sábado, 26 de noviembre de 2016

VISLUMBRAD YA LAS LUCES DEL NUEVO DÍA



Is 2, 1-5; Sal 121, 1-2. 4-5. 6-7. 8-9; Rom 13, 11-14a; Mt 24, 37-44

Está cediendo ya la noche. Pasó la parálisis del susto y el sopor del sueño. Se siente en la hora como un deseo de despertar, o de volver a soñar con la Utopía del Día. Hay una secreta luz encendida, “aunque es de noche” todavía.
José María Vigil.

… para ascender hay que converger, para converger hay que ascender.
Luis Alonso Schökel



En cualquier momento de la historia, siempre hay gente temblorosa, pegada al techo o, escondida en el último rincón del cuarto de San Alejo. Se habla de los niveles de delincuencia en las ciudades, de los topes alcanzados por la violencia, de la corrupción y de la deshonestidad rampante, y de la descomposición de la moral y las sanas costumbres. Los noticieros nos dan su “terapia” de oscuridad y desesperación y contribuyen a elevar las tasas de angustia y ansiedad. Y, no se quedan atrás todos los profesionales de la oscuridad que saben que el miedo es la mejor “medicina” y el nutriente propicio a la desunión y a la desesperanza que conducen al desaliento, la resignación y la renuncia. ¿Es esa verdaderamente nuestra realidad?


A la fecha, ¿de qué se trata? Se trata del Año Nuevo Litúrgico: Entramos en el Adviento de este nuevo año que corresponde al Ciclo A. Adviento es una celebración de la “Venida”, pero nuestra manera de celebrar corresponde a una praxis de preparación, porque no  nos limitamos a mirar hacia atrás para celebrar que se encarnó y nació y puso su “morada” entre nosotros, sino que nos preparamos mirando a su Segunda Venida, cuando vendrá con toda su Gloria y Majestad, a juzgar a los vivos y a los muertos.

Al centrar nuestro pensamiento en la parusía, centramos nuestro pensamiento en un prepararnos para su Llegada, y esa actitud se concatena con un dato revelado: “no sabemos el día ni la hora”, así como les pasó en los tiempos de Noé, la gente estaba distraída y ni se imaginaban; pero llegó en el momento más inopinado. Y, entonces, ¿cómo vamos a estar preparados? Muy sencillo, y casi evidente, la clave es estar siempre preparados.

Cuando oramos podemos confiar en que, (como dice San Pablo en su Primera Carta a los Corintios, “Maranatha” ¡el Señor viene! Y esa seguridad no nos conduce a vivir en la zozobra, como el que vive al borde de un abismo, pendiendo de un hilo; nosotros lo que hacemos es –vivir alegres y confiados- porque, así se nos manifiesta en la Segunda Lectura, “nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.

Sigamos mirando el mensaje de la Carta a los Romanos que leemos en esta celebración, porque contiene unas indicaciones muy precisas para poder dar esa “praxis preparatoria”:

Ante todo nos pide un estado de claridad de conciencia porque empieza llamándonos a Καὶ τοῦτο εἰδότες τὸν καιρόν, ὅτι ὥρα ἤδη ὑμᾶς “Darnos cuenta del momento en que vivimos”, aterrizar en nuestra realidad y no vivir embobados, mirando hacia lo alto. A continuación nos dice: ἐξ ὕπνου ἐγερθῆναι “¡despiértense del sueño!” El estado normal del creyente no es estar adormilado, sino estar plenamente consciente, -como se dice- ¡con los cinco sentidos!

A continuación nos ilustra un poco caracterizando el momento que vivimos: ἡ νὺξ προέκοψεν, ἡ δὲ ἡμέρα ἤγγικεν. La noche ya se acaba, y el día ya va a sobrevenir. Esta es una voz de aliento muy esperanzadora, no se regodea en prever calamidades, ni se refocila en susto y espantos. Por el contrario, anuncia la llegada de la Luz, porque el Señor ya llega, “regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud”, fue lo que dijimos el Domingo anterior al celebrar a Jesucristo Rey del Universo.  De eso es que tenemos que darnos cuenta y despertar del sueño de los que temen cataclismos e invasiones de extraterrestres.

Y es que estar despiertos y permanecer vigilantes no consiste en ponerse un dispositivo para no poder cerrar los ojos, sino en darnos cuenta de sus cercanía, saberlo percibir en todas las pequeñas cosas que son síntoma de su Grandeza y su Victoria. Saberlo detectar y reconocer que Dios está en todas partes, que su Presencia alcanza a todos los rincones de la tierra, en eso consiste estar “despiertos” en verlo en cada nuevo ser humano, en cada hermosos detalle, en cada gesto misericordioso, en cada acto de fraternidad, en cada acto de amor y de perdón. En cada armonía y en el trasfondo de toda disonancia.

Descubrir que su Amor  está aquí, siempre a nuestro lado, y notarlo en todo sabor, en un grato aroma, en cada nota musical. No porque estemos de espaldas a la dura realidad, sino porque Él no cesa de hacérsenos evidente. En eso radica la acción del Consolador, en dejarnos entrever que Dios no está muerto ni es Dios de muertos; que en medio de todo el dolor y la desesperación, allí se erige su Mano Poderosa y que su Mano de Amor siempre nos cobija.


Celebremos, pues, en este Primer Domingo de Adviento, porque en la hora que menos piensen viene el Hijo del Hombre. No viene a dispersarnos en desunión y aislamiento. Viene a congregarnos en la Nueva Jerusalén. Cada vez que pronunciemos la palabra Jerusalén, no nos cansaremos de repetir que significa “Ciudad de Paz” y que no estamos aludiendo a la geografía de Oriente Medio, sino a la generosa Bondad de nuestro Dios que nos regala una Nueva Creación, un lugar paradisiaco, donde el Señor nos lleva a confluir para que seamos uno como el Padre y Jesús son Uno.


«El mensaje de Navidad es de paz. Ni de fuerza, ni de ostentación de poder, sino fuerza de convicción por la invalidez y sencillez. El hombre se amansa frente al indefenso. Frente a un niño necesitado de ayuda se apaciguan los contrarios. Es la indefensión la que desarma, no la violencia ni el poder. Esta Palabra de Dios cae en el mundo como un menaje, como una divina utopía que es exigencia para los hombres. Dios quiere poner en marcha los rios de la historia encauzados por nuevo cauce, y no de golpe o por milagro, sino poniendo convicción en ese centro de gravedad por el que el hombre quiere ser hermano de los hombres y vivir en paz. Quiere desnudad ese centro de gravedad para poder Él mismo tocar ese corazón y poner a los pueblos en marcha en esa dirección. El mensaje de Navidad, y todo el mensaje de Dios-Padre, es mensaje de paz y fraternidad.»[1]




[1] Schökel, Luis Alonso y Gutiérrez, Guillermo MENSAJES DE PROFETAS. MEDITACIONES BÍBLICAS. Ed. Sal Terrae. Santander-España. 1991 pp. 30-31

sábado, 19 de noviembre de 2016

TÚ ERES QUIEN DIRIGE A TU PUEBLO


2Sam 5,1-3; Sal 121,1-2.4-5; Col 1,12-20; Lc23,35-43

Es un rey que ejerce su libertad sirviendo; su único poder es amar hasta la muerte.
Silvano Fausti

En Cristo, el hombre vuelve a encontrar el camino de la salvación, y también la historia humana recibe su punto de referencia y su significado profundo.
Benedicto XVI

Hay un pensamiento agustiniano precioso para entender nuestra fe, lo que significa, para vivir una experiencia de Jesús: “El que es bueno, es libre aun cuando sea esclavo; el que es malo, es esclavo aunque sea rey. Evidentemente no se espera que el verdadero creyente sea quien de doctas definiciones y repita de memoria la Sagrada Escritura de cabo a rabo, o de conferencias explicando el Catecismo de la Iglesia Católica; sino aquel que como Zaqueo, ha hecho un esfuerzo para conocer a Jesús y, no se conformó simplemente con verlo y que pasara, sino que lo invitó a su casa, conforme lo leemos en el Apocalipsis Jesús está “a la puerta y toca (el verbo griego κρούω indica ‘solicitar permiso para entrar’), si alguien oye mi voz y abre, entraré y cenaré con ese y ellos conmigo” (Ap 3, 20); dio –aun- otro paso, se comprometió en una metanoia, es decir, en un proceso de conversión radical.


Podríamos sin desviarnos de su esencia, llevar la frase agustiniana un paso más allá, y afirmar que  el que es bueno es rey aún, cuando aparentemente, sea un simple don-nadie. Y siguiendo esta misma racionalidad, ¿qué diremos de Jesús? –el paradigma del Hombre Nuevo- de quien decimos, con toda razón, que es el Tres veces Santo; siguiendo el silogismo tenemos que declarar –con el Libro del Apocalipsis- que Él es el Rey de Reyes y el Señor de Señores (Cfr. Ap. 19, 16). En latín medieval se tenía la palabra patronus para denominar lo que se proponía como modelo, como arquetipo, como “patrón”: en ese sentido Jesús es nuestro patronus (esta palabra derivaba de padre en el sentido de generar otros como él), por ser modelo de lo que debemos llegar a ser para constituir una Nueva Humanidad: Esto es lo que nos explica la Segunda Lectura de este Domingo, tomada de la Carta a los Colosenses, “Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles. Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por Él y para Él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia” (Col 1, 15-18a).

Pero, hemos cultivado la costumbre, muy responsable, de no descuidar nunca los contextos. En este caso, el contexto es ¡Jesús crucificado! Los “jefes” comentan, pese a hacerlo con doblez, reconociendo dos puntos vitales: a) “salvó a otros”, lo reconocen a su pesar “Salvador”; y, además, b) “…es el Mesías, escogido por Dios”. Hay hipocresía, hay ironía en las afirmaciones de los asesinos de Jesús, pero todo el tiempo están reconociendo su Realeza. El letrero en lo alto de la Cruz, nuevamente lo admite: “Este es el rey de los Judíos”.


Oigamos la Voz del Rey, desde su Trono –la Santa Cruz, redentora del mundo- “hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Este es Su Único decreto, el Edicto que proclaman sus Labios, es una ley de Salvación, porque su Nombre significa “Dios salva”. Esta ordenanza que dicta el Rey, contiene una cláusula de garantía de cumplimiento: Jesús le responde “ἀμήν”, lo que con bastante exactitud significa en este caso “Te aseguro”, o sea, “puedes contar con que se cumplirá lo siguiente que voy a decretar”. Con su Divina Realeza se limita a legislar a favor de ese marginado, de uno de sus “pequeños”, tan pequeño que despreciado, condenado, reo de muerte. Pero este reo de muerte es capaz de reconocer que su Rey crucificado “no ha hecho nada malo”; va a morir, pero, a sus ojos no se oculta la verdad, puede, en su última hora, reconocer a quien es “Bueno”. Bueno e inocente, llevado como Manso Cordero al sacrificio. También los labios de este condenado son capaces de admitir que el Crucificado es Rey, al mencionar el Reino al que se dirige, y donde Él va a llegar: τὴν βασιλείαν σου “Su Reino”. [No ignoremos que este κρεμασθέντων “malhechor” (la palabra griega usada en el Evangelio lucano habla de ellos como los que “estaban colgados”) crucificado junto al Redentor reconoce además la verdad de la resurrección], dato –este último, para nada menos importante. (En lo que también nos asiste San Agustín cuando decía “¡Camina en Cristo y canta con alegría!..., pues el que te mandó que le siguieses..., va delante de ti... El resucitó primero..., para que tuviésemos un motivo para esperar...”. 


Con razón se subraya que este Santo es el único que fue directamente canonizado por Jesús: San Dimas.

El Tentador siempre apela a nuestro egoísmo para que nos cerremos sobre nuestro propio caparazón: ¿Tienes hambre? Convierte estas piedras en panes, para beneficio propio; ¿vas a morir? Sálvate a ti mismo, vuélcate sobre tu ‘yoidad’ so pretexto de tu miedo, de tu angustia. Pero Jesús, Rey Verdadero, nos enseña otra cosa. Se muestra solidario con su hermano, es generoso con el otro, descuidándose a Sí mismo; se preocupa por lo que a su prójimo le preocupa, posponiendo sus propios cuidados, soslayándose. Este humanismo, este altruismo es pura bondad, es misericordia infinita; y lo que es más importante, muestra lo característico de un verdadero Rey, velar por los demás, porque el Rey era puesto a cargo de sus súbditos, por encima de todo, para que los protegiera, de ser necesario con su propia vida; sólo que este concepto se degradó y se convirtió en el “explotador” de su pueblo. Luego, para entender la realeza de Jesús tenemos que retornar al significado primigenio de la palabra “Rey” (la palabra “Rey” comparte origen indoeuropeo con la palabra inglesa “right” recto, correcto, lo más favorable, derecho, vertical, sin torcedura, gobernar, dirigir rectamente), prototipo del “rey” es el “pastor”, que cuida, conduce a pastos frescos y no vacila en entregar su vida por defender a sus ovejas. Recordemos, por otra parte, que ese y sólo ese era el oficio de David, antes de ser ungido para hacerse rey.



Benedicto XVI al predicar en esta Solemnidad, en 2010, nos decía como el reclamo para que Jesús bajara de la cruz era un acallamiento de conciencia de los allí presentes que se sentían culpables: «no es culpa nuestra si tú estás ahí en la cruz; es  sólo culpa tuya porque, si tú fueras realmente el Hijo de Dios, el Rey de los  judíos, no estarías ahí, sino que te salvarías bajando de ese patíbulo infame. Por  tanto, si te quedas ahí, quiere decir que tú estás equivocado y nosotros tenemos  razón. El drama que tiene lugar al pie de la cruz de Jesús es un drama universal;  atañe a todos los hombres frente a Dios que se revela por lo que es, es decir,  Amor». Estas ideas nos conducen a otra frase agustiniana sobre las implicaciones de la projimidad: “Porque todo hombre es prójimo de todo hombre, ni hay que admitir ninguna distancia de condición donde es común la naturaleza”. Esta condición de prójimo, de actuar como verdadero prójimo, es el rasgo por excelencia del Rey Universal, es su máxima profecía, a la vez que el espíritu que dinamiza su Mandamiento Fundamental: “Amaos los unos a los otros”.

sábado, 12 de noviembre de 2016

ALCANZAS A OÍR EL SHOFAR


M 3, 19-20a; Sal 97, 5-6. 7-9a. 9bc; 2Tes 3, 7-12; Lc 21. 5-19

Donde se hace la voluntad de Dios, es ya el Cielo, comienza también en la tierra algo del Cielo, y donde se hace la voluntad de Dios está presente el Reino de Dios, porque el Reino de Dios no es una serie de cosas; el Reino de Dios es la presencia de Dios, la unión del hombre con Dios.
Benedicto XVI

Continuemos viendo los Rasgos de Dios que necesitamos reconocer. Podemos girar esta vez en tornos a tres de ellos: Fidelidad, Justicia, Misericordia. Estos rasgos se nos “revelan” para que los cultivemos y desarrollemos en nosotros mismos porque son el ADN de la divinidad que Dios nos legó. Somos Creación de Dios y Él al crearnos dejó en nosotros la potencialidad de esos rasgos. Cuando nosotros trabajamos por cristificarnos, esos rasgas se activan y nosotros alcanzamos el ser “hijos de Dios” en acto. Hay una parte que nos corresponde a nosotros, pero la potencialidad ya está dada. Sin embargo, no olvidemos que el pecado neutralizó la potencialidad, pero la redención, el pago del rescate, nos la devolvió. El precio pagado –lo sabemos- fue la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

Para comprender todo este mecanismo-proceso salvífico, tenemos que aclarar que Justicia no es el rostro punitivo de Dios, Dios no es, un día Misericordioso, y al otro día Castigador. Muchos, por estos días, temen que después del Año de la Misericordia será el “Llanto y el rechinar de dientes”; y esta comprensión de Dios es una imagen errónea. Dios es siempre Justicia y siempre Misericordia. No se debe entender el Año de la Misericordia como un año de perdón para que luego sobrevenga un año de furia. Dios es Misericordioso porque es Justo y, mutatis mutandis, Es Justo precisamente porque es Misericordioso. Si va a empezar el tiempo de su Justicia significa simplemente que el resplandor de su Misericordia, después de rogar e implorar por su Misericordia, refulgirá.

Vamos de frente contra el falso apocaliptismo que consiste en vaticinar desgracias y calamidades sin fin. Sobreabundan los doctos pensadores que absorben de ciertas perícopas del Evangelio, las horas más negras y se complacen en “descubrirnos”, dizque un dios revanchista. Digámosles que están tristemente muy extraviados. Rescatemos el verdadero sentido de la palabra apocalipsis que no es otro que “revelación”; ese es el verdadero significado de la palabra griega que lo origina. Estas obras de la apocalíptica tienen como propósito fortalecernos en la confianza de la Victoria de nuestro Dios, y no el anuncio de arcanos llenos de tribulación. Es cierto que vamos llegando al fin de otro año litúrgico, pero eso no significa que llegó la hora en que lloverá fuego.


“Cuídense que nadie los engañe” todos los que comercian con la fe están allí como buitres aguardando para elevar sus ventas: Nos dirán que ellos son el mesías, pero nosotros tendremos que preservar nuestra fidelidad, basados en nuestra “firmeza”. La firmeza es ese rasgo Divino, denominado “fidelidad” cuando se desarrolla en nosotros a la manera como se desplegó en Jesús, nuestro paradigma de Nueva Humanidad.

La Palabra dada por el señor se sostiene: ¡Él es fiel a su Palabra! Será Justo con los malvados y los soberbios. Eso no es nada nuevo. Pero para los que guardan la Ley de Dios, para ellos no será el fin. Los que deben temer son los malvados pero los justos siempre contarán con el Señor, porque Él es la Justicia misma. Así como Dios es Amor, así como Dios es Misericordia, Dios es también Justicia.

Su Reino será la edad de la Justicia y la Rectitud, como nos lo dice el Salmo. Con eso podemos contar, porque la Palabra de Dios no dejará de cumplirse. Es Justo y es Fiel. Pero eso no nos descarga de la tarea. Nuestra vida es responsabilidad, no somos los constructores del Reino, su Arquitecto es el Señor, pero sí somos sus obreros. El Reino no se levanta automáticamente, tenemos un compromiso de coherencia con Nuestro Dios. Él ha dictado su ley y nos la ha revelado para que aportemos en las miles de miles de pequeñas actuaciones con las que el Reino va germinando.

El Reino no está aquí o allí. Pero, como Él nos previno, el Reino ya está entre  nosotros. No en toda su anchura, longitud y altura. Está como germen, y ¡germina! Su Teruah no va a sonar, en medio de la algarabía ensordecedora que no nos permite percibirla; ¡ya está sonando! ¡No nos solacemos en triunfalismo de poca monta! Evitemos los optimismo fáciles, no cantemos ingenuas victorias; no pequemos de holgazanes, quien no trabaje no comerá los frutos de la Salvación, quien no se esmere no cosechará, pongámonos a trabajar en paz para que brille para nosotros el Sol de Justicia.


Tenemos que sobreponernos a nuestro miedo, a los temores que nos inmovilizan. Tenemos que orar y confiar, que cuando el Señor venga, encuentre fe en la tierra, y una fe fortalecida. Templada con la traición de aquellos en los que más creeríamos que podíamos confiar: Nuestra parentela, nuestros cercanos, el Evangelio menciona –ejemplificando- a los “propios padres, hermanos, parientes y amigos”.

Pero Dios no nos fallará jamás, Él se hará cargo de nuestra defensa, porque los argumentos defensivos los tejerá Él mismo, y serán tan poderosos que nadie podrá controvertirlos. Así se cumplirá que Dios sea Justo, sea Fiel, que Dios salve. La Misericordia no se queda fragmentaria, no se detiene en moderadas dosis, sino que se desplegará hasta su total cumplimentación: Porque Dios es Salvación יֵשׁוּעַ eso significa su Nombre, Nombre sobre todo Nombre: su cumplimiento se pronuncia “Jesús”.







domingo, 6 de noviembre de 2016

TUS PALABRAS, SEÑOR, SON ESPÍRITU Y VIDA


2Mac 7, 1-2. 9-14; Sal 16, 1. 5-6. 8 y 15; 2Tes 2, 16-3, 5; Lc 20, 27-38

…cada uno de nosotros tiene en su interior un espíritu de vida. Y cuando la muerte llega, ese espíritu de vida consigue eludirla.
Dom Helder Câmara

En el meollo de la perícopa de la 2ª. Carta a los Tesalonicenses nos encontramos dos elementos: la Palabra y, el acoso (la actitud agresiva y persecutoria) de aquellos que no la aceptan, ni a lo que de ella deriva, la fe en su conjunto. Si queremos entender la manera como la fe re-liga, tenemos que reconocer que, conforme lo hemos venido argumentando, Dios nos sale al encuentro, pero a nosotros -si estamos desatentos- nos puede pasar inadvertido. Venimos de considerar lo relevante que resulta para nuestra fe pegarnos la subida al árbol que se dio Zaqueó. Allí se produce esa sintonía, esa connivencia, esa empatía entre aquel que se hace el Encontradizo, y, de la otra parte, el “interés” que nosotros demostremos por “acoger” al que nos vocaciona. ¿Y Quién es el que nos llama? Porque si no tenemos algunos rasgos que nos permitan reconocerlo, pasará por debajo del árbol en el que estamos y ni cuenta nos habremos dado.

Tenemos por los menos tres rasgos más notables que nos ayudan a identificarlo: Primero: Dios es Amor, Dios es un Dios Misericordioso, Segundo: Dios es Providente y Tercero: Dios no es oculto o esotérico, sino que es un Dios-que-Revela, es el Dios de la Revelación. En el Evangelio de este Domingo –antepenúltimo del Año Litúrgico- Jesús (al que con frecuencia aludimos como “Segunda Persona de la Trinidad”) nos da a conocer un detalle que sólo Dios mismo puede saber, y nos lo comparte, nos enseña que, dado que en la Resurrección ya no hay muerte, no es necesaria la reproducción de la especie, y entonces, en ese Nuevo Estado, la gente no toma esposo, ni esposa, “serán como ángeles”. Después de recibir esta información, cuando ya ha sido revelada, nos parece una verdad como puño, pero sin la revelación, nos es inaccesible, ni siquiera lo podríamos imaginar. Algo que sólo Dios podía saber.

Lo anterior nos conduce a otro rasgo, que ya el Domingo anterior quedó enunciado cuando en el Libro de la Sabiduría leíamos que Dios es “Señor que ama la vida”. Hoy se ratifica con enorme fuerza cuando se nos enseña que Dios “no es Dios de muertos sino de vivos”; aún hay otro dato, a los Ojos de Dios, ¡Todos viven! Este pude verse como el Quinto rasgo: ¡Dios es Dios de la Vida!


Nuestra naturaleza es muy curiosa, muchas veces se nos da una “enseñanza” y, nosotros nos arrojamos en brazos de la cerrazón y fabricamos cientos de miles de excusas, muy razonadas, muy doctas, para no aceptarla. La capacidad –que es a la vez docilidad- de aceptarla es otro don de Dios, es la virtud teologal de la esperanza. Esa plasticidad espiritual que sabe aceptar la “herencia” de la fe, la fuerza que habilita para guardarla, para respetarla; es además “humildad” para salvaguardarnos de la altanera presunción del “yo sé más”. Es, además, perseverancia, porque, primero que todo, va contra el correr del tiempo, “sigue” fiel a la confianza depositada, a la aceptación de la creencia, se anida en la palma de la Mano de Dios. No solamente contra el tiempo, sino también  contra viento y marea: de eso nos da férreo testimonio el relato que leemos en la Primera Lectura, tomada del Segundo Libro de los Macabeos.

Hoy día está en la Sagrada Escritura, pero antes de ser Escritura ya era Revelación. Entonces, la Revelación no se limita a la Sagrada Escritura, Dios nos habla en el día a día, en la realidad, en la historia; Dios nos habla a través de personas, de nuestra familia, de vecinos. En aquel relato nos habla por medio de siete hermanos y de su madre.

Ellos fueron víctimas del acoso, de la actitud agresiva y persecutoria de los que no aceptan la fe, ni lo que de ella deriva. Estos perseguidores siempre están por allí, a veces más o menos agazapados, a veces se sienten poderosos y no vacilan en  tendernos emboscadas –como la de los saduceos a Jesús, que se inventaron el cuentico bastante reforzado de los siete hermanos que tomaron a la misma mujer en cumplimiento de la “Ley del Levirato” para que Jesús quedara mal, o tuviera que confesar contra la Resurrección. La vía fácil hubiera sido negar la resurrección, ponerse de la parte de los “acomodados”, los “terratenientes”, los más pudientes, los de la casta sacerdotal; también los siete hermanos hubieran podido violar la ley de Dios para conservar sus vidas, pero por su fidelidad optaron por no quebrantarlas. ¡Siempre es difícil llevar la contraria a los poderosos!; pero Jesús es fiel a la enseñanza de la Resurrección, que tiene una razón en el Bondad de Dios-Creador, que no nos sacó de la obscuridad para regresarnos a ella; y otra en su Justicia, que quedaría truncada frente a los que aquí en la vida recibieron bienes durante la vida y en cambio otros sólo males (cfr. Lc 16, 19-31).


Otro rasgo de Dios –que se hace herencia para nosotros- es este: la Fidelidad. Fidelidad viene del latín “fides” o sea lealtad. Recordemos que se le dice fiel a la aguja de la balanza que señala el equilibrio de sus platillos; esa imagen nos sirve para enlazar la fidelidad a la fe y su relación con la justicia (la balanza significa la justicia, es su alegoría). Dios es Amor, Dios ama y guarda la vida, Dios es Dios de vivos, Dios Resucita, Dios es Justo, su Justicia es fidelidad a su Palabra, es Fidelidad a la Vida, Dios se revela en todo ello como un Dios Justo, la Justicia de Dios no le impide su Fidelidad al Amor-Perfecto; Dios nos revela todo esto, para donarnos la Esperanza que nos fortalece, nos dirige el corazón para perseverar y resistir y nos dispone a toda clase de obras buenas y de buenas palabras (2Tes 2, 16-3, 5). Todo esto y más podemos colegir de las Lecturas de este Domingo.

Y aún más. El Salmo 16  nos recuerda que además, nos guarda bajo la sombra de “Sus Alas”. ¡Al despertar, después de la muerte-aparente, el espíritu de vida que hemos heredado, nos permitirá despertar y saciarnos de Su Vista!