sábado, 31 de diciembre de 2016

URGENCIA DE UN CORAZÓN NUEVO PARA EL AÑO NUEVO



También las escenas bucólicas, parten de los belenes, tienen ahí su verdad: la paz no se anuncia a banqueros y políticos, sino a simples pastores.
Marius Reiser

La No-Violencia: un estilo de política para la paz.
Papa Francisco

Proponte como modelo a la Virgen, cuya pureza fue tal, que mereció ser Madre de Dios.
San Jerónimo

San Agustín nos proporciona un enfoque de María que nos allega con luminoso esplendor a la Madre de Dios, dice él que: «María fue tan sumisa a la voluntad divina, que por la blandura con que se dejó modelar es llamada “forma Dei: molde de Dios”» Con qué manera tan fantástica nos ha enriquecido la Iglesia al proponernos para iniciar el año civil, la celebración de la Solemnidad de este Dogma a, un mismo tiempo, con la celebración de la Jornada Mundial de la Paz. María y la Paz quedan, de esta manera, puestas lado a lado.


Cuando nosotros hablamos así, diciendo y llamándola Madre de Dios «esa expresión está reclamando nuestro estupor, incluso cierta resistencia, cierto escándalo», nos invitaba a reconocerlo José María Cabodevilla. No se puede tratar de algo que simplemente pronunciamos como una fórmula nominativa, es algo que decimos apelando a nuestra inteligencia, en un férreo maridaje entre fe y razón; tenemos que entender que el ser humano no podría engendrar a Dios, pero Dios si puede engendrar-encarnar su Divinidad. ¡Dios pudo, Dios quiso, Dios lo hizo, alabado sea el Nombre de Dios! para glosar la celebérrima frase de Duns Scoto, (beatificado por Juan Pablo II en 1993): “Potuit, decuit, ergo fecit” (Podía, convenía, luego lo hizo).

La maternidad de Dios por parte de María, a quien desde la remota antigüedad, en los albores del primer milenio de la Iglesia, así en la católica como en la ortodoxa, ya se la llamaba –en griego- Theotokos, es decir, la que lleva en su Vientre a Dios. Sabemos que Jesús es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, pues bien, si Jesús es Dios y María Santísima es su Madre, como lo confesó el Concilio de Éfeso, en el 431 de nuestra era, aseverando que sería anatema quien negase que María es Madre de Dios pues lo dio a luz, en el orden de la carne. ¿Qué más se requiere clarificar? Saludemos a la Virgen, desde el fondo de nuestro propio corazón, con las mismas palabras que usaba San Francisco de Asís: ¡Dios os salve, María, Madre de Dios. En Vos está y estuvo todo la plenitud de la gracia y todo bien!


Hay más, el Concilio de Éfeso insistía en esta manera de hablar porque así se unificaba la doble naturaleza de Jesús que es tanto humana como Divina, unidas en una única Persona. La Virgen, Santa Madre de Dios, articula el Cielo y la tierra integrando lo que es del hombre y lo que es de Dios; al decir del Sacerdote Jesuita Gustave Weigel: “Los Padres de la Iglesia primitiva, con mucha razón llamaron a María el “cuello” del Cuerpo Místico de Cristo. La conexión de la humanidad con Cristo se verifica por María, que “profundiza la visión divina”. El Evangelio nos retrata esa Madre Santísima que “atesoraba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19). No se reduce a pronunciar en continuidad las dos ideas: Madre de Dios y paz; «La paz es un desafío al prurito que hay en nosotros de ser más guapos y más fuertes, de sobresalir; es un desafío a este hormigueo de las manos y del corazón, que quisiera acabar, rápido e inmediatamente, con quien piensa distinto de nosotros.»[1]

El corazón entra en acción para conducirnos por la coherencia del compromiso de una triple manera, y es que: 1) el corazón «…no sólo es la sede de los sentimientos, sino también el lugar profundo en donde nuestra persona toma consciencia de sí misma, reflexiona sobre los acontecimientos, medita sobre el sentido de la realidad, asume actitudes responsables hacia los hechos de la vida y hacia el mismo misterio de Dios. 2) La importancia decisiva del corazón respecto de la salvación… Jesús está presente en la historia como salvador, como redentor, como liberador., Pero la acción divina de la salvación se vuelve realmente eficaz en la historia humana sólo pasando a través de nuestros corazones, que gracias al Espíritu Santo se convierten en corazones nuevos, animados por el amor filial hacia Dios. 3) Finalmente, …la particular plenitud de vida que el corazón encuentra en sí mismo cuando, por así decirlo, sale de sí y encuentra la novedad absoluta del Amor de Dios que se dona a nosotros en Jesús.»[2] Permitimos a Dios actuar eficazmente por medio de nosotros, que es la actitud característica de María quien se consagró respondiendo al Arcángel San Gabriel “Hágase en mí”. Puede que simulemos no tener ninguna evidencia de Dios en nuestra vida; pero no es que Dios no esté, que nos haya olvidado, que esté distraído; más bien es que no somos capaces de descubrirlo (o que hacemos la “vista gorda”); y, si no nos damos cuenta de su Ser-a-nuestro-lado, de que Él es el Emmanuel, entonces no podemos actuar con Él, no podemos cooperar con Dios y estaremos de espaldas a su Proyecto de Luz y de Vida, sin que su acción pueda pasar a través de nuestros corazones. A veces se ha dicho que Jesús es el Sol y María, sencillamente es la luna que refleja su luz, así nosotros también estamos llamados a cumplir la función refleja.


El Proyecto de Dios que es su Reino, recurre y requiere de nuestra competencia y nuestro compromiso con Él. ¿Cómo entramos nosotros en la Biblia?, ¿Estamos –acaso- ajenos al proyecto salvífico?, ¿O la Biblia es solo un manual de instrucciones? ¡Pues no! En la Biblia nosotros sí figuramos porque somos los “pastores” con la misma misión de los pastores. Esos que hoy se apuran a llegar a ver el  “signo”(Lc 2, 12), somos nosotros los llamados y convidados a ir a ver al Niño en el Pesebre, y tenemos la opción de “ir corriendo” (Lc 2, 16), y dar testimonio de Él explicando lo que los Ángeles han revelado sobre ese “signo”. Él es el signo de la Paz. Vamos visualizando algo mejor el correlato entre Madre de Dios y Paz. Jesús es la Paz, o mejor, es Él el Enviado a traer la Paz. Los Ángeles así lo cantan: “Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra Paz…”(Lc 2, 14ab). Esta afirmación angelical la confrontaremos con la del Evangelista: “La Paz les dejo, mi Paz les doy. La Paz que yo les doy no es como la que da el mundo…”(Jn 14, 27abc). Y, ¿cuál es la Paz que da el mundo en el contexto del Jesús histórico? ¡La de Cesar Augusto! «En efecto, Augusto “ha establecido durante 250 años la paz, la seguridad jurídica y un bienestar, que hoy muchos países del antiguo Imperio romano todavía sólo pueden soñar”»[3] Nos abocamos a un contrapunto entre estas dos versiones de la Paz. «En todo esto debían pensar los lectores u oyentes antiguos (y Lucas tenía esta intención) cuando oían hablar del nacimiento del “salvador” e inmediatamente oían el canto de los coros celestiales cuya palabra central era la paz, núcleo de la propaganda de Augusto. Pero la paz que aquí se anuncia no es la Pax Augusta. Es una paz que en los ángeles ocupa el segundo lugar, porque el primero lo ocupa Dios mismo: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace” (Lc 2,14). Esta paz no la aporta un político, ni siquiera Augusto, sino aquel salvador divino que ha nacido como hijo de gente sencilla en un establo en Belén. Esta paz, la Pax Christi, no se opone necesariamente a la Pax Augusta, pero es independiente de ella y la supera, como el cielo supera la tierra… Quedan los pastores, que primero se asustan y acaban diciendo: vamos a verlo y comprobarlo (Lc 2, 15). Luego comunican lo que han oído y al final alaban a Dios, una vez que el mensaje celestial se ha demostrado como auténtico (Lc 2, 17.20). Estos pastores son la imagen de una comunidad cristiana (así lo entendió Ambrosio). Y finalmente está María, de la que sólo se dice que “guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Lo que aquí se dice de María el evangelista espera que se diga de cada cristiano. Los padres de la iglesia veían también en la madre de Dios un modelo para todos los cristianos. Pues todo cristiano –y toda la iglesia– está llamado, desde el útero del corazón (H. Rahner), a dar a luz a Cristo de manera que cobre forma en la propia vida (Ga 4, 19).»[4]




  



[1] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá-Colombia. 1995 pp. 16-17
[2] Ibid. pp15-16
[3] Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. P. 84
[4] Reiser, Marius. LA VERDAD SOBRE LOS RELATOS NAVIDEÑOS. Selecciones de Teología pp. 353-354 seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol43/172/172_reiser.pdf. El subrayado es nuestro.

viernes, 23 de diciembre de 2016

SEÑOR MIO Y DIOS MIO


Is 52, 7-10; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18.

Nuestra generación como hijos de Dios es obra del propio Dios por la acción de su palabra. No serán entonces ni la sangre, ni la carne, ni la voluntad del hombre quienes puedan engendrarnos como hijos de Dios, sino la carne y la sangre del Hijo de Dios, que pone por obra la voluntad del Padre.
Silvano Fausti

El logos es verdad, desde el cristianismo es también camino y vida.
Emmanuel Mounier

Al principio de la existencia humana, Dios nos hablaba directa y personalmente (Cfr. Gn 3, 8-23). A consecuencia del pecado, hubo una ruptura de relaciones y Dios empezó a tratarnos por interpuesta persona, dando así paso a la aparición del profetismo. No fue Dios quien labró el distanciamiento, fue Adán, quien avergonzado por su falta, empezó a ocultarse de Dios. Pero, esa incomunicación no podía perdurar contra la Misericordia Divina y, así llegamos a “esta etapa final” (Heb 1, 2a), en la que Dios suprime las mediaciones y nos vuelve a hablar directamente por medio de su Hijo. Contra la imagen que el hombre-pecador se forjó de Dios, Dios se revela como el Dios que es cero-rencoroso: Dios-Amor, Dios-Acogida.


El Padre Alberto Parra s.j. –el Domingo anterior[1]- para explicarnos el Nacimiento que Nuestro Señor escogió, se refirió al Pesebre, usando el adjetivo “fétido”. Su explicación nos ponía en evidencia dos aspectos que nos habían pasado inadvertidos: que muchos censuran nuestro “pesebres”, por sus decorados, sus luces y adornos, sus guirnaldas, Reyes Magos, ángeles y Estrellas de Belén, como si quisiéramos disfrazar las inhóspitas condiciones de la navidad real; y, en segundo lugar, que el entorno de un pesebre, no es –para nada perfumado- sino, muy por el contrario, verdaderamente mal-oliente. Ninguno de estos detalles se puede perder en el conjunto de la Epifanía, que –desde el punto de vista filosófico- significa manifestación, revelación, “comprender la esencia de algún fenómeno”, si es que verdaderamente queremos captarla. Y es que nuestra fe, que para nada pugna con la razón, precisa entender el valor de la señal que Dios nos da con su Natividad. «…el signo es al mismo tiempo también un no signo: el verdadero signo es la pobreza de Dios.»[2]


Dios con nosotros es un ejercicio de humillación, de abajamiento, de kénosis, es una renuncia voluntaria por amor: La Palabra, que puso su morada entre nosotros, como nos dice el Evangelio de San Juan: «“Vino a su casa y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11). Para el Salvador del mundo, para aquel en vista del cual todo fue creado (cf. Col 1,16), no hay sitio… El que fue crucificado fuera de las puertas de la ciudad (cf. Hb 13,12) nació también fuera de sus murallas. Esto debe hacernos pensar y remitirnos al cambio de valores que hay en la figura de Jesucristo, en su mensaje. Ya desde su nacimiento, él no pertenece a ese ambiente que según el mundo es importante y poderoso. Y, sin embargo, precisamente este hombre irrelevante y sin poder se revela como el realmente Poderoso, como aquel de quien a fin de cuentas todo depende. Así pues, el ser cristiano implica salir del ámbito de lo que todos piensan y quieren, de los criterios dominantes, para entrar en la luz de la verdad sobre nuestro ser y, con esta luz, llegar a la vía justa.»[3] Aquí tenemos una definición clara y contundente, que nos ofrece el Papa Emérito, del significado de la metanoia aplicado a la comprensión del nacimiento de Jesús en semejante contexto de pobreza. Exactamente así como se canta en “Nuestra Señora de América”:

“Luz de un niño frágil que nos hace fuertes,
 luz de un niño pobre que nos hace ricos,
 luz de un niño esclavo que nos hace libres,
 esa luz que un día nos diste en Belén.”

Quisiéramos –con todo candor, como el niño que abre su regalo navideño y descubre lo que quería- volver sobre esta epifanía aurea y ponerla con letras esplendentes: “…el ser cristiano implica salir del ámbito de lo que todos piensan y quieren, de los criterios dominantes…”.

San Juan en este Evangelio se refiere a Jesús como Λόγος logos, Jesús es el Logos, la Palabra; esa designación la mantiene hasta el versículo 14; después se referirá a Él por su nombre: Jesús. Pero la Palabra no se pronuncia para el vacío del monólogo, dirigida a nadie. La Palabra nos supone, presupone la existencia del destinatario, señala hacia el ser humano, el único con la racionalidad para acogerla, acatarla, entenderla y –lo más importante- escucharla. La escucha es mucho más que la simple audición, que es más bien y solamente operación biológica, simple vibración del tímpano; la escucha es la reverberación en nuestro corazón, en el alma; entraña la respuesta, implica cierta sintonía entre el Emisor y el receptor. En la dialéctica escucha-respuesta hay cierto aire de afinidad y afinación (la afinidad en latín significa inclusive cierto parentesco consanguíneo; la afinación guarda un significado de perfeccionamiento, de consecución de aquello para lo que fue hecho y desde una óptica teleológica, de cumplimiento, de alcance de una meta), (quepa añadir que la no escucha-respuesta es el pecado mismo, vivir de espaldas a Dios, sin acatarlo, dando como sola respuesta la indiferencia, como si no nos hubiera dicho nada, como si no hubiera hablado su Palabra de Luz y de Vida).


Así como la Palabra presupone un escucha, así los alimentos preparados y servidos presuponen el comensal: «San Agustín ha interpretado el significado del pesebre con un razonamiento que en primer momento parece casi impertinente,… El pesebre es donde los animales encuentran su alimento… ahora yace en el pesebre quien se ha indicado a sí mismo como el verdadero pan bajado del cielo, como el verdadero alimento que el hombre necesita para ser persona humana. Es el alimento que da al hombre la vida verdadera, la vida eterna. El pesebre se convierte de este modo en una referencia a la mesa de Dios, a la que el hombre está invitado para recibir el pan de Dios.»[4]

«Tal vez por eso me da tanta pena que la gente confunda… la Navidad con un juego de turrones. Para muchos las fiestas navideñas parece ser sinónimo de una fábula de cuento de hadas, tiempo de superficialidad, días de azúcar… la Navidad es el vértigo; el tiempo de la verdad desnuda; la hora de descender al fondo de nosotros mismos para reencontrarnos allí, tal como fuimos, verdaderos y niños, limpios de las rutinas, de las componendas que nos fue imponiendo la vida. La Navidad no es para mí bulla sino silencio. No tiempo de máscaras y caretas, sino de quitarse todas las que la vida pegó a nuestros rostros. Hora de reencontrarnos con los mejores afectos, de sentirnos más hijos, de olvidar la lucha y las zancadillas, del arte de avanzar por la vida a codazos, de las risas hipócritas. La Navidad debería ser un tiempo de amnistía para toda mentira, de restañamiento de heridas, de nueva siembra de las viejas esperanzas. Es un tiempo en que todos deberíamos volvernos más jóvenes, estirar la sonrisa, serenar el corazón, descubrir cuán amados somos sin apenas enterarnos, amados por Dios, amados por tantos conocidos y desconocidos amigos.»[5]


No entenderemos cuán amados somos por el Logos, por nuestro Dios y Rey, si no alcanzamos a vislumbrar que lo de la caída en el Paraíso fue tan sólo un pretexto para la Encarnación, «…aunque no hubiéramos pecado, el Hijo de Dios habría encontrado alguna manera de hacerse hombre para participar más plenamente en nuestra naturaleza humana, hasta la muerte. Porque Dios siente debilidad por el hombre. Ama a toda la creación, claro que sí; pero dentro de ella tiene una mirada especialísima para el hombre. ¡Es formidable este amor entre Dios y el hombre!... aunque no hubiéramos pecado, Dios habría encontrado una razón para encarnarse. Se habría hecho hombre para llevarnos a participar de su naturaleza divina.»[6]








[1] HOMILIA DEL IV DOMINGO DE ADVIENTO
[2] Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta Bogotá-Colombia. 1ª Reimpresión 2012. p. 86.
[3] Ibid, pp. 73-74
[4] Ibid. p. 75.
[5] Martín Descalzo, José Luis. RAZONES PARA EL AMOR. CUADERNOS DE APUNTES III. Ediciones Sígueme. Salamanca-España 2000. pp. 107-108
[6] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander-España 1985. p. 16

viernes, 16 de diciembre de 2016

ES HORA DEL ESPLENDOR ESPERANZADO


Is 7, 10-14; Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6; Rm 1, 1-7; Mt 1, 18-24

“… mientras llega el feliz cumplimiento de nuestra esperanza. El regreso glorioso de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.”
Tt 2, 13

“… el tema de la esperanza cristiana. Es muy importante, porque la esperanza no defrauda. ¡El optimismo defrauda, la esperanza no! ¿Entendido? Tenemos tanta necesidad, en estos tiempos que parecen oscuros, en el cual a veces nos sentimos perdidos ante el mal y la violencia que nos circunda, ante el dolor de tantos hermanos nuestros. ¡Se necesita la esperanza!”
Papa Francisco

Vivimos un tiempo de esperanza
Navidad es por excelencia una época de esperanza, nuestro corazón efectúa su traslación –como los planetas alrededor del sol- en torno a la idea del Mesías, el Esperado, el Vaticinado; y el estribillo que cantamos apremia su regreso: “¡Ven, no tardes tanto!”; y, el Introito de esta Misa reza: “Envíen los cielos el rocío de lo alto y las nubes derramen la justicia. Ábrase la tierra y brote el Salvador”. Así los pensamientos de Navidad y Parusía conforman una dupla indivisible. «La esperanza cristiana se refiere, pues, al reino de Dios en plenitud, se refiere a la ciudad futura, la que la Biblia Hebrea llama “shalóm”, la paz entendida en sentido total, la posesión y la comunión de todo verdadero bien que se hace común entre todos los hombres y común entre los hombres y Dios, la comunión perfecta de Dios con el hombre y de los hombres entre sí… la esperanza… tiene también un valor mundano, en el sentido de que influye fuertemente en la construcción del mundo. Sí no tuviera una correspondencia en la historia, no sería esperanza de hombres… modelo para trabajar en la construcción de un mundo humano que tenga, en cuanto posible, las características de este término hacia el que tiende el cristiano. ¿Cuáles son estas características?... justicia, libertad fraternidad, paz, derechos humanos… lucha contra la marginación, el hombre, la desocupación, y todas las realidades que desfiguran la imagen ideal de la ciudad de los hombres, que se construye a imitación de su término perfecto que es el Reino de  Dios.»[1]


En este IV Domingo de Adviento (A), Juan el bautista cede su turno protagónico a San José. El nombre José –que lleva el padre adoptivo de Jesús- que significa “Dios completa” y que otros han querido “Dios provee”, tiene un antecedente en el Primer Testamento –es la figura que cierra el Libro del Génesis- su historia ocupa en Gn. los capítulos del 37 al 50, con cuyo personaje comparte el modo de comunicación con Dios, por medio de sueños.

José también recibe una paternidad virginal
La plataforma de despegue que usa San Mateo es la referencia al profeta Isaías, que se nos presenta en la Primera Lectura, en la Mesa de la Palabra, de esta Eucaristía Dominical, que en este año de Gracia celebramos hoy, 18 de Diciembre: “Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: ‘Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros’". «Excepcionalmente podemos fijar con mucha precisión la fecha de este versículo de Isaías: se sitúa en el año 733 antes de Cristo.»[2]


¿En qué circunstancia se profiera esta profecía? La profecía se entrega a Acaz, rey de Judá, que al verse amenazado por la potencia Asiria, rechaza un pacto con la coalición de Israel y Damasco-Siria. El problema estuvo en que semejante sometimiento hará que, más tarde Judá tenga que rendir culto a las deidades de los asirios y construir en el Templo de Jerusalén un altar según las estipulaciones de su culto. Esto constituyó clara expresión de confianza en la potencia humana por encima del amparo Divino –«Aliarse con el gran Imperio asirio conlleva una contaminación religiosa del pueblo, pues deberán someterse a otros dioses… En el fondo, es la gran realidad de la personas y de los pueblos, si no tienen fe van al abismo. Isaías insistirá en que el camino a seguir es la confianza absoluta en Dios, norma del yahvismo puro.»[3]; así Acaz[4] se hizo indigno de la promesa de recibir al Dios-con-nosotros, al Mesías. Quizás Isaías, al momento de proferir la profecía «…no piensa en una “joven-virgen”, sino en una “joven-mujer-madre” y por eso la llama “almah”=”doncella”. Si hubiera querido unir virginidad y maternidad, habría utilizado expresamente el término “betuláh” que significa “virgen”… la doncella es Abiyyá, esposa del rey Ajaz; el niño es Ezequías, su hijo.»[5]

«Llegado el momento de traducir la Biblia al griego (s.III-II), el Espíritu que había iluminado a Isaías para contemplar y que lo había inspirado para escribir, asistió también al traductor alejandrino, el cual tradujo el oráculo antiguo de la siguiente manera: “He aquí que LA VIRGEN RECIBIRÁ EN SU SENO Y DARÁ A LUZ un hijo y llamaras su nombre Emmanuel”…. El término “’Almah= doncella” fue traducido por “parthenos=virgen; en efecto, el vocablo hebreo isaiano “joven mujer” ofrecía la posibilidad de que pudiera ser traducido también por la palabra “parthenos”=VIRGEN.-El adjetivo y el participio presente se trasformaron en verbos en futuro.»[6]; «… ya en este punto la finalidad no es la de dar solidez a la fe del monarca, sino confesar la fidelidad del Señor que supera también las incredulidades humanas… En realidad, el centro de la señal no era tanto el modo (virginal) del nacimiento, cuanto el nacimiento mismo, el significado encerrado en el nombre y el destino futuro. Pero el profeta fijaba también la mirada más allá de ese primer plano todavía empañado e imperfecto, hacia una salvación y liberación más excepcional.»[7]. «La palabra hebrea almah permite diversidad de traducciones: muchacha, joven, sierva, doncella, virgen; se trata de una mujer joven que todavía no ha dado a luz y que puede ser desposada o núbil. La traducción griega de los LXX, en el siglo III a.C., tradujo por parthenos, palabra que sólo puede ser traducida por “virgen”.»[8]


«La afirmación sobre la virgen que da a luz al Emmanuel,… es una palabra en espera… no es una palabra dirigida solamente a Acaz. Tampoco se trata sólo de Israel. Se dirige a la humanidad. El signo que Dios mismo anuncia no se ofrece para una situación política determinada, sino que concierne al hombre y su historia en su conjunto… En la época de Augusto, después de tantos trastornos provocados por las guerras y las luchas civiles, el país se ve invadido por una oleada de esperanza: ahora debía comenzar por fin un gran periodo de paz, debería despuntar un nuevo orden del mundo. En esta atmósfera de espera en la novedad se incluye la figura de la virgen, imagen de la pureza, de la integridad, de un comienzo “ab integro”… las figuras de la virgen y del niño forman parte de algún modo de las imágenes primordiales de la esperanza humana, que reaparecen en momentos de crisis y de espera, aun cuando no haya en perspectiva figuras concretas.»[9]

Jesús nace también en nuestras vidas
«Jesús es la novedad de Dios que entra en la historia de los seres humanos. Primero estos se sorprenden, no comprenden, e inclusive llegan a confundir esto con alguna inmoralidad. A veces estamos tan lejos de Dios, y lo desconocemos tanto, que cuando Él entra en nuestra vida pensamos hasta en huir. Sin embargo, vencido el miedo, comenzamos a comprender el misterio: es Dios que se encarna para salvarnos, al liberarnos de todos los obstáculos que impiden nuestra libertad y nuestra vida, es decir, que nos impiden ser aquello que Dios ha proyectado para nosotros desde toda la eternidad: ser su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27).»[10] Aún faltan tres fichas de este rompecabezas, vamos a añadirlas ahora: Escuchemos en su orden a José Luis Martín Descalzo, a Carlo María Martini y al Papa Francisco:

-«Acuérdate de que Dios pudo enamorarse de mil otras cosas en el universo y fue a encapricharse con este pobre ser que nosotros somos, los únicos que puede volverse contra Él y ofenderle. Y, sin embargo, ya ves: fue de los hombres de quien se enamoró. A lo mejor, no estamos aún tan podridos. Y hay sitio en nosotros para una nube blanca»[11]

-«No es cierto que todo esté perdido para el hombre, que para el futuro no haya sino pesimismo, escepticismo y temor, sino que la muerte, la soledad, la desesperación están vencidas para quien acoge a este niño, para quien acoge esta palabra, como los pastores, para quien la repite con alegría a todos los que se le acercan.»[12]


-Aludiendo, seguramente, a Mt 18, 3 dice papa Francisco: «Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los pequeños que saben continuar esperando. Y la esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza; no saben qué cosa es… Y llegamos a la conclusión:¡Dejémonos enseñar la esperanza! Esperemos confiados la llegada del Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas y cada uno sabe en qué desierto camina, se convertirá en un jardín florido. ¡La esperanza no defrauda! Lo decimos otra vez: “¡La esperanza no defrauda!”.»[13]





[1] Martini, Carlos. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR.MEDITACIONES PARA CADA DÍA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C.-Colombia 1995 pp.550-551
[2] Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta. Bogotá-Colombia 2012. p.52
[3] Jordán Chigua, Milton. PINCELADAS BÍBLICAS DE LOSPROFETAS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia. 2015. p.87
[4] Tenemos tres grafías distintas para referirnos al mismo personaje, Acaz, Ajaz o Ahaz.
[5] Carillo Alday, Salvador, M.Sp.S. LOS PROFETAS DE ISRAEL. Ed. Centro Carismático “El Minuto de Dios” Bogotá-Colombia. 1983. pp. 129. 135.
[6] Ibidem p. 137
[7] Ravasi, Gianfranco. LOS PORFETAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996. pp74.76.
[8] Jordán Chigua, Milton. Op. Cit. p. 86
[9] Benedicto XVI. Op. Cit. p. 61
[10] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MATEO. EL CAMINO DE LA JUSTICIA Ed. San Pablo  Santafé de Bogotá D. C.-Colombia  1999. p. 25
[11] Martín Descalzo, José Luis. BUENAS NOTICIAS. Ed. Planeta Barcelona-España 1998 p. 98
[12] Martini, Carlos María. Op. Cit. p. 556
[13] Papa Francisco AUDIENCIA PAPAL. Vaticano, 7 DE Dic. 2016. www.aciprensa.com/noticias/texto-catequesis-del-papa-francisco-sobre-la-esperanza-49727/

sábado, 10 de diciembre de 2016

ATENGANSE A LO QUE VEN Y OYEN


ἃ ἀκούετε καὶ βλέπετε·
                                             Mt 11, 4d
Is 35, 1-6a. 10; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; Sant 5, 7-10; Mt 11, 2-11

El rostro de Dios es el anuncio más subversivo y más incómodo, más exigente y más liberador que se pueda imaginar.
Carlos Mesters

Si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es la cosa más importante que se puede ser.
Ortega y Gasset

El Adviento es un Tiempo de preparación: Tiempo penitencial. Es una época para limpiarnos el corazón y purificar nuestras intenciones; época de ejercitarnos en la misericordia, escoger regalos para los niños menos favorecidos y llevar  un mercado a los más necesitados. Es, también un tiempo privilegiado para reconciliarnos con nuestros familiares cuando alguna nube oscura nos ha distanciado. En ese contexto penitencial nos damos de bruces con la sorpresiva “Vela Rosada” de la Corona de Adviento y con el Ornamento Rosado que lucirán algunos Sacerdotes en este Tercer Domingo del Adviento. Se trata del Domingo de Gaudete; Gaudete quiere decir regocijaos en latín, o como diríamos –hoy en día-, “alégrense”, y esta alegría, así nos lo explica el Introito de la Eucaristía Dominical, proviene del hecho de que ya llega el Mesías, nuestro Salvador: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense, pues el Señor está cerca” (Antífona de Entrada, Flp 4, 4.5). Tenemos, en consecuencia, que la celebración es por el Mesías, “el que ha de venir”. Sin embargo Juan el bautista tiene sus dudas, por eso comisiona dos emisarios que vayan donde Jesús a preguntarle si es Él. (Cfr. Mt 11, 2-3)


Fernando Savater, en su Historia de la filosofía sin temor ni temblor, nos cuanta cómo era el Mesías esperado: «Los judíos tradicionales esperaban que cierto día apareciese entre ellos el Mesías, un santo o enviado de Dios de poder extraordinario que liberase a su pueblo de la opresión de los romanos y les devolviera su libertad y esplendor.»[1]

Vayamos directamente al Evangelio: Jesús, cuando se refiere a Juan el Bautista no escatima su aprecio, se refiere a él como a profeta, “Les digo que sí, y más que profeta. A este se refiere aquel texto de la Escritura: Miren, yo envío por delante un mensajero a prepararme el camino”. (Mt 11, 9d-10). Se refiera a Ml 4,5-6. «La profecía contenida en Malaquías 4,5-6 (3,23-24 en el texto hebreo) alimentó la esperanza de que un personaje comparable a Elías apareciera para preparar al pueblo antes de la venida definitiva del Señor,… El más conocido de los profetas de la penitencia es Juan Bautista, que en el Evangelio de Mateo es identificado con Elías (Mt 11, 13-14; 17, 10-13)»[2]

Para captar esta comparación tendríamos que echar una mirada a Elías. ¿Quién era Elías? «Elías fue una persona que impresionó a todo el mundo, amigos y enemigos. Impresionó principalmente a sus discípulos. Por decenas de años, no se cansaban de recordar su modo de ser: bueno con los pequeños, valiente a la hora de enfrentar a los poderosos, para defender la fe de su pueblo, confiado en Dios; pero también muy humano, sujeto a crisis, con sus limitaciones.

A los viejos estos recuerdos les hacían revivir momentos que jamás volverían. Los jóvenes, que no conocieron a Elías; quedaban “deslumbrados” por aquellas historias.»[3]. Falta mirar la otra cara de la moneda, el mismo Mesters nos la da: «Elías tenía un defecto, el defecto de muchos. Creía ser el único defensor de la causa de Dios: “Sólo quedé yo” (1Re. 19, 10). En realidad quedaban siete mil (1Re 19, 18). ¿Qué le impedía descubrir los siete mil que defendían la misma causa? … El campo de batalla donde él lucha por la justicia y por la libertad no es sólo la sociedad injusta creada por el sistema del rey. Es también su propio interior, donde él enfrentándose consigo mismo y con Dios busca destapar la fuente de la libertad…. La gran tentación de quien lucha por la causa de Dios es pensar que Dios es igual a la idea que él se hace de Él. Esta tentación es como arena en los ojos impide ver siete mil personas.»[4]

«En su búsqueda de Dios, Elías se orienta por los criterios de la tradición: “terremoto, rayo, tempestad” (1Re. 19,11-12), señales de la presencia de Dios desde los tiempos de Moisés (Ex. 19,16-18)… Pero aún debe aprender que, ni aún por eso, tiene privilegios delante de Dios. Dios no queda debiendo nada a Elías! Dios es libre y soberano, no sólo frente al rey, sino también frente al propio Elías. Elías sabe respetar la libertad de Dios y, ´por eso, salvó la libertad del pueblo… Los criterios seguros de la tradición no fueron suficientes. Dios ya no estaba en el terremoto, ni en la tempestad, ni en el rayo (1Re. 19,11-12) Elías tuvo que dar un paso más. Dios estaba en la “brisa leve” (1Re. 19,12).»[5]


A Dios no podemos cazarlo con nuestras trampas seguras, no podemos filmarlo con nuestros sensores de altísima sensibilidad. Con nuestros detectores de finísima fidelidad. No podemos predecirlo ni describirlo después de nuestras sesudas disquisiciones. Dios permanece el Inasible. Pero no podemos claudicar de su búsqueda. Sabemos que sin falta vendrá y, a nosotros sólo nos cabe, con humildad preguntarle ¿Eres Tú? O, ¿aún debemos esperar a otro?

Ya nos dejó atónitos cuando llegó a Belén, la paupérrima, la insignificante; nos dejó boquiabiertos cuando se presentó como un Tiernísimo Bebé en un burdo pesebre. «Dios mostró que continuaba siendo el mismo Dios de siempre; totalmente libre, imposible de ser aprisionado en cualquier proyecto, esquema o pensamiento humano; más grande que todo aquello que nosotros o la tradición, pensamos, hablamos o enseñamos respecto de Él. “Dios es mayor que nuestro corazón” (1Jn. 3, 20)»[6]



[1] Savater, Fernando. HISTORIA DE LA FILOSOFÍA SIN TEMOR NI TEMBLOR. Ed. Espasa-Planeta colombiana Bogotá-Colombia 2da imp. 2014 p. 77
[2] Perkins, Pheme. JESÚS COMO MAESTRO.LA ENSEÑANZA DE JESÚS EN EL CONTEXTO DE SU EPOCA. Ed. El Almendro Madrid-España 2001 p. 32-33.
[3] Mesters, Carlos. EL PROFETA ELÍAS, HOMBRE DE DIOS HOMBRE DEL PUEBLO. Colección Biblia # 13 Ediciones EDICAY Quito-Ecuador. 3ª Ed. 1992 p. 5
[4] Ibidem p.34
[5] Ibidem p. 35
[6] Ibid

sábado, 3 de diciembre de 2016

EN VEZ DE CETRO, SERÁ UN REY CON BIELDO EN SU MANO


Segundo Domingo de Adviento (A)
Is 11, 1-10; Sal 72(71), 1-2. 7-8. 12-13. 17; Rom 15, 4-9; Mt 3, 1-12

"Si nos parecemos a Cristo, quienes nos vieron ya
se quedaron pensando en El. Ya les predicamos
con nuestro ejemplo, pues un hombre que está
lleno de Dios, lo comunica a todos".

San Francisco de Asís

“… ¡en la Biblia, el rey no es el rey! ¡El Rey es Dios!”

                                                                                 Noël Quesson

Punto de partida: el Domingo anterior
En el Primer Domingo de Adviento de este ciclo nos ocupamos del tema de la Segunda Venida. Hoy vamos a “prepararnos”, y ahí íbamos… nos habíamos quedado en la pregunta de ¿cómo nos preparamos? , y les adelantamos una primera instrucción general: ¡Estando siempre preparados! En este Segundo Domingo nos introducimos en algunas puntualidades admirables.

El Reino y su Reinado
El profeta en la Primera Lectura nos presenta los detalles concisos del Reinado Esperado, con un lenguaje francamente poético, designa su rasgo básico: La Paz. El vastísimo territorio, diremos mejor, el ilimitado territorio de su Reinado es denominado aquí Monte Santo, una alusión a Jerusalén –recordemos que el Monte Santo está en la Nueva Jerusalén, porque Jesús todo lo hizo Nuevo- y digámoslo, una vez más, esta palabra significa “Ciudad fundamentada sobre la Paz”, aquí no es la capital de la nación judía, sino la sede universal del Reinado de Dios, un reinado Católico –atención que no queremos para nada ser excluyentes, no queremos decir un Reinado de los creyentes católicos, sino un reinado Universal, porque esto es lo que significa la palabra católico, abierto a toda la humanidad, (como nos conmina el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium: «La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio»); lo esencial, es el resplandor de la Paz, y el Monte Santo no es Sión, como hemos dicho otrora, no es la el-Quds, que se nombra así en árabe actual.


Examinemos cómo es la Paz en el Reino, en la Nueva Jerusalén, en el Monte Santo: «… está el mundo de los animales, dividido en dos grupos: los domésticos y los salvajes. El poeta los va llamando uno por uno y los mete en su verso como en una nueva arca. Allí conviven todos en paz. Los domésticos siguen pacíficos, y los salvajes se hacen domésticos. Es un fenómeno extraño, desacostumbrado, porque están emparejados y jugando los depredadores con los domésticos. Incluso la serpiente, la más dañina desde el paraíso, se ha vuelto inofensiva. Ha nacido la paz entre ellos y, al domesticarse, se han humanizado y viven fraternalmente en familia. Ya se puede nombrar a la serpiente sin necesidad de tocar madera, y se la puede tocar a ella misma, porque ha perdido el veneno. Un niño juega con ella. ¿Qué ha pasado?

… aparece aquí, sorprendentemente, la figura infantil. Con los animales adultos aparecen juntamente sus crías, que nacen ya con un instinto nuevo: las crías se tumban con las crías, todas mansas, domesticadas. Lo infantil en este sector es un niño. Lo humano interviene en calidad de infantil.

En este extraño parque zoológico no es necesario poner vallas. El tigre se pasea mansamente y juega con el cordero, van juntos el novillo y el león, el lobo y el cordero, la pantera y el cabrito… Todo se ha vuelto manso. ¿No será la presencia del niño la que está trasformando todo? Es la presencia infantil la que impone esta serenidad pacífica. En esta figura reconocen y aceptan todos un poder especial: “No harán daño ni estrago por todo mi Monte Santo”.»[1]

Los diez rasgos característicos del Reino, están enumerados en el Salmo 72(71):
a) Defiende a los humildes del pueblo
b) socorre a los hijos del pobre
c) quebranta al explotador
d) Durante su reinado florecerá la justicia y también la paz
e) se librará al pobre que clama
f) Dios mismo será el protector del afligido que no tiene protector
g) por fin, se apiadaran del pobre y del indigente y estará a salvo la vida de los pobres
h) La sangre de los pobres será preciosa a sus ojos
i) El Hijo de Dios será el encargado de interceder por los pobres y bendecirlos
j) Él hará que abunde el trigo, y los frutos, y las flores.


Y el Rey, ¿cómo será el Rey de tal Reino? Nos lo dibuja el profeta en el verso 2 del capítulo 11. Pero lo más estricto viene  en el verso 5, donde es sucinto: “Será la justicia su ceñidor, la fidelidad apretará su cintura”. Quizás nuestra mente tan limitada se figuraba un dictador, con tantísimo poder, seguro creímos que era un autócrata; ¡pero no!, se deja constreñir por la Justicia y la Fidelidad. Se ajusta con suma Rectitud, no tuerce ni acomoda con conveniencias egoístas, porque es Dueño-Generoso-Abundantísimo. La Fidelidad de Dios al Reinar nos la explicita la perícopa de la Epístola a los Romanos que leemos este Domingo: “la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas…”, o sea que Dios en su Reinado no será arbitrario, su Justicia se ajustará a sus Promesas.


El Precursor
Las promesas requieren ser proclamadas, así que Dios envía un último Mensajero, previo a la llegada de su Hijo: Se trata de San Juan Bautista que nos ratifica que el Mesías vendrá ejerciendo la Justica, separando el trigo de la paja; el trigo irá al granero, es lo justo; y no menos justo es que la paja vaya al fuego. Pero no nos quiere desprevenidos, Él se exagera en su Bondad y misericordiosamente, hace preceder al Justo-Juez de la advertencia: Juan el Bautista nos viene a conminar para que cambiemos, nos exhorta a la μετανοία [metanoia]. Esa es la preparación requerida, dejar de pensar con una lógica rastrera y elevarnos sobre nuestras violencias; evadiendo las perversiones, alcanzar la conversión.


Compartimos y heredamos de Juan el Bautista la tarea de proclamadores, tenemos el encargo de «… soy hombre, soy miembro de la sociedad, soy célula en el cuerpo de la raza humana, y las vibraciones de mi pensar y de mi sentir recorren los nervios  que activan el cuerpo entero para que entienda y actúe y lleve la redención al mundo.» no somos menos responsables que Él en el proceso de construcción del Reino, «… que la realidad desnuda de la pobreza actual se levante en la conciencia de todo hombre y de toda organización para que los corazones de los hombres y los poderes de las naciones reconozcan su responsabilidad moral y se entreguen a una acción eficaz para llevar el pan a todas las bocas, refugio a todas las familias y dignidad y respeto a toda persona en el mundo de hoy…. Que mis pensamientos y mis palabras y el fuego de mi mirada y el eco de mis pisadas despierte en otros el mismo celo y la misma urgencia para borrar la desigualdad e implantar la justicia.»[2]



[1] Schökel, Luis Alonso y Gutiérrez, Guillermo MENSAJES DE PROFETAS. MEDITACIONES BÍBLICAS. Ed. Sal Terrae. Santander-España. 1991 pp. 38-39
[2] Vallés, Carlos G. s.j. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS. Ed. Sal terrae Santander-España 1989 pp. 135-136