Hch 15,22-31
… la
reunión de Jerusalén lleva adelante la apertura y ofrece la ocasión de
justificarla teológicamente de forma tan definitiva que, en el resto de los
Hechos, ya no se repetirá la cuestión.
Michel
Gourgues
Los delegados que fueron comisionados para ir a hacer la consulta
a Jerusalén, habían cumplido su Misión y habían logrado una respuesta. Como la
respuesta se inclinaba hacia la posición que ellos mismos sustentaban, convenía
que los acompañaran testigos fiables que representaran y comunicaran la “voz
pontificia”. Aquí aparece la figura de los “legados Pontificios”, los Nuncios,
cuya función consiste en “fomentar los vínculos de unidad entre los Apóstoles,
su “primus interparis” así como con las Iglesias particulares, en este caso la
de Antioquía; para el caso fueron Judas Barsabas y Silas; no bien regresaron,
Bernabé y Pablo, llaman a la Asamblea para comunicarles lo que se decidió y dar
lectura al Decreto.
El documento, ante todo desautoriza a los que eran
pro-circuncisión, señalando: “Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin
encargo nuestro, los han alborotado con sus palabras, desconcertando sus
ánimos…”. Entonces presentan, en el documento a los “legatarios” y el encargo
conciso que les dieron, señalando que eran personas completamente arraigadas y
reconocidas, para que se encargaran de ser sus portavoces. Es hermosa y
profunda la conciencia que tienen los de Jerusalén de no estar decidiendo por
propio impulso, sino que sienten que sólo sirven para que el Espíritu Santo
viabilice la comunicación de la Divina Voluntad: “Hemos decidido, el Espíritu
Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables” (Hch 15, 28)
“El Espíritu Santo y nosotros” es una expresión que traduce la “comunión” plena
entre los Apóstoles, la Comunidad y el Divino Designio vocalizado por el Santo
Espíritu. Pero, si lo leemos con atención, podemos entender -entre líneas- que
tampoco rehúsan la autoridad que les ha sido confiada, sino que -por el
contrario- se hacen cargo de la participación que les toca. La comunión los
lleva a un accionar cooperativo donde Dios dispone y ellos gustosamente acatan
y pasan a ejecutar sin intransigencias.
Queremos recoger aquí la cita donde se establece,
expresamente, que era lo que “parecía bien al Espíritu Santo y a ellos”:
a) …
“no imponerles ninguna carga más que las cosas necesarias
b) que
ἀπέχεσθαι τῶν ἀλισγημάτων τῶν εἰδώλων [apechestai ton
alisgematon ton eidolon] “os abstengáis de lo sacrificado a los ídolos”, de πορνείας [porneias] “inmoralidad
sexual”
c) de
lo πνικτοῦ [pnictou] “no ha
sido desangrado”, también significa “estrangulado”, además significa “ahogado”,
porque un animal que moría estrangulado o ahogado no había sido desangrado; y
de αἵματος [haimatos] “sangre”;
de tales cosas, si os guardáis, hacéis bien. Ἔρρωσθε [Erroste] “Que os vaya bien", “Fortaleceos”, “Que
prosperen”. Se suele traducir por “Adiós”, es una fórmula de despedida.
Cabe notar que la situación no es idílica; como todo lo que
está realmente vivo, conlleva una dialéctica anabólica-catabólica. Si seguimos
acompañando la evolución histórica de la Iglesia -que es lo que se propone
mostrarnos el Libro de los Hechos-, nos encontramos que permanentemente hay
contradictores ad intra y ad extra. Podríamos decir con Carlos
Mesters: “Los primeros cristianos tuvieron muchos conflictos. Sólo el Libro de
los hechos habla de ellos más de cien veces. Se trata de conflictos de todos
los tipos: “conflictos de tendencias, heredadas del judaísmo, conflictos entre
el centro y la periferia; conflictos con la política; conflictos con los
intereses económicos”; conflictos entre grupos y entre personas, entre líderes
y miembros de las comunidades, entre liderazgos de primera y segundas generación,
entre lo antiguo y lo nuevo, entre tradición y fe; conflictos que los
cristianos provocaban en los cristianos; conflictos externos e internos,
conflictos inevitables o evitables, conflictos previstos y provocados, y conflictos
ocasionales e imprevistos; conflictos abiertos y claros, y conflictos escondidos
y no declarados, etc., etc.”
La Carta llevó aliento y alegría a aquella Iglesia particular. Vemos en todo esto el nacimiento de una organización, un reparto de atribuciones, unos decretos, unos delegados, un Concilio, unas “asambleas”. La iglesia fue gestando un “sistema” que respondiera a sus necesidades y a su crecimiento, a un cierto “centralismo” -al seno del cual florece la unidad de criterios y la sinodalidad- y al reconocimiento de una jerarquía, muy funcional y valiosísima a los fines Pastorales.
Sal 57(56), 6, 8-9. 10-12.
Este
canto es a la vez un Miserere y una Eucaristía. Miserere porque implora la
Misericordia de Dios y Eucaristía porque da gracias al Señor por sus bondades.
P.
Eliécer Salesman
Tomamos sólo dos estrofas, organizadas con 5 versos
entresacados de los 11 que forman este Salmo. Este salmo es un “oráculo”. La
estructura de estos salmos oraculares comprende tres momentos. 1) La petición o
declaración de que Dios nos habla, que Él no es un “Mudo” que actúa dejándonos
sorprendidos y desconcertados, sino que hay un canal de “Comunicación”. 2) Luego,
por lo general de manera muy breve, con una frase muy concisa, a veces con una
sola palabra, se anota que llegó el mensaje; y, 3) luego, viene la reacción
ante el oráculo.
En nuestro caso, la primera estrofa es de la zona de petición del oráculo, y la segunda, de la reacción agradecida por lo que ha comunicado. Este salmo clama porque sabe que hay quien se interese por nosotros y nos asista. Pero también agradece, porque el “oráculo”, sea cual fuere la respuesta, siempre es respuesta esperanzadora, reconfortante, consoladora.
«¡Cuánto me consuela, Señor, saber que Tú tienes planes
sobre mí! Para ti no soy algo inútil. No soy del montón, no soy una creación de
rutina, no soy un producto accidental. Estoy en tus pensamientos y en tus
planes desde antes del comienzo de todas las cosas. Soy pensamiento en tu mente
antes de que las estrellas brillaran y los planetas encontraran sus orbitas en
obediencia. Tengo sentido ante Ti antes de tenerlo ante mí mismo». (Carlos González
Vallés s.j.)
Jn 15, 12-17
Nosotros
hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor y
quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
1Jn
4,16
El tejido de esta perícopa sigue enmarcado en el contexto
de Dios-que-permanece, de Dios-que-acompaña, del Emmanuel. Llega al clímax de
la declaración de Amor, pidiendo ser correspondido. Abre y cierra demandando
Amor, como siempre unificando los dos Mandamientos que hacen uno-solo, el
mayor: Amarlo a Él y amar al prójimo. Y, para mayor refuerzo, nos lo presenta
como Mandamiento.
Además, hay una explicación del contenido del Amor: Como Él nos Ama, nos tiene por amigos. No nos toma como siervos -que bien podría- dada su Grandeza, su Enormidad. Podría, como muchos amores humanos, pretextar intenso amor, pero reservarse secretos, establecer fronteras, “reclamar sus espacios”. ¡Aquí Él no! ¡Él nos da a conocer todo, no se reserva nada! Todo cuanto el Padre le ha dado a Oír, Él nos lo ha dado a Conocer.
Algo que nos pone en claro y sobre lo cual recalca: Es Él
el que nos ha escogido, no fuimos nosotros los que llegamos al súper-mercado a
elegir el dios de nuestro gusto, el que tiene las propagandas más atractivas en
la televisión, el del jingle más pegajoso. Ha sido Dios quien -desde antes de
llegar al vientre materno- ya nos había destinado para -dos cosas- φέρητε [ferete] “dar fruto” y μένῃ [mene] y que ese
fruto “permanezca”.
Notemos que cada perícopa concluye entregando la
prerrogativa de pedir y ser atendido en el pedido, si el discípulo pide
apelando el Santo Nombre. Sin embargo, pedir es un elemento esencial, es condición
sine qua non; No podemos obligar a Dios para que nos elija, pero
podemos garantizarle empecinadamente que, si nos honra con su Regalo, lo
aceptaremos y seremos felices y comprometidos con ese Don, totalmente
convencidos que ¡desde el Océano de su Misericordia, ya nos tiene ἔθηκα [etheka] “destinados”,
“constituidos”, “establecidos”, “instituidos con solio propio”! (cfr. Jn 15,
16). Esta forma de permanecer es la “permanencia” en los frutos, frutos de fe,
de gracia, de fraternidad, de projimidad, de amor.
«El Señor nos hace sus amigos, nos confía la Voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Esta es la experiencia más hermosa del cristiano y especialmente del Sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús, y descubrir en su corazón que Él es su Amigo» (Papa Francisco)
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