Dan 12,1-3; Sal C-11); Heb 10, 11-14,18; Mc 13,
24-32
El Señor es mi heredad
y mi copa; mi suerte está en Su Mano”
Sal 16(15), 5
Cristo borra
definitivamente el verbo en pasado, para convertirse en la inaudita novedad del
presente y del futuro.
Enrico Masseroni
En
el 1404 del Catecismo de la Iglesia Católica leemos que “…celebramos la
Eucaristía “expectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu
Christi”: En todas las Eucaristías pronunciamos la expresión aramea que llama a
Jesús con un clamor que solicita la anticipación de la Segunda Venida, cuando
-por fin- aprehenderemos la Gloria Futura, porque anhelamos desvelar su
Presencia, y, por ahora, sólo lo tenemos con su Mística-Presencia: La
Eucaristía. Esta expresión aramea, Maranatha, la pronunciamos en nuestra lengua
vernácula: ¡Ven Señor Jesús!, y con ella tomamos conciencia de la Triple
Presencia histórica de Jesús (en Pasado-Actualidad-Futuro, todo dentro de su
Propia-Eternidad (que es el modo propio de ser de Dios “Yo Soy El que Soy”),
Quien está en el Calvario -que viene al momento Eucarístico -por así decirlo en
el “túnel del tiempo”, donde se encuentra en simultaneo pasado-presente-, para
hacerse Presente-actual; pero -téngase muy en cuenta que, no se trata de que
otra vez sea Crucificado, sino que -sin repetirse el Sacrificio Cruento- esta
vez entramos en el Presente-Actual de forma Incruenta; y esa diferencia nos
permite “vislumbrar” (que no “penetrar”, porque, lo decimos una vez más, se
trata de una Presencia Mística) que es el Mismo Jesucristo sobre el Altar, (cuyo
Sacrificio en tiempo Presente consiste en el “dejarse comer” -segundo modo de
la Única Presencia: es el modo Actual- y por otra ventana del mismo Aleph, podemos
mirar hacia el Futuro (esta consciencia muchas veces se pierde, y no recordamos
que por ese Aleph tenemos una visión escatológica), y verlo “volver a llegar”,
Revestido de Gloria y Majestad. Como lo promete en el penúltimo versículo del
Apocalipsis: Ναί, ἔρχομαι ταχύ. Ἀμήν, ἔρχου Κύριε Ἰησοῦ. “Sí,
vengo pronto, Amén. Señor, Jesús” (Ap 22,20b).
La
primera noticia que tenemos de Abrahán es que era hijo de Térah que –junto con
su clan- había salido hacía Ur de los caldeos y al pasar por la ciudad de
Harán, se instaló allí. Luego, “Un día el Señor le dijo a Abram: ‘Deja tu
tierra, tus parientes, y la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te voy
a mostrar. Con tus descendientes voy a formar una gran nación; voy a bendecirte
y hacerte famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te
bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas
las familias del mundo’ Abram salió de Harán tal como el Señor se lo había ordenado.”(Gn
12, 1-4a) La manera como se introduce la acción de Dios en la vida de Abraham
es esta, la encontramos plasmada así en la Sagrada Escritura. Dios se
manifiesta y simplemente ordena. La palabra clave, con la que Dios
empieza su actuar es una palabra de desarraigo, de ruptura, de riesgo, de
“quiebre” existencial: לֶךְ־לְךָ֛ un hasta
aquí-y desde ahora. «El Dios de
Abrahán se presenta como alguien que tiene autoridad para ordenar: “Deja…
anda…, ve…”. Y al mismo tiempo tiene poder para prometer: “Haré de ti…,
bendeciré…, engrandeceré…, te daré…”. Es un Dios que pide y promete. Dios que
llama a cada uno por su nombre, pide despojo de las cosas, envía a cumplir una
misión, muestra el camino y da fuerzas para recorrerlo.»[1]
Pero la ruta de Abrahán no es un sendero de
delicias y seguridades, antes bien, «Aunque tuvo que abandonarlo todo, aunque
vivió como extranjero en la tierra prometida, aunque tuvo que ir -por hambre- a
Egipto con el riesgo de perder a su esposa (Gen 12, 10) aunque tuvo que separarse
de su sobrino Lot y quedarse en soledad, aunque la promesa tardaba en
cumplirse, aunque llagara a matar al depositario de las promesas, Abrahán
confía siempre en la palabra divina, admite lo incomprensible y se siente
seguro ante el futuro.»[2]
Si leemos la página de Abrahán en paralelo con
la ruta de Moisés encontramos esa experiencia de obediencia-vagabundeo
intensificada, se trata de 40 años de deambular, de ir tras la incertidumbre
con la aspereza y la aflicción del pueblo que –apesadumbrado- recordaba las
cebollas, los pepinos, los ajos y los melones que comía en Egipto; es decir la
nostalgia de la “esclavitud” que no vislumbra los valores superiores que se
alcanzan en la “libertad”, es una forma de “practicismo” que prefiere pan duro
en la prisión a un manjar imponderable que aún no ha saboreado, una forma de
enfrentar la vida que antepone –como lo ha condensado el refranero popular-
“pájaro en mano vale más que ciento volando”.
Estos senderos se pudieron recorrer con el
sostén y soporte que la fe les brindaba. Pero la fe es don, es gracia. «Creer
no es soñar el cielo con imágenes humanas, es sumergirse en una tiniebla que
oculta la luz de Dios en lo más profundo de su oscuridad.»[3] La fe es un regalo divino que nosotros estamos
convocados a fortalecer, a nutrir, a cultivar. Su “suplemento alimenticio” está
–de forma muy especial- en la Sagrada Escritura, en el Sagrario, en la Comunión
asidua, y en nuestros hermanos, en nuestros prójimos –preferencialmente, como
tanto hemos insistido- en los marginados, en los pobres, en los que sufren. «…
cualquiera que tenga aunque sea una mínima experiencia de evangelización se da
cuenta de ello- los más disponibles al encuentro con el Señor son los
necesitados, los pobres, los que de verdad esperan una salvación, una
liberación que los otros ni siquiera desean porque, tal vez, creen que ya están
liberados, que ya están salvados.»[4]
No podemos desistir y cansarnos de repetir que
la fe no consiste en ir a misa, o bolear camándula, o simplemente peregrinar
por los santuarios, o apadrinar para los sacramentos de la iniciación
cristiana, o acompañar a los dolientes que nos convocan para las exequias o
para las misas que se ofrecen por el eterno descanso de los fieles difuntos. La
fe se nutre día a día, minuto a minuto, meditando y orando la Biblia;
ejercitándola en la caridad cristiana, como nos dice el Papa Francisco en
Misericordiae Vultus, retornando a la práctica de las obras de misericordia
corporales así como espirituales.
No ha dejado de ser atractivo el cliché de las
profecías que anuncias a término fijo, la venida del Hijo del hombre; además
atractivo por su apariencia pintoresca. Muchos milenaristas andaban –calle
arriba y calle abajo- con sus zapatitos nuevos, anunciando el “fin del mundo”
para el 2000. Otros, muy confiados se pegaban al calendario maya, para tener
“el dato”; … todo el tiempo y siempre en la historia hemos
conocido a los anunciadores de cataclismos. Cada cierto tiempo surge otro
anunciador del “fin”. Gozan adornando, con toques de ciencia ficción
catastrófica, los negros días que sobrevendrán. Y lo peor de esta actividad es
que nos condena a la pasividad, nos reduce a la impotencia. ¿Qué se puede hacer
frente a la horrenda destrucción de “rayos y centellas” que los adivinos de las
tinieblas propagan? ¡Pues nada! Sentarnos a tenernos la cabeza a dos manos y
lloriquear. O, aún mejor, meternos debajo de
la cama a temblar y rechinar los dientes. Seguramente, esos se sentirá muy
orondos de contarse entre los elegidos a
quienes el dato fue –como su nombre lo indica- entregado (de datum
“dado”, el participio pasivo del verbo latino “dare”). Se cuentan por miles los
esotéricos que “descubren” algún profeta que les da la pista precisa de dónde
extractar el datum. Hoy la enseñanza de Jesús en el evangelio nos pone
de presente que esa clase de informaciones son conocimiento exclusivo del
Padre; y, ni siquiera, su Mismísimo-Hijo, por participar de la naturaleza
encarnada propia de los seres humanos- puede acceder a ella.
¿Es, acaso, Dios-Padre un ser envidiosos que se
reserva y nos oculta tan vital información? ¿Y dónde queda nuestro derecho a
“ser informados”? Rotundamente ¡No! Vemos a través de toda la historia de
Salvación que Dios no esconde ni restringe –antes por el contrario- se entrega
generoso, se abre disponible, se dona abundante. Si hemos de evocar la historia
de Moisés, tenemos que ver en el principio de su revelación que no le oculta ni
siquiera su Propio Nombre: «Cuando Moisés le pregunta a Dios ¿cuál es tu
nombre?, Dios responde “Yo soy el que existo” (3, 14)… No se trata aquí de
categorías propias de la metafísica occidental. Ser, para un semita, es acción;
nunca una realidad estática. Significa estar ahí, estar-con. ‘Estoy acá como el
Dios que quiere ayudarte y establecer contigo una alianza’. Yavé es el único de
quien se puede afirmar con toda verdad que es lo que hace y hace lo que es.»[5] Pero nos dijo por Boca de su Hijo lo que el
mismo Abrahán le respondió al rico epulón, lo que puede hacer el hombre que no
sabe aprovechar ciertos “saberes”: Hay conocimientos que “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán
aunque uno de los muertos resucite".
Muchos están afanados, y con ceño adusto nos
recriminan que ya van corridos –algo así como XX siglos. Hoy por hoy tanteamos
las ramas de la higuera. ¿Están tiernas las ramas? ¿Le están brotando yemas? Es
hora de darle una re-lectura a la historia y ver lo que se está derrumbando, lo
que se está desmoronando; cómo, lo que se tenía por inamovible, se ha venido a
pique; y, en cambio, aquí y acullá, brotan espiguitas esperanzadoras; hay Luz
en el fondo del túnel, es la Luz de Cristo que como un Faro resplandece al
final del camino, allá en el fondo. «La esperanza cristiana no es ingenuidad,
optimismo beato o falsa idea de la providencia. El Señor no arreglará el mundo
en lugar nuestro, no es a Él a quien corresponde dar trabajo a los parados o convocar conferencias
internacionales para construir una difícil paz. Pero la esperanza cristiana
reposa sobre la fidelidad del Padre y por eso es “teologal”.»[6] Si según evoluciona la higuera, somos capaces
de vaticinar la llegada del verano; también el derrumbe de los gobiernos
in-justos nos permite vislumbrar –no el cuándo- que es potestativo del Padre
saberlo Él-Sólo; sino, entender que las tiranías no duran por siempre, que
inevitablemente les llega la hora, más temprano que tarde. Lo apostamos todo en
las manos de Dios, dejamos nuestras “dos moneditas” en su designio providente: Detrás
de todo esto, podemos presentir al Aguardado, al Vaticinado, al que hemos
esperado generación tras generación. Y exclamar: “Marana-tha” (¡Ven
Señor Jesús!). No son esperanzas fáciles, ni un optimismo barato; no son
predicciones de fanático milenarista. Liberados de toda charlatanería, en esas
coordenadas nos ubicamos ahora, en el penúltimo Domingo Ordinario del ciclo
(B), justo antes del Domingo Último: Jesucristo Rey del Universo; y, ad-portas
del Adviento (ciclo C), tiempo privilegiado para pronunciar con todas las
fuerzas de nuestra fe este ¡Marana-tha!
[1]
Caravias, José L. s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN
LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. “Tierra Nueva”-Centro Bíblico Verbo Divino
Quito-Ecuador 2001 p. 16
[2] Ibid
[3]
Ferlay, Philippe. COMPENDIO DE LA FE CATÓLICA EL CAMINO DE LOS CRISTIANOS. Ed.
EDICEP. España 1989 p. 271
[4]
Bianchi, Enzo. LAS PARADOJAS DE LA CRUZ. Ed. San Pablo Bogotá D.C. Colombia.
2001. p. 91
[5]
Caravias, José L. s.j. Op. Cit. pp. 25-26
[6] Ferlay, Philippe. Op. Cit. p. 293
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