Sab 1,13-15;2, 23-24; 2Co 8, 7-9;13-15; Mc 5, 21-43
Señor, mi Dios, te pedí ayuda y me sanaste;
Tú, Señor, me salvaste de la muerte;
me diste vida, me libraste de morir.
Sal 30(29), 2(3)-3(4)
Es necesario liberarnos de toda opresión
empezando con las alienaciones internas.
1
En este domingo XIII del tiempo ordinario la perícopa del Evangelio se toma de San Marcos, como corresponde al ciclo B, del capítulo 5, los versículos del 21 al 43. Nos presenta «Uno de los jefes de la sinagoga llamado Jairo pide a Jesús que vaya a su casa para que le imponga las manos a su hija que está en las últimas, de tal manera que ella viva… Durante el viaje ocurre la curación de una mujer que por su propia iniciativa, y movida por la fe, se acerca a Jesús para que la sane… al terminar no aparece tanto la maravilla del milagro, sino más bien un fuerte temor por parte de la persona sanada. La mujer piensa, con toda razón, que hizo algo ilegal, pues con flujos de sangre no podía acercarse a un hombre y mucho menos a un rabino.»[1] Hay algo tremendo en vivir una vida lejos del contacto con nuestros semejantes, creemos que todos somos concientes de lo penosa y dolorosa de esa situación y, sin embargo, hay personas que no tocamos y –quizás peor- hay personas que no se dejan tocar. ¿Somos concientes del chantaje afectivo que tal conducta representa? Si, somos concientes pero, a ese nivel de conciencia se sobrepone el tráfico de sentimientos, el placer sádico de torturar al otro negándole nuestra cercanía, nuestros enraizados escrúpulos que, son simplemente una fachada para continuar con el mutismo de nuestra piel, con la crueldad del aislamiento, con la tortura sicológica y con la morbosa victoria –pírrico gusto- que nos deja sin el pan y sin el perro, sin dar y sin recibir. Una vez más debemos recordar que Diablo significa el que divide.
Hacemos mucha gala de dos o tres prejuicios superados y –en cambio- vamos por ahí, muy orondos, exhibiendo nuestra intolerancia, encadenados –como los presos en las cárceles Estadounidenses- de pies y manos con nuestros estereotipos, con nuestros moldes segregacionistas. Adoramos, hasta la idolatría, la uniformidad de lo que se nos asemeja y condenamos amordazando todo lo que es diferente, lo que nos cuesta un pequeño esfuerzo para desacomodarnos, para cambiar de óptica; todo lo que se sale de la “normalidad” se debe “eliminar”, que ¡nadie se atreva a desviarse!, ¡que nadie ose disentir!, que todos vayan por la senda que hemos demarcado; y aquel que sea distinto, que no se nos acerque porque nos contaminará con su “impureza”: es impuro porque es diferente.
Volteemos los ojos hacia le hemorroísa, ¿nos cuesta? Acaso ¿se niegan el cuello y los ojos? Lo mismo que con los negros a quienes la ley reconoce como iguales pero, venimos a saber que no pueden vivir en barrios de estrato mayor que 4; y no estamos hablando por allá de otro continente, es aquí, en nuestra ciudad. Nosotros no lo sabíamos, nos lo han contado recientemente, y aún no lo podemos creer. Son esa clase de afirmaciones que deben callarse, que nadie debe atreverse a pronunciar, están allí, son vetos segregacionistas de los que nadie comenta, no se han escrito en ninguna parte, pero rigen con la poderosa lógica de su confidencialidad; gobiernan soterradamente la ciudad y el mundo. Nos recuerda el proverbio: “Todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros”.
Es muy curioso que hasta el discriminado acepta su segregación y se mueve para sostenerla y aceptar su aplicación: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Dí una palabra solamente y mi siervo sanara” (Mt 8, 8) Muchos predicadores dicen que el Centurión era conciente que si Jesús entraba en la casa de un oficial romano quedaría impuro; es verdad, así se le habría considerado por tratar con el enemigo, pero a Jesús (que también era plenamente conciente de la alienación de su interlocutor) no le importaba tocar a los enfermos, a los leprosos, a los paralíticos, sentarse a la mesa con publicanos, dialogar sentado en el borde de un pozo, con una mujer, y aún peor, con una samaritana, o entrar en casa de un Capitán Romano; Él tocaba y daba su contacto por todas partes, a todos. Tocaba sanando, dando vida y vida abundante. Lo que maravilla a Jesús frente a la afirmación del Centurión es la fe tan grande que le permite estar seguro que Jesús puede sanar a la distancia, sin necesidad de ver o acercarse. La frase tan celebre ha ingresado a la liturgia por esa fe tan grande que encierra; pero, no podemos ignorar que el Capitán estaba aceptando, cohonestando con la segregación, aún cuando era él mismo la víctima de tal segregación. En estudios realizados, se encontró que por lo menos la mitad de las adolescentes encuestadas, entre 15 y 19 años, piensan que los hombres tienen derecho a golpearlas cuando dan un “buen motivo”, por ejemplo, negarse a tener sexo o dejar quemar la comida; téngase bien presente que estas respuestas fueron dadas –no por hombres- sino por mujeres.
Cuando la hemorroísa toca secretamente a Jesús, su fe es también muy grande, sabe que la orla del manto es capaz de comunicarle sanación porque Quien viste ese manto es tan infinitamente poderoso. Pero su actuar clandestino coopera con la discriminación, podemos hablar allí de una auto-discriminación. Es tan cómplice de su discriminación que se acerca por detrás; aporta así su grano de arena para mantener su discriminación. ¡Que hondo enraíza la mentalidad culpable!
«La mujer sufría, hacía doce años, de una fuerte hemorragia, con todo lo que esto significaba en el mundo hebraico. Ella llevaba consigo la impureza, no podía encontrar espacio en los cánones éticos y religiosos del mundo social de su pueblo. Durante doce años, la enfermedad la había vuelto totalmente impura. Su vida y su cuerpo estaban profundamente marcados por la pérdida de sangre. Si a lo largo de aquellos doce años había vivido el “contacto” con alguien, lo había hecho solamente a escondidas, y esto la hacía diferente, porque estaba contra la ley oficial que no permitía a los impuros “ser tocados” o “acercarse”. La historia de esta mujer es entonces absolutamente inédita, desconocida y escondida; ante la mentalidad de la multitud, ella no puede hacer historia, sólo puede ser dejada de lado y, sobre todo, no puede ser incluida.»[2]
También nosotros practicamos la exclusión porque está socialmente permitida, podemos ejercerla con la gente de otro país, con los de otro partido político, con los seguidores de otro equipo de fútbol, con los enfermos, con los ancianos, con los sacerdotes, con los de otros grupos religiosos,… creemos que hemos caído en la trampa de la lista inagotable. ¿Cuántas cuartillas requeriría la mención exhaustiva de todas las discriminaciones socialmente aceptadas y practicadas por todos nosotros so capa de que todo el mundo hace lo mismo?. Si todos somos hijos de Dios se implica que todos somos hermanos, sin embargo, «La experiencia del odio, la división, la injusticia, y la violencia que vemos cada día nos hablan de lo contrario. No somos hermanos, pero podemos serlo»[3] Bueno, lo que se estila es concluir con un chiste segregacionista y luego, dejar bien sentada la duda, todo era broma, nosotros no excluimos a nadie pero… y aquí se inserta el chiste que demuestra que si excluimos y que además es con toda y “justa” razón que excluimos, porque esa gente si…
Esa gente es el “chivo expiatorio”* que nos hace tan especiales, tan eurocentristas, tan blancos de raza, tan centristas en política, etc. Pero eso si, que se me permitan mis “peculiaridades”, mi “snobismo”, mis “taras” y mis “mañas” y que nadie las vaya a discriminar porque ellas son propias de la gente especial, de los que son más iguales que los que simplemente son iguales.
Jesús, por el contrario, se mostró incluyente y nos heredó un muestrario de discriminados que Él se empeñó en integrar, brindándonos además pautas ejemplarizantes para que pudiéramos aprender cómo hacerlo. Incluyó a los niños, las mujeres, los ancianos, las prostitutas, los enfermos, las viudas, los Anawin, todos los débiles. Él nos mostró que nadie debe ser dejado al margen.
2
Aprender a valorar...
Un joven con un récord académico excelente fue a solicitar un puesto directivo en una gran empresa. Pasó la primera entrevista pero el director es quien hace la última entrevista, y quien toma la decisión final. El director descubrió a partir del análisis del CV que los logros académicos del joven fueron excelentes en todo momento desde la escuela secundaria hasta su investigación de postgrado, nunca había dejado de obtener excelentes calificaciones. El director le preguntó: "¿Obtuviste alguna beca en la escuela?" el joven respondió "ninguna". El director le preguntó: "¿Fue tu padre quien pagó tus estudios?" El joven respondió: "Mi padre falleció cuando tenía un año de edad, fue mi madre la que me costeo todos mis estudios".
Entonces, el director le preguntó: "¿Dónde trabaja su madre?" El joven respondió: "Mi madre trabajaba lavando y secando ropa. El director le pidió al joven que le mostrara las manos. El joven mostró un par de manos lisas, suaves y perfectas. Con lo que el director le preguntó: "¿Alguna vez has ayudado a tu madre a lavar la ropa?" El joven respondió: "No, mi madre siempre quiso que yo me dedicara a mi estudio y que leyera mis libros. Además, mi madre lava la ropa mucho más rápido que yo". El director dijo: "Le tengo una tarea. Al regresar hoy a su casa, vaya y limpie las manos de su madre, y venga a verme mañana por la mañana.
El joven salió de allí pensando que tenía muchas opciones de conseguir el trabajo. Cuando llegó, feliz, le pidió a su madre que lo dejara limpiarle las manos. Su madre se sentía extrañada pero feliz, con sentimientos encontrados, le tendió las manos a su hijo. El joven comenzó a limpiar las manos de su madre poco a poco, con sumo cuidado. Sus lágrimas caían a medida que lo hacía. Era la primera vez que se daba cuenta que las manos de su madre estaban tan lastimadas, tan arrugadas, y con tal número de callosidades. Estaban tan adoloridas que su madre se estremecía cuando se las enjuagó con pura agua.
Fue la primera vez que el joven se dio cuenta lo que significaban este par de manos que lavaban la ropa todos los días, que hicieron posible pagar las mensualidades de la escuela y la universidad. Los moretones en las manos de su madre fueron el precio que pagó por su graduación, por su excelencia académica y por su futuro.
Después de terminar de lavar las manos de su madre, el joven lavó toda la ropa restante. Esa noche, madre e hijo hablaron durante un tiempo muy largo.
A la mañana siguiente, el joven fue a la oficina del director. El Director notó que esos ojos habían estado llorando muy intensamente, le preguntó al joven: "¿Puede usted decirme qué aprendió ayer en su casa?" El joven respondió: "Lavé las manos de mi madre, y también terminé de lavar toda la ropa que aun quedaba”. El Director le preguntó: "por favor, dígame ¿qué sintió?" El joven dijo:
Número 1, Ahora sé apreciar. Sin la abnegación de mi madre, no habría tenido el éxito y las oportunidades que hoy tengo.
Número 2, Sólo ahora me doy cuenta -después de haber trabajado y ayudado a mi madre- lo difícil y duro que es alcanzar una meta.
Número 3, He llegado a apreciar la importancia y el valor de las relaciones familiares.
El Director dijo: "Usted es la clase de persona que estoy buscando para mi empresa. Quiero contratar a una persona que aprecia la ayuda, una persona que conoce el sufrimiento de los demás para hacer las cosas, y una persona que no pondría el dinero como su única meta en la vida. ¡Está contratado!
El Director dijo: "Usted es la clase de persona que estoy buscando para mi empresa. Quiero contratar a una persona que aprecia la ayuda, una persona que conoce el sufrimiento de los demás para hacer las cosas, y una persona que no pondría el dinero como su única meta en la vida. ¡Está contratado!
3
Sólo cuando vivimos una experiencia en carne propia podemos aquilatar verdaderamente lo que significa y lo que implica. A veces oímos de ciertas realidades durísimas y, nos corre un escalofrío por la espalda, pero, después de un momento, y tan pronto nos hemos recuperado del primer impacto, la experiencia “oída” se enfría en nuestros sensores y la olvidamos, la descartamos y volvemos a ignorarla como una realidad totalmente desconocida. (Ese es uno de los problemas que conllevan los noticieros y que, además –para que borremos todo de la mente- concluyen con las seciones deportiva y de farándula, de modo que todo queda reducido a nada). Por otra parte, sólo cuando compartimos el dolor, el sufrimiento, las dificultades, podemos verdaderamente valorar y aprendemos a apreciar.
Jesús era un hombre del pueblo, no era un escriba “docto”, ni se daba aires de culto, ni de poderoso, ni de rico; de hecho, Él mismo nos informa que no tenía donde reposar su cabeza, aún cuando las zorras tienen madrigueras y las aves tienen sus nidos Cfr. Mt 8, 20 b. Su sencillez, su kénosis, ese abajarse, le permite venir a “codearse con rudos hombres”, ese abajamiento permite que renuncie a su condición divina para hacerse humano. Hacerse humano, después que la Serpiente engañó a nuestros primeros padres, es equivalente a empobrecerse, devenir, frágil, mortal. En la primera Lectura, tomada del Libro de la Sabiduría se nos recuerda que Dios, contra lo que muchos piensan no es el autor de la muerte, Él nos hizo incorruptibles y nos destinó, según su propia imagen, a la Eternidad. Quien es mortal, por haber muerto a la Gracia es el diablo, fue él el importador de esta “mercancía” (Cfr. Sab 1, 13-15; 2, 23-24), y la llamamos mercancía porque se compró con la moneda del pecado.
Hoy, en el Evangelio, lo vemos caminar por Galilea, entre el gentío, va por la playa, sencillo hasta el colmo de la sencillez, como poniéndose a nuestro alcance, “untándose de pueblo”, ¿Cómo pensamos que era su lenguaje? ¿Su manera de hablar sería un ejemplo del uso castizo de cada palabra y de cuidadosa sintaxis? «Jesús hablaba arameo, probablemente no la versión formal, sino la popular, con sus propias características peculiares. Por ejemplo, en el evangelio de Marcos dice a la hija de Jairo: “Talitá kum” “Muchacha, a ti te lo digo, levántate” (Mc 5, 41). Kum en estricto arameo es la forma masculina, pero en el arameo popular parece haber sido tanto la masculina como la femenina. Por tanto, Jesús podría haber hablado el lenguaje de la calle en lugar del de las elites. »[4]
Esta cita nos impacta muchísimo, pocos aportes de los eruditos estudiosos nos acercan tanto a la personalidad de Jesús, a su estilo “popular”; este signo gramatical está directamente conectado con su nacimiento en un pesebre, con su huida a Egipto, con su muerte en patíbulo de bandido. Porque se hizo hombre modesto, conocedor de las necesidades y de las penurias, porque bajó hasta bien abajo, porque nos conoció hasta el fondo, en el puro fondo y se solidarizó con todo lo nuestro sin dejar ninguna debilidad y ninguna penuria al margen, incorporó en Sí todo lo humano: porque es Dios-hecho-Hombre. Y, pese a todo ello, rechazó el pecado, no al pecador; venció la tentación, pero su abajamiento incluyó el conocimiento de las tentaciones, porque se solidarizó .lo enfatizamos- con todo lo humano. Para incluirnos, para no excluirnos por nada y para nada, porque si Dios es Misericordia, Jesús es Infinitamente- Misericordioso. ¿Cómo no, si es la transparencia del Padre? «Jesús era la imagen visible del Dios invisible (Col 1, 15). Si alguno quiere tener una idea exacta acerca de Dios, debe centrar su atención en la personalidad de Jesús. ¡Así es Dios!»[5]
Como una propuesta a la reflexión queremos narrar la siguiente anécdota del Padre Carlos G. Vallés: «Más adelante, hice algo que tampoco sabía hacer muy bien, pero que resultó un trabajo especialmente interesante y una experiencia esencial e inusitada en mi vida. Me fui a vivir con familias hindúes en los barrios pobres de la ciudad, pasando unos cuantos días y noches en cualquier casa en que la proverbial hospitalidad india me admitía a mi, sacerdote católico, sin cobrarme un céntimo, yendo de casa en casa mendigando posada, compartiendo con ellos lo que buenamente tenían, como uno más de la familia, y pedaleando a diario de ida y vuelta a la universidad a dar clase, como cada uno de ellos lo hace para ir a su trabajo. Así viví diez años. Casas pequeñas de un solo cuarto, donde pequeños y mayores se reparten el espacio común durante el día y cubren el suelo con esteras para dormir por la noche. Allí trabajé, oré, preparé clases y escribí libros, mientras miraba, veía, asimilaba, sufría y disfrutaba la vida diaria, las preocupaciones, las alegrías, el ruido de los niños, las riñas de los padres, los apuros económicos y la fe religiosa de la gente sencilla en los barrios más pobres. No prediqué nunca. Sólo escuchaba, aprendía y me identificaba con ellos.»[6] Encuentro en toda esta conducta una especie de imitación de Jesús, Carlos Vallés lo hizo durante diez años; Jesús durante treinta y tres. Hay una analogía evidente entre lo que hace el Maestro y lo que hace este discípulo jesuita que nos permite entender aquello de “El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros.” Jn 1,14a.
La palabra prójimo viene de cercano, próximo, Jesús es Dios que se hizo cercano, que camina hombro a hombro y codo a codo con nosotros «… prójimo real e históricamente es el que yo encuentro en mi vida, pues sólo en este caso hay derecho al acto de amor fraterno. La fraternidad cristiana es una disposición a hacer de cualquier persona (mi prójimo), si se presenta la ocasión»[7] Y a cada instante se nos brinda una nueva ocasión de portarnos como verdaderos hermanos y hacer verdad aquello de “Hermanos en Cristo Jesús”. Hermanos del Capitán Romano, de Jairo (uno de los jefes de la Sinagoga), de la hemorroísa, hermano de todo el que es marginado y puesto como chivo expiatorio.
4
¿Es suficiente con declarar superados los prejuicios discriminatorios? ¿Basta con la erradicación de los pensamientos y actitudes segregacionistas, excluyentes? Contrastemos esta superación de prejuicios con la praxis de Jesús: «El diálogo que Jesús abre con los “otros” y las “otras”, no es un diálogo puramente religioso sino de la vida y con la vida.»[8]
«Hace tiempo que estamos viviendo este lento proceso de silencio y de exclusión de la diversidad, de la diferencia que deberíamos reconocer como algo bello y muy verdadero, propio de la historia. Estamos más preocupados por poseer los acontecimientos, las personas, los pueblos y sus secretos sociales y religiosos y cambiarlos, que por escuchar humildemente el lenguaje diferente de los diversos mundos…Una religión que no reconoce su verdadera vocación por la vida, que no se reconoce sedienta de encuentro, que solo se protege o se defiende en nombre de la fidelidad a antiguos mandatos misioneros, no puede complacerse del camino ecuménico, así como no logrará compartir ni reposar en el bello sueño de su Señor»[9]
Estamos convocados a repensar el ecumenismo y a re-dimensionarlo a la luz de esta realidad en la que nos movemos, de sus contextos postmodernos y globalizantes. « Ecumenismo… es el reconocimiento del lenguaje de los otros, de las cosas y de la vida; es un misterioso encuentro que nos inicia en un dialogo que es lento, motivado desde el respeto profundo que la diversidad pide; es el asombro por intuir que es posible acoger y conservar dentro de nosotros aquello que no siempre podemos entender, pero que está presente en la vida y habita en la historia.»[10] «…ecumenismo será el lento hacer de nuestras relaciones que buscan la paz; de aquellas a las que no les interesa el poder, ni el privilegio de tener siempre razón ni de poseer la verdad; ecumenismo será emprender caminos de reconciliación de las ideas y de las personas, entrar en tiempos nuevos de humildes escuchas y de serenos diálogos… El ecumenismo se constituye precisamente a partir del rechazo de comprar a cambiar pueblos y culturas en nombre de fáciles conversiones. Ya no podemos distribuir las personas, o las “almas”, en nombre del poder que “Dios nos ha dado” y que llamamos salvación.»[11]
En la Segunda Lectura, tomada de 2Co 8, 7-9;13-15, San Pablo nos da una nota direccionadora para que podamos vivir la praxis del combate al exclusionismo y la aplicación del inclusionismo: Allí se nos dice que a la fe, a la palabra iluminada con sabiduría, a la σπουδῇ laboriosidad diligente y al amor ad-intra se debe aunar una práctica de la generosidad. Cfr 2Co 8, 7. Hay allí en 2Co 8 tres palabras claves: χάριτι, σπουδῆς, ἰσότης “Gracia”, “Solicitud” e “Igualdad”, tal vez mejor traducido como “Equidad”, algunas traducciones dicen “Justo medio”.
Jesús nos enseña que debemos ser defensores de la vida pasando sobre todo exclusionismo, San Pablo nos dice que la defensa de la vida y el inclusionismo pasa por el “compartir” ya que Jesús fue generoso enriqueciéndonos con su empobrecimiento (kénosis), no para que nosotros caigamos en la penuria mientras otros gozan de la abundancia (explotación) sino para que haya un reparto “equitativo”, una “medida justa” de modo tal que la “abundancia” de unos ”remedie” las carencias de los otros. No nos quedamos en unas bonitas ideas sobre el inclusionismo sino que, la verdadera coherencia en el discípulo de Jesucristo se da en el generoso compartir.
Compartir es la praxis del verdadero discípulo, es hacernos parte del Cuerpo Místico de Cristo, es empeñar nuestras energías en la construcción del Reinado de Dios dando toda la generosidad de nuestro ser, “dando hasta que nos duela” (en palabras de la Madre Teresa de Calcuta); es dejarnos tocar el manto (y no sólo el manto, sino la mano el brazo, el pie y todo) sin reparos, es hacernos uno con otro hijo de Dios en un quehacer cotidiano, compartir es inclusionismo, es ejercicio de la fraternidad, de la solidaridad. «Indiferencia y pereza y dejadez.
«La mayor indigencia es la de no saber, la de no sentir, la de no entender la vida ni saber afrontar la muerte y esperar el cielo; la de no saber dónde estamos y adonde nos dirigimos; la de no conocernos a nosotros mismos ni a Dios, que nos hizo; la de no sabernos hermanos y hermanas de todos los que caminan con nosotros formando un solo pueblo y una sola familia; la de sabernos hijos de Dios…»[12]
La parábola del “Buen Samaritano” ilustra que no bastan una “posición mental”, unas doctrinas teóricas, unos conceptos etéreos, sino que hay que pasar a la siguiente instancia, proceder a hacerse “prójimo”, y para eso es preciso –superando que el otro viene de Jerusalén y él es un Samaritano- tocarlo para curarlo, alzarlo para conducirlo en su cabalgadura hasta el alojamiento, y dar todo lo que tenía, en ese momento, para financiar sus cuidados, y comprometerse que si las atenciones costaban más, él las pagaría a la vuelta. Este es el epítome del “compartir-generoso”, de ver en el otro a un hijo de Dios. Este es el paradigma del inclusionismo.
5
Queremos considerar otros dos aspectos. En primer término, miremos el versículo 22 de la perícopa del Evangelio que nos ocupa. “En esto llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies” πίπτει πρὸς τοὺς πόδας αὐτοῦ, el verbo πίπτω significa “postrarse”. Siempre decimos que sólo nos arrodillamos ante Dios, y por lo mismo, nos ponemos de rodillas ante el Sagrario, ante el Santísimo expuesto en la Custodia y durante el momento de la Consagración en la Eucaristía. Porque Dios mismo, en la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, está Presente.
«El monoteísmo implica el rechazo de cualquier divinización del hombre y de su criatura. Sólo ante Dios se debe doblar la rodilla del hombre; lo contrario es idolatría, y se adore un becerro de oro, las fuerzas de la naturaleza, o el César, o un ídolo, obra de las manos del hombre… No sólo Jesús aceptó que Jairo se postrara delante de Él, como quien ha descubierto una presencia nueva de Dios, sino que lo situó ante otra nueva realidad: el señorío de Dios que se manifiesta en su persona, no sólo ante la enfermedad, sino ante la misma muerte»[13]
En segundo lugar, consideremos el tema de la ropa como continuidad de la persona. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 19, versículos 11 y 12 leemos: “Y Dios hacía grandes milagros por medio de Pablo, tanto que hasta los pañuelos o las ropas que habían sido tocadas por su cuerpo eran llevadas a los enfermos, y estos se curaban de sus enfermedades, y los espíritus malignos salían de ellos.”
La hemorroísa no ansía tocar la mano, o el pie de Jesús, ella también entiende una continuidad entre Jesús y la ropa que Él lleva. ὄπισθεν ἥψατο τοῦ ἱματίου αὐτοῦ· (Mc 5, 27b) La palabra ἱματίου significa “el manto”, “la vestidura más exterior”.
«En 9, 3 son precisamente los vestidos de Jesús los que se vuelven blancos, pues los vestidos están en cierto modo identificados con la persona, así por ejemplo en San Juan, quitarse el manto para lavar los pies a los discípulos es despojarse de sí mismo, de su vida. Esto se puede comparar en lengua griega con la parábola del Buen Pastor. “Yo doy mi vida para luego recobrarla”, Jesús se quita el manto y luego se lo pone, los verbos en griego en uno o en otro lado son los mismos (Cf. Jn 10 con 13,4.12).»[14] La hemorroísa al tocar la orla del manto tocó, en directo, a la persona de Jesús. Y Jesús se deja tocar y deja salir su Poder-Sanador, esa Fuerza-que-da-Vida, como un acto de ejemplar compartir fraterno. Comparte la Vida que le viene del Padre, como compartió toda su vida, digámoslo otra vez, hasta la Última Gota de Su Preciosísima Sangre.
Estos dos detalles, creemos que nos ayuden a vislumbrar con mayor cercanía el Amoroso Perfil de Jesús, a mejor percibir el mensaje de la Palabra que Dios nos brinda para este domingo.
Es suficiente rozar con un beso de amor,
silencioso, humilde y casi escondido,
tu vestido que es visible en todo sitio
y en todo gesto de bondad,
volviendo a mirar la vida
con los ojos de un niño
que sabe acercarse a Ti, Señor,
para decirte muy sencillamente,
pero con mucha franqueza:
“Hola, Jesús, estoy aquí contigo”.
Amén[15]
[1] Martínez Aldana, Hugo Orlando. EL DISCIPULADO EN EL EVANGELIO DE MARCOS. Concejo Episcopal Latinoamericano, CELAM Bogotá-Colombia. 2006 p. 55
[2] Potente, Antonieta. UN TEJIDO DE MIL COLRES DIFERENCIA DE GÉNERO, DE CULTURA, DE RELIGIÓN Fundación Tierra Nueva –Editorial. 1ª Ed Ecuatoriana Quito-Ecuador 2002, p.12
[3] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá 1999. p. 39
* Arango Alzate, Oscar Albeiro en su estudio JESÚS DE NAZARETH LA VICTIMA-INOCENTE-CRUCIFICADA-RESUCITADA QUE REVELA A DIOS-PADRE-MISERICORDIOSO Publicada por la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana Bogotá-Colombia 2007 en la p. 31, nos da una definición de lo que significa “chivo expiatorio”. Allí dice el Profesor Oscar Arango «El chivo expiatorio, la víctima, el monstruo, el extraño, el diferente, el nadie, que en un primer momento es combatido, odiado, rechazado y convertido en algo no-humano, en un segundo momento es sacralizado, querido y adorado porque ha facilitado una vez más que el grupo se una y que la rivalidad termine.»
[4] Barry, William A. sj. ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO? ENCUENTRO CON EL JESÚS HISTÓRICO EN LA ORACIÓN Ed. Sal Terrae Santander España 1998 p. 33
[5] Estrada , Hugo, sdb. PARA MI ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala 1998 p. 89
[6] Vallés, Carlos G. sj. CALEIDOSCOPIO AUTOBIOGRAFÍA DE UN JESUITA. Ed. Sal Terrae Santander España 1985 p. 124
[7] Galilea, Segundo.Op. Cit. p. 36
[8] Potente, Antonieta.. Op. Cit. p. 48
[9] Ibid. p. 44
[10] Ibidem
[11] Ibid p. 40
[12] Gonzalez Vallés, Carlos. CRECÍA EN SABIDURÍA… 3ª ED. Ed. Sal Terrae Santander España 1995 p. 56
[13] Zea, Virgilio sj. JESÚS, EL HIJO DE DIOS Ed. Facultad de filosofía Universidad Santo Tom´s de Aquino. Bogotá - Colombia 1989 p. 76
[14] Martínez Aldana, Hugo Orlando. Op. Cit. p. 56
[15] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN Tomo II – Ciclo B. Ed. Comunicaciones sin fronteras. Bogotá.