viernes, 24 de mayo de 2013

TRINIDAD SANTA UN SOLO DIOS




En el mundo reina el mal, el egoísmo, la maldad, y Dios podría venir para juzgar a este mundo, para destruir el mal, para castigar a aquellos que obran en las tinieblas. En cambio, muestra que ama al mundo, que ama al hombre, no obstante su pecado, y envía lo más valioso que tiene: su Hijo unigénito. Y no sólo lo envía, sino que lo dona al mundo. Jesús es el Hijo de Dios que nació por nosotros, que vivió por nosotros, que curó a los enfermos, perdonó los pecados y acogió a todos. Respondiendo al amor que viene del Padre, el Hijo dio su propia vida por nosotros: en la cruz el amor misericordioso de Dios alcanza el culmen. Y es en la cruz donde el Hijo de Dios nos obtiene la participación en la vida eterna, que se nos comunica con el don del Espíritu Santo.

Benedicto XVI

Parecido en algo, pero Perfecto

Si hay algo difícil es entender una realidad de la cual no hemos tenido experiencias directas. Nuestras experiencias directas suelen ser de divisionismo, de separatismo, de sectarismo de divisionismo, de ruptura, de quiebre, de separación, de individualismo. Nada es más extraño a nuestra experiencia directa que la unidad, la solidez, la comunión, la fidelidad, la compenetración, la solidaridad. Presenciamos unidades transitorias, superficiales, momentáneas, puntuales, estratégicas; lo que se da en nuestro mundo de todos los días son las componendas interesadas, que duran “lo que un roscón[1] en la puerta de una escuela”. En el pasado las “uniones”, por ejemplo políticas, duraban períodos suficientemente prolongados, pero vino la moda de “no casarse” con nadie, como distintivo de independencia y solidez, y ahora, cualquier convenio interpartidista es sólo coyuntural. Por eso se ha hecho de lo permanente y lo prolongado una muy rara experiencia, inusual, inexistente.

En los tiempos que corren, hablar de algo que permanezca pinta sospechoso. Si alguien pretende mantener un pacto más allá de un rato, se empieza a desconfiar, suena a que algo “turbio” está detrás; y –seguramente por eso- toda negociación está condenada a lo provisorio.



Cuando se llega al capítulo de la Santísima Trinidad y se le compara con una familia estable, cuya unidad de pensamiento, de intereses, de proyectos es absoluta; la gente lo único que puede hacer es mirarnos con asombro rayano en la incredulidad. Nos sucedió en una catequesis, tratando de explicárselo a unos jóvenes que se preparaban para el Sacramento de la Confirmación, que una compañera catequista –ni siquiera era una catequizanda, sino nuestra propia compañera catequista- quien no sólo se reía de nuestra referencia analógica sino que acompañaba su burla con evidentes gestos de rechazo por utópico, de inverosimilitud, de “hermano catequista, usted es un verdadero ingenuo”.

Bendecimos nuestra ingenuidad que nos permite acceder a estas realidades de otra forma inalcanzables, inaccesibles. Aun no siendo usual entre nosotros, aun que nuestra fragilidad es más propensa a la dispersión, a la desintegración, al separatismo; esa es la tendencia –llamémosla- humana, pero en el corazón Divino, la tendencia es a la unidad, a la integración, a una especia de monolitismo. Diversos pero con un solo pensamiento, un solo corazón, una sola voluntad.

Si a nosotros nos dicen eso nos atrapa el temor de ver disuelta nuestra individualidad. ¿Por qué nos sentimos amenazados por eso? Nuestra “personalidad no va a morir porque logremos comulgar plenamente. Que hermosa y hasta envidiable es la unidad que se alcanza en la comprensión, en el entendimiento, en la compenetración. Tomemos el ejemplo de una pareja, o de dos buenísimos amigos, todo el mundo los admira, porque entre ellos no hay división, no hay discrepancias, no hay malos entendidos no desentendimientos. Cualquiera de estas amenazas a su “unidad” se desvanece frente a la confianza y el afecto mutuo. Afecto sincero impide la desconfianza, el primer pensamiento que llega es “mi amigo o mi amada jamás me traicionaría” porque en el propio corazón no sería posible la traición, o el egoísmo o anteponer el interés personal. ¡Búrlense, pero el afecto sincero –tal vez sea inusual- pero existe!

Tratemos de trasponer este afecto a la dimensión Trinitaria, a nivel de Dios-Mismo. ¿Se imaginan? ¡La unidad Perfecta!

Cuatro hitos anti-funcionalistas

En esto días debatiendo en torno al rol del docente, con afán de aportar en el diálogo, alguien depositó en el centro del nido la siguiente fórmula: ”Zapatero a tus zapatos”. Se quería significar que un profesor incursionando en el terreno de los negocios seguramente cometería diversos desaciertos, apenas esperables, dada su inexperiencia en el terreno comercial. Pero hay docentes de “negocios” de quienes se esperaría acertaran…

El punto está en que los errores “éticos” no se perdonarían porque el docente –metido a negociante, le es dado cometer errores de “negociación” y no pasa nada porque está explorando en un territorio que le es totalmente “ajeno”. Pero, evidentemente no puede errar en el territorio ético, puesto que como formador, esta es su especialidad; en ello más que nunca, se está moviendo en el “territorio” de su idoneidad.

Que haya espacios donde campea la falta de ética; y que el formador está llamado a formar preventivamente a sus “discípulos”, esto es cierto y se recibe con un 100% de acogida. Pero, que el docente debe obrar siempre con un mil por ciento de ética (estamos tentados a poner, mejor, “éticidad”) en cualquier circunstancia, esto es mucho más cierto”. Todos estos son los riesgos del funcionalismo. El funcionalismo siempre limita y arriesga convertirse en funcionarismo. A hacernos sentir meros funcionarios.

¿Cómo viene todo esto al caso? Muchas veces damos cuenta de la Santísima Trinidad citando a tres especialistas y mencionando de inmediato sus respectivas especialidades: El Padre Creador, el Hijo Redentor y el Espíritu Santificador. Este recurso sinóptico arriesga enmascarar más que aclarar; oscurecer más que acercar. ¿Suena forzada la analogía si citamos la nota que mi esposa me dejó sobre el escritorio: “Compras un pan tajado, en la panadería, de la droguería necesitamos un sobre de acetaminofén y, lleva la ropa a la lavandería”. Perdonen el énfasis pero: el funcionalismo siempre limita y arriesga convertirse en funcionarismo.



El primer hito indispensable de marcar es que el misterio debe permanecer misterio o dejaría de serlo. El segundo hito –directamente derivado del anterior- si puedo hacer caber el misterio de Dios en mi cerebro, Dios no puede ser mayor que mi cerebro o… ese no es más que mi dios personal, a mi talla y medida, ese no es Dios. Tercer hito: Dios no se revela como funciones, se revela a la humanidad como Personas.

Se podría refutar contra-argumentando: la persona del panadero, del farmaceuta y del lavandero; pero no sería contra-argumento válido porque el señor panadero puede fungir de lavandero y posiblemente lo hace en su casa, algunas veces; tampoco al farmaceuta le está impedido por principio ejercer como panadero y amasar –así sea sólo de vez en cuando- un rico pan… quizás hay por ahí, algún farmaceuta que tenga su propia panadería o algún panadero que le colabora a su esposa en la lavandería así no lo haga lavando sino recibiendo las prendas que la gente lleva o entregando lo que viene a recoger.

Quizás el ejemplo es totalmente desafortunado pero la esencia del asunto está en que las “personas” son mucho más que las funciones que ellas desempeñan.

A la Persona del Creador el rostro que mejor lo revela es el de su Ternura, siendo Padre es su gesto maternal lo que mejor lo descifra: Verlo alzar a su “criatura” y con Amor paterno, quizá también con legítimo orgullo, descubrir en él –aunque menguados- sus propios rasgos. O tal vez, Conmovido, emocionarse al descubrirlo frágil y desvalido. Quizás es imponente la iconografía MiguelAngeliana que muestra los dos dedos “índices” entrando en contacto como si al rozarse las yemas se estuviera trasfiriendo la energía vital, pero no es menos “signo” valido el de Mel Gibson que muestra la Lágrima del Padre cuando ve expirar a su Hijo. ¿Por quién llora? ¿Por el Hijo sacrificado? ¿Por su pueblo cruel y desalmado que no vaciló en asesinar al Hijo a ver si se podían quedar con lo que le pertenece al Padre? ¡Seguramente llora por todos, por el Hijo y por el pueblo!

A la Persona del Hijo ¿cuál es el rostro que mejor lo revela? Tal vez el de su Descomunal enormidad: Permanecer eternamente mutando el pan y mutándose en Pan. Uno va y comulga, pero ¿cómo cabe tantísimo Amor en un trocito de pan de unos 3,8 cms. de diámetro? ¿Cómo hace para atravesar el tiempo desde el Calvario hasta hoy día transformándose de Sacrificio Cruento en Sacrificio Incruento? Y, todavía más, el Infinitamente Santo, el Tres-Veces-Santo, el que está Sentado a la Derecha que viene y –revestido de humildad- se entrega, se brinda Indefenso, totalmente inerme en nuestros manos o en nuestra lengua, dispuesto a dejarse morder, a dejarse tragar-devorar-canibalizar. Muchas veces vemos el rostro de esta Segunda Persona retratado en la indefensión del Divino Niño Jesús, pero aún más desprotegido y más abandonado entre nuestras “fauces” cuando ha Transustanciado el Pan y el Vino. En todo esto hay un segundo, un instante “Sublime” (temblamos al escribirlo) es Jesús que se entrega, en las manos del Sacerdote (Santas y Benditas Manos) y –cumpliendo con lo prescrito en la Liturgia- parte la Forma Consagrada (a veces, por casualidad, lo hace muy cerca al micrófono y alcanzamos a oír el Pan que cruje al partirse); recordamos un Sacerdote que en este momento declaraba: “Aquí está ese “Man” que se parte por nosotros”.

¡La descripción funcional no alcanza a ofrecernos las Dimensiones Inagotables de la Triple Persona!

Aún no mencionamos el Rostro que mejor conviene al Espíritu Santo. Por ser Espíritu nos figuramos una persona cuyo atributo es la Invisibilidad. ¡Y no! Miren, el mejor rostro del Paráclito es el de Forjador de Mañanas, pero de Mañanas Mejores. Es el de Engendrador de Utopías. Es el de Entusiasmador. Nos hemos acostumbrado a imaginar el Espíritu con rostro fantasmagórico, y estamos lejos. Todos los días brotan retoños del Reino, brotan aquí o allá. Por ejemplo, hay personas por ahí hablando de la Iglesia que muere, para otros sólo envejece pero no ven surgir comunidades, grupos apostólicos, obras de Jóvenes, óigase bien, de ¡jóvenes! Animosos, vigorosos, aquí, allá y acullá. Muchas veces en países donde hay persecución, donde mueren y son asesinados por creer. Ese es el Rostro Visible y muy visible del Santo Espíritu.


Seguro por eso el malo se empecina en hablarnos del fin del mundo y su cercanía; es para debilitarnos y hacernos creer que va ganando. ¡pobre Diablo! Pero ojo, pobre pero peligrosísimo enemigo. Trata, sin tregua, de llenarnos de decepción y pesimismo trata de deprimirnos y desesperarnos.
Hay un cuarto hito anti-funcionalista: La circumincesión o pericoresis. Allí donde está Jesús, está el Padre y el Espíritu Santo. No es que cada uno anda por su cuenta, o que el Uno va allí y el Otro allá y el Tercero se va a un tercer lugar a encargarse de otra misión. La Divinidad es ubicua. A tal fin se acuñó el término “omnipresente”; lo cual es difícil de captar –como decíamos al principio- porque no vivimos esta clase de experiencias. Nosotros podemos estar en “un solo lugar” cada vez. No así Dios, quien está siempre en todas partes, no como un celador o un policía en “función” guardiana o controladora; está como Presencia Amorosa. Las Tres Personas, siempre juntas.



[1] Según el adagio popular tradicional, “lo que dura un “merengue” en la puerta de una escuela”, pero según todo parece indicar, ya los “merengues” no son tan apetecidos por los paladares infantiles.


sábado, 18 de mayo de 2013

¡ID!




Ven Espíritu Divino, manda tu Luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre…
Entra hasta el fondo del alma, Divina Luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro,…

De la secuencia de Pentecostés

Lo que verdaderamente urge

“La Iglesia está atravesando una época de caos y de crisis. Lo cual no es necesariamente algo malo. La crisis es una oportunidad para crecer, y el caos precede a la creación… con tal de que (y esta es una importantísima condición) el Espíritu de Dios aletee sobre ella… precisamente en unos momentos en los que la Iglesia se halla en crisis y el mundo experimenta una apremiante necesidad de paz, de desarrollo y de justicia… la casa está ardiendo y se requieren todos los brazos posibles para ayudar a apagar el fuego… Es verdad que la casa está ardiendo. Pero, desdichadamente, muchos de nosotros (tal vez demasiados) no nos sentimos motivados para tratar de apagar el fuego y preferimos ocuparnos de nuestro pequeño mundo y de nuestras pequeñas vidas. Demasiados de nosotros estamos excesivamente ciegos para ver el fuego, porque sólo vemos lo que nos conviene. Y, aun suponiendo que tuviéramos la suficiente motivación y la suficiente vista, muchos de nosotros carecemos de la suficiente energía para combatir el fuego sin desmayar; carecemos de la suficiente sabiduría y capacidad de reflexión para dar con los mejores y más eficaces medios que nos permitan apagar el fuego…. De lo que hoy tiene la Iglesia mayor necesidad no es de una legislación, de una nueva teología, de unas nuevas estructuras ni de una nueva liturgia: todo esto, sin el espíritu Santo, es como un cadáver sin alma. Lo que necesitamos urgentemente es que alguien nos arranque nuestro corazón de piedra y nos dé un corazón de carne; necesitamos que alguien nos infunda nuevo entusiasmo e inspiración, nuevo valor y vigor espiritual. Necesitamos perseverar en nuestra tarea sin desánimo ni cinismo de ninguna especie, con una nueva fe en el futuro y en los hombres por los que trabajamos. En otras palabras: necesitamos una nueva efusión del Espíritu Santo… el Espíritu Santo no desciende sobre los edificios, sino sobre los hombres; es a los hombres a los que unge, no sus proyectos; es en el alma y en el corazón de los hombres donde habita, no en las modernas máquinas.”[1]

Todo esto es muy importante y debemos analizarlo punto por punto. No podemos ignorar la urgencia de la Iglesia en este momento histórico de hoy (sin embargo, cada momento histórico de la Iglesia ha sido de incendio urgente, hoy no es menor la urgencia, tal vez sea si sea mayor), no podemos pasar por alto la poca motivación que nos mueve –muchas veces, la mayor parte de ellas- a la indiferencia o al quietismo, ese mismo que Martin Niemöller denunció en el sermón que había preparado para una Semana Santa:

Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

y cuando no es la falta de motivación, es la falta de energía, o nuestra pobre sabiduría que –en su cortedad- no nos responde por el cómo combatir ese fuego; entonces, como nos aclara Anthony de Mello, nos acuclillamos en el rinconcito de “nuestras pequeñas vidas”.



Aún hay otro expediente para echarle mano, podemos esperar o clamar para que los “jerarcas“ se hagan cargo, que sean ellos los que emitan -no se- las bulas, los decretos obispales y papales, que celebran sus concilios, y nos iluminen con sus Encíclicas  mismas que nunca leemos, pero que son un magnifico pretexto para dejar que el fuego siga su curso. Unos clamaran por la introducción de reformas en el “desarrollo” de la Eucaristía que tendría que ser, según muchos, más larga, y según el otro 50%, mucho más corta; para algunos todas con incienso y para otros todas sin ese humo asfixiante. En realidad todo cuanto se necesita se reduce sólo a eso: a efusión del Espíritu Santo, claro está, acompañada de la correspondiente docilidad.

Anthony de Mello recordaba, de diversas maneras y en diversos tonos, el peligro del activismo, cuando caemos en las actividades febriles que –quizás apacigüen nuestra conciencia pero que se ejecutan de espaldas a la gracia, la que nos da el Espíritu Santo.

Y bueno, hoy es Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, si lo pedimos, si clamamos que se nos dé –nos recuerda también Tony que en Lc 11, 1-13, nos ha sido prometido por quien tiene verdadera autoridad para prometer; basta que lo pidamos: «Hay cosas que sólo podemos pedir a Dios con la condición “si es tu Voluntad…” Pero en este punto no existe tal condición. El darnos el Espíritu es voluntad clarísima de Dios, su promesa inequívoca.»[2].

Las lecturas de este Domingo de Pentecostés

El Cardenal Martini, fallecido el pasado 31 de agosto, escribió en 1995 sobre esta liturgia: «El capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles nos coloca en un clima de lo extraordinario… El capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios, en cambio, está en un clima de ordinariedad. La invocación “Jesús es el Señor” que nadie puede pronunciar sino bajo la acción del Espíritu Santo[3], es la invocación más ordinaria de la vida cristiana y todos tienen necesidad de ella para la salvación… El Evangelio según San Juan, en el capítulo 20, unifica la relación entre lo extraordinario y lo cotidiano. Los apóstoles son habilitados para cumplir, gracias a las palabras de Jesús Resucitado, un servicio preciso: “A quienes les perdonen los pecados les serán perdonados”… Sin embargo, este servicio cotidiano que pertenece a la fragilidad ordinaria de la existencia humana y eclesiástica, es extraordinario y sobrehumano y obtiene su eficacia del espíritu del Resucitado; es una acción, un servicio, una gracia que presupone la muerte de Jesús, por amor, es decir, el acontecimiento más extraordinario de la redención.



Teniendo en cuenta este enlace de lo extraordinario y lo cotidiano, podríamos definir así la acción del Espíritu Santo: es la extraordinaria respiración cotidiana de la Iglesia.

Es, pues, una gracia necesaria y también imperceptible, como la respiración que está presente en todas las operaciones más ocultas, más sencillas del hombre, pero es también un don extraordinario, maravilloso que vivifica y eleva la fatigada existencia cotidiana de los hombres y que impulsa día por día el decadente peso comunitario»[4]

Espíritu Santo alma del Cuerpo Místico

La palabra "corporación" se deriva de corpus, que significa cuerpo, o un "grupo de personas", define una “persona colectiva”. Una corporación puede ser una iglesia, una empresa, un gremio, un sindicato, una universidad, una ONG, etc. Este concepto casi siempre lo usamos para referirnos a un ente comercial: A las empresas se les reconocen derechos y deberes como a las personas físicas (como a la "gente") ante la ley, inclusive, pueden ser acusados y hacérseles responsables de violaciones a los derechos humanos. Del mismo modo, pueden ejercer los derechos humanos contra las personas y el Estado. Pues bien, no sólo los entes comerciales son “corporaciones”; aun cuando muchas veces lo perdemos de vista, la Iglesia es un “ente corporativo” y cada creyente, cada fiel, cada bautizado goza/porta su corporatividad. Somos sujetos corporativos, como decir que cada uno tiene un cuerpo, su propio cuerpo, pero entre todos, constituimos una “corporación”, otro cuerpo, εἰς ἓν σῶμα uno que se escribe con mayúsculas: El Cuerpo Místico de Cristo: καὶ γὰρ ἐν ἑνὶ πνεύματι ἡμεῖς πάντες εἰς ἓν σῶμα ἐβαπτίσθημεν, εἴτε Ἰουδαῖοι εἴτε Ἕλληνες εἴτε δοῦλοι εἴτε ἐλεύθεροι, καὶ πάντες ἓν πνεῦμα ἐποτίσθημεν. “Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu.” 1Co 12, 13.

En la parábola de τεῖχος μέγα καὶ ὑψηλόν “la muralla ancha y elevada” (Ap 21, 12) podríamos figurarnos, como cuando llegan los materiales para construir una casa, un edificio, un conjunto residencia, la pila de ladrillos, no importa cuántos ladrillos sean, mientras no estén ensamblados con mortero, no son “muralla”, son sólo una pila de ladrillos, puedes derribarla con empujarla, claro con el riesgo que se te vengan encima. Sin embargo, una vez argamasados, por los albañiles, y seco el mortero, puedes “soplar y resoplar” como en la historia del “lobito” y el muro resistirá. También, en la parábola biológica, un grupo de células conformadas en un tejido, unidas por las ceramidas (en el caso de la piel) difiere rotundamente, cualitativamente hablando, de las mismas células desorganizadas, desperdigadas, sin articulación.



ἑκάστῳ δὲ δίδοται ἡ φανέρωσις τοῦ πνεύματος πρὸς τὸ συμφέρον. “En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común” 1Co 12, 7. La palabra συμφέρον encierra ese sentido de comunidad que se debe destacar en los carismas, los diferentes servicios, los diferentes dones, los diversos servicios con los que el Espíritu ad-orna a la persona, no son para uso ego-ísta, no se donan para el beneficio o el lucro propio; se otorgan para el bien comunal, para favorecer a los “otros ladrillos”, a las otras “células”. No son auto-provechosos sino συμφέρον unificadores, colectivos. Esto viene a empalmar con Mt 25, 40. 45.

Y, quizás lo más importante. Ese sentido de fraternidad, de colectividad hermanada en la relación de ser “ladrillos” de la misma “muralla”, no se queda allí encerrada en el “aposento alto” donde llegó el Espíritu en forma de “Lenguas de Fuego” que hacían arder los corazones de los "escuchas" en el Fuego del Amor de Dios. No, ¡este “ardor” los impulsa a salir a anunciar, a proclamar! En el Evangelio, Jesús nos envía. No es un envío cualquiera, es envío de la misma naturaleza que los Envíos de Dios-Padre: καθὼς ἀπέσταλκεν με ὁ πατήρ, καγὼ πέμπω ὑμᾶς. “Como el Padre me ha enviado, así mismo los envío yo”(Jn 20,21b). ¡Esto es para tener muy en cuenta: Se nos da el Espíritu Santo y se nos envía, las dos cosas!







[1] De Mello, Anthony. CONTACTO CON DIOS. Ed Sal terrae Bilbao 1990 pp. 11-13
[2] Ibid p. 17.
[3] 1Co 12, 3
[4] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá. Colombia. 1995. pp. 228-229

viernes, 10 de mayo de 2013

UNA VENIDA INTERMEDIA






El Domingo anterior resaltamos las conexiones del VI Domingo de Pascua con Pentecostés, como un inicio de la toma de conciencia de la partida de Jesús como sucedáneo inmediato-anterior a la entrega del Espíritu Santo; Jesús se va pero no nos abandona, el Padre nos entrega el Paráclito que enseña e impide el olvido de las enseñanzas de Jesús, guía y maestro de la Iglesia, garantía de fidelidad, re-direccionador cuando las desviaciones sobrevienen. Pero -descuido imperdonable- hemos descuidado la conexión más inmediata con la Ascensión. Tratemos de reparar ese descuido regresando sobre el Jesús de Nazaret de nuestro entrañable, hoy Papa–Emérito, Benedicto XVI: «… una interpretación tomada de las homilías de Adviento de San Bernardo de Claraval, en la cual se expresa una visión complementaria. En ella se lee: “Sabemos de una triple venida del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia (adventus medius)… En la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad, en esta segunda en espíritu y poder; y, en la última, en Gloria y majestad. (In adventus Domini, serm. III, 4. V,1:PL 183, 45ª.5050C.D.). Para confirmar su tesis, Bernardo se remite a Juan 14, 23: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Se habla explícitamente de una “venida” del Padre y del Hijo… En ella… el tiempo intermedio no está vacío: en él está precisamente el adventus medius, la llegada intermedia de la que habla Bernardo. Esta presencia anticipadora forma parte sin duda de la escatología cristiana, de la existencia cristiana… Las modalidades de esta “venida intermedia” son múltiples: el Señor viene en su Palabra; viene en los sacramentos, especialmente en la santa Eucaristía; entra en mi vida mediante palabras o acontecimientos. Pero hay también modalidades de dicha venida que hacen época. El impacto de dos grandes figuras –Francisco y Domingo- entre los siglos XII y XIII, ha sido un modo en que Cristo ha entrado de nuevo en la historia, haciendo valer de nuevo su palabra y su amor; un modo con el cual ha renovado la Iglesia y ha impulsado la historia hacia sí. Algo parecido podemos decir de las figuras de los santos del siglo XVI: Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco Javier,… Su misterio, su figura, aparece nuevamente; y, sobre todo, se hace presente de un modo nuevo su fuerza, que transforma  a los hombres y plasma la historia.»[1]


Benedicto XVI ha sabido expresar está nueva forma de estar de Jesús con nosotros. Lo podríamos platear así: Jesús ilustra y aclara sus enseñanzas en el corazón y la mente de sus discípulos. Establece como un período de “digestión” de su Mensaje. De eso se tratan esos cuarenta días desde su muerte hasta su Ascensión. Entonces, como nuestro paso por la Universidad no es un matricularse para quedarse en ella toda la vida. Se trata de tener una etapa formativa, que debe concluir en algún momento; y dicen los expertos que el período definido y establecido en aquella cultura como tiempo formativo era precisamente ese: cuarenta días. Pero ahora, no se trata como de un “dejar librados a su destino” a sus discípulos. Irse significa haber acabado su “iniciación” –por decirlo de alguna forma- pero Jesús no los abandona. Viene ahora otra forma de Presencia, no la directa del Jesús-Resucitado, sino otra forma de presencia, más espiritual, como su nombre así lo indica: El Espíritu Santo. Hemos dicho, el que nos enseña y nos repasa todo cuanto Jesús nos enseñó.

Si queremos continuar la analogía con la vida académica en la Universidad diríamos –tal vez- que acabados los cursos presenciales en la “aulas”, sobreviene un tiempo de “prácticas”, cuando se sigue aprendiendo, pero en el ejercicio de lo recibido en las aulas, y en cuanto más se aplica y se usa el conocimiento, mejor se entiende y más “profesionales” nos volvemos. ¿Significa que la presencia del “Alma Mater” en el ex-alumno ha terminado? ¡Todos cuantos viven este paso de la fase formativa a la fase profesional saben que no! Se recuerda con cariño la etapa universitaria, y, en la práctica, regresan a la memoria las explicaciones de los docentes, los ejemplos más clarificadores, se retoman, a veces, los apuntes tomados en clase para aclarar alguna duda, para ver con mayor exactitud cómo es que se resuelve “esto”. Algunos de esos recuerdos de la vida académica permanecen siempre vivos en la memoria. Hay “lecciones” vistas y aprendidas que se tornan “herramientas” del día a día profesional. ¡lo adquirido en al alma mater permanece!


Cuando Jesús vuelve al Padre no significa que toma un vuelo y se va a vivir en un país extranjero y rompe toda comunicación y se “separa” definitivamente. No, quizás podemos entender mejor si decimos que su amistad es de “chat” diario, de video-encuentro cotidiano; de esos amigos que la distancia no puede nada, que al “partir” están más presentes que nunca; y, todos sabemos que Jesús es el epítome de la Amistad. Pues ahí está, ha pasado al Padre, o sea, está siempre a nuestro lado de una forma nueva, nueva quiere decir, como antes pero más pleno. Por eso Él mismo nos decía que nos convenía que Él se fuera para enviarnos el Espíritu Santo.

Entonces, ¿el Espíritu Santo es simplemente la espiritualización de Jesús? No, ¡esa sería teología equivocada! El Espíritu Santo es “Otra Persona” de la Santísima Trinidad, es la Personificación del Amor del Padre por el Hijo y viceversa, recíprocamente amados. ¿cómo decirlo? Aceptemos la figura literaria, digamos, AMANDOSE A BORBOTONES. Como será ese derroche de Amor que nos alcanza a todos y alcanza para todos. Porque el Amor, mientras más se parte y se comparte, más rinde y más alcanza, hasta que sea “todo en todos”.



Habla la Sagrada Escritura de un “subir”, de un “mirar para arriba” ¿cómo se puede entender esto? Entonces, ¿Jesús si subió? La palabra misma ascensión indica “para arriba”. Pero, como lo comentábamos el año pasado, “arriba” como cuando decimos que una persona puesta en la jefatura está “arriba”, aun cuando está al mismo nivel y en el mismo piso. Vieja costumbre de poner las figuras de autoridad encima de tarimas, de “púlpitos”, etc. Vieja figura espacial que concebía a la Divinidad en lo “Alto”. La idea nos ha penetrado profundísimamente. Por ejemplo, los Asirios y los Babilonios hablaban del Altísimo, y, nosotros adoptamos el “giro idiomático” y lo decimos sin ambages. En nuestro Amor por Dios, YHWH está en lo más alto, y nada hay más alto que el lugar de amor que tenemos para nuestro Dios. No es un “alto” o un “arriba” espacial, eso es lo que hay que enfatizar. Y hoy en día, en la era de los viajes espaciales, lo entendemos supremamente bien; nadie trataría de acercarse a Dios con un viaje en cohete como pretendieron los constructores del Zigurat que se relata en Génesis como “torre de Babel”, ellos podían querer acercarse a Dios “subiendo” con una edificación, otros trataban ascendiendo a una montaña.

Jesús ascendió al “lugar” que le permite estar siempre Presente; insistimos que no “ascendió” hacia lo alto, sino –retomemos una vez más la forma de decirlo de Benedicto XVI- «Puesto que Jesús está junto al Padre, no está lejos, sino cerca de nosotros»[2]

Hay otro aspecto que no nos podemos cansar de resaltar: Jesús en Persona, sigue a nuestro lado; de manera muy especial en su Presencia Eucarística, se hace Presente durante la celebración en la Persona del Sacerdote quien preside en Persona Christi, en el Altar, en la Palabra, en el Vino y el Pan, y en cada uno de los allí presentes, de los fieles con-celebrantes. Pero, Además, como leíamos arriba cuando recogíamos la cita de San Bernardo de Claraval, se hace presente a través de ciertas personas que Él nos envía y que son hitos de la Vida Eclesial, de la economía salvífica. Jesús no cesa de hacerse presente en puntos “álgidos” de la historia por medio de personas de carne y hueso, que no están allí para ser endiosadas (como pretendieron hacer en Listra con Pablo y Bernabé), no son Jesuses, son “personas históricas” que Dios designa para dinamizar la continuidad de su Iglesia, para re-direccionarla, para ratificar que está con nosotros hasta al final de los “tiempos”, para hacerla Santa a pesar de su fragilidad como institución de humanos entre humanos, tan humanos, tan frágiles.



No pueden cambiar la Iglesia a su arbitrio, no nos son enviados para, como niños caprichosos o mal criados, ponerla patas-arriba. Tampoco las dona Nuestro Señor, para que hagan una encuesta de opinión a ver qué es lo que la gente quiere que sea la Iglesia e implementarla dándole gusto a todos. En la economía salvífica es el Plan de Dios lo que prima, es la Voluntad Divina lo que rige. No es una entidad demagógica para que se haga según las modas y las ideologías al uso. La Iglesia y el Proyecto de Salvación no son ni conservadoras ni revolucionarias; son ambas cosas, pero según la Partitura que ha escrito el Divino Compositor. Ninguno de nosotros quiere tocar en otra orquesta diferente a la que siempre ha querido tocar la Partitura Divina, aun cuando todos se vayan porque no les gusta su Melodía. La Iglesia toca para complacer al  Señor y no para satisfacer los vaivenes de los gustos y caprichos de una u otra generación. En ese sentido la Iglesia cambiará lento o rápido y sólo en la dirección que Dios quiere. Eso disgusta a todo el que está imbuido de la cultura mediática de la “opinión” que considera que todo debe hacerse según los resultados de las encuestas: ¿cuál jabón se prefiere?, ¿qué marca de auto? ¿Cuáles son las zapatillas de moda? ¿Cuáles espaguetis son los más vendidos? Entonces, ¡a comer de esos espaguetis! Este es un tema comercial, es el “árbol” del mercado y la mercadotecnia; de la cultura consumista y la manipulación de los gustos, las opiniones y las ofertas-demandas.



Pero, tratemos de entender; hay Un Árbol, que era el Único Árbol del Jardín del que no debíamos comer: El árbol del Bien y del Mal. Sólo a Dios toca su cuidado, su manipulación, su poda, su abono. Es el árbol de los valores imperecederos, como su nombre lo señala, es el árbol del discernimiento de lo que es Bueno y de lo que es inhumano porque es anti-humano y anti-divino. Los enemigos dirán que es el monopolio de los valores por parte de la Iglesia; nosotros decimos que es la Voluntad de Dios la única “autorizada” y la fe, ese don maravilloso y sobrenatural, la que nos permite aceptarlo sin forcejear, con agrado, con verdadero placer, con sincera obediencia porque al ser la Voluntad de Dios, es la Voluntad del Padre y ¿qué Padre le dará a su hijo una serpiente cuando su hijo le pide un pez, o una piedra cuando le pide un pan? (Cfr. Lc 11, 11) Puede que si –porque entre los humanos todo se puede esperar, el Malo hace parrandas y orgias en el corazón de algunos- pero de manos del Padre Eterno, jamás; de sus Misericordiosas Manos sólo recibiremos Bondad. Sea nuestra oración, usando categorías de la cultura consumista: ¡Señor, estamos felices de vivir sujetos al monopolio de tus Valores, los queremos, los aceptamos, y no otros!




[1] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET 2da PARTE DESDE LA ENTRADA EN JERUSALÉN HASTA LA RESURRECCIÓN. Ed. Planeta. Ed Encuentro Madrid-España 2011. pp. 336-338
[2] Ibid p. 329

viernes, 3 de mayo de 2013

UNIVERSALIZAR LA FE



νῦν οὖν τί πειράζετε τὸν θεὸν ἐπιθεῖναι ζυγὸν ἐπὶ τὸν τράχηλον τῶν μαθητῶν ὃν οὔτε οἱ πατέρες ἡμῶν οὔτε ἡμεῖς ἰσχύσαμεν βαστάσαι;
“Pues ahora, ¿por qué tientan a Dios imponiendo al cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos sido capaces de soportar?
He 15, 10

Apertura universalista

«Son los hombres los que levantan muros y ponen cercas creando así divisiones y límites. Y todo aquel que llega a conocer a Dios termina por perder el “espíritu de clan”: el universo entero se convierte en su hogar y todos los seres llegan a constituir su familia.»[1] En el capítulo 11 de los Hechos de los Apóstoles, leemos que en Antioquía la Iglesia empezó a llamarse cristiana (cfr. He 11, 26); pero ahora estamos estudiando, al seguir leyendo los Hechos, cómo la Iglesia llego a hacerse católica, es decir, universal.

Quizás nos cuesta dimensionar hasta qué punto es difícil y durísimo abandonar la circuncisión. Para nosotros simplemente es una palabra, tal vez sabemos el significado, pero no estamos compenetrados del valor esencial que tenía para el judaísmo, para quienes representaba un acto de identidad cultural. Así como algunos clubes restringen la entrada a quienes no portan su carnet de afiliación –comparación ingenua- así la pertenencia al pueblo elegido de Dios se demostraría con este “carnet” grabado en la carne.

De otra parte, para los judíos, este rito se practicaba a la semana del nacimiento, pero si un  adulto gentil quería adherirse al judaísmo y hacerse prosélito, debía a ese edad, practicarse la circuncisión, con toda la incomodidad y los posibles riesgos profilácticos que en esas circunstancias históricas, debían presentarse. Aun cuando se diga que el prepucio no pasa de ser un pedazo de piel sin importancia alguna, para las “gentes” ajenas al judaísmo representaba una especie de “amputación”; tan es así  que en la perícopa que leemos en este VI Domingo de Pascua (He 15, 1-2. 22-29) se le denomina “carga” y del contexto se infiere que es “innecesaria” o “dispensable” (Cfr. He 15, 28).

Al examinar este episodio de la historia de la Iglesia en sus primeras comunidades reconocemos que no se operaba por el principio de “sola Escritura”; la dificultad se dirimió planteando la dificultad a las “autoridades” que en este caso eran los Apóstoles y los “presbíteros”, es decir los ancianos (reunidos para esta pregunta en el que llamamos el Concilio de Jerusalén; aun cuando esta sección de la perícopa no se lee, es precisamente He 15, 4-21), como hoy lo hacemos consultando a los Obispos. Vemos pues que este estilo de referencia a quienes la propia Iglesia ha colocado a la cabeza, no carece de raíces en la continuidad de la Comunidad de Fe instituida por nuestro Señor Jesucristo en cabeza de sus discípulos y sucesores.


Pero, y este tema no es de poca monta, la decisión no se emite en el exclusivo apoyo de esos “jerarcas”, hay una Persona que ratifica esa “autoridad” y es –nada más ni nadie menos- que Dios mismo en la Persona del Espíritu Santo. Para el incrédulo, esto no pasara de ser una frase para respaldar las decisiones en la Gracia de Dios; para nosotros, los fieles de la Iglesia, constituye un hecho permanente de nuestra historia de vida, cada decisión que hacemos, está puesta en oración, llevada a los pies del Señor, e iluminada por su Resplandor. No es que la “Palomita” baje y aletee o grazne indicando la respuesta, no se trata de eso. Se trata de orar, con profunda fe, y colocar el discurrir de nuestra vida y sus peripecias, en la Manos Providentes del Señor. Y no dudamos que el Señor “Sopla” su Espíritu e hincha el velamen de nuestras embarcaciones conduciéndolas siempre a puerto seguro. El Espíritu Santo nos conduce y nos responde por “signos” que requieren de nuestra apertura, de nuestra disponibilidad; apelan a nuestra respuesta, que en términos bíblicos suena así: Aquí estoy Señor para hacer tu Voluntad, y que en labios de Santa María siempre Virgen sonó “He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Viene al caso decir –frente a quienes se escandalizan ante la palabra “esclava” que la esclavitud de este “Amo” no restringe ni un ápice nuestro albedrío. En otra parte destacamos que Dios no obliga a la Virgen Santísima a cumplir un “designio”, va donde su criatura, y por medio del Arcángel solicita la anuencia de María. Este detalle bien visto –usemos aquí una frase de cajón- vale más que mil palabras.

Siguiendo A Michel Gourges diremos que «este relato es uno de los más elaborados del libro de los Hechos. Se pueden distinguir en él tres partes.

·         El problema (15, 1-5)
·         Discusión y adopción de una solución (15, 6-21)
·         Trasmisión de la resolución a las comunidades (15, 22-35)»[2]

Que el Señor bendiga todos los pueblos y todas las criaturas

Los estudiosos del salterio nos han brindado 13 categorías distintas para clasificar los salmos, teniendo en cuenta, no tan sólo el género y la forma sino, también , la aplicación ritual que tenía dentro del culto. Una de esas categorías es la petición de bendición. Lo que nos parece llamativo es que de los 150 salmos, en esta categoría sólo caen dos salmos: el 66 y el 143.



Este Domingo VI de Pascua, nos ocupamos del Salmo 67(66). Cuyo sentido universalista (como decíamos arriba, catolizante) es indudable. Propone que todos los pueblos de la tierra sean bendecidos por el Señor; o sea, que el salmista también es consciente que la fe que se depositó en manos del pueblo judío se le entregó, no para acapararla sino para diseminar la semilla y atraer a otros para que se sumen y se pongan bajo la bendición protectora de Dios.

Al llamar a todos los pueblos incluye el llamado a todas las criaturas, como el Padre Teilhard de Chardin: «Una vez más, Señor, no en los bosques de la Aisne sino en las estepas de Asia, no tengo ni pan, ni vino, ni altar, pero pasaré por encima de los símbolos hasta alcanzar la pura majestad de lo Real, y te ofreceré, yo mismo, tu sacerdote, sobre el altar de la tierra entera, el trabajo y las penas de los hombres”.
 
“El sol acaba de iluminar la franja extrema del oriente. Una vez más, bajo el manto agitado de su resplandor, la superficie de la tierra se estremece y reanuda su estremecedora labor. Pondré sobre mi patena, oh Dios mío, la esperada cosecha de este nuevo esfuerzo. Derramaré en mi cáliz la savia de todos los frutos que serán hoy triturados”.

“Mi cáliz y mi patena son las profundidades de un alma ampliamente abierta a todas las fuerzas que, en un instante, van a elevarse desde todos los puntos de la tierra y converger en el Espíritu... Ahí está la materia de mi ofrenda a Dios en esta Misa celebrada sobre el mundo”». Es una liturgia en la que intervienen en calidad de sacerdotes de la criaturidad las vinas y los granos de trigo, pero se les unen concelebrando desde el repollo hasta las alcachofas, están presentes las aceitunas, los higos, las manzanas, los exóticos frutos aportan su voz a la masa coral y, con sus cantos gregorianos y sus voces cultivadas en el bel canto, alaban y se postran para pedir –también ellos- ser benditos y ser admitidos en el unísono y en la unanimidad de los que alaban y dan gracias. Nadie en la naturaleza quiere exceptuarse, las bestias doblan sus patas delanteras y los peces, vienen todos a la superficie y con el rítmico abrir y cerrar de sus boquitas, se aúnan a los alabantes. Contemplemos las olas y cada gota del basto mar ensayar su ballet de milimétrica coreografía en una danza litúrgica para celebrar esta Eucaristía Universal.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges al mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

Ha quedado dicho, Dios no es patrimonio exclusivo de ningún pueblo y ninguna cultura; ni podrá ser acaparado por ninguna raza ni por partido alguno. Es Dios de todos y de todo lo creado.

Revelación

Tanto el Salmo como la Segunda Lectura tomada del Apocalipsis se refieren a realidades que ya pero que todavía no. El salmo clama para que algo llegue. Apocalipsis (palabra que no podemos olvidar que significa Revelación) nos trasporta a la montaña para que podamos ver más allá, al otro lado del presente, al futuro; nos deja así entrever desde ya lo que “todavía no”. Parecido a la Transfiguración, el Espíritu Paráclito, nos da una muestra, un anticipo, una saboreadita para que sepamos desde ya, para apuntalar nuestra fe. El Espíritu Santo sabe cuánto lo necesitamos para sostenernos en medio de realidades defraudantes, desalentadoras, descorazonadoras. Entonces el Espíritu viene con su “vitamina” y nos deja constatar, lo que de otra manera nos está velado.



¿Qué hay detrás de la montaña?, es decir, ¿qué hay más allá del presente inmediato? ¡Son los ojos de la fe los que pueden ver! Jerusalén, la Ciudad Santa. Y ¿cómo es? Como un verdadero diamante fulgurante. Es la Iglesia en su papel líder. ¿Cómo podemos reconocer en esta Ciudad de la Paz (Ieroshalen significa la Ciudad de la Paz) a la  Iglesia? Sencillo, ¿sobre qué está fundada su “muralla”? observemos, sobre los nombres de los Doce “Apóstoles del Cordero”. Cabe alguna ambigüedad, quien no lo ve es porque no lo quiere ver.

¿Otro poquito de prueba? ¿Quiénes están sobre las Doce Puertas? Doce Ángeles, con Doce Nombre escritos. ¿Cuáles? Los de las Tribus de Israel. El Pueblo escogido recibió la herencia y le cupo la gloriosa responsabilidad de aportar los primeros Discípulos, los que habían de construir la “Muralla”, la Primeras Comunidades, responsables de la trasmisión al mundo entero.

Sin embargo, no se trata de un Templo, el Templo es exclusividad de la realidad previa, de la antigua Jerusalén. Pero, donde está el Cordero no se necesita Templo, El Cordero es el Templo y su Luz reemplaza todas las velas y todos los cirios del Universo; Él mismo es el Cirio Pascual Viviente, cuya Cera Arderá por toda la Eternidad. Brilla más que el Sol porque su resplandor es el del Justo.



«Al no haber Templo en la nueva Jerusalén… Desaparece… la separación entre santo y profano, entre sacerdote y laico, entre cristiano y no cristiano. Ahora toda la ciudad es santa, todos son sacerdotes, todos ven a Dios y llevan su nombre en la frente.»[3]

Recibiremos la ayuda del Paráclito

¿Por qué se nos revelan anticipadamente sucesos que sólo después acaecerán? Jesús nos lo explica en la perícopa del Evangelio de San Juan que leemos en este VI Domingo de Pascua. καὶ νῦν εἴρηκα ὑμῖν πρὶν γενέσθαι, ἵνα ὅταν γένηται πιστεύσητε. “Se lo he dicho ahora, antes de que suceda para que cuando suceda, crean”, es decir, la revelación de lo venidero se da para fortalecer nuestra fe. (Jn 14,29)

¿Y cómo pasamos a ser parte de esa muralla de la Nueva Jerusalén? También a este interrogante responde el Evangelio: ἐάν τις ἀγαπᾷ με τὸν λόγον μου τηρήσει, καὶ ὁ πατήρ μου ἀγαπήσει αὐτὸν καὶ πρὸς αὐτὸν ἐλευσόμεθα καὶ μονὴν παρ’ αὐτῷ ποιησόμεθα. “El que me ama cumplirá mi Palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada” aparecen dos palabras importantísimos en esta perícopa: Por una parte el verbo ἀγαπάω que ya varias veces hemos considerado, se trata del verbo amar, hemos comentado también que se trata de ese amor desinteresado que no busca reciprocidad, amor misericordioso, amor divino. De otra parte, μονή, ῆς, ἡ , sustantivo que hemos traducido morada, habitación, cuarto, alojamiento.



Nuevamente, así como en la Primera Lectura, el Espíritu Santo, el Paráclito que envía el Padre es el que guía, el que orienta; en la perícopa evangélica nos dice Jesús que ὁ δὲ παράκλητος τὸ πνεῦμα τὸ ἅγιον, ὃ πέμψει ὁ πατὴρ ἐν τῷ ὀνόματι μου ἐκεῖνος ὑμᾶς διδάξει πάντα καὶ ὑπομνήσει ὑμᾶς πάντα ἃ εἶπον ὑμῖν ἐγώ. “el Espíritu Santo nos διδάξει enseñará todas las cosas y ὑπομνήσει ὑμᾶς πάντα ἃ εἶπον ὑμῖν ἐγώ nos recordará todo cuanto yo les he dicho”.

Así vamos entrando en conciencia del Pentecostés que estaremos celebrando el próximo domingo 19 de Mayo. «Esta es la mayor explicación del Espíritu Santo en toda la Biblia. Él ayuda a la comunidad a descubrir en tiempos y lugares diferentes, el camino del proyecto de Dios, que es libertad y vida para todos.»[4]


[1] Storniolo, Ivo. CÓMO LEER LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES. EL CAMINO DEL EVANGELIO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá – Colombia. 1998. p. 144

[2] Gourges, Michel EL EVANGELIO A LOS PAGANOS Hch 13-28. Cuadernos Bíblicos #67. Ed. Verbo Divino Navarra- España 1991. pp. 29-30
[3] Richard, Pablo. APOCALIPSIS RECONSTRUCCIÓN DE LA ESPERANZA Colección Biblia 65 Ed. Tierra Nueva y Centro Bíblico “Verbo Divino” 3ª ed. 1999. Quito Ecuador p. 227
[4] Bortolini, José. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE JUAN. EL CAMINO DE LA VIDA. Ed San Pablo Bogotá Colombia 2002. p. 156