Jer 31, 31-34; Salmo 51(50), 3-4. 12-13. 14-15; Heb 5, 7-9; Jn 12, 20-33
Os 11, 8-9.
Recientemente
reconocimos que esta parte de la Cuaresma –Domingos Tercero, Cuarto y Quinto-
conlleva en su Liturgia, Lecturas que nos convidan a una dinámica de ascenso, que
se urden y entretejen en una serie de expresiones que nos impelen al mismo propósito:
¡Subir, levantarse, resucitar! Pero, como empujarse a las Alturas, ¿cómo
ascender? Jesús nos enseñará –aquí- que cuando Él sea ὑψωθῶ (ὑψόω) levantado, se encargará de
“remolcarnos”, que con su poder Él nos ὑψόω
(ἑλκύω)
atraerá. Le respuesta que nos aporta hoy es paradójica: hay que caer en tierra
–como la semilla- y morir allí, entonces, la planta brotará, va a crecer, y alcanzará
el mismísimo Cielo. El fruto de la planta no está destinado a la planta misma,
su crecimiento nutrirá a otros, su razón de ser es hacerse útil, ser benéfica
para los demás. El sentido del grano de trigo, no es ser trigo, sino llegar a
convertirse en pan.
En la Primera Lectura el Señor ofrece “una Alianza Nueva”, ya no se basa sobre su escritura en tablas de piedra; se apoyará en la implantación de la ley “en lo más profundo de la mente” el Señor la va a grabar (escribir) “en el corazón” (Jer 31, 33). ¿Será que Dios va a implantar la Alianza derogando el libre albedrio de las personas? ¿Se trata –acaso- de una especia de “dictadura” de la ley? ¡De ninguna manera! Si tal fuera, no podríamos predicar más la “fidelidad” de Dios. ¡La fidelidad de Dios está manifiesta en su generosidad libérrima! Si miramos al Crucificado vemos dos elementos: La crueldad del ser humano, y de la otra parte, la imagen conmovedora de Dios-humanado que lo entrega todo por Amor, que se deja hacer, como “manso cordero”, se rinde como víctima, se deja sacrificar como oveja, como paloma, se deja sepultar como semilla.
En
el evangelio hay una confesión impresionante: “Ahora que tengo miedo” (la
palabra ταράσσω significa descompuesto, conmocionado,
perturbado, alterado); dice Jesús y nos sorprende- “y por eso ¿le voy a
decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora?’. ¡No!” Así pues, Jesús nos
deja ver su rostro tan humano, azuzado por el temor pero Firme! (esa firmeza es
otro sinónimo de Fidelidad). Es
Jesucristo desfigurado, sangrante, un fleco de hombre ¡cuán atractivo! Nos dan
ganas de seguirlo en su capacidad de martirio, en su tenacidad para vencer el
dolor, en su valentía que lo salva de acobardarse. Por eso los amos nos
adiestran en la cobardía… ¡No hay nada de masoquismo en esta expresión, nada de
auto destructividad! No es que andemos buscando el dolor, la tortura, ni la
muerte. La Primera Alianza, la del reinado de David, la del Trono Real cede el
paso a la Nueva Alianza donde el Trono es la Cruz. Jesús, Rey de la Nueva
Alianza, fue coronado (de espinas), también portó su “capa purpura” según leemos
en el Evangelio de San Juan (19,2c) todo indica que era un pedazo de trapo para
limpiar el que le pusieron sobre los hombros a guisa de capa real. Pilato lo
presenta “Ecce Homo”: un guiñapo. ¿Cómo podría no conmover el corazón ver a
este hombre envilecido con violencia? ¡Sólo un corazón de piedra puede
permanecer indiferente! ¡Los ojos vueltos hacia el Rey Nazareno dejan grabados
en el corazón la justicia, la bondad y la rectitud de los valores por los que
entrega la vida y hasta la última gota de su Sangre, queda impresa en nuestra
mente, como dice en el texto, en lo más hondo de nuestro fuero interno!
El Salmo nos ayuda a articular los elementos
presentes: Recordemos que este salmo es producto del pecado de David que tomó a
Betsabé, la esposa de Urías el hitita y mando a este al frente de combate
condenándolo a muerte, para quedarse con ella. Este era un derecho del rey en
esa cultura, es un pecado pero en ese contexto era –además- un privilegio real.
Sin embargo, cuando el profeta Natán lo recrimina, se muestra sinceramente
arrepentido y ofrece su penitencia con corazón contrito. Así compone David el
Miserere pidiendo perdón por esta falta. Lo más conmovedor, lo impactante, es
que el trasfondo del salmo es confianza en YHWH, Dios-que-perdona, Dios misericordioso
y bondadoso de inmensa compasión, que lava los delitos y limpia de los pecados.
No es un dios acusador; no es un dios que se aposenta en su rencor por nuestras
faltas y culpas. Dios es un Dios de bondad, lento a la cólera y rico en piedad,
bueno y cariñoso con todos. (cfr. Sal 144, 8b-9).
Nuestra reverencia se dirige a Jesús, Dios-humanado, el único capaz de alzarnos del barro de nuestra fragilidad, supliquemos a Jesucristo, con la conciencia que tuvo el Cardenal Carlo María Martini:
Henos, Señor,
delante de ti, de tu Palabra,
de tu cuerpo, de tu cruz.
Henos ante la novedad de tu don
con nuestra indignidad,
confiados en tu misericordia.
Viene a continuación nuestro compromiso: Dios
Padre y Jesús (Dios-Hijo) nos dan ejemplo de generosidad, nos muestran un
patrón de conducta cero-vengativa, el Corazón de Dios está inclinado al perdón,
prefiere perdonar que castigar, dice no a la vendetta, supera el talión y
acelera nuestros pasos hacia la reconciliación. Excusa nuestras faltas y se
adelanta a inventar pretextos que aminoren la insolencia de nuestras
debilidades. Con su propuesta nos lleva hacia esa disponibilidad a la entrega,
invitándonos al desprendimiento porque “el que se ama a sí mismo, se pierde; en
cambio, el que rechaza el “orden” impuesto en la sociedad-terrenal se asegura
para la vida eterna” Jn 12, 25. Así que la propuesta para nosotros es asumir la
generosidad del grano de trigo para poder llegar a dar mucho fruto. Jesús nos
invita a “dejarnos levantar”, nos dice que le sigamos para estar donde Él está
y nos da el mandamiento del servicio que es la sublime expresión del amor a los
hermanos. Amar no es servir por servir, es servir en el Santo Nombre de Jesús,
tratando con nuestras pobres fuerzas de seguir sus huellas, pero asumiendo que
es Él quien nos atrae, que es por su Fuerza Misericordiosa que nos logramos
remontar.
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