jueves, 29 de mayo de 2025

Viernes de la Sexta Semana de Pascua

Hch 18, 9-18

Para darle continuidad a la misión de Pablo en Corinto, el Señor -por medio de una visión- lo incita a persistir sin desalentarse y a permanecer allí, y la razón que tiene Dios para tal persistencia, es que en ese lugar va a brotar una comunidad copiosa por el número de fieles que se le sumarán. Dice en los Hechos que se quedó allí año y medio.

 

Lucio Junio Galión, hermano de Séneca, el famosos filosofo que fue maestro de Nerón-nombrado procónsul de Acaya, mejor dicho, gobernador, en el año 51-52 de nuestra era- encontró, a los judíos lugareños, tratando de encausarlo contra Pablo, pero Galión se negó a terciar en un conflicto -muy poco claro para él- para Galión, el compromiso era un asunto de palabras, de nombres y de leyes del judaísmo; y no de un delito serio o de algún crimen punible para le ley romana. Para Galión el cristianismo era simplemente una rama del judaísmo, no como algún movimiento prohibido, por eso prefirió dejar a pablo que predicara a sus anchas.

 

El que pagó el pato fue Σωσθένης, [Sōsthénēs], “seguro en la fuerza”, Sostenes, el jefe de la Sinagoga, que -muy seguramente- fue mal visto por su ineficacia para liderar el juicio contra Pablo, y se lo cobraron con una paliza, delante de los del Tribunal y en presencia del propio Galión.


Las cosas así, Pablo aún se quedó otro tiempo allí, y -junto con Áquila y Priscila- se embarcaron, más adelante, rumbo a Siria. La perícopa concluye brindándonos un detalle:  en Cencreas, un puerto de Corinto que daba al Mar Egeo, por una promesa -que no se menciona cuál era, parece ser un caso de nazireato, literalmente quiere decir “consagrado a Dios”. Esta denominación hace referencia a los hombres y las mujeres que en la antigua tradición judía se alejaban de la vida mundana para dedicarse temporalmente a la devoción de Dios como una suerte de monacato provisorio -por treinta días-, se abstienen de ciertas prácticas y alimentos, especialmente aquellos relacionados con la uva (vino, vinagre, etc.), y se mantienen apartados de cualquier contacto con la muerte, con cadáveres, incluso los de su propia familia; a veces la promesa consistía en quitarse el cabello, otras veces se trataba de dejárselo crecer sin cortarlo- Pablo se hizo rasurar el cabello durante su estancia la  Cencreas. Este rito se menciona otras cuatro veces en los Hechos

 

Sal 47(46), 2-3. 4-5. 6-7

Este salmo, también, es un Salmo del Reino. Conviene, aquí, entender, que, desde el punto de vista del judaísmo, el Trono sobre el cual se sentaba YHWH, era el Arca de la Alianza, que se guardaba en le recamara Real del Templo, denominada el Sancta Sanctorum, versión en latín para el קֹדֶשׁ הַקֳּדָשִׁים [Kodesh haKodashim] “el Sitio más Sagrado del Templo”. Hasta allí se lo conducía en Procesión -que partía de la Fuente de Sion, al fondo del Valle del Cedrón- para entronizarlo, como se ha venido explicando. Al Kodesh haKodashim sólo entraba el Sumo Sacerdote, una vez al año, en el Yom Kippur (Día de la expiación), en aquel Día, entraba y salía cuatro veces, que este año 2023 caerá nuestro 24 de septiembre. Es un acto de זיכרון־ [zijron] “memoria que actualiza” no es algo que se trae a la memoria -no es histórico según nuestro concepto de algo pasado de lo que se tienen registros, sino algo que se vive, como si lo sucedido, acaeciera -una vez más- frente a nuestros ojos, si somos del mismo linaje, tenemos todo el derecho a vivirlo como nuestros padres y todas las generaciones que son, no que fueron; no es una película que se vuelve a proyectar, es la vida misma que místicamente retorna.

 

En la primera estrofa de la perícopa de hoy, se llama a acompañar la revivificación con batir de palmas, lo primero que se retrotrae, gracias al zijron, es la dicha que lo acompañó entonces, y que hoy vuelve a poblar nuestra vida.

 

Nosotros, en la segunda estrofa, no somos otras personas, sino la, misma heredad que el Señor se escogió para que fuera su pueblo, por tanto, todas las bendiciones que Isaac dio a su Primogénito -aun cuando fueron recibidas por un impostor- son válidas para nosotros y nos cobijan como los que Dios quiso desde los orígenes mismos de Israel -linaje de Jacob (que debió haber sido linaje de Esaú).

 

En la Tercera estrofa, como la procesión viene del fondo del Cedrón, quiere decir que el cortejo que finge ser portador del arca, viene subiendo, a medida que suben, resuena la Teruah, son ovaciones, alaridos de jolgorio, aclamaciones de alabanza, es un pueblo en solaz que -emocionado- estalla en júbilo, y tañen sus instrumentos para mostrarle al Dios que camina-con-nosotros, la dicha de ser sus Elegidos.

 

Jn 16, 20-23a

La parábola del parto

La humanidad y la misma creación está en “gestación”: gime con los dolores de parto, en espera dela revelación de los hijos de Dios

(Cfr. Rm 8,19)

Muchas veces nos parece admirable y deseable esos monjes que -pase lo que pase- quedan impávidos. Y eso lo interpretamos como un estado perfecto donde el “monje” está por encima de todas las pasiones que lo puedan perturbar. Pero eso no pasa de ser una manera de narrar en los medios de comunicación para pintarnos unas realidades y unos estados místicos de ensoñación. Es decir, un referente inútil fruto de la más higienizada imaginación.


¡Lo cierto es que somos seres humanos! Hay hechos que nos alegran y nos traen regocijo; mientras, también hay eventos que nos bajan de la nube y llegan a turbarnos y a acongojarnos. Y, no estamos inmunes ante la tristeza y la dicha.

 

Jesús intenta descifrarles qué quiere decir su anuncio de la muerte, cuando “no lo verán”, pero, a continuación, les anuncia que no se quedará en la tumba, sino que de nuevo se dejará ver. Y para ello, trae a colación la comparación con un parto, y el brusco cambio entre el dolor y los lamentos por el dolor de la parturienta y, el transito tan sorprendente cuando el nacimiento ha tenido lugar y la mujer se alegra viendo su bebé, con el orgullo y el jolgorio que trae la maternidad. ¡Ser capaz de dar vida! ¡El paso de la tristeza a la alegría!

 

La mujer -que aquí figura al pueblo de Dios que es consorte de Jesús, que en la Escritura es el Esposo- cuando va a dar a luz se alarma, se preocupa, se asusta; ha oído que es como si se le partiera el alma. Que sentirá como si fuera descuartizada. Luego, la invade un λύπην [lupen] “temor”. “dolor”, “dolor emocional”, es la incógnita de no saber -especialmente la primeriza- cómo lo soportará su cuerpo. Claro, es una pesada aflicción, es temor al dolor, que se manifiesta como angustia.

 

«“Y aquel día” será el nacimiento del hombre nuevo. En una vida que dura siempre. Es el día definitivo, el Día del Señor. Entonces el silencio de Dios se convierte en la “Palabra”; es el tiempo de la incomprensión y de la tristeza que se convierte en comprensión y alegría”» (Silvano Fausti). Pero, ya nacido el bebé, la madre, descubre asombrada, que es más fuerte de lo que pensó, y que lo pudo resistir; su atención se vuelca por entero al nuevo ser humano al que ella ha dado vida. ¡Con su parto! Entonces, toda la alarma, se convierte en jolgorio, y se convierte en alegría.

 

Así ha sido para los Discípulos, han vivido la deprimente experiencia de perder a su “Líder”, de sentirse desprotegidos, ya sin su Pastor; pero a medida que constataron la Maravilla de la Resurrección, entonces el corazón se notó estrecho para poder contener tanto regocijo.

 

Esto fue una vez Resucitado, pero cuando sólo era aviso de su Partida, todo era incomprensible: ellos -como claramente lo expresaron los Dos que iban camino de Emaús, “Nosotros pensábamos que él sería el que debía libertar a Israel”. (Lc 24, 21a), y, ahora, “valiente libertador”, ¡les anuncia que se va!

 

Todo esto es mucho más que incomprensible. Jesús les profetizó que el día de su Partida no le iban a preguntar nada; estarían apabullados por la falta de entendimiento. No era asunto de inteligencia. Era humanamente imposible de entender, y sus cuestionamientos quedaban bloqueados ante la apabullante realidad de la “derrota” y el desmoronamiento de todas las ilusiones “victoriosas”. En ese momento, como en el de la mujer cuando va a dar a luz, todo era zozobra, incertidumbre, inquietud, y, ¡claro que las lágrimas se asomaban al borde de los párpados, ante estas noticias.


«La integridad del Don, a la que nadie puede quitar ni agregar nada, es fuente incesante de alegría: una alegría incorruptible, que el Señor prometió, que nadie nos la podrá quitar. Puede estar adormecida o taponada por el pecado o por las preocupaciones de la vida; pero, en el fondo, permanece intacta como el rescoldo de un tronco encendido bajo las cenizas, y siempre puede ser renovada… ¡Cuánta alegría siente una familia al recibir un nuevo miembro! Es una alegría que llena el alma, pero ¿cuánto dolor se tuvo que sufrir? Mucho dolor durante algunos minutos u horas, pero ese dolor se ha transformado en todos en una alegría inmensa.». (Papa Francisco)

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