viernes, 28 de diciembre de 2012

JESÚS, PARADIGMA DE OBEDIENCIA





Esta conjunción entre una novedad radical y una fidelidad igualmente radical… es el verdadero contenido teológico al que apunta el pasaje.

Benedicto XVI

1. La perícopa evangélica en sí

Vamos a ocuparnos de Lc 2, 41-52: «Nos dice que sus padres iban todos los años en peregrinación a Jerusalén para la Pascua. La familia de Jesús era piadosa, observaba la ley.»[1]

«Ha participado… en la “subida” a Jerusalén, la visita al templo, la peregrinación anual que marcaba con el sello del pueblo de Dios a todo israelita adulto en la fidelidad de su fe. Y en la compañía de todos los elegidos. La primera salida de Nazaret para el muchacho que se había criado en aquella remota aldea; la primera aventura lejos del entorno de la infancia; el primer viaje a la capital en compañía de sus amigos y de todas las personas mayores del pueblo, como excursión sagrada, como liturgia a pie, como parábola social de un destino común en el templo venerado, donde Dios es Padre.»[2]

«Israel sigue siendo, por así decirlo, un pueblo de Dios en marcha, un pueblo que está siempre en camino hacia Dios, y recibe su identidad y su unidad siempre nuevamente del encuentro con Dios en el único templo. La Sagrada Familia se inserta en esta gran comunidad en el camino hacia el templo y hacía Dios.»[3]

«Para un muchacho despierto de doce años, que iba creciendo en “sabiduría”, en experiencia, en conocimiento de sí mismo, en profundidad de su conciencia divina y en entrega a su trayectoria humana, aquella escena, llena de luz y color, de voces y alegría, de cánticos y preces, fue una sacudida existencial que avivó los fondos de su personalidad en el escenario de la celebración pascual.
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Al referirnos a este episodio de la vida de Jesús, hablamos de “el Niño perdido y hallado en el Templo”. Pero Jesús ya no era un niño para entonces; y mucho menos “se perdió” en Jerusalén. Más bien habría que hablar del muchacho que “se encontró” a sí mismo en aquella experiencia súbita e intensa de hallarse, por primera vez en su vida consciente, en la Casa de su Padre.

Y entonces hizo lo más natural del mundo en su nueva pero radical circunstancia: se quedó en casa… Para María y para José, este fue un gesto duro e inesperado. Ni siquiera sospecharon el golpe. Anduvieron todo un día de camino, los hombres con los hombres, las mujeres con las mujeres, y los jóvenes con unos o con otros, de modo que nadie los iba a echar de menos, creyendo que irían con el otro grupo.»[4]



En el capítulo 2 de San Lucas, más exactamente en el versículo 44a leemos νομίσαντες δὲ αὐτὸν εἶναι ἐν τῇ συνοδίᾳ “Pensando que iba en la caravana”. Benedicto XVI glosa esta parte diciendo:  «Lucas llama a la comitiva synodía –“comunidad en camino”-, el término técnico para la caravana.»[5]

«Hubo desgarro al notar la falta del hijo, ansiedad en la rápida vuelta a Jerusalén, angustia durante tres días de búsqueda agitada…»[6] Sobre este particular el comentario del Papa nos dice: «… es preciso… dar la razón a René Laurentin cuando nota aquí una callada referencia a los tres días entre la cruz y la resurrección… Son jornadas de sufrimiento por la ausencia de Jesús, días sombríos cuya gravedad se percibe en las palabras de la madre: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2, 48)… En aquellos momentos se hace sentir en María algo del dolor de la espada que Simeón le había anunciado (cf. Lc 2, 35)»[7]



«“¿Por qué nos has hecho esto?”. Dolor de padres ante la conducta del hijo, a quien comienzan a no entender. Y comienzan a no entenderlo porque él ha comenzado a entenderse a sí mismo y ha obrado en consecuencia.
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Jesús disfrutó aquellos tres días como no lo había hecho hasta ahora en su vida: en aquellas pocas horas en el templo, “creció en sabiduría” mucho más de cuanto había crecido durante años en Nazaret. Se encontró a sí mismo con la fuerza sagrada de su origen divino y su nacimiento humano. El camino de vuelta a Nazaret fue muy distinto del camino de ida a Jerusalén. El muchacho de doce años había encontrado la Casa de su Padre. “¿No sabíais que aquí es donde debo estar?”.»[8]

«”Ellos no comprendieron lo que quería decir”, y “su madre conservaba todo esto en su corazón” (Lc 2, 50-51). La palabra de Jesús es demasiado grande por el momento. Incluso la fe de María es una fe “en camino”, una fe que se encuentra a menudo en la oscuridad, y debe madurar atravesando la oscuridad»

2. Obediencia o rebeldía

¿Cómo sería vivir con Jesús, tenerlo permanentemente en casa? Si así como nos lo ha dicho el Papa, la fe de María era una fe en camino, ¿quizá podía –por momentos- caer en la inconsciencia de olvidar quien era su Hijo? Muchas veces nos sucede que al estar continuamente cerca del Señor, por ejemplo con su Presencia Eucarística, hay momentos en que no caemos en la cuenta que Él está allí, totalmente presente en su Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Estando allí, cerca de nosotros, e inclusive en nuestro propio corazón, al Comulgar, nuestro corazón –inundado de indiferencia- no alcanza a percibir, no logra captar, Su Majestuosa Presencia, Su Divino Amor. En ese momento, perdemos a Jesús, de la misma manera que María y José lo perdieron en Jerusalén al partir sin darse cuenta que se iban de regreso a Nazaret abandonando su Preciado Tesoro: el Mesías Encarnado.

Este es un grave riesgo, es el peligro de cotidianizar a Jesús en nuestra existencia. Peligro no solo para los clérigos, para los Ministros Ordenados, sino peligro para todos nosotros, porque cualquiera puede caer en esa ceguera espiritual que le impide verlo allí donde Él está a nuestro lado. Así como la cercanía a los árboles nos impide ver el bosque, así la Presencia de Dios en nuestra vida puede caer en lo rutinario, en lo diario, en la monotonía; y puede, dejar de hablarnos, puede enmudecer, hacerse imperceptible.

¿Cuánta atención espiritual –o debo decir mejor “tensión espiritual”- hemos de poner para prevenir esta catástrofe. Y es fácil caer en ella: Pensar que si no viene en el Grupo de las mujeres, vendrá en el Grupo de los hombres o viceversa. El hecho a constatar es que podemos “perder” a Jesús, que podemos vivir de espaldas a nuestra fe, como ocurre con no poca frecuencia, inclusive, fraccionando la existencia esquizofrénicamente, de tal manera que todo lo que el discipulado pide, queda relegado como un discurso del que se puede dar razón pero del que nuestra vida no participa con su testimonio existencial.



Ahora bien, al analizar esta situación cabe pensar ¿A Jesús le eran indiferentes sus padres y –con sólo doce años- se estaba “volando” de la casa? ¿Era Jesús un mucharejo rebelde queriendo deshacerse de toda autoridad paterna? He aquí la respuesta que nos da Benedicto XVI: «La libertad de Jesús no es la libertad del liberal. Es la libertad del Hijo, y por ese mismo motivo es también la libertad de quienes son verdaderamente piadosos. Como Hijo, Jesús trae una nueva libertad, pero no la de alguien que no tiene compromiso alguno, sino la libertad de quien está totalmente unido a la voluntad del Padre… Esta conjunción entre una novedad radical y una fidelidad igualmente radical que proviene del ser Hijo, aparece precisamente también en el breve pasaje sobre Jesús a los doce años; más aún, diría que es el verdadero contenido teológico al que apunta el pasaje.»[9]

Se podría, simplemente, entender como descuido, ¡qué padres tan despreocupados, tan irresponsables!, ¿Cómo es posible que hayan dejado descuidado y desatendido a un niño de tan sólo doce años? «Según nuestra imagen quizá demasiado cicatera de la Sagrada Familia, esto puede resultar sorprendente. Pero nos muestra de manera muy hermosa que en la Sagrada Familia la libertad y la obediencia estaban muy bien armonizadas una con otra. Se dejaba decidir libremente al niño de doce años el que fuera con los de su edad y sus amigos y estuviera en su compañía durante el camino. Por la noche, sin embargo, le esperaban sus padres.»[10]

Tratemos de entender, pues, la conducta de Jesús. «La persona se define en sus decisiones. Mi identidad se revela en las opciones que tomo… La suma de esas opciones, serias o ligeras, trascendentes o leves, rápidas o dilatadas, es la que va determinando, sumando a sumando, el resultado total de mi personalidad. Mis decisiones labran, golpe a golpe, el perfil de mi alma, y lo revelan al labrarlo… La primera información que tenemos acerca de una decisión tomada por Jesús es su conducta, con sólo doce años, en el templo de Jerusalén… Primera Pascua de su vida joven, que culminará en la última Pascua de su sacrificio final*… En la sinagoga de Nazaret había oído los sábados la explicación de las profecías, había vivido en la recitación de los salmos el anuncio de la redención cercana, había dejado resonar en todo su ser las urgentes plegarias de su pueblo por la venida esperada del Mesías… Pero los rabinos de Nazaret eran gente sencilla y de saber limitado, mientras que ahora en Jerusalén, se le brindaba la ocasión única de escuchar, en su propia cátedra del templo sagrado, a las autoridades, supremas en la interpretación de las escrituras… Por eso se puso a escuchar a los doctores de la ley y a hacerles preguntas. No eran preguntas de niño sabio para poner en apuros a los maestros ante los oyentes. No. Eran preguntas de adolescente interesado… y sentía surgir en las intimidades de su ser acerca de su propia misión, su vida, su relación con su Padre y su compromiso de establecer el Reino de Dios en la tierra. Escuchaba y preguntaba porque quería saber…»[11]

En Lucas 2, 49 se lee: καὶ εἶπεν πρὸς αὐτοὺς· τί ὅτι ἐζητεῖτε με; οὐκ ᾖδειτε ὅτι ἐν τοῖς τοῦ πατρός μου δεῖ εἶναι με;Él replicó: ¿Por qué me buscaban? ¿No saben que yo δεῖ tengo que estar en la casa de mi Padre?” La palabra clave en la explicación de la decisión que tomó Jesús de quedarse en el templo de Jerusalén es el verbo ‘δεῖ’ que significa lo adecuado, lo que se debe, lo natural, lo propio, lo necesario, lo inevitable; en este caso se traduce –nos parece muy adecuado, y que refleja de manera óptima el sentido que tiene en la frase que registra San Lucas- por “tengo que”. «La palabra griega deí usada aquí por Lucas retorna siempre en los Evangelios allí donde se presenta lo que se establece la voluntad de Dios, a la cual está sometido Jesús. Él “debe” sufrir mucho, ser rechazado, sufrir la ejecución y resucitar, como dice a sus discípulos después de la profesión de Pedro (cf. Mc 8, 31). Este “debe” vale también en este momento inicial. Él debe estar con el Padre, y así resulta claro que lo que puede parecer desobediencia o una libertad desconsiderada respecto a los padres, es en realidad precisamente una expresión de su obediencia filial. Él no está en el templo por rebelión a sus padres, sino justamente como quien obedece, con la misma obediencia que lo llevará a la cruz y a la resurrección.»[12]

3. La familia y su función

La vida de Jesús, cada aspecto, cada detalle son sorprendentes, ¿por qué eligió la cruz para morir?, ¿por qué eligió un pesebre a manera de cuna?, ¿por qué quiso tener una familia sí habría podido nacer en un hogar uni-parental, o aparecer en una cesta depositada en cualquier puerta, o –simplemente- haberse aparecido ya adulto sin pasar por ese referente tan, pero tan humano, que es la familia?

Dice el Padre Gustavo Baena que «la vida familiar es todavía un vientre en que se sumerge a la persona hasta que se acaba de construir»[13] En el numeral 48 de la Gaudium et Spes el ser de la familia, según el designio divino está constituido como «íntima comunidad de vida y amor»[14] de lo cual parte Juan Pablo II para afirmar que: «la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor. Por esto la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa.»[15]



Al continuar desarrollando esta idea, da, Juan Pablo II: «cuatro cometidos generales de la familia
1)    formación de una comunidad de personas;
2)    servicio a la vida;
3)    participación en el desarrollo de la sociedad;
4)    participación en la vida y misión de la Iglesia»[16]

Su santidad Benedicto XVI de una manera muy sintética resume señalando las tareas fundamentales de la familia: «que consiste inseparablemente en la formación de la persona y la trasmisión de la fe»[17]

«El Hijo de Dios se hace presente en la sencillez de una familia humana. El nacimiento de Jesús engrandece al género humano y en especial a la familia. Este hogar, donde nace la vida, está enriquecido por las virtudes de un hombre y una mujer, que desde la fe en la promesa, reciben con alegría y esperanza al anunciado por los profetas. Esta pequeña familia recibe en su seno el gran misterio de Dios presente en la persona del Niño, y se convierte en el primer lugar de la solidaridad con el hombre. Así señala el Señor el compromiso de cada familia, de todas las familias de la humanidad: ser el lugar de acogida permanente del Hijo de Dios y el espacio de la solidaridad con todos los seres humanos.

¿Qué hace posible que se obre este gran milagro en una humilde familia? La luz de la fe. Creer en Dios y en su plan de salvación, acoger con toda confianza su propuesta y disponerse para vivir en esa dimensión… Esta familia de Nazaret se convierte en el espacio original para acoger, desde la fe más profunda, el misterio del Verbo encarnado.»[18]

Al concluir su exhortación apostólica dice Juan Pablo II: «…la Sagrada Familia de Nazaret. Por misterioso designio de Dios, en ella vivó escondido largos años el hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas… san José, “hombre justo”, trabajador incansable, custodio integérrimo de los tesoros a él confiados… la Virgen María… Madre de la “Iglesia doméstica”, y gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una “pequeña Iglesia”… cada familia sepa dar generosamente su aportación original para la venida de su Reino al mundo, “Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz”»[19]

Esta aportación se vuelve un imposible si no se cumple con lo que nos señala Benedicto XVI: «Ciertamente, es precisamente la familia, formada por un hombre y una mujer, la ayuda más grande que se puede ofrecer a los niños. Estos quieren ser amados por ambos, por una madre y por un padre que se aman, y necesitan habitar, crecer y vivir junto a ambos padres, porque la figura materna y paterna son complementarias en la educación de los hijos y en la construcción de su personalidad y de su identidad. Es importante, por tanto, que se haga todo lo posible por hacerles crecer en una familia unida y estable.
Con este fin, es necesario exhortar a los cónyuges a no perder nunca de vista las razones profundas y la sacralidad de su pacto conyugal y reforzarlo con la Palabra de Dios y la oración, el diálogo constante, la acogida recíproca y el perdón mutuo. Un ambiente familiar no sereno, la división de la pareja, y en particular, la separación con el divorcio no dejan de tener consecuencias para los niños, mientras que apoyar a la familia y promover su bien, sus derechos, su unidad y estabilidad, es la mejor forma de tutelar los derechos y las auténticas exigencias de los menores.»[20]

En síntesis, «Dios pone ante nosotros a la Sagrada Familia de Nazaret como el modelo a seguir para todas las familias. La unidad familiar es la estructura básica sobre la que está construida la sociedad humana. Una buena familia cristiana es un poderoso testimonio del amor que Dios ha revelado para nosotros en el ejemplo de Jesús y de su relación con su Madre María y con José.»[21]



El Padre Jaime Restrepo** nos propone compromisos concretos para la familia en este año de la fe:


·         En este Año especial de la fe, la familia está llamada a vivir…en un ambiente muy cristiano. Esto significa tener una disposición interior para fomentar la cercanía, el respeto, la obediencia y el buen trato. Como María y José en actitud de oración, de mucho amor a Dios y a los hermanos. Es muy importante el ejercicio de la reconciliación entre los miembros de la familia para restaurar las relaciones rotas, mediante el perdón sincero y la acogida fraterna.

·         La familia… asume un gran desafío, ante la incredulidad y el vacío de Dios que hay en muchos hogares de nuestra sociedad, la familia cristiana se convierte en el lugar de acogida permanente del Hijo de Dios.




[1] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. LA INFANCIA DE JESÚS. Ed. Planeta Bogotá Colombia 2012 p. 125
[2] González Vallés, Carlos. «CRECÍA EN SABIDURÍA…» Ed. Sal Terrae Santander-España pp. 11-12
[3] Joseph Ratzinger-Benedicto Op. Cit. XVI. p. 126-127
[4] González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 13-14
[5] Joseph Ratzinger-Benedicto Op. Cit. XVI. p. 127
[6] González Vallés, Carlos. Loc. Cit.
[7] Joseph Ratzinger-Benedicto Op. Cit. XVI. p. 128
[8] González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 14-16
[9] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI Op. Cit.. p. 126
[10] Ibid p. 127
También Benedito XVI se refiere a este aspecto pascual diciendo en la obra citada: “Así, desde la primera Pascua de Jesús se extiende un arco hasta su última Pascua, la de la cruz.” Op. Cit. p. 128
[11] González Vallés, Carlos. Op. Cit. pp. 11-15
[12] Joseph Ratzinger-Benedicto Op. Cit. XVI. p. 129
[13] Baena, Gustavo s.j. LA VIDA SACRAMENTAL Ciclo de Conferencias dictadas en el Colegio Berchmans Cali-Colombia 1998.
[14] CONSTITUCIÓN PASTORAL GAUDIUM ET SPES ed. Paulinas 3ª ed. 1967 p. 69
[15] Juan Pablo II FAMILIARIS CONSORTIO 22 de Noviembre de 1981 p. 31
[16] Ibid.
[17] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial Madrid – España 2012 p. 48
[18] Restrepo S, Jaime Pbro. NAVIDAD EN FAMILIA, UNA EXPERIENCIA DE FE. En Revista Iglesia SINFRONTERAS. #361 Misioneros Combonianos.
[19] Juan Pablo II FAMILIARIS CONSORTIO 22 DE Noviembre de 1981 pp. 156-157
[20] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial Madrid – España 2012 pp.94-95
[21] Buckley, Michael Mnsr. ORACIONES PARA EL CATÓLIOCO DE HOY Ed. Martínez Roca Colombia 2002. pp. 20-21
**Restrepo S, Jaime Pbro. Loc Cit

lunes, 24 de diciembre de 2012

¡LO ACOSTÓ EN UN PESEBRE!



Tú nacimiento estrena
El tiempo de lo imposible:
………………………………
el cielo besa la tierra.

Averardo Dini
1

Echemos un vistazo a la perícopa de San Lucas, capítulo 2, versos del 4 al 12.

[4] José también, que estaba en Galilea, en la ciudad de Nazaret, subió a Judea, a la ciudad de David, llamada Βηθλεέμ Belén, porque era descendiente de David;  [5] allí se inscribió con María, su esposa, que estaba embarazada.
[6]  Mientras estaban en Belén, llegó para María el momento del parto, [7] y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en φάτνῃ un pesebre, pues no había lugar para ellos en καταλύματι la sala principal de la casa.
[8]  En la región había ποιμένες pastores que vivían en el campo y que por la noche se turnaban para cuidar sus ποίμνην rebaños. [9] Se les apareció un καὶ ἄγγελος κυρίου ángel del  Señor, y la gloria del  Señor  los rodeó de claridad. Y quedaron muy asustados.
[10] Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una εὐαγγελίζομαι buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo. [11]  Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un σωτὴρ Salvador, que es el  χριστὸς Mesías  y el κύριος Señor. [12]  Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»

Καταλύματι deriva del sustantivo κατάλυμα es el singular neutro de la forma dativa; ya en otro lugar hemos discutido que la palabra no significa “posada”, tampoco “albergue”; sino, “sala principal de una casa”. Este asunto de la sala principal de una casa nos trae a la memoria la práctica del Padre Carlos Vallés que resolvió mendigar posada en casas indias, donde gente que él no conocía pero que -por la tradicional hospitalidad en ese país- se la brindaban. De esta manera, cada tarde él iba en bicicleta hasta la casa de sus anfitriones pasaba allí la noche. Como él mismo nos lo cuenta, en esas condiciones “trabajé, oré, preparé clases y escribí libros, mientras miraba, veía, asimilaba, sufría y disfrutaba la vida diaria, las preocupaciones, las alegrías, el ruido de los niños, las riñas de los padres, los apuros económicos y la fe religiosa de la gente sencilla en los barrios más pobres.»[1] y, al otro día, vuelta a pedalear de regreso a la Universidad de Ahmedabad, donde el fungía como profesor de matemáticas. Así durante casi diez años.



El sacerdote jesuita describe con dos pinceladas el ambiente de sus alojamientos: «Casas pequeñas de un solo cuarto, donde pequeños y mayores se reparten el espacio común durante el día y cubren el suelo con esteras para dormir por la noche»[2]. Aun cuando no exactamente igual, esta descripción nos da una idea porque María no podía dar a luz a su Hijo en presencia de “pequeños y mayores”, hombres y mujeres convivientes, que comparten la cotidianidad, pero no tiene por qué estar presentes durante un parto.

Pero, seguramente hay motivaciones comunes entre esta acción del Padre Vallés y las de Dios-Humanado por conocer, por vivir de cerca, por compartir las vivencias de “aquella gente”. Nadie conoce mejor a las personas que quien convive con ellas. Eso hizo el Padre Vallés y, nos lleva a entender a Jesús, que quiso hacerse uno de nosotros para conocernos a fondo, para “asumirnos” totalmente, única manera de podernos redimir.



En otra parte de su caleidoscopio el Padre Vallés cuenta la anécdota de un joven estudiante universitario, que cursaba sus estudios en San Sebastián, donde el Padre Vallés dio una conferencia en el Museo de San Telmo. Al finalizar la conferencia el joven agradeció a Carlos Vallés con estas palabras: «Al oírle a usted me he sentido orgulloso de ser indio. Gracias.»[3] Igual nos pasa a todos los seres humanos, al saber que Dios se hizo hombre, nos podemos sentir completamente orgullosos de nuestra naturaleza humana y confesar: De todo lo que podría haber sido dentro de la Creación, lo mejor y lo máximo que se puede ser es “humano”.

Pero bueno, nos hemos apartado del tema que nos ocupa para devolvernos al que ya tratamos suficientemente en el Tercer Domingo de Adviento. Queríamos, simplemente, recordar que Belén significa Casa de Pan. El nombre de este pueblito, al que Roboam –nieto de David- le construyó torres y murallas de protección que no alcanzaron a resistir dos siglos; es una alusión a la Eucaristía, puesto que Jesús se ha hecho Pan de Vida, con razón su pueblo natal es “Casa de Pan”, digno portador de la enseña “Hic De Virgine Maria Iesus Christus Natus Est.


«Belén parece que estuviera poblada para siempre de ángeles y pastores. Existe todavía Belén, a diferencia de otras muchas ciudades de la antigüedad que han desaparecido sin dejar rastro. Es una aldea de calles irregulares en la cual la atención se concentra en la Basílica de la Natividad y sobre todo en la cueva del nacimiento que allí dentro ha quedado encerrada. Una estrella en el pavimento del suelo señala el sitio en que Cristo nació y una inscripción, sobria pero elocuente, pregona: “Aquí de la Virgen María nació Cristo Jesús”. El dato histórico y teológico del nacimiento de Jesús matizado de modo especial por ese adverbio: fue aquí.»[4]

2

Fue Dionisio el “pequeño” quien pensó que no teníamos por qué regularnos por un calendario que tomaba como referencia el 284 (de nuestro calendario) momento en que el ejército de Asía Menor  proclamó emperador al que llegaría a ser, entre los diez perseguidores que registra la historia, el mayor martirizador de cristianos –Diocleciano, emperador romano que so pretexto de hacer obligatorio el culto a Júpiter impulsó una matanza de cristianos, del 303 al 313: aproximadamente diez años de terror, la “era de los mártires”, entre quienes figuraron como sus víctimas contamos a san Sebastián, San Pancracio y Santa Inés. Entonces, según los cálculos de Dionisio “el Exiguo” –que hoy consideramos equivocados en 6 ó 7 años, fijó la fecha de nacimiento de Jesús y lo propuso como calendario oficial católico, que poco a poco se fue aceptando y unificando hasta convertirse en el calendario oficial de nuestra sociedad y nuestra cultura.



Todos recordamos que el 25 de diciembre, corresponde al final del solsticio de invierno. Cada día, la noche ha venido haciéndose más larga y en consecuencia, el período de luz más corto. A partir de ese día, cada vez será más largo el día y más corta la noche significando la victoria de la luz sobre las tinieblas y, para nuestro sentir, la victoria de Jesús: Πάλιν οὖν αὐτοῖς ἐλάλησεν [ὁ] Ἰησοῦς λέγων· ἐγὼ εἰμι τὸ φῶς τοῦ κόσμου· ὁ ἀκολουθῶν μοι οὐ μὴ περιπατήσῃ ἐν τῇ σκοτίᾳ ἀλλ’ ἕξει τὸ φῶς τῆς ζωῆς. “De nuevo les hablo Jesús: -Yo soy la Luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, antes tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

«… ya no se dirige la mirada a Jerusalén, pues el Templo destruido no será nunca más contemplado como lugar de la presencia terrena de Dios. El Templo hecho de piedra ya no será expresión de la esperanza de los cristianos… Se dirigirá el rostro hacia el este, hacía el lugar por donde sale el sol. No se trata de un culto al sol, sino de una convicción en que el cosmos habla de Cristo. Será Él quien esté presente en la mente de la comunidad cuando se entone desde ahora el cántico contenido en el Salmo 19, en el que se dice que el sol es como “un esposo que sale de su tálamo […] A un extremo del cielo es su salida y su órbita llega al otro extremo” (Sal 19, 6s). Este salmo pasa sin solución de continuidad de una alabanza de la creación a un himno de alabanza de la ley. Desde ahora ello se aplicará a Cristo, que es la Palabra viva, el Verbo Eterno, la luz verdadera de la creación, el cual salió en Belén del tálamo nupcial de la novia, la virgen Madre, y que en este tiempo ilumina el mundo. El Este cumple las funciones de símbolo de Jerusalén. Cristo –representado por el sol- es el lugar de la shekiná, el verdadero trono del Dios viviente. En la Encarnación, la naturaleza humana se ha convertido verdaderamente en trono de Dios, el cual queda, por ello, ligado a la tierra para siempre y se hace accesible a nuestra plegaria… Orientación quiere decir antes que, nada, simplemente la dirección de la mirada hacia Cristo como lugar de encuentro entre Dios y el hombre»[5].



Continuaba diciendo, en sus tiempos de Cardenal el que hoy es Benedicto XVI: «El profesor Cyrille Vogel ha advertido: ‘Si se puso el acento sobre algo, fue sobre la costumbre de que el sacerdote recitara la anáfora y las demás plegarias vuelto hacía el oriente… no sólo el sacerdote se volvía hacia el Este, sino que este movimiento era seguido por todo el pueblo´.»[6]

No podemos pasar al siguiente tema sin recalcar una frase del Cardenal Ratzinger «No se trata de un culto al sol, sino de una convicción en que el cosmos habla de Cristo.»[7], para prevenir falsas interpretaciones panteístas.

3

Revisando los Evangelios, sabemos que sólo Mateo y Lucas narran el nacimiento de Jesús y ninguno de los dos ofrece noticia sobre los consabidos mula y buey que aparecen en nuestros pesebres y que constituyen dos “piezas” claves del conjunto tradicionalmente integrado por las figuritas de María, San José, el Niño Jesús, la mula, el buey y los tres “Reyes Magos”.

«Siguiendo las directrices de San Francisco, durante la Santa Noche fueron colocados en la gruta de Greccio un buey y un asno. En efecto, él había dicho al noble Juan: “Quisiera representar al Niño nacido en Belén y, de algún modo, ver con los ojos del cuerpo  las penurias en las que se encontró por la falta de las cosas necesarias para un recién nacido: cómo fue acomodado en un pesebre y cómo yacía sobre heno entre el buey y el asno”».[8]


Entonces, ¿de dónde salió la tradición de incluir estas dos “figuras” en el pesebre? Pues vamos al Evangelio apócrifo del Pseudo-Mateo, datado del siglo VII, y allí, en el capítulo XVI leemos:

«Y, al tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta y entró en un establo, y depositó al Niño en el pesebre, y el buey y la mula le adoraron. Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: “El buey ha conocido a su dueño, y la mula el pesebre de su Señor.”

Estos mismos animales que tenían al niño entre ellos. Le adoraba sin cesar. Así se cumplió lo que fue dicho por boca de Habacuc: “Te manifestaras entre dos animales.»[9]

Regresemos al documento de Benedicto XVI, donde él aclara el papel protagónico de la mula y el buey, lo que nos permite entender su profunda simbología y su imprescindible presencia en nuestros “pesebres”:



«El buey y el asno no son simples productos de la fantasía; se han convertido, por la fe de la Iglesia, en la unidad del antiguo y nuevo testamento, en los acompañantes del acontecimiento navideño. En efecto, en Is. 1,3 se dice concretamente: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento».

Los padres de la iglesia vieron en esas palabras una profecía que apuntaba al nuevo pueblo de Dios, a la Iglesia de los
 judíos y de los cristianos. Ante Dios, eran todos los hombres, tanto judíos como paganos, como bueyes y asnos, sin razón ni conocimiento. Pero el Niño, en el pesebre, abrió sus ojos de manera que ahora reconocen ya la voz de su dueño, la voz de su Señor.

En las representaciones medievales de la navidad, no deja de causar extrañeza hasta qué punto ambas bestezuelas tienen rostros casi humanos, y hasta qué punto se postran y se inclinan ante el misterio del Niño como si entendieran y estuvieran adorando. Pero esto era lógico, puesto que ambos animales eran como los símbolos proféticos tras los cuales se oculta el misterio de la Iglesia, nuestro misterio, puesto que nosotros somos buey y asno frente a lo eterno, buey y asnos cuyos ojos se abren en la nochebuena de forma que, en el pesebre, reconocen a su Señor.



Pero, ¿lo reconocemos realmente? Cuando ponemos en el pesebre el buey y el asno, debe venirnos a la mente la palabra entera de Isaías, que no sólo es buena nueva -promesa de conocimiento verdadero-, sino también juicio sobre la presente ceguera. El buey y el asno conocen, pero "Israel no conoce, mi pueblo no comprende".

¿Quiénes son hoy el buey y el asno, quién es "mi pueblo", que no discierne? ¿Cómo identificar al buey y el asno, y cómo a ‘mi pueblo? ¿Por qué, de hecho, sucede que la irracionalidad conoce y la razón está ciega? Para encontrar una respuesta, debemos regresar una vez más, con los Padres de la Iglesia, a la primera Navidad. ¿Quién no le reconoció? ¿Y quién si lo hizo? ¿Y por qué sucedió?

El que no lo reconoció fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño, sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el correspondiente delirio de persecución (Mt 2, 3). La que no lo reconoció fue "toda Jerusalén con él" (ibídem). Los que no lo reconocieron fueron los hombres vestidos con refinamiento (Mt 11, 8), la gente fina. Los que no entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no comprendieron nada (Mt 2, 6).

Los que sí lo reconocieron-a diferencia de toda esa gente de renombre- fueron "el buey y el asno": los pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo? En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí viven, justamente, el buey y el asno.

Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del establo porque somos demasiado finos e inteligentes para estar en él? ¿No nos enredamos también nosotros en interpretaciones eruditas de la Biblia, en demostrar la inautenticidad o autenticidad del lugar histórico, al punto de quedarnos ciegos para el mismo Niño y no captar nada de Él? ¿No estamos también nosotros demasiado en "Jerusalén", en el palacio, afincados en nosotros mismos, en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?

Así pues, esta noche los rostros del buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no entiende; ¿entiendes tú la voz del Señor? Al colocar en el pesebre estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedernos también a nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2, 20), narra acerca de los que participaron en la Nochebuena de Greccio: "todos retornaron a sus casas colmados de alegría".»[10]

4.

Que la luz de tu alegría brille a través de mí hoy, para que yo pueda reflejarla a los que me rodean y elevarlos con esperanza y alegría.

Mnsr. Michael Buckley

«María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. Este pasaje ha servido de inspiración en México y Guatemala, para fomentar una costumbre que hunde sus raíces en la época colonial y que tiene sus particularidades propias en cada región: Las posadas. Se realizan en el mes de diciembre duran los primeros veinticuatro días del mes de diciembre, en otros siete o nueve. Tienen una organización sencilla, se señalan las familias que quieren darle posada al Señor, camina la procesión con alegría festiva: van las imágenes pequeñas de José y María. Acompañados con música y villancicos.

Al llegar a la casa que se encuentra con las puertas cerradas se forman dos grupos: los que están fuera de la casa que piden posada y los de adentro que responden. Se alternan respectivamente en cada estrofa, hasta que los miembros de la casa se disculpan por no haber reconocido a tan ilustres peregrinos, Jesús, José y María. Abren la puerta, entran las imágenes y las personas que las acompañan; se reza el rosario o se celebra la Palabra, comparten bebidas, cantos, etc. Allí permanecen las imágenes hasta el día siguiente en que buscan posada en otra casa y se repite el mismo rito. Se realizan en forma familiar o a veces por barrios.»[11]

La Lectio Divina consta de cinco partes: Lectio, Oratio, Meditatio, Contemplatio y Actio. El Padre Weisensee propone 7 preguntas para la Meditatio de esta Lectio, la perícopa que hemos propuesto para esta hermosísima fecha, de las cuales entresacamos las siguientes que nos parecen claves:

·         ¿tiene algo que ver el hecho que Jesús nazca en Belén? ¿qué importancia tiene Belén?
·         ¿qué implica el hecho que María no encontrara un lugar en el pueblo para ella dar a luz? ¿qué nos dice el hecho que Jesús nazca en un pesebre, en medio de animales?[12]

«Lo que sucede en la noche de la navidad es acontecimiento y misterio. Nace un hombre, que es el Hijo eterno del Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra: en este acontecimiento extraordinario se da a conocer el misterio de Dios. En la Palabra que se hace hombre se manifiesta el prodigio de Dios encarnado. Un niño es adorado por los pastores en la gruta de Belén. Es "el Salvador del mundo", es "Cristo Señor" (cf. Lc 2,11). Sus ojos ven a un recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre, y en aquella "señal", gracias a la luz interior de la fe, reconocen al Mesías anunciado por los Profetas.

Es «Dios-con-nosotros», que viene a llenar de gracia la tierra. Viene al mundo para transformar la creación. Se hace hombre entre los hombres, para que en Él y por medio de Él todo ser humano pueda renovarse profundamente. Con su nacimiento, nos introduce a todos en la dimensión de la divinidad, concediendo a quien acoge su don con fe la posibilidad de participar de su misma vida divina. Dios se hizo Hombre para hacer al ser humano partícipe de su propia divinidad. ¡Éste es el anuncio de la salvación; éste es el mensaje de la Navidad!»[13]

¡FELIZ NAVIDAD!


[1] Vallés, Carlos. CALEIDOSCIPIO. Ed. Sal Terrae Santander – España 1985 p. 124
[2] Ibid
[3] Ibid p. 92
[4] Bravo, Ernesto. LA BIBLIA HOY. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia. 1995 p. 230
[5] Ratzinger, Joseph. INTRODUCCIÓN AL ESPÍRITU DE LA LITURGIA. Ed. San Pablo Bogotá- Colombia 2001  p. 57-58
[6] Ibid p. 67 Citando la obra de Bouyer. LITURGIE UND ARCHITEKTUR. Einsiedeln, Johannes Verlag, 1993, p.56.
[7] Véase Supra
[8] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial. Madrid-España. Mayo de 2012. p. 130
[9] Crépon, Pierre. LOS EVANGELIOS APÓCRIFOS. Ed. Círculo de Lectores Bogotá-Colombia. 2001 p. 56
[10] Benedicto XVI EL AMOR SE APRENDE. LAS ETAPAS DE LA FAMILIA. Romana Editorial. Madrid-España. Mayo de 2012. p. 131-133
[11] Jordán chigua, Milton. PINCELADAS BÍBLICAS DEL EVANGELIO Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia 2009. pp. 29-30
[12] Weisensee, Jesús Antonio Pbro. EVANGELIOS DE LA INFANCIA MATEO – LUCAS LECTIO DIVINA Ed. Federación Bíblica Católica FEBIC-LAC Bogotá –Colombia 2000 p. 76

[13] Restrepo S, Jaime Pbro. NAVIDAD EN FAMILIA, UNA EXPERIENCIA DE FE. En Revista Iglesia SINFRONTERAS. #361 Misioneros Combonianos.