So 3, 1-2. 9-13
Sofonías es uno de los profetas más
desconocidos en la historia de la Iglesia; los santos padres no lo estudiaron y
ni siquiera lo mencionan. En las celebraciones litúrgicas casi no se lee. Allí
está como un tesoro escondido, como una perla fina para desempolvarla y darla a
conocer.
Milton Jordán Chigua
«La
Biblia presenta a Sofonías como hijo de Cusi, hijo de Godolías, hijo de
Amarías, hijo de Ezequías (So1,1). Hacer mención de tantos antepasados es algo
curioso, pues de algunos profetas no sabemos siquiera el nombre del padre y
aquí llegamos hasta el tatarabuelo. Esto lo convierte en el profeta con la
genealogía más extensa. … Cus, corresponde a Etiopía; motivo por el cual,
algunos piensan que era un profeta de raza negra que predicó en Jerusalén»,
como lo afirma Mario Montes en su estudio sobre este profeta. (Milton Jordán
Chigua)
צפניה [Tzephanyah] “Sofonías”, “El que Yahweh
esconde”. Se cree que ejerció su oficio entre el 640 – 609, en la época previa
a la reforma Deuteronomista, pertenece al tiempo del rey Josías, o sea que es
ligeramente anterior a Jeremías. Estamos hablando de un momento pre-exilico
cuando Judá era la presa de rapiña ambicionada por todos los poderes
circundantes. Esto dio pie a una polarización entre dos partidos: los que
querían quedar en la órbita egipcia y los que querían ser rapados como botín de
asiria. Durante los gobiernos de Manases y Amón el balón estuvo en manos de
asiria; hubo un conato golpista -por parte de la comandancia militar- para
pasar a la esfera de dominio egipcio, lo que no prosperó y fue contenido
poniendo en el trono a יֹאשיהו [Yošiyyáhu] “Josías”, que todavía era un niño.
Fue un buen rey que amaba al Señor. Quería ayudar a su
pueblo, los israelitas, a obedecer y así lo manifestó la profetiza Julda que
dijo que YHWH estaba feliz ante los esfuerzos por parte de Josías los
israelitas, a obedecer y quien más adelante impulso una colecta destinada
a la reconstrucción del Templo. “La lectura del Libro, declarado autentico por
la profetiza Julda, estimuló a Josías a desarrollar la reforma religiosa,
política y económica en fidelidad a esas leyes” (Euclides Martins Balancin). Este
Libro resultará ser Deuteronomio.
Sofonías durante el reinado de Josías denunció el lujo y los
crímenes de las clases dominantes (So 1,8-9; 12-13; 3, 1-4). Es evidente que su
posición es popular en oposición a los dirigentes de su tiempo. (Jorge Pixley)
Josías murió en batalla contra el faraón egipcio Necao en
Meguido. El rey Josías fue enterrado en Jerusalén en su propia tumba, y su hijo
Joacaz asumió el papel de rey.
El Libro de este profeta se puede dividir en
cuatro partes:
1) 1,2 – 2,3 El Día de Yahweh
2) 2, 4-15 Oráculos contra las naciones
3) 3, 1-8 Oráculos contra Jerusalén
4)
3, 9-20 Promesas de Salvación.
Se
nota que la perícopa proclamada se estructura con un fragmento de la parte 3, y
otro de la parte 4.
En
el capítulo 3 se desenmascara lo que ha venido a ser Jerusalén: Una ciudad
rebelde, impura y tiránica. No acepta la llamada y no le entrega su confianza
al Señor. Dios la somete entonces a un proceso de purificación.
La
parte 4 se puede desagregar en 4 subsecciones
1. Vv. 9-10 Conversión
de los pueblos
2. Vv. 11-13 El tema
del resto
3.
Vv. 14-18a Salmo
de júbilo de Sion
4. Vv. 18b-20
Repatriación
En
la perícopa se hace alusión a las dos primeras.
La
conversión de los pueblos tiene que ver con la purificación de los labios para
que oren, alaben y adoren. Con labios puros se invocará el Santísimo Nombre. La
purificación incluye extirpar el orgullo arrogante y todo engreimiento.
«La
doctrina del “Resto de Israel” tiene sus orígenes en Amós (3,12; 5,15), pasa
por Isaías (4,2-3; 6,13; 7,3; 10,19-21) y Miqueas (4,7; 5,2), llega a Sofonías
(2, 7.9; 3;12) y continua en los profetas posteriores (Jr 3, 14; 5,18; Ez 5,3,
etc.)» (Salvador Carrillo Alday M. Sp. S)
El resto que sobrevivirá será un rebañito de humildad y sencillez que ni obrará el mal, ni manchará sus labios con falsedades. Ellos estarán a muy buen recaudo, bajo el cuidado protector de su Señor. El rebaño formado por ese resto pastará y descansará sin inquietudes.
Sal 34(33),
2-3. 6-7. 17-18. 19 y 23
El
versículo responsorial fija un antecedente: Una persona dolorida se presenta
delante del Señor con su reclamo, ¿será posible que Dios le pague con la moneda
de la indiferencia? ¡Para nada! Dios lo acude con premura y con generosidad:
para una persona angustiada, Dios tiene oídos prestos y no tarda.
La
estructura de la perícopa proclamada se compone de cuatro bloques (estrofas):
1) En este bloque se tocan sucesivamente tres aspectos
a. El acto de alabanza
es constante, ininterrumpido
b. No es algo rutinario
y superficial sino algo que sale del mismo fondo de la persona, del nodo
central, del נָ֫פֶשׁ [nefesh] alma
c. Se llama a que se aúnen
-a la escucha y la alegría- a los עֲנָוִ֣ים [anawin] “humildes”, “mansos”, “pobres”, “afligidos”.
Bajo ese título se agrupan todos estos.
2) En esta segunda
estrofa, encontramos dos aspectos
a. Este acto de נָבַט [nabat] “contemplación”, “mirar fijamente”,
“escanear”, “cobijarlo enteramente con la mirada”, lo que comunica un
resplandor que concede un legítimo orgullo teologal. Recordemos el rostro
brillante de Moisés posterior a sus entrevistas personales con Dios.
b. El afligido, no
sólo recibe escucha, sino que se gana el socorro solicitado
3) Aquí de nuevo se
aportan dos factores
a. Dios no deja impunes
a los malhechores, a los que fraguan y siembran la maldad. Los “borra” de la
historia, los elimina de toda memoria.
b. El que clama es
escuchado y liberado de toda desazón.
4) El Señor,
a. pone su tienda de
Campaña, no cerca de los afortunados -que ni se acuerdan de Él- en cambio,
planta su tienda cerca de los acongojados y de los desalentados, que le tienden
sus manos suplicantes.
b. A quienes tienen la
memoria del Señor en su pecho, Dios les perdona hasta sus faltas más delicadas y
graves, porque Él es Redentor-Misericordioso.
Mt 21, 28-32
Cristo nos dio libertad
para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa
libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud.
Gl 5, 1
El
Señor nos quiere poner sobre aviso. No podemos confiarnos en la sola práctica
sacramental, ya que no todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de
los Cielos (Cfr. Mt 7, 21). No hay ningún compromiso fijo para los que
practicamos frecuentes visitas al Templo, oramos el Santo Rosario, prendemos
lamparitas y practicamos otras devociones. Estos son como refuerzos, como esas
barreras de varilla y latón que nos asisten en la carretera, pero que no son
garantía de no ir a parar al abismo, si no les prestamos atención y las
envestimos frontalmente con el acelerador pisado a fondo.
Entonces,
¿en qué consiste, hacer lo que el Padre Celestial quiere? ¡En una coherencia de
vida, respecto de sus enseñanzas, en la ligazón consciente a los senderos de la
Justicia! La enseñanza de Jesús se cifra en el seguimiento discipular. Jesús nos convida con su “Sígueme”.
Un
día cualquiera, o -mejor dicho- todos los días, Dios nos dice: “Ve hoy a
trabajar a mi viñedo” y muchas veces, con superficialidad y flojera, le
contestamos OK. Y salimos para otro lado. Aun cuando, a veces, al caer la tarde,
Él nos pregunte: ¿qué tanto avanzaste hoy? Y nosotros tengamos que bajar la vista
porque el único fruto cosechado fue el de la irresponsabilidad y el descuido.
También
puede pasar, como ocurrió con el otro hijo que, nuestra primera reacción sea negarnos
a ir, pero que, prontamente, recapacitemos en el desperdicio de nuestro tiempo
y nuestra vida, y vayamos con bravura a consagrarnos a hacer fructificar y que
rinda la vendimia.
Comentábamos,
la semana pasada, que Juan el Bautista, muy lejos de ser una anécdota bíblica,
nos da un esquema y un proyecto personal para sentirnos llamados al discipulado
en el papel de precursores. Juan no está
allí sacando pecho con la camiseta de “ya todo está hecho”, sino con una
hermosa franja para cada uno de nuestros pechos y de nuestros corazones, donde
está estampada la invitación sinodal: ¡Vamos, hagámoslo juntos! Lado a lado y
hombro a hombro con el Señor.
Dice,
en Mt 21, 28, que Jesús les preguntó: ¿A quiénes les preguntó? Para saber quiénes
eran sus interlocutores, tenemos que ir a Mt 21, 23 y allí nos enteramos que
hablaba con los ἀρχιερεῖς
[archiereis] “jefes de los
sacerdotes”, “sumos sacerdotes”, y con los πρεσβύτεροι [presbieroi] “ancianos”
de los judíos. Para tener un punto analógico de referencia podríamos decir que
se trataba de obispos y canónigos, que -uno esperaría- fueran la flor y nata de
la ortodoxia. Esos que se paran en la esquina, o en el atrio con un sello en la
mano que dice “creo” y se esmeran en estampárselo a uno en la frente, pero sin
desglosar el significado y el contenido de esa creencia.
O
como aquellos otros que se consiguen un megáfono y van por la calle, obstinados
en la “Evangelización”, reduciéndola al verbo “creer”, ¡sin más! Gritan hasta
desgañitarse, pero -aparte del tal “creo”, y quizás otras frases de cajón, no
logran desatorar el “carro” y hacerlo avanzar.
Jesús
los contrapone a los publicanos y las prostitutas y les advierte que ellos y
ellas se les adelantarían en su ingreso al “Reino Celestial”. Y les explica el
por qué. Estos últimos “creyeron”, Ellos
(ἀρχιερεῖς – πρεσβύτεροι)
- son capaces de captar que los que merecen entrar son los que “van a trabajar
en la viña, sin importar la respuesta que hayan dado -muy a pesar que aquella
era negativa; - pero ellos mismos no creen y por eso se aperezan de enfrentar
el sol y la fatiga de la jornada.
¿Cómo
sabemos que no creen? Porque no van con Jesús, solo lo interpelan para censurar
lo que hace y con quienes se junta. Se lee entre líneas que aquellos se erigen
en guardianes de una supuesta verdad, pero no logran asir la realidad de Jesús
y mucho menos implementar su discipulado. Una manera más breve de decirlo es
resumirlo en que, eran de la clase del “segundo hijo” que ofreció ir, pero se
quedó en la indolencia y la apatía. ¡Y no fue!
A
la indolencia Jesús siempre contrapone la condolencia.
Nos
parece supremamente importante la manera como está planteada la parábola de los
dos hijos. A primera vista, se diría ¿por qué no, el que dijo “si”,
sencillamente, dio el sí, y fue. ¡Por qué tenía que empezar con una respuesta negativa?
Miremos las siguientes líneas argumentativas:
«El
miedo de colocarse contra el padre/amo le prohíbe reconocer el propio no.
Expresar abiertamente la propia negativa ya es una señal positiva: supone que
el padre respete la libertad del hijo. Decir si por miedo supone, en cambio,
que el padre no tolere la libertad y aplaste al que se rebela. Un verdadero si
para siempre a través del no. El no es importante en toda relación. También el
niño pasa al sí a través de la fase obstinada del no: es la condición necesaria
para ser uno mismo y reconocerse otro en el otro». (Silvano Fausti)
No vayamos tras de Jesús como amarrados y amenazados, sino enamorados de su Propuesta.





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