sábado, 30 de mayo de 2015

DICHOSO EL PUEBLO QUE EL DIOS ÚNICO SE ESCOGIÓ COMO HEREDAD


Deu 4, 32-34. 39-40; Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22 ; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20

En lenguaje místico, la fe es una noche luminosa.
Segundo Galilea


Algunos catequistas me acercaron al Misterio de la Santísima Trinidad así: Son tres personas distintas y un solo Dios verdadero. ¡Punto! ¡Entiéndalo así! ¡No pregunte más! La mente más inteligente no podría entenderlo. Grandes filósofos, sabios y aún los santos han luchado por entenderlo y no lo  han logrado. Es “una verdad de fe”, y lo que a nosotros corresponde es aceptarla con obediente asentimiento.

Encuentro belleza en el argumento, inclusive me seduce lo del “obediente asentimiento”, me evoca la disciplina militar: ¡Tiene su encanto! Pese a lo cual, ¡hay algo que disuena!


De verdad, pienso que Dios es tan misericordioso que no nos revelaría algo que al no poderlo penetrar se convertiría en una abstracción inútil. De ser así, creo que Dios se habría abstenido de darnos un “vaso desfondado”. El Padre Celestial, el que amamos, alabamos y adoramos nosotros no es así. Creo –y eso si podría ser- que lo que quisieron decir estos amigos, es que la Verdad de la Santísima Trinidad no se puede agotar, por lo menos en esta vida mortal: “un Misterio inefable, infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana. ¡Ah, bueno, pero eso es algo totalmente diferente! «Fe es creerle a Dios sin comprender totalmente el contenido de lo que nos dice, pues si lo comprendiéramos sería como comprender a Dios, lo cual no es posible para la limitación de la criatura.»[1] Pero creo que Dios nos reveló esta imagen Trinitaria de su Ser, para enriquecernos, para guiarnos, para darnos un “tesoro”, y ese tesoro no se puede quedar como los juguetes regalados antaño, que se subían a una repisa y allí se mantenían, empacados en sus cajas originales, acumulando una capa de polvo que se apelmazaba y deslustraba el empaque tan vistoso y atractivo al principio. ¡No puedo aceptar que Papá-Dios sea de esa clase de padres. Al contrario, mi teología está convencida que Dios me regala cada juguete para que lo abramos y lo disfrutemos. Aún más, creo que lo que alegra a nuestro Padre es que juguemos con el regalo todo cuanto  nos sea posible.

Dios es como una columna entre mis brazos.
¡Intentad arrebatármela!
Estamos felices de estar juntos:
Nos decimos el nombre de pila unos a otros.
Y entonces, queridos hijos, atentos y todos juntos.
“Que tu amor, Señor esté sobre nosotros,
como nuestra esperanza está en Ti

Salmo 32, versión de Paul Claudel


Al empezar a jugar veo que la Santísima Trinidad es como una aversión-de-Dios-a-la-soledad. Muy ingenuamente podríamos regresar a la explicación de mis catequistas y argüir esta vez que Dios siendo Dios no se siente solo. Únicamente por volver la bola al campo rival, daremos el siguiente raquetazo: No se trata de decir cómo siente Dios, sino de aceptar lo que Dios nos ha manifestado sobre cómo es Él. ¿Qué nos ha revelado? ¡Que Él es Trino! (Creo que a mis amigos catequistas también les repudia la soledad porque no habría quien les devolviera la bola. Por si eso fuera poco, Dios que es bondadoso con todos y a todos alumbra con su sol, les dio a los catecúmenos). Quizá quepa –para contestar el raquetazo con elegancia, dar el golpe con el revés de la raqueta: En Génesis dice Dios: “No es bueno que el hombres esté solo. Le haré alguien que sea una compañía idónea para el” Gn 2,18. ¡Esta es la primera de las revelaciones que Dios nos hace al manifestarse trinitario! (Recordemos que Jesús nos enseñó que debíamos ser perfectos “como el Padre” es perfecto  Mt 5, 48, esto lo entendemos como que el Padre quiere que hagamos todo lo posible y nuestro mayor esfuerzo por parecernos a Él, también en lo de no estar solos).

Él ama la justicia y el derecho
Sal 32, 5a

El segundo rasgo de la Santísima Trinidad que nos parece una enseñanza esencial, la leemos en Gregorio Nacianceno, el Teólogo: «Divinidad sin distinción de sustancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior que abaje…»[2]. Esta propuesta de igualdad nos cuesta, pero está en el proyecto que Dios nos ofrece como vía hacia Él. Que aplaquemos nuestras manías de sometimiento, que anulemos las ansias de inducir a la sumisión, sólo queramos ejercer dominio sobre nosotros mismos, trabajando en progresar por el camino de la humildad, superando los pruritos de superioridad. San Pablo nos invitaba para que con humildad, no nos sintamos superiores a nadie sino que, consideremos a los demás superiores a nosotros Cfr. Fil 2, 3.

Aún hay una tercera directriz que nos enseña la Trinidad Santa. Dios es Unidad y nos llama y nos invita a ser Unidad. Sigamos de la mano de San Gregorio Nacianceno: «No he comenzado a pensar en la Unidad y ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la Unidad me posee de nuevo»[3]. La Trinidad nos llama a ser Cuerpo Místico, a percibirnos y entendernos como tal, a convertir nuestra Unidad en la fraternidad, en el amor misericordioso del Señor en el objetivo de nuestra Misión. Evangelizar es pues, nada diferente que buscar la Unidad en nuestro Hermano Mayor, Jesucristo Dios y Señor nuestro.

Se puede seguir profundizando, seguramente las notas serán múltiples, nosotros hemos querido resaltar estas tres, convencidos que hay otras; por ejemplo, ser inspiración y modelo de familia.

… con Él se alegra nuestro corazón,
en su nombre confiamos
Sal 32, 21


¡Ah, que dulces son las rutas de nuestra fe. Cuán regocijantes las demandas con las que el Santo Espíritu nos arropa! Esta fe es un tierno mensaje de amor constante para que vivamos con verdadera fraternidad, cosa que no se da de por sí, requiere esfuerzo, pero al asumir la tarea de superación se llena de sentido la existencia, que de otra forma es sólo un fardo cargoso. Por eso la vida en la fe es de felicidad en una dicha que trasciende las tinieblas que Dios –Quien-nunca-nos-abandona- nos ayuda a atravesar. Están las tinieblas, sí, surgieron hijas del pecado; pero, la Luz Trinitaria las derrota.



[1] Galilea Segundo. LA LUZ DEL CORAZÓN. Ed. San Pablo. Santafé de Bogotá. 1995. p. 18
[2] CEC. #256
[3] Ibid.

sábado, 23 de mayo de 2015

A CADA UNO NOS HABLA EN NUESTRO PROPIO IDIOMA


Hech 2,1-11; Sal 103; I Cor 12,3b-7.12-13; Jn 20,19-23

κἀγὼ ἐρωτήσω τὸν Πατέρα καὶ ἄλλον Παράκλητον δώσει ὑμῖν ἵνα ᾖ μεθ’ ὑμῶν εἰς τὸν αἰῶνα,
Y yo rogaré al Padre que les envíe otro Paráclito (Abogado) que esté con ustedes siempre,…
Jn 14, 16

La acción del Espíritu Santo es la extraordinaria respiración cotidiana de la Iglesia.
Card. Carlo María Martini

Jesús nos ha dado el Espíritu; ya nos prevenía que nos convenía que Él se “fuera” porque de no ser así no vendría el Παράκλητος “Consolador”, en cambio, si Él se “iba” nos lo enviaría (Cfr. Jn 16, 7). Quizá se podría interpretar como si mientras su Presencia Corpórea estuviera el Espíritu estaría como condensado en su Presencia, y habiendo “partido”, esa “condensación” en Él, no sería más precisa y se podría “repartir” entre los miembros de su Cuerpo Místico, es decir entre sus discípulos. Así como lo proponía el domingo de la Ascensión, Él no se va sino que permanece porque se queda en quienes serán sus representantes en lo sucesivo. Pero su Presencia se “Celestializa” para “sentarse” a la Derecha del Padre, es decir para retomar su “manera de ser” propia, la de la Divinidad, que es forma espiritual. Por eso entendemos la Ascensión como una “entronización” de Jesús con una imagen “real”, como un Rey que se sienta en su Trono, porque el Trono significa su poder, su autoridad; y, como Primer Ministro, va y se sienta a la Derecha. Pero todo esto es una imagen para darnos a entender esa verdad prácticamente inexpresable, porque indecible, de la realidad Divina. No se va, pero ya no se aparece más en forma corpórea, sin embargo, su forma “inmaterial” se queda y jamás –óigase bien- jamás nos abandonará.


Vamos entonces arribando al concepto de “inhabitación” porque -ya lo dijo Jesús- en Jn 14, 23 que vendrían a hacer su morada en nosotros: ἐλευσόμεθα καὶ μονὴν παρ’ αὐτῷ ποιησόμεθα. Nosotros nos convertimos en su μονὴν “vivienda”, “habitación”, “morada”; recordémoslo, con una sola condición, amar a Jesús guardando su Palabra. Pero hay diversas maneras de acoger un huésped. Cabe la posibilidad de darle alojamiento, como a regañadientes, como “ahí hay un cuarto, duerma y, mañana bien temprano me hace el favor y desocupa”. Una segunda manera es permitirle que se quede, inclusive, de manera indefinida, pero “usted verá” total indiferencia, total desinterés, su vida y la nuestra va por distintos cauces, simplemente es un extraño habitando en nuestra casa. Otra manera es la manera acogedora, llena de interés y de fraternidad, que comparte y se interesa, que es invitado a sentarse a la mesa con nosotros y a integrarse a la vida familiar y cuyo bienestar nos mueve a procurarle las mejores condiciones de estadía.

Pues bien, cabe preguntar, respecto del Espíritu Santo ¿qué hospitalidad le prodigamos? Cuando nos enfrentamos a esta pregunta nos viene a la mente la pregunta de Jesús a San Pedro: “Pedro ¿me amas?” Porque la única manera de acoger al Huésped con lujo de detalles es que sea un huésped amado. Por eso, en el lobby se preguntará tres veces al anfitrión: Fulano de tal, ¿me amas?

Vienen entonces los criterios para clasificar (y repartirle las estrellas a los anfitriones): Acepta a Jesucristo como su Señor y Dios, sería el primer criterio, el segundo sería, la actividad de esa aceptación en términos de gracia, que se traduce en amor: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Como recordamos al leer Jn 21, 15-19, la cosa no se queda en palabras, ni se trata de un asunto episódico, el amor es una  manera de vivir e implica un compromiso en términos pastorales: “Apacienta mis corderos”, “Pastorea mis ovejas”, “apacienta mis ovejas”. El amor se ha entregado para una praxis pastoral. Se trata de un “envío” donde Jesús con la misma autoridad que el Padre nos envía. Un compromiso de fraternidad con el “prójimo” en términos de cuidado como el de un pastor con su rebaño, de defensa, de desvelo, de protección. Pero, además, de integración, de unidad, porque no se trata de ovejas desparramadas, cada una por su lado, “cada loco con su tema”, ¡no!, se trata de estructurar las relaciones entre ellas, de pulir sus aristas, de vivir el sentido de “comunidad”, de hermanarse y aunarse como “pueblo”, de brindarse fraternidad y servicio en la unidad. Unidad es una de las caras de la fraternidad, se es verdadero hermano cuando hay “comunión”, no en la dispersión. Retomemos la figura de Sn Ireneo de Lyon, que nos ve como harina en polvo con la cuál el Espíritu Santo alcanzará la unidad del Pan. Hilvana perfectamente con una idea de Benedicto XVI que –en sus tiempos de Cardenal- distinguía ya la arcaica idea de “Pueblo de Dios” necesitada de ser trascendida en la de “Cuerpo de Cristo”.

También es inspiradora para adentrarnos en el misterio Pentecostal, visualizar la continuidad del amor del Padre que, después del Verbo, entrega el “testigo” al Espíritu Santo, que lo recibe en relevo. Así se intuye al leer en continuidad el Evangelio y los Hechos que –no en vano- han sido llamados en varias ocasiones el Evangelio del Espíritu Santo. Enfatizamos que no es una “edad del Espíritu” entendida como un cese de Jesucristo (Quien como sabemos es Señor de la Historia, el mismo Ayer, Hoy y Siempre), sino la perdurable fidelidad del Padre que sigue donando su Amor al ser humano.

Los dones que el Espíritu Santo entrega al individuo, están concretizados para la Comunidad, en dos Dones: la Sagrada Escritura y los Sacramentos. En especial la liturgia de Pentecostés alude al Bautismo y al Sacramento de la Conversión.

La Primera Lectura concluye: “…hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo”.


En el Evangelio la conclusión concede a los Discípulos la autoridad absolutoria: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedaran perdonados…” y es que el Amor, y el proceso de construir Comunidad requiere como instrumento maestro, el perdón. El Perdón es el bálsamo restaurador que sana y limpia, reconcilia y restituye. Sin embargo cuando el sacramento es visto como confesión, se concentra excesivamente en la enumeración de los “pecados”, y cuando es visto como sacramento de la reconciliación se obsesiona en la recuperación de la amistad con Dios que nunca interrumpe su Amistad; seguramente nuestra fragilidad humana y esa propensión a tornar la falta en hábito, requiere que el énfasis sea puesto en su carácter de Sacramento de la Conversión, para concentrarnos en el cambio que nos es necesario para no reincidir, y en los factores del propósito de la enmienda para “nunca más pecar y apartarnos de todas las ocasiones de ofenderle”. Cambiar es lo más urgente para irnos Cristificando, y es que el propósito básico del Espíritu Santo es que cada día seamos más “Hombres Nuevos” a  imagen de Jesucristo.




sábado, 16 de mayo de 2015

ENTRONIZACIÓN DEL REY


Hech 1, 1-11; Sal 47(46), 2-3.6-7.8-9; Ef 1, 17-23; Mc 16, 15-20

La “ascensión” no es un marcharse a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los discípulos experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera.
Benedicto XVI

Siempre que viajamos al extranjero regresamos admirados o –por lo menos sorprendidos- por algún aspecto contrastante de su realidad, sus costumbres, sus edificaciones, su comportamiento sexual, la manera de llevar un noviazgo, los alimentos que consumen o las recetas que preparan, sus atuendos, sus hábitos de higiene personal, y así podríamos continuar la lista de los posibles aspectos que nos embelesan.

Para el pueblo de Israel la experiencia de haber sido llevados en cautiverio a Babilonia fue desconcertante. Tantas cosas discordantes o –por lo menos- diferentes. Para aquellas sociedades donde los dioses y el culto que se les brindaba diferían tanto, hubo imágenes sobre-impactantes, desconcertantes, increíbles.

Nunca se pudo borrar de su memoria que sus dioses debían contender anualmente para demostrar su superioridad y tenían que enfrentar al dragón que personificaba la maldad y derrotarlo para demostrar que eran dignos de recibir culto por otro año consecutivo. Su victoria en el rito que mimaba el combate, era celebrada con una procesión, con ribetes de desfile, marcha triunfal como la de los militares vencedores.


Llegados a este punto quisiéramos (desde esa perspectiva) examinar el salmo 47(46) que lleva por título “Dios es el Rey de toda la tierra”:

1(2) Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; 2(3) porque el Señor, el Altísimo, es terrible, es el gran Rey de toda la tierra. 3(4) destrozó pueblos y naciones y los sometió bajo nuestro yugo, y a las naciones bajo nuestros pies; 4(5) él escogió para nosotros una herencia, que es orgullo de Jacob, a quien amó.

5(6) Dios el Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas.
6(7) ¡Canten, canten un poema a nuestro Dios, porque Él es el Rey de toda la tierra: 7(8) el Señor es el Rey delas naciones, cántenle un hermoso himno.

8(9) El Señor reina sobre las naciones, Dios está sentado en su trono sagrado. 9(10a) Los nobles de los pueblos se unen al pueblo del Dios de Abraham, 10(10b) pues del Señor son los poderosos de la tierra, y Él está por encima de todo.


En estos desfiles se pasa revista a los “ejércitos” (el Señor es el Dios de los Ejércitos); a esto corresponde en la liturgia las letanías. Son en ellas donde el Señor “pasa revista” a sus huestes:

-Santa María,
-Santa Madre de Dios,
-Santa Virgen de las vírgenes,
-San Miguel,
-San Gabriel,
-San Rafael,
-Todos los santos ángeles y arcángeles,
-Todos los santos coros de los espíritus bienaventurados
-San Juan Bautista,
-San José,
-Todos los santos patriarcas y profetas,
-San Pedro,
-San Pablo,
-San Andrés,
-San Juan,
-Santo Tomás,
-Santiago,
-San Felipe,
-San Bartolomé,
-San Mateo,
-San Simón,
-San Tadeo,
-San Matías,
-San Bernabé,
-San Lucas,
-San Marcos,
-Todos los Santos apóstoles y evangelistas,
-Todos los Santos discípulos del Señor,
-Todos los Santos inocentes,
-San Esteban,
-San Lorenzo,
-San Vicente,
-San Fabián y San Sebastián,
-San Juan y San Pablo,
-San Cosme y San Damián,
-San Gervasio y San Protasio,
-Todos los santos mártires,
-San Silvestre,
-San Gregorio,
-San Ambrosio,
-San Agustín,
-San Jerónimo,
-San Martín,
-San Nicolás,
-Todos los santos obispos y confesores,
-Todos los santos doctores,
-San Antonio,
-San Benito,
-San Bernardo,
-Santo Domingo,
-San Francisco,
-Todos los santos sacerdotes y levitas,
-Todos los santos monjes y ermitaños,
-Santa María Magdalena,
-Santa Agueda,
-Santa Lucía,
-Santa Inés,
-Santa Cecilia,
-Santa Catalina,
-Santa Anastasia,


Esta marcha-desfile va del punto de victoria hasta el “Palacio Real”; este “ascenso” (porque la plaza fuerte del “Soberano” por lo general estaba construido en un lugar prominente, para llegar allí había que subir), así que el desfile va acompañado de gritos, de aplausos, de trompetas (Banda de Guerra); y el sequito procesionante acompañaba en su “ascenso” al rey que iba hacia el Palacio donde estaba ubicado el Trono Real. Quien estaba sentado en el trono era por antonomasia el Rey, nadie más podía sentarse en él.


Jesús –que ha derrotado el mal, de una vez para siempre- asciende hacia su Trono; es bajo ese enfoque que debemos leer la Ascensión. Pero el Palacio de Jesús está en el Cielo, por eso su Ascensión tiene esa dirección, va a sentarse a la derecha de Dios Padre, y recordemos que «Estar “sentado a la derecha de Dios” significa participar en la soberanía propia de Dios sobre todo espacio»[1]. Nuestra re-lectura no conduce a ver un ausentarse de Dios-Hijo que se va y nos abandona, sino un reconocimiento de su Realeza-Divina.


Para profundizar nuestra comprensión de este evento teológico tenemos que resaltar que su Presencia como Resucitado física percibible fue la oportunidad de probarnos y hacernos entender que Él está vivo cfr. (Hch. 1, 3b).

Este Rey, que va camino a su Trono, aprovecha la ocasión para dar a sus “súbditos” instrucciones. Y es una ocasión fundamental, porque lo que les manda es “Su Voluntad”, lo que les está confiando es la “misión” del que se haga su Discípulo.


Por qué es tan importante reconocer que la Ascensión no es una “partida”. Porque tenemos que reconocer que la afirmación de Jesús va en otra dirección, el Evangelio declara que Κυρίου συνεργοῦντος “el Señor actuaba con ellos”.

El Señor Asciende, o sea “es entronizado”, pero no se va, infunde a sus Discípulos su sinergia para que ellos se Cristifiquen y obren con sus manos, con su esfuerzo, con su “testimonio” la continuidad de lo que Él, Jesús, vino a construir en la tierra: El reinado de Dios (para que sea “así en la tierra como en el Cielo”).

Está Misión-del-Discipulado está excelentemente expresada en las palabras de la Carta a los Efesios que leemos hoy como Segunda Lectura: οἰκοδομὴν τοῦ σώματος τοῦ Χριστοῦ “…desempeñando debidamente la tarea construyan el cuerpo de Cristo” (Ef 4, 12b). Esto nos compete a todos los “seguidores” sea el carisma que sea el que hayamos recibido: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores o maestros, o cualquier otro.

Reconozcamos en Él a nuestro Rey y apliquémonos a ser fieles a la misión desempeñando debidamente la tarea encomendada. Ninguno como persona será Jesucristo, pero entre todos los  miembros de la comunidad creyente construiremos el Cuerpo Místico de Cristo.





[1] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET II PARTE. Ed. Planeta. Santafé de Bogotá-Colombia 2011. p. 328

sábado, 9 de mayo de 2015

¡DIOS NOS AMÓ PRIMERO!


Hech 10, 25-26.34-35.44-48; Sal 98(97), 1. 2-3ab. 3cd-4; 1Jn 4, 7-10; Jn 15, 9-17


Sólo cuando existe el deber de amar, sólo entonces el amor está garantizado para siempre contra cualquier alteración; eternamente liberado en feliz independencia; asegurado en eterna bienaventuranza contra cualquier desesperación.

Søren Kierkegaard


Vivimos enfocando mal, desde diversas perspectivas no reveladas (o sea, rechazando el Evangelio, aun cuando decimos aceptarlo). Nos empecinamos en entender a nuestro modo y –consecuencia de los errores adámicos- siempre caemos en alguna ideología y las ideologías no son otra cosa que paganismos. Si tan sólo fuéramos capaces de equilibrarnos en un justo medio, en el centro del Cristocentrismo. Hay que luchar contra las dos tendencias extremas: Creer que podemos arreglar el mundo de espaldas a Dios o pensar que Dios, en Jesús, fracasó.

¡Quizás debiéramos iniciar por esto último! No es que Jesús haya fracasado, lo que pasa es que el “permanece”, su manera natural de ser es la “permanencia” y Él nos ganó esa perdurabilidad con su Victoria sobre el mal y la muerte. Pero nosotros hablamos de Resurrección con un lenguaje frio, triste, hueco. Festejamos la Resurrección pero no vivimos con la consciencia de compartir los frutos de la Resurrección, no vivimos en coherencia de resucitados. En general, nuestra perspectiva es la de vida-muerte y no la de vida-Pascua-Vida (observemos que esta segunda Vida está escrita con mayúscula, para significar la Vida en Plenitud). Y este sí que es un gran cambio de perspectiva. Cuando vivimos con el temor de la muerte, el miedo nos gana, y entonces queremos apelar a las soluciones rápidas, las soluciones mortales, las de la cultura de la muerte: las armas, las bombas, los ejércitos, el sojuzgamiento, el robo, el enriquecimiento rápido así sea ilícito. Detrás de todas estas soluciones “inmediatistas” esta nuestra desconfianza frente a la Resurrección, está nuestro convencimiento que esto no dura mucho, que “la vida es un abrir y cerrar de ojos”. Si ven que del segundo extremismo brota automáticamente el primero. Si somos incapaces de reconocer la Victoria del Resucitado, entonces todo lo queremos hacer a nuestra torpe manera, la manera de los cortos plazos, de las soluciones para mañana mismo. Se incluyen disparates como matar a todo el que discrepe, a todo contradictor, acallar cualquier oposición, silenciar toda divergencia. Afán de imponencia y afán de uniformidad, tiranías y despotismos para que la cuestión funciones ya, sin dilaciones, porque “para mañana es tarde”.

En cambio vemos a los Santos y a los mártires, ellos no viven sumidos en la cultura de la muerte sino en la seguridad de la “Vida Perdurable”, dan la vida como si nada porque ya tienen entre sus manos la seguridad de la Vida. Hoy, VI Domingo de Pascua, cuando avanzamos raudamente hacía la Ascensión del Señor y Pentecostés, nos encontramos por segundo Domingo consecutivo la “consigna de la permanencia”:


-Permanezcan en mi amor
-Si cumplen mis mandamientos permanecen en mi amor (ojo, no en cualquier clase de amor, sino en el Amor Suyo).
-Yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en Su Amor.
-Yo-Soy quien los ha elegido y los he destinado para vayan y den fruto y su fruto permanezca.

Si nosotros podemos introyectar esta conciencia de no-ser-pasajeros, si podemos confiar plena y ciegamente en ser herederos y coparticipes de la Gracia de la Resurrección, entonces podremos ver las cosas con otra Luz, la Luz de Jesucristo. (Dicho sea de paso, curar nuestra ceguera requiere que Jesús haga barro con Tierra-adámica nos embarre los ojos; y no nos curaremos de inmediato, tendremos que vivir un tiempo de “éxodo” en que aún caminaremos y veremos a la gente como árboles, que no caminan, que están ahí, enclavados en su quietismo, sin avanzar, sin “moverse”, como cosas, más que como personas.

Nosotros somos “sus amigos” no porque el ande calle arriba y calle abajo con nosotros (que si anda, porque nunca nos abandona y hasta nos lleva en sus brazos cuando nos sentimos débiles, heridos o vencidos; pero el próximo Domingo va a Ascender, no para abandonarnos sino para forzarnos a la autonomía, porque Él no es un Mesías para recostados, sino un Mesías para los que se levantan, toman su cruz y lo siguen), sino que Él es nuestro Amigo porque no ha escatimado trasmitirnos ningún detalle de todo lo que su Padre amorosamente le ha heredado. Todo, todo nos lo ha compartido. Todo lo que recibió lo ha dado, no ha tenido ni una pizca de egoísmo, no se queda con nada, ni su túnica, ni una gotita de su sangre, todo lo consuma, todo lo dona, todo lo participa. Es el Hermano que no acapara nada para Sí, lo da todo y es feliz dándolo a sus hermanos. Dando la propia vida, no sólo en la cruz, sino entregando todo su tiempo, sus fuerzas, sus capacidades para servir al que lo necesita. Porque μείζονα ταύτης ἀγάπην οὐδεὶς ἔχει, ἵνα τις τὴν ψυχὴν αὐτοῦ θῇ ὑπὲρ τῶν φίλων αὐτοῦ. “Nadie tiene amor más grande por sus amigos que el que da la vida por ellos”. Aquí la palabra que traducimos por “da” es la palabra θῇ, del verbo τίθημι que es darla, ponerla, dedicarla, consagrarla. Como se suele decir en el argot popular “se saca el bocado que ya ha mordido para darlo”; no sufre de avaricias, ni de premuras, su Paciencia dura por siempre, y no faltará a su Palabra jamás.

¡Él nos ha ganado y nos ha aventajado de tal manera que ya nadie podrá adelantársele! «El Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1Jn 4, 10); y por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir a buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos.»[1] En la Segunda Lectura se nos enseña que “El amor consiste en esto, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo”. Así que la raíz profunda del amor está en que él nos haya “primereado”. Y nadie, por mucho que lo intente podrá primerear otra vez; Él ya ganó siendo primero en el Amor, y nosotros podemos estar jubilosos del Primero, Él es la Primicia, la Primera Espiga y el Primer Pan.


Esto es lo que nos enseña la Primera Lectura, llevar el Evangelio más allá de las fronteras más férreas, de las exclusiones más marginalizantes. En aquel entonces era traspasar las fronteras exclusivistas del judaísmo, las de un Dios judío sólo para judíos, y los rigores de la circuncisión, para llegar a los paganos. Y, aprendamos bien, Quien vencerá nuestras miopías será el Espíritu Santo. Y cada vez que comulgamos, cada vez que comulguemos, estaremos poniendo el “Primereante” en el Trono de nuestro propio corazón. Ven Rey de reyes Señor de Señores a primerear en el Trono que tenemos en nuestro pecho para Ti.

En el verso 12 y luego, otra vez en el 17, Jesús es muy explícito, (no podía serlo más) “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos permanecen en mi amor.” “Esto es lo que les mando, que se amen los unos a los otros”.






[1] Papa Francisco. EVANGELII GAUDIUM Exhortación Apostólica. 24 de noviembre de 2013 #24

sábado, 2 de mayo de 2015

ASUNTO DE PERMANENCIA


 Hch 9,26-31; Sal 22(21), 26b-27. 28 y 30. 31-32; 1Jn3, 18-24; Jn 15,1-8

Permanecer en su amor para nosotros significa concretamente amar como Él ama… La fe es inseparable del amor, aún más, tiene como objeto el amor…
Silvano Fausti

Oh Señor Jesús..., sin ti no podemos hacer nada, porque tú eres el verdadero jardinero, creador, cultivador y custodio de tu jardín, que plantas con tu palabra, riegas con tu espíritu y haces crecer con tu fuerza
Guerrico d'Igny

En la médula de la celebración de este quinto Domingo de Pascua está el verbo μένωpermanecer”.

Dirijamos nuestra primera mirada hacia el Salmo. Se trata del Salmo 22(21) un salmo de Acción de Gracias: Es el Salmo del  אֵלִ֣י אֵ֭לִי לָמָ֣ה עֲזַבְתָּ֑נִי Elí, Eli, Lemá Sabactaní. Aquí llegamos directamente a una paradoja, ¿cómo le podemos hablar a alguien que ha abandonado? Si ha abandonado no está, entonces, no se le puede dirigir algún reproche porque ya se ha ido. Recíprocamente, si le hablamos, es porque no se ha ido; y, si no se ha ido “no nos ha abandonado”. Si no nos ha abandonado le podemos dar las gracias por su lealtad fiel y de allí brota la Acción de Gracias. ¡Muy pronto se hizo urgente introducir en la liturgia este momento! Si el Señor había escuchado nuestra súplica íbamos directo al Altar a agradecerle, entonces se requirió un momento cultual para ofrecer la ofrenda de agradecimiento.

En la Liturgia Eucarística (aquí hay que volver a decir que Eucaristía en griego precisamente significa “Acción de Gracias”) porque –y de esto se trata el Salmo 22(21)- Jesús habría sido abandonado durante toda su Pasión, el Señor, Dios-Padre aparentemente no habría permanecido con Él durante su sacrificio; pero no, ¡es todo lo contrario! No sólo permaneció sino que estuvo a su lado hasta el Tercer Día para resucitarlo, para no dejar a su carne “conocer la corrupción”. En la Liturgia, se repite de manera incruenta el Sacrificio, pero “la sangre” –simbolizada por el Vino- y la carne –simbolizada por el Pan- no permanecen muertos, sino que cobran vida, particularmente en las venas de cada uno de nosotros al comulgar. Y como hay resurrección, pues hay un gran motivo para la Acción de Gracias.


Si vamos al Evangelio de este Domingo, nos adentraremos en el capítulo 15 del Evangelio de San Juan, donde Jesús se presenta  a Sí mismo como la Vid-Verdadera a la cual deben estar adheridos los sarmientos, como pasa en general con cualquier planta, si se arrancan las ramas de la planta, las ramas estarán muertas; la única manera de que la rama siga viva es que esta siga unida a la planta. Si la rama está unida a la planta le llegará la savia que es el fluido vital que nutre toda la mata. Nos encontramos ante una figura parabólica de comparación con raigambre en una cultura agrícola donde se cultiva la uva, y se compara la relación de los “discípulos” respecto de Jesús con esta de las ramas respecto de una planta.

En la perícopa que leemos en este V Domingo de Pascua (B), versos 1 al 8, contamos 7 veces el verbo “permanecer”. Las primeras tres veces aparecen para establecer la necesidad de mantenerse unidos a Jesús para poder dar fruto. La cuarta vez es para revelarnos que nada podemos hacer sin Él. La quinta vez nos dice que se hace con el sarmiento que se despega de su planta: “lo recogen, la echan al fuego y arde”. La sexta vez nos exhorta a mantener la unión con Jesús y su Palabra es la adhesión a la Persona y a su Mensaje-Misión. Por último, la séptima vez nos profetiza que por Él podemos pedir lo que queramos y se nos concederá. Todo esto conduce a la Gloria del Padre, que consiste en que nosotros fructifiquemos.


En la Primera Lectura encontramos a Pablo que ha vivido su conversión, por lo tanto empieza a dar fruto abundante y su vida se convierte en una vida de testimonio y glorificación de Dios. Ahora San Pablo “permanece” adherido a Jesús, es rama pegada a la planta, la Vid es ahora Jesús hecho Primera Comunidad. Por eso es que cuando Saulo (el nombre anterior de Pablo) perseguía a las Primeras Comunidades Jesús lo interrogaba, no “¿por qué los persigues?", sino “¿Por qué me persigues?”.

En la Segunda Lectura encontramos el verbo “permanecer” tres veces. Pero con una función muy clara y significativa. Ni más ni menos lo que nos explica es cómo se permanece y cómo se nos da la capacidad “intelectiva” para percibir la importancia vital de mantenernos en la Vid: “Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos, por el espíritu que Él nos ha dado, que Él permanece en nosotros”. (1Jn 3, 24)

Esto nos conduce de la mano a los versos 9 y 10 del capítulo 15 del Evangelio según San Juan, que no se leen en nuestra liturgia de hoy (sino en la del Domingo siguiente) pero que nos brindan una aclaración fundamental. ¿Cuáles son esos mandamientos que se deben cumplir para mantenerse unidos a la vid? ¡Veámoslos! “Yo los he amado a ustedes como el Padre me ama a mí. Permanezcan en mi amor, así como yo permanezco en el amor de mi Padre, guardando sus mandatos” Mejor dicho y en breves palabras: ¡Otra vez el Mandamiento del Amor!