sábado, 26 de septiembre de 2015

DISCERNIMIENTO: SABER ELEGIR ENTRE VIDA Y MUERTE


Núm 11, 25-29 / Sal 19(18), (8-14) / Sgt 5, 1-6 / Mc 9, 38-43,45,47-48

El sol se volverá oscuridad,
y la luna como sangre,
antes que llegue el Día del Señor,
Día Grande y Glorioso.

Pero todos los que invoquen el Nombre del Señor,
Alcanzarán la salvación.
Hch. 2, 20-21

Por eso Dios le dio el más alto Honor
y el más excelente de todos los Nombres,
para que ante ese Nombre concedido a Jesús,
doblen todos las rodillas
en el cielo, en la tierra,
y todos reconozcan que Jesucristo es Señor,
para Gloria de Dios Padre.

Fil 2,9-11


Cuando hablamos de escándalo lo hacemos frecuentemente para referirnos a una gran algarabía, a un griterío, a un bullicio insoportable. Decimos escándalo cuando nos referimos a las situaciones donde caben las interjecciones ¡Uy! ¡Ay! Porque se salen de la moral, conductas oprobiosas que constituyen comportamientos repelentes, que rompen con las convenciones sociales, por eso, no sólo nos asombran sino que además nos indignan. De esta manera se pierde el sentido bíblico de la expresión y se limita seriamente la comprensión del mensaje. Recordemos que la palabra procede del latín scandălum, que, a su vez, procede del griego σκάνδαλον. Los indoeuropeos compusieron con -skand y el sufijo -alo el vocablo skandalo, que significaba ‘obstáculo’, ‘dificultad’, que llegó al griego como skandalon (‘obstáculo’), con el sentido de ‘trampa para hacer caer a alguien’. Ah, entonces nos estamos refiriendo a lo que puede dañar a otro, a un prójimo, que se pueda ver afectado por el “mal ejemplo”. Escándalo sería, pues, aquello que induce a que nuestros semejantes caigan en “pecado”.


Lo mismo pasa con el tema del nombre que para nosotros es simplemente una manera de distinguir a alguien de otro y, al usarlo, de llamarle la atención para iniciar un diálogo, para que se sepa aludido. Pero, la cultura semita tiene otra percepción bien diversa de lo que es el “nombre”. En nuestra sociedad sobrevive un leve rastro de esa manera de ver el nombre, cuando nos referimos al significado del nombre: Así decimos que Elisa significa “la ayuda de Dios”, así como Jorge significa “agricultor”. Los nombres en la Biblia tienen una importancia definitiva. De esta manera, Abraham significa “Padre de una multitud”, Isaac “el hijo de la alegría”, Esaú “peludo”, Jacob “suplantador” y David significa “querido”. Observemos como el significado del nombre resulta ser una biografía condensada de estos personajes, sus vidas enteras  están definidas por el significado de sus “nombres”. A lo que queremos llegar es a la conclusión que desde esta perspectiva, el nombre equivale a la persona íntegra y da dirección y sentido a toda su existencia. El Nombre sobre todo nombre significa “Salvación” y ¡es Dios quien salva!

Cuando el pueblo Judío experimentó el inmenso Amor de Dios, pensó –porque así pensamos los seres humanos- que “ser amado” era ser “el pueblo escogido”, y de ahí a pensar que era “el pueblo superior” y que Dios era su exclusividad no hay sino un paso milimétrico. Esa idea, subproducto de esta lógica, los llevo a pensar así: “pueblo amado por Dios” = “pueblo escogido” = “pueblo dueño de Dios”. Este XXVI Domingo nos muestra otra panorámica, desde el ángulo visual de Dios, Él no puede ser acaparado, no le pertenece a nadie, es para todos, nadie se puede arrogar su exclusividad.

Nosotros sus seguidores, lo que hacemos es vivir “en el Santo Nombre del Señor”. El discipulado, es decir, el seguimiento de Jesús requiere que corrijamos muchos desenfoques que son frecuentes cuando lo que buscamos no es la Persona de Jesús sino algún vago espejismo, alguna ideología; cuando al que estamos buscando es al portador de alguna muelle “alienación” que tranquilice nuestra conciencia y nos conforme, subsumiendo a Jesús entre los espectros y las momias. También es frecuente encontrar muchos que se dicen “seguidores de Jesús” porque lo llevan como flamante prendedor en la solapa para lucirlo y descrestar con Él; arrogantes y altaneros se convierten en “intocables” porque son los “escogidos de Dios”, sus “fieles creyentes”. En otras, no raras veces, hemos encontrado a esos “discípulos” que imponen sus tiranías y sus caprichos, blandiendo el nombre del Redentor como garrote que avala su despotismo. Seguro por eso ha afirmado Adriana Méndez Peñate que “Jesús le ha preguntado a los discípulos sobre quién es Él, llega a la conclusión de que ni el pueblo, ni los poderosos, ni sus mismos discípulos han entendido la clase de reino que Él viene a ofrecerles”.


En estos días, durante los recientes Domingos, descubrimos a Jesús concentrado en la tarea de instruirnos, se está dirigiendo a sus discípulos que urgentemente necesitamos ser corregidos, requerimos con gran premura que el Señor, nuestro Maestro, nos auxilie para entender qué clase de reino es el que nos propone Jesús y que el servicio-amoroso es la clave y el mapa de su reino. En esa misma tónica están las enseñanzas de este Domingo:

a)    Todos los que sintonizan con el Plan Salvífico pueden obrar y expulsar a los demonios en “su Nombre”, obrar prodigios y ayudar a salvar. Nada, ni nadie ha consignado a Dios en su propia cuenta bancaria o en su talonario de comprobante de depósitos.
b)    Hay otras maneras de ejercer el discipulado y es apoyando la “difusión” del Santo Nombre, o sea la difusión de sus enseñanzas, y es socorriendo a los predicadores, profetas y maestros que ayudan a extender su conocimiento, aun cuando ese apoyo sea simplemente “un vaso de agua” Dios no pasará por alto que ese vaso de agua fue dado pensando en ayudar a llevar la bondad salvadora de Dios allí donde se le desconoce o, donde el olvido, el descuido a la distracción ha tratado de borrarlo.
c)    Por eso hemos de evitar a toda consta ser difusores de lo contrario, ayudando a promover el mal ejemplo, proponiendo vías contrarias a las que ha propuesto el Salvador, porque “el que conmigo no recoge, desparrama” (Lc 11, 23; Mt 12, 30). Antes que llegar a ser un contra-servidor es preferible morir con una piedra de molino atada al cuello.
d)    La mano que se apodera, coge y arrebata, así como los pies que nos pueden llevar por los malos caminos y el ojo codicioso que ve, desea e intoxica el corazón deben “domarse” para podernos sustraer a su control. El discípulo no se deja esclavizar de sus propias manos, pies y ojos cuando ellos van rumbo al precipicio de su perdición. El verdadero discípulo recorre las vías del Señor para mostrar a todos que esa es la vía que conduce a su Reinado.
e)    Esa mano codiciosa, esos ojos avaros que quieren quedarse con el “salario” que en justicia corresponde a los trabajadores fraguan la perdición y la condena del fuego que consumirá sus carnes como las consumiría el fuego. Dios no castiga porque Él es Infinitamente Misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; son nuestros pies los que nos llevan por las sendas indeseables a la Voluntad de Dios. (Ver Segunda Lectura de este Domingo).


El anti-discípulo recibe en vez de premio, su castigo de perdición, ir al fuego que tortura y que hace rechinar los dientes por toda la eternidad. Podemos ser sal y luz del mundo o ser la piedra de escándalo que hace tropezar a un hermano y lo lleve a mal vivir y recorrer las rutas que significan “muerte eterna”.

viernes, 18 de septiembre de 2015

SINCERA APOROFILIA


Sab 2,12,17-20; Sal 53, (3-8); Stg 3, 16-4:3; Mc 9:30-37

No quieras ser como aquella veleta dorada del gran edificio por mucho que brille y por alta que esté, no importa para la solidez de la obra.
-Ojalá seas como un viejo sillar oculto en los cimientos, bajo tierra, donde nadie te vea: por ti no se derrumbará la casa.
San Josemaría Escrivá

«De hecho, en esta sección central del Evangelio de Marcos (tomamos la perícopa que se lee hoy) Jesús predice tres veces su pasión, pero ve que sus discípulos están ciegos a ese anuncio: después de la primera predicción Pedro le reprende (Mc 8, 32); después de la segunda (Mc 9, 34), los discípulos discuten sobre quien será el mayor;…»[1] Se toca el tema de la fragilidad de los discípulos quienes andan tras las mayordomías, los discípulos están presos de las “malas pasiones” de las que nos hablará Santiago en la Segunda Lectura de este Domingo. Si Jesús es el Mesías, esto se entendía como ‘Rey–y–General’ de Israel (este es el contenido -desde aquel contexto- de la palabra mesías. O sea que, según lo que ellos entendían, Jesús iba a instaurar un reinado, ¿Quiénes serían los dignatarios de este reinado? Pues si ellos eran los que andaban con Él y lo apoyaban, se podía esperar que nombraría de entre ellos sus burócratas principales, ellos –según su entender- estaban señalados, mejor dicho, predestinados a ser la corte real, habían dejado su oficio de pescadores para recibir cargos reales, para “sentarse a la derecha” lo que pedirán después del tercer anuncio.


Jesús, iba por otro lado desde la confesión de Pedro, quiere concentrarse en la educación, capacitación, formación de sus discípulos, ya no tanto ocuparse de la gente en amplio, sino dedicarse más a sus discípulos porque ellos están “llamados” a ser los continuadores de la tarea del “anuncio”(Mc 9, 30-31a). Jesús anuncia su pasión por segunda vez (Mc 9, 31b-32) pero, como un mecanismo de negación, ellos “se hacen los de las gafas”, Marcos lo presenta como un “no entender”, a la vez que un “tener miedo”, lo cierto es que evaden el tema, se dedican a otra cosa, se ponen a discutir otro asunto. Mientras Jesús les reinterpreta la clase de mesianismo que Él va a practicar, el tipo de “trono” en el que se piensa sentar que está lejos de ser un cómodo sillón, en cambio, será una incómoda cruz, y procura hacerles ver por qué medios alcanzará la “realeza”; ellos, por su parte, siguen en el tema del reparto de cargos y la distribución de importancias.

La propuesta que les hacía Jesús, que es la misma que nos está haciendo hoy a todos nosotros, es despertar y darnos cuenta que el ansia de poder nos aleja de un discipulado fiel. En cambio, se nos propone –como un Mandamiento- pero no en términos de mandato sino en un lenguaje propositivo, óigase bien: Εἴ τις θέλει “el que quiera”. Esa es la oferta de Jesús, Él no procura encadenarte a su propuesta, sino que lo oferta a nuestra decisión: “Si alguno quiere ser” (Mc 9, 35b) se está refiriendo a la disponibilidad, a la apertura de voluntad. Es aquí donde se nos hace ese llamado al servicio y Jesús nos aclara que el verdadero discipulado, la gran importancia de la persona se alcanza descentrándose del propio interés para concentrarse en el “otro”, en el prójimo, ἔσται πάντων ἔσχατος καὶ πάντων διάκονος en aquel que puede esperar algo de nosotros, nuestro “servicio”, no porque nosotros tengamos que darle ese algo, sino porque se lo damos por gratuidad, porque somos capaces de ver en él a un hermano, otro hijo de Dios como nosotros, necesitado y vulnerable como todos los hijos de Dios. Resumiendo, la propuesta es romper el cascarón del egoísmo y entregarnos al servicio.


Se inserta en este lugar, de la manera más natural, la opción preferencial por los más débiles, por los más necesitados. Jesús escoge al ‘más débil, desprotegido y necesitado’ en aquella sociedad judía, de aquel tiempo. Escoge como prototipo de Mesías al discriminado por excelencia, que nada tenía y que ni siquiera era considerado persona en esa sociedad y esa cultura. Con gesto de Infinita Ternura, lo abraza y teje una transitividad niño-Jesús-DiosPadre: Un niño es como Él mismo, lo representa a Él; pero no para ahí, va más lejos, el niño representa al Propio Padre Celestial. Si acogemos al indefenso, al débil, al necesitado, al Anawin, estamos acogiendo al mismísimo Dios.

Adela Cortina propone el término “aporofobia” para designar nuestro repudio y persecución a los pobres; recogiendo el término podríamos extrapolar buscando su simétrico y definir el discipulado de Jesús, el verdadero cristianismo, como la aporofilia por excelencia; como una vocación de servicio que privilegia el cuidado y la atención principalmente de los más pobres. ¿Qué es lo contrario de la aporofobia? ¡La aporofilia!

En cambio, el discípulo del Malo puede regurgitar un pretexto para lastimar y matar al “justo”. Su dermis exuda aporofobia, su secreción más visceral tiene asco de toda sencillez, de cualquier pobreza, nada hay para él más detestable y repudiable que la condición del pobre, si un sus manos está, mejor matarlo.


Todo malvado piensa, además, que el testimonio de alguien que obra rectamente para lo único que sirve es para delatar la maldad de sus propias acciones. Nada hay tan fastidioso para el pecador como el “justo”. El “justo”, de alguna manera, se convierte en un “dedo acusador” que lo señala, aunque el “justo” no haga nada, y ni siquiera se dé cuenta; este fenómeno es automático! Si, automático, porque la conducta de un “justo” es como una especie de reflector que lo pone en evidencia, que hace notoria la falta, la ofensa al Señor. “…nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados…” (Sab 2, 12c-d). Por eso el “justo”, en toda la historia, incomoda, estorba, es perseguido a sangre y fuego.

Y sin embargo, el “justo” es la semilla del Reino, algo así como el Reino en estado embrionario. Matar al “justo” es una especie de “aborto del Reino”, se trata de impedir que salga de su estado embrionario. Se trata de ahogar la semilla del Reino porque sería el ocaso del dominio del Malo, el final de su cuarto de hora. Por eso el Bien siempre será perseguido. Fácilmente podemos reconocer los rasgos del “justo”, de quien Santiago en la perícopa de hoy de la Segunda Lectura enumera las señas y a quien llama “poseedor de la sabiduría”:

a) Son puros
b) Son amantes de la paz
c) Son comprensivos
d) Son dóciles
e) Están llenos de Misericordia
f) También están llenos de buenos frutos (recordemos que por sus frutos los reconoceréis (Mt 7, 16.20)
g) Son imparciales
h) Son sinceros
i) Pacíficos, por tanto, siembran la paz y recogen frutos de justicia.

O sea que “el justo” es un constructor de paz, porque todos sus rasgos lo caracterizan como tal. Repasemos la lista y veremos patente y tangible la descripción del que ama la paz y se deja conducir “como un manso cordero llevado al matadero” (Jer 11, 19b). Pero su muerte es sólo provisional, ahora lo sabemos, porque el Padre Celestial le hará Justicia, y lo resucitará el “Tercer Día”.

Además Santiago nos señala como ejerce el Malo su despotismo en nuestro corazón, cómo logra el Malo aferrar su zarpa en nosotros? Nos enseña que lo hace por medio de las “malas pasiones”. Y, ¿Cuáles son esas “malas pasiones”? La codicia, la ambición y el derroche en placeres que son, y no por coincidencia, la cédula de ciudadanía del aporofóbico. “Donde hay envidias y rivalidades, ahí hay desorden” (Stg 3,  16)


¿Ansiamos primacías en el Reino de Dios? He aquí la vocación: Hagámonos los últimos entre todos y los servidores de todos, ese es el verdadero discipulado. Aprendamos y practiquemos la aporofilia, pero viendo en cada anawin el rostro de Jesús. ¡Ea pues, vayamos por el aprendizaje de la abnegación. «Recordad que es Cristo quien obra a través de nosotros, nosotros somos meros instrumentos para el servicio. No se trata de cuánto hacemos, sino de cuánto amor ponemos en lo que hacemos.»[2]








[1] Barry, William A. sj. ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO? Ed. Sal Terrae Santander- España. 1996 p. 92
[2] Madre Teresa de Calcuta. CAMINO DE SENCILLEZ. Ed. Planeta Barcelona-España 1998. p. 145

sábado, 12 de septiembre de 2015

NUESTRO ÉXODO PARA APRENDER QUIEN ES ÉL



Is 50, 5-9a; Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9; Stg 2, 14-18; Mc 8, 27-35

San Pedro refleja con su respuesta una comprensión de su Maestro que le permite aproximarse a Él en la dimensión de reconocimiento que condiciona la relación interpersonal; pero, el ser humano es de tal riqueza que reúsa ser captado en trazos definitorios. Mucho había entendido al reconocer en Él más que un profeta: Σὺ εἶ ὁ Χριστός. “Tú eres el Ungido”. Era un paso gigantesco identificar en Jesús al Χριστός “Ungido”, o sea al descendiente del Rey, o sea al Rey mismo puesto que esa unigenitura de Jesús le da la calidad de Dios. Realmente Pedro avanzaba con paso arrollador en cuanto a lo tocante a “entender” Quien es Jesús. Pese a lo cual no lograba escapar a un esquema limitante. Ungido-Rey significaba poder político, entre Ungido y Rey-Poderoso hay una continuidad humanamente lógica. ¿Cómo podía aceptar que el Rey lo fuera a través de bofetadas y escupitajos hasta ascender al trono de la humillación más alta, la muerte y muerte de cruz? ¿Cómo podría alguien imaginar las rutas que Dios escoge para su Plan de Salvación? Efectivamente, a Pedro le faltaba dar el salto del reinado humanamente concebido al reinado del Siervo-Sufriente. Esa imagen cabe sólo en la locamente enamorada mente de Dios; y Pedro como hombre que era, sólo podía pensar en categorías humanas.  

En la Primera Lectura «… aparece así el aspecto más impresionante del Siervo que ocupará amplio sitio en el poema: el Siervo de Dios sufre, es perseguido. Le golpean en la mejilla como a un idiota (Jb 16, 7-11; 30, 8; Pr 10, 13; 19, 29); a él, que es el sabio por excelencia por ser portavoz de la Palabra, le tratan como un bufón (1Co 1, 17-25); así serán tratados Miqueas, hijo de Yimlá (1R 22.24) y Jeremías. El desprecio se vuelve agresivo cuando progresa y se convierte en esputos, y en mesada de barba. Sin embargo, sale conscientemente al encuentro de estas consecuencias de su ministerio, seguro de la victoria (vv. 7-9; Rm 8,31ss) gracias a la cercanía de Dios (Sal 37, 33).»[1] “El  Señor  Yahvé me ha abierto los oídos y yo no me resistí ni me eché atrás. He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me tiraban la barba, y no oculté mi rostro ante las injurias y salivazos.


¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? «Como Pedro, podemos entregar nuestro trabajo y todas las cosas, pero reservarnos en nuestro fondo de egoísmo»[2] El verdadero discipulado entraña el compromiso con el Reinado de Dios. Algunos especialistas señalan que Jesús no nos pide semejante compromiso. ¡Qué clase de especialistas son! La frase no está consignada como tal,  pero con un mínimo de entendimiento del conjunto,  inmediatamente se percibe que el hilo entreverado en toda la Revelación es esta puesta en obra, pues la fe sin obras es inútil.

Tomaremos los versos de Jesús Burgaleta para decirlo:

Tú, Jesús, estás en mi torpe amor entregado a cuentagotas a mi hermano.
Tú eres el que me llama a estar junto al que sufre,
junto al que llora, junto al necesitado.
Tú eres el de la cárcel, que no visito,
Tú eres el que llama a mi puerta,
el que me pide el pan que no comparto.
Tú eres el que tiene hambre y sed de justicia por la que no lucho.
Tú eres el que va desnudo
porque le han quitado la ropa que yo me pongo…


«Es posible que en algunas épocas y lugares esta enseñanza se debilitara en la predicación ordinaria, o que los católicos en números significativos no fueran coherentes, o que haya sido presentada en forma “espiritualista”, sin llevar a las consecuencias sociales… Pero es innegable que la orientación más oficial del magisterio de la Iglesia fue siempre esa.»[3]

Regresemos a Isaías, y leamos un comentario que, sobre el Siervo Sufriente, hace Carlos Mesters: «Un rostro no es para ser descrito. No se podría! Es para ser descubierto, mirado y amado… Para nosotros hablar de Dios suele ser cosa abstracta y distante que tiene que ver muy poco con los problemas concretos de la vida del pueblo… Un rostro tiene muchos rasgos…destaco sobre todo cuatro: amor desinteresado, poder creador, presencia fiel y …el Dios del pueblo es un Dios santo: pide justicia, exige compromiso y envía a la misión… “Evangelizar” es anunciar los hechos donde la gente observa a Dios venciendo la opresión y liberando a su pueblo; se anuncia la victoria de Dios en hechos concretos que están sucediendo aquí y ahora (Is 52, 7-10; 62, 11-12; 40, 9-11).»[4]


Por mencionar una de las obras que nos compromete:

a) Anunciar que Dios está vivo, que no está muerto, ni dormido, ni distraído
b) Que Dios vence aquí y allá; que el Malo, por mucho que se haga propaganda, que adule sus obras malévolas, está siendo vencido por el Bien. Claro que muchos no lo ven, sólo ven hombres que parecen árboles. Nosotros tenemos que ser el segundo pase de la Mano Sanadora de Jesús.
c) Que no nos agote el pesimismo, que no nos cunda el desaliento, que no tiremos la toalla solo porque algunos “desanimadores” profesionales tratan de hacernos ver las cosas marrón oscuro, cuando la Claridad del Señor resplandece como Alborada anunciada.
d) Hagamos la tarea a conciencia: No busquemos a Dios venciendo con bayoneta calada y misiles. Busquemos a Dios floreciendo por doquiera en ternura inmortal y amor eterno.
«Los profetas son las torres de Dios; se dejan conducir por el Espíritu Santo y, por eso, son los primeros en captar los signos de los tiempos, las señales que Dios hace a los hombres para que puedan encontrarlo y seguirlo»[5]

Tenemos miles de obras por emprender, tenemos que permitirle a la fe que de sus pasitos, que aprenda a caminar, hasta que tenga paso firme, y luego… caminar, caminar y caminar. Correr, si se puede, mientras las piernas resistan, siempre adelante, siempre en pos de Jesús, y jamás desfallecer: ¡anunciar y denunciar!

Pedro pensaba como los hombres, nosotros hemos sido convidados a pensar como Dios. Pensar como Dios, dice Averardo Dini “es comprometerse a realizar su proyecto,/ es buscar ante todo su voluntad,/ es gastar la vida por amor,/ es aceptar subir al calvario,/. es escoger el último sitio en la mesa,…[6]

Arduo muy arduo dejar a Dios que sea Dios, Aceptar su kénosis. Mientras el ser humano debe procurar su elevación hacía las “alturas” divinas, Dios elije su “descenso”, inclusive hasta las profundidades del abismo para rescatarnos, para redimirnos; su permanente creación lo lleva a la coherencia de “hacerse uno de nosotros” hasta en los mínimos detalles. Dios se auto-referncia humano para crear al hombre de nuevo, para sacar del antiguo hombre el Hombre Nuevo, para darnos paradigma de hermandad, de amor, de entrega, de generosidad, de fidelidad.


Oremos con Monseñor Martini:

«Permanece en nosotros, Cristo Señor, por la fuerza de tu Espíritu, ora en nosotros, para que podamos comprender la plenitud de nuestra llamada, los peligros que nos amenazan, las acechanzas de Satanás sobre nosotros, sobre la Iglesia, sobre nuestro tiempo, y para que podamos tener la valentía de luchar hasta el fin y ganar la batalla de la fe, de la esperanza y de la caridad. Te lo pedimos, oh Padre, por medio de Cristo nuestro Señor. Amén»[7]


[1] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Santafé DE Bogotá – Colombia 1996 p. 123
[2] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá – Colombia 1999. p. 18
[3] Ibid. p. 46
[4] Mesters, Carlos O.C.D. LA MISIÓN DELPUEBLO QUE SUFRE LOS CÁNTICOS DEL SIERVO DE DIOS EN EL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS. Quito –Ecuador. 1993 pp. 58-67
[5] Estrada, Hugo. sdb.  PARA MÍ ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala, 1998 p. 169
[6] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN TOMO II – CICLO B. Ed. Comunicaciones Sin Fronteras Bogotá Colombia pp. 80

[7] Martini, Carlo María. Op. Cit. p. 14

sábado, 5 de septiembre de 2015

EFFATÁ , UNA PALABRA CREADORA


Is. 35, 4-7; Sal 145, 7. 8-9. 9bc-10; Stg. 2, 1-5; Mc 7, 31-37.

Cualquiera de nosotros podría decir ante este milagro del Señor: “¡Eso es imposible para mí! Yo no sé cómo hacer ese tipo de milagros… No sé cómo devolverle a una persona sorda su capacidad de oír, o a una persona muda su capacidad de hablar”.
Hermann Rodríguez. S.J.


Dios creó el mundo. Esta frase parece indicar la cesación de la creación. Se explicaría que después de haber dado origen a todo, el acto creador se habría interrumpido y “Dios habría descansado” por el resto de la eternidad. Nuestra comprensión de la historia apunta en otro sentido. Nos complace, como revelación teológica, decir que Dios no ha cesado de crear, que Dios crea siempre, que hoy por hoy sigue creando y que su creacionalidad no cesará jamás: “El Señor reina eternamente; tu Dios, Sión, de edad en edad”. Leemos hoy en el Salmo.


Dios creo al hombre y le infundió vida soplando en su nariz. Ahora, está creando al Hombre-Nuevo cuyo dechado (dictatum) es el propio Jesucristo. Con este Hombre-Nuevo se propone darse un pueblo que no lo decepcione, como su pueblo-escogido lo hizo. Él va salvando y va ungiendo los hombres de esta Nueva-Sociedad. El tema del Hombre-Nuevo no es un tema de físico, no es algún requisito de talla o color de piel; el requisito es tener entrañas misericordiosas, para lo cual no se puede tener un corazón de piedra. Lo que crea ahora es un corazón misericordioso a imagen y semejanza de su Propio Corazón.

El escenario para esta perícopa del Evangelio es tierra pagana, esto es diciente, abre el mensaje a todos los pueblos y supera el tradicional racismo de la fe, la limitación de un Dios-con-fronteras y en cambio, se nos presenta a Dios-hijo-de-hombre, para todos los hombres que se “abran” a Él. Nos hallamos frente a un “doble” milagro porque a este “hombre” lo aquejan dos males: no puede oír y no puede hablar, quizás se pueda decir y sea más exacto que no puede hablar porque no puede oír. Jesús no se dirige a él con palabras puesto que no puede oír, le habla con señas: La primera de ellas es llevarlo aparte, nosotros traducimos este gesto como un tierno “voy a hablar contigo, te estoy prestando atención a ti, a nadie más que a ti, en este momento lo importante es nuestro dialogo y necesito que me correspondas con tu atención”. Se comunica con Él por medio de un anti-espectacular pero infinitamente amoroso, lenguaje de señas

Jesús introduce sus dedos en los oídos del sordo-tartamudo. Son los dedos de Dios, los dedos que reparan, que sanan, que crean de nuevo los oídos del enfermo, ya no tienen ningún daño, ninguna imperfección, todos sus tejidos se re-ordenan. Son dedos que abren paso al sonido, a la palabra y a la Palabra. Son los dedos de Jesús que perforan tapones y rompen las “barreras” de incomunicación. Son los dedos que siguen creando porque Dios no detiene nunca su creacionalidad, porque Dios siempre está creando y no cesa de mejorar, de perfeccionar, de sanar. Dios está haciendo todos los días “avances” hacía el cumplimiento del dictatum en cada uno de nosotros y ese efecto se da en tanto, en cuanto nos abramos a su aceptación.


Si ya puede oír, ahora podrá hablar. Jesús da el segundo paso: toca su lengua con los dedos que tienen Su Saliva. Hay aquí un re-encuentro con la idea de lo que entra y lo que sale. Si salen cosas malas del cuerpo del hombre, provienen del corazón ¿si salen cosas buenas, cosas sanadoras, de dónde vienen? Jesús le da sanación con su saliva y esta sanación viene de su corazón, de su amor; no se la da por algún interés, ni siquiera la usa como auto-propaganda porque para eso lo llevó aparte, donde la sanación no fuera “show”; se la da desde su corazón, desde la fuente misma de su ser. Este gesto para muchos, y para nosotros también, era herméticamente indescifrable hasta ver la ternura con la que una madre atendía el raspón en la rodilla de su hijo: Esta medicina “corporal” (que puede estar en el tras-fondo inspirada en la idea de la saliva como desinfectante orgánico) es el bálsamo brotado de la glándula del amor, sana porque viene del corazón:  “… lo que sale de la boca, del corazón sale (Mt 15, 18)

Viene un tercer momento en la sanación, aquí está comprometido el aire, la respiración, la respiración de Dios, la misma que estuvo actuante en la creación del hombre, en Génesis 2, 7 Dios וַיִּפַּ֥ח “sopla” y “aviva” al hombre, (si, es posible que en el origen del signo esté el procedimiento de avivamiento del fuego soplando sobre él para atizarlo; tenemos que entender que el “relato” de la creación no es un manual de instrucciones del procedimiento necesario para que nosotros podemos “crear”, como un manual de brujería, sino una manera “plástica”, “literaria” de enseñarnos nuestro origen de “Manos” de Dios). Aquí también, en el Evangelio, está nuestro Re-Creador trabajando con apoyo del “aire”, así que Su ἐστέναξεν “suspiro” (quejido, mugido, sonido brotado de muy adentro) antecede al acto de  pronunciar la orden: ¡Abrete!

Sin duda, en esta palabra palpita el corazón de la perícopa, en ella se contiene el núcleo del mensaje: Necesitamos “abrirnos” y “ayudar a abrir”; se requiere una dinámica de apertura, apertura a la fe, apertura a Dios. Esta apertura es “acogida” del mensaje, “aceptación” de la “Noticia”. Apertura que es un abrir nuestro propio corazón para aceptar y re-conocer que Él, Jesús es nuestro Sanador, nuestro Salvador, nuestro Re-Creador. Hay que darle “asilo” en nuestro pecho a la Palabra de Dios para que Dios pueda plantar su “Tienda” en-medio-de-nosotros, lo que significa morar en nosotros, vivir en nuestro ser, inhabitar nuestras pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones. Cuando nosotros aceptemos hacernos su morada, Él podrá saturarnos y nosotros lo podremos trasparentar.

A eso tenemos que colaborar, eso nos compete como cristianos: el discipulado consiste en generar apertura y frente a esa responsabilidad hemos de actuar creativamente: la pregunta permanente que tenemos que hacernos es ¿cómo puedo lograr que la Palabra sea aceptada?, ¿qué puedo hacer para que el Mensaje no sea ave rauda sino pajarito que anide?, ¿cómo dar la “Buena Noticia” de manera que la gente que la recibe capte las resonancias que esa noticia tendrá en sus vidas?, ¿cómo potenciar nuestro estilo noticioso para que los destinatarios del noticiero entiendan que no es un Mensaje personalista, individualista sino un Hecho que nos atañe como a pueblo, como comunidad de Dios?



La perícopa concluye con dos alusiones vetero-testamentarias: la primera a Génesis, como mostrándonos que nos hallamos en presencia de un hecho creador de Dios, y así como Dios da visto-bueno a toda su obra diciendo que “todo lo había hecho bien”( cfr. Gn 1, 31a) también aquí, Marcos lo ratifica para que comprendamos con férrea certeza que Jesús es el Hijo de Dios, con poder creador. La segunda alusión es a la profecía de Isaías 35 5-6 para señalar que Jesús es cumplimiento de la promesa de que los ciegos verían y los sordos oirían como prueba de que “¡Aquí está su Dios para Salvarlos!” Is 35, 4 Tengamos presente que Jesús significa “Dios salva” y no menos presente, el compromiso que nos compete en tanto que discípulos.