sábado, 9 de marzo de 2019

LITURGIA DEL PAN VIVO, PAN DE VIDA


Deut 26,4-10; Sal 91(90), 1-2. 10-11. 12-13. 14-15; Rom 10,8-13; Lc 4,1-13

El hombre, después de perder a aquel a quien necesita, absolutiza las necesidades que tiene como animal. ¡Estas se convierten en ídolos implacables! El medio, al convertirse en fin, lo trastorna todo en su contrario más semejante: lo verdadero lo convierte en lo útil, lo justo en lo ventajoso, el bien en el placer, lo bello en lo funcional, lo bueno en el interés, el amor en el egoísmo… la vida en la muerte.
Silvano Fausti

«La Cuaresma no es simplemente un tiempo de más silencio y de descanso interior: es un tiempo de lucha espiritual, es un tiempo en que los conflictos íntimos, inherentes a la existencia humana en la lucha contra satanás y contra el pecado, se manifiestan de modo más claro y más fuerte, sobre todo en los que aceptan vivir con seriedad el camino cuaresmal.»[1]

En la página Deuteronómica nos encontramos con cierta circularidad de la argumentación que sugiere una idea de completitud, de integridad, de desarrollo entero, de no dejar pendientes. ¿Qué queremos decir con esto? Que parte de un aspecto litúrgico, gira su circuito argumentativo y concluye en idéntico aspecto litúrgico. Veamos: es litúrgico y no sólo devocional, porque implica la intervención del Ministro que ha sido consagrado para ello, la presentación de la ofrenda no se hace por sí mismo y por propias manos, esta se entrega al Sacerdote, cuya única función litúrgica es entregarla al Altar. Nótese que la ofrenda es aportada por “el pueblo”, y que la oración-reflexión también la debe hacer el pueblo. Sin embargo, llevar la ofrenda ante el Altar es misión exclusiva del Sacerdote. Si este no interviniera no habría liturgia en sentido propio, solamente sería un ejercicio pio de la piedad popular.

Luego, Moisés señala el contenido de la plegaria-reflexión que debe acompañar esta presentación de la cesta de las primicias: Tiene un carácter histórico, valga decir, lleva al pueblo a hacer conciencia de su ser de pueblo, de su identidad, a mirar de dónde ha salido, de quienes proviene, lo lleva a remitirse a sus raíces, han sido arameos nómadas los antepasados de ese pueblo. Ahora bien, al profundizar en el significado de la plegaria reconocemos lo que obró Dios en ese pueblo que empieza siendo nómada; pero Dios lo “trasforma” lo cambia a sedentario dándole un sitio donde habitar, sitio este acogedor y prodigo, donde mana “leche y miel”. Empieza siendo errante y termina estableciéndose, tras un portento de Dios que lo libera. Allí encontramos una trasformación mediadora, para hacerlo estable, Dios le cambia el estatus de pueblo esclavo a pueblo liberado; suprime su condición de víctima para hacer de este pueblo un pueblo libre. Luego YHWH es un Dios liberador.

Estamos ante una acción cultual que es verdaderamente una acción de gracias (Eucaristía de la Primera Alianza), que agradece haber salido de la esclavitud para contar con la libertad, y haber dejado el nomadismo para alcanzar una asentamiento, para lo cual Dios no escatimo signos y portentos. «“Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que Tú Señor me has dado” Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postraras en Presencia del Señor, tu Dios.», esta acción está inspirada por la gratitud.

Este Dios Liberador es Dios-Fiel, que no abandona, que cuida y protege, que acompaña dando refugio, verdadero alcázar, en quien podemos depositar toda nuestra entrega y fiarnos a plenitud. Eso es lo que cantamos en el Salmo. El Salmo 91(90) es un salmo de peregrinación, se refiere a la llegada al Templo, posiblemente una catequesis en el Atrio para un pueblo que quizás no traía su fe muy cimentada, y donde llegaban fieles cultivados, así como gente en vía transicional, que pasaba de la idolatría a una fe depurada, a través de un proceso. Valioso reconocer en ese momento, después de haber vivido las peripecias de la peregrinación, atravesando zonas no tan seguras. Pese a todo, se ha llegado con bien, se han superado esos riesgos y, ahora, ya están prestos a postrarse bajo las alas de los Querubines que estaban esculpidos en la tapa del Arca de la Alianza, en el Propiciatorio. Este Dios que no se queda en Liberador sino está con nosotros, llegando a ser reconocido en la Nueva Alianza como Emmanuel, “Dios con nosotros”.


Para San Pablo la liturgia no es sólo el acto cultual, es principalmente la Evangelización que –a través de conductos sorprendentes- nos regala Dios. Y, a través de esa evangelización, la fe lograda. San Pablo, en la Segunda Lectura retoma el análisis litúrgico para referirse a una dialéctica de la fe: la fe no es sólo un acto intimista, sino un compromiso y testimonio manifiesto, que sube del corazón a los labios. Si tan sólo alcanzamos la fase primera, no lograremos más que la justificación o sea el perdón, sin alcanzar todavía la salvación, que es el testimonio que al declarar y reconocer a Jesús como Señor y Salvador, brota de los labios, exteriorizando lo que no podía reservarse al intimismo.

En este texto de la Carta a los Romanos se llega más allá: se avanza reconociendo que Dios no discrimina, entre judíos y griegos, el Señor es Dios de todos, cuya generosidad alcanza para cubrirnos a todos. Con esta promesa básica concluye la perícopa: “todo el que invoca el Nombre del Señor se salvará.”

«… la tentación… Con mayor frecuencia, es un asunto de poner las peticiones de Dios en stand by, mientras que se atienden otros asuntos más inmediatos. Dios se ausenta de nuestro conocimiento.»[2] En el Evangelio, Jesús viene, después del bautismo, lleno del Espíritu Santo. ¿Estar lleno del Espíritu Santo es como une especie de vacuna que impide la tentación? ¡Lo que vemos es que no! De alguna manera, podríamos entender este episodio de la vida de Jesús como sí el Espíritu estuviera conforme con ponerlo al alcance de las saetas del Malo, como si el Espíritu quisiera probarlo para aquilatarlo y darle temple. El Espíritu muestra la vulnerabilidad de Jesús, Dios-humanado, y permite que los dientes de sabueso rabioso del diablo procuren clavarse en su carne. Allí no termina el papel del Espíritu, porque le permite discernir y resistir. Muestra el lado flaco, pero –en realidad- lo sustrae, lo fortalece, lo blinda.


Hay un aspecto sorprendente en el ataque del Malo: Sus armas son Escriturísticas. El Patas ataca citando el Salmo 91(90), precisamente, el salmo que leemos este Primer Domingo de Cuaresma. ¡No nos sorprenda que el Malo se sepa toda la Escritura! Y que use y abuse de Ella para tejer sus insidias. Lo que pasa es que él se sabe perfectamente la letra, pero se queda en eso, en la superficie, no ahonda en la “música”; para el Malo la Música Bíblica escapa a sus sentidos, porque su mal está en su insensibilidad, en su incomprensión, en su cerrazón. Pobre Tonto, repite sin-ton-ni-son. ¡Ay Dios de Misericordia! ¡Guárdanos de tener una sabiduría diabólica! ¡Enséñanos, oh, Divino Maestro a penetrar en el Meollo de tus Enseñanzas!

Este episodio de las tentaciones, nos muestra un “momento oportuno” para el Malo, momento de atacar, de debilidad, de fragilidad. Jesús ha ayunado cuarenta días, está humanamente débil, allí ve el Malo un momento propicio. Con hambre ¡mostramos el cobre! , justo entonces el Diablo lo intenta; quizá no ceda a la tentación milagrera de hacer de las piedras panes; entonces se va por una segunda estrategia: tal vez se interese o se confunda y acepte los destellos del poder, le ofrece un enorme poderío, sobre todos los reinos del mundo, poder y gloria. El último ataque se dirige a las promesas del propio Dios-Padre: Él ha ofrecido prodigarnos la protección de sus ángeles; el Perverso, quiere ver sí Jesús entra en su juego, participar en juegos diabólicos es la tentación por antonomasia. Jesús lo derrota precisamente porque aunque él lo ataca con la Santa Palabra, Jesús no se deja embaucar, no se deja tentar como lo hicieron los “primeros padres”, no acepta degustar el fruto prohibido. Confía en su Padre, confía en lo que Él dice y confía que su Palabra es fiel, es eternamente fiel.


Lo tentó en los tres puntos flacos, es decir fue una tentación exhaustiva, que trato de hincar el venenosos colmillo en todos los puntos demarcados como quebradizos. Con razón dice, que las tentaciones fueron completadas. Pero ya llegará otro momento; no dice que el demonio se fue para siempre, convencido de la invulnerabilidad, sino que se retiró provisionalmente, hasta que le pareciera oportuno repetir el ataque. En otra traducción leemos: “al ver el diablo que había agotado todas las formas de tentación, se alejó de Jesús a la espera de otra oportunidad”: Lo atacó en su necesidad biológica básica, el hambre; lo atacó en cuanto lo relativo al  poderío político, ofreciéndole los reinos terrenales y la riqueza; y, lo atacó proponiéndole abusar del poder “del Templo”, el poder religioso, o sea, traficar con la esfera teologal. Pero el Espíritu le dio esa energía, esa vitalidad y claridad de conciencia que no lo llevaron a abandonar la tarea que le había sido encargada. La tentación nos llama al acomodo, al dolce far niente, a la tan promovida indolencia de los que desviaron su ruta para no pasar cerca del pobre samaritano que había sido molido a palo por sus asaltantes. «La tentación durante toda la vida de Jesús fue permitir que la misión del Padre se volviera inactiva, no hacer nada, ahorrarse a sí mismo la dificultad, asumir la vida sin problemas. ¡Qué pecado por omisión habría sido!»[3]

Y ¿qué tiene esto que ver con el culto? La actividad de Jesucristo es –en el Nuevo Testamento- la actividad litúrgica por excelencia: Jesús en el desierto, ejerce una actividad litúrgico penitencial; decíamos que viene de una actividad litúrgico bautismal, su propio bautismo, liturgia que Él –libre de todo pecado– no necesitaba, pero a la que se pliega para establecer la liturgia sacramental; pasa a esta que es una actividad litúrgica penitencial: ayuno, oración y penitencia.


Para que sea litúrgica, la acción requiere de sacerdote que presente la ofrenda, aquí no hay sacerdote. ¿Cómo que no? ¡Jesucristo es Sumo y Eterno sacerdote! Él mismo es Víctima, Altar, Sacerdote y Propiciatorio. Sacerdote-Perfecto, según el rito de Melquisedec, que es el rito del Pan y el Vino.

Y por la multiplicación de los panes, Él es el cesto lleno de panes. Para que nada falle, es Hijo de un arameo errante. Que fue a Egipto huyendo, desplazado, perseguido, y, fue liberado, pudo entonces volver del exilio y se vino a instalar en la tierra a este lado del Jordán. Esto no es pasado, es presente y muy presente, se trata de Dios que nos acompaña, que ha entrado en la historia y ha preservado una burbuja que nos acompaña y de la que no podemos ni por un instante dudar. ¡Sería ceder a la tentación! Hay un planteamiento muy consolador de Dom Helder Câmara «… como siempre, también hoy vivimos sumergidos en Dios. Dios no está frente a nosotros o a nuestro lado. Estamos sumergidos en Dios. Caminamos dentro de Dios, hablamos desde dentro de Dios. ¿Qué tentación puede, entonces, abatirnos si estamos dentro del Señor?»[4]


«Tenemos, pues, que comenzar la Cuaresma con gran valentía, listos a luchar con las armas del Evangelio. No se trata de armas convencionales como las de las potencias, ni siquiera de aquellas más tremendas de las deflagraciones atómicas: son, en cambio, las armas del espíritu, la fuerza interior del hombre que vence en la lucha contra el mal.»[5]



[1] Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia 1995 p. 103
[2] Michel, Casey. PLENAMENTE HUMANO PLENAMENTE DIVINO. UNA CRISTOLOGÍA INTERACTIVA. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2007 p. 60
[3] Ibid. p. 61
[4] Câmara, Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander. 1985 p. 43
[5] Martini, Carlo María. Op. Cit. p. 104

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