Am 6, 1a. 4-7;
Sal 145; 1 Tm 6, 11-16; Lc 16, 19-31
¿De qué sirve mi
comunión contigo, Señor,
si no comulgo con el
pobre que encuentro?
Averardo Dini
Hay Uno que los ve a
ambos
Fray
Nelson Medina o.p.
Hay
tal encadenamiento entre el domingo XXV y este Domingo XXVI que uno podría
pensar o decir: ¡Se trata de la misma “película”, parte 2! Ese encadenamiento
también se da en el Evangelio de San Lucas. El Domingo pasado llegamos hasta el
verso 13 del capítulo 16. El último verso que leímos rezaba: “Ustedes no pueden
servir al mismo tiempo a Dios y al dios dinero”. Se han saltado 5 versículos
para continuar este Domingo XXVI con el resto del capítulo 16.
De
este salto queremos recobrar dos sentencias fundamentales que –como un tensor-
tienden secuela entre lo dicho y lo por decir:
1) “Dios conoce los corazones de los
hombres, y lo que los hombres tienen por grande, Dios lo aborrece” Lc 16, 15b
2) “Es más fácil suprimir el cielo y la
tierra que dejar a un lado una sola letra de la ley” Lc 16, 17
En
el Domingo XXV leímos en el Evangelio: Καὶ ἐγὼ
ὑμῖν λέγω, ἑαυτοῖς ποιήσατε φίλους ἐκ τοῦ μαμωνᾶ τῆς ἀδικίας, ἵνα ὅταν ἐκλίπῃ
δέξωνται ὑμᾶς εἰς τὰς αἰωνίους σκηνάς.
“Con el dinero tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes
mueran, los reciban en el cielo.” Lc 16, 9. No dice cielo, estrictamente dice αἰωνίους σκηνάς
“moradas eternas”
En
este Domingo XXVI leemos: ἐγένετο δὲ ἀποθανεῖν
τὸν πτωχὸν καὶ ἀπενεχθῆναι αὐτὸν ὑπὸ τῶν ἀγγέλων εἰς τὸν κόλπον Ἀβραάμ· ἀπέθανεν
δὲ καὶ ὁ πλούσιος καὶ ἐτάφη. “murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al
Seno de Abrahán. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba este en el lugar
de castigo, en medio de tormentos,…” Lc 16, 22 ambos textos nos quieren dar a
conocer una realidad que de otra manera nos sería inalcanzable: ¡nadie ha
vuelto de la muerte para contárnoslo!
Motivo
de profundo regocijo tenemos al darnos cuenta de la Bondad Divina manifestada a
través de Nuestro Señor Jesucristo, el Único que podía contarnos como es la
realidad escatológica, el Único que podía decirnos qué hay y cómo es el “otro
toldo”: Él nos lo da a conocer, claro que haciendo uso de comparaciones con la
realidad terrena pues la realidad “celestial” escapa a todo referente previo,
lo que Él nos da son “alusiones” comprensibles a nuestro pensamiento desde
nuestro conocimiento de esta realidad.
Durante
mucho tiempo se adelantó una teología que desconectaba como dos “realidades”
independientes la vida terrenal de la vida después de la muerte física. Lo que
pasa aquí –según esa teología- no tiene absolutamente nada que ver con lo que
pasa en “el otro toldo”. Y, leyendo atentamente estos evangelios (buenas
noticias) venimos a darnos cuenta que están estricta y poderosamente conectadas
(¡Buenas noticias!, pero como casi siempre sucede, las que son buenas para
unos, son no tan buenas para otros; y eso depende, no del color del cristal con el que se miren, sino de la perspectiva
en la que uno se encuentre).
El
Domingo anterior se nos indicaba ganar puntos con “el dinero tan lleno de
injusticias” aquí (lógico, no podemos llevarnos el dinero para el “otro lado”)
y así granjearnos “intercesores” allá; mejor todavía, “anfitriones” que nos
reciban. ¡Cual no será la “importancia” que tiene los pobres allá que pueden
entrar a decidir a quienes se recibe y a quienes no.
Por
el otro ladito, Lázaro “es llevado” por los Ángeles al “Seno de Abrahán” (el
Seno de Abrahán es el mismísimo cielo llamado así con un giro por demás
comprensible y muy claro para los judíos puesto que Abrahán es el Patriarca por
excelencia, el iniciador de la cadena de la fe, el Siervo Fiel de YHWH, que
dejó todo y partió basándose tan sólo en la promesa de Dios. ¡Donde esté Abrahán
esa será la Morada del Dios Eterno!
¿Qué
hacía de bueno Lázaro para merecer la vida eterna? Leyendo con toda atención la
perícopa descubrimos que aparentemente ha recibido un premio in-causado, porque
él hace absolutamente nada más que existir, mendigar, estar allí, tirado,
llagado, dejándose lamer las llagas de lo perros, viendo caer las sobras de la
mesa. Pero, un momento, ¡atención! ¿Cómo vive Lázaro? ¡Sumido en su pobreza! La
única razón de recibir como premio el Seno de Abrahán es “ser pobre”. El propio
Evangelio lo explicita enseguida: εἶπεν δὲ
Ἀβραάμ Τέκνον, μνήσθητι ὅτι ἀπέλαβες τὰ ἀγαθά σου ἐν τῇ ζωῇ σου, καὶ Λάζαρος ὁμοίως
τὰ κακά· νῦν δὲ ὧδε παρακαλεῖται σὺ δὲ ὀδυνᾶσαι. “Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro
males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos” Lc
16, 25.
No
queremos pretender penetrar las verdades teológicas con sociologismos pero
comprendemos que toda riqueza tiene un correlato de pobreza: unos son ricos
porque otros son pobres, o mejor aún, si no fuera porque hay pobres, no habrían
ricos. A renglón seguido cabe la pregunta: ¿Cuántos pobres se necesitan para
poder fabricar un rico? «El pobre no existe como fatalidad; su existencia no es
políticamente neutra, ni éticamente inocente. El pobre es subproducto del
sistema en el que vivimos y del cual somos responsables. En verdad el pobre es
un empobrecido, es decir, un despojado, robado y defraudado del fruto de su
trabajo y de su dignidad. Este empobrecimiento suscita un llamamiento al amor
cristiano, no s´´olo para aliviar la carga humillante de la pobreza pobre sino
para crear condiciones de superación de esta situación.»[1]
Para
evitar ese enfoque queremos proceder con otro muy diverso: El “rico epulón”
motivó su castigo en “el otro toldo” porque procedió como el sacerdote y el
levita de la historia del “Buen Samaritano”, fue indiferente con el mendigo que
yacía a la entrada de su casa. Si, evidentemente su pecado es el de la
indiferencia, el de la que tantas veces denunciamos, la indolencia, la falta de
solidaridad. Este “rico epulón” fue un verdadero Caín: Cuando escucho la voz de
Dios preguntándole por su hermano, él contestó: “No lo sé, ¿acaso es mi
obligación cuidar de él?” Gen 4, 9d.
Así
como el “Economista”, “Administrador” (οἰκονόμον) del
Domingo anterior, debía gastarse su dinero mal-habido, impío, para pavimentarse
una vía de acceso a las moradas eternas, así también el “hombre rico que se
vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día” debió
haber dado no sólo las migajas que caían de la mesa a Lázaro, sino un buen y
suculento plato de sopa, y no sopa para un día, sino –ya que estaba dentro de
la medida de sus posibilidades- sopa diaria, honrando al pobre mendigo, su
hermano, ese hijo de Dios que tenía como único enfermero a los perros que
lamían sus heridas.
Nos hace recordar al Padre Pio de Pietrelcina
(a San Pío), que no se conformaba con confesar y prodigar los milagros que Dios
le permitía, sino que además se interesó en construir un hospital para suplir
aquellas necesidades que en el marco de una guerra (la Segunda Mundial) iban a
empezar a aparecer por todas partes, porque no se requiere la bilocación o el
don de vaticinio que el padre Pio recibió de Dios para inferir que una guerra
acarrea heridos, mutilados y sufrimiento a diestra y siniestra. Este ejemplo de
San Pio nos muestra cómo granjearse intercesores en el cielo. Uno puede decir,
“¡yo no soy rico! Lo que tengo no alcanzaría para construir ni un solo cuarto
de hospital…”; pero el Padre Pio no tenía nada… pero lo tenía todo porque tenía
confianza en la Divina Providencia. Confianza inamovible, férrea, a toda prueba.
Pero, si se quiere, no nos exijamos tanto, lo
que podamos, no tenemos que salvar el mundo solos. Estamos convencidos que
cualquier gesto de solidaridad, de caridad fraterna, (no paternalista, no
arrogante, no humillante sino dignificadora) se amplía en círculos concéntricos
y puede llegar hasta la orilla más remota.
Tampoco podemos ejecutar el gesto y sentarnos a
esperar los resultados para ver la resonancia que tiene ese acto generoso. Lo
que menos debe preocuparnos es visualizar el resultado, lo que nos debe mover
es la energía de semejanza entre nuestro gesto y los de Jesús, aun cuando,
guardadas las proporciones nuestro gesto sea milimétrico al lado de las
acciones de Jesús. Queremos significar que nuestras acciones deben llevar el
aroma de Jesús aun cuando ese aroma se perciba muy tenue, muy mínimo.
Hay realidades que se enlazan en una relación
de causa y efecto como lo que obramos en esta vida respecto de lo que
“viviremos” en la patria celestial; en cambio, hay otras realidades que no se
tocan, como la realidad de la morada celestial respecto del ᾅδῃ Hades (el Infierno). El evangelio nos lo
afirma: …μεταξὺ ἡμῶν καὶ ὑμῶν χάσμα μέγα ἐστήρικται, ὅπως
οἱ θέλοντες διαβῆναι ἔνθεν πρὸς ὑμᾶς μὴ δύνωνται, μηδὲ ἐκεῖθεν πρὸς ἡμᾶς διαπερῶσιν. “Entre
ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia
allá ni hacia acá”. Lc 16, 26bcd.
¡Atención! No siempre hay que esperar hasta el
otro toldo para recibir justicia. Muchas veces la justicia se hace o empieza a
cumplirse ya en esta “vida”, sin tener que trasportarse a la otra. A ese tipo
de justicia “pronta” alude la Primera Lectura: Algunos de estos “ricos”
gozones, que banquetean, parrandean, viven en “borracheras” y “orgías”,
glotones y desconsiderados que “no se preocupan por las desgracias de sus
hermanos”; esos reciben su castigo de una, aquí en la tierra, “irán al
destierro a la cabeza de los cautivos” Am 6, 7. Más arriba, antes de iniciar la
perícopa que leemos en la liturgia de este XXVI Domingo Ordinario (C), se les
advierte a estos derrochadores de lujos, perfumes y de ingeniosos instrumentos
musicales para animar sus orgías, que ellos son los que “atraen el imperio de
la violencia”, y claro está que a los pobres les envenena la sangre pasar
dificultades mientras los otros despilfarran, desperdician, derrochan, hacen
gala de ser botaratas, malversan, financian la corrupción y promocionan el
escándalo y la vida disoluta. No que creamos en la violencia como vía de
solución, pero, ¿qué se puede esperar de un mendigo que ve rodar el pan a los
pies de la mesa mientras él pasa hambre?: eso es atraer el “imperio de la
violencia” Am 6, 3b.
Tarde o temprano, en la otra vida o ya en esta,
nos lo advierte el Salmo: “El Señor… es quien hace justicia al oprimido” Sal
146(145), 7a. Y si seguimos leyendo el Salmo vemos que Dios se ocupa de
deshacer entuertos y todo lo endereza puesto que Dios es Justicia y Justiciero;
y, una vez más, nombra a sus “clientes”, a sus “ahijados”, más aún, a sus
“hijos”, sus protegidos, sus favoritos, los nombra enumerándolos: los
hambrientos, los presos, los ciegos, los
caídos, los hombres honrados, los extranjeros, los huérfanos, las viudas. Otra
vez están condensados, en los que se mencionan, todos los anawin.
Toda esta enseñanza nos compromete a una tarea
y esa nos la explicita la Carta a Timoteo de donde se toma la Segunda Lectura: τηρῆσαί σε τὴν ἐντολὴν ἄσπιλον ἀνεπίλημπτον
“cumplir fiel e irreprochablemente, todo lo mandado….” 1Tim 6, 14ª.
¿Cómo se cumple todo lo mandado? El mismo texto
nos lo dice:
a)
Llevando una vida de rectitud
b)
Piedad
c)
Fe
d)
Amor
e)
Paciencia
f)
Mansedumbre
g)
Luchando el noble combate para conquistar la
vida eterna.
Y el evangelio, ya lo dijimos, abundó en cómo
se la conquista, favoreciendo a los que son los favoritos del Padre Eterno.
«La celebración de la Eucaristía no puede
hacerse en el espíritu de Jesús si junto con ella no están el hambre y la sed
de justicia. Traicionamos la memoria del Señor, si por ella ocultamos o hacemos
insignificante la presencia de relaciones injustas en la comunidad de los
fieles que celebran y asisten a la eucaristía.»[2]