martes, 31 de diciembre de 2024

Séptimo Día de la Octava de Navidad

 


1Jn 2, 18-21

Ustedes tienen la unción del Santo, y todos ustedes lo saben.

1Jn 2, 20

Nuestra situación, con respecto al Cielo, se ha hecho muy especial: Gracias a la Venida de Jesucristo a este mundo hemos conocido el acceso a la vida sacramental. Desde esta perspectiva, caemos en la cuenta que la vida Sacramental no es otra cosa que la manera irrevocable como se nos ha “dado” Su Presencia.

 

La Octava de Navidad nos permite ver que el tiempo que habitamos recibe “dosis” especiales de Gracia, lo que hace que nuestro tiempo no sea una sustancia enteramente homogénea, sino que, por la concentración de Gracia, haya momentos de mayor densidad. Por ejemplo, este que nos introduce la Epístola, cuando nos habla de Ultima Hora. Esos momentos son más densos, porque, aun permaneciendo en la provisionalidad de lo temporal, una gran cantidad de Presencia se cumple en nuestras vidas. Así como estos ocho Días forman uno solo, son ocho días calendario, pero uno solo hablando en términos kairóticos. Así, desde que el Hijo de Dios habitó la faz de la tierra, el tiempo cronológico ganó una densa kairoticidad -a la que el historiador denomina genéricamente “era cristiana”- pero que en términos de kairós, es distinto a otro “tiempo”, porque Jesús está Presente con nosotros -desde el preciso instante Resurreccional- hasta la Parusía, cuando estará palpablemente Presente, en ese momento terminará la “última hora” y se abrirá, de par en par, la Eternidad. Esta Presencia se hace patente en la Unción que hemos recibido. Ya no nos movemos en el aire; -como los peces se mueven en el agua- así nosotros nos movemos en Jesucristo (Cfr. Hch 17,28).


 

La 1ª Carta de Joánica nos previene sin embargo que el Patas, anda por ahí pataleto, sabe que su último cuarto de hora está en curso y quiere avisparse a ver a cuántos logra arrebatar hacia su tiniebla. Nosotros por lo general nos imaginamos que los “Anticristos” son esos políticos, esos líderes renombrados, foráneos, que llegan del extranjero con sus bombos y platillos, con sus bombas y misiles, y lo son, pero hay otros que están adentro, están colados en nuestras filas, están infiltrados, quieren confundirnos, desviar nuestra atención, distraernos con la preocupación de la “marca de la colombina”, para que nosotros, por andar en esas, no nos percatemos de su ataque, de sus estrategias, de sus proceder disimulado, de su ideología de odio y muerte. San Mateo se refería a ellos como “falsos profetas” (en esta carta, en el capítulo 4, también se les llamará así). Jesús nos prevenía señalando que esos claman que el Mesías está aquí o está allí, y nos decía que no nos fuéramos tras ellos (cfr. Mt 24, 23). San Pablo los denominará “lobos rapaces”.

 

Significa esto que tenemos que vivir en zozobra perpetua, con los nervios de punta, desconfiando de todos los fieles co-parroquianos; no se trata de eso, si leemos la perícopa con atención nos daremos cuenta que dice que esos anticristos que están al interior, caerán por su propio peso, se desenmascararán con su propia mano y con su propio proceder. No se trata de que nosotros sembremos la desunión, desparramando desconfianza, que creemos sectas de segregación, que no venga la discriminación y la exclusión por nuestro conducto, que no sean nuestras acciones la fuente del divisionismo, que no obremos diabólicamente. Nosotros tenemos el deber de la acogida, de la fraternidad, de la sinodalidad.

 

Llega el momento en que esos “enemigos de la fe” saldrán y se irán, porque ellos mismos se darán en la nariz con la inutilidad de sus estratagemas; los que no sean “fieles” saldrán y se irán, porque nos son de los nuestros, esos no permanecerán: Son “pasajeros”.

 

Nosotros conocemos al Espíritu Santo, y -por haber sido ungidos- tenemos la capacidad y el “conocimiento” para captar su verdad. Esta verdad no es “discursiva”, es una “verdad experiencial”, que nos capacita para reconocer la mentira y no darle cabida para que se entrevere con la Verdad Revelada.


 

Permanezcamos atentos en lo que sigue en la Carta, que el jueves, 2 de enero, leeremos la contraseña para reconocerlos y desenmascararlos: esos anticristos son los que niegan a Jesús.

 

Nosotros también somos Presencia Crística, en tanto que ungidos en el Ungido.

 

Sal 96(95), 1-2. 11-12. 13

Este es el mismo salmo del Reino que leímos ayer, pero la perícopa está organizada de otra manera.


 

El salmo convoca a tres estratos diferentes, para alegrarse y gozar.

i)              Los creyentes los que se han asociado con los Discípulos

ii)             Los pertenecientes a todas las naciones

iii)           Las criaturas

 

El primer día, ayer, nos concentramos y toda la perícopa se refería a las naciones convidadas. En cambio, la perícopa de hoy, toma una estrofa de cada uno de los tres estratos.

 

En la primera estrofa convida a todos los habitantes del planeta a cantarle a Dios con un Cántico Nuevo.

 

En la segunda estrofa, llama a los mares, a los campos y a los árboles.

 

En la tercera estrofa define como será el gobierno de Dios e insiste que será un reinado con Justica y Fidelidad.

 

El versículo responsorial dice que Cielos y tierra exultaran por esas razones.

 

Jn 1, 1-18

Él es verdadero hombre por naturaleza, capaz de actividad humana, conocimiento humano, voluntad humana, conciencia humana y, añadamos, de sufrimiento humano, paciencia, obediencia, pasión y muerte. Sólo por la fuerza de esta plenitud humana se pueden comprender y explicar los textos sobre la obediencia de Cristo hasta la muerte.

San Juan Pablo II

Es esencial al acercamiento de nuestra fe, entender que Jesucristo no es algún hombre que Dios comisionó para traernos un anuncio de Salvación, sino que es mucho más que eso: es Dios-y-hombre, es Dios humanado, es el mismo Dios en Persona, que se Encarnó para Salvarnos. Con esta manera de proceder, Él nos ha asumido en nuestra totalidad, nada hay que sea nuestro y se le haya quedado por fuera, cargo con todas nuestras debilidades y, Él que estaba libre de yodo pecado, cargo con todos nuestros pecados (Cfr. Is 53, 4-12).

 


Como es Dios, no tiene principio ni tiene fin, es Eterno. Dios pronuncia su Nombre y esa es su manera de Ser, está en la Eternidad del Verbo pronunciado por el Padre.

 

También podemos entenderlo como Creador, porque el Padre creó, creó y crea con su Palabra, pero, atención, todo fue creado pensando en la obra Salvífica del Hijo, en que el todo lo asumiría, así que, con su Voluntad Salvífica, es co-participe de toda la Creación.

 

Al ser creadas, todas las criaturas quedaron alumbradas por su Resplandor, el Verbo Eterno las cobijaba con su resplandor, pero el pecado las arrincono, y las condenó a vivir en las esquinas oscuras donde el Malo derramó su tiniebla.

 

El ser humano no es capaz de enterarse de estas Acciones sucedidas en el plano trascendente. Entonces, para que pudiéramos abrirnos a su acogida y recibirlo, Él se pre-anunció y nos regaló un Precursor que lo proclamó como “Cordero que quita el pecado del mundo”.

 

El Precursor, no era el que Ilumina, ni era el Verbo pronunciado por el Padre, sino una Voz que daba paso al que Es la Plenitud de la Claridad Perfecta.

 

Esta Voz era Índice, no era constricción. Proclamaba, no imponía. Dios propone, y lo que nos demanda, prácticamente nos lo ruega. Quiere que nosotros aceptemos, pero sometiéndolo a nuestro albedrío.

 

El texto, a este respecto, contiene dos pivotes, abisagrados en el sentido de Verdad. Pero la verdad no es una imagen que se ajusta al objeto, sino una oferta que quiere anidarse en nuestro pecho. Es una verdad de naturaleza amorosa, es un pacto en términos de afectividad, de conyugalidad.

 

El primer pivote es que La Palabra que es Dios y que estaba “junto” a Dios tiene el poder de “iluminar”; pero no es una iluminación que escoge a unos y a otros los deja en lo oscuro, es una Luz que se ofrece a todos los seres humanos que nacemos aquí, en la tierra. (Jn 1,9).

 

Y, el segundo pivote es que eta Verdad Luminosa se ofrece a nuestros ojos y quiere aclararnos, quiere iluminarnos, ya depende de nosotros acoger al Hijo de Dios pleno de Gracia y de Verdad (Cfr. Jn 1, 14cde).

 


«En la Persona de Jesucristo, las dos naturalezas, la humana y la divina, han quedado inseparablemente unidas. Esto era lo que experimentaba cada uno que se acercaba a Jesús: estando en todo igual a nosotros, era al mismo tiempo tan diverso…» (Papa Francisco)

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