Desde nuestra amada Iglesia Católica se insiste en la importancia histórica de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo porque en el mismo instante en que Santa María siempre Virgen dio su "fiat" (expresión latina que significa "hágase") desde ese preciso instante, lo que antes era sólo Eternidad entró en la historia hecho Hombre.
Otra palabra a este respecto: Se hizo Hombre, pero no cualquier Hombre, sino un Hombre que siendo enteramente Hombre, también es enteramente Dios. Se enfatiza, también, que esta hipóstasis de las dos naturalezas en la misma persona, era condición sine qua non la Redención no sería posible. Para poder redimir el pecado humano era indispensable que todo lo humano fuera asumido en el Redentor, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, puesto que lo que no es asumido no puede ser salvado.
Esta página del Misterio Salvífico escrita con Sangre humano-divina, empieza a escribirse con la anuencia de la Criatura-Arca que habría de llevar en su Vientre al Hijo de Dios.
Si de su Vientre nació el Hijo de Dios con toda precisión la llamamos Teotokos: "Madre de Dios", puesto que Jesús es la segunda persona de la Santísima Trinidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que son Tres Personas distintas; pero los Tres son Un - Solo -Dios -Verdadero.
Estas verdades de fe pueden ser aceptadas no por la lógica formal del cientificismo engreído, sino por el Amor Maravilloso que nosotros, los bautizados, en calidad de hijos adoptivos de Dios, por medio de su Hijo que nos aceptó como hermanos invitándonos a llamarlo "Padre Nuestro", se ha infundido en nosotros como un ADN, no biológico, sino espiritual.
Estas líneas los consigno aquí, no como un fárrago intelectual, sino como una ORACIÓN que alaba y gloria la Misericordia de Dios, que todos los días y en cada momento de la historia se hace presente en todos los Altares y pone su Morada entre nosotros en los Sagrarios donde se guarda su Presencia Sacramental.
Quienes lean, eleven a Dios su corazón obediente y dócil aceptando la revelación y digamos como Santa María, Virgen Inmaculada le contesto al Arcángel San Gabriel; en esta fecha recordada bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario o de la Victoria: "Hágase en mi según tu palabra" (Lc 1, 38)
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