice en griego, que se traduciría como obstaculizada, impedida de creer; no lo pueden aceptar, no pueden depositar en alguien tan común y corriente su confianza, mucho menos su fe. Esto nos pasa con frecuencia, nuestro descreimiento exige pruebas de espectacularidad, exhibición de poderío desmedido. Por el contrario, Jesús dice que no se nos dará prueba ninguna, excepto, verlo resucitar al Tercer Día. (Cfr. Lc 11, 29).

«En el Evangelio de Marcos, es la última vez que Jesús va a Nazaret y entra en una Sinagoga. Hasta ahora, Jesús ha sido admirado, aplaudido, seguido por multitudes. En adelante será considerado impuro, loco, agitador en nombre de Satanás, violador de leyes sagradas, motivo de escándalo.»[6] «Jesús va por su pueblo en compañía de sus discípulos… Le acusan de magia, de un saber oculto y misterioso. En este texto se expresa la envidia de sus paisanos. Jesús, sin embargo, se autotitula profeta y no mago. Él habla y actúa en nombre de Dios y no de “saberes ocultos y misteriosos.»[7]

«Como es natural, las cosas que Jesús enseña y el modo como las  enseña provoca el enojo de los poderosos, de los instalados, de los legalistas fariseos y de los escribas»[8] Inclusive los más cercanos y el pueblo raso, sus paisanos –como lo señalaba José L. Sicre en la cita que insertamos arriba- lo critican, desprecian y persiguen. Este es el destino de quienes se comprometen con la Palabra por encima de componendas y maquillajes.



Cierto que esta incredulidad, esta incapacidad para rendirse en sus Manos y ente la Presencia de Jesús impidió a sus coterráneos recibir mayores gracias y presenciar más milagros así como muchas curaciones. Su falta de fe pagó el caro precio de no presenciar su Poder εἰ μὴ ὀλίγοις ἀρρώστοις ἐπιθεὶς τὰς χεῖρας ἐθεράπευσεν. “…sólo le impuso las manos a unos cuantos enfermos, sanándolos.” Mc 6, 5b Con escasa fe hasta las pocas oportunidades de recibir alimento espiritual, ellos mismos se la negaron; en cambio, otros, hasta paganos, o como el domingo pasado, donde encontramos al ἀρχισυναγώγων “archisinagogon” pidiendo por su hija, aún cuando era un servidor del culto judío (algo así como el conserje de la sinagoga, cargo más bien de naturaleza administrativa que no cultual)), recibió, porque tuvo fe (Cfr. Mc 5, 21-43). Y a los que tienen más se les dará, pero a los que no tienen, aún lo poco que tienen les será arrebatado. (Cfr. Mt 13, 11-13)

3

Se ha querido, en varias ocasiones, presentar el “aguijón en la carne” que acosaba a Pablo y que él suplicaba a Dios le retirara, como el lado vergonzoso de la historia del Apóstol de los Gentiles. Escuchemos en la perícopa que conforma la segunda lectura de la liturgia de este domingo, cómo incorpora su dolencia a su vida pastoral y como la asume como parte de su ser: “Por eso estoy contento con las debilidades, insolencias, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo. Pues cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor 12, 10)



«Algunos exegetas encuentran que el misterioso “aguijón de la carne” del que habla Pablo en la segunda carta a los corintios (12, 7) se refiere a una enfermedad. Es difícil saber la verdad, pues Pablo nunca lo explica»[9] Continuando con el mismo tema dice Rinaldo Fabris: «¿Cuál es la enfermedad que aflige a Pablo? Es difícil hacer un diagnostico confiable “a distancia” a partir de los textos arriba citados. Se ha formulado otro centenar de hipótesis sobre la enfermedad de Pablo: fiebres periódicas de paludismo,  hemicránea crónica, estado depresivo, epilepsia, -la causa del aspecto humillante y de su atribución a Satanás- u oftalmia… sigue siendo desconocida la enfermedad crónica de Pablo en la cual él ve un aspecto humillante y un impedimento puesto por el adversario a su acción apostólica. Sin embargo, a pesar de este límite o “debilidad”, como lo llama él, Pablo demuestra una gran capacidad de trabajo para afrontar las grandes fatigas y las angustias sicofísicas.»[10]

Este impedimento físico, esta σκόλοψ τῇ σαρκί “espina en la carne” que menciona San Pablo en 2 Co 12, 7, de alguna manera resulta analógico con el desprecio que sufre Jesús por parte de sus coterráneos; al uno lo desprecian por su enfermedad, a Jesús por su procedencia de una familia sin renombre, sin prestigio, sin abolengos terrenales –como lo dijimos antes- un vecino del barrio y nada más. Otro tanto recibe Ezequiel en la Primera Lectura, es un “enviado de Dios”, es Su “Portavoz”, recibe el encargo de ser “profeta”, pero su paga es el desprecio porque se dirige a un וְחִזְקֵי־  לֵ֔ב  “pueblo rebelde”. (Ez 2, 4).

Pero eso no es óbice para nuestra misión de anunciadores y para nuestra vocación profética. Como nos dice su Santidad Benedicto XVI: «… comprendemos que no es el poder de nuestros medios, de nuestras virtudes, nuestras capacidades, el que realiza el Reino de Dios, sino que es Dios el que obra maravillas, justo a través de nuestra propia debilidad, de nuestro no estar a la altura del cargo. Por lo tanto, debemos tener la humildad de no confiar simplemente en nosotros mismos, sino de trabajar con la ayuda del Señor en la viña del Señor, encomendándonos a Él como "frágiles recipientes de barro".»[11]
Más adelante, en esta misma catequesis su Santidad glosa el verbo ἐπισκηνώσῃ que es el verbo utilizado por San Pablo en 2 Co 12, 9 hablando de su deseo de que pueda morar en él el propio Jesucristo. «… es rico de significado también el verbo griego con el que Pablo describe este morar del Resucitado Señor en su frágil humanidad; usa episkenoo, que podremos interpretar con «poner la propia tienda». El Señor continúa poniendo su tienda en nosotros, en medio de nosotros: es el Misterio de la Encarnación. El mismo Verbo Divino, que ha venido a morar en nuestra humanidad, quiere habitar en nosotros, plantar en nosotros su tienda, para iluminar y trasformar nuestra vida y el mundo.»[12] Pese a todos los desprecios, a todas las espaldas dadas, a toda la indiferencia, a la incomprensión y cerrazón de las mentes y los corazones «… nuestra inadecuación, la fatiga de vencer al Maligno que insidia nuestra vida, aquella espina clavada también en nuestra carne …» que nos bloquea y nos empecina en ignorar las Profecías del Señor, que con su Misericordiosa Ternura nos reconviene, nos llama y nos invita a la Conversión.
En este caso de San Pablo se encuentra ejemplificado lo que Carlo Ghidelli ha llamado la “Paradoja Paulina”: «La capacidad de hacer síntesis entre grandeza y pequeñez, entre debilidad y fortaleza, entre revelación y tentaciones, entre cielo y tierra, entre espíritu y materia, entre vuelos pindáricos y movimientos a ras de tierra, entre gracia y pecado, entre eros y ágape… Sólo así Pablo resulta ser un modelo imitable: no tan alto que sea inalcanzable, ni tan bajo que parezca indigno.»[13]


San Pablo encuentra en su “aguijón” un freno a su soberbia. Pienso en San Pío de Pietrelcina, en la Madre Teresa de Calcuta y en muchos otros que por su coherencia profética rozan el estrellato. Pensamos con Enzo Bianchi que «muchos hombres de Dios, en determinado momento, corren el riesgo de llegar a ser estrellas, “personajes”, a causa de la celebridad que han alcanzado. El único antídoto que existe para ellos es interrumpir el ser el centro de atención, fingiéndose locos y pecadores, mostrándose muy distintos de lo que los otros esperan. Es una manera de estar abajo, muy abajo, para ser realmente “pequeños”.»[14]
Este “empequeñecimiento”, este abajamiento que es una forma de humildad, de “kénosis”, de humillación, de “locura”; es –al mismo tiempo- una forma de ternura, de delicadeza, de “diplomacia”, de sutileza. «En efecto, en esta forma superior de ternura hay una distinción y una nobleza llenas de amor que dejan muy atrás la distinción y la nobleza habituales, distantes y formalistas. Esta ternura no evita el contacto con los hombres más humildes ni huye en situaciones en las que otros podrían hacerlo. El  modelo de esta ternura es la kenosis de Cristo, su condescendencia. Él no quiso alejarse de los pecadores ni de las mujeres, como hacen los que temen por su reputación. La kenosis de Cristo es la suprema ternura. Con ella nos demuestra su deseo de no apesadumbrar ni molestar a los humildes. Con la kenosis deseaba abrirse un camino hacia sus corazones... Cristo quiso que por su kenosis se derrumbara el muro de la brutalidad y aspereza que recubre como una cáscara, para defenderla, la delicada esencia de la verdadera humanidad… Podríamos considerar como una especie de “diplomacia pastoral”, este sutil discernimiento que tienen los santos,…»[15]


Esta sencillez con dulzura, no es exclusiva de los santos, ellos nos la muestran porque como linternas que alumbran el camino (con la Luz de Cristo), nos señalan las virtudes y los nobles ideales que adoquinan el camino de los bautizados (también y precisamente en su vocación de profetas) porque Dios los eleva a la santidad y les concede ser venerados en los altares para proponernos, con su testimonio de vida, los valores que conducen a la práctica madura de nuestra fe cristiana; o lo que es lo mismo, nos ejemplifican cómo se puede aportar en la construcción del Reinado de Dios.
A veces como “extraños”, como “raros”, a veces despreciados y desechados, tratados como “locos”, “utópicos”, “insensatos”. Se nos llama "ridículos", se nos tacha de “anticuados”; cualquier epíteto es bueno para descalificarnos, para ignorarnos y desatender lo que Dios habla por medio nuestro. Si, somos profetas porque como bautizados que somos, somos portadores de la “Buena Nueva”, la que se tacha de demencia por quienes se rehúsan a escucharla; así trasportamos en nuestra persona –como San Pablo- un “aguijón clavado en nuestra carne”. “siempre trasportando en el cuerpo la muerte de Jesús, para que se manifieste en nuestro cuerpo, la vida de Jesús.” (2 Cor 4, 10). “Observen hermanos, quienes han sido llamados: no muchos sabios en lo humano, no muchos poderosos, no muchos nobles; antes bien, Dios ha elegido los μωρ locos del mundo, para humillar a los sabios, Dios ha elegido a los débiles del mundo, para humillar a los fuertes, a los γεν καὶ ξουθενημένα plebeyos y despreciados del mundo ha elegido Dios, a los que nada son, para anular a los que son algo” (1 Cor 1, 26-27).


«Así, una serie de santos, que llegaron hasta ser idiotas, locos, han mostrado que Dios, en realidad, quiere confundir lo que es, lo que aparece, a través de la debilidad de lo que no aparece, de lo que no es. Y esto sucede por un amor loco hacía el Crucificado, hacia el despreciado, hacia Jesús, alienado hasta la muerte en la cruz.»[16]

4

Y no es que el desprecio sea una condición agradable, no es que la humillación sea, de por sí, un estado deleitable; tampoco se trata de alguna especie de masoquismo; no es que a nosotros se nos haya “corrido la teja” y nos haya dado por anhelar lo que de suyo es detestable. Precisamente leemos hoy en el Salmo 123(122), que la liturgia nos propone como Salmo Responsorial:

Ten piedad de nosotros, ten piedad,
porque estamos, Señor, hartos de injurias;
saturados estamos de desprecios,
de insolencias y burlas.

Enfaticemos, aquí, lo que San Pablo declara en la Segunda de Corintios, “Tres veces le he pedido al Señor que me libre de esto” (2Cor 12, 8). Entonces, entendamos, que no pedimos desprecios, antes bien, los rechazamos; pero –sin desearlos- nos llegan por parte de los perseguidores de nuestra fe.

Examinando este Salmo 123 (122), nos dice Noël Quesson: «Los “pobres” llenan los salmos. Se ha dicho que los salmos eran “la oración de los pobres”… Entre los antiguos profetas, los pobres eran una “clase social”,… Pero, a lo largo de la historia de Israel, sobre todo a partir del Exilio, pasó a un segundo plano el sentido “económico y social” de la palabra “Anawin” para dar lugar a un sentido religioso. Los pobres son aquellos ”cuya angustia los hace conscientes de su dependencia absoluta de Dios”… “Aquellos que todo lo esperan de su bondad”… Todos en el fondo, ante Dios somos “pobres” “Anawin”… En este sentido “religioso”, la palabra “pobre” se opone menos a “rico” que a estas otras palabras: “orgulloso”, “malvado”, “impío”, “gocetas”, “escéptico”, “burlón”, “chancista”, “materialista”, “satisfecho”. “Esto es demasiado, estamos hartos de escarnio de los pudientes, del desprecio de los orgullosos”»[17]




Haz, Señor, que yo sepa verte como eres
sin jamás dejarme engañar
por mis distorsiones mentales
y por mi vacía imaginación.

Haz que sepa verte como eres
Según tu medida,
Por cierto tan diferente de la mía.
Amén[18]

Nuestra vocación profética sólo se vera contestada, cumplida y satisfecha si sabemos aceptar todo desprecio, toda debilidad y obstáculo, si sabemos portar la espina que nos toque llevar clavada en nuestra carne, si sabemos ser coherentes con la Verdad que anuncia Jesucristo. Esto incluye la capacidad de kénosis que Jesús nos enseñó en Él mismo y, en sus discípulos -a través de la historia-  a los que llamamos santos. Por que la santidad no es un llamado exclusivo, la santidad, en  nuestra fe, es una invitación que recibimos todos.  «Lo que la Iglesia necesita no son los alabadores de lo establecido, sino hombres en los que la humildad y la obediencia no son menores que la pasión por la verdad, hombres que aman más la Iglesia que la comodidad y seguridad de su destino.»[19]







[1] Benedicto XVI. Catequesis en la Audiencia General Junio 13 de 2012
[2] Ratzinger, Joseph. CRÍTICA Y OBEDIENCIA. 1962  En SELECCIONES DE TEOLOGÍA Vol 2 No. 5 Facultad de Teología San Francisco de Borja Barcelona España Enero – Marzo 1963 p. 213
[3] Sicre, José L. LOS PROFETAS DE ISRAEL. 1ª PARTE: ¿QUÉ ES UN PROFETA? Edicay “Iglesia de Cuenca” 1992. Colección Biblia No. 39 pp. 7-8
[4] Ibidem p. 6
[5] Martínez Aldana, Hugo Orlando. EL DISCIPULADO EN EL EVANGELIO DE MARCOS Ed. Celam  Colección Quinta  Conferencia. Bogotá Colombia. 2006 p. 58.
[6] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. San Pablo  Bogotá – Colombia 2002 1ª reimpresión. p. 84
[7] Mateos, Juan sj. COMENTARIO AL EVANGELIO DE SAN MARCOS. Ed. Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito – Ecuador . 2000. p. 90
[8] Méndez Peñate, Adriana. JESÚS, MANUAL PARA LEER EL EVANGELIO DE SAN MARCOS Ed. Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito – Ecuador . 2000 p. 30
[9] Mesters, Carlos. UNA ENTREVISTA CON EL APOSTOL SAN PABLO. Ed Centro Bíblico “Verbo Divino” Quito – Ecuador 2000 p. 27
[10] Fabris, Rinaldo. PARA LEER A A SAN PABLO . Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2000 pp. 50-51
[11] Benedicto XVI. Loc. Cit.
[12] Ibid
[13] Ghidelli, Carlo. SAN PABLO, GRAN APOSTOL DE LAS GENTES Ed Paulinas Bogotá – Colombia. 2008 p. 54
[14] Bianchi, Enzo. LAS PARADOJAS DE LA CRUZ Ed. San Pablo.  Bogotá – Colombia. 2001. p. 67
[15] Staniloaë, Dumitru ORACIÓN DE JESÚS Y EXPERIENCIA DEL ESPÍRITU SANTO. Narcea, S.A. Ediciones. Madrid – España 1997 pp. 25-27
[16] Bianchi, Enzo. Op. Cit. p. 63
[17] Quesson, Noël. 50 SALMOS PARA TODOS LOS DÍAS. GUÍAS PARA LA ORACIÓN Y LA MEDITACIÓN COTIDIANAS. Tomo II Ed. San Pablo Santafé de Bogotá –Colombia. 1996 pp. 194-195
[18] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN Tomo II Ciclo B  Ed. Comunicaciones Sin Fronteras Bogotá – Colombia p.66
[19] Ratzinger, Joseph. Op. Cit. p. 218

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