domingo, 25 de septiembre de 2016

MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE

Am 6,1a,4-7; Sal 145, 7. 8-9a. 9bc-10; 1Tm 6,11-16; Lc 16,19-31

El impulso místico no es un lujo. Sin él, la vida moral es puro retroceso; el ascetismo es sequía; la docilidad, sueño; la práctica religiosa solo rutina.
Henri de Lubac

Hay un detalle de la mayor importancia que no siempre es debidamente advertido cuando leemos la parábola: ¿Dónde estaba el mendigo, Lázaro? “Yacía en la entrada de la casa del rico” (Cfr.). El punto no está en ser rico para merecer el lugar de castigo, ni el asunto radica en ser pobre para ir a parar al “seno de Abrahán”. Es posible que los destinos de estos dos hombres hubieran sido contrarios, si sus relaciones aquí, en vida, hubieran sido diferentes.

¿Os parece moral que alguien pase por la puerta de tu casa alguien que padece la indigencia, mientras tú gozas de manjares y banqueteas? ¡Ese es el problema y ahí está el eje del asunto! Toda la moral cristiana reposa sobre este pivote. Somos todos hermanos en Cristo Nuestro Señor, y no puedo ser indiferente e indolente ante la suerte de mi hermano. Allí donde haya dolor, necesidad, padecimiento, soledad, hambre o sed, allí donde está el desamparado, el preso, el enfermo, el destechado, el desplazado, allí estamos llamados a hacer presente a Dios-Padre-Providente. Ese es el sentido más humano y humanitario de la religión. Pero la fe no se conforma con deshacer entuertos, sino que ¡los deshace en el Nombre del Señor!

Así barrer o cocinar, dar un pan o un vaso de agua, consolar al triste o visitar al enfermo, acompañar al solitario o visitar al prisionero que purga su condena tras las rejas, todos estos actos cobran su dimensión cuando se hacen –como la hacía Santa Teresa de Calcuta, paradigma cercano de la bondad- viendo tras el rostro del menesteroso, el rostro dolorido de Jesucristo que sube al Calvario cargando su cruz a cuestas.



En cambio, y esto hay que repetirlo con frecuencia, el acto se desluce y adquiere simplemente una dimensión arrogante de vanidad egocéntrica, si se efectúa por pura filantropía. No que se vuelva un acto malo, nada de eso; pero ya no es acto “religioso” porque ya no re-liga nada. Tenemos que cobrar conciencia que lo religioso re-liga al hombre con Dios, restablece un lazo de unión con la Divinidad, hace que el ser humano traiga tanto a la mente la idea de ser hijo de Dios como la idea de ser hermano de los otros hijos de Dios. Es una filantropía construida sobre un basamento que nos hermana a todos, no es filantropía desnuda, sino solidaridad con el que yace allí postrado, andrajoso, llagado y… acosado por los perros que le lamen las heridas. (Es muy triste porque es más humanitario el perro, tiene más sensibilidad, se muestra más compasivo, porque lamer es también gesto cariñoso, consolador, fraternal! El perro brinda una hospitalidad que nos evoca al burro y al buey que la tradición ha puesto en el  pesebre para entibiarle la cuna al Niño Dios).



Tener esta idea en el proscenio de nuestro pensamiento podríamos decir que es un Mandamiento de todo buen cristiano. Podemos llevar nuestra tesis un paso más allá y afirmar que no es cristiano quien no comprende y vive esta idea como base de su existencia. Nunca habremos enfatizado suficientemente la importancia de este pensamiento. De alguna manera podríamos ver este imagen en todas las páginas evangélicas y, concluir afirmando que Jesús todo lo que quiere y lo que enseña apunta en esta dirección. Pongamos una piedrita más en este proceso y subrayemos que no sólo en el Nuevo Testamento nos encontramos con esta revelación, ya las páginas del Antiguo Testamento pujan vigorosamente por poner en primer lugar a nuestros hermanos, al prójimo, y es que este pensamiento está a la base de aquello de que ¡Misericordia quiero y no sacrificios!



Agreguemos que la ruta de la santidad está tachonada de estos resplandores; ¿Cuántos santos han gastado su vida socorriendo a los necesitados? Cuantos han vivido vigilias y desvelos movidos por esta causa, dando todo cuanto tenían atendiendo niños, leprosos, enfermos de toda índole… y si la vida cobra su mayor sentido cuando se la lee como un derrotero hacia la santidad, entonces tenemos que decir, a renglón seguido que la santidad es el ejercicio constante de la Misericordia. Por eso el propio Dios, su Sagrado Corazón, se está expresando hoy como Señor de la Misericordia y inspiró a Papa Francisco este Año Jubilar de la Misericordia.

Y, por los mismo y tanto, son la indiferencia y la indolencia los peores males y los mayores pecados, porque “cuando no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mt 25, 45). En la Primera Lectura, de la profecía de Amos, está enunciado, casi como mandamiento, con un “¡Ay de ustedes!”: “(los que) no se preocupan por las desgracias de sus hermanos”,  recibirán –ya en esta vida- justicia. En el Evangelio se nos aclara que esa “justicia” puede dilatarse hasta la otra vida, recibiendo aquí males, y entonces, allá, bienes compensatorios, que en el texto aparecen designados con la palabra παρακαλέω, que traducimos por “consuelo”, y que tiene relación con la idea de ser llamado para estar ahí al lado, como pasa con el “abogado defensor” que se pone al lado para defender, para interceder por su “defendido”, es una palabra con matices legales, que alude al “Tribunal en la Presencia de Dios”, a la “Corte Celestial”, y con  la que nos referimos también al Espíritu Santo al que llamamos precisamente Paráclito. Ese consuelo es la protección, el apadrinamiento del Santo Espíritu, quien lo cobija con su cercanía teniéndolo a Su lado. La imagen que evoca esta situación es de ternura maternal, como tomando al hijo entre los brazos, que en el texto del Evangelio, se refiere a Abrahán en funciones maternales y acuna a su protegido en su κόλπον “seno”, término con el cual designamos el ámbito de la más dulce protección maternal. Ese es el “premio”, el “regalo” compensatorio que recibe Lázaro (Lázaro es la forma popular del Eleazar), que dicho sea de paso significa “el ayudado por Dios”), mientras –cabe destacarlo- el rico ante los ojos de Dios, en el Tribunal Celestial, ni siquiera merece tener nombre, es un “don nadie”.



Esta acogida en el regazo, gesto Misericordioso, impregnado de sentido solidario y fraternal, esta –por así decirlo- decorado con unos rasgos de dulzura, de cuidado, que se enumeran en la Carta a Timoteo, en la perícopa que leemos en la Segunda Lectura de este XXVI Domingo Ordinario del ciclo C: Rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Como lo mencionábamos arriba, no se trata de una “fría filantropía”, sino del tierno cariño entre hermanos que se aman de verdad, ternura dulcificada que usamos en el trato entre familiares, aquí estamos hablando de trato paternal y maternal. Hay una manera de abajarse, de inclinarse, de ponerse al lado de Lázaro, que Jesús nos ilustró con su imagen de la toalla alrededor de la cintura, arrodillándose –con piadoso gesto- a lavarle los pies a sus discípulos. Esta imagen designa para nosotros los creyentes el tono y el color que tiñen estas acciones, gesto revestido de piedad, de afabilidad, esa es la manera: con afecto y sumo cuidado.



sábado, 17 de septiembre de 2016

SOMOS NADA MÁS QUE ADMINISTRADORES


Am 8, 4-7; Sal 112, 1-2. 4-6. 7-8; 1 Tim 2, 1-8; Lc 16, 1-13

El Evangelio nos pone en el papel protagónico a un οἰκονόμος, [oiconomos] es el ecónomo, que por lo general era un esclavo-liberto que se encargaba de la administración de la casa, como una especie de “mayordomo”; la palabra ecónomo viene de la palabra οἰκο que significa precisamente “casa”. Sin embargo el papel del ecónomo no se restringía a los asuntos internos puesto que él disponía de recursos dados por su amo, para mercar y comprar todas las vituallas que hubiere menester para la manutención de la casa. Queremos hacer ver que su injerencia llegaba más allá de la esfera del mayordomo, era más bien un “economista” que podríamos designar mejor como administrador, y de hecho así se le ha traducido. Es importante entender bien de qué se trataba su rol, porque este personaje es quien nos va a representar a nosotros en esta parábola, es él quien ha recibido el mismo encargo que a nosotros se nos ha confiado. La acusación que llegó a oídos del “Dueño” (con esta palabra queremos destacar la oposición que hay entre Dios y nosotros, Él es el Único y Verdadero Dueño y Señor, nosotros no podemos perder la perspectiva, somos simplemente “encargados”, y el encargo implica revocabilidad; en la parábola se nos recuerda que, otro día, se nos puede llamar a “calificar servicios”, como se dice en el lenguaje militar), fue la de “malgastar sus bienes”, ahí está, expresamente, plasmada la relación Dueño/administrador.

Aún hay más, si vamos a la palabra administrador tenemos en ella tres raíces: la palabra ad, y la palabra minister y –contenida en ella- la palabra minus. Es decir administrador conlleva otra oposición la de magister/minister (maestro/ministro). Maestro contiene la etimología magis que viene del latín “el que más”, ministro, en cambio, es portador de minus “el que menos”; ambos son “servidores” que es el sentido del “ministerio”, pero el maestro es el que “sabe más” y el “ministro” le está subordinado por sus limitaciones en saber o en habilidad. Que no se nos olvide la raíz AD que significa "ante" y que sencillamente no nos deja olvidar la subordinación; será llamado a “rendir cuentas” poniéndose “ante” el empleador, el que lo llamó al cargo: el administrador es un “encargado” por Alguien que le es Superior, El que delegó en él la función de gobernar-controlar en su Nombre. No somos más que simples administradores puestos en “responsabilidad” por Aquel que nos prestó el encargo.


¿Cómo, y esa es la pregunta clave para este Domingo, podemos con lo que nos entregó Dios Nuestro Señor, tener a alguien que nos reciba cuando seamos llamados a “calificar servicios”? Si la cosa fuera para ganarnos opciones y prelaciones en esta vida, la parábola sería prácticamente inmoral; se trata de ganar “intercesores” cuando el “Dueño” nos llame a rendirle cuentas. Estamos viendo cómo podemos en esta vida, con los tesoros que Dios nos pone en administración, ganar “Amigos”. ¿Amigos para qué, a dónde nos van a acompañar esos “amigos”, qué clase de gustos y alegrías compartiremos con los que así hemos acercado? El Evangelio nos lo dice muy claramente: “Gánense amigos para que, cuando ustedes mueran, los reciban en el Cielo.”

Y ¿cómo se aplica eso de llamar a los “deudores” y achicarles la deuda, haciéndoles nuevos recibos con cuentas a pagar reducidas? Podríamos hacer una lista muy organizada, como un verdadero manual de instrucciones en pocas hojas, mejor todavía en una sola página, o –para ganar en brevedad y hacer relucir nuestra capacidad de síntesis, propongámonos presentarla en medía página- bueno el reto va a ser, decirlo en un solo renglón, contestemos a esa pregunta en una sola línea: Las obras de Misericordia: Corporales y Espirituales[1].

¡Sí, eso es todo! La manera de ganar amigos para encontrarnos con ellos en la Patria Celestial es el cumplimiento de las obras de Misericordia, el desprendimiento generoso de todo lo que Dios nos ha dado. No retener, no atesorar, no acaparar, sino a manos llenas escribirle al uno: Tú debías cien sacos de trigo, toma tu recibo haz uno nuevo sólo por cincuenta, y al otro, date prisa escribe que debes tan solo ochenta. Aliviar las cargas de todos, hacérselas más llevaderas, tener para con todos entrañas de misericordia, aprender la dulce ternura de Jesús, cambiarles el yugo por uno que sea suave y ligero.


Y cuando ya hayáis logrado eso, vivir en santidad y justicia, es decir vivir en Misericordia, como un buen “ecónomo”, leed el versículo 10 del capítulo 17 de San Lucas: “cuando hayáis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid: ‘Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que debíamos haber hecho’.”

La Primera Lectura, en cambio, denuncia y señala para ilustrar nuestra conciencia, lo que hace el pésimo administrador, el que irá allí donde reina la angustia y se sufre hasta vivir en constante rechinar de dientes: esos viven afanados por la riqueza, se desvelan para atesorar y quieren que amanezca más temprano para implementar sus “chanchullos”, alteran pesos y medidas para ampliar su margen de beneficio, pagan sueldos de hambre, y hacen pasar el “salvado” por “trigo bueno”, son los pauperizadores. Pero, Dios ha puesto su Santo Nombre en garantía, Él no olvidará esa injusticia, que es peor y tiene su agravante en que se hace contra el “pobre” que es el elegido para hacerle víctima de todos estos atropellos.

La Carta de San Pablo a Timoteo nos señala otra obra de Misericordia: ser orantes, ganar “indulgencias” orando por los demás. Nos recuerda ser Intercesores y abogar por toda la humanidad, pero muy especialmente por aquellos que tienen cargos de autoridad. Aún esos que han alterado medidas y explotado hasta expoliar el último centavo Dios-Padre los quiere salvar, porque su Misericordia es generosa, porque Él no escatima, porque su Amor es Eterno (y eterna es su Misericordia). ¡Ojo, miremos lo que dice la Carta, que nos purifiquemos de odios y rencores! Para poder presentar nuestros ruegos y súplicas y alzar las manos hacia nuestro Dueño. Los intercesores válidos son los que tienen sus “manos puras”.


El Salmo nos muestra y nos refrenda cómo es Nuestro Señor, Él nos sacará de nuestras vejaciones, nos ha rescatado pagando el precio de la Sangre de su Propio Hijo; y –pese a nuestra indigencia- nos lleva a sentar en el estrado de los Verdaderos Gobernantes, de los Pastores que han administrado con rectitud, la Corte Celestial de los Justos.



[1] El 1º de septiembre de este año, el Romano-Argentino Pontífice nos ha propuesto añadir una nueva obra de Misericordia: “… la misma vida humana en su totalidad incluye el cuidado de la casa común…me permito proponer un complemento a las dos listas tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada una el cuidado de la casa común. Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa común precisa de la contemplación agradecida del mundo… como obra de misericordia corporal, el cuidado de la casa común, necesita simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor”


sábado, 10 de septiembre de 2016

POSIBILIDAD DE PERDERNOS, VOLUNTAD DE SALVARNOS


Éx 32, 7-11. 13-14; Sal 50, 3-4. 12-13. 17. 19; Tim 1, 12-17; Lc 15, 1-32

Los fariseos pretendían encerrar al hombre y su vida en la ley. El fariseo hoy no resiste la tentación de manipular la vida con todos los cálculos de previsión pero esto ya no es vida humana,…
Arturo Paoli

Nos encontramos ante estas maravillosas páginas bíblicas. En ellas podemos contemplar la Revelación del Rostro Misericordioso del Padre. Refiriéndose a la parábola –que conocemos tradicionalmente como “parábola del Hijo Prodigo”- dice Dom Helder Câmara: «Esta es una historia inmortal. Una historia intemporal, válida para siempre. Una historia que habla de la comprensión del Señor para con la debilidad humana.»[1]

En la Primera Lectura –una página tomada del Éxodo- nos hallamos frente a un Padre que, decepcionado de sus hijos, reniega de ellos… Pero, allí está su amigo humano, que –como si fuera la otra mitad de su corazón- le exige fidelidad con su criatura, (criatura con quien contrajo un compromiso de responsabilidad, al liberarlo de su esclavitud en Egipto). Esa es como la contracara de la paternidad, cuando damos vida, ¡nada para ahí!, esa vida nos exige, nos reclama, nos compromete a asumirla.

Moisés hace ese reclamo al Señor, le requiere la Alianza sustentada en la Promesa de Dios para con Abrahán, Isaac y Jacob. ¡Reflexionemos aun otro poco! Esta historia está contada para nosotros, forma parte de las enseñanzas de Dios para su Pueblo; lo que Dios quiere mostrarnos es la fidelidad de su Corazón, que Él siempre desistirá de castigarnos. Entonces, ¿es mentira que Moisés haya intercedido? ¡Sí, él le pidió! Lo que creemos es que Dios siempre “creará” un Intercesor, siempre tendrá reservadas entre sus criaturas unas criaturas-fieles cuyo sentido de vida será la fidelidad de abogar por los “pervertidos” para que tengan oportunidades de re-versión.


La perfección de la Creación radica en que siempre tendrá quienes soliciten y den motivo para sostener la fidelidad, porque siempre hallará, al menos una decena, que justificará que la “ciudad” no sea destruida. Estará Noé, o, recientemente está Jesús -el Intercesor por antonomasia-, y está Santa María, que dice: “No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo?… ”.

Los Santos, de todos los tiempos, personifican ese “medio corazón de Dios” que clama por nosotros los caídos. Ellos son las criaturas que Dios se ha formado para “no olvidar jamás” que Él nos sacó de las tinieblas “con gran poder y vigorosa mano”.

También San Pablo, a su manera, es un “hijo pródigo”, y entra en esta pléyade de los Intercesores que el Antiguo Testamento llama “justos”. Él nos relata en la perícopa de la Carta a Timoteo –Segunda Lectura de este Domingo XXIV Ordinario(C)- cómo lo rescató Jesús de la ignorancia, y por pura gratuidad lo llenó de fe y amor. San Pablo reconoce su condición de pecador pero, a la vez, nos descubre el perdón de Jesús que lo convirtió, para hacer de él un “ejemplo”. Es doblemente ejemplar porque a) anuncia y proclama el Nombre Salvífico de Jesús, y b) vive la coherencia de su fe y su amor. De tal manera queda incluido en la “Comunión de los Santos”, en la sucesión de los “Intercesores”, nuestros “abogados” en la causa celestial.

Vayamos sobre el Evangelio. Como la paternidad es una “relación” no está configurada de una vez por todas sino que es una entidad en crecimiento, en desarrollo. Este desarrollo es bilateral, crece de parte de Dios y crece de parte del hijo-humano. Se mueve desde la condición del hijo que se rebela hasta su “conversión. «…el concepto de conversión está bastante deformado en nuestra cultura cristiana. Conversión quiere decir cambiar de actitud, cambiar de punto de vista. Pero también es pasar de un yo que se siente “sucio, comprometido con el pecado, a un super-yo, es decir, pasar de un “yo  perdido” confundido en la realización de sí como proyecto, a un yo falso… su pseudoconversión consiste en despojarse del ropaje de lobo, para endosarse uno de cordero. Un ropaje de todos modos, algo que no es propio. La verdadera conversión es la que nos vuelve a la realidad, es el descubrir y el aceptar verdaderamente lo que somos, y por esto la conversión en el Evangelio es representada a menudo como un abrir los ojos, como un ver. Imprevistamente esta cosa pequeña, desordenada, incoherente, que es nuestra vida se siente penetrada por un grande y misterioso amor»[2].

Nos podemos preguntar ¿por qué el Padre aceptó partirle la herencia? ¿Por qué no lo detuvo? Quizás haya algún padre que hubiera resuelto la situación dándole a su hijo una soberana paliza, otro quizás lo habría “regalado para el cuartel”,… pero la mayoría habría dudado mucho antes de dejarlo partir, o –a lo sumo- lo habría mandado pelado, sin cinco centavos en el bolsillo, negándole lo que –mientras el Padre estuviera vivo, no tendría por qué reclamar.

Es –por decir lo menos- impactante descubrir que este Padre de la parábola acepta darle su parte y sin ofrecer resistencia, le permite marcharse. «La paternidad nueva, la relación nueva no es una decisión que toma el padre al regreso de una conferencia, es una decisión del hijo. Se debería hablar de una “filiación responsable”. A los padres se les puede hablar de una paternidad responsable, como aceptación de la pobreza del límite, de la ‘desaparición’. “Es necesario que Él crezca y que yo disminuya”… desde cierto ángulo, la paternidad es opresión porque mantiene a la persona en lo indefinido. … Le impide el despertar, el erguirse como persona, lo que sólo se puede dar como proyecto… Es necesario romper esta dependencia para descubrirse verdadero, en un mundo real. Para descubrir a Dios como otro distinto de sí y no una proyección de sí, no queda otro medio que descubrirse a sí mismo como “otro diferente de Dios”.»[3]


«¿Por qué se va de la casa? Es la afirmación del yo lanzado a desidentificarse del padre, a ser alguien, a conquistar su libertad independientemente del padre… El amor, de cualquier manera, exige la libertad absoluta, sin la cual no se puede dar. Si el hijo no hubiese ‘negado’ al padre, y si el padre no hubiese aceptado ser ‘negado’, ¿se habría dado esta libre opción en el amor?...  En el contexto del Evangelio, Dios no aparece como el padre que atranca la puerta para que los hijos no salgan de noche, sino como luz que alumbra, como brújula que orienta al hombre en sus opciones, que no lo abandona en el ejercicio riesgoso de la libertad, y que crea nuevas perspectivas de liberación, rehaciendo los epílogos que parecían desastrosos… La aventura del hijo pródigo termina bien no porque va del decaimiento moral a la dignidad recuperada, sino porque va de un ‘no-sentido’, a un ‘sentido’.»[4]

¿Cuál es ese no-sentido del que viene? De su alienación, vive narcotizado en la idolatría del poder, el valer y el tener. Esos son los basamentos estructurales sobre los que se ha erigido una cultura idolatra, cultura de un pueblo de cabeza dura (testadura), que se fabricó “un becerro de metal”. «El Evangelio habla de alguien que está muerto, perdido. No suavicemos estas palabras tan fuertes y verdaderas. Era necesario que el ‘poder’, el ‘valer’ y el ‘tener’, es decir, la personalidad, la historia del padre, se hicieran verdaderamente suyas, pasasen a sus manos y por esta crisis de destrucción y de muerte, para que él, el hijo, pudiese hacerse ‘otro’. Se verifica el fin del haber porque dilapida toda su riqueza, del valer porque de hijo rico pasa a ser porquerizo, del poder porque nadie lo recibe y se descubre en una soledad terrible… Podemos vivir toda la vida alienados en el poder, en el valer, en el tener del padre, en una especie de estuche cómodo en el que hemos nacido.»[5].

No perdamos de vista el contexto de estas parábolas que Dios nos da, para este Domingo: recordemos que Jesús empezó a predicar todo esto a raíz de las murmuraciones de los fariseos y los escribas. Digamos que son enseñanzas ‘anti farisaicas’. «El antifariseísmo, como oposición a un “derecho adquirido” a una herencia carnal. La simpatía hacia quienes son capaces de cambio, hacia quienes “abren un agujero en el techo”, “tironean el borde del manto”, “trepan al árbol”, en polémica con el orgullo estático de quienes no toman iniciativas porque se creen en su derecho.»[6]


«Me niego a considerar este episodio como la ‘parábola del perdón’: el libertino que hace cualquier cosa, y el padre que finalmente lo perdona. Para mí en su sentido global es la parábola del amor, de la relación. El hijo que ha salido de la casa no es un ‘perdonado’, es un ‘resucitado’. … La ‘salida del pecado’ para el cristiano, no es la certeza de ser lavado, blanqueado, es una resurrección en la que se debe hacer evidente un cambio radical en la línea del amor, de la relación; es recibir la capacidad del otro… … Este es el eterno problema: cada uno de nosotros está dispuesto a dejarse quemar vivo, pero ninguno de nosotros está dispuesto a ‘recibir del otro’. Es el problema de la autoridad, de la ancianidad, del poder. Es el problema del mundo de los ‘publicanos’ y ‘fariseos’, es decir , el de los ‘ricos’ en el valer, en el poder, en el tener, contra el cual se enfrenta enérgicamente Cristo. El hombre nuevo no es el viejo remendado, el viejo después de un tratamiento hormonal: es el muerto que ha resucitado, el que se había perdido y se ha reencontrado.»[7]






[1] Câmara, Dom Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae Santander España 1985. p. 137
[2] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS. Ed Siglo XXI Editores Bs. As. Argentina 1973. p. 106
[3] Ibid p. 105. 104.

[4]  Ibid p. 97. 101-103
[5] Ibid. p.107. 109
[6] Ibid p. 97
[7] Ibid pp. 113. 110. 112.

sábado, 3 de septiembre de 2016

SENSATEZ


Sab 9, 13-18; Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17; Fil 9b-10. 12-17; Lc 14, 25-33

Enséñanos lo que valen nuestros días,
para que adquiramos un corazón sensato.
Sal 89, 12

¡Camina en Cristo y canta con alegría!...,
pues el que te mandó que le siguieses...,
 va delante de ti... El resucitó primero...,
para que tuviésemos un motivo para esperar...
San Agustín de Hipona




Aquí donde dice “corazón sensato” encontramos la expresión לְבַ֣ב חָכְמָֽה algo así como “dispuesto para Ti, un corazón sabio”, la expresión “sensato”, tal vez quedaría mejor traducida por “sabio”. También se podría traducir por “juicioso” o por “maduro”. En fin, estamos rondando en torno a la sabiduría que conduce hacia Dios.

La fragilidad humana, de la que renegamos con frecuencia, es un referente de nuestro ser y de nuestra realidad. Nos permite justipreciar lo que somos, nuestras limitaciones, la inestabilidad de nuestro estado, y –en consecuencia- aquilatar el valor del tiempo y de la vida; nos permite ponernos frente a Dios, nuestro Señor, y saber en qué nivel estamos. Es tal el valor de nuestra debilidad que ella nos conduce por caminos de sabiduría. ¡No la desdeñemos!

Pero esa sabiduría sería de dar risa si no la aplicamos en la elección de nuestras metas, en las decisiones que hacemos, en los compromisos que contraemos. Conocer nuestra condición nos da la posibilidad de medir –como dice Jesús en su enseñanza- si voy a “construir una torre”, primero calcularé su costo. Así, cualquier empresa que vayamos a acometer deberá tomar como referente las flaquezas que nos pueden detener.


Tal vez hay quienes –en aras de mantener la pintura de fondo totalmente rosa- opinen que el gozo será mayor si vivo de espaldas a mi realidad. Pero entonces perderemos la perspectiva. Muy cierto es que pesa sobre nosotros un deber de “optimismo”, que no podemos desde el día de nuestro nacimiento vivir contando con nuestra muerte para el día siguiente, que nuestro enfoque no puede ser el desespero de la sinrazón en la que muchos han caído y caen (pretendidos filósofos que se tumban pesadamente sobre su muy oscura melancolía, pensando que, si hemos de morir nada vale la pena. Frente a ese nihilismo trágico la mirada cristina –dicha en palabras de José Luis Martín Descalzo: “Cristo jamás vio a la humanidad como una suma de mal irremediable, tuvo siempre la total seguridad de que valía la pena luchar por el hombre y morir por él”). Otra panorámica –esa es la mirada sabia- reconoce el Don maravilloso de la vida y ¡la disfruta mientras dura!

¿Cómo –preguntan los pesimistas redomados- se puede disfrutar de la vida si ella está tachonada de dolores, enfermedades, separaciones, tristezas y otro sin fin de pesares? Y la respuesta es casi obvia, mirando la otra mitad del vaso (la mitad que está llena), y no ahogándose en el medio vaso que está vacío.



Jesús llena el vaso proponiendo una finalidad y un sentido para la existencia: ¡Seguirlo! Y, aquí cabe con la mayor propiedad recordar que Jesús, que se hizo hombre ¡es Dios!

Por eso hay que seguirlo. Ese “discipulado” también requiere un cálculo de costos, amerita un “presupuesto” seriamente planeado, no porque la obra acometida no valga la pena, no porque el seguimiento pueda estar equivocado, ¿cómo podría ser vano ir tras lo Trascendente? No hay posibilidad de equivocarse si se sigue a Dios; el riesgo está de la parte del discípulo: ¿Podrá el discípulo desatarse de los “apegos” mundanos para vivir su ser en plenitud de Eternidad? ¿Somos capaces de desligarnos de las ataduras que -dicho sea de paso- nos hemos anudado nosotros mismos?

Si comparáramos la vida con un tour, más o menos la metáfora nos llevaría a preguntarnos si ¿nuestra fe es la suficiente para alcanzar a comprar todos los tiquetes de los trenes que tendremos que trasbordar, para ir de ciudad en ciudad hasta alcanzar el feliz término? El fondo del que se dispone para comprar “pasajes”, el peculio que financia nuestra travesía no es oro, ni es plata; ese fondo es la fe.

No vamos a ocultar que la fe tiene un componente de solidez que –para efectos de este análisis vamos a denominar- madurez de la fe. Quizás con un pensamiento pueril nuestro “presupuesto” calcule que bastan dos moneditas para pagar todos los tiquetes que mi travesía requerirá y ¡nos engañamos si pensamos así! Jesús al enseñarnos no vacila en colocar un precio estimado para que podamos intuir lo que podría llegar a costar este viaje “al rededor del mundo”, y pone en el “cartel” este estimativo: Él pone allí la palabra CRUZ.

Puesto los ojos en la CRUZ, (mirando al que Traspasaron) alcanzo a ver –sin engañarme- que la CRUZ es el Trono de su Grandeza. No que la CRUZ sea un mueble acolchado de muelle espuma forrada en terciopelo. ¡Para nada! No queremos envolver la CRUZ en un baño de almíbar; sino mantener la claridad y sopesar la realidad de la CRUZ. La cruz no es muerte y sólo muerte, la CRUZ siempre es muerte y Resurrección. ¡La cruz es esa fantástica dialéctica de la Vida Eterna! Y -por lo mismo- para asumirla y poderla vivir requiere la madurez de la fe.

¡Sí!, atrevámonos a decirlo con todas las letras: sí tu fe ha de quebrarse ante los tropiezos y dificultades, entonces –¡óigase bien! es mejor que no acometas la construcción de la torre. Sigue muelle y holgazanamente apoltronado en “tus bienes” temporales porque no te alcanza tu “tesoro” para darle “la vuelta al mundo”; es cierto, sólo te alcanza para “entretenerte”, quizá para un algodón de azúcar aquí y un merengue allá. Pero –tampoco se puede soslayar y mal haríamos en ocultártelo -habrá cuartos de hora de sinsabor y cuartos de hora de amargura- aun cuando no inicies la travesía y optes por quedarte engolosinado en la “estación”, (porque hay quienes se empecinan en quedarse en el puerto sin jamás zarpar). De todas maneras, el Don de la vida terrena es provisorio y tendrá su término.

Pero el “seguimiento” discipular (que no es exclusividad de quienes han optado por la “vida consagrada”) es garantía de Trascendencia, esa sí que es ¡Vida Eterna! Repitámoslo a riesgo de sonar machacones, requiere de una fe madura. Madurez en este caso quiere decir una fe acrisolada, sometida al temple de los “tragos amargos”. Ante ellos Dios nos responde siempre: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”

Permítannos, contar aquí la historia de “la tacita”, para tratar de mejor explicar en qué consiste la fe madura:

«Se cuenta que alguna vez, en Inglaterra, existía una pareja que gustaba de visitar las pequeñas tiendas del centro de Londres. Una de sus favoritas era donde vendían antigüedades; en una de sus visitas encontró una hermosa tacita. ¿Me permite ver esa taza?, pregunto la Señora, ¡nunca he visto nada tan fino!

En cuanto tuvo en sus manos la taza, esta empezó a hablar:

– “¡Usted no entiende!, yo no siempre he sido esta taza que usted está sosteniendo. Hace mucho tiempo yo era solo un montón de barro sin forma. Mi Creador me tomo entre sus manos y me golpeo y me amoldo cariñosamente. Llegó un momento en que me desespere y le grite: Por favor, ya déjame en paz. Pero solo me sonrió y me dijo: Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.

Después me puso en un horno. Yo nunca había sentido tanto calor. Me pregunté por qué mi Creador querría quemarme, así que toque la puerta del horno; a través de la ventana del horno pude leer los labios de mi creador que me decía: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

Finalmente mi Creador me tomo y me puso en una repisa para que me enfriara. Así está mucho mejor, me dije a mi misma; pero apenas y me había refrescado cuando ya me estaba cepillando y pintándome. El olor de la pintura era horrible. Sentía que me ahogaba. Por favor detente gritaba yo, pero mi Creador solo movía la cabeza haciendo un gesto negativo y decía: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

Al fin dejo de pintarme, pero esta vez me tomó y me metió nuevamente a otro horno. No era un horno como el primero, sino que era mucho más caliente. Ahora si estaba segura que me sofocaría, le rogué y le implore que me sacara, grite, llore, pero mi Creador solo me miraba diciendo: aguanta un poco más, todavía no es tiempo.

Después de una hora de haber salido del segundo horno, me dio un espejo y me dijo: Mírate, esta eres tú. Yo no podía creerlo, esa no podía ser yo, lo que veía era realmente hermoso. Mi Creador nuevamente me dijo: Yo sé que te dolió haber sido golpeada y amoldada por mis manos, pero si te hubiera dejado como estabas, te hubieras secado.

Sé que te causo mucho calor y dolor, se también que los gases de la pintura te causaron mucha molestia, pero de no haberte pintado tu vida no tendría color. Y si yo no te hubiera puesto en el segundo horno, no hubieras sobrevivido mucho tiempo, porque tu dureza no habría sido lo suficiente para que subsistieras.

Ahora eres un producto terminado, eres lo que tenía en mente cuando te comencé a formar!”.

Igual pasa con Dios, Él sabe lo que está haciendo en cada uno de nosotros y no nos va a tentar ni a obligar a que vivamos algo que no podemos soportar. Él es el artesano y nosotros somos el barro con el cual Él trabaja. Él nos amolda y nos da forma para que lleguemos a ser una pieza perfecta y podamos cumplir con su voluntad.»

Para sobrellevar la Cruz podemos –pero con fe madura- orar como en Proverbios 30, 7-9:
Dios mío,/antes de mi muerte/concédeme sólo dos cosas;/¡no me las niegues!/Mantenme alejado de la mentira,/y no me hagas pobre ni rico;/ ¡aléjame de toda falsedad/y dame sólo el pan de cada día!/Porque si llego a ser rico/tal vez me olvide de Ti/y hasta me atreva a decir/que no te conozco./Y si vivo en la pobreza,/puedo llegar a robar/y así ponerte en vergüenza//.



Ya para concluir queremos subrayar que no son cuatro Evangelios, no hay sino Un Evangelio. Evangelio significa Buena Noticia y la Única Buena Noticia para alcanzar la Vida Eterna es Jesucristo. ¡A Él vale seguirlo!