domingo, 22 de junio de 2025

Lunes de la Décimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario


Gn 12 1-9

Iniciamos hoy un estudio sobre el Libro del Génesis que se extenderá hasta el 12 de julio, o sea que este taller tendrá una duración de doce “clases” y esto es así porque tendremos interrupciones en ciertos días, a saber:

Mañana, 24 de junio, con la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista

El 27 de junio, con la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

El 28 de junio, Fiesta del Inmaculado Corazón de María

El 3 de julio, Santo Tomás Apóstol; y

El 9 de julio, Fiesta de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

 

Hay toda una serie de pecados que distanciaban al hombre de Dios. El de Adán y Eva, el de Caín contra Abel, el sin fin de pecados que se atrajeron el castigo del Diluvio; y, para colmo de males, la pretensión de hacer una edificación que alcanzara el Cielo. Todo esto debería dar materia suficiente para que Dios resolviera una ruptura total con la humanidad. Pero lo que encontramos hoy, es que Dios viene a trabar amistad, de nuevo, con otro hombre, representativo de toda una comunidad.

 

Hacia el final del capítulo 11 del Libro del Génesis, encontramos la parentela de Teraj, y sus tres hijos: Abrán, Najor y Harán. Harán tuvo un hijo, Lot, y murió, antes que su padre y sus hermanos. Teraj (el nombre Teraj posiblemente alude a cierta cabra montés de alta cornamenta) partió de Ur, de los caldeos, rumbo a Canaán, llegó a Harán y allí se implantó.

 

Estando allí, יְהוָה֙ [Yavé] “Dios” le habló a Abrán, pidiéndole que abandonara aquella tierra y fuera a donde Él le dijera. Su nombre será sinónimo de “bendición”, y esa bendición tendrá carácter “universal”. Lo sorprendente es el “acatamiento” por parte de Abrán, salió con su esposa Sarai, con Lot, su sobrino, y con todas sus pertenencias, incluyendo sus esclavos; y llegó a la región de Siquém, con toda exactitud, hasta la encina -en este caso la palabra no se refiera a la especia, sino a un árbol de tronco grueso y bastante frondoso- en Moré.


Luego siguió hasta Betel, y cada vez más adentro del Neguev.   

 

Sal 33(32), 12-13. 18-19. 20 y 22

Salmo de Acción de Gracias. La Acción de Gracias es una enumeración de bendiciones. Este Salmo nos señala razones para la gratitud. Trata de darnos una enseñanza, por eso podemos comentar también, que no solo es de Acción de Gracias, sino además sapiencial.

 

Una bienaventuranza es que Dios nos haya tenido el favor especial de darnos morada para cobijarnos con amor, eligiéndonos como pueblo Suyo.

 


Señala que nuestro temor piadoso, que no cobarde, no miedoso, nos ganó la prioridad de estar siempre bajo su Amorosa Pupila, con las ventajas concomitantes de no pasar hambre, y ser protegidos cuando cualquier riesgo nos amenace.

 

Así que depositamos en Él nuestra confianza, y le imploramos que, acorde con la confianza que le dedicamos, Él venga y nos asista, sea nuestro socorro y nuestra adarga.

 

Como se nota, los versos van en pares, el segundo parece repetir el primero, pero, si lo escuchamos con concentración, notamos que, en el segundo de cada estrofa, encontramos una intensificación. Lo primero que se enuncia es verdadero, lo segundo, lo es todavía más.

 

Mt 7,1-5

 

Jesús llama “hipócritas a aquellos que les encanta ver y juzgar los errores y la vida ajena, desconociendo los propios. A partir de una metáfora entre la viga y la paja nos hace ver lo desproporcionado que es el juicio que hacemos al hermano.

Todo juzgamiento tiene por trasfondo un enmarcamiento forense. Ahora bien, la fe nos lleva a ganar claridad sobre el hecho de ser hermanos respecto de todos los de nuestra misma especie. Es, cuanto menos extraño, que llevemos a nuestro propio hermano al tribunal. (No es imposible, más bien lo contrario, es frecuente; no obstante, es muy extraña esta conducta).


Cuando juzgamos cavamos un abismo respecto del enjuiciado, lo separamos con una barrera insalvable. Lo más irónico -porque es gracioso, pero simultáneamente doloroso- es que solemos juzgar en el otro, precisamente nuestro propio defecto, que suele verse magnificado el verlo en el hermano. Es una espada sin mango, en cambio, tiene doble punta, hiere al juzgado y, me hiere a mí mismo.

 

Juicio fue el acto envidioso de Adán y Eva, que quisieron ser como su Creador. No era que Dios hiciera algo mal, era que nosotros queríamos ser como Él. Los juicios ocultan y revelan nuestras envidias. Hay, aún más. Muchos que alertan contra el juzgar, lo hacen porque practican un constante juzgamiento del otro, o sea, una envidia pertinaz.

 

En realidad, tendríamos que alcanzar el carisma de la “identificación” y procurar ver desde la perspectiva que ve el otro. ¡Quién sabe cuántas veces descubriríamos -asombrados- que “el otro” tiene frecuentemente más razón que uno mismo! Lo que suele suceder es que nos agarramos aferradamente a nuestros prejuicios, so capa de ser los más razonables, los más ilustrados y lógicos. Si por lo menos lográramos salir de Ur e ir a ver las cosas desde Harán, tal vez pasaríamos por Betel (que antes se llamaba “Luz”), y después de dormir -recostados en una piedra como almohada- alcanzaríamos a ver la Escala de Jacob, y por ella a los Mensajeros de Dios subiendo y bajando (Cfr. Gn 28, 10-22).

 

Tal vez “el otro” está en otro nivel de percepción, o de información, o en mejor perspectiva. Inclusive, el abismo se ahonda, cuando la rudeza de nuestros juicios nos agrede a nosotros mismos. A veces, dentro de un ánimo de superación, nos volvemos insoportable y salvajemente indolentes y exigentes con nosotros mismos, y, por el contrario, tendríamos que ser dulces y suaves en nuestro propio proceso. (Atención que nunca se ha dicho que cohonestemos con el pecado).

 

Ese rigor puede llegar a ser todavía más exasperado, si me juzgo con una “vara” (es decir, con una “medida”) a la que le he asignado el valor de “divina”, pero que sólo es una “fetichización” farisaica. Cuantas veces nuestros juicios se basan sobre ideas muy admiradas aun cuando estrechas y trasnochadas.

 

Al pasar por estos derroteros siempre hemos creído urgente destacar el respeto al otro, y evitar que, con la excusa de estar corrigiendo, perpetramos la ofensa o la degradación. Aquí no hay pretexto que valga. Siempre irá por delante la debida consideración al “prójimo”: “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehena del fuego”. (Mt 5, 22).

 

Perdón que no tenemos ningún ánimo de omnisciencia, pero nos parece muy conveniente destacar algunos de los sinónimos de Imbécil: idiota, tonto, estúpido, bobo, imbécil, mentecato, inepto, asno, bruto, burro, lerdo, tardo, pánfilo retrasado, estúpido, majadero, cretino, necio, insensato, borrico. No pretendemos agotarlos, pero si destacar los más frecuentes en el habla, porque unos ofenden con el uno y otros apelan a uno diferente, sin que por eso deje de ser ofensa y de maltratar nuestra identidad de hermanos. Ya ha destacado la psicología el daño que infringen estos calificativos en la autoestima. Nosotros nos hemos propuesto enfatizar la agresión que significan estas palabrejas en el contexto de la fraternidad humana.



«… lo opuesto de lo que Jesús hace ante el Padre. En efecto, Jesús jamás acusa, sino que, al contrario, defiende. Él es el primer Paráclito. Después nos envía al segundo, que es el Espíritu. Jesús es el defensor: está ante el Padre para defendernos de las acusaciones. Pero si existe un defensor, hay también un acusador. En la Biblia el acusador se llama demonio, satanás. Jesús juzgará al final de los tiempos, pero en el ínterin intercede, defiende. Juan, lo dice muy bien en su Evangelio: no pequéis, por favor, pero si alguno peca, piense que tenemos a uno que abogue ante el Padre». (Papa Francisco)

 

sábado, 21 de junio de 2025

DALES TÚ DE COMER

 


Gen 14,18-20; Sal 109,1.2.3.4; 1Cor11, 23-26; Lc 9,11b-17

 

Llamados por la luz de Tu memoria,

marchamos hacía el Reino haciendo Historia,

fraterna y subversiva Eucaristía.

Pedro Casaldáliga

 

Tomamos del Evangelio según San Lucas, la perícopa de la multiplicación de los cinco panes y los dos peces. Lo leemos en clave de Eucaristía. La Eucaristía es ese Sacramento Central de nuestra fe que nos permite caminar por la Historia, y vivir el tiempo en un proceso de construcción del Reino, haciéndonos pueblo de Dios, y en tanto y cuanto pueblo de Dios, integrándonos en el Cuerpo Místico de Cristo. «La Eucaristía actúa el Reino en el mundo, no por la fuerza del hombre, sino en virtud de la acción del Espíritu del Resucitado.»[1] Este proceso nos lleva de la desarticulación de individuos, del hombre masa, a la feliz condición de Hombres Nuevos, insertos en la organicidad del Cuerpo Místico, “pueblo ordenado”. «El don de Jesús, mucho más grande que el de Eliseo: allá 20 panes para 100 personas (relación 1/5), aquí 5 panes para 5.000 personas (relación 1/1.000)!... esos números son una forma popular de hacer teología: expresan la plenitud sobreabundante del don de Dios para el que escucha su palabra. Los 5.000 están divididos en grupos 50 x 100: recuerda la disposición de Israel ordenada por Moisés (Ex 18, 25). Por la palabra de Jesús, la multitud desordenada se trasforma en un pueblo ordenado y bien compaginado.»[2]  


«Queremos descubrir el valor de la Eucaristía, no limitándonos a repetir todos los domingos el rito de la Misa como un gesto fuera de la vida y de nuestras escogencias cotidianas, sino haciéndola centro, punto de referencia y criterio de búsqueda vocacional, de revisión de nuestra vida cristiana.»[3] Creemos preciso poseer una especie de “mapa mental” de la Celebración para poder “navegar” por ella, sabiendo –no sólo- por donde vamos, sino –además- a qué le apuntamos: derrotero y meta. Sabemos que la “misa” está conformada por dos momentos principales: La liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. Y dos partes “complementarias”: antes de la liturgia de la Palabra están los “ritos iniciales”; y, después de la liturgia Eucarística, están los “ritos conclusivos”.


 

Los ritos iniciales son: la Entrada, el Saludo, la Señal de la cruz, el Acto penitencial, el Gloria y la Oración colecta. La liturgia de la Palabra está organizada de la siguiente manera: Primera Lectura, Salmo Responsorial, Segunda Lectura, Evangelio, Homilía, Credo y Oración universal. A continuación entramos en la Liturgia Eucarística que sigue los pasos que vamos a mencionar: Rito de las ofrendas, Plegaria Eucarística, Padre Nuestro (también llamado “Oración Dominical”), rito de la Paz, (el rito de la Paz no es obligatorio, es facultativo del Sacerdote, quien puede decidir no hacerlo) y Rito de Comunión: El sacerdote, parte entonces el Pan consagrado y deposita un fragmento en el Cáliz que contiene la Sangre de Cristo, este fragmento es conocido con el nombre de “fermentum”; procede, luego, la doxología final: «Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos». Acto seguido, sucede allí mismo la “Comunión” propiamente dicha. Esta parte culmina con la Oración Postcomunión que se pronuncia justo después de “purificar” y “reservar”.


Acontecen luego los “ritos conclusivos” que son: Bendición, Despedida y Envío. No debemos imaginarnos que el asunto “terminó” ahí. Por el contrario, el envío nos compromete a ir a poner en práctica y vivir lo que hemos celebrado. Sin esa vivencia la “Misa” (palabra que significa “envío”) pierde todo su sentido. Se podría decir que ahí es donde verdaderamente comienza la Misa. El envío es más que una “tarea”, es el modus vivendi del cristiano, obliga e implica.


 

Quisiéramos depositar toda nuestra atención en la Plegaria Eucarística que no en vano decimos que es el “centro y culmen” de la celebración. Esta Plegaria es exclusiva del Sacerdote. Tenemos que comprender que la Ordenación Sacerdotal es el Sacramento que confiere a todos los presbíteros la facultad de obrar en Persona Christi Capitis, y según el rito de Melquisedec (¿en qué consiste el rito de Melquisedec?, como nos lo presenta la Primera Lectura, tomada del Libro del Génesis, en el capítulo 14, versículo 18, nos dice que “sacó pan y vino”; así el rito de Melquisedec es un rito que consiste en la presentación, como ofrendas, de Pan y Vino). Aun cuando en algún momento el sacerdote dice “decimos”, eso no significa que nuestros labios lo pronuncien, sino que la Boca de Cristo Sacerdote, como Cabeza que es del Cuerpo Místico, al hablar, habla “colectando” nuestras voces, e intenciones. ¿En qué consiste, pues, nuestra participación en esta Plegaria Eucarística? En poner todos nuestros sentidos, nuestra atención, alma, vida y corazón en lo que se está “celebrando”, en custodiar ese halo de silencio.


Lo primero que pronuncia el Sacerdote es el “prefacio”, palabra esta que significa “introducción”. A continuación, viene el “Santo” aclamación que hacemos todos sumando –ahí sí- nuestras voces; luego viene la “epíclesis” (esta curiosa palabra griega significa “invocación”) es el ruego a Dios Padre para que los dones presentados con el Espíritu Santo, sean aceptados y trasformados en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, de ahí la expresión “Corpus Christi”.

 

Viene a continuación la Narración de la institución que acompaña la consagración, por eso, es  el momento más solemne de la Misa porque en ese momento ocurre la transustanciación que es el misterio de la transformación real del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Momento de adoración por excelencia. Sin solución de continuidad ocurre la Anámnesis.


La Segunda Lectura –tomada de la 1ª Carta de San Pablo a los Corintios- en dos oportunidades nos insiste: “Haced esto en memoria mía”, en griego dice τοῦτο ποιεῖτε εἰς τὴν ἐμὴν ἀνάμνησιν. Esta última palabra suena [anamnesin], viene del sustantivo anámnesis, “en memoria”, “en recordación”, “en conmemoración”, es “hacer reminiscencia”. Pero este memorial no se debe tomar como un traer al pensamiento, al cerebro, los archivos de memoria de “la institución” del Sacramento; sino, más bien, como llegarnos al momento, por así decirlo “viajar en el túnel del tiempo” a ese momento soteriológico.


 

¿Cómo entender esto? ¿Cómo es eso de “viajar en el tiempo”? No es que nosotros vayamos físicamente al momento histórico, sino que el poder consecratorio del Sacerdote “trae” –místicamente hablando- tanto el momento de la Última Cena, como el momento del Sacrificio cruento en el Calvario “sacrificio puro, inmaculado y santo, pan de vida eterna y cáliz de salvación”, así como la Pascua de la Resurrección, esos momentos de Salvación vienen al Altar, coinciden en Él. Así como en un pliegue, un punto de la tela que está “atrás” se dobla y viene a coincidir con otro punto mucho más “adelante”, así la tela del tiempo se “dobla”, para que el sacrificio incruento actualice el momento del sacrificio cruento, y aquí hemos de comprender muy vivamente que cruento significa “con derramamiento de sangre”.

 

Pero este plisado de la “tela” del tiempo no se limita a traer un punto de atrás al “ahora”, sino que también anticipa un “punto” posterior, el momento en que Jesús Glorioso retornará, aludiendo al cumplimiento de la promesa, ratificando nuestra esperanza. Ese Cuerpo de Cristo que es el pan consagrado “anuncia la muerte del Señor ἄχρι οὗ ἔλθῃ hasta que Él vuelva” (Cfr. 1 Cor 11, 26).


«… la eucaristía se convierte en un testimonio luminoso y maravilloso de un nuevo modo de entender la convivencia humana, en una fuente impetuosa de justicia, de fraternidad, de caridad que se extiende sobre toda nuestra sociedad.»[4] En una Homilía de Corpus, dijo Papa Francisco: «Recordemos la primera comunidad de Jerusalén: “Perseveraban [...] en la fracción del pan” (Hch2, 42). Se trata de la Eucaristía, que desde el comienzo ha sido el centro y la forma de la vida de la Iglesia. Pero recordemos también a todos los santos y santas –famosos o anónimos–, que se han dejado «partir» a sí mismos, sus propias vidas, para «alimentar a los hermanos». Cuántas madres, cuántos papás, junto con el pan de cada día, cortado en la mesa de casa, se parten el pecho para criar a sus hijos, y criarlos bien. Cuántos cristianos, en cuanto ciudadanos responsables, se han desvivido para defender la dignidad de todos, especialmente de los más pobres, marginados y discriminados. ¿Dónde encuentran la fuerza para hacer todo esto? Precisamente en la Eucaristía: en el poder del amor del Señor Resucitado, que también hoy parte el pan para nosotros y repite: “Haced esto en memoria mía” ... responde también a este mandato de Jesús. Un gesto para hacer memoria de Él; un gesto para dar de comer a la muchedumbre actual; un gesto para “com-partir” nuestra fe y nuestra vida como signo del Amor de Cristo por esta ciudad y por el mundo entero.


No hay que aumentar y prolongar para afirmar otra cosa: El Señor nos entrega una consigna doble, con su cara y sello propios, moneda con sus correspondientes dos caras. No hay que comprar una caja de acuarelas para pintar un nuevo paisaje encima, un palimpsesto. ¿Qué es lo que hay que hacer en memoria suya? Respuesta: ¡Denles ustedes de comer!

 

 

 



[1] Martini, Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 1995 p. 249

[2] Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo Bogotá – Colombia 2013. p. 293

[3] Martini, Carlo María. Op. Cit. p. 246

[4] Ibid . p. 247

viernes, 20 de junio de 2025

Sábado de la Undécima Semana del Tiempo Ordinario


2Cor 12, 1-10

Hoy llegamos al final de nuestro cursillo sobre la Segunda Carta a los Corintios. Muchas veces nos hacemos a la idea que es indispensable reunir una serie de recursos, tener un fondo monetario sólido y habernos dotado con una formación intensiva para poder gatillar un proceso de pastoral. En el proceso de formación de esta Iglesia en Corintio, se nos descubre que la realidad es muy otra. Podríamos recordar -con toda oportunidad- aquella sentencia en Jn 3, 8: “El Espíritu Santo sopla donde quiere”. Por eso, debemos estar siempre conscientes, que la Gracia de Dios puede hacer “hijos de Abrahán sacados de piedras” (Cfr. Mt 3, 9); pudiendo sacar fe y construir los cimientos del Reino con los pobres, los desposeídos, los que tenemos por indignos e inclusive con quienes nos parece imposible.

 

También San Pablo habría podido presumir -como lo hacían los súper apóstoles- de haber sido discípulos directos de Jesús, de haberlo conocido, de haber andado junto a Él. Como freno a una arrogancia potencial, Dios le concedió a San Pablo un aguijón en su propia carne para mantenerlo sencillo y frenar cualquier jactancia. Pablo soporta una especie de espina que lo tortura, con un sufrimiento que no le da tregua. (Muchos han conjeturado que se trataba de alguna enfermedad).

 

Claro, como cualquiera de nosotros lo haría, Pablo le pide a Dios que le retire esta prueba, pero Dios se niega y le dice que tiene la fuerza suficiente para sobrellevarla. La enseñanza que recibe de Dios ante este padecimiento es que debe apoyarse enteramente en el Amor que Dios le prodiga. El poder de Dios se manifiesta a través de la debilidad y no por medio del poderío. Si Dios se manifestara por los poderosos estaría entrando en flagrante contradicción con el paradigma que nos dio en Jesús, a quien no le ahorro ningún sufrimiento, sino que hizo de Él -por medio de su kénosis- Siervo Sufriente, para recalcar que Dios muestra su poder en la debilidad.

 

A continuación, y para seguir con el estilo propio de estos escritos paulinos, recurre de nuevo a un oxímoron: “cuanto más débil me siento, es cuando más fuerte soy”. En el verso anterior había dicho “mi poder se muestra plenamente en la debilidad”.

 

Toca las cumbres místicas que Dios le ha revelado para llevarlo a un plano verdaderamente inefable. Lo que descubre Pablo en estas manifestaciones es la cortedad de la lengua humana para hablar de las cumbres místicas de lo Celestial. Esto es -en todo caso- coherente con la experiencia de muchos místicos a quienes se les ha encargado un conocimiento que quizás permanece secreto por la incapacidad humana para volar hasta esos planos y alcanzar semejantes alturas.

 

La manera de evocar estas experiencias demuestra que Pablo no se quiere mostrar ni hacerse un pedestal, sino comunicarnos la inusitada sencillez que lo libra de cualquier jactancia.

 

En el Evangelio de San Mateo se habla de tres niveles celestiales. Aquí, San Pablo, también narra la experiencia mística refiriéndose al “Tercer Cielo”. Los primeros creyentes y los fieles en general llegaron a concebir -manteniendo la idea de “siete” como número que alude a la plenitud- pensaban en el Cielo como un lugar jerarquizado en siete niveles.

 

La fórmula está planteada en términos tales que se podría reinterpretar como “sólo en los que se hacen débiles se manifiesta el poder de Dios”, o perifraseado de otra manera, “en los que se pretenden poderosos el Poder Divino no se manifiesta”.


Los súper apóstoles han tratado de proceder basados sobre sus supuestas credenciales. Pablo, en cambio, ha recibido el aval del Cielo en sufrimientos, pero también en los milagros que lo han acompañado, Dios expresó y dejó relucir las credenciales de Pablo suscribiéndolos con su Firma. La estampó debajo del comprobante que reza, ¡este es Pablo, mi verdadero apóstol!

 

Sal 34(33), 8-9. 10-11. 12-13

A mí me toca sólo aceptar y entregarme con admiración agradecida y gozo callado, y disponerme así a recibir la caricia de Dios en mi alma.

Carlos González Vallés s.j.

Hay una potente demostración de la parcialidad de Dios en favor del atribulado, y es que Él escucha y responde sus clamores. Se toman seis versículos, para formar las tres estrofas de la perícopa de hoy:

 

Bendición y alabanza llenan mis labios, todo el tiempo. La bondad del Señor está a la vista para degustarla y verla.


La maldad no es algo que el Señor deja impune, por el contrario, la enfrenta para destruirla y erradicarla. Así que clamemos al Señor, Él escucha y libra de las zozobras.

 

Cercano para los atribulados: Salvador de los apesadumbrados. El justo contará con el blindaje protector que le da YHWH.

 

Este es un salmo Eucarístico, quiere dar gracias y busca cómo darlas. No es tan sencillo, no es simplemente decir ¡Gracias Dios mío! Sino, entrar sinceramente en la dinámica de la gratitud. Uno tiene que ponerse de rodillas y poniéndose la mano sobre el corazón, preguntarse ¿cómo le expresaré al Señor toda la gratitud que se merece, porque su bien no lleva cuentas, y se multiplica sin descanso.  «Quienes en esta época no quieren escuchar el “grito de los pobres” se colocan abiertamente fuera del plan de Dios. … Quien no está con los pobres, contra las injusticias y las desigualdades, no puede llamarse realmente un hombre religioso».

 

La arteria principal que nutre el salmo, tal como lo tenemos hoy, es el “temor de Dios”. יָרֵא [yare'] “temer”, “reverenciar”. Puede ser el miedo que procede del susto, pero puede ser la “reverencia” que produce Su Gran Poder. Dice el Salmista “a quienes le temen Él los protege”; también dice “nada le falta a los que le temen”, y nos convoca a ser instruidos, a aprender cómo manifestar este temor, cómo vivirlo.

 

El versículo responsorial nos dice que saboreemos y observemos en detalle cuán grande es la Bondad Divina. Eso articulado con la idea de “temerle”, nos conduce a la gratitud. Agradecimiento porque derrama sobre nosotros -los que le tememos- su bondad.

 

Mt 6, 24-34

Construir sobre sólidos cimientos

Obremos como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios

San Ignacio de Loyola

Hay comunidades, grupos y catequistas que se organizan sobre amistades interesadas, egoísmo, búsquedas de poder y/o de prestigio, que no aguantan los vientos y lluvias de la vida ¡esos grupos fracasan!


Consignar en el banco Terrenal devela una visión materialista, ocupada en el ejercicio de la ambición prolongada, en la tacañería y la acumulación. Consiste en tener y tener y tener. La idea obsesiva de poseer se expresa como acumulación de dinero, el enriquecimiento es la meta idolátrica. Puede suceder, y sucede, que se coloquen, aquí y allá, algunos ribetes de “espiritualidad”, y que -por ejemplo- anualmente asistamos a ejercicios espirituales; sin embargo, tal procedimiento solo traduce un “guardado de apariencias”.

 

La perícopa inicia declarando que no se puede navegar con un pie en una barca y el otro… en otra. Y establece, para quienes gustan de las piruetas, que la dualidad es insostenible: muy rápido va a traicionar a uno de los bandos y optará por este, claudicando del otro: Perentoriamente declara: ¡No pueden servir a Dios y al dinero!

 

Y es que le dinero conduce a una idolatría en favor de Mammon, 'dios de la avaricia', y no podemos olvidar que esta es uno de los pecados capitales.

 

Es arduo, indudablemente, en una cultura prevalentemente aparentosa, descuidar el gasto, la adquisición, el “poder adquisitivo” como un sólido indicativo del status. Los restaurantes que se frecuentan y los modistos que se ocupan de tu porte. Y, sin embargo, Jesús apunta en el sentido de desprenderse de estos aperos, de todas esas arandelas, de tantos y tantos aparejos que nos obstruyen: ¿Por qué preocuparnos? ¡No andéis preocupados, no os preocupéis del mañana!

 

Nos muestra, invitándonos a dirigir nuestra atención a la sencillez y a la sensatez orlada de austeridad. Es necesario evitar el consumismo, es necesaria una vida como la muestra Jesús, que no se afana inútilmente por el mañana, alegando la necesidad del derroche y el consumo bajo el pretexto de agilizar la circulación. Los pajaritos son elegantes, hermosos, hallan su alimento, no se afanan en tareas que -más allá de un límite razonable- tienden a convertirse en esclavitudes modernas. No hay que confundir la diligencia con la sed febril de riqueza. Nos dice el evangelio que todo esto son formas de paganismo, porque solapadamente rinden adoración a ídolos.

 


Entonces ¿nada hay que merezca aplicación y entrega? ¡Si! el Reino de Dios y su Justicia, esos son los pivotes reales de la existencia. Es sobre ellos que se debe abisagrar la vida y darle esplendor y bienaventuranza. Afanarnos sólo y simplemente por todo aquello que hace a la Gloria de Dios y al bien del prójimo.

jueves, 19 de junio de 2025

Viernes de la Undécima Semana del Tiempo Ordinario


 

2Cor 11, 18. 21b-30

Al exigir a los fieles que los mantengan, los “súper-apóstoles” están realmente devorando y despojando a la comunidad (cf. 11,20). Pablo toma una posición muy distinta frente a lo económico.

José Bortolini

Ya se viene señalando que los superapóstoles se querían mostrar -como pasa muchas veces- como los legítimos continuadores y enviados por el Señor a Corinto; sacaban a relucir ciertas “credenciales”, un elenco de títulos que los desconocedores de Pablo, pensarían que lo deslegitiman, mientras que -a poco de informarse- más bien demuestran que él es más probado y legítimamente verdadero Apóstol.

 

Como punto de partida toma su pasado fariseísmo, para referenciar que él sabe perfectamente de lo que está hablando, puesto que conoce el derecho y el revés del judaísmo. Así que les exhibes sus propias credenciales.

 

a)    Que son hebreos

b)    Que son del linaje abrahamico.

c)    Que son siervos de Cristo.

d)    Que ratifican esa legitimidad por las torturas soportadas, por los encarcelamientos, por las fatigas soportadas, por las palizas resistidas, por las veces que han corrido peligros de muerte.

e)    Por las lapidaciones arrostradas, por la cantidad de naufragios a los que sometió su existencia.

f)     Por los viajes hechos en la misión apostólica y por las distancias recorridas.

g)    Por los incontables peligros aguantados de bandoleros, de paisanos, de extranjeros.

h)    Noches en vela, hambre y sed, frio y desnudez.

i)      El celo por todas las iglesias.

j)      Por su sinodalidad en la enfermedad, en los tropiezos.

En ninguna de estas credenciales es Pablo menor, sino mucho mayor -y con lujo de ventaja-que cualquier súper-apóstol.

 

Hasta el punto donde se compara con los siervos de Abrahán, va a la par con los judíos “tradicionalistas”; más, cuando pasa a examinarse como cristiano, tiene que referirse a la persecución, la cárcel, las amenazas de muerte que ha arrostrado, los azotes -que de acuerdo con su ley, estaban limitados a treinta y nueve- habiendo sido también apedreado hasta suponerlo muerto, naufragios. En fin, muestra que ha sido probado con multitud de padecimientos.

 

Sus credenciales no paran ahí; él ha anexado comprobantes de interés sincero y preocupación constante por las dificultades que se vivían en cada comunidad donde ellos habían establecido una Iglesia. Su paternidad eclesial lo lleva a desvelarse atendiendo los tropiezos de cada iglesia. Cuando el hijo enferma, su papá se desvela y padece: así ha obrado Pablo con sus comunidades muy queridas.

 

Así las cosas, todas estas cosas han debilitado sus fuerzas y él las presenta, todas juntas, para mostrar cómo ha sido fiel en la entrega y constante en la tarea que Dios le encomendó al constituirlo en apóstol de creyentes y paganos, por tal, lo recordamos como apóstol de los gentiles, pero no debemos caer en la ingratitud de ignorar que su apertura a los gentiles nunca lo  separo de su responsabilidad con los miembros del judaísmo, pese a haberse constituido en verdaderas trabas para el avance.

 

No podemos apresurarnos a culparlos, como tampoco hoy en día se puede despotricar de quienes se precian por su fidelidad a las tradiciones, y su aplicación al intento de “hacer como siempre se ha hecho”. No es fácil desprenderse de los dogmas aun cuando ellos se conviertan en obstáculos para acercarnos al Señor.

 

Sal 34(33), 2-3. 4-5. 6-7.

A los justos se les librará de sus zozobras

Este es un Salmo de Acción de Gracias, que convoca a la gratitud a todo el que tenga en su ser la identidad del humilde. Recordemos que es un salmo alefático. Este “humilde”, recibe en del desarrollo del salmo otro nombre “afligido”; y para él hay una declaración de Principios Divinos: si el afligido invoca al Señor, obtendrá su atención y Él mismo se encargará de suplir todas sus necesidades.


Por alefático, tiene 22 versos, por las 22 letras del alefato. Hoy se engrana la perícopa tomando seis de sus versos, que se toman de dos en dos para obtener tres estrofas:

 

En la primera el salmista se declara consagrado a bendecir al Señor, también con el alma. Los עֲנָוִ֣ים [anawin] “humildes” han de escucharlo y וְיִשְׂמָֽחוּ [weyismajú] “alegrarse”.

 

En la segunda estrofa, llama a ensalzarLo, mostrar a todos que Él es Grande. Y El salmista invoca como testimonio que cuando estaba lleno de angustia recurrió a su “Asesoría”, y Él se convirtió en su Almena.

 

En la tercera estrofa insiste en “contemplarlo”, es decir, fijar la mirada en Él para que el ojo del “que contempla” se cargue de su Bondad y alcance Discernimiento. Dios salva cuando nos embebemos de su Bondad.

 

Nos tomamos ciertas libertades al traducir, procurando dar alas a la comprensión. Guardándonos eso sí de procurar la fidelidad al Espíritu que anima la letra.

 

En el versículo responsorial, el salmista apela al corazón de los que han padecido tribulaciones y desasosiegos, porque sabe que quienes has experimentado su mordida, saben de sobra que la angustia es un horrible grillete que impide vivir la plenitud de la vida: La vida pierde sentido cuando las zozobras amargan la existencia y no pocos sucumben al debilitamiento de su fe hasta el límite del abandono.  Aquí la promesa es que el Señor tomará y se llevará esa condena.

 

Mt 6, 19-23

El ojo enfermo mira con envidia


Aquí viene -como un antídoto, la clarificación que de nada vale desesperarse, y empozarse en el pesar; de lo que el Maligno saca partido, para descorazonarnos. La preocupación nos nubla hasta la ceguera, impidiéndonos descubrir que hay una ventana luminosa que Dios, sin lugar a duda alguna, se encargará de traer la Luz y la Fortaleza del Consuelo.

 

Uno puede abrir una cuenta en un Banco u otro. Y, no pocas veces, recurrimos a un buen economista que nos asesore y nos muestre los pros y los contras de invertir, de ahorrar, y dónde.

 

Para la situación que examinamos hoy hemos elegido con suma inteligencia y profunda intuición que nuestro asesor sea Jesús, es a Él a Quien consultamos donde poner nuestros títulos-valores y acertar en los depósitos que hagamos.

 

Las firmas son muy dispares: la primera nos insiste en hacer nuestra inversión aquí en la tierra, pero solapa cuidadosamente el “contra” más delicado, que aquí hay dos “destructores” inexorables de nuestras ganancias, a saber: la polilla y la carcoma, pero no paran allí los riesgos, su uno logra aislar con éxito las ganancias y escapa a estos dos “devastadores”, están los “topos” que cavan boquetes para robárselos.

 

La otra firma bancaria, que ofrece solidas garantías y previene los anteriormente mencionados “vándalos”, es en el Cielo.

 

Y nuestro maravilloso asesor nos explica el “por qué” de su consejo: Porque donde tengamos nuestros tesoros, allí estará nuestro corazón. Y eso es muy cierto, si volteamos a mirar nuestro corazón, nos damos cuenta que donde tenemos lo que nos interesa, allí apuntará siempre la brújula de nuestros sueños y aspiraciones.

 

Pero, uno se pregunta, ¿por qué hay gente que, teniendo a mano tan Tierno, Amistoso y Dulce Asesor, prefieren consultar otros “confundidores profesionales”, que nos engañan y nos orientan en dirección a la quiebra y despilfarro de todo cuanto hay de valioso en nuestra existencia?

 

Y es que, si nuestro “ojo” se enferma, nuestra alma queda desahuciada, porque todos los datos nos llegan por los ojos: Es exactamente como cuando “el que divide” le mostro a Eva el “fruto” de su mentira, lo maquillo desconcertantemente seductor, se lo hizo ver hermoso y apetecible, y para lograrlo, sencillamente le “enfermó la vista”. Lo malo no fue que ella admirara lo “apetecible” de aquel “fruto”, sino la lectura que el Perverso le dio como pauta de decodificación: “Puede ser superior a su Amigo-Creador-y-Dueño-del-Huerto, con sólo una mordida”. ¡Vaya publicista falaz el que los atacó!

 

Quedarse en la superficialidad de las apariencias -que fue la desgracia de Adán-Eva- no consistía en poder predecir si era o no un fruto sabroso, y les traería la posesión del Poder-Divino; lo que debía entender era que quebrantaba la Amistad que tan espontáneamente Dios les había regalado: ¡Nos cuesta tanto ser buenos amigos porque nos cuesta justipreciar a la Persona, al otro!

 

Muchas veces lo que veos en el “amigo” es un “relleno” existencia de nuestro vacío. Hay más de objeto de suplencia que de descubrimiento projimal. El amigo, antes que nada es prójimo, es otro, que encarna y mediatiza el Gran-Otro.


Moraleja: Tenemos que usar un colirio divino, que siempre nos mantenga sana la vista, que prevenga cualquier envidia -que es el nombre de la enfermedad visual más entorpecedora- y ese colirio se llama “Oración”, porque si sinceramente le pedimos salud de nuestra vista al Señor, tendremos una visión superior a 20/20. No pidamos regalos al Cielo para ahorrarlos en la tierra, es por lo menos absurdo; pidamos bienes espirituales que se registren en las “libretas de ahorro celestiales”, ¡eso es lo coherente!

miércoles, 18 de junio de 2025

Jueves de la Undécima Semana del Tiempo Ordinario


2Cor 11, 1-11

… una serie de santos, que llegaron hasta a ser idiotas, locos, han, mostrado que Dios, en realidad quiere confundir lo que es, lo que aparece, a través de la debilidad de lo que no aparece, de lo que no es.

Enzo Bianchi

Nos devolvemos en el orden cronológico de las cartas que están reunidas en este Libro que llamamos 2Cor. El editor, las compiló como él creyó, pero los estudiosos, con mucho cuidado y atención, descubren que los capítulos 10 al 13 forman parte de la “cuarta carta”, mientras que los capítulos 8 y 9 recopilan un grupo de cartas que podríamos -por su cerrada afinidad temática- clasificar como “sexta carta”. En la sexta carta, el conflicto Pablo-vs-corintios ya se ha superado. Mientras que en la carta número cuatro, el conflicto ya se ha dado, pero permanece en suspenso su solución y Pablo está atormentado por esta desavenencia destructiva y demoledora para la comunidad. A Pablo, que lo habían abofeteado allí, y había sido rudamente tratado y prácticamente expulsado, le partía el alma que los corintios hubieran caído en el engaño de los que Pablo llama ὑπερλίαν ἀποστόλων [uperlian apostolon] “superapóstoles”.

 

(Algunos piensan que esta es otra carta anterior a la que sabemos que se perdió -la verdadera 1Cor- y por eso no está incluida en el Nuevo Testamento -y mucho menos en el Antiguo). “¡Ojalá me toleren algo de locura!; aunque ya sé que me la toleran”. Así inicia diciendo la perícopa de hoy.

 

Hay algún miembro pudiente de la comunidad que se encarga de atizar el fuego contra Pablo llevando esa crisis a nivel inimaginable. En el texto se evidencia que esto le causaba a San Pablo una enorme aflicción. San Pablo, creemos haberlo dicho ya, no era de una apariencia atractiva; y él mismo dice que no sabe hablar en público y que su oratoria no era deslumbrante, afirmando que su hablar es inculto -lo que nosotros consideramos es que esa era sólo una palabra de humildad (ver 11,6) pero, puede afirmar que domina el “conocimiento” y eso, los corintios lo podían testimoniar. Aquí recurre una vez más a un oxímoron cuando dice: “¿O hice mal en abajarme para elevarlos a ustedes, anunciando de balde el Evangelio de Dios?

 

Ellos se las daban con sus “credenciales”, hacían gala de su ascendencia judía y de su proveniencia y su “magnifica cultura. Cómo los superapóstoles les exigían “fuertes pagos y contribuciones” a cambio de sus predicas, y Pablo en cambio, desempeñó entre ellos su ministerio de manera gratuita, esto lo usaban como argumento para devaluar el ministerio paulino y decir que “nada valía”. Y despreciaban también el amor que Pablo les pudiera tener, afirmando que para nada los amaba (seguramente a eso aunaban la acusación de no haber vuelto, probando, con la falta de retorno, que hubiera un real afecto por la comunidad de Corinto, mientras, sabemos que no volvía para no echar más leña al fuego de esta disputa).

 

Lo que querían los susodichos superapóstoles era predicar un Jesús diferente y promover un Espíritu distinto del que les había mostrado San Pablo. San Pablo, lejos de querer montar una tarima de auto-adulación lo que quiere es rebatir la impostura de estos farsantes y demostrarles que sus acciones tenían causales bien diversas de las que aquellos se imputaban.

 

Podemos leer en todo esto que existe una humildad inflada de fatuidad con fines de engaño y lucro y, otra humildad sincera que puede -a través de cosméticos-, ser mostrada como “arrogancia”, sólo para desconcertar a los destinatarios de la Buena Nueva. San Pablo está dispuesto a aceptar el título de “loco” que seguramente le darían los que vieron su estilo de pastoral en acción. Abnegado, sacrificado y gratuito.

 

Estos insidiosos, que se hacen propaganda a sí mismos, no anuncian a Jesucristo, sino que hacen su propia campaña, desprestigiando las enseñanzas de Pablo. En eso, San Pablo no puede darse el lujo de callar, porque no se trata del ataque que le hacen, sino de estar atacando al propio Jesús, al promover un Espíritu distinto al Espíritu de Jesucristo y un Evangelio ajeno al que desde siempre han proclamado las comunidades cristianas. Lo que anuncian es un acomodo de acuerdo a sus interesas, procurando disimular la ambición que esconden, sólo les preocupa defender sus privilegios y sus canonjías; San Pablo los identifica con la serpiente que sedujo con sus artimañas a nuestros primeros padres en el Huerto del Edén.

 

En nuestra fe existe y ha existido la tradición de hacer del matrimonio una figura del amorío de Dios con su Pueblo, aquí san Pablo apela al mismo recurso diciendo que él con sus predicaciones nos desposó con Cristo para que nosotros nos presentáramos virginales y fieles a Nuestro Legitimo Esposo. Ellos en cambio, lo que se han dado a la tarea de “pervertir nuestras mentes alejando de nuestros corazones la sinceridad y la pureza que Pablo nos enseña (vv. 2-3).


San Pablo manifiesta experimentar celos, celos con este pueblo-novia prometida, que quebranta tan pésima e ingratamente la fidelidad debida a su Señor. En su corazón, Pablo repite aquella idea de Jesús, que leemos en Jn 2,17: "El celo de tu casa me devora".

 

Sal 111(110), 1b-2.3-4. 7-8

Guardar coherencia con la Ley Divina es, ya de por sí, virtuoso; esa coherencia es lo que llamamos Alianza. La Alianza no es pues otra cosa que el compromiso con la palabra dada. Pero la Alianza no se reduce a un “tan juicioso que soy”, sino, a la manera como se traban las fuerzas para ponerse al servicio de la Construcción del Reino de Dios. La Alianza está propuesta entre Dios y los que se empeñan en vivir fieles en la rectitud -como una “casta novia”- que se congregan en Asamblea, configurándose verdadero pueblo de Dios. No son unidades discretas, sino comunidad orgánica.

 

En la primera estrofa propone una tarea, “el estudio” de las “Grandes Obras del Señor”.


En la Segunda estrofa, se da un resultado primario de ese estudio: se descubre que esas obras están envueltas en belleza y esplendor, que son maravillosas y dignas de ocupar un permanente espacio en la memoria.

La tercera estrofa nos trae cuatro conclusiones fenomenales de ese estudio;

1)    Las obras de Dios son “justicia y verdad”; Él no ha hecho cualquier chabacanada, sino que lo suyo es refinado y delicado.

2)    Son fiables. Para los humanos es casi imposible obtener resultados confiables, casi todo lo nuestro es engañoso e innoble. Lo que viene de Él, por el contrario, es siempre noble y recto.

3)    ¡Estable! Nosotros hacemos algo por aquí y se desestabiliza algo por allá. En cambio, Dios, obra aquí y -simultáneamente- re-estabiliza el todo.

4)    Las obras Divinas no pueden ser operadas con manos malintencionadas, dirigidas por un corazón injusto o indigno. Lo que Él nos propone debe ser llevado a termino con un espíritu de rectitud y verdad.

 

Celebrar la Alianza es ratificar en nuestra existencia como Comunidad creyente el gozo Pascual. Salimos de la esclavitud y caminamos hacia la patria celestial, la patria de la justicia y la verdad. ¡Qué cada día y a cada instante estemos más lejos de Egipto y más cerca de la Tierra de Promisión!

 

Mt 6, 7-15

Cuando pronuncio el Padre Nuestro, me siento como un sabio hortelano que siembra árboles para edificar futuros, porque mi sangre me dictamina que la “construcción del Reino” se equipara con la de los hortelanos que riegan meticulosamente las semillas, para que haya hermosos bosques en algún mañana.

 

Sonrío pensando que tal vez, esta haya sido la más antigua liturgia de la esperanza: cuando alguien plantó un árbol, consciente de que jamás habría de sentarse a su sombra. Sin saberlo, ese desconocido pronunció el Nombre del más Sagrado de los Sueños: El Mesías: el momento en que el poder será entregado a los mansos…

Rubem Alves

 

El Divino Maestro, nos presenta el Padre Nuestro, como una comunicación con El Padre, que economiza palabras y dice aquello que tendríamos, sin abusar del palabrerío y dirigiéndole una plegaria sin verborrea. Más bien, es un rezo lacónico.


Nosotros quisiéramos presentar aquí, cómo esta oración se inserta en le liturgia, y para eso recurriremos al numeral 2777 del catecismo de la Iglesia Católica:

 

En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: “Atrevernos con toda confianza”, “Haznos dignos de”. Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: “No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies” (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que “después de llevar a cabo la purificación de los pecados” (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: “Henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio” (Hb 2, 13):

«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (San Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).

Todo indica que se trata de una inserción que Mateo encontró oportuna, por su relación con el tema de la oración; por eso se ha dispuesto en este lugar de su Evangelio, co-textualizado dentro del Sermón de la Montaña. Jesús les advierte que no se trata de improvisar una de esas plegarias de nunca acabar, convencidos que la extensión y la duración del discurso terminará por convencer a Dios, sabiendo -como todos sabemos- que Dios conoce perfectamente nuestras necesidades y nuestras urgencias. Y nos enseña la “Oración del Señor”.

 

Se trata de una plegaría que la mayoría de nosotros hemos aprendido durante la infancia, pero que -a pesar de su importancia, por habérnosla enseñado el propio Jesús- la recitamos mecánicamente, sin llegar a sopesar su significado.

 

Su significado más profundo es -como los votos matrimoniales- el señalamiento de la especificidad de nuestra relación con nuestro Padre Celestial. Y, al ponernos en relación con Dios, nos pone también en correlación con toda la humanidad y con la realidad global que habitamos.

 

Su estructura corresponde a siete peticiones que disponen la ordenación del ser-orante. Y, en esa estructura lo que prima es la relación paterno-filial que nos enlaza y define. Sin embargo, no es simplemente el Padre, sino que -y ahí figuramos nosotros- en el otro extremo del vínculo, es “Padre Nuestro”. A nadie podemos negarle este “privilegio” verdadero que Dios ha querido tener con nosotros, el de ser sus hijos. Inmediatamente empezamos a condicionar esa filialidad, estamos tergiversando la inclusividad que contiene la oración del Señor. Muchos santos al empezar a pronunciar esta Plegaria, no pueden pasar de su enunciación y avanzar, porque es tan descomunal la profundidad omni-abarcadora, que se dice que ahí, en el que podríamos denominar “el título”, ahí se quedan.

Podríamos intentar, reflexionar, en las sucesivas veces que lo pronunciemos una de las siete peticiones, tratando de ir -progresivamente- desentrañando su maravillosa pedagogía.

 

Quepa decir que no es un problema de velocidad, a veces tendemos a prolongarlo en lento avance, creyendo que quizás así lleguemos más al fondo; se trata más bien -y particularmente cuando lo recitamos dentro de la liturgia- de recitarlo al unísono con la Comunidad, y siguiendo la “batuta” del Presidente. ¡No hay que ir por delante, ni rezagarse! Lo que nos corresponde, como pueblo orante, es ir, una diezmillonésima de segundo, tarde, respecto del Presidente. En la oración -litúrgicamente hablando- lo que cuenta es la perfección de la coral y en ello va un aspecto sincrónico: La noción de sincronía es especialmente utilizada en música y en liturgia, ya que es importante que todas las voces que componen el coro de la feligresía actúen de manera sincronizada, sea que se cante o sólo se ore. De otro modo, podría suceder que el sonido no sea agradable al oído de Dios.

 

En cualquier otro caso, debería fluir con la naturalidad que impone nuestra manera normal de hablar, y caer en la cuenta que todo dialogo -conlleva junto con su dinamismo interno- una velocidad que le es propia. Bastará con que nuestra pronunciación sea clara, pero no es recomendable introducir otros matices con el pretexto de la “solemnidad”. Se recomienda eludir el tono hierático, por presuntuoso.

 

Estas cosas son fundamentales, especialmente si atendemos a la recomendación de orar como si estuvieras hablando con un Amigo.

 

Permítasenos añadir una palabra sobre la petición de venga a nosotros tu Reino. Aunque Nuestro Padre es Rey, lo aceptemos o no, también sabemos que Él no nos impone su Reinado, y que su Misericordia se quedará respetuosamente en el umbral de nuestra vida, si nosotros no Lo aceptamos y Lo recibimos en Su calidad de Rey. Decirle que “se haga su voluntad aquí abajo, como se hace allá arriba”, es una bufonada, como si le dijéramos a un hijo, “vaya juegue”, pero previamente le hubiéramos impuesto pesados grilletes que se lo impidan.


Miremos tan solo un fragmento de un texto intitulado “El Árbol del Futuro”, que pudiera ser inspirador para ti, querid@ lector(a), enseñándonos a orar, cada vez que lo pronunciemos, el Padre Nuestro, como sembrando árboles para el Jardín del Mañana, el Edén escatológico:

 

Voy a sembrar un árbol…

Cuál vaya a ser, no tengo idea.

La copa deberá ser grande, para que los niños puedan juntarse a su alrededor. Ojalá que sus ramas sean fuertes: recuerdo el viejo mango de mi infancia, de donde colgué un columpio. Y pienso en los pajaritos que vendrán, cuando sus frutos están madurando…

 

Pero lo más importante de todo:

 

Deberá crecer lenta,

muy lentamente.

 

Tendrá que demorar tanto para crecer que ya no viviré para poder sentarme a su sombra. Y lo amaré por los sueños que se abrigan en él.

Rubem Alves