sábado, 23 de febrero de 2013

PARUSÍA ANTICIPADA





Subir a la montaña

Nuestra experiencia señala momentos cruciales en los cuales alcanzamos una particular profundización en el conocimiento de una persona. Se nos ocurre decir, a manera de ejemplo, cuando de pronto, hemos conocido un médico, y lo visitamos con regularidad, y hasta lo hacemos nuestro médico personal, hasta ahí lo tenemos por un “buen médico”, pero cierto día, nos enteramos que ha logrado sanar un enfermo muy grave, o que está atendiendo a un grupo de enfermos de cierta afección y logrando avances donde otros no estaban logrando nada, o leemos en los periódicos que ha descubierto cierto medicamento dirigiendo un grupo de investigación, o que vienen pacientes de otros países para hacerse tratar por él, o que ha sido galardonado por su ejercicio profesional, en ese punto, el “buen médico” pasa a ser una “eminencia” en su profesión, y, lo empezamos a ver con otra mirada, le reconocemos su autoridad científica, y empezamos a tenerle aún mayor confianza, en sentido médico por supuesto.



Usamos la palabra figura, en expresiones tales como “una figura en el mundo del arte”, “una figura pública”, “una verdadera figura en el contexto de la moda”, “tal persona ocupa un lugar destacado siempre que nos referimos a las figuras discográficas”, … parece ser que este giro en el uso de la palabra figura nos viene del mundo teatral, donde significaba “personaje principal“ de una obra escénica. Así una persona que era una figura periodística, a través de la columna que presentaba en un diario, se “transfigura” en un reconocido filósofo por medio de la publicación de un libro, por ejemplo, o por un ciclo de conferencias muy publicitadas, o por alcanzar cierta notoriedad como profesor de esta cátedra en una universidad de cierto prestigio. Lo que queremos subrayar con estos ejemplos es el proceso “transfigurativo” que alcanzan las personas, en la medida en que las conocemos mejor, o –aunque es lo mismo- que llegamos a ver en ellas, una faceta que nos era desconocida, que traspasa los límites de la rotulación que previamente habíamos operado.

Recordamos que a Jesús se le había rotulado como Juan el Bautista, Elías, Jeremías o algún  profeta cf. Mt 16, 14, en el sinóptico de Lucas dice que la gente ve en Jesús a un “profeta de los antiguos” que ha resurgido, o sea, la “segunda venida” de uno de los profetas pretéritos Cf. Lc 9, 19. Si, esta es una rotulación, metía a Jesús simplemente en el pote de los profetas; Pedro da un paso más, reconoce en Él al “Mesías”, al “Cristo” Cf.Lc 9, 20. En la perícopa de la Transfiguración que leemos en este Segundo Domingo de Cuaresma, damos otro paso, reconocemos a Jesús, no como un simple profeta, sino que ahora sabemos que Jesús es el Hijo de Dios, su Elegido cf. Lc 9, 35.

De otra parte, cuando alguien va progresando, cada vez es más reconocido y va de mejor en mejor, alcanzando cada vez mayores logros, comparando su situación con el ascenso a una montaña, decimos que va “cuesta arriba”; si se nota una desmejora en su status, si por el contrario, avanza de las “maduras hacia las duras”, decimos que “va en bajada” y esta vez estamos aludiendo al descenso de la montaña. El punto de inflexión, donde se pasa de la mejoría hacía la decadencia, es “la cima”, siempre guardando la analogía con la montaña.

Con carácter de anécdota: en los primeros días del año, a un grupo de once amigos, todos vecinos de la misma parroquia, y todos más o menos participes de la vida parroquial -colaboradores en mayor o menor grado de la pastoral eclesial- les propusimos una peregrinación a un Santuario cercano, se trataba de subir, orar, asistir a la Eucaristía, y bajar. ¡Sólo tres de ellos nos han acompañado! ¡Que rico la pasamos allí, además, casi que hicimos nuestras tres chozas allí, comiendo tamal con chocolate!

El profeta Abram

La perícopa que forma la Primera Lectura de este segundo Domingo de Cuaresma, está tomada del Génesis, capítulo 15, versos 5 – 12 y 17-18, o sea del 5-18 excepto los 4 versos 13-16. Se trata de la Alianza que el Señor sella con Abram (todavía no le había cambiado el nombre por el de Abraham).

El Señor le ofrece una tierra la franja que va desde el rio de Egipto, el Nilo, hasta el Rio Éufrates, y una descendencia más amplia que el número de las estrellas. Y como Alianza בְּרִ֣ית [berit], le señala una liturgia para “sellar” este pacto: el Sacrificio de una ternera, una cabra, un carnero(todos ellos de tres años), una tórtola y un pichón. Por su parte el Señor pasa, en medio de una densa oscuridad, en forma de brasero humeante y de antorcha encendida (cualquier similitud con la nube y las vestiduras resplandecientes es pura coincidencia) coincidencia puesto que son los signos conexos con la Presencia de Dios, la Shekina en una Teofanía.



Así es, se trata de otra teofanía, Dios se está PRESENTANDO ante Abram, y le habla y sella el pacto de la Alianza, consumiendo los animales que partidos por la mitad, mitades que son puestas en el ara del sacrificio una frente a la otra (menos las aves que no fueron partidas.

Gianfranco Ravasi presenta su análisis de esta perícopa señalando cómo Abram entra en la categoría de los profetas porque esta Teofanía reviste la estructura verbal típica del diálogo Dios-profeta: «En la célebre perícopa de Gn 15, 1-6, tan apreciada por Pablo Rm (4, 3), se introduce en escena dos veces a Abrahán con la terminología típica de la revelación profética: “En aquellos días Abrahán recibió en una visión la palabra del Señor… (v.1) El Señor le dijo lo siguiente” (v. 4)»[1]

Salmo del huésped del Señor.

Se atribuye este Salmo 27(26) a David quien manifiesta que quiere ser siempre huésped en el templo de YHWH יְהוָ֤ה: אַחַ֤ת ׀ שָׁאַ֣לְתִּי מֵֽאֵת־יְהוָה֮ אֹותָ֪הּ אֲבַ֫קֵּ֥שׁ שִׁבְתִּ֣י בְּבֵית־יְ֭הוָה כָּל־יְמֵ֣י חַיַּ֑י לַחֲזֹ֥ות בְּנֹֽעַם־יְ֝הוָ֗ה וּלְבַקֵּ֥ר בְּהֵיכָלֹֽו׃ una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida. Gozar de la dulzura del Señor adorando en su Templo.

También en este caso se trata de una teofanía. La “figura” del Salmo es, en este caso, el Rey. Primero lanza una exclamación de confianza en Dios, su protección. En la segunda parte señala los posibles peligros y la intervención de YHWH que lo salva. Luego, en la tercera parte, señala su situación tan difícil y los muchos trabajos por los que pasa, finalmente, en la cuarta parte se pronuncia el oráculo: «Ten confianza y espera en el Señor. Se valiente. Ten valor, ten confianza en el Señor.» Por esta razón se le ha denominado salmo dela Confianza.

Podríamos decir que el meollo sálmico es la oración. Todo el ruego, la presentación de la delicada situación por la que se atraviesa es una verdadera plegaría. Todo el salmo está construido en clave orante.

La tarea es permanecer en la fidelidad

La Carta a los Filipenses es una exhortación a vivir en la fidelidad al Señor. Habrá sin duda una segunda venida, la Parusía, cuando el Señor volverá revestido de gloria y hará de nuestro cuerpo miserable un cuerpo glorioso.

Aquí nos habla San pablo de nuestra ciudadanía verdadera. El Cielo. Por eso debemos ser fieles a las enseñanzas de San Pablo imitándolo en su ejemplo. Y no vivir como enemigos de la cruz, viviendo según su κοιλία vientre, lo cual conduce a su perdición.

Los que viven según su vientre están verdaderamente confundidos: se enorgullecen de lo vergonzoso y, por el contrario, viven sólo de lo terrenal, descuidando los asuntos de nuestra verdadera patria (recordemos que patria es la heredad recibida del padre, si llamamos Padre a Dios, la tierra que Él nos dará, no es la franja del Nilo al Éufrates, sino la Vida de la Gracia.

Por lo tanto, hemos de vivir como amigos de la Cruz. Porque la cruz señala la vía de la Salvación.

La transfiguración

¿Por qué se va Jesús al monte? Para orar. Así como busco enfrentarse a la búsqueda de su identidad y a la lucha en el desierto (lo contrario del Paraíso Terrenal, de donde nuestros Primeros Padres se hicieron expulsar), esta vez Jesús se retira a la montaña para sumirse en oración. Allí no lo acompañan todos sus discípulos. Sólo van Pedro, Santiago y Juan, «No podemos dejar de ver la relación con Éxodo 24, donde moisés lleva consigo en su ascensión a Aarón, Nadab, y Abihú…»[2].



«De nuevo nos encontramos –como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración- con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pensar en los diversos montes de la vida de Jesús como en un todo único: el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y por último, el monte de la ascensión…»[3]



«Pero resaltan en el fondo también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los mkontes de la revelación del antiguo Testamento, que son todos ellos al mismo tiempo montes de la pasión y montes de la revelación y, a su vez, señalan al monte del templo, en el que la revelación se hace liturgia.»[4]. A nuestra mirada falta hacer mención aquí del Monte Carmelo donde Elías cito a los falsos profetas, profetas de Baal de quien ningún dios aceptó las ofrendas, mientras las ofrendas hechas por Elías fueron consumidas por el fuego del señor, consumiendo hasta el agua que en cantidades muy generosas, durante la liturgia de su culto había hecho derramar el Profeta. Elías dio la orden de atrapar a los profetas de Baal y él mismo con sus propias manos los degolló. 1Re 18, 20-40.


Leemos en el Libro del Sirácida «”Entonces surgió un profeta como fuego, cuyas palabras eran horno encendido” (Si 48, 1). El símbolo de Elías es el fuego. Y no sólo por la famosa ordalía del Carmelo (1Re 18), sino también por celo imposible de encadenar de su testimonio encendido ya en su mismo nombre: “¡Sólo el señor es Dios!” Elías es la personificación del ideal profético incluso si sus palabras de fuego no se fijan nunca en una página escrita…»[5]

Tenemos que prolongar la cita de Ravasi buscando justificar por qué están junto a Jesús Moisés, cuya presencia en esta teofanía es explicable y atribuible a su importancia como líder de la liberación del Pueblo escogido de manos de Faraón. Su teofanía de la “Zarza Ardiente” lo justifica con creces, su recepción de las Tablas de la Ley ratifica la lógica Divina al juntar a los Enviados de Dios, junto con Jesús, cúspide de toda revelación. Sin embargo, tal vez sea menos evidente por qué Elías. El otro día supimos de un niño que preguntó ¿Cómo sabían los discípulos que eran precisamente Moisés y Elías? Ya vemos por qué Moisés, sigamos citando a Ravasi para comprender, o al menos vislumbrar, ¿por qué el otro acompañante de Jesús era precisamente Elías?


«El Jesús que nos ofrece las páginas de Lucas remite con frecuencia a la figura de Elías. Más aún, parece que a Jesús le gustaba presentarse bajo el perfil del ardiente profeta de Israel. En el discurso programático pronunciado en la Sinagoga de Nazaret, se refiere explícitamente al milagro de la viuda de Sarepta (Lc 4, 25-26), con quien está vinculada también la resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-17) Elías y Moisés acompañan a Jesús en la gloria de la Transfiguración (Lc 9, 30-33) ; a él alude Jesús una vez más cuando exclama: ¡Fuego he venida a encender en la tierra y ¡qué he de hacer sino que arda!” (Lc 12, 49). Y en la mente de Jesús está presente la escena de Elías que llama a Eliseo, a quien encuentra “mientras araba con doce yuntas de bueyes” (1R 19, 19), cuando declara: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”(Lc 9, 62).»[6]



«No todos reconocen a Elías como profeta de Yavé. Para Acab, el rey, es el “enemigo” (1Re. 21, 20); el “flagelo de Israel” (1 Re. 18, 17). Para los funcionarios del rey, es un desconocido de apariencia extraña, vestido de pieles (2 re. 1, 6-8). Para la reina Jezabel, es una persona peligrosa que debe ser exterminado lo más rápido posible (1Re. 19, 2). Los grandes no lo reconocen porque defienden intereses contrarios… Los pequeños reconocen en Elías el “hombre de Dios que habla las palabras de Dios, porque tiene los mismos intereses; su práctica está de acuerdo con las consecuencias de la alianza… Sólo la práctica, de acuerdo con las exigencias de la alianza y de la ley de Dios, es la que abre los ojos para poder descubrir el llamado de Dios presente en las personas y en los hechos de la vida. Así era en los tiempos de Elías, y así continua siendo hoy. Sólo los pequeños supieron reconocer la verdadera identidad del profeta y aceptar su mensaje.»[7]




[1] Ravasi, Gianfranco. LOS PROFETAS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá 1996. p. 12
[2] Benedicto XVI. JESÚS DE NAZARET. Ed. Planeta Bogotá – Colombia 2007 p. 360
[3] Ibid
[4] Ibid
[5] Ravasi, Gianfranco. Op. Cit. p. 13
[6] Ibid. pp.13-14
[7] Mesters, Carlos. EL PROFETA ELÍAS. HOMBRE DE DIOS. HOMBRE DEL PUEBLO. Colección Biblia 13. p. 33

sábado, 16 de febrero de 2013

CONTRA TENTACIÓN, IDENTIDAD ESPIRITUAL



Dt  26, 4-10; Sal 91(90), 1-2. 10-15;Ro 10-8-13; Lc 4, 1-13.



Necesidad de tener identidad

Existe una dialéctica entre el concepto de “individuo” y el de “identidad”. La identidad podríamos definirla grosso modo como el conjunto de afirmaciones que contestan a la pregunta “¿Quién soy?” Pero, contestar a la pregunta sobre mi identidad implica poder establecer dónde empieza y donde termina mi “ser”, es decir, poder establecer unos límites donde empieza el no-yo.

Esta frontera es tanto más borrosa cuento el “no-yo” como el “yo” son fluidos, es decir, cambian con el tiempo y según las relaciones que establezco con el “no-yo”.

Podríamos afirmar que esos “limites” cambian histórica y políticamente. Se puede ejemplificar el cambio político observando la plasticidad de la frontera entre el “yo” y el “no-yo” en una pareja que pasa de la amistad al noviazgo, y luego del noviazgo al matrimonio, y luego del matrimonio a la paternidad compartida. El cambio histórico podría ejemplificarse observando la misma plasticidad en cuanto a la frontera entre el “yo” y el “no-yo” de un bebé, un niño, o del mismo llegado a la adolescencia, a la adultez, y posteriormente, a la senilidad.

La palabra “individuo” tiene su origen latino en la idea de in-divisibilidad. In-dividuo significa in-diviso. Con afán pedagógico, solemos insistir también en el significado de la palabra “diablo” que se deriva de “diábolo”=el que divide. El individuo es entero, indiviso; mientras que “el pecador”, aquel en quien el Diablo ha logrado hacer mella, está dividido, fraccionado, roto.



El problema surge cuando se pierde de vista la identidad del individuo y se piensa de él (o de sí mismo) como si fuera una isla que termina exactamente allí donde termina la tierra y empieza el agua. Pero el individuo no acaba allí, se extiende más allá según la “conciencia –temporal” o histórica de sí-mismo y según sus nexos con otros. Sabemos, y es una verdad de Perogrullo, que no somos autosuficientes, comemos lo que otros cultivan, producen, procesan, preparan; nos vestimos con lo que otros fabrican, confeccionan; usamos un lenguaje y por tanto empleamos palabras y conceptos que otros han creado y articulado en el sentido de utilizarlas y aplicarlas en su intento de “comunicarse”; convivimos con otros, amamos a otros, afectamos a otros. Como dijera John Donne, “Ningún hombre es una isla”:

«¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?   

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.»

Allí están, quien hizo la campana, quien la colgó en algún campanario, quien la tañe, el cadáver, sus dolientes, y yo, que no me puedo desligar absolutamente de ninguno de ellos a pesar de mi alteridad, la vida y la muerte de cualquiera me afectan; mis fronteras no son como las de la isla, son tan fluidas que se expanden o se retraen según la diástole y la sístole de mi egoísmo, de mi avaricia, de mi despotismo, de mi autoritarismo, de mi vanidad y de mi sed de figurar.

Jesús se retira, llevado por el Espíritu, el mismo Espíritu que Él nos entrega con su Pascua, al desierto, a la soledad donde en “tranquila-lucha” profundiza su identidad. Sólo alguien con muy clara identidad puede resistir el embate del Malo que procura “astillar” al Hombre, “dividirlo”, “fracturarlo”, “desmoronarlo”, “desportillarlo”.



¿Dónde ataca el Malo? Precisamente en la línea de flote de la “persona” «las tres líneas que constituyen nuestra existencia: haber-poder-valer.»[1]

El individuo cercenado por el individualismo o sea la fetichización del individuo es conducido a verse a sí mismo como una isla que empieza y termina allí donde empieza y termina su piel, así como la isla ingenuamente cree empezar y terminar allí donde ve los bordes del agua lindando con sus orillas, inconsciente que por debajo, en el fondo, es una con la continuidad continental y su a-isla-miento es sólo aparencial.

«Sin el continuo descubrimiento de mi identidad, sin el retorno a la raíz del ser que es un giro hacía Dios, me identifico con las cosas, me siento a su merced, disponible, sin peso específico propio, y sigo “cosificando” a las criaturas, incapaz de descubrir el orden dinámico que, en el fondo, es la adoración existencial del mundo… Separamos, así, la historia del individuo de la historia del mundo; hacemos de la “historia del alma”, la “historia”. Y cuando el hombre sin identidad se pierde en la historia y su conciencia ya no es capaz de emerger de ella, el mundo se vuelve fútil.»[2]

Reconocer tu propia raíz

La Primera Lectura, tomada del Deuteronomio, (igual que todas las citas Escriturales que usa Jesús para responderle al Diablo) nos habla de los orígenes del “Pueblo Escogido”. No fue escogido por fuerte, por militarmente poderoso, por la singular belleza de esta raza, ni por su acrisolada fidelidad. Su elección como pueblo escogido suena a ironía: Es el pueblo más impropio para su elección. Pero al releer la Sagrada Escritura descubrimos que Dios siempre elige al más débil, al más pequeño, al menos agraciado, al más pobre: Estamos pensando en la elección de Abrahán, de Jacob, de David, de Mateo de Saulo…



¿Qué debemos hacer cada vez que nos presentamos ante Dios? Reconocer nuestro origen, en el caso del “Pueblo Escogido”, decir:
 אֲרַמִּי֙  אֹבֵ֣ד  אָבִ֔י  וַיֵּ֣רֶד  מִצְרַ֔יְמָה  וַיָּ֥גָר  שָׁ֖ם  בִּמְתֵ֣י מְעָ֑ט  “Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto y se estableció allí con muy pocas personas;…” (Dt. 26, 5b)  וַיָּרֵ֧עוּ  אֹתָ֛נוּ  הַמִּצְרִ֖ים  וַיְעַנּ֑וּנוּ  וַיִּתְּנ֥וּ  עָלֵ֖ינוּ  עֲבֹדָ֥ה  קָשָֽׁה׃ “Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud”. (Dt 26, 6).

Este ritual repetido en la presentación de las primicias de cada cosecha permitirían al Judío reconocer con humildad sus orígenes, saber a ciencia cierta que era la Graciosa e inmerecida Bendición de Dios expresada en una patria cuya tierra manaba leche y miel.

No recibieron las preferencias de Dios por mérito propio sino por pura gratuidad brotada de la infinita Misericordia del Señor.

Recordar que Dios nos oye

Para este Primer Domingo de Cuaresma tenemos un Salmo Cuaresmal por excelencia. Se trata del Salmo 91(90), se trata de un Salmo de Peregrinación venidos desde todos los puntos a la visita del precepto judío al Templo, han peregrinado desde sus puntos de habitación hasta el Corazón de Israel, hasta el atrio del templo. El salmo tiene dos partes principales, después de la exclamación inicial (formada por los versos 1 y 2), viene una catequesis, que se hacía en las propias puertas del Templo, se trata de los versos 3-8; que junto con el verso 9 no se leen en esta fecha, es una especie de segunda exclamación inicial de la segunda parte. Los versos 10-16 si se leen, la respuesta de Dios ofreciendo su defensa y protección; después de la “incubación” se recibe el “oráculo” (versos 14-16) que, está pronunciado en primera persona:

Puesto que tú me conoces y me amas, dice el Señor,
Yo te libraré y te pondré a salvo.
Cuando tú me invoques yo te escucharé,
Y en tu angustia estaré contigo,
te libraré de ella y te colmaré de honores.

La conciencia de nuestra propia identidad nos hace sentirnos resguardados por la Infinita Misericordia del Señor. No sólo sabemos nuestro origen sino que además identificamos a nuestro Cuidador.

Según lo que somos así procedemos

El valor de la identidad es que nos permite actuar con seguridad y con “profesionalismo”. Por ejemplo el médico, que se sabe preparado y bien capacitado actúa en consonancia; el bombero, combate el fuego y con “profesionalismo” enfrenta las llamas y las sofoca; el electricista, sabiendo que ha recibido la capacitación indispensable y que cumple con los requisitos profesionales, instala o resuelve las dificultades en las instalaciones eléctricas. Y, el adagio popular conmina a cada profesional a dedicarse a lo suyo en conformidad con los principios de la subsidiariedad: “Zapatero a tus zapatos”.

¿En qué consistiría pues esa subsidiaridad de la fe? Nos responde San Pablo en Romanos 10, 8-13. En dos cosas:

a)    Declarar con la boca el señorío de Jesús
b)    Creer con el corazón que su Padre lo resucitó de entre los muertos.

No basta reconocer el señorío de Jesús en nuestro fuero interno, es preciso comunicarlo, proclamarlo. ¿Quién podría callar tal Verdad y no compartirla? Siendo, como lo es, una Verdad de semejante calibre y con semejantes consecuencias en toda nuestra existencia que compromete nuestra salvación, ¿Quién podría guardar silencio y escatimarla para sí solo? Al revés, ¡ay de mí si no lo anuncio!(1Cor 9, 16c).

Tampoco puedo aceptar mi fe “de dientes para afuera” y salvarme. Mi aceptación de la Resurrección debe enraizarse en el núcleo mismo de mi identidad; es un fundamento de mi vida de creyente, que repercutirá e iluminará mi actuar. Resonará desde los meollos de  mi ser hasta la punta misma de cada una de mis acciones. (Cf. Lc 19, 40). Mi identidad me compromete, tiene consecuencias en mi vida práctica, dota de una orientación definida mi manera de ser y todas mis decisiones. Específicamente, me compromete a vivir como hermano de todos mis semejantes puesto que todos ellos comparten conmigo la misma paternidad, y en el crucificado, la misma hermandad, la misma fraternidad.

Al decir fraternidad, debemos tomar en cuenta que se trata de una fraternidad ampliamente inclusiva, como lo leemos en Romanos: “Ya que no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, esplendido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por Él. Ro 10, 12-13.

Todo esto lo dice San Pablo refiriéndose a lo que escribió Moisés. Dice que allí dice que… Por eso, el traductor pone al inicio de la perícopa de hoy: “La Escritura afirma…” Ro 10, 8a.


¿Dónde está la fuente de nuestra Identidad?

Dijimos más arriba que Jesús apela a las Sagradas Escrituras para responder los ataques del Diablo. Esto además nos enriquece puesto que nos da un indicativo de las fuentes mismas de nuestra identidad. Nuestra identidad no es una adivinanza, no tenemos que leerla en una bola de cristal, ni consultar a los nigromantes para hallarla. ¡Tampoco amerita horóscopos, zodiacos ni barajas de naipes!



Dios no escatimó su Misericordia sino que se nos reveló, para conocer nuestra identidad están las Sagradas Escrituras sobre las cuales vela con maternal cuidado pastoral nuestra Santa Madre Iglesia. Su celo pastoral las guarda de caprichosas interpretaciones, de toda tergiversación. Ella, en su desvelado cuidado las alumbra con la Lámpara de la Sagrada Tradición, y con igual celo pastoral las Anuncia y nos convoca también a todos los bautizados para que con igual celo las difundamos cumpliendo el encargo de declarar con la boca el Señorío de Jesús y creer con el corazón que fue resucitado.

Una palabra sobre nuestro Papa

Existe un paralelismo evidente entre el episodio de las tentaciones y la decisión de Benedicto XVI, nuestro querido Pontífice y Vicario de Jesús en la tierra.

Puede existir la tentación de perpetuarse en la Sede Petrina hasta la muerte como la tradición lo había establecido. Empero, para bien de la Iglesia y no por intereses personales ni mucho menos por alguna especie de traición; para una Comunidad de fe que necesita de un líder lleno de vitalidad capaz de moverse a todo lo largo y lo ancho del planeta con agilidad para responder a la demanda de todos los pueblos de la tierra que lo llaman y lo invitan y lo quieren ver; con una decisión que seguramente le ha costado lágrimas, se hace a un lado, para darle paso a un Sucesor que tenga las capacidades físicas que la era de la globalización exige.



No se está retirando de la Iglesia y no se trata de algún sisma soterrado como la prensa amarillista –siempre a la caza de escándalos atractivos para sus consumidores- se afana en suponer y descubrir.

Hay, eso sí un contraste con Su Santidad Juan Pablo II, quien manifestó no abdicar porque Jesús no se había bajado de la cruz. Podemos afirmar que Juan Pablo II quien llegó al pontificado a la temprana!!!  Edad de 58 años y con casi 27 años en el Pontificado tuvo tiempo y vitalidad suficientes para “echar a  rodar la bola” que por su propia inercia podía resistir su menguada agilidad de los últimos tiempos, para –gozando de los frutos de su obra en todos los años anteriores - mantenerse hasta el último momento en el Solio Pontificio.

Benedicto ha asumido la Sede de Pedro con 78 años, después de haber servido a su Iglesia desde el Arzobispado (desde el 24 de marzo de 1977) y desde el Cardenalato  (desde el 27 de junio de 1977), o sea, durante 36 años; era, como se pensó desde el principio, un Papado de Transición. Nos parece valiente y casi heroica su abdicación que trae a La Iglesia la oportunidad de una oleada de Nueva Savia a la Barca de Pedro, desde la cual Jesús –el mismo hoy, mañana y siempre- sigue predicando a través de su Vicario y por medio de  todos los que en nuestra calidad de bautizados somos Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, sus elegidos.

Como Iglesia que somos, nos confiamos a la gracia del Espíritu Santo que pilotará esta Barca Apostólica y con toda seguridad nos dotará del Pontífice que la Iglesia Católica requiere hoy y para los años venideros. De este momento histórico la Iglesia saldrá fortalecida si a nuestra fe no le pasa lo que a Pedro cuando caminó sobre las aguas.



A Benedicto XVI no podemos más que agradecerle toda una vida de solidez cristiana y su pastoreo de la grey, ya desde los tiempos del II Concilio Vaticano, ha sido un verdadero intelectual acorde con los albores del siglo XXI, un Papa sabio, inteligente, y su inteligencia se ha mostrado esplendorosamente sabia rayando en la santidad, aunada a su obediencia al hálito del Espíritu Santo, que sopla donde quiere, y que esta vez ha soplado en el velamen de su corazón. Ahora se retirará a su desierto: un convento, para consagrase a la contemplación. Al Papa decimos muchas gracias Siervo Fiel.



[1] Paoli, Arturo. LA PERSPECTIVA POLÍTICA DE SAN LUCAS. Ed. Siglo XXI Editores. 5ta ed. 1973. Bs As. –Argentina p. 29
[2] Paolo, Arturo. DIÁLOGO DE LA LIBERACIÓN. Ed. Carlos Lohlé. Bs. As. Argentina 1970  p. 184

domingo, 10 de febrero de 2013

¡QUIERO SER UN PESCADOR DE LOS TUYOS!





Abre mi corazón, Señor,
para que entienda que todos los días
me toca a mí ir mar adentro,…

Averardo Dini

El Señor capacita

Es sorprendente y raya en lo inimaginable todo lo que un ser humano puede llegar a hacer y qué límites puede traspasar en su capacidad de sufrimiento, en su sobre pasamiento de las fronteras humanas, gracias a la asistencia del Espíritu Santo. Basta leer la vida de los santos, basta estudiar la trayectoria de los mártires. La exclamación que se nos viene a los labios es –claro- de respeto admirado por tanta valentía, a la vez que supera toda comprensión: ¡Qué locura!



Si, ¡locura santa! Cuando sabemos que muchos mártires con sólo haber abdicado de su fe habrían “salvado el pellejo”. Cuando usamos este giro idiomático se hace evidente la lógica del mártir: ¡Qué poco vale el pellejo para salvarlo, comparado con el Amor de Dios! Se nos dirá que eso no tiene nada que ver con el Amor de Dios, y tendremos que decirles que tiene todo que ver. Esa es la fidelidad, negarlo es la infidelidad, renunciar a Él es perderlo todo, perder la vida porque Él es la Vida misma.

En el profeta Isaías, perícopa que da motivo a la Primera Lectura de la liturgia de este V Domingo del Tiempo Ordinario, se apela a la figura literaria de la brasa tomada del Altar con unas tenazas, o sea, una brasa ardiente, que para no quemarse se manipula con pinzas. Esa brasa no proviene de cualquier fuego, viene del Altar que roza la Orla del Manto del Señor.

Cabe notar que se hace mención de los שְׂרָפִ֨ים “serafines” palabra hebrea que significa “seres de fuego” o mejor aún “ser ardiente”. Leyendo atentamente la perícopa de este Domingo podemos llegar a una definición de serafín:

Primero que todo, son seres dotados de tres pares de alas: (aunque esta parte de la perícopa no está incluida en la Primera lectura de este Domingo), con dos alas se cubren la cara, con otras dos se cubren los genitales el testo hace aquí una paráfrasis y lo dice de manera recatada: וּבִשְׁתַּ֛יִם  יְכַסֶּ֥ה  רַגְלָ֖יו  “se cubren loa pies”) y con las otras dos vuelan.

El segundo elemento de la definición es que son cantores, su himno reza así: קָדֹ֧ושׁ  קָדֹ֛ושׁ  קָדֹ֖ושׁ  יְהוָ֣ה  צְבָאֹ֑ות  מְלֹ֥א  כָל־  הָאָ֖רֶץ  כְּבֹודֹֽו׃ “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos צְבָא֑וֹת [sebeot] (de las huestes, dice el texto original, que eran agrupaciones integradas especialmente para guerrear, gente armada para este propósito además de mercenarios muchas veces las huestes se armaban con confederaciones organizadas con tal propósito incluyendo gente extranjera contratada para prestar ese servicio), su Gloria llena la tierra”.



Pero, definitivamente el primer rasgo de su definición es que están junto al Señor.

Retornemos a nuestro tema. ¿Cómo el Señor nos entrega los carismas necesarios? En la figura literaria pringa nuestros labios impuros, impuros porque son los labios de gente que pertenece a un pueblo impuro. Y la brasa cumple esa función, es fuego purificador. Una vez hemos sido purificados, estamos listos para asumir y asumirnos para ser enviados: esa “purificación” es una dignificación para ser designado portavoz del Señor, dignificado con las capacidades de cumplir con la misión.



“¿A quién enviaré? Pregunta el Señor, ¿Quién ira de parte mía?; y el profeta, que siente haber recibido por medio de la quemadura de sus labios con la brasa, llevada por manos del Serafín, todos los dones necesarios para ser mensajero, responde: “Aquí estoy Señor, envíame”.

Él nos acompaña siempre, démosle gracias

En el Salmo responsorial nos ofrecemos para unirnos a la corte de los Serafines y ser también cantores de la Alabanza del Señor, diciendo: “Te cantaremos delante de los ángeles, te adoraremos en tu templo.” Lo cual encierra además otro compromiso: a) Alabar al Señor en su templo, es empezar nuestras alabanzas desde ya, es el presente de nuestro compromiso, y b) el compromiso para el futuro escatológico, cantar sus alabanzas en su Celestial Presencia.



Puesto a continuación de la Primera Lectura, después de que el Señor nos dota con lo indispensable para satisfacer el envío a cabalidad. Este Salmo 138(137), nos dice que el Señor, no sólo llama, y no sólo capacita sino que, además, permanece a nuestro lado: “Tu mano Señor nos pondrá a salvo y así concluirás en nosotros tu obra”.

Se trata de un himno, con su estructura tripartita: la invitación a loar al Señor, que en este caso no se propone a la comunidad, sino que está auto-dirigida al mismo salmista, puesta en primera persona “Te doy gracias Señor, de todo corazón; delante de los ángeles cantaré para Ti.”; la sección hímnica en sentido neto y, la conclusión, que en este caso es una súplica, después de alabar al Señor y de reconocer que Él es nuestro Artífice, le rogamos: “Señor tu Amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones.”

Ninguno es llamado por mérito propio

Dice en el Salmo que “el Señor es sublime, se fija en el humilde” Sal 138(137), 6ab. En la Primera Lectura, nos encontramos al profeta que reconoce su indignidad pues forma parte de un pueblo impío. En el Evangelio encontraremos a San Pedro que le ruega a Jesús: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”(Lc  4, 8d), también él reconoce que no es merecedor, que es indigno, que no debe estar delante de Dios, que un humano pecador morirá al ver a Dios; inclusive, los serafines, tapan sus ojos con un par de sus alas para no ser cegados por el resplandor del Tres veces Santo. Por tanto, nadie es llamado por sus merecimientos, por sus propias bondades. Es el Señor nuestro Dios quien en medio de su Sublimidad nos convoca a ser sus enviados.



En la Segunda Lectura, donde continuamos nuestra lectura de la 1Co, esta vez leemos 15, 1-11; allí, San Pablo hace también su confesión de indignidad: “que soy como un aborto. Porque yo perseguí a la Iglesia de Dios y por eso soy el último de los apóstoles (enviado) e indigno de llamarme apóstol. Sin embargo, por la gracia de Dios, soy lo que soy”.

Esto es muy de nuestra incumbencia que muchas veces declaramos -porque desconocemos esta Misericordia de Dios que no pide perfecciones como requisito, sino que nos acepta con todos nuestros altibajos- que a nosotros no nos llamará porque somos tan pecadores, tan indignos, los menos indicados. Recordemos, otra vez: “el Señor es sublime, se fija en el humilde”. 

Se requiere que nos re-enfoquemos

Insistimos en el tema del Evangelio que nos parece de suma importancia: No llamó a los apóstoles para que dejaran de ser pescadores y se metieran de albañiles, o de atletas, o de soldados. Los llamó para que siguieran siendo pescadores. Si hay un cambio, ya no van a pescar peces, ahora van a pescar hombres. Ahora, han sido llamados para subir en “la barca de Pedro”, la Iglesia, y “enseñar a la multitud”.



Se nota cierta arrogancia de Pedro: Maestro, si nosotros que somos pescadores profesionales, y sabemos a qué hora y en qué sitio arrojar las redes, hemos fracasado la noche entera, ¡Cómo se le ocurre que a esta hora del día podríamos pescar algo!

Pese a todo, hay un espacio de obediencia a la Autoridad del Maestro Divino: “pero confiado en tu Palabra, echaré las redes”.



No se trata de hacer otra cosa distinta de la que hacemos, más bien, se trata de re-enfocar lo que siempre hemos hecho, ya no para hacerla por hacer, sino para hacerla en provecho de los “hombres”, dirigiendo, enfocando lo que hacemos en la humanidad, no en la cosa misma. Hacerlo, en lo sucesivo, no como una actividad por ganarnos la vida, o por no aburrirnos, sino con calor humano, con corazón misericordioso. Ese es el cambio que nos pide la llamada, ese es la metanoia esperada.



…en medio de la muchedumbre,
entre los problemas de mí época,
y lanzar la red de tu Palabra
para la gran pesca.

Haz, señor, que yo viva este compromiso
a pesar de que nadie se comprometa conmigo,
dejándome arrastrar
por la corriente de la fe
y por el soplo de tu Espíritu.
Amén [1]






[1] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN. Tomo III-Ciclo C. Ed, Comunicaciones Sin Fronteras. Bogotá- Colombia. p. 58