Para
darle continuidad a la misión de Pablo en Corinto, el Señor -por medio de una
visión- lo incita a persistir sin desalentarse y a permanecer allí, y la razón
que tiene Dios para tal persistencia, es que en ese lugar va a brotar una
comunidad copiosa por el número de fieles que se le sumarán. Dice en los Hechos
que se quedó allí año y medio.
Lucio
Junio Galión, hermano de Séneca, el famosos filosofo que fue maestro de Nerón-nombrado
procónsul de Acaya, mejor dicho, gobernador, en el año 51-52 de nuestra era- encontró,
a los judíos lugareños, tratando de encausarlo contra Pablo, pero Galión se
negó a terciar en un conflicto -muy poco claro para él- para Galión, el
compromiso era un asunto de palabras, de nombres y de leyes del judaísmo; y no
de un delito serio o de algún crimen punible para le ley romana. Para Galión el
cristianismo era simplemente una rama del judaísmo, no como algún movimiento
prohibido, por eso prefirió dejar a pablo que predicara a sus anchas.
El
que pagó el pato fue Σωσθένης,
[Sōsthénēs], “seguro en la fuerza”,
Sostenes, el jefe de la Sinagoga, que -muy seguramente- fue mal visto por su
ineficacia para liderar el juicio contra Pablo, y se lo cobraron con una
paliza, delante de los del Tribunal y en presencia del propio Galión.
Las cosas así, Pablo aún se quedó otro tiempo allí, y -junto con Áquila y Priscila- se embarcaron, más adelante, rumbo a Siria. La perícopa concluye brindándonos un detalle: en Cencreas, un puerto de Corinto que daba al Mar Egeo, por una promesa -que no se menciona cuál era, parece ser un caso de nazireato, literalmente quiere decir “consagrado a Dios”. Esta denominación hace referencia a los hombres y las mujeres que en la antigua tradición judía se alejaban de la vida mundana para dedicarse temporalmente a la devoción de Dios como una suerte de monacato provisorio -por treinta días-, se abstienen de ciertas prácticas y alimentos, especialmente aquellos relacionados con la uva (vino, vinagre, etc.), y se mantienen apartados de cualquier contacto con la muerte, con cadáveres, incluso los de su propia familia; a veces la promesa consistía en quitarse el cabello, otras veces se trataba de dejárselo crecer sin cortarlo- Pablo se hizo rasurar el cabello durante su estancia la Cencreas. Este rito se menciona otras cuatro veces en los Hechos
Sal
47(46), 2-3. 4-5. 6-7
Este
salmo, también, es un Salmo del Reino. Conviene, aquí, entender, que, desde el
punto de vista del judaísmo, el Trono sobre el cual se sentaba YHWH, era el
Arca de la Alianza, que se guardaba en le recamara Real del Templo, denominada
el Sancta Sanctorum, versión en latín para el קֹדֶשׁ הַקֳּדָשִׁים [Kodesh haKodashim] “el Sitio más Sagrado del Templo”. Hasta allí se lo
conducía en Procesión -que partía de la Fuente de Sion, al fondo del Valle del
Cedrón- para entronizarlo, como se ha venido explicando. Al Kodesh haKodashim
sólo entraba el Sumo Sacerdote, una vez al año, en el Yom Kippur (Día de la
expiación), en aquel
Día, entraba y salía cuatro veces, que este año 2023 caerá nuestro 24 de
septiembre. Es un acto de זיכרון־ [zijron]
“memoria que actualiza” no es algo que se trae a la memoria -no es histórico
según nuestro concepto de algo pasado de lo que se tienen registros, sino algo
que se vive, como si lo sucedido, acaeciera -una vez más- frente a nuestros
ojos, si somos del mismo linaje, tenemos todo el derecho a vivirlo como
nuestros padres y todas las generaciones que son, no que fueron; no es una
película que se vuelve a proyectar, es la vida misma que místicamente retorna.
En
la primera estrofa de la perícopa de hoy, se llama a acompañar la
revivificación con batir de palmas, lo primero que se retrotrae, gracias al
zijron, es la dicha que lo acompañó entonces, y que hoy vuelve a poblar nuestra
vida.
Nosotros,
en la segunda estrofa, no somos otras personas, sino la, misma heredad que el
Señor se escogió para que fuera su pueblo, por tanto, todas las bendiciones que
Isaac dio a su Primogénito -aun cuando fueron recibidas por un impostor- son
válidas para nosotros y nos cobijan como los que Dios quiso desde los orígenes
mismos de Israel -linaje de Jacob (que debió haber sido linaje de Esaú).
En
la Tercera estrofa, como la procesión viene del fondo del Cedrón, quiere decir
que el cortejo que finge ser portador del arca, viene subiendo, a medida que
suben, resuena la Teruah, son ovaciones, alaridos de jolgorio, aclamaciones de
alabanza, es un pueblo en solaz que -emocionado- estalla en júbilo, y tañen sus
instrumentos para mostrarle al Dios que camina-con-nosotros, la dicha de ser
sus Elegidos.
Jn
16, 20-23a
La parábola del parto
La humanidad y la misma
creación está en “gestación”: gime con los dolores de parto, en espera dela
revelación de los hijos de Dios
(Cfr. Rm 8,19)
Muchas
veces nos parece admirable y deseable esos monjes que -pase lo que pase- quedan
impávidos. Y eso lo interpretamos como un estado perfecto donde el “monje” está
por encima de todas las pasiones que lo puedan perturbar. Pero eso no pasa de
ser una manera de narrar en los medios de comunicación para pintarnos unas
realidades y unos estados místicos de ensoñación. Es decir, un referente inútil
fruto de la más higienizada imaginación.
¡Lo cierto es que somos seres humanos! Hay hechos que nos alegran y nos traen regocijo; mientras, también hay eventos que nos bajan de la nube y llegan a turbarnos y a acongojarnos. Y, no estamos inmunes ante la tristeza y la dicha.
Jesús
intenta descifrarles qué quiere decir su anuncio de la muerte, cuando “no lo
verán”, pero, a continuación, les anuncia que no se quedará en la tumba, sino
que de nuevo se dejará ver. Y para ello, trae a colación la comparación con un
parto, y el brusco cambio entre el dolor y los lamentos por el dolor de la
parturienta y, el transito tan sorprendente cuando el nacimiento ha tenido
lugar y la mujer se alegra viendo su bebé, con el orgullo y el jolgorio que
trae la maternidad. ¡Ser capaz de dar vida! ¡El paso de la tristeza a la
alegría!
La
mujer -que aquí figura al pueblo de Dios que es consorte de Jesús, que en la
Escritura es el Esposo- cuando va a dar a luz se alarma, se preocupa, se
asusta; ha oído que es como si se le partiera el alma. Que sentirá como si
fuera descuartizada. Luego, la invade un λύπην [lupen] “temor”. “dolor”, “dolor
emocional”, es la incógnita de no saber -especialmente la primeriza- cómo lo
soportará su cuerpo. Claro, es una pesada aflicción, es temor al dolor, que se
manifiesta como angustia.
«“Y
aquel día” será el nacimiento del hombre nuevo. En una vida que dura siempre.
Es el día definitivo, el Día del Señor. Entonces el silencio de Dios se
convierte en la “Palabra”; es el tiempo de la incomprensión y de la tristeza que
se convierte en comprensión y alegría”» (Silvano Fausti). Pero, ya nacido el
bebé, la madre, descubre asombrada, que es más fuerte de lo que pensó, y que lo
pudo resistir; su atención se vuelca por entero al nuevo ser humano al que ella
ha dado vida. ¡Con su parto! Entonces, toda la alarma, se convierte en
jolgorio, y se convierte en alegría.
Así
ha sido para los Discípulos, han vivido la deprimente experiencia de perder a
su “Líder”, de sentirse desprotegidos, ya sin su Pastor; pero a medida que
constataron la Maravilla de la Resurrección, entonces el corazón se notó estrecho
para poder contener tanto regocijo.
Esto
fue una vez Resucitado, pero cuando sólo era aviso de su Partida, todo era
incomprensible: ellos -como claramente lo expresaron los Dos que iban camino de
Emaús, “Nosotros pensábamos que él sería el que debía libertar a Israel”. (Lc
24, 21a), y, ahora, “valiente libertador”, ¡les anuncia que se va!
Todo
esto es mucho más que incomprensible. Jesús les profetizó que el día de su
Partida no le iban a preguntar nada; estarían apabullados por la falta de
entendimiento. No era asunto de inteligencia. Era humanamente imposible de
entender, y sus cuestionamientos quedaban bloqueados ante la apabullante
realidad de la “derrota” y el desmoronamiento de todas las ilusiones
“victoriosas”. En ese momento, como en el de la mujer cuando va a dar a luz,
todo era zozobra, incertidumbre, inquietud, y, ¡claro que las lágrimas se
asomaban al borde de los párpados, ante estas noticias.
«La integridad del Don, a la que nadie puede quitar ni agregar nada, es fuente incesante de alegría: una alegría incorruptible, que el Señor prometió, que nadie nos la podrá quitar. Puede estar adormecida o taponada por el pecado o por las preocupaciones de la vida; pero, en el fondo, permanece intacta como el rescoldo de un tronco encendido bajo las cenizas, y siempre puede ser renovada… ¡Cuánta alegría siente una familia al recibir un nuevo miembro! Es una alegría que llena el alma, pero ¿cuánto dolor se tuvo que sufrir? Mucho dolor durante algunos minutos u horas, pero ese dolor se ha transformado en todos en una alegría inmensa.». (Papa Francisco)
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