καὶ δεῦρο ἀκολούθει μοι.
Sab 7, 7-11; Sal 89, (12-17); Heb 4, 12-13; Mc 10,17-30
Vivo el drama diario del hombre que tambalea
entre el deseo de las estrellas del cielo
y el amor al lodo de la tierra.
Averardo Dini
… el seguimiento de Cristo impone una elección decidida
entre dos realidades excluyentes: ser o tener.
Misal Romano
1
«Las palabras y los relatos de la Escritura tienen el poder de afectarnos profundamente tanto si somos conscientes de su origen como si no. El año 272, Antonio, primer eremita del desierto, oyó las palabras dirigidas al joven rico: “Anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme” (Mc 10, 21). Antonio tomó estas palabras como dirigidas personalmente a él e inmediatamente actúo en consecuencia…tuvieron un poderoso efecto sobre él y, en consecuencia, sobre la cristiandad en general, porque el movimiento que Antonio inició ha influido en la espiritualidad y en la vida religiosa cristiana hasta el momento actual.»[1]
Este Domingo XXVIII del tiempo ordinario, ciclo B, nos encontramos con uno de los elementos más importantes del discipulado. Jesús nos llama, pero ese llamado no es un llamado abstracto, no es como esas llamadas telefónicas cuando del otro lado de la línea sólo oímos una voz que se disculpa porque su intención era comunicarse con alguna otra persona, cuelga y no dice nada más. ¡No es ese el caso! El Señor nos llama a una propuesta muy completa, nos llama
a) A cumplir los Mandamientos: μὴ φονεύσῃς, μὴ μοιχεύσῃς, μὴ κλέψῃς, μὴ ψευδομαρτυρήσῃς, μὴ ἀποστερήσῃς, τίμα τὸν πατέρα σου καὶ τὴν μητέρα. No matar, no cometer adulterio, no robar, no levantar falso testimonio, no cometer fraude y honrar a padre y madre. Eso es lo primero, digamos así, la condición básica. (Cfr. Mc 10, 19)
b) Desprenderse de todo para atender a πτωχοῖς los pobres
c) Ahí si, por fin, estaremos listos para καὶ δεῦρο ἀκολούθει μοι.el “seguimiento” de Jesús. (Mc 10, 21)
Siempre se ha subrayado que Jesús no cita los tres primeros Mandamientos, y nosotros lo entendemos un poco en la línea de, si cumples los otros siete, ya estas cumpliéndole a Dios por entero.
Pero, además, el verdadero discipulado incluye la libertad del desprendimiento de todo, nada hay que encadene el corazón del discípulo, que enrede sus pies al caminar. Al contrario, el discípulo es enteramente libre, enteramente desprendido, desapegado puede marchar sin el peso obstaculizador de los “apegos”. Esta libertad de verdad que es muy necesaria y damos un par de ejemplos: tomemos el caso de la persona que quiere “servir” a su hermano enfermo, pero en ese horario cae el partido de fútbol, o el programa de televisión o la reunión con su grupo de amigos, ya en ese momento se establece una dualidad que fractura la unidad de la persona y que lo lleva al dilema “hago esto o hago lo otro”. ¿Cuántas veces hemos dejado de lado nuestro compromiso discipular porque el tele-noticiero estaba muy interesante o simplemente porque se estaban trasmitiendo los escrutinios electorales? (Como dijimos, son sólo un par de ejemplos).
Otro detalle de la mayor importancia es que Jesús no nos propone en su programa discipular, por ejemplo, ir siete veces al Templo, o leer todo el Salterio en una semana, o aprender de memoria medio catecismo de la Iglesia Católica, o aprender de memoria doce citas bíblicas. Toda esto puede ser valioso, pueden ser “ayudas” muy validas en el Camino de la fe, pero, no fue eso lo que Jesús contestó. Jesús no pidió rezar cuarenta rosarios semanales, o prender una velita a las Almas del Purgatorio (insistimos en que no hay nada malo en hacerlo y que, inclusive, hay mucho de bueno en ello), pero –y eso es lo fundamental- lo que Jesús pidió fue ser capaz de desprenderse de todo, en aras de favorecer a los pobres.
Después del “desprendimiento” viene el seguimiento. El verbo usado es ἀκολουθέω, el mismo del que se deriva la palabra, en español, “acólito”, la hemos traducido como “sígueme”, también es acompañar, ayudar, asistir, cuidar de, ver por. Entonces, para poder ser “discípulo de Jesús, es preciso ser totalmente libre para seguirlo.
Pensamos sinceramente que la riqueza, en sí misma, no tiene nada de malo; si la pudiéramos asumir con toda la libertad, si ella no nos obliga a contar y recontar cada moneda, si ella no nos sustrae de Dios para vivir en la preocupación de cómo multiplicarla, como llegar a tener más; y todavía peor, si ella no nos induce a pasar por encima de otros, sin miramientos, sin consideración, sin caridad, olvidando que son nuestros hermanos en Cristo Nuestro Señor, hijos del mismo Padre.
Hemos conocido χρήματα ricos “desprendidos”, capaces de dar de sus “riquezas” para favorecer a los necesitados, creando fundaciones para “socorrer” y paliar el dolor del más necesitado, del más frágil y no lo hacían por “reducir impuestos”. Creemos que se puede ser rico y ser libre, aún que, como nos lo dice Jesús, esa libertad es una Gracia que sólo Dios puede preservar en el corazón del “rico”, porque a estos, por lo general les cuesta, y mucho, ser sinceramente “desprendidos”. Estos “ricos buenos” no están por fuera de la dificultad inherente a la riqueza que se yergue como verdadera “tentación”.
No que sea mala per se la riqueza, sino que es peligrosa… Es el peso gravitacional de la riqueza, que tira hacía el fondo, que hala hacía el lodo: Las babas del Malo la embadurna… pero se puede limpiar… πάντα γὰρ δυνατὰ παρὰ θεῷ porque para Dios todo es posible.
Y esta crematalatría es cultural, vivimos inmersos en un ambiente que garantiza que la riqueza conlleva la felicidad, la realización personal, la plenitud. El becerro de oro ha erigido sus altares por doquiera, invadiéndolo todo, corroyendo, colándose por cada poro. Parece que en mayor o menor medida todos somos sus víctimas…
Definitivamente, Dios obra con otra lógica. Y, alabamos a Dios por su lógica teo-lógica.
2
La liturgia propone una perícopa del Salmo 90(89) formada por los seis versículos finales. Pide a Dios le conceda cierta sabiduría, la que dimana de mirar con objetividad la longitud de la vida. Ver cuanto dura una vida, setenta u ochenta años, a lo sumo, es una vida breve si se tiene en cuenta la vida de Dios que Existe desde siempre, sin principio ni fin, antes que las montañas fueran creadas y antes que la tierra fuese formada. (Cfr. Sal 90(89), 10. 2).
Cuando se es conciente de la fragilidad de la vida y de su brevedad, que es como la hierva que en la mañana reverdece y en la tarde se marchita, (Cfr. 90(89), 6) esa naturaleza efímera en lo que respecta al tiempo, es una forma de pobreza que reduce la altanería, y la seguridad en los propios recursos.
[12] .Enséñanos lo que valen nuestros días, para que adquiramos un corazón sensato.
למנות ימינו כן הודע ונבא לבב חכמה׃
[13] .Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?... Compadécete de tus servidores.
שובה יהוה עד־מתי והנחם על־עבדיך׃
[14] .Cólmanos de tus favores por la mañana, que tengamos siempre risa y alegría
שבענו בבקר חסדך ונרננה ונשמחה בכל־ימינו׃
[15] .Haz que nuestra alegría dure lo que la prueba y los años en que vimos la desdicha.
מחנו כימות עניתנו נות ראינו רעה׃
[16] .Muestra tu acción a tus servidores y a sus hijos, tu esplendor.
יראה אל־עבדיך פעלך והדרך על־בניהם׃
[17] .Que la dulzura del Señor nos cubra y que él confirme la obra de nuestras manos.
ויהי ׀ נעם אדני אלהינו עלינו ומעשה ידינו כוננה עלינו ומעשה ידינו כוננהו׃
El rico se caracteriza por su arrogancia prepotente, el rico tiene la altanería propia del ateo que afirma no necesitar ni depender de Dios. El pobre, por el contrario, reconoce su dependencia del Padre Celestial, como un pequeñuelo (tal y como lo comentamos al referirnos al Niño que Jesús abrazó en Mc 9, 36) que todo lo espera de sus padres. El rico es insufrible para Dios por eso, porque vive de espaldas a Dios, apoyado en su riqueza. Su frase insignia es “No necesito” y por tanto así procede y así vive, sin necesitar de El, de quien todos necesitamos.
En la perícopa del Salmo, (atribuido a Moisés) el salmista es conciente que incluso sus negocios, sus empresas, sus actividades pueden verse coronadas por el fracaso; cuántas veces fracasan los comerciantes más hábiles, cuántas veces la mejor siembra no carga ni siquiera germina. En la agricultura esta dependencia de la bendición que viene de Dios es muy evidente. Por eso, como lo traducen varios, el Salmo concluye “Que el Señor bondadoso nos ayude y dé prosperidad a nuestras obras (o a las obras de nuestras manos)” que es sencillamente una paráfrasis de la versión que hemos dado (Ver supra.).
¿De dónde proviene esa sabiduría, esa sensatez? ¿De donde obtendremos esa prudencia que es el verdadero tesoro que conduce a los otros tesoros verdaderos? Es el tema de la Segunda Lectura, la de Hebreos (4, 12-13). La fuente de la Verdadera Sabiduría es la Palabra de Dios “viva y eficaz y más penetrante que espada de dos filos”. La palabra de Dios contiene una sabiduría profundísima de la naturaleza humana, por eso puede sondearnos hasta la médula de nuestros huesos. ¿Cómo podría nuestro Padre no conocernos a fondo si nos conoce desde antes que nuestros huesos se formaran en el vientre materno?
«En la palabra de Dios hay muchos puntos que hablan inmediatamente al hombre, que encuentran directamente el camino al corazón y crean una voluntad valiente para servir al hombre. Coger estos puntos significa trabajar por el autentico bien de los hermanos.»[2]
3
Nos parece muy importante dejar claro que la pobreza no es una virtud en sí. No es algo para quedarse ahí. «…no quiere decir que los pobres sean, en principio, agradables a Yavé, sino que Dios considera el hecho de maltratar a los pobres como un atentado a su propia Soberanía sobre Israel.»[3] Hay que recalcar que la pobreza nos da una libertad para estar cerca de Dios pero es la otra cara de una moneda “maldita”: la riqueza, la que encadena, alejando de Dios.
Siempre está allí la amenaza de idealizar la pobreza. «Si el evangelio aconsejara, como frívolamente podríamos pensar, “no os preocupéis de aquello que comeréis pues el cuerpo no es importante. Pensad en el alma”, realmente sería el libro de la alienación. Pero no lo dice. Dice, más bien: no pongáis como objetivo de vuestra vida comer, beber y acumular capitales. Buscad el reino de Dios y su justicia. Buscadlo, sin esperar. Haced el reino de Dios y su justicia. Es decir, tratad de ser hombres tal como Dios os ha hecho… La justicia del reino consiste en reproducir en la tierra la imagen de Dios, que es la persona que anhela en todos sus actos y en todas sus relaciones un vínculo de amor; es el hombre que descubre que su realización puede cumplirse sólo en el amor. Cosa imposible si no se es pobre. Es decir, si no se libera en su devenir de todos los deseos que lo hacen centrarse en sí mismo e impiden la entrega al otro.»[4]
Concluimos diciendo con San Agustín: «En donde no hay caridad no puede haber justicia.»
[1] Barry, William A.sj. ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO? ENCUENTRO CON EL JESÚS HISTÓRICO EN LA ORACIÓN Ed. Sal Terrae Santander – España p. 20
[2] Martini, Carlo María. EN EL PRINCIPIO LA PALABRA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá – Colombia. 1995 p. 7
[3] Gelín, Albert. LOS POBRES DE YAVÉ Coed. Edicay – Vicaría sur de Quito –Ediciones Verbo Divino. Quito – Ecuador 1994 p.8
[4] Paoli, Arturo DIÁLOGO DE LA LIBERACIÓN Ed. Carlos Lohlé Bs. As. Argentina 1970 pp. 149-150
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