viernes, 5 de diciembre de 2025

Sábado de la Primera Semana de Adviento


Is 30, 19-21. 23-26

Isaías nació en cuna noble, recibió una privilegiada educación, vivía en Jerusalén, y fue llamado para la excelencia profética; vivenciando en la debilidad, en la indefensión la Presencia del Todopoderoso, y no volteando la mirada en pos de distracciones.

 

Es muy importante tener en cuenta que estamos hoy ante una adición post-exilica. Estamos muy acostumbrados a decir que los capítulos 1 a 39 forman el proto-Isaías, y pasamos a construir sobre esa explanada. Sin embargo, en el proceso hagiográfico de coagular los rollos de este profeta, hubo una labor editorial intensiva. En ciertos puntos se encajaron inserciones que corresponden a otro período, por tanto, es sano ir con sigilo en nuestra lectura.

 

Estamos en la sección que corresponde a oráculos sobre Judá y Egipto. Lo que nos da este fragmento se refiere al llanto por fin consolado, Presencia no oculta, ni invisible, sino Presencia que se ve -es el maestro que les enseñará- les indicará el Camino, tendrá en la naturaleza condiciones favorables para el desarrollo de la agricultura, y también para la crianza y el levante de su ganado. No sufrirán por la escasez hídrica, porque habrá canales y riego adecuado y suficiente.

 

Empezando en 30,18 y siguiendo hasta 30,33 encontramos una perícopa que:

a)    Promete misericordia para el pueblo 30, 18-26

b)    Anuncia el castigo que caerá sobre Asiria.30, 27-33.

 

Los dos fragmentos que se leen hoy, han sido tomados de la parte a) que se despliega con tonalidades de esperanza.

 

Entonces, la fortaleza de los impíos se vendrá abajo.


En general, podríamos decir que el Proto-Isaías es pre-exilico, el Deutero-Isaías es Exilico y por eso su lenguaje y estilo profético contiene una nota dominante de consolación; el Trito-Isaías se dirige a los repatriados, es sustancialmente post-exilico. La perícopa de hoy anuncia una mejor época, cuando Dios se encargará de proveer y socorrer, y las cosechas serán generosas y la luna tan brillante como el sol y -a su vez el sol- 7 veces más poderoso que lo normal.

 

Será un día en el que todo se habrá resuelto porque la solución la acercará Dios con su Bondad, y será un fruto jugoso de pan-coger.

 

Sal 147(146), 1bc-2. 3-4. 5-6

Es un himno que señala y descubre la Presencia del Señor en todo, dirigiéndolo todo, salvando siempre. La vida en el campo era la fuente de aprovisionamiento en esta cultura, pero vivir en el campo significaba vivir a la intemperie y ser siempre víctima de todos los vividores, bandas de atracadores, ejércitos enemigos, tiranos buscando secuestrar el fruto del arduo trabajo; así que la única alternativa era buscar refugio en la ciudad donde las murallas algún amparo les concedía. Dios siempre salva, y lo hace interviniendo para fecundizar la cosecha, y para dirigir el corazón de los hombres, dentro de una moral-justicia. La carrilera de la justica había sido oportunamente dispuesta por el Señor en la Torah.

 

La Ley va abriendo caminos, va desbrozando una ruta provisoria a los que han vivido en el hambre y la inopia, construye la Paz a los que han vivido asolados por la guerra abriendo refugio seguro a los encurtidos por el acoso permanente de las desdichas, todos los que fueron azotados por la diáspora vuelven a la convocatoria.


Jerusalén no será más la patria del desconsuelo y el llanto; el Señor les ha traído por fin un tiempo de dicha estable.

 

Como el Samaritano compasivo, venda las heridas del que fue atracado y las lava con vino y aceite.

 

No intenten medir lo inconmensurable, será vano intento porque ninguna unidad de medida alcanza para cubrir la extensión de la Sabiduría; a los hambrientos los saciará y, en cambio, los ricos verán sus manos agotadas.

 

El refrán anuncia la dicha para los que se atienen al que es Pura Justicia.

 

Mt 9, 35 – 10, 1. 5ª. 6-8

La Bondad ilimitada de Dios tiene su Fuente en el corazón Compasivo de Dios. No queda desapercibida el abandono y el cansancio y la fatiga de las ovejas descuidadas porque sus pastores se han dedicado a abandonarlas y venden al lobo su desamparo. Se trafica con su orfandad.


Entonces Él, el Pastor-Hermoso, inicia la convocatoria congregando discípulos que le aporten al Proyecto Justiciero, dotándolos de dones, entrenamiento y autoridad suficientes. Hay cuatro tareas para los Enviados:

a)    curar a los enfermos,

b)    resucitar a los que ya cayeron en el desaliento, en la depresión, en el sin sentido,

c)     limpiar leprosos y

d)    arrojar demonios.

Estas cuatro misiones confiadas son las pautas de proclamación del Reino de los Cielos.

 

Los leprosos son los despreciados, desdeñados, expulsados del seno de la Comunidad, ignorados, rechazados, malmirados, excluidos. Los demonios a expulsar, son los profesionales que atan “pesadas cargas”, que ponen sobre los hombros de los demás, sólo para mantenerlos subyugados.

 

Observemos a Jesús indetenible, esforzado, que va y viene sin descanso, enseñándonos con su ejemplo que, ante la magnitud de la tarea, no se puede sacar tiempo para dilaciones.    Urge consagrarse al Anuncio del Reino e ir llevando infatigables la Buena Nueva. Cada minuto perdido retrasa la Buena Siembre y, en consecuencia, deja para más lejos la Cosecha: No podemos desentendernos de los que andan como “Ovejas que no tiene Pastor”. Tiene hambre, denles ustedes mismos de comer. ¿Saben lo que pasa si no se siega a tiempo? ¡Se pierde la cosecha!

 

¿Estaba Jesús hablándole a seminaristas? ¿Se dirigía talvez a un grupo de jovencitas en el atrio de un Convento? ¡No! Sino que recorría todas las ciudades y todas las aldeas, es decir, le hablaba al laicado. ¿Los llama acaso a hacerse sacerdotes o levitas? ¡No! Este mensaje que Jesús proclama va dirigido al “laicado”, como lo llamamos hoy día, y la tarea no es la vida consagrada, sino la consagración de toda la existencia, -desde cualquier oficio o profesión- para hacerse parte del cuidado de los desvalidos que no hallan guías, ni dirección y que caminan sin saberlo hacia el despeñadero.

 

«Sencillamente, hoy día tenemos necesidad de mirar a la Iglesia en su conjunto. La Iglesia no es solamente el papa y los obispos, ni tampoco el papa junto con los obispos y los sacerdotes, ni siquiera el papa con los obispos, los sacerdotes y los religiosos. También los laicos son la Iglesia y tienen en ella una misión que cumplir. Una misión que les es propia e irremplazable, no una misión sustitutoria y provisional por el hecho de que haya menos sacerdotes y a la espera de que vayan a surgir nuevas vocaciones. ¡Nada de eso!» (Dom Helder Câmara)

 

¿Quiere decir que podemos sobrevivir en la fe sin sacerdotes y religiosas y religiosos? ¡Claro que no! Ellos son agentes de pastoral imprescindibles, necesitamos urgentemente vocaciones a la Vida Ministerial; pero aquí de lo que se trata es de la “Proclamación del Reino”, y eso nos incluye a todos los bautizados, a todos los que cabemos perfectamente en la definición de “discípulos”: somos los Convocados a mostrar que el Reino está muy cerca. (Y aquí es necesaria otra precisión: La cercanía del Reino no tiene nada que ver con el “fin del mundo”, sino con el hecho de que Jesús esté viniendo a vivir en medio de nosotros). Porque ¡El Reino ya está en medio de nosotros! Desde que Jesús vino y puso su tienda de campaña, precisamente, en medio de nosotros.

 

Si miramos las vitrinas regiamente decoradas podremos descubrir la dicha que nos trae el Adviento; si miramos todas las categorías de los socialmente marginados descubriremos a Jesús crucificado, escondido por el mar de pinos decorados y alumbrados navideños, celebrando -no esta época- sino su Dolorosa Pasión; y, entonces, tendremos que tomarnos a pecho el “profetismo” que nos regaló nuestro bautismo.

 

«Actualmente, el Vaticano II nos ha ayudado a aceptar, a reconocer, y a comprender el papel y la misión de los laicos. Por eso, si dejamos realmente en manos de los laicos todo cuanto no sea específicamente sacerdotal, si se consigue que asuman su misión con confianza y con alegría, … la iglesia puede obtener grandes “cosechas”» (Dom Helder Câmara)


Los valores cristianos se entretejen y forman la urdimbre de la persona creyente en Jesús, persona que ha asumido su discipulado. Por compasión elevamos nuestras preses al Cielo buscando la respuesta de Dios a favor de nuestro hermano, cualquiera que sea el afán que lo apremia. (existe -claro está, también la opción de la oración por el propio bien; pero esta tendría que ser la excepción y no la regla).  Oramos para ser enviados y descubrir que podemos hacer con nuestras vidas que hagan que nuestro ser se cristifique y demos los mejores frutos con los talentos recibidos. Ante nuestros ojos, u oídos, han desfilado tres temas, todos a cuál más de trascendentales para nuestra fe:

1.    Ser compasivo

2.    La oración

3.    El envío

 

No se puede obviar el problema de las “vocaciones”, pero un paso importante es que el laicado se asuma en la responsabilidad que le compete. El Señor sigue conmovido comprobando que el gentío va maltrecho y derrengado, como ovejas que no tienen pastor. (Cfr. Mt 9, 36)

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