Gn 18, 20-32; Sal 138(137),
1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8; Col 2, 12-24; Lc 11, 1-13
Una necesidad vital
aparentemente innecesaria
Como
plataforma de despegue vamos a proponer una definición de la oración que para
abordar la aproximación a la “oración del Señor” nos sirva de mapa general,
pero también de acicate: «La oración es un permanente y fascinante mundo de
averiguación, donde Dios se deja ‘investigar’ en su Hijo; donde el Hijo se deja
investigar en su humanidad; donde el hombre aprende las pautas dinámicas para
reproducir el estilo y la fuerza de relación que Jesús tenía con su Padre.»[1] Una de las principales
ventajas que le vemos al enunciado anterior es que descarta aquella visión
según la cual la oración consistiría en «recitar un texto como una fórmula…
esta plegaria viene a ser dicha de una manera mecánica, sin una vinculación
suficiente con la vida misma.»[2] La oración es un caminar
en el ansia de Dios, en un profundísimo deseo de acercarnos, de permitirle
entrar en nuestra vida, pero dadas las imposibilidades para acercarnos a Él
directamente, lo hacemos acercándonos a la amistad con quien nos ha dicho que
si lo vemos a Él vemos al Padre (Jn 14, 9); aquí está condensado el cómo pero
¿para qué? Para entender esa relación paternal-filial y, entonces,
filializarnos nosotros: sí, es un esfuerzo hacia nuestra filiación; lo cual no
se alcanza por la repetición de fórmulas ni por medio de la recitación de
plegarias. Más aún, ¡no se logra por medio de conductas rituales!
La
oración tiene todo que ver con los diversos planos de la vida
v Con las búsquedas más profundas de la
persona
v Con las necesidades básicas de la vida
v Con la definición de la identidad
personal
v Con la calidad de las relaciones
interpersonales
v Con la capacidad para ejercer la
reconciliación
v Con la visión de la vida
v Con la justicia[3]
Sin
embargo, «Hay quien descuida la oración y hay quien no cree en ella: pero el
motivo a veces es el mismo. Se cree que es ineficaz o que no sirve. El presunto
silencio de Dios respecto de nuestras expectativas lleva a menudo a una especie
de resentimiento interior, que termina en la duda o en el desafío: “Si Dios no
me escucha, no existe”. ¿Es posible que Dios no escuche o tal vez dé una
respuesta distinta de la esperada? La opinión más difundida es que la oración
no es útil, no sirve para resolver los problemas de la vida ni las necesidades de la existencia. En la
graduación de las cosas inútiles, la oración ocupa el primer puesto. Se dice
que ella aparta de la vida, que crea espacios ilusorios; al máximo, no
perjudica cuando no se tiene nada que hacer. Son otros los verbos que hacen
percibir a las personas de nuestro tiempo la impresión de hacer cosas útiles:
realizar, construir, poseer, alcanzar. El orar no tiene nada que ver con esta
lógica… La eficacia de la oración constituye una “desproporción”: la respuesta
de Dios siempre es más grande que nuestras peticiones, que nuestas
expectativas. Aunque, a veces, “misteriosamente” diversa.»[4]
Oración de intercesión
«Vienen
a la mente toda clase de objeciones: ¿Por qué deberíamos pedir a Dios algo que
sabe necesitamos?... Jesús parece dar de lado a todas estas objeciones y anunciar
una ley misteriosa del mundo de la oración: que Dios, por propia voluntad, ha
colocado su poder, en cierto sentido, en manos de la persona que intercede, de
manera que, mientras la persona no interceda, su poder queda maniatado.
Ese
es el gran atractivo de la oración de intercesión: que cuando la practicas
adquieres un tremendo sentido del poder enorme que encierra. Y, una vez que
hayas sentido ese poder, no cesaras de orar. Al final del mundo comprenderemos
en qué medida han sido configurados los destinos de las personas y de las
naciones no tanto en virtud de los acontecimientos externos provocados por
personas con poder y por acontecimientos que parecían inevitables, sino por el
silencioso, callado, irresistible poder de la oración de personas a las que el
mundo jamás conocerá.
Teilhard
de Chardin habla en el medio divino de una religiosa que ora en la capilla
perdida en un lugar desierto; cuando lo hace, todas las fuerzas del universo
parecen organizarse en consonancia con los deseos de aquella figurilla que ora
y el eje del mundo parece atravesar aquella capilla desierta.»[5]
Dice
Jacques Loew que «Orar es aceptar la noche de la fe, la de las contradicciones y
los sufrimientos. ¡Cuidado con mandar todo a paseo demasiado pronto! Como dice
San Juan de la Cruz: “Muchos no adelantan; habiendo emprendido el camino de la
virtud, y queriendo Nuestro Señor ponerlos en esta noche oscura, para llevarlo
por ella a la unión divina, no pasan adelante porque se detienen en las
tinieblas.”… Abraham,… en su intercesión por Sodoma También aquí es Dios quien
toma la iniciativa. Es el que plantea la cuestión: “¿He de encubrir yo a
Abraham lo que he de hacer?” Le expone la situación, y es él, Dios, el que va a
suscitar la intercesión de Abraham. Dios le dice: El clamor de Sodoma y Gomorra
ha crecido mucho, y su pecado se ha agravado en extremo.” Cuánto hay que
señalar aquí. Ante todo, el corazón de Abraham humilde y osado al mismo tiempo.
El pecado de Sodoma le lleva a la oración de intercesión…”Yo, que soy polvo y
ceniza”…Pro el conocimiento de nuestra miseria le permite toda su osadía para
hablar con Dios.»[6]
Queremos
compartir una página de Nikos Kazantzaki, de su Carta al Greco, en ella
Kazantzaki recrea y re-escribe el episodio de regateo entre Abrahán y Dios; en
ella, igualmente, Abraham y Lot llevan su osadía hasta límites irreverentes. En
la perícopa que ocupa el lugar de la Primera Lectura Abrahán intercede por las
ciudades de Sodoma y Gomorra cuya corrupción e inmoralidad les valió la
sentencia de destrucción. Tal era la depravación en estas ciudades, que se
hicieron proverbiales como tipos de inmoralidad, de abuso de los árboles del
conocimiento y la vida. Pero miremos como la replanteó y hasta dónde la llevó Kazantzaki:
«Apresuré
el paso, gané la orilla venenosa del Mar Muerto, entré en el desierto. Mi
mirada sobreexcitada, estremecida, se detenía en las aguas muertas, como si
procurara distinguir en el fondo las antiguas ciudades sumergidas. Y mientras
miraba, un relámpago amarillo atravesó mi mente y vi: un pie todo poderoso y
colérico había pasado por allí, había aplastado las dos ciudades, Sodoma y
Gomorra, y las había sepultado. Mi corazón se oprimió: un pie todopoderoso
aplastará un día nuestras Sodomas y nuestras Gomorras y este mundo que ríe, se
divierte y olvida a Dios, se convertirá a su vez en un Mar Muerto. Así, a cada
tanto, el pie de Dios pasa y aplasta las ciudades demasiado satisfechas,
demasiado inteligentes.
Me
asusté. Me parece que Sodoma y Gomorra es el mundo de hoy, poco antes de que
Dios pase sobre él. Creo oír ya su paso terrible que se acerca.
Me
detuve sobre una duna baja, permanecí largo rato contemplando las aguas
malditas; me esforzaba en extraer de su seno pegajoso las ciudades pecadoras,
tan llenas de encanto. Para que resplandezcan aún un instante al sol, para que
tenga el tiempo de verlas, para que mis parpados se agiten una vez más y luego
que las ciudades desaparezcan.
Sodoma
y Gomorra estaban echadas a la orilla del río como dos rameras, y se abrazaban;
los hombres copulaban con los hombres, las mujeres con las mujeres, los hombres
con yeguas y las mujeres con toros. Comían, comían con exceso los frutos del
Árbol de la Vida. Comían, comían con exceso los frutos del Árbol del
Conocimiento. Habían roto sus imágenes sagradas y habían visto que no eran más
que madera y piedra; habían roto las ideas y habían visto que sólo estaban
llenas de viento. Se habían acercado mucho a Dios y se habían dicho “Este Dios
es hijo del Temor y no padre del Temor” y así le habían perdido miedo. Habían
escrito con gruesas letras amarillas en las cuatro puertas fortificadas de su
ciudad: AQUÍ NO HAY DIOS. Dios, ¿qué quiere decir esta palabra? No hay rienda para
nuestros instintos, no hay recompensa para el bien ni castigo para el mal, no
hay virtud ni pudor, ni justicia; somos lobos y lobas en celo.
Dios
se enojó, llamó a Abraham: “¡Abraham!” “Ordena, Señor” “Abraham, toma tus
ovejas, tus camellos, tus perros, tus esclavos, hombres y mujeres, tu mujer, tu
hijo y vete. Vete, he tomado mi decisión.” “He tomado mi decisión, Señor,
quiere decir en tu boda: ¡Quiero matar!” “Su corazón tiene demasiada alegría,
su mente es demasiado vigorosa, su vientre está demasiado lleno, ¡ya no los
soporto! Levantan casa de piedra y hierro, como si fueran inmortales;
construyen hornos, encienden fuegos, funden metales. Yo había expandido una
lepra sobre el rostro de la tierra, el desierto porque así lo quería. Y los
hombres de aquí abajo, en Sodoma y en Gomorra, riegan abonan, trasforman el
desierto en un jardín… El agua, el hierro, las piedras, el fuego, elementos
inmortales, se han convertido en sus esclavos. Ya no los tolero. Han comido del
Árbol del Conocimiento, han cogido sus manzanos, ¡morirán!” “¿Todos, Señor?”
“Todos, ¿no soy todopoderoso?” “No, Tú no eres todopoderoso, Señor, porque eres
justo. Tú no puedes cometer injusticias, ni infamias, ni cosas absurdas.” “Qué
podéis saber vosotros sobre lo justo o lo injusto, sobre e honor o la infamia, sobre lo razonable o lo
absurdo, vosotros, gusanos de tierra, alimentados de tierra, que os
convertiréis en tierra? Mi voluntad es un abismo. Si pudierais mirarla de
frente, se apoderaría de vosotros el terror” “Tú eres el amo de la tierra y del
cielo, Tú tienes en la misma mano la vida y la muerte y eliges; y yo soy un
gusano de la tierra; estoy hecho de tierra y agua, pero Tú has soplado sobre
mí, y de la tierra y el agua ha surgido un alma, así que hablaré. Hay millares
de almas que comen, beben, ríen y se divierten en Sodoma y en Gomorra; hay allí
millares de mentes que se han hinchado como serpientes, que lanzan su veneno
hacia el cielo y silban. Pero si entre ellos hay cuarenta justos, ¿los
quemaras?” “¡quiero nombres! ¿Quiénes son esos cuarenta?” “Si hay veinte,
¿veinte justos Señor?” “¡Quiero nombres! Cuento con los dedos” “Si hay diez,
¿diez justos, Señor? ¿Si hay cinco?” “¡Abraham, cierra esa boca impúdica!”
“Piedad, Señor, Tú no eres solamente justo, también eres bueno. Maldición sí
solamente fueras todopoderoso, maldición, si sólo fueras justo; el mundo
estaría perdido! Pero Tú eres también bueno , Señor, y por eso el edificio del
mundo puede todavía sostenerse en el aire.” “¡No te arrodilles, no extiendas
las manos para abrazarme las rodillas, yo no tengo rodillas! ¡No empieces a
lamentarte para enternecer mi corazón; yo no tengo corazón! Soy un bloque de
granito negro, ninguna mano puede grabar sobre mí; he tomado mi decisión: voy a
quemar a Sodoma y Gomorra.” “No te apresures, Señor; ¿por qué te apresuras
cuando se trata de matar? ¡He encontrado!” “Qué has encontrado?, gusano de
tierra, arañando la tierra?” “Un justo.” “Quién es?” “El hijo de mi hermano
Harán, Lot.”
Inmóvil
sobre la duna, sentía crujir mis sienes. Oía en mí la voz de Dios y la voz del
hombre que luchaban. Un instante me pareció que el aire se hacía más compacto y
que ante mí se erguía Lot, salvaje, descalzo, con una barba caudalosa y una
llama en la frente. No el Lot del Antiguo Testamento, sino un Lot mío, rebelde,
que no obedeciera a Dios, que no huyera para salvarse, sino que se apiadara de
la graciosa ciudad y se arrojara, voluntariamente, al fuego, para ser quemado y
perderse con ella.
¡Dile
–gritaba él a Abraham- que no me voy! ¡Dile que yo soy Sodoma y Gomorra, que no
me voy! ¿No dice Él que soy libre? ¿No dice jactanciosamente que Él me ha
creado libre? Pues bien, entonces hago lo que quiero y no me voy.
-Yo
me lavo y vuelvo a lavarme las manos, rebelde, y me voy.
-¡Buen
viaje viejo virtuoso, buen viaje cordero de Dios! Y dile a tu amo: ¡El viejo
Lot te saluda! Y dile también que no es justo. No es justo y no es bueno; ¡es
todopoderoso, sólo todopoderoso, y nada más!»[7]
El
propio Kazantzaki se escandalizaba de sí mismo espantado del texto que había
escrito, añadió: «Como si saliera de una lucha desesperada, tomé aliento y miré
detrás de mí. Me asusté: ¿cómo tal rebelde pudo salir de mis entrañas? ¿Dónde se
escondía, en el fondo de mí mismo, detrás de Dios, esa alma salvaje e
insumisa?»[8]
«…
algunas personas cuando alcanzan un profundo sentido de unión con Dios, se ven
empujadas por él a interceder por otros. Al principio sienten preocupaciones
pensando que puede tratarse de distracciones: hasta que comprenden que fueron
llevados a este estado de unión profunda con Dios precisamente para interceder
por sus semejantes y para que esta intercesión, lejos de distraerles, les introduzca
con mayor profundidad en la unión con Dios… Cuanto más prodigues los tesoros de
Cristo sobre otros, más inundada se sentirá tu propia vida y tu corazón con
ellos. Al interceder por los otros, estás enriqueciéndote a ti mismo.»[9]
Queremos
destacar por quién está orando y abogando Abraham. No se trata de “peras en
dulce” sino de terribles pecadores cuyas acciones eran –como lo dice Kazantzaki-
«…Habían escrito con gruesas letras amarillas en las cuatro puertas
fortificadas de su ciudad: AQUÍ NO HAY DIOS…». Y pese a su abominación, Abraham
los defiende, casi con las mismas letras con las que Jesús nos justificaba desde
el Madero al que lo teníamos claveteado, y donde tercamente seguimos remachándolo,
“Perdónalos Señor porque no saben lo que hacen.” (Lc 23, 33c)
«Abraham
no se atrevió a ir más lejos. Hubiera debido continuar aún más . No se atrevió
a bajar hasta uno… Jeremías lo afirma: “Un solo justo habría bastado.”… si halláis
un varón, uno solo, que obre según justicia, que guarde fidelidad, y la
perdonaré, declara Yavé”… si hubiera bajado hasta uno, no hubiera encontrado a
nadie, porque en último término, lo que se necesitaba era un único intercesor:
Jesús.»[10]
Sólo dice Abbá quien verdaderamente
es hijo
En
fin, no es una retahíla para fortalecer la buena memoria. Su recitación no se
puede visualizar o asociar con la idea de un “conjuro”. La oración del Señor se
debe concebir –mucho mejor- como un proyecto de vida. Es todo un programa para
meditar y poner en práctica, para corregir todos los días y mejorar de forma
tal que mañana lo implementemos mejor. «Oración que no cambia la vida no es
oración. Oración que se queda en mero sentimiento o idea, será otra cosa, pero
no oración cristiana. La oración cristiana tiende siempre a la conversión del
orante. Y convertirse en cristiano es ir asumiendo en la propia vida el estilo
de vida de Jesús. Cada vez más mansos, cada vez más humildes. Cada vez más
comprensivos. Cada vez más misericordiosos, puros, alegres, pacíficos,
comunitarios, trabajadores por la justicia, pobres de corazón.»[11]
[1] Caballero,
Nicolás, CMF PARA FORMAR ORANTES LA ORACIÓN ESENCIA DE UN PROYECTO FORMATIVO I Publicaciones
Claretianas. 2da Edición Madrid España 1994 p. 12
[2] Myre,
André ABBÁ: LA ORACIÓN DE LOS DISCÍPULOS DE JESÚS. En AA,.VV. LA BIBLIZA EN
ORACIÓN Ed San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia p. 85
[3] EL
DISCIPULADO EN EL EVANGELIO DE LUCAS DESDE LA ORACIÓN Conferencia Episcopal de
Colombia Sección de Pastoral Bíblica . Septiembre de 2006 p. 54.
[4]
Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed.
San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia 1998 pp. 89-90
[5] De
Mello, Antonio, s.j. SADHANA UN CAMINO DE ORACIÓN Sal Terrae Santander-España
1979 pp. 137-138
[6]
Loew, Jacques EN LA ESCUELA DE LOS GRANDES ORANTES. Narcea S.A. de Ediciones
Madrid España. 1977 pp. 24-25
[7]
Kazantzaki, Nikos OBRAS SELECTAS T. III Ed. Planeta Barcelona- España 1968 p.301
[8]
Ibid.
[9] De
Mello, Antonio, s.j. Op. Cit. p. 141
[10] Loew, Jacques Op. Cit. p.26
[11] Mazariegos,
Emilio. LA AVENTURA APASIONANTE DE ORAR. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 3ª reimpresión
2004 p. 157