jueves, 15 de mayo de 2025

Viernes de la Cuarta Semana de Pascua


 

 Hch 13, 26-33

Así Dios suscitó a Jesús como salvador al final de la historia de su pueblo. Pues bien, prosigue la segunda parte del discurso, ese Jesús, que fue rechazado y ejecutado, ha sido resucitado por Dios. Según las Escrituras y la promesa de Dios, esto manifiesta que es efectivamente el salvador. Y esto es precisamente lo que se os anuncia ahora.

Michel Gourgues

 

Hay dos discursos muy bien estructurados, dos perlas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, muy bien desarrollados. El de Pentecostés (2, 14-36) y este, de la predicación sinagogal en Antioquía de Pisidia (13, 14-43). Bernabé y Pablo, -como ya lo decíamos ayer-al chocar contra la reticencia y la animadversión de los judíos, que no prestaban oídos, resolvieron dirigirse a los paganos, recogiendo una enseñanza de Isaías: (Is.  49, 6) que los animaba a ir hasta los mismísimos “confines de la tierra”.

 

Podríamos fácilmente detectar las ideas centrales de esta alocución: la “Salvación”, el “perdón de los pecados”, temas muy coherentes para dirigirse al auditorio judío. El enfoque se ha decidido -en orden a ideas propias de este auditorio, que podía llegar a ver en Jesús, al Mesías descendiente del linaje davídico, y como podemos ver, desde el inicio, Pablo se remonta a más atrás, hasta el mismo linaje de Abrahán. En este texto, a los prosélitos se les denomina “los temerosos de Dios”.

 

Algo que pone al descubierto este discurso es que, los judíos no pudieron descifrar el sentido de las enseñanzas de los profetas que usualmente había repasado una y otra vez en las Sinagogas, los sábados.

 

Volviendo sobre el kerigma, se señala en el discurso que Jesús, una vez muerto, fue descolgado de la cruz y conducido el sepulcro, de dónde Dios mismo lo rescató.

 

Después de su Resurrección el Señor se les manifestó en repetidas ocasiones -los que, habiendo venido de Galilea, lo acompañaron en la agonía y la crucifixión y muerte- donde los había emplazado a reunirse, desde ya antes de su Crucifixión.

 


Y, luego, retoma el Salmo 2, citando el verso 7 בְּנִ֥י אַ֑תָּה אֲ֝נִ֗י הַיֹּ֥ום יְלִדְתִּֽיךָ׃ [ban ni at tah ani haw yo um ye lod ti ka] “Tu eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”.

 

Sal 2, 6-7. 8-9. 10-11 y 12a.

Hay Salmos (7, por los menos) que se refieren a Dios como el Verdadero y Único Rey. El Sal 2 pertenece a esta categoría. Israel nunca pensó en el rey como dios, en cambio, reconoció en Dios a su Legitimo Rey. Su reinado ni tendría fin, ni tampoco límites: Su dominio estaba demarcado por los “confines de la tierra”. El presente salmo es un “discurso desde el Trono”. (Hagamos caber, aquí, la anotación que, cuando en nuestros labios de cristianos decimos Rey, estamos hablando del único rey que tenemos que es El Señor, y nunca aludiendo a algún político o gobernante: Desde nuestra fe -nunca desde la beligerancia- hemos prohijado la aclamación ¡Viva Cristo Rey!).

 

Nos parece tan importante que no podemos evitar repetirlo, que no se trata de una entronización, porque Dios está desde siempre y por siempre entronizado. Sino que se construye, siguiendo en paralelo una entronización.

 

Este salmo está conformado por 12 versos. De ellos se toman 6 y medio, para organizar la perícopa que será proclamada. Con ellos se organizan tres estrofas:


En la primera se declara que Dios mismo ha delegado su Rey en Sion. Y ha hecho proclamar el reconocimiento de Su Propio Hijo a quien Él ha engendrado, en momento definido.

 

En la segunda estrofa hace entrega de su potestad sobre las diversas “naciones”, ellas entendidas como pueblos, -con sus hablas propias y sus culturas determinadas-; este Rey, usará su Cetro de Hierro para disolver las fronteras y los límites de pueblo a pueblo, como si hubieran sido delimitaciones hechas con barro cocido. Dios no conoce fronteras, convienen ratificarlo: toda frontera es un capricho humano.

 

En la última estrofa de la perícopa, conmina a los reyes terrenales a plegarse ante el Rey que Él ha designado. Puesto que es “Su Elegido”, llamándolos a la sensatez.

 

Es fundamental entender que aquí no lo ha engendrado porque lo haya puesto en un vientre de mujer, sino porque lo ha sacado del mismísimo seno de la tierra resucitándolo.

 

Jn 14, 1,6

Hoy iniciamos nuestro estudio del discurso de Jesús en la Última Cena, que dura cuatro capítulos, abarcando los capítulos 14 a 17, que nos mantendrá ocupados hasta el 5 de junio. Forma parte del genero de despedidas y testamento final, Jesús dará, en él, sus instrucciones finales. El discurso prevé y anuncia las insidias que acosaran a los discípulos en el periodo post-Resurreccional, donde el ataque vendrá del paganismo a una vez que desde el judaísmo. Lo que más perturba a los apóstoles es la perspectiva de la “traición”. Lo que los lleva a padecer “tribulaciones en su corazón”.


Contra un sentimiento de desamparo: Existe una suerte de nerviosismo, de desazón, de inseguridad humana, cuando nosotros no nos cimentamos en el Señor. Es una situación de “perdida de la paz”, nos sentimos llevados de aquí para allá. Como una cascara de nuez bamboleada por el oleaje. El camino a seguir, es siempre una encrucijada. Miramos la ruta y sólo alcanzamos a distinguir un gigantesco signo de interrogación. Aquí la “turbación” es ya tentación, bordea al abandono. Sintomatiza el impulso hacia la deserción.

 

Estamos hablando de la necesidad de poner total confianza en el Señor-Jesús, reposando en Él y el Padre, poniendo toda nuestra fe y seguros que no seremos abandonados. Cobijados por su fuerza que se nos dará para que gocemos de firme solidez ante todo cuanto pueda sobrevenir. Jesús nos reconforta, nos tranquiliza, nos infunde un ánimo sereno. Él va delante para ir a amoblarnos nuestra residencia eternal. Él ha trazado un proyecto y ha deletreado la historia de nuestra fragilidad para sacar de ella una fortaleza inamovible. Él es nuestro Alcázar, nuestro Refugio, nuestra Atalaya.  “Jesús es el Templo en el cual todo hombre encuentra a Dios y encuentra el rostro del cual es imagen y semejanza” (Silvano Fausti)

 

Pronuncia el Séptimo “Yo-Soy”, como culmen de su ratificación de Divinidad: “"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14,6).

 

Los seis anteriores han sido:

1.    "Yo soy el pan de vida" (Juan 6,35)

2.    "Yo soy la luz del mundo" (Juan 8,12)

3.    "Yo soy el que soy" (Juan 8,58)

4.    "Yo soy la puerta de las ovejas" (Juan 10,7)

5.    "Yo soy el buen pastor" (Juan 10,11)

6.    "Yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11,25)

 

No hay que preocuparnos a lo “Tomás” por el mapa o por el GPS. “Tomás tendrá dificultad para creer que Jesús ha resucitado (20,24ss), precisamente porque ignora que el amor es el camino hacia la vida” (Silvano Fausti). Jesús es, también nuestra brújula. Dejémonos guiar, Él sabe bien por donde nos lleva, Él sabe bien a dónde hemos de llegar; Él va cuidándonos de los lobos, y no dejará que se pierda ni uno solo de los que el Padre le ha entregado. Sino sólo “el que se había de perder”, el de la traición, el discípulo del Maligno.

 

«Jesús es esto: la Verdad, la cual, en la plenitud de los tiempos, "se hizo carne", que vino entre nosotros para que la conociéramos. La verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un encuentro con una Persona.» (Papa Francisco)


¡Creamos en Dios y aceptemos a Jesús, su Unigénito! Rey de reyes, Señor de señores. Él nos garantiza alojamiento en la Morada Celestial, donde hallaremos una vivienda definitiva. «El camino no es una calle, sino una persona a seguir; la verdad no es un concepto, sino un hombre al que hay que frecuentar; la vida no es un dato biológico, sino un amor al que hay que amar». (Silvano Fausti)

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