martes, 1 de julio de 2025

Miércoles de la Décimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario



Gn 21, 5. 8-20

Dios siempre escucha el “clamor”

Por fin, nos han tenido en suspenso, pero ahora ya, Abrahán ha tenido su hijo propio con Sara. Tuvo que completar un siglo de vida para tener por fin ante sus ojos al tan ansiado primogénito יִצְחָק. Pasa -dando un pequeño salto, al día del destete- y, mostrándonos el valor celebrativo del “banquete”, Abrahán ofrece uno. “El ser humano es eminentemente celebrativo”.

 

¿Qué implica la celebración? La celebración es el signo exterior que demuestra la gratitud. Cuando la persona celebra “exterioriza” su agradecimiento. Es un gesto eminentemente eucarístico. Para dar las gracias. En el marco de un proceso de laicización, se desconoce este significado, y recortamos la gratitud para quedarnos con la alegría; celebro porque estoy alegre, mi festejo correspondería solamente a mi fiesta interior.  Pensemos un poco, por ejemplo: ¿por qué celebramos el día de la madre? Con una mentalidad recortada por el espíritu laico de pronto la respuesta que obtendríamos sería: ¡estoy feliz porque estoy vivo! Pero, en tal caso, no sería día de la madre, sino día del egoísmo existencial. Ahora bien, si la agasajada es la “mamá”, a quien se le agradece por habernos gestado y dado a luz, entonces sí es día de la madre, porque estamos exteriorizando la gratitud hacia nuestra progenitora. ¿Queda claro que la celebración conlleva la manifestación del agradecimiento? Como es una “acción de gracias” por eso decimos: “La celebración implica que estamos agradecidos”, es -por lo tanto- un acto eucarístico.

 

A renglón seguido, tenemos una rápida descripción de las dos vertientes del linaje abrahamico. La imagen es la de יִשְׁמָעֵאלIsmael” jugando con Isaac, (parece que el corazón infantil no se interesa por estas segregaciones), si por ellos hubiera sido, su relación juguetona se habría prolongado toda la vida.

 

Sale al ruedo el tema de la “legitimidad”: la legitimidad correspondería a Ismael, porque es el hijo “primogénito”; pero, hay un “pero”, Ismael es el hijo de una “esclava”, y como se recuerda, era un recurso límite, por la “esterilidad” que padecía Sara; Abrahán se había llegado a Agar, por la imposibilidad de Sara para engendrar. Ahí está el “pero”, “intervienen” los celos de Sara contra Agar, porque ahora el heredero es Isaac, y el hijo de la criada, “nada que ver”; por eso Sara pide que la criada y su prole sean expulsados del clan.

 

Dios no quiere eclipsar el júbilo de Sara y le concede que Abraham se ajuste a su celoso pedido. Sin embargo, Dios tampoco quiere nublarle el gozo a Abrahán y le pronostica que Ismael también será padre de un gran pueblo.

 

Así que Abrahán despacha a Agar con mogolla y cantimplora al desierto. Cuando se le agotó el agua, Agar desesperó, y se echó a morir, junto con su hijo. Lo puso a la distancia para no verlo agonizar, y mientras el niño lloraba, ella hacía lo propio.

 

Este cuadro de impiedad conmueve a Dios, que nunca hace oídos sordos a un clamor”; acude y le pregunta a Agar ¿Qué es lo que pasa? Continúa diciéndole que Él ha oído el llanto de Ismael -ha escuchado su clamor- y que vaya y lo coja “fuerte” de la mano porque ha determinado sacar de él un pueblo grande. Y la condujo a un pozo donde llenó su cantimplora y pudieron beber.


 

Dios cumplió y asistió al chico que aprendió las artes de la arquería y aprendió a vivir en aquellos territorios inhóspitos. 

 

Sal 34(33), 7-8. 10-11. 12-13

A estos salmos los denominamos Eucarísticos, porque estaban destinados a liturgias de Acción de Gracias. Destinados a la presentación de ofrendas sacrificiales por haber recibido atención y clemencia frente a determinada situación de angustia.

 

Agar e Ismael han enfrentado una situación de mucha angustia: una angustia mortal. Han mirado a los ojos a la muerte en el desierto, víctimas sedientas. El Señor ha acudido en su auxilio. Enfaticemos nuevamente que el nombre Ismael significa “Dios oye”.


 

Invocaron a Dios y Él los escuchó y los libró de su angustia. Les puso ángeles de protección que los acompañaron y sacaron adelante el muchacho, para hacer posible el cumplimiento de la promesa Divina.

 

Nada faltará a los que se refugian en el Señor. Evidentemente el “temor” del que se habla se podría muy bien interpretar -nunca como amedrentamiento, que el Señor Nuestro Dios no es, como los dioses paganos -que dependían de despertar temor en sus fieles y mantenerlos bajo la férula del miedo- sino como “confianza”. Aún las mayores penurias serán solventadas para los que tienen su confianza puesta en el Señor. A Él no hay que temerle, sino reconocerlo y seguir sus Enseñanzas. Pero, ante todo, “confiar”.

 

Si de verdad alguien ama la vida y quiere encontrar paz, tranquilidad y abundancia, que venga y aprenda a vivir abrigado con la “Confianza puesta en el Señor”.

 

Mt 8, 28-34

Jesús pasa a la región pagana, a la región en la orilla oriental del Mar de Galilea, cerca de la ciudad de Gadara, algunos eruditos lo asocian con la región de la costa oriental del mar de Galilea alrededor de Kursi, en la zona conocida como la Decápolis. Esta área estaba habitada principalmente por no judíos, o sea que Jesús va a los gentiles y no sólo a sus correligionarios. Nos lo confirma el hecho de ser criadores de cerdos. De la propia boca de la muerte -del cementerio, porque la perícopa nos los dice claramente, salieron de entre los sepulcros- manan dos endemoniados furiosos, temibles que se habían adueñado de ese paso. Vivían muertos en vida, sus dormitorios estaban entre esos sepulcros.


Estos gadarenos, como endemoniados que son, ven en Jesús un enemigo, -saben, porque así lo apelan-, que es Hijo de Dios; y eso es lo que gritan sus bocas. Se había profetizado que, al final de los tiempos, el Ungido vendría a someterlos; pero, a ellos les parece que todavía no es la hora, y que aquí se está dando una anticipación que no corresponde con lo previsto. Los demonios alegan procurando prorrogar su temporada de recreo, en la que pueden hacer y deshacer a sus anchas. Los demonios siempre dirán que es prematura la hora de su sumisión. Ese rasgo lo compartimos con los endemoniados, siempre andamos buscando argumentos que alejan “la hora”, o, al menos, procuramos no pensar en el asunto creyendo que si no lo mencionamos no llegará.

 

Tienen que admitir que se les adelantó lo inevitable. Que Dios les marcaría un límite para su accionar, y rápidamente se dan por vencidos, suplicando que por los menos -dilatando su estancia final en las mansiones tan indeseables del infierno-  los deje por aquí, morando entre los cerdos. La condición de los cerdos, siempre entre el barro y la suciedad, sin reparar en la mugre y la pestilencia, habitando entre deshechos alimenticios y fangales, y con el hocico clavado a estas inmundicias, era una situación suficientemente indeseable para figurarnos ¿cómo será habitar en la “paila mocha”? que estos demonios prefieren vivir en el cuerpo de los marranos, antes que ser despachados a sus territorios propios. (Dicho sea de paso, contrasta esta situación con la cría actual, que se hace entre lujo de aseo y detallados aspectos de asepsia, que vuelve la vida del cerdo un flagrante contraste con aquellas maneras de otrora). Como quiera que sea, se entiende que la vida del cerdo era, ya aquí, una leve insinuación de lo que sería la vida infernal.

 

Evidentemente, el que cría cerdos -porque ese es su negocio- no quiere que a sus animalitos les pase nada malo hasta que les llegue la hora de pasar al horno, porque ya están lo suficientemente gordos; así que los demonios rechazan la Presencia del Señor, porque es su rival, porque les afecta el negocio; y los porquerizos, porque les malogró las ganancias. Estos también lo rechazaron por motivos mercantiles obvios. Los paganos no querían tener nada que ver con aquella “religión” que se tomaba la limpieza -como canon de “pureza”- tan en serio. Que los dejaran en paz con su negocio y la fe, se fuera para otro lado que no los perturbara. Sigue sucediendo que se prioriza la ganancia sobre la fe y el lucro desplaza los asuntos religiosos como inutilidades. Ellos siempre insisten que ¡Esas son bobadas m´hijito!

 

¿Qué nos quiere comunicar esta perícopa? Que Jesús tiene poder liberador, que puede expulsar los demonios que nos mantiene muertos en vida, y que, ante la orden de Jesús, los demonios son exorcizados y ellos no pueden ignorar lo que su voz poderosa ordena. Ayer veíamos que hasta el Viento y el Mar le obedecen; hoy vemos que ese poder no es un acto de magia en un escenario, sino que nos da una información valiosísima: Dios, en la Persona de su hijo, ha venido para traernos liberación, aun cuando nosotros hayamos convertido a os demonios en fuente de ingresos y causa de lucro. ¿Quién se lucra de quién? Ingenuamente podemos pensar que hemos sido astutos y nos estamos aprovechando de las fuerzas oscuras, sin advertir que jugar con ellas es admitir grilletes perpetuos que nos atan y nos esclavizan.


 

«Alejar a Jesús es la opción de los que quieren acallar la voz del Espíritu que les recuerda que hay personas sufriendo mientras, unos pocos gozan de los beneficios de poseer una “piara”. Jesús da prioridad al bienestar de estos dos hombres frente al sustento de algunos otros». (Papa Francisco)