Is 40, 1-11
Is 40-55 supone la
perspectiva histórica de fines del Imperio neo-babilónico, cuando los persas
iban tomando la hegemonía oriental: 546-539.
Salvador Carrillo Alday M. Sp. S
Los
capítulos 40-55 en Isaías conforman el Deutero-Isaías, que se ha dado en llamar
“Profeta de Consolación”. La palabra consolación viene del latín, de solari, calmar, alivianar, apaciguar; y el
prefijo con, que siempre significa “junto con”, para indicar una acción
cooperativa, en la que varios se juntan para actuar en común. Actuar
sinodalmente para animar o/y aliviar una pena. Hay una palabra muy cercana,
casi sinónima, y es la palabra confortar. Estabilizar y animar a los demás
brindando apoyo y actuando como un verdadero mentor. Esta mentoria es en Dios,
es llamar a Dios a dar fortaleza en situaciones de pérdida ayudando a las
personas a identificar y perseguir un sentido en la vida. La consolación es uno
de los factores que componen la projimidad. El consuelo se requiere allí donde
el desequilibrio emocional desbarata a la persona o a la comunidad.
Cuando
alguien sufre Dios le paga un salario, aquí el profeta anuncia que Dios les ha
pagado con un salario doble al padecimiento que les trajo su exilio. Si, Dios
nos brinda entusiasmo para superar el sufrimiento, superar las adversidades de
la vida y transformarse positivamente, vemos como la consolación es un
componente de la resiliencia conectadas en el eje de la salud mental. Dios
siempre obra sanando nuestras “abolladuras”, y aprovecha nuestras luchas para
edificar en nosotros la fortaleza.
No
es esta la situación de una visión de Dios, en cambio, podemos oír la
Voz-de-Yahweh que nos habla para que nos levantemos y vayamos adelante. La
tarea del profeta es despertar en sus oyentes la resiliencia que Dios mismo ha
puesto en ellos como espíritu de fortaleza.
Jerusalén,
en esta perícopa, quiere decir, en general, todo Israel. Tres hitos proclaman
este acto de consolación:
i)
Se concluye la etapa de esclavitud
ii)
El pecado ha sido expiado con creces
iii)
El castigo recibido ha sido “doble”.
La
perfecta fidelidad de Dios se expresa en forma de un nuevo Éxodo. Lo que viene
a la memoria no son las evocaciones de David que nos muestra el primer Isaías,
aquí lo que prepondera es la memoria del Éxodo. Pero Yahweh no puede “caminar”
por un camino escabroso, necesita una senda recta, perfectamente nivelada.
(esto alude a la costumbre oriental de terraplenar los caminos cuando el gobernante
anunciaba su visita, el camino se le aplanaba, para que su carroza pudiera
desplazarse sin trompicones). Las
imperfecciones del camino representaban la altanería de los vasallos.
El
sufrimiento no se explica por el sufrimiento mismo, ni siquiera por la
capacidad de levantarnos del sufrimiento; el sufrimiento es una escuela para
seguir adelante rellenando, enderezando, abajando. Podríamos comparar esta
resiliencia con una obra de ingeniería civil. Lo interesante de esta carrera,
como todas, no consiste en alcanzar la titulación, sino en estar en condiciones
de emprender la construcción de carreteras, puentes, túneles, sistemas de
transporte y sistemas de saneamiento, todas las que podemos englobar bajo el
título de “infraestructuras vitales” (no viales).
La
infraestructura vital más esencial es la de no caer en caminos ciegos sin
salida ni alternativa. El “Heraldo de Sion” hace caer en la cuenta que:
a) Dios está Presente
(Dios-con-nosotros)
b) Nos trae y nos
aporta Su Poder.
c) Es Su Brazo el que
aporta Poder
d) Y su Autoridad es
la que determina
e) Su “Salario” es
pagado por adelantado y antes de que Él se haga Presente, ha adelantado a
reagrupar, a sentirse fortalecidos porque Él los guarda con su Abrazo cerca de
su Corazón (prodiga Ternura), a las ovejas que están en crianza (las recién
paridas) las cuida personalmente.
Esta
labor de soporte, de fortalecimiento, de entusiasmo, no la realiza Él. Él nos
tiene para eso. Por eso la profecía no dice “Consuelo, consuelo” (no está en
primera persona), sino que nos convoca a actuar: ¡Consuelen, consuelen!
La
palabra en hebreo es נָחַם [nachan] “consolar” que tiene una connotación de “pónganla
fácil”, “no la pinten complicada”, “no lo hagan ver como inalcanzable”, “no
sean tan severos”. Muchas veces lo que hacemos, no es infundir ánimo, sino
mostrar algo como utópico. Tan remoto, que ni superman lo lograría. En cambio, estamos llamados a visibilizar el
final del castigo, la cesación del sufrimiento, el termino de las penalidades.
Muchas veces somos heraldos que claman: ¡Otros cincuenta
latigazos, y después hablamos! ¿Esa es una voz de consuelo?
Dios nos ha regalado el apadrinamiento de Jesús, el actuará
como Redentor, Él se ofreció a pagar de su propio peculio el rescate que el
Maligno reclamaba para dejarnos en libertad. Eso es lo que debemos anunciar.
Que el Señor ya pago y que ya viene su bondad a sanear nuestras heridas, a
vendar las patitas de sus ovejas lastimadas, a reconfortarnos con premios y ya
no más castigos. Las cuentas han quedado saldadas.
Cuando aquí se lee “Toda carne” está hablando de una
Universalidad del acatamiento a Yahweh. Se ha de entender como “Todo ser
humano”. Sin discriminación, sin exclusivismos.
«El “mesianismo” del primer Isaías era un “mesianismo regio”,
centrado en la dinastía davídica: un nuevo David glorioso y lleno del Espíritu
de Yahweh. En cambio, el “mesianismo” de Is 40-55 gira en torno a la figura
profética del Siervo de Yahweh, el cual lleva a cabo la misión de salvación y
liberación del pueblo mediante su enseñanza y sus sufrimientos en favor de la
colectividad». (Salvador
Carrillo Alday M. Sp. S.)
Que nuestra oración no sea para que lo vuelvan a crucificar, sino para que entre Glorioso y Triunfal. En esta segunda semana, seguimos clamando, ¡Marana Tha!
Sal
96(95), 1-2. 3 y 10ac. 11-12. 13
Este
es un Salmo del Reino. El Rey es Rey-Juez. Nosotros, estamos convocados como Eclessia para invitar al Banquete-escatológico.
Dios viene para todos.
Nosotros
que insistimos en un reinado Celestial, nos cuesta recitar en el Padre Nuestro:
“Venga a nosotros tu Reino”, también nos da duro decir “hágase tu Voluntad en
la tierra como en el Cielo”. Preferimos traducirlo como “que tu Voluntad se
haga en el Cielo, y aquí en la tierra, lo que nosotros queremos”.
¿Qué
hacemos con esta invitación a que le cantemos todos los habitantes de la tierra?
¿cómo podemos cantar Su Victoria, donde nosotros ansiamos cantar “nuestra
propia victoria”? Pedimos “Venga a nosotros Tu Reino” o “ábrenos campo para
imponer nuestra tiranía”.
Nosotros no aceptamos su Victoria, por eso desatamos aquí, allá y acullá los fuegos infernales de la guerra. (Siempre tenemos muy a mano el pretexto de que la paz sólo se puede construir almacenando recursos bélicos).
Hay
una convocatoria general a cantarle a Dios para celebrarlo, ¿queremos que el
Cielo esté alegre?, ¿queremos que en la tierra resuene su Victoria? ¿nos
gustaría que todo en la tierra tuviera labios para entonar alabanzas? ¿somos
favorables a que retumbe en todos los océanos la Gloria de Dios? ¿nos gustaría
que en todos los campos fructificaran alabanzas a Dios? ¿Querríamos que los
árboles también tuvieran gargantas que cantaran la excelsa Victoria de nuestro
Dios?
¡Ya
llega! ¡El Señor ya llega a regir la tierra! Lo que se impondrá será la Justicia
Universal de Dios y su fidelidad para todos los pueblos. ¡Esa “imposición no se
hará con arsenales!
Preguntémonos,
seriamente, ¿qué tanto queremos que llegue con toda Su Fuerza? O, cuando la Liturgia
prescribe, “Ven Señor Jesús”, ¿preferimos guardar silencio y acallamos el
Marana Tha?
Mt
18, 12-14
Padre, que no se pierda
ninguno de los que me has dado.
Jn 6, 39
A
la hora de aquilatar nuestra oración, tenemos que responder, ¿estamos de
acuerdo que el Señor abandone las 99 ovejas juiciosas para ir en pos de una
díscola?
Hablando de ovejas extraviadas, el Señor nos enseña en el verso 10: anterior a esta perícopa: “Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños”. Y, luego, “… pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido” y eso está en el verso 11. O sea que, estos dos versos forman la antesala de la perícopa de hoy.
Recordemos
aquello que leemos que “No es Voluntad de vuestro Padre Celestial que se pierda
uno solo de estos pequeños” (Mt 18, 14) Es el versículo que actúa como
conclusión de la perícopa de hoy.
Pero
la verdad es que -tal vez porque la ideología “democrática” se apoya en los
criterios mayoritarios- casi todos ponemos en cuestionamiento la lógica de
Dios; y, también casi todos estamos dispuestos a contradecirle a Dios y
proponerle que no es lógico que abandone 99, por una, dado que 99 constituyen
la inmensa mayoría.
Muchos
dirán, con su abrumadora idea mayoritaria, que debe dejar las 99, pero no en
los montes, sino en una hermética caja fuerte, a toda prueba. De tal manera que
ninguna de ellas sea blanco de un ataque lobuno.
Habrá
que decirlo con todas las letras (vocales y consonantes) que estamos ante una
metáfora, un paralelismo parabólico: la “oveja extraviada” es aquella que se ha
salido de la “Voluntad Divina”; la Voluntad Divina es la que nosotros a veces,
en abreviatura, llamamos “la Ley de Dios”; la oveja extraviada es la
descarrilada. Cuando 99 no se descarrían, quiere decir que ellas son confiables
porque tienen la fuerza del hábito de la coherencia y el buen juicio, que muy
difícil y poco probablemente que se tuerzan. ¡Hay ovejas tan “probadas” que no
se torcerán ni con grúa! En cambio, la que está descarriada, ¡esa sí que necesita
que el pastor la enderece! que le proporcione todo el apoyo y el
encarrilamiento que sea posible.
Cuando
enfrentamos el tema de la sinodalidad tenemos que preguntarnos ¿por qué existe
esa tendencia a dejar abandonada la “oveja perdida”? La oveja perdida es la
“débil”, la más necesitada: Con toda razón nos dice el Señor, en el Evangelio
de hoy, “Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños”.
Cuando
se desprecia una “ovejita descarriada”, prestamos oídos sordos a la Voz de los
Ángeles de la Guarda, al propio y al de la oveja descarriada; cuando el
Evangelio nos dice que ellos “ven continuamente el Rostro del Padre Celestial”,
nos quiere decir que se resignan a verLo llorar de tristeza, porque ahí es
cuando sacamos a relucir el corazón duro de piedra que tenemos en vez de uno
amoroso de carne que Dios nos da según Su Promesa en Ez 36, 26. Eso hace
derramar llanto, a la Santísima Trinidad.
Que
no se nos salga a nosotros la respuesta Cainesca en Gn 4, 9: “¿Soy yo acaso
guardián de mi hermano?” Porque la verdad es que, ¡si lo somos! antes que nada,
Dios nos ha creado para ser protectores de todo prójimo. La construcción del Reino
pasa por la superación de cualquier obsesión egoísta.
“Es
un Dios que camina para buscarnos y tiene una cierta debilidad de amor por los
que están más alejados, que se han perdido” (Papa Francisco)





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