2Cor 11, 1-11
… una serie de santos,
que llegaron hasta a ser idiotas, locos, han, mostrado que Dios, en realidad
quiere confundir lo que es, lo que aparece, a través de la debilidad de lo que
no aparece, de lo que no es.
Enzo Bianchi
Nos
devolvemos en el orden cronológico de las cartas que están reunidas en este
Libro que llamamos 2Cor. El editor, las compiló como él creyó, pero los
estudiosos, con mucho cuidado y atención, descubren que los capítulos 10 al 13
forman parte de la “cuarta carta”, mientras que los capítulos 8 y 9 recopilan
un grupo de cartas que podríamos -por su cerrada afinidad temática- clasificar
como “sexta carta”. En la sexta carta, el conflicto Pablo-vs-corintios ya se ha
superado. Mientras que en la carta número cuatro, el conflicto ya se ha dado,
pero permanece en suspenso su solución y Pablo está atormentado por esta
desavenencia destructiva y demoledora para la comunidad. A Pablo, que lo habían
abofeteado allí, y había sido rudamente tratado y prácticamente expulsado, le
partía el alma que los corintios hubieran caído en el engaño de los que Pablo
llama ὑπερλίαν ἀποστόλων [uperlian apostolon] “superapóstoles”.
(Algunos
piensan que esta es otra carta anterior a la que sabemos que se perdió -la
verdadera 1Cor- y por eso no está incluida en el Nuevo Testamento -y mucho
menos en el Antiguo). “¡Ojalá me toleren algo de locura!; aunque ya sé que me
la toleran”. Así inicia diciendo la perícopa de hoy.
Hay
algún miembro pudiente de la comunidad que se encarga de atizar el fuego contra
Pablo llevando esa crisis a nivel inimaginable. En el texto se evidencia que
esto le causaba a San Pablo una enorme aflicción. San Pablo, creemos haberlo
dicho ya, no era de una apariencia atractiva; y él mismo dice que no sabe
hablar en público y que su oratoria no era deslumbrante, afirmando que su
hablar es inculto -lo que nosotros consideramos es que esa era sólo una palabra
de humildad (ver 11,6) pero, puede afirmar que domina el “conocimiento” y eso,
los corintios lo podían testimoniar. Aquí recurre una vez más a un oxímoron
cuando dice: “¿O hice mal en abajarme para elevarlos a ustedes, anunciando de balde
el Evangelio de Dios?
Ellos
se las daban con sus “credenciales”, hacían gala de su ascendencia judía y de
su proveniencia y su “magnifica cultura. Cómo los superapóstoles les exigían
“fuertes pagos y contribuciones” a cambio de sus predicas, y Pablo en cambio,
desempeñó entre ellos su ministerio de manera gratuita, esto lo usaban como
argumento para devaluar el ministerio paulino y decir que “nada valía”. Y
despreciaban también el amor que Pablo les pudiera tener, afirmando que para
nada los amaba (seguramente a eso aunaban la acusación de no haber vuelto,
probando, con la falta de retorno, que hubiera un real afecto por la comunidad
de Corinto, mientras, sabemos que no volvía para no echar más leña al fuego de
esta disputa).
Lo
que querían los susodichos superapóstoles era predicar un Jesús diferente y
promover un Espíritu distinto del que les había mostrado San Pablo. San Pablo,
lejos de querer montar una tarima de auto-adulación lo que quiere es rebatir la
impostura de estos farsantes y demostrarles que sus acciones tenían causales
bien diversas de las que aquellos se imputaban.
Podemos
leer en todo esto que existe una humildad inflada de fatuidad con fines de
engaño y lucro y, otra humildad sincera que puede -a través de cosméticos-, ser
mostrada como “arrogancia”, sólo para desconcertar a los destinatarios de la
Buena Nueva. San Pablo está dispuesto a aceptar el título de “loco” que
seguramente le darían los que vieron su estilo de pastoral en acción. Abnegado,
sacrificado y gratuito.
Estos
insidiosos, que se hacen propaganda a sí mismos, no anuncian a Jesucristo, sino
que hacen su propia campaña, desprestigiando las enseñanzas de Pablo. En eso,
San Pablo no puede darse el lujo de callar, porque no se trata del ataque que
le hacen, sino de estar atacando al propio Jesús, al promover un Espíritu
distinto al Espíritu de Jesucristo y un Evangelio ajeno al que desde siempre
han proclamado las comunidades cristianas. Lo que anuncian es un acomodo de
acuerdo a sus interesas, procurando disimular la ambición que esconden, sólo
les preocupa defender sus privilegios y sus canonjías; San Pablo los identifica
con la serpiente que sedujo con sus artimañas a nuestros primeros padres en el
Huerto del Edén.
En
nuestra fe existe y ha existido la tradición de hacer del matrimonio una figura
del amorío de Dios con su Pueblo, aquí san Pablo apela al mismo recurso
diciendo que él con sus predicaciones nos desposó con Cristo para que nosotros
nos presentáramos virginales y fieles a Nuestro Legitimo Esposo. Ellos en cambio,
lo que se han dado a la tarea de “pervertir nuestras mentes alejando de
nuestros corazones la sinceridad y la pureza que Pablo nos enseña (vv. 2-3).
San Pablo manifiesta experimentar celos, celos con este pueblo-novia prometida, que quebranta tan pésima e ingratamente la fidelidad debida a su Señor. En su corazón, Pablo repite aquella idea de Jesús, que leemos en Jn 2,17: "El celo de tu casa me devora".
Sal
111(110), 1b-2.3-4. 7-8
Guardar
coherencia con la Ley Divina es, ya de por sí, virtuoso; esa coherencia es lo
que llamamos Alianza. La Alianza no es pues otra cosa que el compromiso con la
palabra dada. Pero la Alianza no se reduce a un “tan juicioso que soy”, sino, a
la manera como se traban las fuerzas para ponerse al servicio de la Construcción
del Reino de Dios. La Alianza está propuesta entre Dios y los que se empeñan en
vivir fieles en la rectitud -como una “casta novia”- que se congregan en
Asamblea, configurándose verdadero pueblo de Dios. No son unidades discretas,
sino comunidad orgánica.
En
la primera estrofa propone una tarea, “el estudio” de las “Grandes Obras del
Señor”.
En la Segunda estrofa, se da un resultado primario de ese estudio: se descubre que esas obras están envueltas en belleza y esplendor, que son maravillosas y dignas de ocupar un permanente espacio en la memoria.
La
tercera estrofa nos trae cuatro conclusiones fenomenales de ese estudio;
1) Las obras de Dios
son “justicia y verdad”; Él no ha hecho cualquier chabacanada, sino que lo suyo
es refinado y delicado.
2) Son fiables. Para
los humanos es casi imposible obtener resultados confiables, casi todo lo
nuestro es engañoso e innoble. Lo que viene de Él, por el contrario, es siempre
noble y recto.
3) ¡Estable! Nosotros
hacemos algo por aquí y se desestabiliza algo por allá. En cambio, Dios, obra
aquí y -simultáneamente- re-estabiliza el todo.
4) Las obras Divinas
no pueden ser operadas con manos malintencionadas, dirigidas por un corazón
injusto o indigno. Lo que Él nos propone debe ser llevado a termino con un
espíritu de rectitud y verdad.
Celebrar
la Alianza es ratificar en nuestra existencia como Comunidad creyente el gozo
Pascual. Salimos de la esclavitud y caminamos hacia la patria celestial, la
patria de la justicia y la verdad. ¡Qué cada día y a cada instante estemos más
lejos de Egipto y más cerca de la Tierra de Promisión!
Mt 6, 7-15
Cuando pronuncio el Padre Nuestro, me
siento como un sabio hortelano que siembra árboles para edificar futuros,
porque mi sangre me dictamina que la “construcción del Reino” se equipara con la
de los hortelanos que riegan meticulosamente las semillas, para que haya
hermosos bosques en algún mañana.
Sonrío pensando que tal vez, esta haya sido la
más antigua liturgia de la esperanza: cuando alguien plantó un árbol,
consciente de que jamás habría de sentarse a su sombra. Sin saberlo, ese
desconocido pronunció el Nombre del más Sagrado de los Sueños: El Mesías: el
momento en que el poder será entregado a los mansos…
Rubem Alves
El Divino Maestro, nos presenta el Padre
Nuestro, como una comunicación con El Padre, que economiza palabras y dice
aquello que tendríamos, sin abusar del palabrerío y dirigiéndole una plegaria
sin verborrea. Más bien, es un rezo lacónico.
Nosotros quisiéramos presentar aquí, cómo esta oración se inserta en le liturgia, y para eso recurriremos al numeral 2777 del catecismo de la Iglesia Católica:
En la liturgia romana, se
invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia
filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: “Atrevernos
con toda confianza”, “Haznos dignos de”. Ante la zarza ardiendo, se le dijo a
Moisés: “No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies” (Ex 3,
5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que
“después de llevar a cabo la purificación de los pecados” (Hb 1, 3), nos
introduce en presencia del Padre: “Henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me
dio” (Hb 2, 13):
«La conciencia que tenemos de
nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición
terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el
Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre” (Rm
8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre
suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de
lo alto?» (San
Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).
Todo
indica que se trata de una inserción que Mateo encontró oportuna, por su
relación con el tema de la oración; por eso se ha dispuesto en este lugar de su
Evangelio, co-textualizado dentro del Sermón de la Montaña. Jesús les advierte
que no se trata de improvisar una de esas plegarias de nunca acabar,
convencidos que la extensión y la duración del discurso terminará por convencer
a Dios, sabiendo -como todos sabemos- que Dios conoce perfectamente nuestras
necesidades y nuestras urgencias. Y nos enseña la “Oración del Señor”.
Se
trata de una plegaría que la mayoría de nosotros hemos aprendido durante la
infancia, pero que -a pesar de su importancia, por habérnosla enseñado el
propio Jesús- la recitamos mecánicamente, sin llegar a sopesar su significado.
Su
significado más profundo es -como los votos matrimoniales- el señalamiento de
la especificidad de nuestra relación con nuestro Padre Celestial. Y, al ponernos
en relación con Dios, nos pone también en correlación con toda la humanidad y
con la realidad global que habitamos.
Su
estructura corresponde a siete peticiones que disponen la ordenación del
ser-orante. Y, en esa estructura lo que prima es la relación paterno-filial que
nos enlaza y define. Sin embargo, no es simplemente el Padre, sino que -y ahí
figuramos nosotros- en el otro extremo del vínculo, es “Padre Nuestro”. A nadie
podemos negarle este “privilegio” verdadero que Dios ha querido tener con nosotros,
el de ser sus hijos. Inmediatamente empezamos a condicionar esa filialidad,
estamos tergiversando la inclusividad que contiene la oración del Señor. Muchos
santos al empezar a pronunciar esta Plegaria, no pueden pasar de su enunciación
y avanzar, porque es tan descomunal la profundidad omni-abarcadora, que se dice
que ahí, en el que podríamos denominar “el título”, ahí se quedan.
Podríamos
intentar, reflexionar, en las sucesivas veces que lo pronunciemos una de las
siete peticiones, tratando de ir -progresivamente- desentrañando su maravillosa
pedagogía.
Quepa
decir que no es un problema de velocidad, a veces tendemos a prolongarlo en
lento avance, creyendo que quizás así lleguemos más al fondo; se trata más bien
-y particularmente cuando lo recitamos dentro de la liturgia- de recitarlo al
unísono con la Comunidad, y siguiendo la “batuta” del Presidente. ¡No hay que
ir por delante, ni rezagarse! Lo que nos corresponde, como pueblo orante, es
ir, una diezmillonésima de segundo, tarde, respecto del Presidente. En la
oración -litúrgicamente hablando- lo que cuenta es la perfección de la coral y
en ello va un aspecto sincrónico: La noción de sincronía es especialmente
utilizada en música y en liturgia, ya que es importante que todas las voces que
componen el coro de la feligresía actúen de manera sincronizada, sea que se
cante o sólo se ore. De otro modo, podría suceder que el sonido no sea
agradable al oído de Dios.
En
cualquier otro caso, debería fluir con la naturalidad que impone nuestra manera
normal de hablar, y caer en la cuenta que todo dialogo -conlleva junto con su
dinamismo interno- una velocidad que le es propia. Bastará con que nuestra
pronunciación sea clara, pero no es recomendable introducir otros matices con
el pretexto de la “solemnidad”. Se recomienda eludir el tono hierático, por
presuntuoso.
Estas
cosas son fundamentales, especialmente si atendemos a la recomendación de orar
como si estuvieras hablando con un Amigo.
Permítasenos
añadir una palabra sobre la petición de venga a nosotros tu Reino. Aunque
Nuestro Padre es Rey, lo aceptemos o no, también sabemos que Él no nos impone
su Reinado, y que su Misericordia se quedará respetuosamente en el umbral de
nuestra vida, si nosotros no Lo aceptamos y Lo recibimos en Su calidad de Rey.
Decirle que “se haga su voluntad aquí abajo, como se hace allá arriba”, es una
bufonada, como si le dijéramos a un hijo, “vaya juegue”, pero previamente le
hubiéramos impuesto pesados grilletes que se lo impidan.
Miremos tan solo un fragmento de un texto intitulado “El Árbol del Futuro”, que pudiera ser inspirador para ti, querid@ lector(a), enseñándonos a orar, cada vez que lo pronunciemos, el Padre Nuestro, como sembrando árboles para el Jardín del Mañana, el Edén escatológico:
Voy a sembrar un árbol…
Cuál vaya a ser, no
tengo idea.
La copa deberá ser
grande, para que los niños puedan juntarse a su alrededor. Ojalá que sus ramas
sean fuertes: recuerdo el viejo mango de mi infancia, de donde colgué un
columpio. Y pienso en los pajaritos que vendrán, cuando sus frutos están
madurando…
Pero lo más importante
de todo:
Deberá crecer lenta,
muy lentamente.
Tendrá que demorar
tanto para crecer que ya no viviré para poder sentarme a su sombra. Y lo amaré
por los sueños que se abrigan en él.
Rubem Alves
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