La infinitud se te ha hecho cercana. Así tienes que interpretar tu experiencia interior y sentirla como la gran fiesta de la bajada divina desde la eternidad al tiempo, como las bodas de Dios con la criatura.
Karl Rahner
Pastor entre pastores
Las lecturas que la liturgia nos propone para este Primer Domingo de Adviento son: La primera, del libro del Profeta Isaías 63, 16-17. 19; 64, 2-7; el Salmo es el salmo 80(79), la segunda está tomada de la carta a los Corintios 1, 3-9 y el Evangelio es de San Marcos capítulo 13, versos 33 al 37.
El salmo, es una súplica, que en su primer verso 80(79), 2 se dirige a Dios invocándolo como “Pastor de Israel”, tiende -con este vocativo- un verdadero puente con las lecturas del Domingo anterior, el último del año litúrgico (A) donde la realeza de Jesús es entendida como un compromiso de servicio y no de ser servido; allí vimos la realeza de Jesús como denuncia de los pastores gobernantes y dirigentes cultuales que aprovechaban y aprovechan su status para avasallar y someter a expoliación y explotación a su grey. El compromiso de nuestro Rey-Pastor es el de ejercer un gobierno justiciero que vestirá, saciará la sed, acompañará el preso y visitará al enfermo y –como si fuera poco- alimentará a todos los hambrientos. A este Pastor –Justiciero clamamos hoy día pidiéndole que “despierte su poder… que haga brillar su rostro y nos salve” Del Salmo 80(79) en la primera estrofa del Salmo responsorial para hoy (versículo 3).
¿Quién no desfallece víctima del desasosiego después de haber visto y oído un noticiero? En un planeta inundado de maldad y violencia todos caemos presa de la desesperanza y son cientos los que declaran, en conclusión, que el mundo ya no tiene remedio. ¿Qué más no quiere el Malo sino sumirnos en tamaña desesperación? Claro que quien deja de confiar ya ha perdido la batalla y quien tira la toalla queda inerme, baja los brazos y… está listo para el golpe de gracia.
No nos cansamos de reivindicar el bien que sigue fluyendo, quizás callado, sí, como fluyen las aguas subterráneas, que muchas veces a pesar de su silencio, están allí listas para saciar a los sedientos, así también declaramos contundentemente que el bien sigue vivo, trabajando en todas partes, aún cuando no haga ruido, aún cuando los medios de comunicación lo silencien con su manoseado pretexto: “¡el bien no vende!”
La sociedad basada en el mercantilismo es el tipo de cultura que el Malo apadrina y, a ese sujeto no le interesa para nada la promoción del bien; le interesa, todo lo contrario, por eso le impone como tarea la defensa de todo lo esperpénticamente depravado. La más mínima mirada a las piezas de la cultura que construyen los mass-media nos reportan que su cometido es la promoción de los falsos valores, de los contravalores, porque lejos de valorizar al ser humano, lo someten a una rotunda devaluación.
En cambio Jesús, a quien muchos creían un profeta Mt 16, 14, no es un profeta, porque profeta es el que habla por otro, el que comunica lo que Dios dice y Jesús no habla las palabras ajenas; Jesús dice sus propias Palabras, porque Jesús es Dios. Quizás podríamos decir que Jesús es Profeta (así con mayúscula) porque no dice lo que Él quiere, sino solamente lo que el Padre quiere. Jesús ha pronunciado, uniendo como siempre ha estado unida, su Voluntad a la Voluntad del Padre, la gran profecía a favor del género humano, al hacerse hombre.
Cuando Dios se humanó estaba afirmando que en nosotros el bien triunfaría, que el ser humano vale la pena y que en medio de tanta inmundicia que exhibe el Maligno para desconsolarnos; resplandece en nosotros el Nefesh (aliento vivificador de Dios), וַיִּפַּ֥ח בְּאַפָּ֖יו נִשְׁמַ֣ת (sopló en sus narices el neshama) Gn 2, 7b; aquí la palabra וַיִּפַּ֥ח es la acción de soplar, ese soplo nos anima no con una vitalidad neutra, propensa a cualquier cosa, sino con una vitalidad propensa al Bien, porque nuestro aliento vital proviene de Dios y «Él todo lo que había hecho estaba muy bien» Gn 1, 31. Esta interpretación, este Midrash, viene al caso y está justificado por la afirmación que cierra el texto de Isaías que leemos hoy: «nosotros somos el barro y Tú el Alfarero; todos somos hechura de tus Manos» Is 64, 7b-7c.
¿Quién y cuándo se introduce el mal? Es la serpiente, que en el relato bíblico personifica al Maligno quien se encarga de eso, los invitamos a releer todo el inicio del capítulo 3 del Génesis para contestarnos a esta pregunta. Dios no creo el mal ni la maldad, el Malo uso de su ventriloquia para comunicarle al ser humano e introducir en la Creación pura y perfecta, su semilla de iniquidad, por medio de la serpiente. Por esta razón preguntamos en el salmo “Por qué has derribado su cerca para que la saqueen los viajeros, la pisoteen las fieras y se la coman las plagas? Salmo 80(79) es decir, ¿por qué permitió el Padre Celestial que el Malo pudiera valerse de la serpiente?
Glosando un soneto de Góngora, José Luis Martín Descalzo nos hace notar por medio de una comparación entre el Gólgota y Belén, la importancia de la Navidad en el conjunto del Proyecto Salvífico con el que Dios nos ha beneficiado, dice él que «Efectivamente: en la cruz, en definitiva, Cristo salta de hombre a muerto (distancia pequeñísima que todo hombre ha de cruzar). Mientras que el salto en Belén tiene una longitud infinita, literalmente infinita: de Dios a hombre.»
Jesús ha “saltado” con su abajamiento, con su kénosis que es humillación, que es desprendimiento de todo, entrega de todo, darse con gratuidad, con amor ágape, con exinanición, con amor oblativo, vaciándose como está explicado en el capítulo 2 de la carta a los Filipenses, en los versos 6-8: “el cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se vació de sí, y tomó la condición de esclavo haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte en cruz”.
Brilla resplandeciente el hecho de haber venido a codearse con gente muy sencilla, entre los que cabe destacar los pescadores y los pastores. Él, que es la Encarnación del Pastor Divino, nacerá en una pesebrera, con un burrito y un buey; mientras preparamos su Venida (por eso esta temporada se denomina Adviento de adviens en latín, venida) reflexionemos, dibujemos en nuestra mente la imagen del “Nacimiento” con las cuatro figuritas en torno al cajón del heno, donde más tarde tendremos al Verbo-Encarnado y como colchón, unas pajitas. Es la apoteosis de la kénosis.
Con profunda emoción y sentimiento de fraternidad queremos compartirles una leyenda rusa titulada “El cuarto Rey Mago”, al que verdaderamente podríamos subtitular un cuento de Adviento, dice que:
Fueron cuatro los Reyes Magos los que después de haber visto la estrella en el oriente, partieron juntos llevando cada uno sus regalos de oro, incienso y mirra. El cuarto llevaba vino y aceite en gran cantidad, cargado todo en los lomos de sus burritos.
Luego de varios días de camino se internaron en el desierto. Una noche los agarró una tormenta. Todos se bajaron de sus cabalgaduras, y tapándose con sus grandes mantos de colores, trataron de soportar el temporal refugiados detrás de los camellos arrodillados sobre la arena. El cuarto Rey, que no tenía camellos, sino sólo burros buscó amparo junto a la choza de un pastor metiendo sus animalitos en el redil. Por la mañana aclaró el tiempo y todos se prepararon para recomenzar la marcha, pero la tormenta había desparramado todas las ovejitas del pobre pastor, junto a cuya choza se había refugiado el cuarto Rey. Y se trataba de un pobre pastor que no tenía ni cabalgadura, ni fuerzas para reunir su majada dispersa.
Nuestro cuarto Rey se encontró frente a un dilema. Si ayudaba al buen hombre a recoger sus ovejas, se retrasaría de la caravana y no podría ya seguir con su grupo, porque él no conocía el camino, y la estrella no daba tiempo que perder. Pero por otro lado su buen corazón le decía que no podía dejar así a aquel anciano pastor. ¿Con qué cara se presentaría ante el Rey Mesías si no ayudaba a uno de sus hermanos?
Finalmente decidió quedarse y gastó casi una semana en volver a reunir todo el rebaño disperso. Cuando finalmente lo logró se dio cuenta de que sus compañeros ya estaban lejos, y que además había tenido que consumir parte de su aceite y de su vino compartiéndolo con el viejo. Pero no se puso triste. Se despidió y poniéndose nuevamente en camino aceleró el paso a sus burritos para reducir la distancia. Luego de mucho vagar sin rumbo, llegó finalmente a un lugar donde vivía una madre con muchos chicos pequeños y que tenía a su esposo muy enfermo. Era el tiempo de la cosecha. Había que levantar la cebada lo antes posible, porque de lo contrario, los pájaros o el viento terminarían por llevarse todos los granos ya maduros.
Otra vez se encontró frente a una decisión. Si se quedaba a ayudar a aquellos pobres campesinos, sería tanto el tiempo perdido que ya tenía que hacerse a la idea de no alcanzar su caravana. Pero tampoco podía dejar en esa situación a aquella pobre madre con tantos chicos que necesitaba de aquella cosecha para tener pan el resto del año. No tenía corazón para presentarse ante el Rey Mesías si no hacía lo posible por ayudar a sus hermanos. De esta manera se le fueron varias semanas hasta que logró poner todo el grano a salvo. Y otra vez tuvo que abrir sus alforjas para compartir su vino y su aceite.
Mientras tanto la estrella ya se le había perdido. Le quedaba sólo el recuerdo de la dirección, y las huellas medio borrosas de sus compañeros. Siguiéndolas rehizo la marcha, y tuvo que detenerse muchas otras veces para auxiliar a nuevos hermanos necesitados. Así se le fueron casi dos años hasta que finalmente llegó a Belén. Pero el recibimiento que encontró fue muy diferente del que esperaba. Un enorme llanto se elevaba en el pueblito. Las madres salían a la calle llorando, con sus pequeños entre los brazos. Acababan de ser asesinados por orden de otro rey. El pobre hombre no entendía nada. Cuando preguntaba por el Rey Mesías, todos lo miraban con angustia y le pedían que se callara. Finalmente alguien le dijo que aquella misma noche lo habían visto huir hacia Egipto.
Quiso emprender inmediatamente su seguimiento, pero no pudo. Aquel pueblito de Belén era una desolación. Había que consolar a todas aquellas madres. Había que enterrar a sus pequeños, curar a sus heridos, vestir a los desnudos. Y se detuvo allí por mucho tiempo gastando su aceite y su vino. Hasta tuvo que regalar alguno de sus burritos, porque la carga ya era mucho menor, y porque aquellas pobres gentes los necesitaban más que él. Cuando finalmente se puso en camino hacia Egipto, había pasado mucho tiempo y había gastado prácticamente todo su vino y su aceite. Pero se dijo que seguramente el Rey Mesías sería comprensivo con él, porque lo había hecho por amor sus hermanos.
En el camino hacia el país de las pirámides tuvo que detener muchas otras veces su marcha. Siempre se encontraba con un necesitado de su tiempo, de su vino o de su aceite. Había que dar una mano, o socorrer una necesidad. Aunque tenía temor de volver a llegar tarde, no podía con su buen corazón. Se consolaba diciéndose que con seguridad el Rey Mesías sería comprensivo con él, ya que su demora se debía al haberse detenido para auxiliar a sus hermanos.
Cuando llegó a Egipto se encontró nuevamente con que Jesús ya no estaba allí. Había regresado a Nazaret, porque en sueños José había recibido la noticia de que estaba muerto quien buscaba matarlo al Niño. Este nuevo desencuentro le causó mucha pena a nuestro Rey Mago, pero no lo desanimó. Se había puesto en camino para encontrarse con el Mesías, y estaba dispuesto a continuar con su búsqueda a pesar de sus fracasos. Ya le quedaban menos burros, y menos tesoros. Y éstos los fue gastando en el largo camino que tuvo que recorrer, porque siempre las necesidades de los demás lo retenían por largo tiempo en su marcha. Así pasaron otros treinta años, siguiendo siempre las huellas del que nunca había visto pero que le había hecho gastar su vida en buscarlo.
Finalmente se enteró de que había subido a Jerusalén y que allí tendría que morir. Esta vez estaba decidido a encontrarlo fuera como fuese. Por eso, ensilló el último burro que le quedaba, llevándose la última carguita de vino y aceite, con las dos monedas de plata que era cuanto aún tenía de todos sus tesoros iniciales. Partió de Jericó subiendo también él hacia Jerusalén. Para estar seguro del camino, se lo había preguntado a un sacerdote y a un levita que, más rápidos que él, se le adelantaron en su viaje. Se le hizo de noche. Y en medio de la noche, sintió unos quejidos a la vera del camino. Pensó en seguir también él de largo como lo habían hecho los otros dos. Pero su buen corazón no se lo dejó. Detuvo su burro, se bajó y descubrió que se trataba de un hombre herido y golpeado. Sin pensarlo dos veces sacó el último resto de vino para limpiar las heridas. Con el aceite que le quedaba untó las lastimaduras y las vendó con su propia ropa hecha jirones. Lo cargó en su animalito y, desviando su rumbo, lo llevó hasta una posada. Allí gastó la noche en cuidarlo. A la mañana, sacó las dos últimas monedas y se las dio al dueño del albergue diciéndole que pagara los gastos del hombre herido. Allí le dejaba también su burrito por lo que fuera necesario. Lo que se gastara de más él lo pagaría al regresar.
Y siguió a pie, solo, viejo y cansado. Cuando llegó a Jerusalén ya casi no le quedaban más fuerzas. Era el mediodía de un Viernes antes de
Y llegó. Dirigió su mirada hacia el agonizante, y en tono de súplica le dijo: - Perdóname. Llegué demasiado tarde.
Jesús contestó: “No necesitabas .buscarme, porque tú siempre estuviste a mi lado”.
En la oración colecta para esta liturgia del Primer Domingo de Adviento en el ciclo B dice: “salir al encuentro de Cristo por la práctica de las buenas obras” esto fue lo que en la leyenda rusa hizo el Cuarto Rey Mago. En la Primera Lectura que como dijimos proviene del Libro de Isaías, leemos “Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista tus mandamientos.” Eso recibe el Cuarto Rey Mago, pero es claro que nos encontramos frente a una parábola que simplemente nos hace una propuesta: Caminar en Justicia por el sendero que delimitan los Mandamientos de la Ley de Dios. Por eso el Evangelio una y otra vez nos exhorta a “permanecer alertas” a estar “velando”, a “estar preparados”. Y dice muy explícitamente que “encomienda a cada quien lo que debe hacer” y –si no nos quisiéramos dar por aludidos- dice en el verso 37 del capítulo 13 de San Marcos, la perícopa para esta liturgia, «lo que les digo a ustedes, lo digo para todos» así es que, ni modos de hacernos los de la vista gorda.
Tenemos que estar muy despiertos, muy alertas porque desafortunadamente nuestra justicia se ha corrompido, la cultura de la muerte la ha desfigurado y “nuestra justicia”, como se lee en Isaías es “como trapo asqueroso”, en algunas versiones se ha traducido menos fuerte “todas nuestras buenas obras son como un trapo sucio”. A nuestro juicio la palabra עִדִּים es más fuerte, significa mugriento, asqueroso, cochino. Tenemos que aguzar nuestra intelección de la “verdadera y radiante, la misericordiosa y compasiva «Justicia de Dios»”; esta Justicia está definida y delimitada por los Mandamientos Mosáicos y debe, pues, ser coherente con ellos; (la delimitan para hacerla perfecta y plena, y no para recortarla y reducirla a sus mínimos, porque eso nos conduciría al fariseísmo).
Nos sirve de consuelo y nos alientan las palabras de 1 Corintios 3, 9: «…ustedes, los que esperan la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo. Él los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su Advenimiento. Dios es quien los ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel.» A su fidelidad nos acogemos, le suplicamos con las palabras del Salmista «mira tu viña y visítala; protege la cepa plantada por tu Mano» Sal 80(79), 14c-15a.
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