Am 8, 4-7; Sal
113(112), 1-2. 4-6. 7-8 (R.: cf. 1a y 7b) ;1Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13
Amos
denuncia, hay unos que se dedican a הַשֹּׁאֲפִ֖ים אֶבְיֹ֑ון וְלַשְׁבִּ֖ית עַנְוֵי־ כ עֲנִיֵּי־ אָֽרֶץ׃ ק “exprimir al pobre, a despojar a los miserables
(hundir más al humilde; o mejor, a hacer al humilde más humilde; y aquí la
humildad no es la virtud del que se abaja, sino el empobrecimiento que des-dignifica,
que borra, que anula a la persona). No le dejan ni un momento de descanso,
quieren ponerlo a trabajar a toda hora, están ansiando la cosecha para
recogerla y comercializarla y el Día Santo, el Día consagrado al Señor, quieren
que pase rápido, para poder continuar sus negocios, sus ventas y –en
consecuencia- su explotación. ¿Pertenecemos al bando de esos opresores? ¡Contra
ellos va la denuncia de Amos!
No
sólo los gobernantes que ejercen con injusticia, no solo los empresarios que
alteran los pesos y medidas o venden la patria, es decir, el bienestar de los
ciudadanos para favorecer a “otros ciudadanos”; que hacen implantar leyes que
les faciliten “exprimir al pobre”; también los que le ayuden al tendero a
falsear la báscula, los que instalan el “muñeco” –como se le llama en el argot
popular- el dispositivo que adultera el taxímetro; quien tuerce medio renglón
en favor de su “amiguita” o pone un cero más o menos para arreglarle al amigo o
al familiar.
Cualquier
“torcedura” consciente que conduzca a una injusticia (aquí otra vez no importa
que sea aparentemente “poca cosa”, cada poca cosa va torciendo el cauce y va
debilitando el basamento del Reino) conduce a ponernos del lado de los
“despojadores”. Recordemos que según la profecía Jesús vino precisamente a
enderezar los caminos, a allanarlos allí donde algún peñasco se atravesaba.
¡Que lo haga Jesús! Pero ¿quiénes somos Jesús? Pues precisamente sus llamados,
todos los que Él ha vocacionado, nosotros, los que hemos sido convocados, los
miembros de su “pequeño Resto”, sus discípulos.
Vemos
en el Evangelio a un οἰκονόμον
“Encargado”, un “Mayordomo”, un “Administrador” –solemos llamarlo hoy día-
fonéticamente suena a “economista”, o sea, “encargado
de la casa”. Amenazado de despido, resuelve “favorecer” a los acreedores de
su Señor y empieza la campaña de adulterar los “vales” (hoy hablaríamos de
cheques, letras, hipotecas). A cada uno le disminuye la deuda. Jesús aplaude
esta conducta, destaca la “astucia” de este administrador
que se hace a “indulgencias con Ave Marías ajenas”. ¿Cómo así? ¿Jesús cohonesta
con este pícaro adulterador de cuentas? O sea que ¿Jesús estaría de acuerdo con
los que estafan el erario público para favorecer a sus amigastros que le han
pasado la “tajada” por debajo de la mesa (o que se la pasaran después, una vez
firmada y garantizada la prebenda)?
¡No
es ese el caso! Que no se procure hacer decir a Jesús lo que Él no ha dicho.
Hay que entender que el Señor Rico es Dios Padre; los encargados somos
nosotros, los que hemos recibido la vida, la creación, los bienes, los
talentos, la inteligencia, los conocimientos, las capacidades, las
herramientas, las máquinas, los inventos, las técnicas y las tecnologías. Y,
¿Quiénes son los acreedores de Dios? ¿Con quién tiene Él letras e hipotecas
firmadas?
Ya
en el Salmo encontramos la respuesta, clara y contundente: “El Señor levanta
del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los
príncipes de su pueblo; a la estéril le da un puesto en la casa como madre
feliz de hijos” Sal 113(112), 7-9. O sea que Dios, en su Palabra –como
reconocemos lo es todo lo que contiene la Sagrada Escritura, y este Salmo
proviene de allí- les ha “firmado” una hipoteca, un compromiso a los Anawin, y
su Palabra se cumplirá hasta el último punto de una i. En el salmo no están
nombrados como anawin sino como דָּל [dal] flaco, desamparado, menesteroso y דָּל [ebyón]
necesitado; sumadas las dos categorías prácticamente igualan al עֲנָוִ֣ים
anawin: el pobre necesitado, que no tiene nada y a Nadie más que a su
Amigo-Dios.
Los
anawin son los clientes de Dios Nuestro Señor, y Él gozoso los ha acogido para
ser su Padre. Es con ellos que tenemos que ganar indulgencias, a ellos tenemos
que escribirles menos en sus hipotecas; es con ellos con quienes debemos anotar
en el recibo: no que deben cien barriles de aceite sino sólo cincuenta. Favorecer
a aquellos que siempre han sido exprimidos, restablece la justicia, nos gana
indulgencias en su corazón; así, cuando llegue el momento, ἑαυτοῖς ποιήσατε φίλους ἐκ τοῦ μαμωνᾶ τῆς ἀδικίας, ἵνα ὅταν ἐκλίπῃ
δέξωνται ὑμᾶς εἰς τὰς αἰωνίους σκηνάς
cuando “se nos acabe el dinero”, nos recibiran en las “moradas eternas”; o sea
que ¡es
un tema escatológico!: No se trata de falsear los recibos para tener
mayores prebendas en este mundo; no se trata de agravar la injusticia nutriendo
más nuestras propias arcas; se trata de ganar méritos para poder acceder a la vida eterna.
Hay
dos planos distintos pero el uno es indicio del otro, particularmente ante los
ojos de Dios: Se nos da el “dinero” ¿cómo lo manejamos? Porque de ello depende
que luego nos comisionen los “verdaderos bienes”: εἰ οὖν ἐν τῷ ἀδίκῳ μαμωνᾷ πιστοὶ οὐκ ἐγένεσθε, τὸ ἀληθινὸν
τίς ὑμῖν πιστεύσει; Lc
16, 11. ¿Reparemos en esto?. Recibimos “billetes de monopolio”, “papel moneda
de juguete” y según lo manejemos habrán dos consecuencias –que es la misma-
recibiremos los “bienes verdaderos” y “habitaremos las moradas celestes”.
¡Ahí
está lo importante! No vayamos a “pecar” falsificando los recibos de deudas en
favor de los ricos–en un Domingo reciente nos proponía no invitar al banquete a
aquellos que podían retribuirnos la atención sino a los que no tienen con qué-
incrementando la espiral de la injusticia: cada vez menos con más y cada vez
más con menos. No es eso lo que dijo Jesús, No es eso lo que Dios quiere..
¡Cuidado con falsear sus enseñanzas! ¡Misericordia quiero y no sacrificios! Leamos
atentamente, lo que Dios espera de nosotros al entregarnos en administración
los bienes de la tierra es que demostremos en este “test” cómo vamos a jugar en
la realidad-real, en la Vida Celestial.
Y
el examen es excelente, una prueba realmente confiable: ὁ πιστὸς ἐν ἐλαχίστῳ καὶ ἐν πολλῷ πιστός ἐστιν, καὶ ὁ ἐν ἐλαχίστῳ
ἄδικος καὶ ἐν πολλῷ ἄδικός ἐστιν.
“El que se muestre digno de confianza en cosas sin importancia, será digno de
confianza en lo importante y el que no se muestre digno de confianza en cosas mínimas,
tampoco será digno de confianza en lo importante” Lc 16, 10 Magnifica prueba
psicotécnica. Claro, es un examen divino para abrirnos las puertas de su
“Empresa”; ningún empleado infiel entrará; ningún deshonesto será “contratado”.
Pero el que le ablande la deuda a un pobre, a un necesitado, a una mujer
estéril, a una viuda, ese tendrá prelaciones, ese habrá ganado prevendas para
la “otra vida” (como se la suele llamar).
Con
esto vamos directamente a la frase final de la perícopa de la Primera de
Timoteo que leemos en esta fecha: ἐπαίροντας
ὁσίους χεῖρας “levantemos
al cielo las manos puras” 1Tim 2, 8.
¿Para que alzar las
manos?
¿Levantamos las manos para protestar?
¿Levantamos las manos para sumarnos a alguna revuelta? ¡No! La Primera Carta a
Timoteo nos pide alzar las manos ¡puras! para que oremos, por todo el mundo,
pero en particular por los “reyes”, valga decir, por los que gobiernan, los
jefes de estado, los alcaldes, los que tiene el poder y deciden con ese poder; alzar
las manos para orar por los que tienen autoridad, por los que rigen los
destinos; oremos por ellos porque han recibido en sus manos, muchos “billetes
didácticos” para que se muestren dignos en lo que son “billetes de mentiras” y
merezcan recibir en encargo los “billetes de verdad”.
Gente
hay en cantidades que creen que a ellos se les conmoverá el alma y tenderán a
la justicia si los presionamos, si les hacemos huelgas y hay otros más, que
piensan usar las armas del vandalismo para alcanzarles la conversión. Eso nos
lleva directamente a jugar el juego del enemigo. A creer como cree el “Malo”
que haciendo el “Mal” alcanzaremos “las metas buenas”. No hay que ser muy
perspicaz para darnos cuenta que esta lógica no funciona, no sirve. Pero, si
así y todo no nos damos cuenta, repasemos la historia, ¿cuánta violencia?
¿cuánto armamentismo? ¿cuántas guerras? ¿cuántos muertos llevamos? ¿qué se ha
logrado?
Entonces,
¿dónde deberá estar depositada nuestra fe? ¡Sigamos el ejemplo y la enseñanza
de los anawin! En Dios Nuestro Señor. ¡Él es el único que trasforma los
corazones! ¡Él es el único que Convierte! Es a Él a quien debemos dirigirnos y
alzarle nuestras manos “puras”, manos que son fieles en lo poco y merecen el
Gran Encargo”, manos de “Constructores del Reino”, manos que se han esforzado
en ser “justas”, manos de “Defensores de los débiles”, las manos de los “padrinos
de los anawin”.
Pongamos
–esta es la invitación- todo nuestro empeño, alma, vida y “sombrero” en ser
fieles en las “cosas de poco valor” para gozar eternamente de los Bienes del
Cielo junto con los favoritos de Dios, los débiles, los que son tenidos en
menos, explotados y oprimidos, en esta vida y que serán recompensados en el
Cielo, porque su sóla heredad es su Amigo el Dios del Cielo.
Una
palabra final: Toda esta plática converge en un signo riquísimo en significado:
El carro que tiene ahora el Papa Francisco, del mismo color y material
celestial del hábito franciscano: el
hábito de San Francisco, tenía forma de cruz y era de lana gris. El paño, en
efecto, no era teñido, sino tejido con lana blanca y negra natural
entremezclada que le daba un color ceniciento. El Renault 4 del papa Francisco también es
gris ceniza (su color físico es blanco, pero su simbología es gris ceniza) y,
como pedagogía para todo el pueblo cristiano también ¡tiene forma de cruz!
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