lunes, 2 de junio de 2025

Martes de la Séptima Semana de Pascua


Hch 20, 17-27

Pablo iba rumbo a Jerusalén, donde esperaba llegar para la fiesta judía de Pentecostés, que ellos llaman Shavuot, es decir, “semanas”, es una festividad que conmemora la entrega de la Torá (el Pentateuco) en el Monte Sinaí, a Moisés, valga decir, que actualiza la Alianza entre Dios y el pueblo de Israel), se celebra exactamente siete semanas después del primer día de Pesaj, que conmemora el éxodo propiamente dicho. Este año la celebración inició el

 

Parece ser que en Éfeso, a pesar de haber desarrollado una importante labor evangelizadora, y de haber dejado sentada una Iglesia numerosa, quedaron sectores resentidos, que veían en él, una especie de amenaza, contra el culto a Artemisa, que era la diosa pagana por excelencia de aquella ciudad (insistimos en el referente de que se tenía como una de las 7 maravillas del mundo antiguo, precisamente el Templo de Diana en Éfeso, Diana fue el nombre que los romanos dieron a Artemisa, la diosa griega) -que simbolizaba la fertilidad, razón por la cual era representada con muchas ubres- y, muy seguramente el gremio artesano que usufructuaba del comercio con estatuillas y reliquias de ese culto, lo veían con muy malos ojos, -en Hch 19,21-41 Pablo predicaba contra los fabricantes de estatuillas idolatras; razón por la cual, estando en su ruta, evita llegarse hasta allí, pasando por Macedonia (Tesalónica y Filipo), pasando una gran parte de ese tiempo en Corinto, de Troas Pablo fue a Asos -en Cefalonia- y luego a Mileto -al sur de Éfeso, y es allí donde la perícopa de hoy encuentra su encuadre espacial.


 

Convoca pues a los presbíteros en Mileto (ciudad relativamente cercana, separada por unos 48 Km), y les dirige su discurso de despedida -con el cual se pone término a la labor de San Pablo en Asía- donde hace un repaso de su labor, señalando que su consciencia está limpia, en el sentido de haberles entregado todo cuanto el Señor le había encomendado trasmitirles. El marco de esta alocución, lo señala el propio apóstol, es la humildad, las lágrimas, y el recuerdo de las muchas conjuras que los judíos le opusieron.

 

Señala que su misión ha consistido en dirigirse indiscriminadamente a judíos y griegos, para llamarlos a la conversión hacia Jesucristo. Les muestra que -va camino de Jerusalén- encadenado por el Espíritu, que le va mostrando, conforme avanza, que lo que le aguarda no es para nada placentero, sino puros sufrimientos.

 

Compara su vida con una carrera atlética, cuya meta consiste en ser coherente con la herencia que el Señor Jesús quiso donarle: el Testimonio de la Gracia inquebrantable de la Buena Nueva. Concluye su discurso señalándoles que ya no volverán a verlo, habiéndoles exhibido enteramente el Plan de Dios, porque él no ὑπεστειλάμην [upesteilamen] del verbo ὑποστέλλω no hizo “acomodos”, no “maquilló”, no se “deslizó sigiloso, arrastrándose entre los rincones”, no “rebajó el alcance, para poder meter gato por liebre”, sino que les entregó -por entero- el “Plan Inmutable de Dios”, el “Designio Eterno”. Así puede concluir: ¡Misión cumplida!


 

Los aspectos que toca son, en síntesis:

a)    Su vida entre ellos ha sido de total trasparencia.

b)    Ha estado al servicio de Dios entre las lágrimas que ha derramado y las confabulaciones que los judíos han maquinado en contra suya.

c)    Ha convocado a la conversión tanto a judíos como a gentiles; como discípulo de Jesús ha mantenido coherencia de vida respecto a las Enseñanzas dadas por el Señor y así poder llegar a creer.

d)    Se ha hecho “preso del espíritu” acatando sus mociones, aún contra las recomendaciones de sus amigos.

e)    No sabe con certeza qué le sobrevendrá, pero lo que alcanza a distinguir son nubarrones de oscuros presagios.

f)     Sin embargo, estos presentimientos no lo arredran ´porque lo único que toma en cuenta es el fiel cumplimiento de su ministerio, acorde a lo recibido del Señor Jesús: el “plan de Dios”.

 

Mañana, continuaremos examinando la segunda parte de este discurso -su último testamento- de instrucción a los presbíteros y de despedida.  

 

Sal 68(67), 10-11. 20-21

Nadie se salva solo

Ese es mi gozo, Señor, y esa es mi protección: andar en compañía de tu Pueblo, luchar en sus batallas, llorar en sus derrotas y alegrarme en la victoria. Tu eres mi Dios porque yo pertenezco a tu Pueblo.

Carlos G. Vallés s.j.

Este salmo nos obliga a mirar y contestarnos ¿cómo nos hacemos Pueblo de Dios? La respuesta está en la sinodalidad, adhiriendo a la Comunidad y peregrinando junto con ella. Papa Francisco retomó esta idea, Nadie se salva solo, en su homilía pronunciada en el Atrio de la Basílica de San Pedro, el viernes, 27 de marzo de 2020, enmarcado en ese tiempo de pandemia, de incertidumbre y miedo, y mirando la soledad de la Plaza, con el corazón lleno de sinodalidad afirmó: «Cuánta gente, cada día, demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras. ¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos.».


 

Se insiste con este salmo Real, que hemos venido proclamando desde el viernes pasado, y con el cual insistiremos hasta este jueves venidero. Hoy se han configurado dos estrofas con los cuatro versos que se tomaron, de los 35 que componen el Sal 68(67).

 

Dios ofreció una tierra que “mana leche y miel”, aquí el Salmista alaba la deferencia de Dios que les dio tregua, con una lluvia abundante, dándoles refugio en una tierra dispuesta para albergar a los לֶעָנִ֣י [leani] deriva de עָנִי [ani] “pobres”, “humildes”. “afligidos”.

 

Y, en la segunda estrofa: nos exhorta a practicar con asiduidad la gratitud, teniendo siempre en mente que Dios nos alivia y nos ayuda a llevar nuestras cargas, en las duras, extiende su Mano salvadora y cuando la amenaza es “mortal”. Él nos preserva.

 

El responsorio sigue apelando a los reyes de la tierra para que se unan con sus cantos de alabanza a Dios. No olvidemos que todo el Salmo se canta en tono de Teruah, en clave de dicha y alegría agradecidas.

 

«No soy un viajero solitario, no soy peregrino aislado… La alegría del viajero unida a la satisfacción residente. Somos a un tiempo peregrinos y ciudadanos, estamos en camino y hemos llegado, reclamamos tanto el Sinaí como Sion por herencia. Contigo a nuestro lado, peregrinamos con alegría y llegamos con gloria». (Carlos Gonzáles Vallés s.j.)

 

Jn 17, 1-11a

Glorifica a tu Hijo = Exaltar al Hijo al rango Glorioso

Para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en Su Nombre.

Jn20,31

 

Hoy entramos al capítulo 17 del cual nos ocuparemos estos tres días, hasta el jueves, dándole espacio al capítulo 21, el de “la pesca milagrosa”, relato post-pascual que nos sintetiza la experiencia de la joven Iglesia en la triple declaración amorosa de Pedro al Señor, del cual veremos -entre viernes y sábado-, una perícopa de 11 versos repartidos entre las dos jornadas.


 

El capítulo 17 nos trae la que denominamos la oración sacerdotal, que, se podría decir que es el Padre Nuestro en el Evangelio joánico. Hoy tenemos una especie de preámbulo, este Padre Nuestro no va a empezar con una petición de que les enseñe el camino de la Oración. Va a plantear la llega da de la Hora. La Hora Hermosa, la Hora Anhelada, -habría que poner ahora signos de admiración, como mínimo, no es la hora en que Él vaya a instaurar la gloria de su Poderío, sino la Hora en la que se verá, muy a pesar y muy a contra hilo de las expectativas, el significado profundo de esta Gloria por vía dolorosa, llevando la Kénosis hasta el límite de invertir toda la escala valorativa tradicional. δόξασόν σου τὸν Υἱόν [doxason sou tou uion] “Glorifica a tu Hijo”, “Elévalo a su Máxima Dignidad”, “Condúcelo a la Cumbre de su Esplendor”, “Dale su rango en plenitud”. En el Padre Nuestro que solemos recitar va por delante la Glorificación de Dios, todo encuentra su sentido en la glorificación de YHWH, “que está en el Cielo”. Pero aquí la glorificación es transitiva, no se Glorifica directamente sino a través de la Glorificación de su Plenipotenciario: ¡Esa es la Gloria! Su Hijo, Su Amado del Alma, será glorificado y esa Gloria recaerá por entero en el Padre, que no sólo Glorifica, sino que le da -a los que somos los destinatarios de tanta Bondad- de Ese Amor-Tan-Grande. Todo lo que es de Dios nos permanece inalcanzable, pero en la Glorificación del Hijo se nos manifiesta y se hace nítido para nosotros toda Su trascendencia”: Jesús es Sacramento del Padre. A través Suyo toda la Grandeza Divina se nos trasparenta.

 

Esa Glorificación Descomunal e Inenarrable, no es para adornar su Trono, donde no caben adornos, sino es nuestro Beneficio. ¿Qué brillo se podría añadir al que Es en Sí la plenitud del Destello y de la Claridad, al que Es-Sumo Brillo? La Gloria pedida es la densidad total de la persona, la Gloria del Padre y la del Hijo, son Palabra de Divina-Majestad. Estamos para conocerlo a Él, que no deja de ser un conocer intelectual, pero que, además, es un conocimiento experiencial. No es que debamos abandonar nuestra capacidad mental de acercarnos, sino que también -añadido a lo poco que alcanzamos a conjeturar con nuestro “entender”-, hemos da experimentar -principalmente- nuestra consciencia permanente de “estar con Él” y marchar a Su lado. Su Claridad es Tal, que no tenemos que afanarnos por las “boletas” de primera fila”, su Brillo es tan excesivo que todo el Universo estará en Primera Fila.

 

No se queja de nosotros para nada. No reprocha nuestra pesadez de corazón, no saca a relucir que nuestra nuca es inflexible, rígida, tiesa, para rendir Tributo de Adoración, para nada lamenta que haya tenido que adornar su Pedagogía especialmente con Paciencia contrastada con nuestra lentitud, (la Paciencia Divina no es como la paciencia humana que la damos a regañadientes, como cuando decimos ¡qué paciencia!) La Paciencia Celestial es la generosidad amplia del que conoce nuestra fragilidad porque la ha sufrido en carne propia en la Cruz y en todo su caminar a nuestro lado, desde la Cuna de Belén; en cambio informa a su Padre, que “hemos guardado la Palabra”.

 

La vida Eterna no es algún concepto muy abstracto: Jesús, que es “trasparencia del Padre”, nos la ha dado a conocer, porque la Vida Eterna no es otra cosa que conocer al Padre en el Hijo.

 

Sabe que, en medio de nuestras confusiones y miedos, en nuestro corazón habita la certeza de lo que Jesús nos ha mostrado ampliamente:  que Jesús, “salió”, “procede de”, “se ha desprendido del” Padre. Que aun cuando nuestro pensamiento esta abarrotado de torpeza y somnolencia alanzamos a intuir que Él es “consustancial” con el Padre.

 

Jesús ruega, entonces- a su padre por nosotros (en el otro Padre Nuestro se dice “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden), aquí Jesús le ruega al padre por nosotros porque nosotros somos sus Amados, los que el Padre le entregó al Hijo: se interesa por dejarnos blindados porque Él ya va a pasar al Padre, en cambio nosotros, nos quedamos en el mundo (aquí mundo significa el conjunto de las fuerzas oscuras que tenemos que enfrentar).

 


Hay un enfoque que nos da San Juan en el verso 11, que nos muestra que este es un mensaje post-pascual, que es un discurso del Resucitado que el Evangelista ha insertado aquí, es cuando dice. καὶ οὐκέτι εἰμὶ ἐν τῷ κόσμῳ [Kai ouketi eimi en to kosmo] “Yo ya no estoy en el mundo” (Jn 17, 11a).  Que significa -no que se haya ido- sino que Él ha vuelto a entrar en Su Gloria, que se despoja de su kénosis, porque ya asumió la totalidad de su ser-hombre, así que vuelve a entrar en la Plenitud de su Ser-Dios.

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