martes, 28 de octubre de 2025

Miércoles de la Trigésima Semana del Tiempo Ordinario


Rm 8, 26-30

Hágase Señor tu Voluntad

Ese saber sacar y descartar todo lo que no corresponde a la heredad recibida del Espíritu es, también, gracia del Espíritu que acude en nuestro socorro. Sin embargo, San Pablo se ve obligado a descubrirnos una cierta confusión que la concupiscencia importa como parásito.

 

Al no saber pedir como conviene: Es el propio Espíritu el que “intercede con gemidos inefables”. Es decir, se trata de una petición que no se puede revestir de palabras, es un silencio contemplativo, en el que, el Mismo-Espíritu-Santo articula el ruego. El Espíritu -que es Dios- pide a Dios, lo que nuestro entendimiento no alcanza a discernir. Esto que no sabemos, no se enuncia con el verbo saber, sino con el verbo οἴδαμεν [oidamén] “ver”, figurarse”, percibir, “llevar a la consciencia”. (Nos lleva a recordar la sentencia de Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo").

 

Los que oraban en lenguas, serían los “santos” que, piden lo que el Espiritu les comunica, o sea, piden según Dios. Algunos piensan que esta perícopa alude a los que oran en lenguas. ¡Abandonémonos, pues, al Clamor del Santo Espíritu! El clama por nosotros. Casi que podemos afirmar que su clamor, afortunadamente, reemplaza el nuestro, porque no sabemos pedir lo que es verdaderamente urgente y necesario.

 

Espíritu Santo, infunde en nuestro pecho el reclamo, la solicitud, el anhelo y el ansia, de lo que verdaderamente conviene, aun cuando no sepamos articularlo y darle expresión: Que sepamos querer lo δεῖ [dei] “conveniente”, “lo indispensable”, “lo realmente urgente”.

 

Ese gemido no lo es propiamente dicho, en sentido estricto. Es un lenguaje Divino, que el Espíritu comprende al exhalarlo y que el Padre descifra al Escucharlo. Un lenguaje que trasciende lo que la palabra y la voz humana sabe articular. Por eso dice la Escritura: “… lo que no sabemos pedir”, “lo conveniente”.

 

Salta a otro punto, que no es totalmente diverso, sino que guarda correlación: “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. Sea lo que fuere que pidan los “santos” en lenguas, será adecuado a las necesidades de los que “aman al Señor”. estos son los que aman y, son, por lo tanto, los que Dios ha convocado. Digamos que el que ama sinceramente, sabe pedir lo que “conviene”

 

Ellos han recibido la convocatoria porque Dios nos conoce de antemano y sabe a quien llama. Y, a quienes reciben esta convocatoria, los designa para reproducir la “imagen del Hijo”. Esa imagen lo que hace es enseñarnos el Rostro Divino de Jesús, para que sepamos que Él es el primogénito. Los portadores de esta imagen del primogénito, no sólo han sido justificados; aún más, ellos han sido glorificados.

 

Notemos que San Pablo establece una serie causal: a esos “que aman a Dios”: los llamó, los justificó, y los glorifico, compartiéndoles la gloria del Primogénito del cual son portadores para que descubramos en ellos la profecía previa; permiten que -mirando hacia atrás- nos den a saber, cuál es el rostro del Hijo.

 

¿De qué manera retratan el Rostro del primogénito? mostrándonos por medio de la Gracia obtenida, cuál es la verdadera voluntad de Dios. Dicho de otra manera, lo que nos muestran no son los rasgos fisonómicos de Jesús; sino el “rostro” de lo que en realidad debemos pedir para que sea consonante con la Voluntad Divina. 

 

Lo que no se alcanza, no es “gracioso” a los ojos de Dios. Lo que se alcanza es lo que agrada a Dios. Sólo ellos alcanzan ser imagen del primogénito y nos traducen en lengua humana, lo que el Espíritu expresa en esos “gemidos inefables” para nosotros.

 

A este abandono nos referimos. A este dejarnos llevar, a este hacernos dóciles.

 

La palabra problémica aquí, es la palabra προώρισεν [prorisen] que solemos traducir por “predestinar”; a nosotros nos comunica otra cosa: Dios que vive en la Eternidad puede descubrir proyectivamente, lo que la persona “va a hacer”, la “opción que va a tomar”; no porque Dios lo haya encadenado para que haga A o B, sino porque Dios no está sujeto a las limitaciones cronológicas en las que nosotros nos movemos. No se trata de un dios “predestinador”, (nótese la minúscula que utilizamos), sino de una limitación que nos impide a los humanos, pero que no imposibilita a Dios. No lo obligó por medio de una “predestinación”; sino que, Dios que ya ve el futuro, sabe con qué va a salir.

 

Guarda cierta relación con el “saber” del científico, que aplicando las formulas puede “predecir” por ejemplo la posición de un planeta cierto tiempo después. ¡Eso no es “predestinación”!

 


Esto es importante tomarlo en cuenta porque si Dios nos hubiese predestinado, no seríamos realmente libres, sino que nos estaría dando trato de esclavos.

 

Sal 13(12), 4-5. 6

El Malo, nuestro adversario, se alegra y anhela intensamente nuestro fracaso, porque ahí empieza a cavar el desprestigio de Dios. En mi fracaso, él se refocila, no porque tenga muy especial interés en nosotros, sino por ganarle ese “gol” a Dios. Es, en ese momento, que el Maligno dice: “Se la gané”.

 

¡El Malo es puerco! Dicho popular que trasparenta nuestra fragilidad ante sus triquiñuelas. Pero, viene nuestra fe, y nos hace inexpugnables. Entonces, ¿cuál es nuestro, bastión y nuestro blindaje infranqueable? Abandonarnos en el Señor. Dejar que Él sea nuestra defensa. Acudir a Él y quedarnos amparados en la certeza de su Invencibilidad.

 

Es una realidad muy analógica con la situación de un chiquillo que quiere golpearnos y nosotros corremos convencidos a buscar en papá la seguridad, porque él nos sabrá defender y que, con toda seguridad, con su sola presencia, contendrá la agresividad del otro niño. Papá no hará nada, bastará con que esté allí, y estaremos a salvo. ¡Seguros!


Esa Presencia defensiva y protectora de Dios es lo que llamamos Misericordia. Él suple nuestra debilidad. Nos pastorea con su firmeza que ahuyenta al lobo.

 

Y el gol que quiere anotar el Sucio es llevarnos a las sombras de la muerte. Por eso el salmista clama: “Dios mío, da luz a mis ojos, para que no me duerma en la muerte”.

 

Lc 13, 22-30

La puerta es declarada estrecha para que el yo y sus presunciones no pasan por ella. Deben morir afuera.

Silvano Fausti

Una fragilidad que nos puede ocurrir es que nosotros nos pongamos a ver, y centremos toda nuestra atención en lo que otros hacen, dicen o piensan. El discernimiento no viene de la comparación con los demás, proviene en realidad, de la atención centrada en las Enseñanzas Divinas. Dios nos enseña. Nos lleva hacia Jerusalén y en su subida, nos va instruyendo.


 

Claro que de vez en cuando, toma algún referente paradigmático y con él nos ejemplifica y nos aclara algo. Pero no se queda ahí, encasquillado en las críticas.  Cuando Jesús algo señala, es solo para instruirnos, no les dice a sus discípulos, quedémonos mirándolo, fijémonos qué otras “embarradas comete”. No. Señala el error, y continua. Se trata de desenmascarar un “pecado” y no de perseguir, condenar y llevar a alguien a la hoguera.

 

¡No hay un solo caso de este tipo de seguimiento fiscal en los Evangelios! Nunca desata investigaciones ni persigue cizañero a alguno.

 

Tomemos como ejemplo y referencia la pregunta de hoy.  Los que interrogan quieren saber si son mucho o pocos los que alcanzaran la salvación.  Jesús evade la cuestión del número. Y se concentra en otro punto. Hay que esforzarse. No es cualquier cosa. Hay un mérito real en alcanzar la salvación porque implica un empeño tesonero.

 

Muchos “tibios” lo intentan y fracasan, porque hay que ponerse al esfuerzo. Muchos quizás hacemos una hojita, o leemos media página, y le dedicamos, algún día, diez minutos. Esos no logran nada. Realmente no han tejido un lazo de verdadera amistad con el Señor. Para muchos de esta índole tenemos la palabra “oportunistas”, porque fue sólo en cierta oportunidad que lo intentaron. ¡Breve oportunidad!

 

Pero el verdadero amigo es constante. Es persistente. Se esmera en ganar el cariño de su amigo y le dedica mucho tiempo y mucho interés.

 

«En el capítulo 11 se nos ha revelado nuestra filiación divina, ya asegurada en el cielo, junto al Padre. Pero nosotros nos hallamos aquí sobre la tierra, en la densidad del espacio y en el flujo del tiempo. El capítulo 12 nos ha enseñado a vivirla en relación con las cosas: son un don del Padre a los hijos y de los hermanos entre sí. Ahora, el capítulo 13 nos enseña a vivirla en el tiempo: como el don es el sentido de todo lo que ocupa el espacio, así la conversión es el sentido de toda fracción del tiempo. El presente, único tiempo que todavía existe y aún no ha desaparecido, es la ocasión para convertirnos. Eso no significa volvernos más “buenos”, sino volvernos de nuestra miseria a su misericordia, del mal que cometemos, al amor que Él nos tiene, de la autojustificación a la aceptación de su gracia, como fuente nueva de vida». (Silvano Fausti)

 

Un detalle digno de mencionar es que, a esos oportunistas, en la línea siguiente los titula impíos. Bueno, suena que debe ser algo malo, algo terriblemente inconveniente. Pero, ¿qué es un impío, con más detalle? Es una persona que está separada de Dios, que ha rechazado sus enseñanzas y vive desobedeciendo sus mandamientos. Siempre va contra la voluntad de Dios, obra el mal y carga con un desprecio irreverente y una falta de piedad hacia lo divino. Por eso se llama impío, porque no tiene-piedad. Buscando un poquillo de mayor exactitud, digamos cuales son los tres descriptores de la piedad:

      i.        Devoción

     ii.        Reverencia hacia Dios,

    iii.        Compasión hacia el prójimo

 

Quepa aquí anotar que, si la puerta fuera muy ancha y la entrada muy fácil de alcanzar, se demeritaría sustantivamente el significado de la Salvación. Siempre hemos sabido que la exagerada facilidad de una tarea no puede señalarla como un logro importante y valioso. Muy seguramente si no fuera por el empeño que exige y si todos lo pudieran lograr sin esfuerzo, quizás el premio en sí, se devaluaría. Y alcanzar esa condición perdiera valor, el valor de darle sentido a la vida.

 

Que tengamos que meter el hombro y sudar, ennoblece grandemente la conquista de la presea.

 

Tomemos como ejemplo la dificultad de ganarle a un equipo de fútbol con verdaderos cracks en sus filas, llevarse la copa en ese partido, sin duda tiene mucho sentido, mucho mérito, mucho valor; pero si el partido se juega contra un equipo de bebés que, a duras penas, están aprendiendo a caminar; quizás el único valor sería que los chiquillos aprendieran a jugar y, ganarles sería, hasta una vergüenza.


La Salvación es la más alta meta de la vida, y por eso vale la pena el derroche de esfuerzos continuos para alcanzarla. Y, un anexo, rescatando una consigna de San Ignacio de Loyola: “… es necesario actuar como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios”. (Silvano Fausti)

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