sábado, 27 de junio de 2015

OASIS DE MISERICORDIA


Sab 15, 13-15; 2, 23-24; al 29, 2 y 4. 5-6. 11 y 12a y 13b; 2Cor 8,7-9; 13-15; Mc 5, 21-43

Hay una leyenda en que se cuenta que un hombre cayó en un pozo. Pasó Buda y le dijo: “Si hubieras cumplido lo que yo enseño, no te habría sucedido eso”. Pasó Confucio, y le dijo. “Cuando salgas, vente conmigo y te enseñaré a no caer más en el pozo”. Pasó Jesús, vio a aquel hombre desesperado, y bajó al pozo para ayudarlo a salir.

Hugo Estrada sbd.

Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres,  excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.
Papa Francisco
Misericordiae Vultus

La nota de mayor contraste está en la débil fe de los discípulos y la poderosísima de los dos personajes de la perícopa de San Marcos que nos ocupa en este Domingo XIII Ordinario (B): la fe de Jairo y la de la hemorroisa. La confianza de estos dos es para nosotros un verdadero paradigma a seguir o a alcanzar.

Pero ¡aún hay más! El Domingo anterior vimos que Jesús-el Hijo-de-Dios-viviente (aquí queremos poner “viviente” en negrillas), no sólo tiene autoridad sobre los elementos, no sólo nos regenera re-creándonos, sino que su poder domina la muerte y la somete, hoy oiremos al Señor mandar a la niña en arameo: Talita kum “Niña, a ti te digo, ¡levántate! A pesar de que ya estaba muerta como se nos informa en el versículo 35. Por consiguiente, para que sepamos que Jesús tiene autoridad sobre la vida y la muerte, la niña vuelve a la vida.

Detengámonos un momento en el corazón de Jairo. Seguramente cuando Jairo fue a buscar a Jesús ya llevaba el corazón oprimido por la angustia de ver a su hija gravemente afectada por la enfermedad; pero ahora, le anuncian que su hija ha muerto. ¿En qué consiste el amor de Dios? En la capacidad de sentir como propio el dolor del otro. «Jesús sentía compasión hacia los demás, porque sentía las penas en sí mismo. Conocía el desgarro de la separación, la muerte de un  ser querido, la pobreza, el peso de la vida… Y, al sentir esos dolores en sus entrañas, se acercaba y se identificaba con los que sufrían, Ya que él era “varón de dolores y sabedor de dolencias” (Is 53, 3)»[1] Así es Jesús, su corazón calca el dolor de Jairo y le duele como si se tratara de su propia hija. Lo que siente el corazón del hombre se reproduce y resuena en el Corazón de Dios. «… a Jesús en el Evangelio o se le encuentra sanando o dirigiéndose a algún enfermo… El P. Bernard Häring hace notar, alarmado, que este aspecto se ha descuidado mucho en nuestra teología y sobre todo en la proclamación del mensaje.»[2]


Jesús es un Dios que sale al encuentro. No nos cansamos de insistir que Él no está en su sede, ni en su palacio, ni en sus oficinas, ni en su sucursal, ni en sus dependencias Jesús es un Dios en éxodo, junto a su pueblo. El Domingo anterior, el Evangelio empezaba diciendo “Vamos a la otra orilla del lago”, es un programa de desacomodo permanente, además de un ponerse al alcance de la gente, ir a buscarlos, «No alejaba, no bloqueaba, no inhibía (Mt 9, 20ss). Daba confianza para acercarse en cualquier momento, hasta el punto que su actividad aparece más hecha de interrupciones y de imprevistos que de sus propios planes»[3] En el Evangelio de este Domingo, regresa, no fue al otro lado huyendo, escondiéndose o abandonando; ¡no!, fue, misionó estuvo donde los Gerasenos, y volvió para seguir misionando: “Cuando Jesús διαπεράσαντος regresó en la barca al otro lado del lago, ἦν παρὰ τὴν θάλασσαν se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente” (Mc 5, 21).

Como ama el padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.
Papa Francisco
Misericordiae Vultus

Y todo esto, ¿qué? ¿Una anécdota muy bonita, un cuentito sobre Jesús? O más bien, ¿una tarea? una misión?... Se trata de tender un puente actualizador, porque nuestra fe no es un ejercicio literario de narración de un pasado, sino la experiencia de Dios-con- nosotros y el testimonio de que Él-es-el-Dios-Viviente.

«Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. –Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado.

Y está como un Padre amoroso –a cada uno nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos-, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo… y perdonando.

Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! –Quizá aquel mismo día volvamos a caer de nuevo… -Y nuestro Padre, con fingida  dureza en la voz, la cara seria, nos reprende… a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portase bien!

Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de qué Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos.»[4]


Ese amor-Divino tampoco es algo abstracto, por el contrario, el amor de Dios, por Su Gracia, ha cobrado la mayor materialidad posible, la total concretización, se ha encarnado y se ha hecho hombre, pero también se transfiguró en unos, cientos, miles que lo representan, para que nosotros podamos ejercitarnos y vivir crísticamente: «Dios amó tanto al mundo que le dio a su propio hijo. Siendo rico se volvió pobre por amor a ti y a mí. Se entregó a sí mismo en forma completa y total. Pero eso no fue suficiente. Dios quería dar algo más… darnos la oportunidad de darle algo a Él. Y es así como se transfiguró en los hambrientos y en los desnudos para que pudiésemos ser generosos con Él a través de ellos»[5] Y entonces irrumpe la recomendación del papa Francisco «Para ser evangelizador de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo… Así redescubrimos que Él nos quiere tomar como su instrumento para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado. Nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia… deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo; codo a codo, con los demás… Jesús quiere que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y conozcamos la fuerza de la ternura.»[6]




[1] González Vallés, Carlos sj. CRECÍA EN SABIDURÍA… 3ra ed. Editorial Sal Terrae. Santander-España, 1995. p. 57.
[2] Estrada, Hugo. sdb. PARA MÍ, ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala 1998 p. 101
[3] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO   Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999  p. 27
[4] Escrivá de Balaguer, Josemaría. CAMINO.  7ª ed. Ed. Procodes  Bogotá .- Colombia 2001 # 267  p. 76
[5] LAS ENSEÑANZAS DE LA MADRE TERESA 2da ed. Ed. Librolatino BB. AA. – Argentina 1999 p. 192
[6] Papa Francisco EVANGELII GAUDIUM Exhortación Apostólica 24 de nov. 2013. ## 268-270

sábado, 20 de junio de 2015

¿QUIÉNES ERAN EN REALIDAD LOS DORMIDOS?


Job 38, 1. 8-11; Sal 106:23-26, 28-31; 2Cor. 5, 14-17; Mc. 4, 35-41

Líbrame, Señor,…
de la angustia…
de la amargura de pensar
que Tú te has olvidado de mí.
Averardo Dini

En este Domingo XII del Tiempo Ordinario vamos a ver la perícopa final del capítulo 4 del Evangelio según San Marcos. Este capítulo está formado por una serie de parábolas: a) la parábola del sembrador b) la lámpara que se enciende para ponerla en lo alto c) la semilla que germina sin saber cómo avanza el proceso, d) la semilla de mostaza e) este día concluye con la parábola de la tempestad calmada. Así, el capítulo entero está dedicado a mostrar que sin parábolas no exponía nada (Mc 4, 34a).

Qué es lo que se “compara” en esta parábola de la tempestad. Podríamos decir que esta parábola es casi una alegoría. La tempestad son los problemas que se enfrentan en la vida, la barca es nuestro contexto de fe, en el caso de los discípulos era su comunidad de “seguidores” de Jesús. (Cabe anotar que no era una sola barca, había otras barcas como se nos informa al finalizar el verso 36; pero es en particular en esta en la que va Jesús). Pero lo que se paraboliza, lo que se compara, nos parece, es el sueño con la fe inactiva, con la fe pasiva. ¡La fe dormida puede, perfectamente parangonarse con la muerte!


Veamos cómo es esto. Muchas veces vemos en la muerte una forma de sueño. Jesús dice –refiriéndose a la hija de Jairo, que “no está muerta sino que está dormida” cfr. Mc 5, 39c, lo leeremos el Domingo próximo; hay pues una relación profunda, casi inconsciente entre sueño y muerte. Cuando no tenemos fe, andamos como muertos, sin ánimo, sin “vitalidad”. Y, aún muchas veces, pese a que afirmamos tener fe, en la vida práctica vivimos como si no la tuviéramos: a esa es que llamamos la fe pasiva, la fe inactiva.

De hecho, los discípulos vivían así. Admiraban a Jesús, llegaban a ver en Él hasta un gran profeta, pero no alcanzaban a vislumbrar que era el Hijo de Dios. También nosotros, cumplimos con ciertos rituales cultuales, recibimos los sacramentos y –sin embargo- vivimos de espaldas a Dios. Para nuestra vida cotidiana, tener y no tener fe es prácticamente lo mismo, y luego, le reprochamos a Dios por qué pasa esto o aquello. En realidad nuestra fe es la que está dormida, es el mecanismo de proyección ¡no es Jesús quien duerme!

En la Primera Lectura vemos que es Dios quien gobierna las fuerzas de la naturaleza: es él quien le fija los límites al mar, es él quien le hace pañales con las nubes y con la niebla cobijitas (observemos la belleza poética de las expresiones que reflejan cuidados maternales-paternales de Dios para con sus criaturas). También en el Salmo vemos a Dios poner freno al mar embravecido, en respuesta al clamor de unos navegantes-comerciantes que ante el peligro alzan su voz al Señor y la alzan, sin duda alguna, envuelta con ropajes de fe; por eso Dios los atiende.


Así que es sólo Dios quien puede poner bajo su autoridad los elementos por muy encabritados que estén. Cuándo al final de la parábola se preguntan “¿Quién es este que le obedecen hasta el viento y el lago?”, se lo preguntan sobrecogidos por el temor, están aterrados ἐφοβήθησαν que traduciríamos por “aterrorizados” y es precisamente porque han tenido la experiencia de reconocer en Jesús los poderes de Dios y en Éxodo 33, 20 el Señor le aclara a Moisés. “no podrás ver mi rostro, porque  ningún hombre podrá verme y seguir viviendo”. O sea, que esta experiencia les ha permitido “ver” lo que antes no “comprendían”: Jesús es Dios, su Palabra tiene autoridad sobre “el viento y el lago” καὶ ὁ ἄνεμος καὶ ἡ θάλασσα ὑπακούει αὐτῷ que le obedecen. Su miedo se desprende de que están viendo a Dios cara a cara y temen morir de inmediato.

Hombres con fe activa, conscientes de Quien es Jesús son llamados por San Pablo en la Segunda Lectura καινὴ κτίσις “Nuevas Criaturas”, es decir, Jesús que es Dios tiene además la facultad, el poder de crearnos de nuevo, algo así como regenerarnos después de nuestra “caída”. Corintios va más allá, nos indica la “condición” para ser “Criaturas Nuevas”: no vivir ya para nuestro egoísmo, no vivir centrados en nosotros, sino girar, como planetas en su órbita, en torno a Jesucristo, Centro de nuestro Sistema. Digámoslo otra vez, con otros términos: vivir Cristo-céntricamente. ¡Eso es lo que no hacemos pero deberíamos!

Vivimos sumidos en la parálisis del “miedo”. Cultivamos espejismos inmovilizantes el terror al terremoto, a la inundación, a la invasión de los alienígenas, de los zombis, de las momias, de los vampiros y toda clase de ideologías cataclismicas. Preferimos referir nuestra realidad a los morlocks que centrar nuestra existencia en Jesús-nuestro-Dios-y- Salvador (precisamente Él es salvador porque nos hace “criaturas nuevas”). Todo el sistema –y este sistema al que nos referimos ahora es el departamento de publicidad e imagen del Mal- alimenta el temor permanente y creciente de ladronzuelos, hampones de alta monta, mafias, criminales de cuello blanco, gobernantes y funcionarios corruptos, y…la lista es interminable. Diríamos que la cultura de la muerte ha alimentado este mito de la “amenaza omni-forme” que alcanza el sorprendente límite de temer a nuestros propios hijos puesto que ahora no sólo se les mata sino que se les teme inclusive antes de ser engendrados, por eso es común temerle a la reproducción y la gente quiere tener una compañía pero no procrear. Todo esto está en el sistema de muerte que fabricó el mega-miedo frente a todo. [Tenemos que preguntarnos, al llegar a este punto, si el temor a un dios-castigador no proviene de este mismo origen, el departamento de publicidad del Malo…]

¿Por qué, a pesar de la tormenta, Jesús seguía recostado en la parte trasera de la embarcación, en su Προσκεφάλαιον “almohada”, durmiendo? Es que Él está seguro, confía, duerme en la Mano de su Padre, no en la incertidumbre de nuestra cultura del pánico-por-todo. Vivir como Jesús nos enseña, de acuerdo a su ejemplo, consiste en confiar siempre, radica en tener en los labios –no los de la boca sino los del corazón y del alma- la jaculatoria. ¡Jesús, en Ti confío!”

Quisiéramos ilustrar esta tranquilidad segura con una historia titulada EL CAMPO DE MINAS, que debemos a Carlos G Vallés s.j.:


«Un ex combatiente del Vietnam se hizo querido y apreciado entre sus vecinos, después de volver de la guerra y asentarse en oficio y familia, por su consideración con todos y su prontitud en ayudar en cualquier momento. No parecía encajar tanta delicadeza con la imagen de un soldado de vuelta de la guerra, y de tal guerra. Pero él tenía su explicación, que sus amigos íntimos sabían.

Su misión en la guerra había sido limpiar campos de minas. Todo aquel terreno de bosques y maleza, de escaramuzas y emboscadas, estaba sembrado de minas traidoras que al menor contacto con una rama, un alambre, una piedra en el camino podían explotar y llevarse la vida de un hombre. Y el mayor peligro era para quienes se adelantaban a detectar, adivinar, desactivar la muerte disfrazada en el terreno.

Había que medir cada paso, calcular cada gesto, arriesgar cada tirón. Varios de sus compañeros de equipo habían muerto así, y él sabía que lo mismo le podía ocurrir a él en cualquier momento. Y eso le hizo sentir el valor de la vida. Cada paso valía una eternidad. La vida entera había de ser vivida entre el levantar un pie y volver a posarlo sobre el terreno incierto. Cada instante estaba lleno de vida porque el siguiente podía estar lleno de muerte. Todos los sentidos alerta a flor de piel, todo el corazón vivido en cada latido, toda mirada abierta a la pincelada de colores que descubre el paisaje, todo sonido analizado en el espectro que va de la mina a la muerte. Vida intensa en el campo de minas.


Ése era su secreto. Vivir al día, vivir el minuto, vivir al instante. Vivir el presente. La vida es un campo de minas.»[1] Esta manera alerta de vivir, con todos los sentidos puestos en cada segundo de vida, conscientes de la vida que nos anima y del valor del servicio que significa la vida, decididos a jugarnos el todo contra el infinito, disponibles en todo momento para ayudar a quien pueda necesitarnos, pero sobre todo, conscientes de Dios y de su amor, eso es la fe, eso es estar vivo, ¡estar despierto!.




[1] Agudelo C., Humberto A. VITAMINAS PARA EL ESPÍRITU 3. Ed. Paulinas & Corespad Bogotá –Colombia 2006 p.13

sábado, 13 de junio de 2015

PERSEVERAR EN LA MISIÓN



La profecía de Ezequiel 17, 22-24, vaticinaba a Jesús, de quien sabemos Es-Él-Mismo-Reino: Sacado de la cepa de Israel, no de cualquier parte, sino de lo más selecto y granado, de la “copa”, es decir, un “Hijo del mismísimo David”. Para plantarlo en “la Montaña más Alta de Israel” (Ez 17, 23a), en el Calvario, en el Gólgota; para convertirse en un “Cedro Magnifico”; el Árbol de la Cruz donde está clavada la salvación del mundo”

Pasadas la Cuaresma y la Pascua de este año de Gracia 2015, retomamos en la liturgia el Tiempo Ordinario. Inmediatamente después de Pentecostés hemos reingresado al Tiempo Ordinario, lo que pasa es que hemos celebrado la Santísima Trinidad y el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Domingos Noveno y Décimo Ordinarios, respectivamente. En este Domingo, 14 de Junio, celebramos el Décimo primer Domingo Ordinario y, en consecuencia, ya que estamos en año del ciclo b, retomamos el Evangelio según San Marcos.

El Evangelio, la perícopa que nos trae para esta fecha, contiene dos parábolas sobre el Reino de Dios. La primera de ellas resalta que el progreso del Reino de Dios no depende de los agricultores, ellos pueden esperar o desesperar, sin embargo, la “semilla” sigue su curso, como si tuviera una “programación” interna que rige su germinación, y este proceso es totalmente independiente de la voluntad de los agricultores. La segunda parábola se refiere a la asombrosa disparidad  entre el tamaño de la semilla y la talla del árbol que produce.


Es una enseñanza que nos educa la expectación. Una de las verdades evangélicas que nos revela el Evangelio consiste en que nuestro estilo de planeación no logra ni emparentar ni desentrañar el curso de la Voluntad Divina. La marcha y el avance del Reino conllevan unos ritmos que laten en el Corazón de Dios y son grandemente diversos de nuestros ritmos. ¿Cómo pensamos nosotros? Nuestro pensamiento es el de la premura, los ritmos Divinos son de calma y paciencia. Nuestro carácter de mortales fija en nuestra conciencia afanes y apuros cortoplacistas, nuestra manera de pensar es excesivamente inmediatista y la sociedad nos incultura mayor “acelere” con sus pautas resultistas, positivistas, productivas. Una cultura de metas con plazos previstos a dos, cinco o máximo diez años a los que denominamos “largo plazo” circundadas de objetivos a “seis meses” o a “un año”, definen carreras desenfrenadas que revientan los nervios en stress y la salud en dolores de cabeza, de espalda, úlceras estomacales, irritabilidad e inflamación del colón, infartos entre otros. Los estresores se multiplican y los costos que conllevan pasan su cuenta en términos de ansiedad, depresión y –en el límite- de demencia y suicidio. No hemos mencionado los efectos colaterales que acarrean en la convivencia social y familiar generando la asfixia del buen trato, perdida de las expresiones de amabilidad, cariño y su remplazo con agresividad y violencia intrafamiliar de la que son víctimas todos los miembros del núcleo familiar especialmente los niños y los adultos mayores, la mujer y los enfermos, y esto a todo nivel social.

En este marco mental ¿cómo puede el ser humano aguardar pacientemente la “lenta” evolución del Reino”? Esta impaciencia se convierte en la responsable del descreimiento y la perdida de fe. Esperando que Dios nos conceda lo que creemos conviene, muy rápidamente exhibimos la decepción para chantajear a Dios con nuestras pataletas de “no me los diste, entonces te castigo y te doy la espalda: Ya no creo más”.


Este anhelo desenfrenado por ver los resultados en toda actividad y en toda empresa contamina también nuestra fe en cuanto a la espera del Reino. Con agravantes como la ideología de reino en términos de magnificencia, lujo, esplendor, trono y armiño, fuerza y dominación. La idea más inmediata que tenemos de “reino” acarrea conceptos de poderío, corte y todo tipo de cortesanía, la familia real y todas las personas cercanas que le rinden pleitesía, grandes ejércitos, armamento, lujo, derroche, poderío económico, capacidad de sometimiento y control, enriquecimiento inusitado y transnacionalización globalizante de ese poderío.

Se ha cumplido el plazo y el Reinado de Dios está inmediato.
Mc 1, 15bc

Como Jesús ya vino, ya se encarnó y puso su tienda en medio de nosotros, eso implica que el Reinado ya ha empezado, ya se ha sembrado su semilla y, aunque imperceptiblemente, mientras dormimos y mientras velamos, avanza. Avanza sin estruendo, no produce ningún barullo. Suave y discreto como la brisa, no se asemeja al fragor de la tormenta, ni al estruendo del terremoto. No tiene nada de espectacular sino que todo en él es moderación y mansedumbre, ni siquiera apaga el pabilo que sólo humea, ni quiebra la caña cascada (cfr. Is 42, 3).

¿Cómo es el reino de Dios? Así se definirá por ser lo contrario: modestia y humildad, servicio, olor de oveja y tierno cuidado. Toda la corte está constituida por los que son marginados, rechazados, despreciados. O sea que se define más bien por simetría respecto de lo que el mundo tiene por “realeza”. En otra parte señalábamos el contraste entre el trono real y el  crucifijo de nuestro Rey y Señor. La corte, sus discípulos, sus santos son pescadores, cobradores de impuestos, pobres y ex-pecadores, si son ricos, ciertamente desprecian su riqueza y prefieren repartirla a manos llenas entre los más necesitados. Ahora, en este presente que nos ha tocado vivir para ejercitar en el cronos la confianza en Dios Providente, sólo vemos la semilla y la descubrimos pequeña, insignificante, débil, inverosímilmente victoriosa, nada promisoria. Ante los ojos positivos el dictamen augura una planta minúscula.

En el contexto de la mentalidad de planeación se diseñan estrategias y se le fijan términos a la llegada del Reino de Dios. Se prevén etapas y –a fecha fija- se anticipa el momento de proceder a la siguiente “fase”. Estos planes humanos, trazados las más de las veces de muy buena fe, muchas veces con corazones puros, buscadores de la Gloria manifiesta de Dios, conocen y bosquejan desde el cronos pero ignoran las rutas kairóticas.

Significa eso que nuestro deber se sume en la inactividad pasiva. Quedarse cruzado de brazos esperando que el Reino se construya solo, eso es mesianismo. El mesianismo es la creencia pueril y propia de una mente esclava, de una mentalidad que no es libre todavía, de esperar que Dios o su Enviado se hagan cargo de la edificación del Reino. El Reino de Dios no es una tarea que compete al Mesías y nosotros cruzaditos de brazos, niños juiciosos y bobalicones ahí, mirando; la siembra –valga decir- la expansión y consolidación del Reino; por el contrario, es competencia de todos los que somos células del Cuerpo Místico de Cristo, a quienes el Sagrado Corazón nos bombea la Energía Infatigable, y también Incontenible –aun cuando discreta y nada espectacular- que trabaja sin cesar, dormidos o despiertos, de noche o de día: progresa, avanza, crece y brota.

En este mismo sentido se expresa San Pablo cuando menciona, al cierre de la perícopa de 2 Corintios que leemos hoy: “Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir lo que se debe por las cosas hechas mientras estuvimos en vida, bueno o malo”. Es decir, que nuestra actuación no es intrascendente, tenemos responsabilidad y deber de coherencia, de procurar εὐάρεστοι agradar al Señor.



Este mensaje se nos dirige en primera persona, a cada uno de nosotros en el Salmo, “Tú aumentas mis fuerzas como las  del búfalo y viertes perfume sobre mi cabeza” Sal 92(91), 11-12. Este verter aceite es un ungimiento, que hace de cada uno un “Cristificado” (recordemos que Cristo es “Ungido” en griego), el aceite de la unción blinda, nos hace invictos, nos fortalece; y, ratifica nuestra heredad, no sólo Jesús fue “plantado en la Montaña más Alta”, el Salmo nos invita a agradecer que “florecemos como palmas y crecemos como cedros del Líbano. Están plantados en el templo del Señor; florecen en los atrios de nuestro Dios… siempre estarán fuertes y lozanos” Sal 92(91), 13. Esta bondad se nos otorga para el compromiso con el Reinado, no para disfrutarlo, no para verlo hecho y derecho, sino para ayudar a gestarlo, para proteger su germinación silenciosa, para aguardarlo con ansias, para esperarlo con total paciencia, con paciencia divina, a la manera de Jesús que se negó a hacer llover fuego del cielo a los que no los quisieron recibir, con ellos uso sólo de tolerancia y longanimidad, clemencia y generosidad. Pero no cejó, siguió con su misión, la que le había dado el Padre, la que hemos recibido –también nosotros- de manos de Papá-Dios como heredad. 

sábado, 6 de junio de 2015

CUERPO ENTREGADO EN ALIANZA



Ex 24, 3-8; Sal 115, 12-13. 15 y 16bc. 17-18; Hb 9, 11-15; Mc 14-12-16. 22-26

No es casual el hecho de que los Padres de la Iglesia llaman con el nombre de Cuerpo de Cristo tanto la Iglesia como la Eucaristía.
Carlo María Martini

Hemos venido en una línea sacramental desde el Domingo de Pentecostés cuando el Sacramento que resaltábamos era el de la Conversión. El Domingo Pasado, cuando celebramos la Santísima Trinidad, el Sacramento a destacar era el Bautismo puesto que los discípulos fueron enviados a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este Domingo celebramos la fiesta del Corpus Christi (que-recordémoslo, es en realidad el jueves) y el sacramento de referencia es, en esta oportunidad, el Sacramento de la Eucaristía. El Papa Urbano IV en 1264, publicó la Bula Transiturus ordenando su celebración; este Pontífice murió poco después, menos de un mes, y la Bula permaneció sin difusión, correspondió al Papa Clemente V por medio de un nuevo decreto impulsarla. La liturgia fue compuesta por Santo Tomás de Aquino. Esta fiesta sería como una especie de redundancia dado que la institución Eucarística se celebra el Jueves Santo, pero en este caso lo que se está celebrando, básicamente es, la Presencia Real en las Formas Consagradas.


Esta consecutiva referencia a los Sacramentos nos lleva a pensar que Jesús se quedó con nosotros –tal y como lo prometió- y para cumplirlo, tiene mucho que ver la vida sacramental, que es la senda operativa de su Presencia. Él se hace Presente con los Sacramentos que son además una didáctica del Cristianismo. Nosotros nos cristificamos además de por vivir una vida a la manera y al estilo de Jesús, por medio de la ejecución de los actos de misericordia que Él ejercía, pero además nutridos y fortalecidos con la Gracia sacramental sin la que nos faltan las fuerzas para cumplirlos, la bondad del corazón no aflora con espontaneidad sino que necesita de los reconstituyentes y las vitaminas sacramentales para que nos anime la bondad necesaria y el valor para atrevernos por encima de burlas, ataques, desprecios, persecuciones y hasta el martirio. Hoy en el momento actual, ha arreciado la persecución y en muchos lugares del mundo basta ser discípulos de Jesucristo para tener ganada la sentencia de muerte o el desplazamiento forzoso cuando menos: Corea del Norte, Arabia Saudí, Afganistán, Irak, Somalia, Irán, Yemen, Siria,  Sudán, Nigeria, Paquistán, Etiopía por mencionar sólo algunos de los lugares donde esta persecución es en extremo penosa. Esta es, como se suele decir, “una de las caras de la moneda”.

Está la otra cara: Entre nosotros se cotidianiza la Eucaristía, no nos damos cuenta –o tal parece que no nos diéramos cuenta- que Jesús está Presente con su Cuerpo-Sangre-Alma-y-Divinidad en la forma consagrada. La tomamos como si nada, como si fuera un bocado de calado o una menta. Vamos charlando con algún conocido que encontramos en la fila y de regreso a nuestro lugar, simplemente la tragamos cuanto antes, para poder seguir conversando o para usar nuestro teléfono-celular, mirar los mensajes o enviar el nuestro. Hemos llegado a trivializar la Comunión y a despojarla de toda solemnidad pero-lo que es más grave- a arrancarle toda espiritualidad, toda intimidad con Jesús. Nos atrevemos –aun desconociendo el fuero interno de cada uno- a pensar que no se habla con Jesús, que no hay experiencia de encuentro, que simplemente lo tragamos, confiando llegue a la tripa o – él mismo se tome las molestias de encontrar su ruta a nuestro corazón. “Allá Él, si quiere vivir en mí que busque su rincón donde acomodarse”.


Se ha vulnerado a tal extremo la Sagrada Comunión que se obviaron todos los actos preparatorios a tal punto que se olvidó o se abolió -en la práctica- el ayuno sacramental como acto preparativo porque era más importante comulgar que guardar un ayuno. Inclusive, procurando ser muy modernos y claros se llegó a acuñar la fórmula catequética “ir a  misa y no comulgar es como ir a Mc Donald y no comerse una hamburguesa” que es rayana en la claridad ramplona. ¿Cómo se puede poner al mismo nivel el Cuerpo-Sangre-Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo con un trozo amasado de carne molida? Esta clase de catequesis con sus toscas analogías destruyen e imposibilitan cualquier acceso al Misterio (óigase bien, Misterio con mayúscula) de la fe.

Y es que sería para volvernos locos de felicidad y de Amor saber que allí se encuentra el Jesús Total, en la completa integridad de su Persona, para volvernos Sagrarios que lleven en el pecho Su Fuego y al mundo el anuncio de Su Buena Noticia.

Jesús habla de la Presencia de su Cuerpo: Λάβετε, τοῦτό ἐστιν τὸ σῶμά μου. Mc 14, 22. Y más adelante nos menciona su sangre “de la Alianza”: Τοῦτό ἐστιν τὸ αἷμά μου τῆς διαθήκης. Los amigos estos (los llamamos así con cero desprecio, más bien con entrañable cariño), suelen empezar su perorata de “los curas falsificaron todo” dónde hablan los Evangelios de alma y divinidad”? El tema puede rendir frutos si nos dejamos llevar a una polémica bizantina, pero a lo que hay que atender para poder debatir este asunto es lo que en esa cultura se entendía por Cuerpo y Sangre. Aun desconociendo la palabra exacta que habría usado Jesús en arameo durante la Última Cena, la que tenemos en griego, se refiere a la integridad de la persona, dado que puro cuerpo o pura sangre aludiría más bien a un cadáver que a un vivo, a un Resucitado. Si la transustanciación trae a la Presencia la Persona total, debe traer todo lo otro que pertenece por antonomasia al Hijo de Dios Resucitado, valga decirlo por expreso: su Alma y su Divinidad. A esta co-presencia de los diversos aspectos del todo de la Persona se le denomina Natural concomitancia, allí donde se dé la Presencia del Cuerpo y Sangre, forzosamente debe darse también la Presencia del Alma y la Divinidad.

Pero hay todavía un elemento adicional que es vinculante, al Comulgar, al hacernos Sagrarios Vivientes, la Presencia se hace extensiva a la Iglesia, a los “órganos” del Cuerpo Místico de Cristo, al Interior de cada Comulgante. Podríamos pensar la Hostia Consagrada como una especie de “Neurona-Crística” y luego, en la misma medida que permitamos nuestra cristificación personal, extendemos como axones y dendritas cósmicos, por todos los lugares, la Presencia-Real.


«La Eucaristía se convierte en un testimonio luminoso y maravilloso de un nuevo modo de entender la convivencia humana, en una fuente impetuosa de justicia, de fraternidad, de caridad que se extiende sobre toda nuestra sociedad»[1] «La Eucaristía constituye la Iglesia como una red de servicios y ministerio recíprocos, y el mismo ministerio de Pedro se concibe como este grande amor: “Yo estoy entre ustedes como uno que sirve”… La Eucaristía constituye la Iglesia… como la asamblea de los que saben dar el cuerpo y la sangre por los hermanos… Cuerpo quiere decir la vida cotidiana con todas sus fatigas… sangre quiere decir don de sí total»[2]

Como te escondiste Tú en una migaja de Pan
haz que nosotros nos escondamos
como humildes migajas de Tu Misterio
en la grande artesa del mundo
y así fermentar toda la harina.

Averardo Dini

También podemos visualizar la Forma Eucarística que nos nutre en la Comunión como una madeja del hilo de rutilante Luz Espiritual que en nuestros ires y venires vamos entretejiendo en el mundo formando  su Manto, su Piel, sus Manos, sus “Órganos”, tejidos en el telar del Amor, de la Caridad, del Perdón, de la Misericordia. «Si, aquí hallamos un grande misterio. La carne de Cristo, que antes de la Pasión era la carne del solo Verbo de Dios, se ha agrandado tanto por medio de la Pasión, se ha dilatado de tal modo y ha llenado el universo de tal manera que todos los elegidos que han existido desde el comienzo del mundo y los que vivirán hasta el final, todos ellos, gracias a la acción de este sacramento, que hace de ellos una nueva creación, están congregados en una sola Iglesia en la cual Dios y el hombre se abrazan eternamente… Esta carne era desde el principio apenas un grano de trigo, un solo grano, antes de caer en tierra y morir allí. Ahora, en cambio, después que ha muerto, crece sobre el Altar, fructifica en nuestras manos y en nuestros cuerpos. Mientras iba ascendiendo el grande y rico Señor de las mieses subía con él hasta los graneros del cielo también esta tierra, en cuyo seno ha llegado a ser tan grande»[3]



[1] Martini Card. Carlo María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR Ed. San Pablo Santafé de Bogotá- Colombia 1995 p. 247
[2] Ibid p.271
[3] De Lubac, Henri. CORPUS MYSTICUM Vol XV, opera omnia, Jaca Book, Milán 1982 p. 43. Citado por Martini, Carlo María en EL PAN PARA UN PUEBLO Ed San Pablo, Santafé de Bogotá D.C. –Colombia 1997. p. 97