viernes, 26 de julio de 2013

VENGA A NOSOTROS TU REINO


Gn 18, 20-32; Sal 138(137), 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8; Col 2, 12-24; Lc 11, 1-13


Una necesidad vital aparentemente innecesaria

Como plataforma de despegue vamos a proponer una definición de la oración que para abordar la aproximación a la “oración del Señor” nos sirva de mapa general, pero también de acicate: «La oración es un permanente y fascinante mundo de averiguación, donde Dios se deja ‘investigar’ en su Hijo; donde el Hijo se deja investigar en su humanidad; donde el hombre aprende las pautas dinámicas para reproducir el estilo y la fuerza de relación que Jesús tenía con su Padre.»[1] Una de las principales ventajas que le vemos al enunciado anterior es que descarta aquella visión según la cual la oración consistiría en «recitar un texto como una fórmula… esta plegaria viene a ser dicha de una manera mecánica, sin una vinculación suficiente con la vida misma.»[2] La oración es un caminar en el ansia de Dios, en un profundísimo deseo de acercarnos, de permitirle entrar en nuestra vida, pero dadas las imposibilidades para acercarnos a Él directamente, lo hacemos acercándonos a la amistad con quien nos ha dicho que si lo vemos a Él vemos al Padre (Jn 14, 9); aquí está condensado el cómo pero ¿para qué? Para entender esa relación paternal-filial y, entonces, filializarnos nosotros: sí, es un esfuerzo hacia nuestra filiación; lo cual no se alcanza por la repetición de fórmulas ni por medio de la recitación de plegarias. Más aún, ¡no se logra por medio de conductas rituales!

La oración tiene todo que ver con los diversos planos de la vida
v  Con las búsquedas más profundas de la persona
v  Con las necesidades básicas de la vida
v  Con la definición de la identidad personal
v  Con la calidad de las relaciones interpersonales
v  Con la capacidad para ejercer la reconciliación
v  Con la visión de la vida
v  Con la justicia[3]

Sin embargo, «Hay quien descuida la oración y hay quien no cree en ella: pero el motivo a veces es el mismo. Se cree que es ineficaz o que no sirve. El presunto silencio de Dios respecto de nuestras expectativas lleva a menudo a una especie de resentimiento interior, que termina en la duda o en el desafío: “Si Dios no me escucha, no existe”. ¿Es posible que Dios no escuche o tal vez dé una respuesta distinta de la esperada? La opinión más difundida es que la oración no es útil, no sirve para resolver los problemas de la vida  ni las necesidades de la existencia. En la graduación de las cosas inútiles, la oración ocupa el primer puesto. Se dice que ella aparta de la vida, que crea espacios ilusorios; al máximo, no perjudica cuando no se tiene nada que hacer. Son otros los verbos que hacen percibir a las personas de nuestro tiempo la impresión de hacer cosas útiles: realizar, construir, poseer, alcanzar. El orar no tiene nada que ver con esta lógica… La eficacia de la oración constituye una “desproporción”: la respuesta de Dios siempre es más grande que nuestras peticiones, que nuestas expectativas. Aunque, a veces, “misteriosamente” diversa.»[4]

Oración de intercesión

«Vienen a la mente toda clase de objeciones: ¿Por qué deberíamos pedir a Dios algo que sabe necesitamos?... Jesús parece dar de lado a todas estas objeciones y anunciar una ley misteriosa del mundo de la oración: que Dios, por propia voluntad, ha colocado su poder, en cierto sentido, en manos de la persona que intercede, de manera que, mientras la persona no interceda, su poder queda maniatado.

Ese es el gran atractivo de la oración de intercesión: que cuando la practicas adquieres un tremendo sentido del poder enorme que encierra. Y, una vez que hayas sentido ese poder, no cesaras de orar. Al final del mundo comprenderemos en qué medida han sido configurados los destinos de las personas y de las naciones no tanto en virtud de los acontecimientos externos provocados por personas con poder y por acontecimientos que parecían inevitables, sino por el silencioso, callado, irresistible poder de la oración de personas a las que el mundo jamás conocerá.



Teilhard de Chardin habla en el medio divino de una religiosa que ora en la capilla perdida en un lugar desierto; cuando lo hace, todas las fuerzas del universo parecen organizarse en consonancia con los deseos de aquella figurilla que ora y el eje del mundo parece atravesar aquella capilla desierta.»[5]

Dice Jacques Loew que «Orar es aceptar la noche de la fe, la de las contradicciones y los sufrimientos. ¡Cuidado con mandar todo a paseo demasiado pronto! Como dice San Juan de la Cruz: “Muchos no adelantan; habiendo emprendido el camino de la virtud, y queriendo Nuestro Señor ponerlos en esta noche oscura, para llevarlo por ella a la unión divina, no pasan adelante porque se detienen en las tinieblas.”… Abraham,… en su intercesión por Sodoma También aquí es Dios quien toma la iniciativa. Es el que plantea la cuestión: “¿He de encubrir yo a Abraham lo que he de hacer?” Le expone la situación, y es él, Dios, el que va a suscitar la intercesión de Abraham. Dios le dice: El clamor de Sodoma y Gomorra ha crecido mucho, y su pecado se ha agravado en extremo.” Cuánto hay que señalar aquí. Ante todo, el corazón de Abraham humilde y osado al mismo tiempo. El pecado de Sodoma le lleva a la oración de intercesión…”Yo, que soy polvo y ceniza”…Pro el conocimiento de nuestra miseria le permite toda su osadía para hablar con Dios.»[6]

Queremos compartir una página de Nikos Kazantzaki, de su Carta al Greco, en ella Kazantzaki recrea y re-escribe el episodio de regateo entre Abrahán y Dios; en ella, igualmente, Abraham y Lot llevan su osadía hasta límites irreverentes. En la perícopa que ocupa el lugar de la Primera Lectura Abrahán intercede por las ciudades de Sodoma y Gomorra cuya corrupción e inmoralidad les valió la sentencia de destrucción. Tal era la depravación en estas ciudades, que se hicieron proverbiales como tipos de inmoralidad, de abuso de los árboles del conocimiento y la vida. Pero miremos como la replanteó y hasta dónde la llevó Kazantzaki:

«Apresuré el paso, gané la orilla venenosa del Mar Muerto, entré en el desierto. Mi mirada sobreexcitada, estremecida, se detenía en las aguas muertas, como si procurara distinguir en el fondo las antiguas ciudades sumergidas. Y mientras miraba, un relámpago amarillo atravesó mi mente y vi: un pie todo poderoso y colérico había pasado por allí, había aplastado las dos ciudades, Sodoma y Gomorra, y las había sepultado. Mi corazón se oprimió: un pie todopoderoso aplastará un día nuestras Sodomas y nuestras Gomorras y este mundo que ríe, se divierte y olvida a Dios, se convertirá a su vez en un Mar Muerto. Así, a cada tanto, el pie de Dios pasa y aplasta las ciudades demasiado satisfechas, demasiado inteligentes.



Me asusté. Me parece que Sodoma y Gomorra es el mundo de hoy, poco antes de que Dios pase sobre él. Creo oír ya su paso terrible que se acerca.

Me detuve sobre una duna baja, permanecí largo rato contemplando las aguas malditas; me esforzaba en extraer de su seno pegajoso las ciudades pecadoras, tan llenas de encanto. Para que resplandezcan aún un instante al sol, para que tenga el tiempo de verlas, para que mis parpados se agiten una vez más y luego que las ciudades desaparezcan.

Sodoma y Gomorra estaban echadas a la orilla del río como dos rameras, y se abrazaban; los hombres copulaban con los hombres, las mujeres con las mujeres, los hombres con yeguas y las mujeres con toros. Comían, comían con exceso los frutos del Árbol de la Vida. Comían, comían con exceso los frutos del Árbol del Conocimiento. Habían roto sus imágenes sagradas y habían visto que no eran más que madera y piedra; habían roto las ideas y habían visto que sólo estaban llenas de viento. Se habían acercado mucho a Dios y se habían dicho “Este Dios es hijo del Temor y no padre del Temor” y así le habían perdido miedo. Habían escrito con gruesas letras amarillas en las cuatro puertas fortificadas de su ciudad: AQUÍ NO HAY DIOS. Dios, ¿qué quiere decir esta palabra? No hay rienda para nuestros instintos, no hay recompensa para el bien ni castigo para el mal, no hay virtud ni pudor, ni justicia; somos lobos y lobas en celo.

Dios se enojó, llamó a Abraham: “¡Abraham!” “Ordena, Señor” “Abraham, toma tus ovejas, tus camellos, tus perros, tus esclavos, hombres y mujeres, tu mujer, tu hijo y vete. Vete, he tomado mi decisión.” “He tomado mi decisión, Señor, quiere decir en tu boda: ¡Quiero matar!” “Su corazón tiene demasiada alegría, su mente es demasiado vigorosa, su vientre está demasiado lleno, ¡ya no los soporto! Levantan casa de piedra y hierro, como si fueran inmortales; construyen hornos, encienden fuegos, funden metales. Yo había expandido una lepra sobre el rostro de la tierra, el desierto porque así lo quería. Y los hombres de aquí abajo, en Sodoma y en Gomorra, riegan abonan, trasforman el desierto en un jardín… El agua, el hierro, las piedras, el fuego, elementos inmortales, se han convertido en sus esclavos. Ya no los tolero. Han comido del Árbol del Conocimiento, han cogido sus manzanos, ¡morirán!” “¿Todos, Señor?” “Todos, ¿no soy todopoderoso?” “No, Tú no eres todopoderoso, Señor, porque eres justo. Tú no puedes cometer injusticias, ni infamias, ni cosas absurdas.” “Qué podéis saber vosotros sobre lo justo o lo injusto, sobre e  honor o la infamia, sobre lo razonable o lo absurdo, vosotros, gusanos de tierra, alimentados de tierra, que os convertiréis en tierra? Mi voluntad es un abismo. Si pudierais mirarla de frente, se apoderaría de vosotros el terror” “Tú eres el amo de la tierra y del cielo, Tú tienes en la misma mano la vida y la muerte y eliges; y yo soy un gusano de la tierra; estoy hecho de tierra y agua, pero Tú has soplado sobre mí, y de la tierra y el agua ha surgido un alma, así que hablaré. Hay millares de almas que comen, beben, ríen y se divierten en Sodoma y en Gomorra; hay allí millares de mentes que se han hinchado como serpientes, que lanzan su veneno hacia el cielo y silban. Pero si entre ellos hay cuarenta justos, ¿los quemaras?” “¡quiero nombres! ¿Quiénes son esos cuarenta?” “Si hay veinte, ¿veinte justos Señor?” “¡Quiero nombres! Cuento con los dedos” “Si hay diez, ¿diez justos, Señor? ¿Si hay cinco?” “¡Abraham, cierra esa boca impúdica!” “Piedad, Señor, Tú no eres solamente justo, también eres bueno. Maldición sí solamente fueras todopoderoso, maldición, si sólo fueras justo; el mundo estaría perdido! Pero Tú eres también bueno , Señor, y por eso el edificio del mundo puede todavía sostenerse en el aire.” “¡No te arrodilles, no extiendas las manos para abrazarme las rodillas, yo no tengo rodillas! ¡No empieces a lamentarte para enternecer mi corazón; yo no tengo corazón! Soy un bloque de granito negro, ninguna mano puede grabar sobre mí; he tomado mi decisión: voy a quemar a Sodoma y Gomorra.” “No te apresures, Señor; ¿por qué te apresuras cuando se trata de matar? ¡He encontrado!” “Qué has encontrado?, gusano de tierra, arañando la tierra?” “Un justo.” “Quién es?” “El hijo de mi hermano Harán, Lot.”

Inmóvil sobre la duna, sentía crujir mis sienes. Oía en mí la voz de Dios y la voz del hombre que luchaban. Un instante me pareció que el aire se hacía más compacto y que ante mí se erguía Lot, salvaje, descalzo, con una barba caudalosa y una llama en la frente. No el Lot del Antiguo Testamento, sino un Lot mío, rebelde, que no obedeciera a Dios, que no huyera para salvarse, sino que se apiadara de la graciosa ciudad y se arrojara, voluntariamente, al fuego, para ser quemado y perderse con ella.

¡Dile –gritaba él a Abraham- que no me voy! ¡Dile que yo soy Sodoma y Gomorra, que no me voy! ¿No dice Él que soy libre? ¿No dice jactanciosamente que Él me ha creado libre? Pues bien, entonces hago lo que quiero y no me voy.

-Yo me lavo y vuelvo a lavarme las manos, rebelde, y me voy.
-¡Buen viaje viejo virtuoso, buen viaje cordero de Dios! Y dile a tu amo: ¡El viejo Lot te saluda! Y dile también que no es justo. No es justo y no es bueno; ¡es todopoderoso, sólo todopoderoso, y nada más!»[7]

El propio Kazantzaki se escandalizaba de sí mismo espantado del texto que había escrito, añadió: «Como si saliera de una lucha desesperada, tomé aliento y miré detrás de mí. Me asusté: ¿cómo tal rebelde pudo salir de mis entrañas? ¿Dónde se escondía, en el fondo de mí mismo, detrás de Dios, esa alma salvaje e insumisa?»[8]

«… algunas personas cuando alcanzan un profundo sentido de unión con Dios, se ven empujadas por él a interceder por otros. Al principio sienten preocupaciones pensando que puede tratarse de distracciones: hasta que comprenden que fueron llevados a este estado de unión profunda con Dios precisamente para interceder por sus semejantes y para que esta intercesión, lejos de distraerles, les introduzca con mayor profundidad en la unión con Dios… Cuanto más prodigues los tesoros de Cristo sobre otros, más inundada se sentirá tu propia vida y tu corazón con ellos. Al interceder por los otros, estás enriqueciéndote a ti mismo.»[9]

Queremos destacar por quién está orando y abogando Abraham. No se trata de “peras en dulce” sino de terribles pecadores cuyas acciones eran –como lo dice Kazantzaki- «…Habían escrito con gruesas letras amarillas en las cuatro puertas fortificadas de su ciudad: AQUÍ NO HAY DIOS…». Y pese a su abominación, Abraham los defiende, casi con las mismas letras con las que Jesús nos justificaba desde el Madero al que lo teníamos claveteado, y donde tercamente seguimos remachándolo, “Perdónalos Señor porque no saben lo que hacen.” (Lc 23, 33c)



«Abraham no se atrevió a ir más lejos. Hubiera debido continuar aún más . No se atrevió a bajar hasta uno… Jeremías lo afirma: “Un solo justo habría bastado.”… si halláis un varón, uno solo, que obre según justicia, que guarde fidelidad, y la perdonaré, declara Yavé”… si hubiera bajado hasta uno, no hubiera encontrado a nadie, porque en último término, lo que se necesitaba era un único intercesor: Jesús.»[10]


Sólo dice Abbá quien verdaderamente es hijo



En fin, no es una retahíla para fortalecer la buena memoria. Su recitación no se puede visualizar o asociar con la idea de un “conjuro”. La oración del Señor se debe concebir –mucho mejor- como un proyecto de vida. Es todo un programa para meditar y poner en práctica, para corregir todos los días y mejorar de forma tal que mañana lo implementemos mejor. «Oración que no cambia la vida no es oración. Oración que se queda en mero sentimiento o idea, será otra cosa, pero no oración cristiana. La oración cristiana tiende siempre a la conversión del orante. Y convertirse en cristiano es ir asumiendo en la propia vida el estilo de vida de Jesús. Cada vez más mansos, cada vez más humildes. Cada vez más comprensivos. Cada vez más misericordiosos, puros, alegres, pacíficos, comunitarios, trabajadores por la justicia, pobres de corazón.»[11]




[1] Caballero, Nicolás, CMF PARA FORMAR ORANTES LA ORACIÓN ESENCIA DE UN PROYECTO FORMATIVO I Publicaciones Claretianas. 2da Edición Madrid España 1994 p. 12
[2] Myre, André ABBÁ: LA ORACIÓN DE LOS DISCÍPULOS DE JESÚS. En AA,.VV. LA BIBLIZA EN ORACIÓN Ed San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia p. 85
[3] EL DISCIPULADO EN EL EVANGELIO DE LUCAS DESDE LA ORACIÓN Conferencia Episcopal de Colombia Sección de Pastoral Bíblica . Septiembre de 2006 p. 54.
[4] Masseroni, Enrico. ENSEÑANOS A ORAR. UN CAMINO A LA ESCUELA DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia 1998 pp. 89-90
[5] De Mello, Antonio, s.j. SADHANA UN CAMINO DE ORACIÓN Sal Terrae Santander-España 1979 pp. 137-138
[6] Loew, Jacques EN LA ESCUELA DE LOS GRANDES ORANTES. Narcea S.A. de Ediciones Madrid España. 1977 pp. 24-25
[7] Kazantzaki, Nikos OBRAS SELECTAS T. III Ed. Planeta Barcelona- España 1968 p.301
[8] Ibid.
[9] De Mello, Antonio, s.j. Op. Cit. p. 141         
[10] Loew, Jacques Op. Cit. p.26
[11] Mazariegos, Emilio. LA AVENTURA APASIONANTE DE ORAR. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 3ª reimpresión 2004 p. 157

sábado, 20 de julio de 2013

TANTAS ROSTROS QUE TIENE EL FORASTERO
Gn 18, 1-10; Sal 15(14), 2-3ab. 3cd-4ab. 5; Col 1, 24-28; Lc 10, 38-42


Que se mantenga entre ustedes el amor fraterno. No dejen de practicar la hospitalidad; ustedes saben que, al hacerlo, algunos, sin darse cuenta, dieron alojamiento a ángeles.
Heb 13, 1-2


Más sobre el mandamiento del amor

La invitación, para iniciar nuestra reflexión-contemplación para este XVI Domingo Ordinario del ciclo C, consiste en mirar una vez más la enumeración de acciones del “Samaritano” en la parábola con la que nos motivó Jesús en la liturgia del Domingo pasado:

a)    Lo vio y se compadeció
b)    Se le acercó
c)    Curó sus heridas con aceite y vino y se las vendó


d)    Lo puso en el mismo animal que él montaba y lo condujo a un hostal
e)    Se encargó de cuidarlo
f)     Pagó con dos monedas los cuidados que el hostelero le prodigara
g)    Contrajo el compromiso de pagar los adicionales que fueran necesarios.

Queremos subrayar que esta hospitalidad que mostró el Samaritano no se extendía mientras se lo quitaba de la vista, no lo hizo por apaciguar el dolor que él presenciaba, tampoco quería apaciguar su conciencia, sino que se extendió –previsivamente- con sincera y profunda preocupación por el otro, digámoslo así, hasta cuando fuera necesario, mientras su convalecencia durara.

Ahora, hagamos una nueva enumeración de acciones “hospitalarias”, se trata esta vez de Abraham –en la Primera Lectura de este domingo XVI Ordinario del ciclo C- que, estando en las montañas de Judá, “acoge” a tres hombres que estaban וְהִנֵּה֙  שְׁלֹשָׁ֣ה  אֲנָשִׁ֔ים  נִצָּבִ֖ים  עָלָ֑יו de pie frente a él:

a)    Levantó la vista y vio
b)    Se levantó rápidamente a recibirlos
c)    Los saludó con inclinación de cabeza hasta el suelo


d)    Les rogó que no pasaran de largo
e)    Les ofreció agua para lavarse y refrescarse los pies
f)     Les brindó la sombra protectora de los árboles
g)    Pidió a Sara amasar 20 kilos de harina para hacerles pan
h)    Les hizo asar un becerro
i)      Les brindo, como entrada, cuajada y leche
j)      Estuvo allí parado, atento a lo que se les pudiera ofrecer. No se trata de un cuidar mientras tanto, como si nuestra vida estuviera dividida en capítulos o en párrafos donde ya pasó esto y ahora punto a parte, es un compromiso que se extiende, que se prolonga, que dura; digámoslo de la siguiente manera, una vez se empieza a actuar “projimamente” ya la “projimidad” no se extingue, no es un “por ahora”, sino un vínculo que se ha establecido (queremos comentar que la palabra “establecido” significa que se ha hecho “estable”); este vínculo es de hermandad, de fraternidad pero no sólo con nuestros hermanos de carne y sangre, tampoco se limita a los cercanos en raza o en grupo social, sino con todo aquel que pueda esperar o necesitar algo de nosotros, claro, pues somos hermanos porque todos somos hijos del mismo Padre Celestial y hermanos en Cristo Jesús Nuestro Señor.



Ahora, no es necesario pasar a una definición abstracta de la hospitalidad, veamos los ejemplos bíblicos y extraigamos de ellos las consecuencias para nuestra vida. La Palabra de Dios está allí, no para convertirla en definiciones sino para traducirla en vivencias. Extrapolemos todas las conclusiones. Podríamos –para facilitar su comprensión- resumirlo diciendo que cada situación o cada vez que alguien (sin importar de quien se trate) se cruza en nuestra vida, en nuestro camino, es otro prójimo que nos regala Dios. Y, recíprocamente, cada vez que tenemos un nuevo prójimo, o nos hacemos conscientes  que esa “persona” es un prójimo, no es que nosotros “le demos” el cuidado o la atención que él necesita; es Dios mismo quien nos ha dado una oportunidad de cumplir con su mandamiento de Amor. Las acciones con las que traducimos el amor en realidad conforman la hospitalidad. Así que -parodiando el que se usó como título de una canción- diremos que la hospitalidad es verbo no sustantivo.



La hospitalidad se ejercita con el “peregrino”, con el “forastero”, y entre los pueblos medio-orientales era proverbial y hasta indispensable para la sobrevivencia, esta práctica. Cruzar el desierto hacía necesario al transeúnte que se encontraba con los escasos habitantes, que estos últimos los recibieran les prodigaran agua, alimento y cobijo. Repetimos que nació de una necesidad acuciante dentro de este contexto. Podríamos decir que Dios se valió de este lenguaje de la naturaleza agreste, para enseñarles y luego difundir –precisamente por medio de nosotros- esta enseñanza.

Salmo de peregrinación

La fe del pueblo judío del pueblo elegido (y en general de los pueblos del medio oriente), se mostraba -entre otras cosas- en la peregrinación a los centros de culto, estas peregrinaciones son, para ellos, un precepto. También nosotros hemos aprendido a rendir culto a través de este tipo de acciones. Solemos “peregrinar” a nuestros centros de culto, especialmente allí donde Dios nos ha manifestado su bondad con algún prodigio; se trata de lugares donde Dios sigue comunicando y prodigando su Misericordia, algo así como la geopolítica de la fe, ventanas por donde la Bondad Divina se cuela desde su dimensión hasta la nuestra. En esos puntos se cultiva y se manifiesta la “fe popular”.



Esta fe –recordemos que Dios ha preferido dirigirse a “sus pequeños” para confundir a los que se creen sabios- es una fe plena de “intuiciones”, sin ribetes, encajes ni florituras teológico-filosóficas. No podemos ni debemos combatirla, muy por el contrario, entender su fuerza como expresión de un diálogo muy personal entre Dios y su pueblo. Pero tampoco podemos cruzarnos de brazos y permitir que el “Malo” se agazape en sus sofisticados disfraces y medre allí. Aun cuando es un ángel “caído”, es un ángel y cuenta con recursos de sofisticación inimaginable. ¡Estemos alerta!

El pueblo Israelita peregrinaba al Templo de Jerusalén, anualmente; y ¿qué hacían ellos? Pues en los atrios del templo se prodigaba una “catequesis” sencilla y resumida antes de ingresar en él; nosotros diríamos como una especie de ejercicio filtrónico-depurativo, para prevenir las desviaciones en la fe: recordemos entre las obras de caridad “enseñar al que no sabe” y “corregir al que yerra” (no se puede pasar de largo sin recordar que esto se debe practicar con caridad, no con arrogancia y soberbia de sabelotodo). Así nacieron por lo menos 4 salmos que vacunaban contra escorias paganos que salpicaban la fe monoteísta en YHWH; entre ellos está el de la liturgia de este Domingo XVI, el Salmo 15(14) que nos contesta “quién puede hospedarse en la Tienda del Señor y quién es digno de morar en su Monte Santo”.



De esta manera, descubrimos (o recordamos) otra forma de hospitalidad, otra expresión de la caridad cristiana: “enseñar al que no sabe” y “corregir al que yerra”. Esto es tanto más importante cuanto se trata de asuntos de fe, donde el “Malo” guisa sus caldos, donde el paganismo, la superstición y un sincretismos deformantes lo enturbian todo. Cultivar la fe es también depurarla de ese tipo de escorias. La hospitalidad no es sólo dar posada al peregrino.

No podemos pasar sin enfatizar que la “fe popular” encierra esa fuerza y esa verdad que proviene de Dios mismo, aun cuando muchas veces se manifieste sin toda la pureza ritual de la “liturgia” oficial-ortodoxa. Y ¡Cuidado! Porque muchas veces la fe de los “cultos”, de los “intelectuales”, tiende a hacerse una fe de eso, de ritos, pero una fe fría, de “sacrificios y holocaustos” que no agradan al Señor. Existe el peligro de Caín y Abel para todos nosotros que podemos ver que Dios se complace en el culto sencillo de la gente del común, de la gente del pueblo; y, en cambio, nuestro “docto” sacrificio no sea agradable a Él, no sea incienso agradable a su Presencia.

Acoger nuestra misión de evangelizadores

Continuamos en la Carta a los Colosenses que iniciamos el Domingo anterior, la perícopa que nos ocupa esta vez es 1, 24-28. San Pablo 8º su seudoepigrafista) está practicando esa hospitalidad a la que se refiere el Salmo, la depuración filtrónica de la fe, la evangelización. Se trata de la hospitalidad a la misión que hemos recibido cuando fuimos llamados y regalados con la fe, porque Dios se nos quiso revelar y, al hacerlo así, nos eligió como pueblo suyo. En la epístola se nos indica  no evangelizar a medias puesto que la misión que él ha recibido de Dios es τὴν δοθεῖσαν μοι εἰς ὑμᾶς πληρῶσαι τὸν λόγον τοῦ θεοῦ, anunciar un Mensaje Completo y en eso no para mientes en usar toda estrategia, en apoyarse en toda didáctica, en echar mano a todo recurso. ¿Cuándo estará completa la misión? Cuando los evangelizados alcancen τέλειον ἐν Χριστῷ· una “madurez en su vida cristiana” es decir, cuando ya no sean blanco fácil de las deformaciones de la fe a las que nos referimos en el apartado anterior, donde el “Malo” hace buenas migas. Es pues hospitalidad en la fe.



Hay otras formas de hospitalidad en la fe que sólo vamos a mencionar:

a)    El Ministerio de la Acogida en el Templo, con dulce acogida especialmente para los “visitantes” pero no menos tierno y dulce con los “asiduos”.
b)    La preocupación por aquellos hermanos en la fe que vemos alejarse paulatinamente
c)    La sincera y cálida fraternidad que mostramos en el saludo de paz como signo de Comunión previo a la recepción Eucarística
d)    El Ministerio de la Eucaristía para nuestros hermanos enfermos que no pueden venir a la mesa Eucarística en el Templo


e)    El diálogo fraterno procurando el acercamiento y la llegada (o retorno) de los hermanos cristianos no católicos.
f)     La hospitalidad eucarística, en los casos en los que la ley canónica lo permite. En este asunto el celo apostólico ocupa el lugar preeminente sobre los intereses ecuménicos que en su afán por una Iglesia-Una, desembocan en soluciones facilistas que no construyen Comunión sino que por alcanzar un ideal, debilitan la posibilidad de llegar a la tan anhelada unidad.
g)    La construcción de pequeñas comunidades donde el ejercicio de esta hospitalidad no tenga rostro anónimo.

Jesús hospedado en casa de sus amigos

Ya lo hemos mencionado en otra parte: es falsa la dualidad entre Marta y María, porque ambas, tanto la vida activa como la vida contemplativa son absolutamente necesarias para una práctica de fe sincera y consecuente. Leída, con cuidado y atención, la perícopa del Evangelio según San Lucas pertinente a esta fecha litúrgica,  es obvio que Jesús no desprecia ninguna de las dos mujeres, para Él ambas actitudes son valiosas. Pero, señala un “norte” a la fe consecuente: ¡No afanarnos febrilmente en el activismo!



Para que el encuentro y la presencia de Jesús pueda llegar a ser fructífera, se necesita sacar todos los momentos necesarios para escucharlo. Se necesita estar ahí, con los cinco sentidos acogiéndolo. Se trata de la Hospitalidad Espiritual.  Jesús pasa por nuestra vida pero podemos decir, bienvenido Señor, pasamos la hoja y vamos a otra cosa. Luego, Jesús pasó, pero no se pudo quedar, nos parece semejante a la situación del vendedor puerta a puerta a quien la abrimos, lo saludamos y le decimos no gracias, y la puerta se vuelve a cerrar. Cuando “damos la vuelta a la página” y pasamos a otra cosa, Jesús se ve obligado a seguir de largo, sabemos que Él “no entra a la fuerza”: lo triste es que Él no prosigue a la siguiente puerta sino que se queda ahí, afuera, como un pordiosero, aguardando si más tarde, quizás, lo invitemos a entrar. Permanece allí en nuestro umbral a ver cuándo queremos darle hospitalidad.



Este Domingo de la Hospitalidad la liturgia ha pasado revista a sus varias formas, que más que un techo y un “plato de sopa”, consiste en una actitud abierta del corazón que descubre una necesidad, cuida, vela y protege. La hospitalidad hecha acogida no se puede reducir a servir aguas-aromáticas calentitas a los ancianos y enfermos que viene a “misa”. Ese servicio es hermoso pero la hospitalidad que la fe, la Iglesia y Jesús (quien está a la raíz de la fe y la Iglesia) esperan de nosotros. Esta hospitalidad nos reclama ir más allá hasta una metanoia, hasta una trasformación de nuestro modo de ver y de hacer la acogida. «María toma la iniciativa de romper con… esquemas culturales. Y recibe la felicitación de Jesús por haber elegido la parte que no le será quitada. En una sociedad que sigue siendo machista a pesar de tantos avances de la mujer, María –y la palabra de Jesús- nos confirman que hay una alternativa superadora. Que no necesariamente los esquemas culturales deben mantenerse, ya que sencillamente no siempre estos esquemas se identifican con la propuesta de Dios para nuestra historia manifestada en su palabra. La palabra de Dios es el criterio; y no es la afirmación de viejos esquemas lo que manifiesta la fidelidad al proyecto de Dios. María, la discípula, la que se atreve a dar un salto insólito en su tiempo, nos invita a buscar poner en acto la palabra para que nuestro mundo presente se asemeje un poco más al mundo que Jesús quiere y nos dejemos iluminar por su ejemplo para buscar con todos nuestros hermanas y hermanos “la parte que no nos será quitada”.»[1]



[1] de la Serna, Eduardo (Pbro.). MARÍA DE BETANIA. En la Revista IGLESIA SINFRONTERAS. Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús # 358 Septiembre de 2012 p. 15

sábado, 13 de julio de 2013

GUARDAR SUS MANDAMIENTOS


HACERSE PRÓJIMO

Dt 30,10-14; Sal 69(68), 14.17.30-31.33-34.36ab.37; Col 1,15-20; Lc 10, 25-37

Todo está en función de la vida ajena:…
…que cada día sea capaz de gastarme…
…que me convenza… que
cuánto más me doy, más me pertenezco,
cuando asumo una carga ajena,
me crecen las alas.

Averardo Dini


Salmo Mesiánico

Nos ocuparemos en primer término del Salmo, el Salmo pertinente a este XV Domingo Ordinario del Ciclo C, es el Salmo 68(69), un Salmo de súplica. Este Salmo está conformado por 37 versos (36 si no se toma en cuenta la indicación de autoría y música con la que se debía acompañar). Se puede dividir en 5 partes: I versos 2-5; II versos 6-13; III versos 14-22; IV versos 23-29 y V versos 30-37. Las partes I y II  conforman la Lamentación;  las partes III y IV constituyen la Oración y la parte V la Acción de Gracias. La perícopa que tomamos para la liturgia está formada por dos versos tomados de la Oración (III parte) y cinco versos y medio de la Acción de Gracias (V parte).



De este salmo se toman varios fragmentos de los que se hacen mención en el Nuevo Testamento aludiendo a Jesús por lo que la tradición Católica lo tiene por un Salmo Crístico que pre-anunciaba al Mesías, nuestro Salvador. Contiene en el cierre de la perícopa que nos ocupa (y que constituye el cierre del Salmo) una hermosísima profecía para quienes “aman su Nombre” porque ellos poseerán, heredarán y habitaran esa “Ciudad”, la que Él reconstruirá. Si Jesús, como sabemos, se refería a su Cuerpo como el “Templo” que el re-edificaría al Tercer Día, ¿no se estará refiriendo al Cuerpo Místico cuando ofrece reconstruir las “Ciudades de Judá”? Porque los “constructores del Reino” tenemos que discernir muy bien qué es lo que realmente corresponde reconstruir, claro bajo el liderazgo Suyo, porque ya lo veremos, “Él es también la Cabeza del cuerpo”(Col 1, 18a).

No está en un más allá inalcanzable.

Ahora, una ojeada a la Primera Lectura, tomada del capítulo 30 del Deuteronomio, versículos 10-14. Como primera glosa queremos retomar un fragmento de la Lumen Fidei en el numeral 46 donde el Papa Francisco se refiere la decálogo por que la perícopa del Deuteronomio se refiere a las leyes y mandatos que nos ha dado Dios por medio de Moisés, invitándonos a guardarlos: «La fe, como hemos dicho, se presenta como un camino, una vía a recorrer, que se abre en el encuentro con el Dios vivo. Por eso, a la luz de la fe, de la confianza total en el Dios Salvador, el decálogo adquiere su verdad más profunda, contenida en las palabras que introducen los diez mandamientos: « Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto » (Ex 20,2). El decálogo no es un conjunto de preceptos negativos, sino indicaciones concretas para salir del desierto del « yo » autorreferencial, cerrado en sí mismo, y entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia. Así, la fe confiesa el amor de Dios, origen y fundamento de todo, se deja llevar por este amor para caminar hacia la plenitud de la comunión con Dios. El decálogo es el camino de la gratitud, de la respuesta de amor, que es posible porque, en la fe, nos hemos abierto a la experiencia del amor transformante de Dios por nosotros.»



Esa es la ley de Dios una Ley que es un abrazo portador de misericordia. En la perícopa del Deuteronomio se nos indica, además, que para acceder a la Ley de Dios no tenemos que viajar hasta las estrellas, o ir a sitios inaccesibles. Ni siquiera tenemos que movernos al remoto Tíbet o a la India milenaria. No la Ley de Dios está en nuestro propio corazón y en nuestros propios labios; en el corazón para que la vivamos y vivamos aplicándola, y en los labios para poderla proclamar. Esto nos remite a la Sagrada Escritura, para conocer a Dios, para acercarnos a su Santa Voluntad, para poder conocer sus preceptos y mandatos.

El Documento de Aparecida, en el numeral 248, precisamente nos habla de este tema, nos dice que… « Se hace, pues, necesario proponer a los fieles la Palabra de Dios como don del Padre para el encuentro con Jesucristo vivo, camino de “auténtica conversión y de renovada comunión y solidaridad”. […] Los discípulos de Jesús anhelan nutrirse con el Pan de la Palabra: quieren acceder a la interpretación adecuada de los textos bíblicos, a emplearlos como mediación de diálogo con Jesucristo, y a que sean alma de la propia evangelización y del anuncio de Jesús a todos.» Ya en el numeral anterior había dicho: «De lo contrario ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y espíritu  no conocen a fondo?»

Una página cúspide cristológica



Colosas fue evangelizada por Epafras, allí surgió «… una herejía que mezclaba elementos paganos, judíos y cristianos. Sus seguidores daban mucha importancia a los poderes angélicos, a las fuerzas cósmicas y a otros seres intermediarios entre Dios y el hombre…»[1]. Sectas pre-gnósticas cuya labor era desvirtuar a Jesucristo poniéndolo a la misma altura de esos otros seres intermediarios. «En la comunidad cristiana de Colosas se tiende a conjugar la fe cristiana, el culto de las figuras mediadoras y de las potencias espirituales y la observancia de prácticas ascéticas.»[2] Los estudiosos coinciden en que la Carta a los Colosenses no es un escrito paulino sino que nos hallamos ante una seudoepigrafía. Como quiera que sea, en esta carta se procura enfrentar aquellas desviaciones.

La perícopa que conforma la Segunda lectura de este Domingo, son los versículos 15-20 del capítulo primero. El capítulo Primero inicia con el saludo que ocupa los versos 1 y 2; los versos 3 al 8 contienen una Acción de Gracias por los favores que los Colosenses han recibido al ser evangelizados; del 9-11 viene la oración que “Pablo, Timoteo y Epafras elevan a Dios a favor de los Colosenses; los versos 12 al 14 son una nueva acción de Gracias por la redención que Jesús, el Hijo de Dios nos ha alcanzado. Aquí se inserta  el Himno –según afirman los eruditos se trata de un himno pre-existente que se toma y se trae aquí- «un himno a Cristo, jefe del universo; un himno de respiro amplio, cósmico, que no soporta minimizaciones o restricciones algunas. En el himno el misterio de Cristo desemboca y se conjuga con el misterio de la Iglesia; la obra de la liberación abraza a la humanidad entera y a todos los seres creados; la naturaleza divina del Verbo se vincula con la concreción del misterio pascual. Una estupenda síntesis teológica del misterio crístico y cristiano… expresa en términos sensiblemente nuevos, expresa la misma fe en Cristo Señor, reconociéndolo como Creador y como redentor, como imagen del Dios Invisible y como jefe de la Iglesia, como el primogénito de los resucitados y como reconciliador universal.»[3] donde vemos a Jesús mostrado como –y retomamos la imagen Teilhardiana- el Alfa y el Omega.

En primer lugar, la primera afirmación que nos encontramos, es que Jesús es la imagen del Dios Invisible. Ya que nadie puede ver a Dios, Él mismo se manifiesta, se trasperenta poniéndose a nuestro alcance, por medio de su Unigénito.



Luego se nos dice que Cristo es el primogénito de toda la Creación, lo cual es una afirmación histórico-temporal de la existencia de Cristo antes de cualquier criatura, situándolo cronológicamente, hablando de un “antes”, de una precesión: por eso es el Alfa. Además, Él es el “fundamento” de todo lo creado, no sólo en la tierra sino también en el cielo; como las sectas se apoyaban en τὰ στοιχεῖα τοῦ κοσμοῦ “los elementos del cosmos” y se aceptaban la mediación de toda una serie de poderes angélicos, en la Carta a los Colosenses se nos dice que todo –sea visible o invisible- εἴτε θρόνοι εἴτε κυριότητες εἴτε ἄρχαι εἴτε ἐξουσίαι· “tronos, dominaciones, principados y potestades” están supeditadas y subyacen respecto a Cristo. Y se insiste en que Él es el Alfa cuando en el verso 17 leemos: καὶ αὐτός ἐστιν πρὸ πάντων καὶ τὰ πάντα ἐν αὐτῷ συνέστηκεν “Todo fue creado por Él y para Él, Él es anterior a toda existencia.”( συνέστηκεν “hayan consistencia, adquieren orden, resultan, convergen).

En el verso 18 vemos que καὶ αὐτός ἐστιν ἡ κεφαλὴ τοῦ σώματος τῆς ἐκκλησίας· Él es la Cabeza del cuerpo que es la Iglesia. En el numeral 18 de la Lumen Fidei se dice que: «Para la fe, Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Je­sús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver.»

Luego, apuntando hacia el final de los tiempos, tomando como referente la resurrección de Cristo, se remonta con visión escatológica hacía el futuro remoto y se afirma que ὅς ἐστιν [ἡ] ἀρχή, πρωτότοκος ἐκ τῶν νεκρῶν, ἵνα γένηται ἐν πᾶσιν αὐτὸς πρωτεύων, “Él es el principio, fue el primogénito de entre los muertos en resucitar, para tener así el primer puesto en todo”. Todo esto es vital para nuestra fe, significa que la historia no va errabunda, tiene un inicio, y luego, no con linealidad, pero si con seguridad, se encamina hacía un punto Omega, una especie de Feliz Desenlace; y esa Omega es perfección, es plenitud, alcanza el Pléroma: ὅτι ἐν αὐτῷ εὐδόκησεν πᾶν τὸ πλήρωμα κατοικῆσαι “Pues en Él (en Cristo) quiso residir la total plenitud”



El numeral 17 de la Lumen Fidei inicia diciendo que “Ahora bien, la muerte de Cristo manifiesta la total fiabilidad del amor de Dios a la luz de la resurrección. En cuanto resucitado, Cristo es testigo fiable, digno de fe (cf. Ap 1,5; Hb 2,17), apoyo sólido para nuestra fe. « Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido », dice san Pablo (1 Co 15,17). Si el amor del Padre no hu­biese resucitado a Jesús de entre los muertos, si no hubiese podido devolver la vida a su cuerpo, no sería un amor plenamente fiable, capaz de ilu­minar también las tinieblas de la muerte.” Por eso, en el cierre de la perícopa que nos ocupa de la Carta a los Colosenses, en el verso 20  leemos: καὶ δι’ αὐτοῦ ἀποκαταλλάξαι τὰ πάντα εἰς αὐτὸν εἰρηνοποιήσας διὰ τοῦ αἵματος τοῦ σταυροῦ αὐτοῦ, [δι’ αὐτοῦ] εἴτε τὰ ἐπὶ τῆς γῆς εἴτε τὰ ἐν τοῖς οὐρανοῖς. “Y por medio de Él todo se mudó, reconciliándolo (haciendo la paz) todo en Él mediante su sangre de cruz, lo de la tierra lo mismo que lo del cielo.” (Col 1,20).

Vamos a correr el riesgo de extendernos con exceso, pero nos parece muy importante procurar un mínimo de profundización en el concepto de “pleroma”; para tal efecto acudimos a Pierre Benoit, op.  Quien nos da tres intelecciones posibles de este concepto: « Los exegetas no están acordes en la interpretación de Col 1,19. Unos ven en la palabra pléroma la Iglesia, que completa a Cristo como el Cuerpo a la Cabeza. Este punto de vista tiene algo de verdadero. La epístola a los Efesios significa el culmen de una evolución en la que Pablo identifica prácticamente el Pléroma con la Iglesia. Pero este sentido no puede admitirse para Col 1, 19, pues esta evolución no ha llegado a su término.
Otros intérpretes, la mayor parte de los exegetas antiguos y modernos, ven en el pléroma la Plenitud de la Divinidad, de la vida divina. Pero la argumentación histórica en este sentido no es convincente. Además, si pléroma significa aquí plenitud de la presencia divina, la expresión plugo al Padre que en Él (Cristo) habitase toda la plenitud (Pléroma) tiene resabios de nestorianismo y contradice la doctrina de Pablo. Para éste, Jesús -Hijo de Dios- es Dios por naturaleza, no se hace Dios….
……………………………………………………………………………………………………..
El pléroma abarca todas las cosas, así las de la tierra como las del cielo. En otras palabras, el mundo terrestre y el celeste, incluido el mundo divino que Cristo lleva ya en sí por naturaleza, como Hijo de Dios. Así se comprende como la presencia del pléroma en Cristo es objeto de una habitación y el resultado del beneplácito divino. Esta incorporación del universo constituye una nueva etapa, gratuita por añadidura, en el plan divino de salud. Esta etapa comienza en la Encarnación y tiene su realización completa en la Redención. En el contexto de Col 1, 19 lo que le preocupa a Pablo es la integración de las Potestades celestes y el mundo material que ellas rigen en el mundo nuevo en Cristo. Cristo glorioso es su Jefe y por ellas el Jefe de todo el universo, como es de modo especial el Jefe -la cabeza- del Cuerpo que ha salvado. Así habita verdaderamente en Cristo toda la Plenitud: de Dios, que lo es por naturaleza, y del Mundo, que él ha reducido definitivamente a su obediencia.»[4]

Sin embargo, esa “convergencia”, esta manera de “abarcar” puede ser mal interpretada y conducir hacia una visión panteísta que quiere ver todo convertido en Dios, todas las cosas –según ellos- son Dios. Pero «Dios está presente en el cosmos y el cosmos está presente en Dios… La teología moderna ha acuñado otra expresión, el «panenteísmo» (en griego: pan = todo; en = en; theos=Dios). Es decir: Dios está en todo y todo está en Dios. Esta palabra fue propuesta por un evangélico, Frederick Krause (l781-1832), fascinado por el fulgor divino del universo.


El panenteísmo debe ser distinguido claramente del panteísmo. El panteísmo (en griego: pan = todo; theos=Dios) afirma que todo es Dios y Dios es todo. Sostiene que Dios y mundo son idénticos; que el mundo no es una criatura de Dios sino el modo necesario de existir de Dios. El panteísmo no acepta ninguna diferencia: el cielo es Dios, la Tierra es Dios, la piedra es Dios y el ser humano es Dios. Esta falta de diferencia lleva fácilmente a la indiferencia. Todo es Dios y Dios es todo, entonces es indiferente si me ocupo de una niña violada en un autobús de Río o del carnaval, o de los indígenas en extinción o de una ley contra la homofobia. Lo cual es manifiestamente un error, pues las diferencias existen y persisten.
Todo no es Dios. Las cosas son lo que son: cosas. Sin embargo, Dios está en las cosas y las cosas están de Dios, por causa de su acto creador. La criatura siempre depende de Dios y sin él volvería a la nada de dónde fue sacada. Dios y mundo son diferentes, pero no están separados o cerrados, están abiertos uno al otro. Si son diferentes es para posibilitar el encuentro y la comunión mutua. Mediante ella se superan las categorías de procedencia griega que se contraponían: transcendencia e inmanencia. Inmanencia es este mundo de aquí. Transcendencia es el mundo que está más allá de este. El cristianismo, por la encarnación de Dios creó una categoría nueva: la transparencia, que es la presencia de la trascendencia (Dios) dentro de la inmanencia (mundo). Cuando esto ocurre, Dios y el mundo se hacen mutuamente transparentes. Como decía Jesús: \"quien me ve a mí, ve al Padre\". Teilhard de Chardin vivió una conmovedora espiritualidad de la transparencia. Decía: «el gran misterio de cristianismo no es la aparición, sino la transparencia de Dios en el universo. No solamente el rayo que aflora, sino el rayo que penetra. No la Epifanía sino la Diafanía» (Le milieu divin, 162).»[5]


  
Así este himno Cristológico nos acerca a Jesús y nos adentra en el Misterio de su ser- Dios-y-ser-hombre y en el Misterio del proceso histórico de cristificación de todo que encuentra su detonante en la Encarnación-Muerte-Resurrección-Redención.

En síntesis, podemos volver a la reciente Lumen Fidei, donde en el numeral 15, el Papa francisco se expresa así: «La fe cristiana está centrada en Cristo, es confesar que Jesús es el Señor, y Dios lo ha resu­citado de entre los muertos (cf. Rm 10,9). Todas las líneas del Antiguo Testamento convergen en Cristo; Él es el « sí » definitivo a todas las prome­sas, el fundamento de nuestro « amén » último a Dios (cf. 2 Co 1,20). La historia de Jesús es la manifestación plena de la fiabilidad de Dios. Si Israel recordaba las grandes muestras de amor de Dios, que constituían el centro de su confesión y abrían la mirada de su fe, ahora la vida de Jesús se presenta como la intervención definitiva de Dios, la manifestación suprema de su amor por noso­tros. La Palabra que Dios nos dirige en Jesús no es una más entre otras, sino su Palabra eterna (cf. Hb 1,1-2). No hay garantía más grande que Dios nos pueda dar para asegurarnos su amor, como recuerda san Pablo (cf. Rm 8,31-39). La fe cristia­na es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo. « Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (1 Jn 4,16). La fe reconoce el amor de Dios manifesta­do en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último.».

La parábola del Buen Samaritano

Tratemos de decirlo en breves palabras: Si bien esta parábola nos da un mandato, una ley, un camino a recorrer, indicaciones concretas para salir del desierto del « yo » autorreferencial (si bien esta vez no es entregada por la mediación de Moisés) qué nos señala Dios, por medio de su Transparencia: la Voluntad de Dios es clara πορεύου καὶ σὺ ποίει ὁμοίως.”¡Ve y haz tú lo mismo!”, con esta expresión no sólo le habla Jesús al “Doctor de la Ley”, sino que se dirige directamente a cada uno de nosotros.


También tenemos que reconocer a Dios en el Samaritano, no sólo por ser rechazado, por ser marginado (y reconozcamos que nuestra cultura se basa en ignorar a Dios, donde la fe se convierte en una aceptación “verbal” y no “existencial”), sino también porque Él se ocupa del herido, del necesitado, porque Él se hace Prójimo nuestro al habernos creado a “su imagen y semejanza”. Pero además por su Fidelidad[6], por su Compañía permanente, por su Providencia, por su cuidarnos, por su ocuparse de nosotros.

Jesús también se hace “prójimo”, el hecho de “humanarse”, de “encarnarse”, es el máximo gesto de “projimización”; pero llegó al colmo de su “projimización” entregando la vida por nosotros: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos.” Jn 15, 13 Muchos han comentado que no se es prójimo, sino que se llega a serlo, por nuestras actitudes, por nuestra respuesta. Pero también a Jesús lo ignoramos, lo marginamos, lo marginalizamos cuando no somos capaces de ver en el pobre, en el maltratado, en el despreciado, en el herido a la vera del camino, su Rostro abofeteado, humillado y maltratado, su Rostro de Crucificado; cuando damos un rodeo para evitarlo.

Así, reflexionando en torno a la jugada decisiva de la vida, el cumplimiento de la ley de Dios para ganar la vida eterna, la ley cuyo cumplimiento lleva al Pléroma –en el evangelio según San Lucas-, hemos desembocado en el Evangelio según San Juan para ver cuál es el Mandamiento que nos da Jesús –Transparencia de Dios Padre- Αὕτη ἐστὶν ἡ ἐντολὴ ἡ ἐμὴ ἵνα ἀγαπᾶτε ἀλλήλους καθὼς ἠγάπησα ὑμᾶς. “Este es mi mandamiento: Que se amen unos a otros como yo los amé”(Jn 15,12). Esto es lo que hace el Samaritano y lo que se nos manda que vayamos también nosotros a hacer. No sólo decir que nos amamos sino hacerlo realidad con nuestras acciones.



[1] Storniolo, Ivo. Martins Balancin, Euclides. CONOZCA LA BIBLIA. Ed. San Pablo. Bogotá D. C. –Colombia 2002 p. 110
[2] Fabris, Rinaldo. PARA LEER A SAN PABLO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2da reimprsión 2006. p. 142
[3] Ghidelli, Carlo SAN PABLO, GRAN APÓSTOL DE LAS GENTES Ed. Instituto Misionero Hijas de san Pablo Bogotá, D.C. –Colombia 2008 p. 44
[6] Por eso, en la Biblia, verdad y fidelidad van unidas, y el Dios verdadero es el Dios fiel, aquel que mantiene sus promesas y permite comprender su designio a lo largo del tiempo.  LUMEN FIDEI # 28