Evitar la fidelidad que paraliza
El hombre justo es aquel que ha llegado a confiar tanto en Dios que comienza a sentir en él la fuerza del Señor y se siente poderoso. Por eso se vuelve un hombre dinámico, emprendedor y luchador para llevar la luz en medio de las tinieblas y para renovar lo que necesita ser cambiado.
Hugo Estrada s.d.b.
El domingo anterior el verbo regente fue el verbo “vigilar” γρηγορεῖτε del verbo γρηγορέω que tiene el sentido de estar alerta, de estar despierto, de no dormirse, (recordemos que las 10 doncellas se adormilaron y se durmieron ἐνύσταξαν πᾶσαι καὶ ἐκάθευδον; a causa de la tardanza del Novio). Lo contrario de dormirse, de descuidarse, de no prever es ser φρόνιμοι: sabio, prudente; por tanto la fidelidad con nuestro Dios consistiría en ser juicioso y sensato.
La palabra-eje que aparece en el Evangelio que la liturgia nos propone para hoy es la palabra “encomendar”, “entregar algo bajo responsabilidad: παρέδωκεν, esta proviene del verbo Παραδίδωμι (entregar, confiar; también significa traicionar, como en Mateo 10, 4, refiriéndose a Judas, o ser arrestado como en Mateo 4, 12, refiriéndose al aprisionamiento de Juan el Bautista, donde se usa en la forma παρεδόθη; en otro caso puede significar lo que nos fue enseñado, la tradición παράδοσιν, como en Mateo 15,2; en Mateo 26, 2, lo encontramos con la doble acepción de entregar y traicionar παραδίδοται ). Los estudiosos del griego nos indican que esta palabra, en el contexto religioso, era la que se utilizaba para referirse a “ganar una conversión”.
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La parábola de hoy es la de los “talentos” τάλαντα que es el plural de τάλαντον, que significa peso o balanza. Los talentos fueron una moneda que circuló en Grecia y luego en Roma, pero se originó entre los babilonios. No podemos decir –a secas-que equivalía a 34 kilos de oro, puesto que hubo varios clases de talentos, entre los que vale la pena mencionar: el talento babilónico, más o menos equivalente a 30.3 kg ; el talento egipcio, con 27 kg , el griego, también llamado “talento ático”, aproximadamente 26 kg . de plata; y, el talento romano 32,3 kg .
Al principio, cuando los Israelitas adoptaron el talento, se referían a la unidad babilónica, de tal manera que, cuando hablamos de él en el Antiguo Testamento eran 34 kg . Pero en el Nuevo Testamento ya se ha devaluado a 24,6 kg . de plata. También se dio el talento –pesado del Nuevo Testamento, algo así como 58.9 kg .
La influencia cultural del cristianismo y la fuerza de esta parábola fue transmutando el significado de la palabra y esta, poco a poco, pasó a significar la inteligencia, la aptitud, la habilidad o la capacidad –innata o adquirida- para desempeñar una actividad. Hablamos, por ejemplo, del talento que tiene alguien para interpretar un instrumento, para hablar en público, para bailar o practicar un deporte. Son aptitudes, una o varias, que parecen facilitar la puesta en practica y llevada a feliz término de una determinada labor.
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Hay un aspecto Aristotélico que linda directamente con el tema del “talento” porque alguien que lo posea no necesariamente lo puede externalizar y llevarlo a desarrollo; por el contrario, puede suceder que –por diversas circunstancias- el talento permanezca abandonado, “enterrado”.
En alguna ocasión oímos a un papá quejándose porque su hijo –quien según él tenía un gran talento para el violín- al cabo de año y medio arrinconó el instrumento y las clases y, jamás volvió a “mirarlo”. Evidentemente, este joven había enterrado su talento.
Les decía que guarda relación con dos conceptos aristotélicos: ser en potencia y ser en acto. Este chico de la anécdota, tenía un talento en potencia pero, por la razón que haya sido por la que abandonó sus estudios de violín, jamás llegó a poseerlo en acto. Se observa de inmediato que ser-en-potencia realmente es un no-ser. Como aquel antiguo ejemplo de la roca que era en potencia una escultura pero que –mientras el escultor no se pusiera manos a la obra- nunca pasaría de ser una roca, cuando mucho una hermosos roca, pero nunca una escultura: La roca sin el trabajo del escultor no-es una escultura (bueno, hoy día no se, quizás la roca colocada en cierto contexto –una galería por ejemplo- se pueda valorar como una escultura-conceptual).
Se entiende que la potencia nos habla de una posibilidad. Todo árbol es en potencia una mesa, lo que no implica que no se hayan convertido muchos árboles en repisas, bibliotecas, retablos o… en fogata.
Todo padre da a su hijo el mejor equipamiento posible -a su alcance- para que el ser de su hijo pueda pasar de las potencialidades al acto. Lo promueve para que desarrolle todas sus “potencialidades”, estimula su aptitudinalidad buscando que su vástago desarrolle todas sus capacidades. Dios-Padre no es menos, también nos entrega nuestro “herramientero“ y nos inscribe en diversos talleres y escuelas –que nosotros denominamos “escuela-de-la-vida”- para que esos talentos no se queden en meras potencialidades. Sin embargo –y allí es donde entra en juego nuestra libertad- no nos lleva de la mano hasta la puerta de la universidad-de-la-vida, no revisa nuestros informes de notas, no se entrevista regularmente con nuestros capacitadores y docentes, sino que nos financia la carrera, costea los gastos y nos anima y alienta para superar las dificultades que puedan sobrevenir.
Observamos en la parábola que Él entrega los talentos y se marcha a un largo viaje, cuyo regreso es a término indefinido. La relación entre el dueño de los talentos y los encargados de su manejo sólo tiene dos puntos de contacto: Al principio para entregarlos y, al final para pedir cuentas sobre su administración.
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¿CON SUERTE?
El año pasado, para festejar el día de la primavera, los chicos de mi barrio, organizaron una excursión para pasar el día al aire libre. Compraron fiambre de varias clases y pan para hacer sándwiches y los llevaron a la casa de Tobías para preparar la vianda, antes de salir hacia el gran parque de la ciudad.
Con permiso de la madre, pusieron la bolsa con el pan sobre la mesa de la cocina junto con el fiambre, la mayonesa, la fruta, los tomates y los huevos duros. Si bien la mesa no era muy grande, tampoco era pequeña, y ya no cabía nada más sobre ella.
En un momento, era tanto el ir y venir de los chicos alborotados por la organización de la salida que a causa de un tropezón y sin que nadie se diera cuenta, un pan se cayó al suelo, y fue a parar debajo de una cajonera que estaba a un costado. El pan si se dio cuenta de lo que había pasado y aprovechó la situación, se quedó allí, bien quietito, mientras pensaba: ¡Qué suerte, a mí no me van a comer!
Por la mañana, entre chistes, risas y cantos, los chicos prepararon los sándwiches los metieron en papel aluminio para que no se resecaran, los colocaron dentro de las mochilas, lavaron la fruta y las guardaron en bolsas de nylon, partieron todos juntos.
Por la mañana jugaron a la pelota, a la mancha y a las escondidas. Al mediodía, pusieron un mantel en el pasto y, prolijamente, sobre él, la comida y las bebidas. Cantaron a la sombra de un árbol después de almorzar. No hubo ni una nube en el cielo y ni una pelea entre ellos. Nada podía haber salido mejor. A la hora de volver, recogieron todo, y cada uno volvió feliz y contento a su casa.
Cuando llegó la noche, mientras cenaban, Tobías contó a sus papás lo mucho que se habían divertido y lo rico que estaban los sándwiches. Así, conversando, la familia se quedó hasta tarde sentada a la mesa de la cocina tomando unos mates, porque Tobías no paraba de hablar y de hablar.
El último comentario que hizo fue: “Mañana, ni bien me despierte, voy a ir hasta la panadería a darle las gracias a don Carmelo porque el pan que nos vendieron estaba exquisito, nunca comimos algo tan rico.”
-Tobías -contestó la mamá- no exageres, el pan era el de siempre.
-No, mamá, te aseguro que éste era distinto, lo habíamos encargado y seguro que lo hicieron especialmente para nosotros.
Después de un rato, se fueron a dormir, y, por la mañana, bien tempranito, la mamá se levantó para ordenar y limpiar la casa. Mientras barría la cocina, al pasar la escoba por debajo de la cajonera, encontró el pan que se "había salvado" de ser comido por los chicos.
- ¡Qué lástima! -pensó- este pan se debe haber caído de la bolsa, pero ya no se puede comer, está todo sucio y duro. ¡No sirve ni para hacer pan rallado![1]
¿Cómo pudo imaginarse este pan que era afortunado evitando cumplir su sentido de existencia, servir de alimento? Y muchas personas vamos por el mundo haciendo lo menos posible, sacando el cuerpo, evadiendo, evitando. Cada evitación malogra nuestros talentos, limitando nuestro desarrollo, nuestro perfeccionamiento. En cambio, el cumplimiento de nuestra tarea, nos permite desplegar nuestro ser, trascender, atarnos un toalla alrededor de la cintura y empezar a lavarle los pies a alguien Jn 13, 5a. Una de las consignas más impactantes de la Madre Teresa de Calcuta reza como sigue « Quien no vive para servir, no sirve para vivir » y es verdad, el sentido de la vida está en gastarnos por los demás –como hemos insistido- sin discriminaciones y desinteresadamente.
4
Otros aspectos maravillosos de la parábola de los talentos. El Señor de los talentos los entrego sin dar ninguna instrucción, ninguna directriz, simplemente, “les encomendó sus posesiones” Mt 25, 14c. Quiero destacar que no los comisionó para que los invirtieran, los depositaran en el banco, los fueran gastando poco a poco, los repartieran entre sus familiares y amigos…no, no, ninguna indicación. Entera libertad.
Subyace en la parábola un sentido de responsabilidad que pesa sobre los receptores de los talentos. Pudiendo haberlos hurtado, haberse ido lejos y desaparecido junto con los talentos, pudiéndolos haber despilfarrado; todos cuantos oímos la parábola esperamos ese tipo de lealtad sólo esperable y explicable entre los que son socios de una misma empresa. Empeñados en construir una sociedad más justa, más fraterna, convencidos que un mundo mejor es posible. La ética que subyace a la parábola es la del compromiso en una relación en la que a todos los mueve el mismo interés y ¿cómo no? si a todos nos compete por igual la construcción del Reinado de Dios, para que el Sueño de Dios se haga realidad. Como lo dice el Padre Hugo Estrada, nos volvemos emprendedores, dinámicos, luchadores.
En segundo lugar, vale la pena observar que no le da a cada uno la misma cantidad, ni explica la razón del reparto desigual; simplemente Dios da a unos, unos talentos; y, a otros, unos diferentes. No hay razón para que acusemos –con argumentos democrateristas- a Dios de in-equitativo. Nosotros somos todos iguales a los ojos de Dios porque –pese a que seamos cada uno tan distinto de los otros- Él nos da de forma tal que se equilibre. Valga decir que esto es lo que hace de Dios el Justo por excelencia. Pero también tengamos en cuenta que a cada uno se le pedirán cuentas conforme a lo recibido y que “al que se le ha dado mucho se le exigirá mucho, y al que se le ha confiado mucho, se le pedirá más aún” Lc 12, 48b. No se trata de un concurso del mejor inversionista, no es el reality del «Aprendiz». Aún cuando todo esto es bastante abstruso desde la óptica de nuestra pobre justicia humana.
Tercero, el Señor de los talentos no es un burgués que entrega su capital para que se lo multipliquen. Pide cuentas pero no se apodera de las ganancias, no explota, a lo sumo re-distribuye, quitando al siervo infecundo el talento, hasta ese momento, inútil. Sus siervos no fungen de inversionistas ni de corredores de bolsa. Se trata –y perdonen la insistencia- de una parábola, es decir, de una comparación montada sobre el pivote de la responsabilidad. No se trata de un pretexto para encubrir ese horripilante mal social que es la concentración del capital cada vez en menos manos y la distribución de la pobreza, cada día entre mayor número de seres humanos.
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La semana pasada reflexionábamos sobre la situación de un hombre a quien Dios mando empujar una roca gigantesca, descomunal y que por su gran tamaño él nunca pudo mover ni un ápice. Pese a lo cual, Dios le demuestra que la importancia de su “permanecer vigilante” está no en desplazar la roca sino en la “obediencia” del empujar. Hoy, una vez más, frente a la parábola de los talentos observamos que no hay una exigencia establecida: cada uno rinde según sus posibilidades; ni el reparto fue igual ni los resultados se piden iguales. Pero se debe dar algún resultado. El pecado del tercer hombre fue su inmovilidad, su quietismo, su parálisis. Podemos llegar, entonces, a la luz de la historia del hombre que empujaba la roca, a la misma conclusión a la que llegó San Agustín: «Dios no nos manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que Él manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y que Él te ayuda para que puedas.»
El Cardenal Carlo María Martini[2] al comentar esta parábola nos señala ese riesgo inminente de caer en un tipo de equilibrio homeostático que nos hace cómplices en la inmovilidad, que prefiere caminar con el zapato lleno de piedritas, con tal de no tener que quitarse el zapato para sacudirlo. Esta es una situación cotidiana de quietismo mezclado con una gran dosis de conformismo a la vez que de complicidad. A veces –sencillamente- por respetos humanos, por no molestar a aquel, porque ¿Quién soy yo para contraponer mi punto de vista? Cohonestamos con pequeños y grandes males y preferimos coser un parche nuevo a un odre viejo que buscar decididamente un odre nuevo para el vino nuevo todo porque preferimos “no exponer ese pequeño talento que es mi seguridad, mi paz”. Lo que buscamos en ese tipo de equilibrios es que no se nos moleste, que podamos seguir cómodamente apoltronados, que nada ni nadie nos vaya a desacomodar y forzamos nuestra propia ética y nuestro compromiso, por ese terroncito de inmunidad. Y es esa ética elástica lo que se llama irresponsabilidad. Por esa muelle poltrona se nos quitará el talento y se lo darán al que tiene diez, por nuestra incapacidad de arriesgarnos.
A este hombre que no se arriesga se le encuentra culpable y reo de las “tinieblas de afuera” porque desconfía de Dios, lo visualiza como un ser “exigente que cosecha donde no ha sembrado y reúne donde no ha esparcido”; este personaje no conoce a Dios, ignora todo sobre Él y lo prejuzga. Se durmió -no en los laureles- sino en el talento. Queda al descubierto que no sirve enterrarlo. Hay mucho por hacer y mucho por cambiar ¡Manos a la obra, así sea con las uñas! “te dije que tu tarea era empujar la roca con todas tus fuerzas,... Nunca dije que esperaba que la movieras. ¡Tu tarea es empujar!
[1] Casalá, María Inés, Pisano, Juan Carlos. CUENTOS RÁPIDOS PARA TRABAJAR CON VALORES Ed. San Pablo 2004
[2] Martini Crnal, Carlo María. EVANGELIO ECLESIAL DE SAN MATEO. San Pablo 4ta Ed. 1996 pp. 55-57
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