Hch 13, 26-33
Así Dios suscitó a
Jesús como salvador al final de la historia de su pueblo. Pues bien, prosigue
la segunda parte del discurso, ese Jesús, que fue rechazado y ejecutado, ha sido
resucitado por Dios. Según las Escrituras y la promesa de Dios, esto manifiesta
que es efectivamente el salvador. Y esto es precisamente lo que se os anuncia
ahora.
Michel Gourgues
Hay
dos discursos muy bien estructurados, dos perlas en el Libro de los Hechos de
los Apóstoles, muy bien desarrollados. El de Pentecostés (2, 14-36) y este, de
la predicación sinagogal en Antioquía de Pisidia (13, 14-43). Bernabé y Pablo, -como
ya lo decíamos ayer-al chocar contra la reticencia y la animadversión de los
judíos, que no prestaban oídos, resolvieron dirigirse a los paganos, recogiendo
una enseñanza de Isaías: (Is. 49, 6) que
los animaba a ir hasta los mismísimos “confines de la tierra”.
Podríamos
fácilmente detectar las ideas centrales de esta alocución: la “Salvación”, el
“perdón de los pecados”, temas muy coherentes para dirigirse al auditorio
judío. El enfoque se ha decidido -en orden a ideas propias de este auditorio,
que podía llegar a ver en Jesús, al Mesías descendiente del linaje davídico, y
como podemos ver, desde el inicio, Pablo se remonta a más atrás, hasta el mismo
linaje de Abrahán. En este texto, a los prosélitos se les denomina “los
temerosos de Dios”.
Algo
que pone al descubierto este discurso es que, los judíos no pudieron descifrar
el sentido de las enseñanzas de los profetas que usualmente había repasado una
y otra vez en las Sinagogas, los sábados.
Volviendo
sobre el kerigma, se señala en el discurso que Jesús, una vez muerto, fue
descolgado de la cruz y conducido el sepulcro, de dónde Dios mismo lo rescató.
Después
de su Resurrección el Señor se les manifestó en repetidas ocasiones -los que,
habiendo venido de Galilea, lo acompañaron en la agonía y la crucifixión y
muerte- donde los había emplazado a reunirse, desde ya antes de su Crucifixión.
Y,
luego, retoma el Salmo 2, citando el verso 7 בְּנִ֥י אַ֑תָּה אֲ֝נִ֗י הַיֹּ֥ום יְלִדְתִּֽיךָ׃
[ban ni at tah ani haw yo um ye lod ti ka] “Tu eres mi hijo, yo te he
engendrado hoy”.
Sal 2, 6-7.
8-9. 10-11 y 12a.
Hay
Salmos (7, por los menos) que se refieren a Dios como el Verdadero y Único Rey.
El Sal 2 pertenece a esta categoría. Israel nunca pensó en el rey como dios, en
cambio, reconoció en Dios a su Legitimo Rey. Su reinado ni tendría fin, ni
tampoco límites: Su dominio estaba demarcado por los “confines de la tierra”.
El presente salmo es un “discurso desde el Trono”. (Hagamos caber, aquí, la
anotación que, cuando en nuestros labios de cristianos decimos Rey, estamos
hablando del único rey que tenemos que es El Señor, y nunca aludiendo a algún
político o gobernante: Desde nuestra fe -nunca desde la beligerancia- hemos
prohijado la aclamación ¡Viva Cristo Rey!).
Nos
parece tan importante que no podemos evitar repetirlo, que no se trata de una
entronización, porque Dios está desde siempre y por siempre entronizado. Sino
que se construye, siguiendo en paralelo una entronización.
Este
salmo está conformado por 12 versos. De ellos se toman 6 y medio, para
organizar la perícopa que será proclamada. Con ellos se organizan tres
estrofas:
En la primera se declara que Dios mismo ha delegado su Rey en Sion. Y ha hecho proclamar el reconocimiento de Su Propio Hijo a quien Él ha engendrado, en momento definido.
En
la segunda estrofa hace entrega de su potestad sobre las diversas “naciones”,
ellas entendidas como pueblos, -con sus hablas propias y sus culturas
determinadas-; este Rey, usará su Cetro de Hierro para disolver las fronteras y
los límites de pueblo a pueblo, como si hubieran sido delimitaciones hechas con
barro cocido. Dios no conoce fronteras, convienen ratificarlo: toda frontera es
un capricho humano.
En
la última estrofa de la perícopa, conmina a los reyes terrenales a plegarse
ante el Rey que Él ha designado. Puesto que es “Su Elegido”, llamándolos a la
sensatez.
Es
fundamental entender que aquí no lo ha engendrado porque lo haya puesto en un
vientre de mujer, sino porque lo ha sacado del mismísimo seno de la tierra
resucitándolo.
Jn 14, 1,6
Hoy
iniciamos nuestro estudio del discurso de Jesús en la Última Cena, que dura
cuatro capítulos, abarcando los capítulos 14 a 17, que nos mantendrá ocupados
hasta el 5 de junio. Forma parte del genero de despedidas y testamento final,
Jesús dará, en él, sus instrucciones finales. El discurso prevé y anuncia las
insidias que acosaran a los discípulos en el periodo post-Resurreccional, donde
el ataque vendrá del paganismo a una vez que desde el judaísmo. Lo que más
perturba a los apóstoles es la perspectiva de la “traición”. Lo que los lleva a
padecer “tribulaciones en su corazón”.
Contra un sentimiento de desamparo: Existe una suerte de nerviosismo, de desazón, de inseguridad humana, cuando nosotros no nos cimentamos en el Señor. Es una situación de “perdida de la paz”, nos sentimos llevados de aquí para allá. Como una cascara de nuez bamboleada por el oleaje. El camino a seguir, es siempre una encrucijada. Miramos la ruta y sólo alcanzamos a distinguir un gigantesco signo de interrogación. Aquí la “turbación” es ya tentación, bordea al abandono. Sintomatiza el impulso hacia la deserción.
Estamos
hablando de la necesidad de poner total confianza en el Señor-Jesús, reposando
en Él y el Padre, poniendo toda nuestra fe y seguros que no seremos
abandonados. Cobijados por su fuerza que se nos dará para que gocemos de firme
solidez ante todo cuanto pueda sobrevenir. Jesús nos reconforta, nos
tranquiliza, nos infunde un ánimo sereno. Él va delante para ir a amoblarnos
nuestra residencia eternal. Él ha trazado un proyecto y ha deletreado la
historia de nuestra fragilidad para sacar de ella una fortaleza inamovible. Él
es nuestro Alcázar, nuestro Refugio, nuestra Atalaya. “Jesús es el Templo en el cual todo hombre
encuentra a Dios y encuentra el rostro del cual es imagen y semejanza” (Silvano
Fausti)
Pronuncia
el Séptimo “Yo-Soy”, como culmen de su ratificación de Divinidad: “"Yo soy
el camino, la verdad y la vida" (Juan 14,6).
Los
seis anteriores han sido:
1. "Yo soy el pan
de vida" (Juan 6,35)
2. "Yo soy la luz
del mundo" (Juan 8,12)
3. "Yo soy el que
soy" (Juan 8,58)
4. "Yo soy la
puerta de las ovejas" (Juan 10,7)
5. "Yo soy el
buen pastor" (Juan 10,11)
6. "Yo soy la
resurrección y la vida" (Juan 11,25)
No
hay que preocuparnos a lo “Tomás” por el mapa o por el GPS. “Tomás tendrá
dificultad para creer que Jesús ha resucitado (20,24ss), precisamente porque
ignora que el amor es el camino hacia la vida” (Silvano Fausti). Jesús es,
también nuestra brújula. Dejémonos guiar, Él sabe bien por donde nos lleva, Él
sabe bien a dónde hemos de llegar; Él va cuidándonos de los lobos, y no dejará
que se pierda ni uno solo de los que el Padre le ha entregado. Sino sólo “el
que se había de perder”, el de la traición, el discípulo del Maligno.
«Jesús
es esto: la Verdad, la cual, en la plenitud de los tiempos, "se hizo
carne", que vino entre nosotros para que la conociéramos. La verdad no se
aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un
encuentro con una Persona.» (Papa Francisco)
¡Creamos en Dios y aceptemos a Jesús, su Unigénito! Rey de reyes, Señor de señores. Él nos garantiza alojamiento en la Morada Celestial, donde hallaremos una vivienda definitiva. «El camino no es una calle, sino una persona a seguir; la verdad no es un concepto, sino un hombre al que hay que frecuentar; la vida no es un dato biológico, sino un amor al que hay que amar». (Silvano Fausti)
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