Hch 8:5-8, 14-17; Sal
66(65), 1-3a. 4-7a. 16. 20; 1 Pe 3:15-17; Jn 14:15-21
“No
los dejaré huérfanos” Huérfana es una persona que ha perdido lo que por
naturaleza le corresponde, como un hijo… No es tan sólo una experiencia de
abandono. Es desorientación, perdida de identidad, desaparición de aquello que
hace que uno sea lo que es.
Silvano
Fausti
…que
también nosotros podamos llegar a ser capaces
de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva
en medio de un mundo sediento.
de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva
en medio de un mundo sediento.
DEUS
CARITAS EST
Benedicto
XVI
A nuestra situación se añade el sentido de
privación, de perdida de aquello a lo que estábamos acostumbrados, de nuestra
vida corriente, de nuestras rutinas, de nuestro hacer y vivir cotidiano. Lo que
enmarca nuestro aislamiento es –sobre todo- el abandono de lo que solíamos hacer,
la obligatoriedad de crear, en todo momento, el qué-hacer inmediato,
desacomodados de nuestros nichos de usanzas y tradiciones. Y, quizás- en ese
ambiente de orfandad y de privación, una de las urgencias y premuras es la de
retomar –cuanto antes- el trasegar común y corriente, aquel al que veníamos habituados:
“la normalidad”.
Y es natural, quizá todos estamos tan hechos al
giro de la rueda que nuestra más lógica expectativa sea la de “retomar”. Lo
cual no tiene nada de malo. Pero, si me disculpan poner un “pero”, también en
estos días hemos empezado a descubrir que la repetición “no la deberíamos dar
por sentada”. Esa suposición dimana de nuestro concepto de libertad como
derecho de hacer lo que se nos ocurra. Y, perdemos de foco que “todo es Gracia”.
Allí viene muy a tono reflexionar, desde esos parámetros aquella sentencia del
Padre Nuestro: “”hágase Tu Voluntad”… En alguna ocasión alguien me conminaba a
reconocer que la pronunciamos de muy buena gana queriendo significar “hágase
Señor Tu Voluntad, siempre y cuando coincida con mis gustos y quereres”. Así,
nuestra experiencia de vida, hoy por hoy, se contextualiza con el momento histórico
–tiempo de turbación, si queremos llamarlo así- y nos desafía a descorrer la
cortina para mirar, con mirada devota y ojos piadosísimos hacia la “Voluntad de
Dios”, a la vez que hacia su Amor.
Una y otra vez nos encontramos con el Amor, nuestra
fe pivota sobre ese Eje, porque Dios es Amor, porque el amor es el corazón de
nuestra fe, es Dios mismo que se nos propone como meta, como paradigma de
humanidad, se nos ofrece, entonces, como una dinámica para vivir esa fe, no se
trata simplemente de aceptarla y decir “creo”, se trata de vivir construyendo
una Nueva Humanidad, cuyo corazón sea el Amor. El Papa Benedicto XVI inicia su Deus Caritas Est citando la Primera
Carta de San Juan: «Dios es amor, y quien permanece en el
amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera
carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la
imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su
camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una
formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el
amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» Y continúa el Papa Emérito
diciendo, «Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la
opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión
ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una
Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva.»
El Evangelio de San Juan nos ha acompañado en
estos Domingos de Pascua (con excepción del Tercer Domingo). En el Primer
Domingo el foco estuvo puesto en la Resurrección; En el Segundo, El Domingo de
la Misericordia, Jesús se les aparece, es el Resucitado que se les presenta, el
co-protagonismo estuvo a cargo de Tomás el Incrédulo, (en el Tercer Domingo,
fuimos al Evangelio según San Lucas, nos ocupamos de los dos que huían hacia
Emaús), el Cuarto Domingo nos referimos a Jesús el Buen-Pastor, y estos dos
Domingos –V y VI- nos remitimos a la gran perícopa –que va de Jn 13 a Jn 17,
que encierra los discursos de Despedida de Jesús- sólo dos fragmentos: Jesús es
el Camino y Jesús promete enviar su Espíritu Santo, que es el tema de este VI
Domingo de Pascua. «Si ustedes leen a San Juan, ven que en todas sus páginas, a
través de los pocos episodios que escoge de la vida de Jesús, de las palabras
de Jesús que prefiere, se desarrolla un solo tema, siempre repetido, y es este:
el Padre revela al Hijo porque ama al mundo. “Tanto ha amado Dios al mundo que
le ha dado a su Hijo Unigénito” (Jn 3, 16).»[1]
Amar tiene su praxis en un estilo de vida que
“guarda sus mandamientos”; pero ¿son ellos plurales? Porque -donde leemos en
Juan su Mandamiento- se habla de uno sólo, el mandamiento del Amor. Su
pluralidad consiste en la diversidad de prácticas con las que se ejercita este
amor. «Juan no habla ni de virtudes, ni de vicios, no hace problemas por la
obediencia, ni por el perdón mutuo, ni por los deberes matrimoniales o de
estado, ni por compromisos de justicia. Nada de esto se encuentra en el
vocabulario de Juan: se trata de cosas importantes… Juan va a lo que constituye
el sentido la culminación de todo, es decir, fe y caridad.»[2]
«… el diálogo sobre la partida y retorno de
Cristo (13, 31 – 14, 3q). “Voy” y “Vuelvo”, tienen el valor de fórmulas
expresivas de la muerte y la resurrección de Cristo, su transitus su viaje al Padre a través de su muerte. Además, Cristo
crucificado será el camino por el cual sus discípulos llegaran al mismo Padre.
La unión con su Señor muerto, y sin embargo vivo, será el pasaporte para la
vida eterna. Y el amor de unos hacia otros debe reproducir el amor de Dios por
Cristo.»[3]
En el numeral 22 de la Deus Caritas est,
Benedicto XVI nos actualiza al presente, la presencia de Jesús, y nuestro
compromiso con el Amor: «Con el paso de los años y la difusión progresiva de la
Iglesia, el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos
esenciales, junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la
Palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los
enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto como el
servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio. La Iglesia no puede
descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los Sacramentos y la
Palabra.»[4]
«A
partir del amor misericordioso con el que Jesús ha expresado el compromiso de
Dios, también nosotros podemos y debemos corresponder a su amor con nuestro
compromiso. Y esto sobre todo en las situaciones de mayor necesidad, donde hay
más sed de esperanza. Pienso – por ejemplo – en nuestro compromiso con las
personas abandonadas, con aquellos que cargan pesadas minusvalías, con los
enfermos graves, con los moribundos, con los que no son capaces de manifestar
reconocimiento… En todas estas
realidades nosotros llevamos la misericordia de Dios a través de un compromiso
de vida, que es testimonio de nuestra fe en Cristo. Debemos siempre llevar
aquella caricia de Dios –porque Dios nos ha acariciado con su misericordia–
llevarla a los demás, a aquellos que tienen necesidad, a aquellos que tienen un
sufrimiento en el corazón o están tristes: acercarnos con aquella caricia de
Dios, que es la misma que Él ha dado a nosotros.»[5]
«
No es casual que entre los
símbolos cristianos de la esperanza existe uno que a mí me gusta tanto: es el
ancla. Ella expresa que nuestra esperanza no es banal; no se debe confundir con
el sentimiento mutable de quien quiere mejorar las cosas de este mundo de
manera utópica, haciendo, contando sólo en su propia fuerza de voluntad. La
esperanza cristiana, de hecho, encuentra su raíz no en lo atractivo del futuro,
sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido y ha realizado en
Jesucristo. Si Él nos ha garantizado que no nos abandonará jamás, si el inicio
de toda vocación es un “Sígueme”, con el cual Él nos asegura de quedarse
siempre delante de nosotros, entonces ¿Por qué temer? Con esta promesa, los
cristianos pueden caminar donde sea… Volvamos al ancla: el ancla es aquello que
los navegantes, ese instrumento, que lanzan al mar y luego se sujetan a la
cuerda para acercar la barca, la barca a la orilla. Nuestra fe es el ancla del
cielo. Nosotros tenemos nuestra vida anclada al cielo. ¿Qué cosa debemos hacer?
Sujetarnos a la cuerda: está siempre ahí. Y vamos adelante porque estamos
seguros que nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, en esa orilla a
dónde llegaremos. Cierto, si confiáramos solo en nuestras fuerzas, tendríamos
razón de sentirnos desilusionados y derrotados, porque el mundo muchas veces se
muestra contrario a las leyes del amor. Prefiere muchas veces, las leyes del
egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona,
de que Dios nos ama tiernamente y a este mundo, entonces en seguida cambia la
perspectiva. “Homo viator, spe erectus”, decían los antiguos. A lo largo del
camino, la promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes» nos hace estar de pie,
erguidos, con esperanza, confiando que el Dios bueno está ya trabajando para
realizar lo que humanamente parece imposible, porque el ancla está en la orilla
del cielo.
El
santo pueblo fiel de Dios es gente que está de pie –“homo viator”– y camina, pero de pie, “erectus”, y camina en
la esperanza. Y a donde quiera que va, sabe que el amor de Dios lo ha
precedido: no existe una parte en el mundo que escape a la victoria de Cristo
Resucitado. ¿Y cuál es la victoria de Cristo Resucitado? La victoria del amor.»[6]
[1]
Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo. Santafé de
Bogotá. 1995 pp. 25-26
[2]
Ibid.
[3]
Fannon, Patrick. LOS CUATRO EVANGELIO. Ed. Herder. Barcelona 1970. p. 137
[4] BENEDICTO
XVI. DEUS CARITAS EST. #22 Roma 25/12/2005
[5]
Papa Francisco. Audiencia General Vat. 20 de febrero de 2016
[6]
Papa Francisco. AUDIENCIA GENERAL Vat. 16 de abril de 2017
Gracias por darnos un momento de reflexiones cada dlmingo
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