sábado, 18 de febrero de 2012

ÉL NOS CURA POR DENTRO Y POR FUERA

Is 43,18-19,21-22,24-25; Sal 40, 2-14; 2Cor 1, 18-22; Mc 2, 1-12

… los pecados eran mi verdadera parálisis,… Cuando el corazón no está esclavizado por el pecado, está lleno de Ti y las cargas de la vida se vuelven alas para volar. Amén

Averardo Dini


1

Tenemos el verbo ἀφίημι que podríamos traducir como despedir, despachar, liberar, o mejor librar, remitir, pero especialmente –como se ha traducido en este caso- perdonar. En esta perícopa, en el verso 5, lo mismo que en el verso 9, está usado en la forma ἀφίενταί “te quedan perdonados”. También, en el versículo 7 se usa en la forma ἀφιέναι que equivale a nuestro infinitivo “perdonar”.

Este verbo se contrapone al verbo ἔγειρε, al cual ya nos hemos referido en un blog anterior, verbo que tiene el significado de “resurrección”. En este caso, se traduce como “levántate”. Los dos verbos (perdonar y levantar) tienen una relación simétrica de oposición en este texto que nos ocupa. Y esto es así porque, como lo propone Etienne Charpentier, «… este relato… Está formado por el <montaje> entre un relato de un milagro y una controversia: intentad distinguirlos.»[1]; y la oposición de los dos verbos articula la controversia. Ni el paralítico, ni los cuatro que lo descuelgan por el hueco de la teja levantada venían buscando el perdón de los pecados sino la “levantada”, es decir el milagro de superar la parálisis.

Pero Jesús plantea una “dialéctica” entre causa y efecto, entre pecado y enfermedad, entre ser perdonado y poderse levantar, recoger la camilla e irse a casa. ¿Quiere decir que Jesús acepta que la enfermedad proviene del pecado, que es la manifestación física de su culpa? En otra parte del Evangelio, al ser interrogado por el origen de la enfermedad en un ciego de nacimiento, para saber si el pecado que causó su ceguera fue del ciego o de sus padres, Jesús niega esta teoría y su respuesta es contundente: no fueron ni este ni sus padres (cfr Jn 9, 1-41), desconectando así lo uno de lo otro. Estar enfermo era pues una exhibición de la pecaminosidad de alguien, esta persona estaría puesta en evidencia frente a todos, algo así como si Dios pusiera en picota pública al pecador. Los enfermos iban pues arrastrando el mostrarlo de su pecaminosidad y el pecador se veía puesto al margen, despreciado, aislado, ¿Quién iba a querer tener por amigo a un pecador? En la perícopa anterior sobre el leproso, vimos como Mc 1, 40-45; vimos como se marginaba al leproso y cómo quien entraba en contacto con él quedaba “impuro”. Todas estas formas de aislamiento generan marginación, y deshumanizan. En Mc 1, 41 “Jesús tuvo compasión, extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Yo lo quiero, queda limpio». Quisiéramos subrayar dos verbos en este versículo: tener compasión y tocarlo; la acción de tocar por parte de jesús rompe la barrera de aislamiento y en el leproso regenera la capacidad de vincularse nuevamente a la comunidad, es un gesto de acogida, de aceptación, con el cual Jesús reincorpora al leproso de su condición de ostracismo comunitario, ya no es más un rechazado, ya no está desplazado de su comunidad, “viviendo solo fuera del campamento” (Lv. 13, 46b).



En la perícopa de hoy, Mc 2, 1-12, el tema es la facultad que tiene el hombre de perdonar, que es exclusiva de Dios -como lo piensan los escribas allí presentes, pero que el Hijo del hombre nos la acerca, nos la transfiere, nos la co-munica y de la cual nos hace coparticipes por la vía sacramental. No podemos visualizar cómo se borran los pecados en el sacramento de la Conversión (la confesión) pero Jesús lo hace visible demostrando que el paralítico ya se puede “levantar”, entonces sus pecados si habían quedado perdonados cuando Jesús lo dijo. Ya pudieron ver que si podemos perdonar los pecados por Gracia divina comunicada y todos quedaron atónitos, de una sola pieza, porque “¡Nunca habíamos visto cosa igual”! Mc 2, 12.

Aún cuando allí no esté presente esta relación de causa y efecto entre pecado y enfermedad, Jesús aprovecha esos paradigmas interpretativos de la cultura judía para mostrar cómo la bondad de Dios transfiere lo que sólo es prerrogativa de Dios a los que tienen fe, y a través de Jesús a sus seguidores a los que tiene fe en el Hijo del hombre. Jesús recoge un factor de prejuicialidad que era de circulación corriente en esa sociedad, en ese tiempo, y lo aplica para mostrar que con la encarnación de Dios en la persona de Nuestro Señor Jesucristo, la compasión de Dios se puso a nuestro alcance y, el perdón de nuestros pecados, se puede lograr, mediado por los que Dios mismo llama a tal fin.

2

Uno de los elementos más sorprendentes en esta perícopa es el diligente empeño que ponen los cuatro que conducen al paralítico que, con gran confianza y seguridad saben que si el inválido logra ponerse en presencia de Jesús su curación será segura.



Cuentan los investigadores que era muy fácil acceder al techo de una vivienda porque se construían escalerillas exteriores para subir al techo; pero, levantar las tejas στέγην y hacer una tronera por la que pudiera pasar la camilla κράβαττον donde yacía el paralítico. Esta operación no es nada fácil, se requiere ir descolgando las cuerdas al mismo ritmo para que la camilla no se ladee y el hombre hubiera dado con toda su humanidad en tierra. Algunos exegetas observan que el duelo de casa no debía estar nada contento con aquellas peripecias, de hecho levantar el techo es como empezar a desbaratarle la casa. Otros, a quienes nos sumamos, tratamos de entender que pasaría por la cabeza de aquellos hombres, el paralítico y los cuatro empeñados en llevarlo ante la presencia de Jesús.

Si acudía gente de todas partes era porque la fama de Jesús se había regado por toda le región. Muchos sabrían ya los prodigios que Él estaba obrando. El divino Poder que manifestaba era ya del dominio público porque muchos, como el leproso, no podían callar pese a que el mismo Jesús se los prohibiera y lo habían difundido como un reguero de pólvora, según reza la proverbial fórmula popular para declarar la velocidad con la que se difunden este tipo de noticias que son de interés popular. Son las noticias que van de boca en boca sin necesitar de ninguna tecnología, que van saltando como un ave de corazón en corazón volando siempre con las alas al viento. Todos se enteran porque es vital para ellos; así el anuncio de una esperanza para el paralítico llegaría hasta ellos, y se habrían puesto en marcha buscando la salud, en una romería de fe, en una peregrinación.

Cabe exaltar el papel que juegan los cuatro. Son ellos los que conducen al que necesita a Jesús hasta Él. Muchos necesitan ser conducidos. Muchos requieren que se les muestre el camino, que se les indique hacía donde está Él.  Hay quienes requieren ser acompañados hasta allí, donde verán y encontraran a su Sanador y Salvador; otros necesitan casi ser literalmente “transportados” hasta Jesús. Los más incrédulos requieren casi forzarlos a llegar donde está la Luz y la Verdad.

Este papel hemos de desempeñarlo todos los que hemos sabido de Él. Quien se llame su discípulo, quien quiera comprometerse en el seguimiento tiene que comprometerse a ser transportador de camillas donde yacen los “paralíticos”; aquellos que todavía no se pueden acercar por sí mismos. Eso se denomina evangelizar y es tarea de todo cristiano.

3

En el Salmo 41(40) el que cierra la primera parte del salterio, en el verso 4(5) se lee: “Apiádate de mi, Señor, te lo suplico; sáname, pues he pecado contra Ti”. Nos encontramos con un detalle que pocas veces reflexionamos. En muchas ocasiones somos alcanzados por los efectos benéficos de la salud y la curación de nuestros males nos llega. A veces, sin poner cuidado a nuestras afecciones el cuerpo parece repararse y regenerarse por sí mismo, y entonces, nos curamos, nos sanamos.

Otra bien diversa es la situación del perdón: el perdón tiene que pedirse. Nadie puede ser verdaderamente perdonado si no media el arrepentimiento de parte del ofensor. Puede que la victima se libere de la carga de rencor y de dolor –como muchas veces lo constatamos- la victima es capaz del gesto magnánimo, sin embargo, mientras el ofensor no se arrepienta, este acto unilateral no es verdadero perdón, es pura generosidad de la víctima.



Estamos a favor del perdón, inclusive cuando el ofensor no es capaz de subir hasta lo alto de la escalera y arrepentirse. Pero, el tremendo inconveniente que esta situación presenta es que, el ofensor seguirá terco y persistente construyendo el antirreino, sembrando por doquiera su ponzoña.

En sus primeros versos este salmo nos conmina a cuidar de los pobres, es decir, a construir el Reino haciendo justicia a los más indefensos. «Tú siempre escuchaste la súplica del huérfano y la viuda y tomaste como hecha a Ti cualquier injusticia que se hiciera a ellos. En nuestros días, Señor, son pueblos enteros los que son huérfanos, y sectores enteros de la sociedad los que se encuentran desamparados como la viuda sin apoyo y sin ayuda. Sus gritos han llegado hasta ti, y Tú, en respuesta, has despertado una conciencia nueva en nosotros para hacernos solidarios con todos los que sufren y hacernos trabajar para acabar con los males que les afligen. .. Queremos que este empeño se convierta en la meta de todos nuestros esfuerzos y en la misión de nuestra vida entera.»[2]

El Señor será abundante en sus cuidados y prodigo en consuelo cuando el sufrimiento o la enfermedad acudan. Con la sola condición de cuidar del pobre y del desvalido Jesús, el Amigo que nunca falla, estará allí cuando la enfermedad toque a tu puerta, esa es parte de su promesa.

4

En el temperamento humano registramos con mucha frecuencia la variabilidad, hasta se han acuñado palabras para referirnos a aquellas persona de van cambiando su estado de ánimo y rápidamente pasan de la alegría a la tristeza, de la amistad a la animadversión y del cariño al odio, así como de la simpatía a la antipatía. Con frecuencia nos topamos con quienes en este momento saludan –inclusive con efusividad- y un rato después montan en indiferencia o desprecio. Estas personas –con su talón de Aquiles- son presa fácil de los chismes y la manipulación; dan crédito a toda clase de cotilleo y por eso, su emotividad es tan inestable.

La historia registra personalidades de gobernantes matizadas con esta tipología y, estudiando las mitologías de diversas culturas topamos a la vuelta de cada página con dioses cambiantes que hoy envían cosechas abundantes y mañana hambrunas.

En los cinco versos de la muy breve perícopa que leemos hoy de la segunda carta a los corintios el hagiógrafo (San Pablo) ha consignado la revelación del temperamento de Dios, en su Hijo, Cristo Jesús (recordemos lo que San Juan nos enfatizó: quien ve al Hijo ve al Padre que lo ha enviado (cfr. Jn 14, 8b): Jesús es siempre “si” y no un rato “si” y al otro rato “no”. Y, además, Jesús es el detonante al cumplimiento de todas las promesas Testamentarias.


Podríamos compendiar la idea con la frase sintética que el mismo San Pablo (o tal vez Apolo) consignó en la Carta a los Hebreos: ”Pero Cristo Jesús permanece el mismo hoy como ayer, y por la eternidad”. (Hb 13, 8)










[1] Charpentier, Etienne. PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO Ed. Verbo Divino Estella – Navarra 2004 p. 81
[2] Vallés, Carlos G. sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander España 1989. p. 82

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