Núm 11, 25-29 / Sal
19(18), (8-14) / Sgt 5, 1-6 / Mc 9, 38-43,45,47-48
El sol se volverá oscuridad,
y la luna como sangre,
antes que llegue el Día del Señor,
Día Grande y Glorioso.
Pero todos los que invoquen el Nombre del
Señor,
Alcanzarán la salvación.
Hch. 2, 20-21
Por eso Dios le dio el
más alto Honor
y el más excelente de
todos los Nombres,
para que, ante ese
Nombre concedido a Jesús,
doblen todos las
rodillas
en el cielo, en la
tierra,
y todos reconozcan que
Jesucristo es Señor,
para Gloria de Dios
Padre.
Fil 2,9-11
Cuando
hablamos de escándalo lo hacemos frecuentemente para referirnos a una gran algarabía,
a un griterío, a un bullicio insoportable. Decimos escándalo cuando nos
referimos a las situaciones donde caben las interjecciones ¡Uy! ¡Ay! Porque se
salen de la moral, conductas oprobiosas que constituyen comportamientos
repelentes, que rompen con las convenciones sociales, por eso, no sólo nos
asombran sino que además nos indignan. De esta manera se pierde el sentido
bíblico de la expresión y se limita seriamente la comprensión del mensaje.
Recordemos que la palabra procede del latín scandălum, que, a su vez, procede del griego σκάνδαλον. Los indoeuropeos compusieron con -skand
y el sufijo -alo el vocablo skandalo, que significaba ‘obstáculo’,
‘dificultad’, que llegó al griego como skandalon (‘obstáculo’), con el sentido
de ‘trampa para hacer caer a alguien’. Ah, entonces nos estamos refiriendo a lo
que puede dañar a otro, a un prójimo, que se pueda ver afectado por el “mal
ejemplo”. Escándalo sería, pues, aquello que induce a que nuestros semejantes
caigan en “pecado”.
Lo
mismo pasa con el tema del nombre que para nosotros es simplemente una manera
de distinguir a alguien de otro y, al usarlo, de llamarle la atención para
iniciar un diálogo, para que se sepa aludido. Pero, la cultura semita tiene
otra percepción bien diversa de lo que es el “nombre”. En nuestra sociedad
sobrevive un leve rastro de esa manera de ver el nombre, cuando nos referimos
al significado del nombre: Así decimos que Elisa significa “la ayuda de Dios”,
así como Jorge significa “agricultor”. Los nombres en la Biblia tienen una
importancia definitiva. De esta manera, Abraham significa “Padre de una
multitud”, Isaac “el hijo de la alegría”, Esaú “peludo”, Jacob “suplantador” y David
significa “querido”. Observemos como el significado del nombre resulta ser una
biografía condensada de estos personajes, sus vidas enteras están definidas por el significado de sus
“nombres”. A lo que queremos llegar es a la conclusión que desde esta
perspectiva, el nombre equivale a la persona íntegra y da dirección y sentido a
toda su existencia. El Nombre sobre todo nombre significa “Salvación” y ¡es
Dios quien salva!
Cuando
el pueblo Judío experimentó el inmenso Amor de Dios, pensó –porque así pensamos
los seres humanos- que “ser amado” era ser “el pueblo escogido”, y de ahí a pensar
que era “el pueblo superior” y que Dios era su exclusividad no hay sino un paso
milimétrico. Esa idea, subproducto de esta lógica, los llevo a pensar así: “pueblo
amado por Dios” = “pueblo escogido” = “pueblo dueño de Dios”. Este XXVI Domingo
nos muestra otra panorámica, desde el ángulo visual de Dios, Él no puede ser
acaparado, no le pertenece a nadie, es para todos, nadie se puede arrogar su
exclusividad.
Nosotros
sus seguidores, lo que hacemos es vivir “en el Santo Nombre del Señor”. El
discipulado, es decir, el seguimiento de Jesús requiere que corrijamos muchos
desenfoques que son frecuentes cuando lo que buscamos no es la Persona de Jesús
sino algún vago espejismo, alguna ideología; cuando al que estamos buscando es
al portador de alguna muelle “alienación” que tranquilice nuestra conciencia y
nos conforme, subsumiendo a Jesús entre los espectros y las momias. También es
frecuente encontrar muchos que se dicen “seguidores de Jesús” porque lo llevan
como flamante prendedor en la solapa para lucirlo y descrestar con Él;
arrogantes y altaneros se convierten en “intocables” porque son los “escogidos
de Dios”, sus “fieles creyentes”. En otras, no raras veces, hemos encontrado a
esos “discípulos” que imponen sus tiranías y sus caprichos, blandiendo el
nombre del Redentor como garrote que avala su despotismo. Seguro por eso ha
afirmado Adriana Méndez Peñate que “Jesús le ha preguntado a los discípulos
sobre quién es Él, llega a la conclusión de que ni el pueblo, ni los poderosos,
ni sus mismos discípulos han entendido la clase de reino que Él viene a
ofrecerles”.
En
estos días, durante los recientes Domingos, descubrimos a Jesús concentrado en
la tarea de instruirnos, se está dirigiendo a sus discípulos que urgentemente
necesitamos ser corregidos, requerimos con gran premura que el Señor, nuestro
Maestro, nos auxilie para entender qué clase de reino es el que nos propone
Jesús y que el servicio-amoroso es la clave y el mapa de su reino. En esa misma
tónica están las enseñanzas de este Domingo:
a) Todos los que sintonizan con el Plan
Salvífico pueden obrar y expulsar a los demonios en “su Nombre”, obrar
prodigios y ayudar a salvar. Nada, ni nadie ha consignado a Dios en su propia
cuenta bancaria o en su talonario de comprobante de depósitos.
b) Hay otras maneras de ejercer el
discipulado y es apoyando la “difusión” del Santo Nombre, o sea la difusión de
sus enseñanzas, y es socorriendo a los predicadores, profetas y maestros que
ayudan a extender su conocimiento, aun cuando ese apoyo sea simplemente “un
vaso de agua” Dios no pasará por alto que ese vaso de agua fue dado pensando en
ayudar a llevar la bondad salvadora de Dios allí donde se le desconoce o, donde
el olvido, el descuido, o la distracción
ha tratado de borrarlo.
c) Por eso hemos de evitar a toda consta
ser difusores de lo contrario, ayudando a promover el mal ejemplo, proponiendo
vías contrarias a las que ha propuesto el Salvador, porque “el que conmigo no
recoge, desparrama” (Lc 11, 23; Mt 12, 30). Antes que llegar a ser un
contra-servidor es preferible morir con una piedra de molino atada al cuello.
d) La mano que se apodera, coge y arrebata,
así como los pies que nos pueden llevar por los malos caminos y el ojo
codicioso que ve, desea e intoxica el corazón deben “domarse” para podernos
sustraer a su control. El discípulo no se deja esclavizar de sus propias manos,
pies y ojos cuando ellos van rumbo al precipicio de su perdición. El verdadero
discípulo recorre las vías del Señor para mostrar a todos que esa es la vía que
conduce a su Reinado.
e) Esa mano codiciosa, esos ojos avaros que
quieren quedarse con el “salario” que en justicia corresponde a los
trabajadores fraguan la perdición y la condena del fuego que consumirá sus
carnes como las consumiría el fuego. Dios no castiga porque Él es Infinitamente
Misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; son nuestros pies los que
nos llevan por las sendas indeseables a la Voluntad de Dios. (Ver Segunda
Lectura de este Domingo).
El
anti-discípulo recibe en vez de premio, su castigo de perdición, ir al fuego
que tortura y que hace rechinar los dientes por toda la eternidad. Podemos ser
sal y luz del mundo o ser la piedra de
escándalo que hace tropezar a un hermano y lo lleve a mal vivir y recorrer las
rutas que significan “muerte eterna”.
Demos
conclusión a esta reflexión con las palabras de la Antífona de Entrada: «Todo
lo que hiciste con nosotros, Señor, es un castigo merecido, porque pecamos
contra ti y no obedecimos tus mandatos, pero glorifica tu Nombre y trátanos
según tu inmensa Misericordia.»