sábado, 31 de enero de 2015

VOCACIÓN Y AUTORIDAD


Dt 18,15-20; Sal 94, 1.2.6-7.8-9; 1Cor 7,32-35; Mc 1,21-28

La obediencia no debe sacrificar o cercenar otros valores legítimos coherentes con él. Si la obediencia es verdaderamente un valor supone que no va a violar la libertad, la responsabilidad y la iniciativa.

Segundo Galilea.

Según nos informa Moisés en la Primera Lectura, Dios suscitará un profeta. O sea que, el profeta es un instrumento de Dios, su autoridad proviene de Dios, es Él mismo Quien lo elige, Quien lo instruye, Quien pone las palabras en su boca, Quien impide la tergiversación, de tal manera que el profeta no puede pronunciar en Nombre del Señor nada que Él no le haya mandado. El profeta no se elige a sí mismo ni es elegido por el pueblo. La cadena potestativa va de Dios al profeta y del profeta al pueblo. El pueblo está subordinado a la voz del profeta porque el profeta le está totalmente subordinado a Él. La autoridad del profeta le viene de Dios; es Dios quien reviste de autoridad al profeta. Dios que es origen y fuente de toda autoridad, dota de autoridad a su profeta: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi Nombre, yo le pediré cuentas.” Dt 18, 19.

El que viene en Nombre del Señor es llamado. Al llamado hay que escucharle. La escucha implica obediencia; esa obediencia está mandada por Dios, ha sido Dios Quien lo ha investido de la autoridad. Por lo tanto, hay una tensión-dinámica entre autoridad y obediencia. El subordinado se debe a la autoridad porque es Dios quien le participa a la autoridad su potestad. Y aquel que ha sido llamado a detentar la autoridad debe ser dócil, aún más, debe decir y obrar en total conformidad con lo que le comunique Quien lo ha dotado de ese ascendiente. Ascendiente que es mando y soberanía. El profeta para cumplir su misión y acceder a la docilidad requerida por el llamado, tendrá que alcanzar una clase de “equilibrio” que llamaremos madurez. La madurez articula libertad y obediencia.

No se escapa al Saber Divino que existirán los desobedientes y por eso señala anticipadamente el castigo para ellos. El Señor sabe que habrá quienes no acaten la autoridad. El Salmo 94 precisamente toca el tema de Masá y Meribá, que simbolizan la geografía espiritual de la desconfianza y la altanería frente a Dios. Oremos el Salmo con Carlos Vallés diciendo: «Hazme dócil. Señor. Hazme entender, hazme aceptar, hazme creer. Hazme ver que la manera de llegar a tu descanso es confiar en Ti, fiarme en todo de Ti, poner mi vida entera en Tus Manos con despreocupación y alegría. Entonces podré vivir sin ansiedad y morir tranquilo en tus brazos para entrar en tu paz para siempre.»[1]


Nos sorprende que Marcos, en su Evangelio, nos dice que Jesús enseñaba pero no dice qué enseñanzas daba. Por ejemplo, en este Domingo IV Ordinario del ciclo B, nos dice que “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”, y pasa directamente a narrar el milagro de la expulsión del espíritu inmundo. Tendríamos que entender que su enseñanza no era una cátedra doctrinal de preceptos, no era una enseñanza de tipo discursivo sino que debemos captar la enseñanza en la actuación milagrosa, en las acciones de Jesús. «Cuál es la acción del espíritu malo…Poseer al hombre y hablar a través de él. Es decir: no dejarlo actuar libremente; lo toma por entero, haciendo que no piense ni actúe por sí mismo… el espíritu malo aliena al hombre al no permitirle que sea libre y consciente de sus actos.»[2] ¿Qué es lo que vemos hacer a Jesús? ¿Cuál es la acción de Jesús? Lo vemos hacer uso de su autoridad. Al espíritu inmundo no le cabe más que obedecer y salir de su víctima. El endemoniado ha sido liberado. La Autoridad máxima lo ha exorcizado. Autoridad tiene por raíz augere que significa hacer crecer, fomentar, hacer progresar, promover. Liberar, es ejercicio de autoridad, «la práctica concreta de liberación, hace que el hombre adquiera conciencia y libertad de hablar por sí mismo»[3].

En el verso 27 se confirma que esa es la enseñanza, que esa es la doctrina que Jesús enseña: Que Jesús tiene la autoridad suficiente para gobernar los espíritus inmundos y a estos les toca respetarlo y obedecerle. El Evangelio de San Marcos en este punto (Cap 1, v. 27b) nos hace caer en cuenta que esta es una Nueva Doctrina, (una Buena Nueva) la de un Hombre que Dios ha revestido de autoridad para dominar “hasta a los espíritus inmundos”. La enseñanza está en percibir al hombre de una manera distinta, amado por Dios, de Quien recibe autoridad, Quien lo dota de facultades y potestades para que el otro se libere, para que podamos ayudar, para que el otro crezca (también uno mismo).

La Segunda Lectura toca el tema de la autoridad y la obediencia respecto de los consagrados -puestos aparte para poder vivir constantemente y sin distracciones (de forma digna y asidua)  en presencia del Señor 1Cor 7, 35b- y se refiere –indirectamente- al celibato puesto que, quien está casado está dividido entre su dedicación al servicio del Señor y las atenciones y cuidados de su cónyuge.

«La persona madura, libre, conoce sus posibilidades y sus  límites. Es realista consigo misma, vive en la verdad, sabe qué puede hacer y qué no puede hacer… Es signo de madurez y libertad, igualmente, la capacidad de renunciar a valores incompatibles con la vocación personal. Estamos renunciando permanentemente a valores incompatibles. Uno se comprometió, por ejemplo, al celibato en un momento de su vida. Pero esto implica renunciar al matrimonio, que es un valor. Hacer esto lucidamente, consciente, sin volver atrás, es un signo de madurez y libertad. El inmaduro, en cambio, quiere tener todos los valores al mismo tiempo.»[4]













[1] Vallés. Carlos sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander-España 1989 p. 183
[2] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. San Pablo Bogotá-Colombia. 2002. p. 32
[3] Ibid p. 33.
[4] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 99

sábado, 24 de enero de 2015

DISCIPULADO SIGLO XXI


Jon 3,1-5.10; Sal 24, 4-5ab. 6-7bc. 8-9; 1 Cor 7, 29-31; Mc 1, 14-20


Ser vocacionado es renunciar a algo por Alguien mejor, es decir un no a algo, por un si a Alguien, es tener una ocasión para optar por la mejor causa: Jesús y su Evangelio.

Emilio Mazariegos

Si un portavoz de cierta causa es prendido, lo corriente es que se silencie la causa y que otros simpatizantes por “precaución” se escondan. ¡Esta no es la situación del Evangelio! Al contrario, el evangelio de este III Domingo Ordinario (B), según San Marcos, nos informa que Jesús, después del encarcelamiento de Juan Bautista, –en vez de amilanarse y silenciarse o esconderse- da inicio a su “práctica”. Este suceso del apresamiento de San Juan Bautista parece indicarle a Jesús que su “tiempo es llegado” y gatilla el inicio de su carrera, de su vida pública, de su entrada en la escena histórica puesto que “Se ha cumplido el plazo” Mc 1, 15b.

El segundo detalle que nos da San Marcos es el marco espacial para este inicio: Galilea. Tierra de pobres, de gente sencilla -podríamos clasificar este territorio tomando prestadas dos categorías de la geopolítica y la sociología wallersteiniana- y decir que, Jesús no habla desde el centro sino que inicia su labor en la periferia. «… los evangelios no ofrecen una geografía objetiva y neutra. Su geografía es ante todo teológica: cada lugar y cada desplazamiento tienen un significado teológico.

En Mc, Galilea se opone a Jerusalén.

La Galilea de las naciones o de los paganos, como se decía entonces, había conocido muchas invasiones, y la fe no era allí tan pura a los ojos de los responsables judíos; no podía salir de allí nada bueno, y mucho menos un profeta (cf. Jn 1, 46; 7,52). Pero Isaías (8,23) había anunciado que un día Dios se manifestaría allí a los paganos; por tanto, era también símbolo de esperanza y de apertura. Fue allí donde Jesús vivió, predicó y donde las gentes lo acogieron con entusiasmo. Es una región abierta: de allí Jesús va a los paganos, a Tiro y a Sidón (7, 24.31).»[1]

Volvamos al asunto del Πεπλήρωται ὁ καιρὸς “plazo cumplido”, llegada del “momento idóneo”, “ocasión perfecta”, la “plenitud de los tiempos”. ¿Tenemos conciencia de lo que esto significa? El Reino de Dios no tiene más dilación, ¡ahí está! Simple y sencillamente ¡ya llegó! Luego, la perícopa evangélica nos presenta como una suerte de pre-requisitos: μετανοεῖτε o sea “conversión” y πιστεύετε ἐν τῷ εὐαγγελίῳ “creer en la Buena Nueva”. Mc 1, 15cd. ¿Y, quién es la Buena Nueva? ¡Jesús es el Evangelio, Él es la Buena Noticia!

El tema de la conversión nos lleva a una precisión. Conversión no es alguna clase de pequeño cambio, ni una sumatoria de ellos. La conversión es un cambio rotundo; un quiebre de costumbres y hábitos, una modificación sustantiva de paradigma. Descrito en términos geométricos sería algo así como un giro de 180º. Se trata de un cambio de verdad, en serio, profundo. Se trata de desacomodarnos de vicios y defectos, de pecados y agresiones, una modificación conductual que nos lleve a estar comprometidos al 100% con la construcción del Reino. «… es una comprobación incontrovertible que los cristianos normalmente son unos pesimistas nostálgicos, más dispuestos a recordar un pasado místico (tal vez fantasmal) que a comprometerse en esas anticipaciones del futuro en las que, sin embargo, decimos que creemos… “hablamos” más de la noche (que está siempre a las espaldas), para no “actuar” en el día que nos viene siempre adelante,… “convertirse” significa también, dejar un “pasado”, para aceptar activamente el “hoy” comoquiera y dondequiera se manifieste, creer que vive en nosotros hoy una posibilidad: ¡se ha quebrado el círculo mágico! ¡Se cambia algo y todo se puede hacer nuevo!»[2]

Vayamos a la siguiente parte de la perícopa. Se trata del llamado de los cuatro primeros discípulos: Simón, Andrés, Santiago y Juan. «El encuentro con Jesús marcó sus vidas. Les puso en movimiento, con rapidez, sin esperar a entender las cosas. Se pusieron a seguirle “ya”. Porque la llamada que Jesús les hizo en el encuentro es apremiante, es exigente, es con autoridad.»[3]


«… tendrían mucho que aprender de este “maestro de pesca”. Si bien sabían que para obtener buena calidad y cantidad de peces, hay que tener buenas barcas, buenas redes y buena carnada y, además, hay que conocer los vientos, las mareas y los mejores días o tiempos para la pesca, debían ahora adiestrarse en el más difícil arte: el de “pescar hombres”, y Jesús sería el instructor.

Esta pesca es mucho más compleja y ardua, porque al pez se lo pesca “contra su voluntad”, mientras el hombre puede ser pescado “si se deja pescar”. De esto se dieron cuenta tanto Pedro como sus amigos del Sindicato.»[4]

«Este es el reto de la llamada. Este es el compromiso de la llamada. Dios llama al creyente para que siga realizando hoy en la historia lo que Jesús hizo hace 2000 años. Llama para que ayude al hombre a cambiar su corazón y así cambiar las estructuras de la sociedad. Llama porque la obra que inició en Jesús tiene que ser acabada con perfección. Y es el creyente quien continúa a Jesús en la historia, con la fuerza de su Espíritu.»[5]




[1] Charpentier, Etienne. PARA LEER EL NUEVO TESTAMENTO Ed. Verbo Divino Estella Navarra 2004. p. 78
[2] Beck, T. Benedetti, U. Brambillasca, G. Clerici, F. Fausti,S. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2009. p. 48
[3] Mazariegos, Emilio L. LAS HUELLAS DEL MAESTRO. Ed. San Pablo. 3ra ed. 2001 Bogotá D.C. –Colombia p. 20
[4] Muñoz, Héctor. CUENTOS BÍBLICOS CORTICOS. Ed. San Pablo Bs As. –Argentina. 2004 p. 56
[5] Mazariegos, Emilio L. Op. Cit. p. 42

sábado, 17 de enero de 2015

LLAMADOS A INCORPORARNOS


1 Sam 3b, 3-10.19; Sal 39, 2.4.7-10; 1 Cor 6, 23-15.17-20; Jn 1, 35-42

Todo abuso, dondequiera y por quienquiera que sea cometido, contamina el ambiente moral del hombre, produce una erosión de los valores y crea la que Pablo define “la ley del pecado”… el terrible poder de arrastrar a los hombres a la ruina.

Raniero Cantalamessa

Samuel escucha un llamado, como toda experiencia humana, al principio es poco clara, incluso ininteligible, y sólo poco a poco se va aclarando. Tres veces se tiene que repetir el “llamado” y todavía no lo entendía; pero, tampoco el Sacerdote Elí –aun cuando habitaba en el mismo templo del Señor donde estaba el Arca, o sea que estaba habituado a un trato cercano con las “cosas” del Señor- acertaba a entender que se trataba de una comunicación Divina, hasta que por fin, se dio cuenta y le dio a Samuel la fórmula para que Dios le entregara el Mensaje. Aquí, evidentemente, el mediador es Elí.

En el Evangelio, el mediador es el Bautista. Fue él quien señaló hacía Jesús mostrándolo como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” Jn 1,29b. Luego, viene la mediación de Andrés que le dice a Simón: “Hemos encontrado al Mesías” Jn 1, 41c. Felipe es convidado “directamente” por el Señor, en este caso no hay mediación. Pero en cambio Felipe si va a invitar a Natanael (nombre que significa “Dios ha dado”).

«Todo este episodio en su conjunto manifiesta los varios modos como se desarrolla la llamada del Señor: una vez que uno se adueña de ella, puede pasar a otros; y este paso se da con alegría y con sentido de plenitud, porque se comunica un tesoro que uno ha encontrado.»[1] Aun cuando la comparación puede parecer demasiado mecánica, vamos a compararla con la carrera de relevos. El corredor anterior entrega el “testimonio” (también llamado testigo) al siguiente, y así, el testimonio va de mano en mano. De la misma manera, de “mano en mano” se ha trasmitido nuestro “testimonio” de fe. Es claro que hacerse discípulo no es para quedarse allí, sino para trasmitir el “contagio”.


Observemos los diversos nombres que va recibiendo Jesús en esta perícopa Evangélica:
·         Cordero de Dios v. 36d
·         Rabí –que significa maestro v. 38f
·         Mesías –que se traduce Cristo v. 41cd
Vayamos un poco más lejos, miremos también los nombres que recibe en la siguiente perícopa:
·         Aquel de quien escribió Moisés en la ley v. 45d
·         Y también los profetas v. 45e
·         Hijo de Dios v. 49c
·         Rey de Israel v. 49d
·         Hijo del hombre. v. 51f.

Vayamos, ahora, al verso 38c. Es la primera vez que Jesús pronuncia palabra en el Evangelio de San Juan. Y, ¿cuáles son esas palabras?: “¿Qué buscan?”. Entendemos que el encuentro se da por una “búsqueda”. El que va a encontrarse con Jesús, aquellos a quienes Jesús les sale al encuentro, con quienes se hace el encontradizo, son los que están buscando. Los que buscan serán llamados a ir y ver Cfr. Jn1, 39. «Jesús no dice de hacer o de buscar algo, sino “Venid y veréis”, esto es, hagan la experiencia conmigo… su experiencia se ampliará en el contacto conmigo.»[2] Tomemos el caso de los dos discípulos de Juan el bautista a quienes les señala al “Cordero”, si estaban con el bautista era porque estaban en estado de búsqueda, porque estaban “sedientos” de Dios. Tan pronto el Bautista les señala al “Cordero” ellos –sin tardanza alguna- empiezan a seguirlo, ese seguimiento les gana el discipulado.

El discipulado es la incorporación en un Cuerpo Místico, donde el cuerpo del discípulo se incorpora al Cuerpo de la Fe; lo místico está en la manera inexplicable e inextricable como el cuerpo individual se injerta en el Cuerpo de Jesús, el cuerpo individual se hace “órgano” del cuerpo comunitario. Por eso, es comprensible que en la liturgia de este Segundo Domingo Ordinario del ciclo b, aparezca la perícopa del capítulo 6 que alude al cuerpo refiriéndose a su pureza. «El cuerpo de cada uno es parte del cuerpo de Cristo, y el cuerpo de todos forma el templo del Espíritu Santo (construcción del cuerpo social)…. No basta glorificar a Dios con el propio cuerpo. Es necesario que el cuerpo social, es decir, la comunidad y la sociedad entera, sea el lugar de la manifestación de la gloria de Dios.»[3]

Cuando se hace un implante hay que evitar el rechazo que hace el cuerpo al “injerto”. En este caso los que se van a “incrustar” deben pre-disponerse para adecuarse al Cuerpo Místico al que van  a pertenecer, al que adhieren, al Cuerpo del Salvador. El Señor nos llama, y nosotros acogemos su llamada con pureza de intenciones, con docilidad, con obediencia, con prontitud, con disponibilidad, con espíritu de servicio, de entrega. Docilidad hacia el Señor que hemos de renovar cotidianamente. ¿Cómo abre el Señor nuestro oído? ¡Con su llamada! ¿Cuál ha de ser nuestra respuesta? דַּבֵּ֣ר יְהוָ֔ה כִּ֥י שֹׁמֵ֖עַ עַבְדֶּ֑ךָ “Habla, Señor, tu siervo escucha” Es el verbo שָׁמַע que no es simplemente oír, sino acoger la Voz con obediencia dócil. Docilidad para añadirnos a su Cuerpo. Respuesta comprometida a la llamada. A lo que nos pida, a lo que espera de nosotros.












[1] Martini, Card. Carlo María. EL EVANGELIO DE SAN JUAN. Ed. paulinas. Bogotá-Colombia 1986. p. 170
[2] Ibid. pp. 168-169
[3] Bortolini, José. CÓMO LEER LA 1ª CARTA A LOS CORINTIOS. SUPERACIÓN DE LOS CONFLICTOS EN LA COMUNIDAD. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1996. pp. 37-38

sábado, 10 de enero de 2015

SATURADOS POR CRISTO


Is 55, 1-11; Sal 29(28), 1-4.9b-10; 1Jn 5, 1-9; Mc 1, 7-11

La responsabilidad de un bautizado es ser salvador como Jesucristo… Un bautizado se compromete a jugarse la vida por el otro.

Gustavo Baena, sj.

Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo.

Benedicto XVI

Tenemos que esforzarnos para alcanzar una visión convertida de los sacramentos. Es muy triste y totalmente anti-cristiana la óptica del sacramento como un rito en el templo, con fecha fija. Ese es el momento de recepción del sacramento pero el sacramento es toda la vida. El rito bautismal acontece en cierto día, pero esa fecha no es sino el despegue. Muy mal estaría el deportista que pusiera todo su empeño en la partida y sólo se esmerase en la salida, abandonando todo esfuerzo durante el resto de la competencia; pero precisamente eso es lo que nos pasa con la vida sacramental. Cuando la actitud correcta debiera ser comprender que un día se recibe, pero que luego se hace fructificar el sacramento en cada día de nuestra existencia.

Al celebrar este domingo la fiesta del Bautismo del Señor, particularmente durante la lectura del Santo Evangelio –en su breve perícopa de tan sólo cuatro versículos- nos damos cuenta que se trata de una experiencia trinitaria. Se oye la Voz del Padre, el Espíritu desciende en forma de Paloma y el “Hijo amado es el Bautizado”. «Los Santos Padres dicen que por su Bautismo Jesús tocó todas las aguas de este mundo, fecundándolas con su espíritu, para que generasen vida.»[1]


«La palabra “bautizar” la hemos españolizado, pero es una palabra griega… La palabra bautizar en griego, significa sumergir… La palabra sumergir ¿implica un líquido o no?... ¿cuál es el líquido? Es la muerte y resurrección del Señor. ¿Pero la muerte y resurrección del Señor es un líquido? Tampoco es un líquido, se ve que es una metáfora;… El bautismo es una inmersión en Cristo mismo hasta que nos sature para quedar exactamente como Él… el bautismo son personas que trasparentan a Cristo muerto y resucitado sirviendo a los demás.»[2]

Quisiéramos señalar otros dos aspectos que nos permitan aprehender mejor la trascendencia del bautismo que –no en vano- es la puerta para la vida sacramental. «A partir del momento en que el Sacramento Original abandonó el mundo después de su Ascensión, la economía de los “sacramentos separados” entra en acción, como prolongación de la encarnación. Constatamos asimismo de acuerdo con las Escrituras que ninguno de los doce apóstoles que estuvieron en contacto inmediato con el mismo Sacramento Original, fue bautizado: mientras que el apóstol Pablo, que se reunió a ellos y que jamás se encontró como creyente con el Cristo terrestre, si fue bautizado (Hch 9, 18)»[3] 

Por otra parte, el Cardenal Martini señalaba –después de proponer 5 citas tomadas de los Hechos de los Apóstoles (1,5. 2,38. 8,12. 9,18. 10,48)- «Qué notamos en esos versículos? Los verbos están en voz pasiva. Es decir, ninguno se puede bautizar a sí mismo: es la comprobación unánime de toda la Escritura desde el comienzo. Aunque yo me sumerja en el agua y diga: yo me bautizo, en realidad no hay bautismo. Debo pedir este sacramento, debo ser sumergido en el agua por otro. La alteridad del ministerio, la necesidad de una persona que me lo confiera en representación de Jesús, quiere expresar que la vida divina otorgada en el bautismo no se puede adquirir ni siquiera en un centímetro o en un gramo: es puro don.»[4] El mismo Jesús no se dio el bautismo de propia mano sino que vino a recibirlo de su primo Juan.

Ahora bien, siendo el bautismo, como lo es, el primer sacramento, veamos ¿cuál es su primer signo? Es la señal de la cruz (CEC: #1235) que hace el sacerdote en la frente del candidato seguida del mismo signo efectuado por los padres y después por los padrinos. Si bien la mistagogia es pericoresis (como lo señalabamos arriba, las Tres Divinas Personas están presentes) el bautizado es sumergido y “saturado” en el Hijo, para que la Gracia perdida sea re-novada y seamos también –con Jesús- salvadores e instrumentos de salvación, dispuestos a darlo todo, así como Él se da todo en este Sacramento re-generador que es puro don; «…los cristianos en la Iglesia son sacramentos porque transparentan a Cristo haciendo lo que hizo Jesús. ¿Qué es un cristiano? Un sacramento de Jesucristo, o sea un Jesucristo que en pleno siglo XXI camina en dos pies por las calles. Estamos lejos ¿no?...»[5]



[1] Beckhaüser, Alberto. LOS SACRAMENTOS EN LA VIDA DIARIA. Ed San Pablo. Bogotá-Colombia 2003. p. 53
[2] Baena, Gustavo. LA VIDA SACRAMENTAL. Ed. Colegio Berchmans Cali-Colombia 1998 pp. 40-42
[3] Schillebeeckx. Edward o.p. CRISTO, SACRAMENTO DEL ENCUENTRO CON DIOS. Ed. Dinor S.L. San Sebastian Bilbao 1966. p. 57
[4] Martini, Carlo María LOS SACRAMENTOS. ENCUENTRO CON CRISTO E INSTRUMENTO DE COMUNICACIÓN. Ed. San Pablo. 3ra reimp. 2002. p. 15
[5] Baena, Gustavo. Op. Cit. p. 15 (Nota: En el texto original decía “siglo XX).

sábado, 3 de enero de 2015

¿CUÁL DE LAS DOS MANERAS ES LA TUYA?


Is 60, 1-6; Sal 72(71), 1-2.7-8.10b-13; Ef 3, 2-6; Mt 2, 1-12

Epifanía de un Dios que se hace presente a los pueblos; encontradizo a los que en las tinieblas, en las dudas, en la oscuridad BUSCAN… Aquellos magos del Oriente son los que van como a la vanguardia de esa procesión de siglos y de pueblos. 

Mons. Oscar Arnulfo Romero

La estrella era tan “mágica” como los reyes magos, porque sin radar ni computadoras, ni aparato moderno alguno, se detuvo justo sobre el lugar donde estaba el Niño-Dios.

Héctor Muñoz

Hay dos maneras radicalmente opuestas de enfrentar la noticia de la venida del Mesías.

La primera, la extremadamente negativa, la de Herodes. Él se siente amenazado, sabe que el Mesías es el Rey legítimo y, que a su lado, él no es más que un usurpador, un lacayo al servicio del Imperio (en ese caso del romano). Es casi risible pensar hasta donde lo llega a ἐταράχθη inquietar, a conmocionar, a perturbar la noticia del nacimiento del Rey de los judíos, se trata de un niño de tierna edad, pero Herodes es devorado por escalofríos, y ese malestar, esa preocupación por la llegada del Anunciado se apodera del sequito herodiano, sus sumos sacerdotes asesores y de los maestros de la ley, dice San Mateo que se inquietó también “Jerusalén”, muy seguramente no al pueblo raso –que lo aguardaba con esperanza- sino la casta de los gobernantes, el Sanedrín y toda su ralea.

Sin interponer ninguna reflexión, la decisión es automática, se trata de ubicarlo para matarlo. Ya desde este momento Jesús se ve perseguido y es blanco de un complot de muerte. Procura –como lo vemos en el relato evangélico-  usar a los magos para su espionaje y engañarlos para obtener la información que le urgía para sus fines asesinos.

Cuantos de nosotros nos sentimos igualmente amenazados por Jesús. Porque Él nos pone en evidencia, nos emplaza en nuestras conductas, en nuestra rectitud, en nuestra justicia. Jesús nos pone cara a cara con nuestra conciencia y eso nos incomoda. Él enseñaba con autoridad y nosotros nos oponemos a su autoridad cuando ella va a contracorriente respecto de nuestro querer hacer según nuestro parecer, a nuestras anchas, pasando por encima de la Ley de Dios. Dios se ha humanado para manifestar la Voluntad de Dios (epifanía), en la epifanía Jesús se nos da a conocer como Dios encarnado para todos los pueblos, y por tanto, Dios nuestro.


Y el que se siente amenazado prefiere matar para estar “tranquilo” y no preocuparse que venga el “Verdadero Rey” a reclamar el trono. Cuando el filósofo proclama la muerte de Dios no acierta a reconocer que en su aserto sólo anida un afán criminal. Estas “vías rápidas” son las propias de la raza de Caín.

En las antípodas encontramos a los “Reyes Magos”, ellos han visto la estrella, la señal de su Llegada y se aferran a seguirla. ¡Qué ejemplo! No les importa para nada la distancia que haya que recorrer o las incomodidades que deban pasar. Ellos encarnan el “discipulado” porque ser discípulo es seguir con esa fidelidad y tesón que ellos no dudaron en poner. Siguen el rastro de la estrella con empeño y sin desfallecer, van preguntando por el camino, se informan, buscan, vienen decididos a “adorarlo” y le traen presentes. Y su empeño no se ve defraudado por  Dios que los asiste nuevamente con la “estrella” para que los siga guiando. Así son conducidos hasta la mismísima casa de Jesús, porque “el que busca encuentra” como nos dice Mt 7, 8b.


Esta epifanía tuvo como objetivo hacernos saber que Dios no era monopolio del pueblo judío, ni propiedad exclusiva de alguna raza o grupo humano. Pero contiene una profunda enseñanza práctica para nosotros: una vez hallemos la pista, tenemos que ponernos a seguirla y consagrarnos a ello sin desistir, por sobre todo obstáculo que se nos pueda presentar.